Mora (Buenos Aires)
versión ISSN 1853-001X
Mora (B. Aires) vol.15 no.2
Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dic. 2009
DOSSIER: BARRER DEBAJO DE LA ALFOMBRA LAS
'RELACIONES PELIGROSAS'
El camino de Buenos Aires.
Prostitución, ayer y hoy*
Silvia Chejter**
* Centro de Estudios de Cultura y
Mujer.
** Socióloga. Docente e
investigadora de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires. Ha
realizado investigaciones y publicaciones en siguientes las temáticas: teorías
feministas de la violencia, globalización y nuevas formas de violencia hacia
las mujeres, protagonismo de las mujeres en movimientos sociales, etc. Autora
de libros y artículo, es además editora de Travesías, temas de debate feminista
contemporáneo, publicación anual. (Cf. www.cecym.org.ar). Consultora de
Naciones Unidas y Unicef para estos temas.
RESUMEN
El artículo presenta un análisis
comparativo de los relatos y debates en torno a la prostitución, de fines del
XIX y principios del XX, y los que se desarrollan actualmente, a partir de
-entre otros- dos textos: El camino a Buenos Aires (publicado por primera vez
en 1927) de Albert Londres, periodista francés, redactor de crónicas de viaje,
y El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 1875-1955 (publicado
por primera vez en 1991) de Donna J. Guy, historiadora estadounidense. Ambos
permiten comparar los ejes de los debates de principios y fines del siglo XX, y
establecer algunas coincidencias, disidencias, reiteraciones y novedades con
los debates sobre la prostitución de nuestros días.
Palabras clave: Intervención
estatal; Poder económico-poder sexual; El rol de la demanda.
ABSTRACT
This article presents a comparative analysis of
cronicles and discussions on prostitution since the end of the XIX century to
the first years of the XXth. Century. Among others, we compare two books, the
first one published by Albert Londres, a French journalist, in 1927 (The road
way to Buenos Aires) and the second, by Donna Guy, an american historian,
Dangerouse sex in 1991. Both book aloud a comparative exercise on some main
axes from the end of the XIX century in order to explore coincidences,
disidences and novelties about the current debate on prostitution.
Key words: Estatal policy; Economical and
sexual power; The role of demand.
El análisis comparativo de los
relatos y los debates en torno a la prostitución, que tuvieron lugar en la
Argentina a fines del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan
actualmente a nivel nacional e internacional, es decir, casi un siglo y medio
más tarde, debieran dar cuenta sobre qué ha permanecido y qué ha cambiado en
esos discursos (Chejter, 2005). De ellos se desprende que persisten posturas y
polémicas en torno a varios ejes. Entre otros, la pobreza como
"causa" o "explicación" de la aceptación de las prácticas
prostituyentes, el rol que debe cumplir el Estado -reglamentar y controlar, o
bien abolir, prohibir y castigar, oponerse o preocuparse por su visibilidad-,
la impunidad y el poder de las organizaciones proxenetas, los vínculos con el
poder político, la libertad y coerción a las mujeres, el trabajo, la violencia,
etc. En este artículo, voy a tomar solo uno de estos ejes, la intervención del
Estado.
Hoy, como hace ciento cincuenta años, se
sigue discutiendo si el Estado debe abolir o bien supervisar y reglamentar la
prostitución. ¿Debe liberarla o reprimirla, castigar solo a los clientes o
también a las mujeres, a los proxenetas, a todos o a ninguno? ¿Debe
responsabilizar a la miseria, a la sociedad toda, a la biología de los varones?
En la Argentina, los debates parlamentarios de las últimas décadas del siglo
XIX y primeras del siglo XX giraron en torno a si se reglamentaba o no la
prostitución. Cuando se la reglamentó, fue sobre la necesidad de controlar a
las mujeres prostituidas, coincidiendo en esto tanto los partidos conservadores
como los socialistas. Muy pocas voces -como la de la médica feminista Julietta
Lanteri-, consideraron que ninguna ley debía legitimar la prostitución. Entre
una de las primeras disposiciones que combatió el proxenetismo, cabe mencionar
la Ley Palacios Nº 9143 (nombre del diputado socialista Alfredo Palacios). Sin
embargo, como dice el Comisario Julio Alzogaray:
Sus disposiciones tienden a reprimir el
ejercicio de la prostitución en beneficio de terceros o cuando se practique por
menores de edad. Sin embargo una vez en vigor, con las modificaciones
introducidas al proyecto original sus alcances distaron de surtir los efectos
que el autor se propuso ya que reiterados fallos judiciales demostraron su
inocuidad (Alzogaray, 1933: 111-112).
