Beatriz Gimeno |
Publicado el 12 de octubre de
2012
por saramagofanzine
Beatriz Gimeno
Es hora de que las feministas críticas con la
institución prostitucional cambiemos completamente de paradigma argumentativo
en relación con uno de los debates más antiguos, más enconados, más crispados
y, quizá, más confusos que se vienen manteniendo dentro del feminismo. Nunca he
podido entender cómo es posible que uno de los ejemplos más claros de
mercantilización del ser humano pudiera ser defendido por personas que se dicen
profundamente anticapitalistas, ni entiendo tampoco cómo es posible que uno de
los negocios más lucrativos del mundo y más explotadores, uno de los que genera
más dinero a las mafias, no sea ardorosamente atacado por personas que se dicen
de izquierdas. También me cuesta entender cómo una institución creada por el
patriarcado como uno de sus pilares, una institución que juega un papel
fundamental en determinada construcción sexual y de los géneros, ha terminado
siendo defendida por feministas. A estas alturas del debate ya sabemos que las
posturas favorables a la prostitución son mayoritarias en los ambientes más
radicales, de izquierdas, alternativos o queer. Las personas que las defienden,
radicales en todo y con voluntad rupturista en la política, no sólo no se
manifiestan en contra de la prostitución como institución, sino que suelen
entenderla como inevitable (y de aquí parece derivarse que es aceptable): su
acercamiento a ella es opuesto a su acercamiento a otras instituciones
políticas que, a pesar de parecer también inevitables, son, en cambio,
combatidas con convicción. Por el contrario, parecen estar furiosamente en
contra de la prostitución las meapilas, las feministas aburridas,
institucionales y conservadoras, la gente conservadora en general y nuestros
padres y abuelos. Con estos adversarios, si una quiere ser moderna o
políticamente radical, no parece quedar otra opción que estar a favor de la
prostitución.
La realidad es, sin embargo, muy
distinta y mucho más compleja. A favor de que la prostitución siga existiendo e
incluso de que se incremente están, especialmente, los hombres conservadores y
antifeministas (todos los estudios realizados han revelado que los clientes de
las prostitutas son, mayoritariamente, conservadores y antifeministas, como,
por otra parte, era esperable). También parece estar a favor la gente religiosa
que, desde siempre, la ha visto y aceptado como un mal menor y necesario para
los hombres, siendo el verdadero mal el feminismo. Por supuesto, a favor están
también quienes trabajan para que la prostitución exista y se incremente: las
mafias internacionales, que lo mismo se dedican a la trata de personas que al
tráfico de armas, y, en general, todas las personas que se mueven como pez en
el agua en el heteropatriarcado capitalista del que la prostitución es un
pilar.
En primer lugar, habría que
explicar las razones de que este debate (me refiero únicamente al debate que se
da en el seno del feminismo) se construya con presupuestos y argumentos que son
lo contrario de lo que parecen y de que la gente esté también en el lado
contrario del que en principio cabría esperar, pero no se trata de una
explicación fácil que quepa en este artículo. Aunque está relacionada con
muchas otras cuestiones de maneras compleja, es posible que una de las razones
por las que se da esta confusa situación sea que estamos hablando de sexo
(aunque esto tampoco sea verdad: estamos hablando de una sexualidad masculina
que necesita que un cuerpo femenino se ponga a su servicio). En esta cultura,
como ya demostró Foucault, todo lo que tiene que ver con el sexo se reviste
automáticamente de “transgresión” y es esta categorización la que llama a que
alrededor de la defensa de la prostitución se congreguen personas que deberían
estar en contra. Foucault también demostró que, en realidad, esta cultura no
niega ni esconde el sexo, sino que, al contrario, lo multiplica para utilizarlo
como gran mecanismo de alienación, control y normalización social. Pero, para
que dicho mecanismo funcione, es necesario esconder su verdadera intención bajo
los ropajes de lo transgresor con el fin que sea asumido socialmente. Creo que
la excepcionalidad con que se recubre todo lo que tiene que ver con el sexo es
la razón principal de que en la defensa de la prostitución se junten muy
extraños compañerxs de cama. Pero esa no es la única razón. En mi opinión, el
feminismo abolicionista sí parece a veces (al menos una parte de él) aquello de
lo que se le acusa: antiguo, antisexual, socialmente conservador y poco
empático con las mujeres que se dedican a la prostitución. En el feminismo
abolicionista hay de todo, pero es verdad que su discurso central se ha quedado
anticuado mientras a nuestro alrededor todo cambiaba. Es necesaria una nueva
teoría feminista antiprostitución que incorpore lo que nos ha enseñado la
teoría queer.
