Paco Roda
Trabajador Social del
Ayuntamiento de Pamplona-Iruña
Prostitucionismo
Así es como se está construyendo
la nueva revolución sexual patriarcal. Una revolución que amparada en el
reglamentismo y en la protección de las mujeres prostitutas no va al núcleo
duro del asunto.
07/06/2017
Dicen que es el oficio más
antiguo del mundo. Pero servidor cree que es la dominación más antigua
conocida. Y es que últimamente es habitual admitirla como un hecho
incuestionable, como si fuera una viga maestra que sustenta las relaciones
entre hombres y mujeres. Como si esta práctica de opresión patriarcal hubiera
cambiado de acera o le hubiéramos dado la vuelta para mirarla de otra manera,
más amable. Pero ha sido el feminismo el que nos ha enseñado y demostrado que
la prostitución no es solo un mordisco feroz en las carnes de la historia. La
prostitución es un mecanismo de dominio y subyugación de las mujeres. La
prostitución fue la patente de corso del patriarcalismo protocapitalista y lo
sigue siendo con el tardocapitalismo neoliberal.
Y hasta la fecha nadie, o casi
nadie, cuestionaba esto: que la prostitución es una transacción siniestra del
poder machista que perpetua una sumisión patriarcal a través de la dominación
del cuerpo y el deseo. Y esta definición, primero feminista y después marxista
en sus versiones más radicales, siempre ha sido admitida por el movimiento
feminista. Otra cosa es que ahora se cuestione. Que ahora se venda que la
prostitución es libertad y de paso, feminista. Y aquí interesa analizar esa
deriva, sus efectos y sus consecuencias para las mujeres: el porqué hoy ir de
putas ya no es cuestionable, el porqué el coño de las mujeres es un instrumento
de trabajo, el porqué la prostituta ya no es una víctima, sino una mujer libre
y además empoderada a través de su cuerpo en venta, el porqué una trabajadora
sexual se presenta casi como una heroína que destroza las expectativas de los
anticuados comportamientos femeninos, el porqué los hombres están ausentes de
esta historia. Y es que hoy pareciera que la prostitución se define más por
quién vende que por quién compra.
Qué ha pasado para que la
prostitución pueda ser considerada un nuevo derecho de pernada, pero
democráticamente regulado. Y aquí sí que hay un salto. Y además mortal, porque
ningún grupo de mujeres, al margen de su profesión o situación de vida, tiene
una tasa de mortalidad tan elevada como las prostitutas. Alguien dirá que
regulando se protege mejor. En Ámsterdam, donde la prostitución está
legalizada, sigue habiendo asesinatos de mujeres prostitutas todos los años.
Entonces uno se pregunta qué ha
ocurrido en el seno de ciertos feminismos para que se incorpore en el discurso
legitimador el consumo de coños a cambio de dinero. Y que no pase nada. Y no
solo no pase nada, sino que la posición abolicionista sea considera no solo
conservadora, sino además hostil contra las mujeres prostitutas.
Y es que hoy, en pleno retroceso
de libertades públicas, de los recortes sociales, de los discursos
segregacionistas; en medio de la lacerante violencia de género, la cual ignora
como víctimas a las prostitutas muertas por sus proxenetas; en medio del
reblandecimiento de las izquierdas estéticas bienpensantes, los nuevos
discursos reglamentistas del mercado sexual están pidiendo paso para colocarse
en la pole position del novísimo discurso liberador de los cuerpos para campear
libres de victimismos.
Uno cree que en esta deriva que
intenta equiparar el trabajo sexual con otros trabajos desde la perspectiva de
la libre elección y la imposible liberación de la maldición del trabajo, es
fruto de un declive del pensamiento crítico y radical. Y una de las cuestiones
que el prostitucionismo está defendiendo con intensidad es la siguiente: hay
quien libremente prefiere ser puta a ser cajera, limpiadora de oficinas o
bombera. Y se argumenta desde la libre elección la decisión de hacer de tu coño
un sayo. Que alguien prefiera ser puta a otra cosa, no confirma ni avala
mayores cotas de libertad personal, ni siquiera demuestra un avance social,
solo demuestra que el capitalismo ha perforado todos nuestros agujeros. Y por
más que el prostitucionismo lo quiera justificar, la gran mayoría de las
prostitutas del mundo no están en situación de decidir libremente qué hacer con
sus cuerpos. Esa decisión «libre» se toma forzada por la necesidad de
mantenerse a flote en medio de un pantanal de violencia, desigualdades y
pobreza. Y eso lo demuestra el aumento de la prostitución en el reino de
España, campeón del puterío socialmente consentido. Desde que la crisis nos cambió
la vida, la prostitución de mujeres de más de 60 años ha aumentado en España.
¿Por decisión propia? Por otro lado, esa libre elección es una trampa que
navega a la deriva en un mar de dependencias que a diario sangran nuestras
vidas y cuerpos. Ser puta puede ser una elección privada, sí, pero solo así se
explicará. Porque desde esa privacidad no se puede construir un discurso
político de socialización sexual de los cuerpos. Y porque la prostitución solo
puede ser abordada con políticas de género, no con políticas de mercado.
Pero así es como se está
construyendo la nueva revolución sexual patriarcal. Una revolución que amparada
en el reglamentismo y en la protección de las mujeres prostitutas no va al
núcleo duro del asunto. Y esto es lo grave. Porque las nuevas teorías
reglamentistas, la visibilización y empoderamiento de las trabajadoras del
sexo, la propaganda a favor de los derechos de las prostitutas, no pretenden
transformar o erradicar la prostitución. Ni siquiera tienen en cuenta a los
puteros, ni trata de incidir en la responsabilidad de esa dominación sancionada
ahora por un decreto. No. Las nuevas claves de este discurso no se enfrentan a
la prostitución, sino a la forma de nombrarla, de socializarla, de
considerarla, de gestionarla, de convivir con ella aceptándola. Por eso el
reglamentismo compadrea peligrosamente con la postpolítica, porque rompe la
cadena causal entre hechos y consecuencias. Eso por no hablar de los beneficios
económicos de este negocio que en muchas ocasiones está en manos de proxenetas
muy cercanos a la extrema derecha española. Así que, si banalizamos y
normalizamos la prostitución, sepamos que estamos fortaleciendo las raíces de
la desigualdad humana.
Servidor se declara abolicionista
pero no por ello apoya medidas de control o castigo o criminalización hacia las
prostitutas. Creo que alguien que reclama derechos para las prostitutas, no
puede estar equivocada y no se puede estar en contra de ello. Pero no a costa
de encubrir o silenciar los hechos y razones que determinan que la ecuación
entre hombres y mujeres siga en caída libre. La prostitución, como dice Kajsa
Ekis Ekman, no es otra cosa que sexo, a veces puro y a veces duro, y otras
veces ni eso, que se da entre dos personas. Una que quiere y otra que no. Pero
el deseo está ausente en esa relación. Ese deseo es el que se compra. Y esa
transacción sexual es la que genera y avala relaciones de desigualdad. Por eso
hay cosas que no se pueden pensar impunemente.
Fuente
http://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/prostitucionismo