Hubo numerosas ordenanzas municipales que
regularon la prostitución. En 1875 se dictó un Reglamento, que recién fue
derogado en 1935. Durante esos años se permitió el funcionamiento de
prostíbulos -o casas de prostitución, como se las llamaba-, que solo podían
estar regenteados por mujeres1. La derogación de este reglamento en 1936
significó que muchos prostíbulos pasaran a funcionar de manera clandestina,
mientras que otros se cerraron y se reabrieron bajo nuevas fachadas. Es decir
que el fin del reglamentarismo no significó el fin de la prostitución sino su
reorganización. Con el Código Penal
promulgado el 29 de octubre de 1921, aún vigente, sucedió algo parecido.
Después de la laboriosa tarea de la comisión parlamentaria se llegó a
conclusiones terminantes en el capítulo relativo a la prostitución, el
rufianismo ya no sería posible [...] pero antes de convertirse en ley el
proyecto sufrió modificaciones que lo hicieron tan inocuo como el anterior
(Alzogaray, 1933:112).
Así, en la Argentina, el poder estatal a
través de sus legisladores ha oscilado a lo largo de casi dos siglos entre el
abolicionismo y el reglamentarismo.
Simmel, uno de los pocos filósofos que
consideraron que la prostitución podía ser un tema filosófico, sostuvo que no
era posible hablar de la vida y de la muerte de los individuos sin hablar de
las prácticas prostituyentes. Señaló que
frente al mandato moral de Kant de que nunca hay que usar a un ser humano
como mero medio, sino reconocerlo en todo momento como fin, la prostitución
implica el comportamiento absolutamente opuesto en relación a las dos partes
que intervienen. De entre las relaciones mutuas de los seres humanos, la
prostitución es el caso más patente de una degradación recíproca al carácter de
puro medio y este puede ser el elemento más fuerte y más profundo que la sitúa
en conexión estrecha con la economía monetaria, esto es con la economía de
'medios' en sentido estricto (Simmel, 2002: 188).
Sin embargo cabe preguntarse ¿cuál es la
correspondencia del mandato ético de Kant con los fundamentos de una sociedad
patriarcal? ¿Es posible exigir o esperar el éxito del cumplimiento de tal
mandato en sociedades como las nuestras? ¿Es posible esperar la erradicación de
la prostitución en una sociedad que siga siendo patriarcal?
Hoy como ayer, organismos internacionales
-como los que describe Albert Londres (1994) de los años 1920-, siguen
realizando investigaciones y, por utilizar la expresión de Julio Alzogaray,
podría decirse que con efectos igualmente inocuos.
Desde hace tres años la Sociedad de las
Naciones lleva en secreto una amplia investigación sobre la Trata de Blancas.
Ha enviado comisarios al Extremo Oriente, a Canadá, a América del Sud, a
Oriente. Estos comisarios se han paseado por todos lados. Han aspirado el
polvo, sino el de las rutas, el de los legajos. ¡Han buscado la verdad en los
legajos! Eran demasiado serios para buscarla en otro lado. Razón por la cual no
la encontraron, ya que no es en los legajos donde está. Los legajos no se
constituyeron nunca para combatir la trata de blancas, sino para deslindar la
responsabilidad de los funcionarios encargados de combatirla (Londres, 1994:
237).
La crítica de Londres a estas políticas es
retomada por Janice Raymond (1999: 40) de otra manera. Cuando analiza las
políticas estatales, comenta que el Premio Nobel de economía Amartya Sen,
refiriéndose a las hambrunas, dice que no se deben a la falta de alimentos sino
al hecho de que los gobiernos no realizan las elecciones políticas que las
hubieran evitado y erradicado, ni intervinieron eficazmente en la protección de
quienes resultan más afectados por ellas. Raymond traslada este razonamiento al
tema de la prostitución y afirma que el hecho de que la prostitución sea una
industria tan floreciente muestra que tampoco en este caso los gobiernos han
hecho las mejores elecciones para eliminarla, aunque reafirmen su voluntad de
hacerlo. Se podría pensar que el fracaso de las políticas para erradicar la
prostitución es el resultado de iniciativas políticas equivocadas o
insuficientes.