Para empezar, la prostitución no
es sexo sino sexo masculino. Las mismas mujeres que se dedican a la
prostitución ponen especial empeño en delimitar su propia vida sexual de su
trabajo prostitucional. Poner el cuerpo a disposición de otra persona, no por
placer e incluso aguantando un intenso displacer, no es sexo. Será una manera
de ganarse la vida, pero no sexo. Sólo desde la fantasmagoría masculina más
rancia pueden creer los clientes que estas mujeres lo hacen por placer. Claro
que necesitan creer que ellos les proporcionan placer, porque esa ilusión forma
parte de la masculinidad hegemónica. Si supieran lo que ellas piensan de ellos,
probablemente muchos no podrían sentirse a gusto y gozar. Esta ilusión/mentira
es necesaria porque, si la prostitución sirve para algo hoy día, cuando es
fácil conseguir sexo no comercial, es para resguardar un ámbito en el que los
hombres más incapaces de incorporar la igualdad a sus masculinidades puedan aun
(re)construirlas o fortalecerlas. C. Pateman afirma que está claro por qué se
dedican las mujeres a la prostitución: por dinero. El asunto es… ¿Por qué lo
hacen ellos cuando el sexo por placer está (y cada vez más) en todas partes?
Quizá porque la prostitución es uno de los pocos espacios que todavía permite a
algunos hombres seguir ejerciendo una masculinidad hegemónica que el feminismo
ha puesto en cuestión. Que los clientes de la prostitución sean hombres
demuestra que se trata de una institución patriarcal. Da igual que la ejerzan
mujeres, transexuales u otros hombres ¿Cómo es posible que hayamos llegado a
olvidar que la prostitución la practican los hombres (no las mujeres) y que es
ese hecho lo que tenemos que analizar?
La prostitución pone en juego el
cuerpo, pero también todos sus símbolos y metáforas. Pero no trata de sexo,
porque, si de sexo se tratara, la sociedad podría promocionar, por ejemplo, la
masturbación, no como sustituto del sexo sino como sexo en sí mismo, sexo en
ausencia de pareja o, simplemente, sexo rápido y funcional, mera descarga
física. Pero claro que no se hace así, sino que se opta por legitimar y
promocionar un tipo de sexo, de prácticas y de ideología sexual heterosexista,
coitocéntrico, patriarcal y, sobre todo, jerárquico (siempre se negocia en
condiciones de desigualdad). La prostitución, en realidad, supone una especie
de performance de género. Es un trabajo físico y emocional basado en una
ideología muy determinada cuya práctica ponen en juego determinados rituales: todo
ello con la intención de enfatizar el binarismo sexual, una supuesta
complementariedad y la heterosexualidad. Porque hay que entender el género no
sólo –o no fundamentalmente– como lo que una o uno es (sin binarismo sexual el
género no existe), sino como lo que una o uno hace, especialmente, con otro/a.
El género es, sobre todo, la relación que se establece con el otro/la otra.
Usar de la prostitución es el “hacer” sexual por excelencia en tanto significa
practicar el ritual que marca y fija la diferencia sexual, tanto emocional como
física, social o económica. Mediante los actos performativos que se ponen en
marcha cuando se acude a una prostituta, el cliente puede (re)construir el sexo
y el género tradicionales para liberarse de la angustia que producen a muchos
hombres las exigencias del feminismo. En el acto prostitucional, en el que
ambos, él y ella, teatralizan la relación entre sexos y géneros, subyace una
consideración “hidráulica” de la sexualidad masculina, entendida como una
especie de fuerza de la naturaleza que necesita descargar, que entiende esa
descarga como un derecho de los hombres y, por tanto, una obligación de
(determinadas) mujeres.
Recordemos por último en este
brevísimo análisis que la prostitución es casi la única institución-dispositivo-trabajo-ocupación…
de las destinadas a reforzar la dicotomía sexual que no es reversible, lo que
indica su centralidad en el mantenimiento de dicha dicotomía. Es imposible
poner a los hombres en la misma situación de las mujeres que se encuentran en
prostitución. En primer lugar, no olvidemos que el 99.9% de los clientes son
hombres, sin importar el sexo de la persona que se prostituya. Y, en segundo
lugar, aun si tuviéramos en cuenta a las mujeres clientes (lo que no sería
aceptable en ninguna otra discusión si consideramos que son menos del 0.5% del
total), tendríamos que admitir que, aunque hay hombres que se prostituyen con
mujeres, su performance no se sale un milímetro del guión tradicional de
género. Ellos son hombres que hacen de hombres. Son putos, pero hacen de
hombres “de verdad”. Vamos, que las follan. Para que hombres y mujeres ocuparan
posiciones similares en la prostitución, ellos tendrían que ser vendidos por
los traficantes, encerrados sin poder salir y obligados a venderse desnudos en
las esquinas de las calles. Las clientas deberían poder sodomizarles con dildos
u obligarles a prácticas no tradicionales, dolorosas o que ellos consideraran
humillantes. Debería poder no pagarles, golpearles, violarles. Si los hombres
pudieran ocupar en la prostitución la misma posición que las mujeres, entonces
no habría patriarcado y no estaríamos hablando de esto. No es posible cambiar
los papeles porque la prostitución es una perfomance del sistema de género y un
reaseguro de la masculinidad y feminidad hegemónicos. Por eso, la prostitución
tiene consecuencias en la vida de las mujeres que se dedican a ella, pero
también en la vida de todas las mujeres como género, así como en la de los
hombres, ya que es ahí donde aprenden la masculinidad legítima.
Tarifario de burdel de Roma- 1923 |
Cuanto más estudio la
prostitución, más me pregunto cómo es posible que uno de los negocios mundiales
más ligados a la globalización neoliberal y a la injusticia económica, que más
dinero produce a las mafias globales que trafican con personas y armas, que
compran gobiernos y medios de comunicación, uno de los negocios más ligado a
empresarios explotadores… sea defendido por personas de izquierdas que, cuanto
menos, minimizan su importancia. Cómo es posible que una institución milenaria,
creada por el patriarcado para obtener beneficios y someter a las mujeres, que
disciplina la sexualidad, la afectividad y las relaciones entre hombres y
mujeres, sea considerada transgresora. Creo que, cuando pase el tiempo y en
este debate la gente se sitúe en su lugar natural, se comprenderá hasta qué
punto la confusión actual es resultado de uno de los ejemplos de marketing
político más exitoso del mundo.
Finalmente, debo añadir que
ninguna feminista puede defender la prostitución como institución, pero todas
tenemos la obligación de solidarizarnos con las mujeres que viven de ella. De
ahí la enorme complejidad que el tema entraña para las feministas y una de las
razones de que el debate lleve tantos años abierto. La única opción para
terminar con la prostitución (o con esta prostitución, al menos) es invertir en
igualdad. Los hombres igualitarios, que ven a las mujeres como iguales, no usan
de la prostitución, simplemente no podrían.
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