Sin embargo, es posible preguntarse si,
más allá de los propósitos que se proclaman con tanto énfasis en foros
nacionales e internacionales, se trata en verdad de malas elecciones, de estrategias
equivocadas, o bien si lo que expresan es, en realidad, una escasa voluntad
para erradicar la prostitución.
En los últimos tiempos, los discursos
feministas -en distintos países- han comenzado a replantearse las prioridades y
las políticas estatales para el enfrentamiento de las prácticas prostituyentes:
la defensa de las mujeres prostituidas, la denuncia del proxenetismo pequeño o
grande, la denuncia de la ineficacia de las leyes, la consideración de mujeres
prostituidas en términos de violación a los derechos humanos. Retomando la
antorcha encendida por Sor Juana de la Cruz ("Hombres necios que acusáis a
la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis"),
se está comenzando a considerar la demanda, es decir, los clientes, como el
tema esencial para encarar la erradicación de estas prácticas. Esta posición
apunta también a responsabilizar a los varones, al machismo y al estado
patriarcal que los cobija y los defiende. Recordemos a Londres cuando plantea
que aun si no hubiera pobreza, mientras haya demanda, habrá prostitución. Rara
vez se reconoce que la demanda crea el mercado, promueve el reclutamiento, la
organización y la generación de las
condiciones de posibilidad del "negocio/industria de la
prostitución".
Citemos a Donna Guy:
A diferencia de los protestantes ingleses y
los judíos europeos -que eran los que más reaccionaban y denunciaban la trata
de blancas-, pocos argentinos pensaban que era necesario o prudente
desembarazar a la sociedad de la prostitución [...] Para aquellos que no podían
evitar el sexo, en Corintios I,7-9, se aconsejaba el matrimonio. Sin embargo ya
San Agustín y Santo Tomás de Aquino habían considerado que la prostitución
femenina aunque repugnante, era necesaria. Por ejemplo, San Agustín creía que
la eliminación de los burdeles daría lugar a la proliferación indiscriminada de
la lujuria [...] De acuerdo con su criterio era mejor tolerar la prostitución
[...] que enfrentar los peligros que podrían surgir con la eliminación de las rameras
de la sociedad. Santo Tomás extendió la perspectiva de San Agustín y comparó la
prostitución con una cloaca cuya supresión podría dar lugar a la contaminación
del palacio. Asimismo esta supresión podría fomentar las prácticas
homosexuales" (Guy, 1991).
¿Podrían expresarse mejor las
razones por las cuales, hoy como ayer, las prácticas prostituyentes, aunque
repudiadas, prohibidas y reprimidas, son toleradas en la práctica?
Zigmund Bauman dice: "Es más
peligroso no plantear ciertas preguntas que dejar sin respuesta algunas de las
preguntas que se consideran políticamente relevantes. Plantear malas preguntas
conduce a menudo a cerrar los ojos sobre los verdaderos problemas".
Entonces, no cuestionar la realidad misma de las prácticas -la cultura que las
hace posibles- lleva como consecuencia lógica e inevitable no cuestionar el rol
de la demanda. Es decir, ¿no cuestionar una sexualidad que se asocia al poder,
con o sin dinero, no es cerrar los ojos al verdadero problema? Como señala
Françoise Collin:
Estamos allí frente a un problema
constitutivamente disimétrico [...]. Esta disimetría es un hecho secular
mediante el cual los varones se aseguraron desde siempre el acceso al cuerpo de
las mujeres para objetivos de goce o reproductivos. La regulación de esas
relaciones mediante las leyes del matrimonio, constituyentes de la sociedad,
concierne exclusivamente la dimensión reproductiva; la dimensión del goce ha
sido siempre extra conyugal para los varones, como lo atestigua la sociedad
homosexual, esencialmente pederasta, de la antigua Grecia. Sea como fuere, el
goce -en todo el sentido de la palabra- del cuerpo del otro es un componente
más de la jerarquía. Y el intercambio de las mujeres por parte de los varones,
según Lévi-Strauss, estructura todas las sociedades (Françoise Collin, 2004).
En las relaciones prostituyentes se
conjugan dos estructuras: la del poder económico y la del poder sexual. Las más
férreas leyes del mundo globalizado en el que nos toca vivir no han anulado las
viejas lógicas del poder sexista, más bien se han montado sobre ellas. El
sexismo de hoy y de siempre es el que permite a los varones asegurarse el
acceso al cuerpo de las mujeres. Como dice Carole Pateman:
El pacto original es tanto un contrato
social como sexual: es sexual en el sentido patriarcal -el contrato establece
que los varones tienen derecho sobre las mujeres-, y también sexual en el
sentido de que establece el acceso de los varones al cuerpo de las mujeres. El
contrato original crea lo que se podría llamar, siguiendo a Adrienne Rich, la
ley del derecho de los varones al sexo (Pateman, 1996: 9).
Que existan espacios de placer
-"casas de placer" como se les llama a los burdeles- está dentro de
esa lógica. La dominación masculina se apoya en una representación del deseo
masculino; deseo que preside no solo el desarrollo de las formas prostibularias
más tradicionales sino que genera formas más nuevas -agencias de acompañantes,
eros center, shows para voyeurs, etc.-, que al menos en la Argentina coexisten con
las formas más tradicionales, los burdeles cama adentro o prostíbulos
exclusivos para personal militar. Prostituir mujeres fue y es una práctica de
la vida cotidiana, en la paz y en la guerra. Si algo cambió en la actualidad en
torno a la censura, que podría haber formulado una sociedad puritana en contra
de los hombres que frecuentaban "las mujeres de mal vivir", es sobre
todo la difusión de un lenguaje travestido con un ropaje mercantilizado. La
violencia de la explotación sexual está enmascarada en una relación contractual
entre sujetos supuestamente iguales.
Sin demanda no existiría la oferta de
cuerpos para usos sexuales, y tampoco esa demanda tendría posibilidades de
subsistir sin una tácita aceptación del derecho de los varones a convertir a sus
semejantes en no-sujetos. Es decir, en meros objetos de goce sexual, por más
que la sociabilización de este intercambio se legitime a menudo como un
intercambio de placer por dinero (placer para el cliente y dinero para quien es
prostituida y/o para sus explotadores, directos e indirectos). Pensarlo como un
intercambio entre iguales constituye notoriamente una ficción. La cultura
patriarcal en la cual se basan nuestras sociedades moldea las subjetividades,
imprime un sello a sus representaciones y acciones. La institución de la
prostitución es un emergente de esta cultura. Mientras no se alcance un giro
copernicano respecto de esa cultura, no podemos esperar grandes
transformaciones. Solo habrá políticas paliativas, como las actuales, que
oscilen entre la permisividad y la represión, que logran cambios que no lo son
en profundidad y que poco afectan, en palabras de Marie Victoire Lois, al
sistema proxeneta.
Debemos preguntarnos, entonces, si no ha
llegado quizás -a comienzos del siglo XXI- el momento de poner frente a su
responsabilidad a quienes se consideran titulares del derecho incuestionable
del uso de mujeres como objetos sin sujeto, en esta violación de los derechos
humanos esenciales de las personas cualquiera sea su edad, de proponerse lograr
una cultura sin violencia y sin prostitución. Hoy como ayer coexiste un doble
discurso. La idea de que la prostitución es un "mal" tuvo y tiene
alto grado de consenso. Considerada muchas veces como un "mal
necesario", perdura en las sociedades patriarcales de hoy como un
"derecho adquirido a prostituir" de los varones. Idea que siempre ha
coexistido con la reprobación moral, ayer, como un atentado a los derechos
humanos, hoy. Pero hoy como ayer, en la Argentina, la prostitución persiste.
Notas
1En la ordenanza de la ciudad de
Buenos Aires ( en el resto del país eran similares) se establecía cómo debían
ser las "casas de prostitución", su localización (a no menos de dos
cuadras de templos, teatros y escuelas), quiénes debían regentearlas (solo mujeres),
las normas de higiene y seguridad municipal; establecía además que las mujeres
debían ser mayores de 18 años (la mayoría de edad en el Código civil era de 21
años, de modo que la prostitución de menores estaba legalizada) y someterse a
inspecciones y reconocimientos médicos. Regía la obligación para las
"casas de prostitución" de llevar registros de las mujeres. Se
prohibía la prostitución clandestina, es decir aquella "que se ejerce
fuera de las casas de prostitución toleradas por el reglamento". En 1936
se dictó la Ley 12331 de profilaxis venérea y examen prenupcial obligatorio, de
carácter abolicionista y aplicable a todo el país, que derogaba todas las
ordenanzas anteriores.
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