Abraham, antepasado de Jesús, no
encontraba repugnante el comercio sexual, hoy calificado de indigno y
deshonroso
La prostitución, veneno y alimento de un oficio antiguo
Víctor Montoya
Toulouse Lautrec |
Si en la antigua Grecia y
Mesopotamia la prostitución formaba parte de las tareas del templo, y todas las
mujeres participaban en ellas antes del matrimonio como un tipo de ritual
religioso, en la cultura incaica existían doncellas que, a tiempo de adorar a
los dioses, satisfacían los impulsos sexuales del Inca. También se admitió la
existencia de “pampayrunas” (prostitutas), quienes vivían aisladas en el campo
y dedicadas al comercio sexual. Entre los mayas estaba permitido que los
varones llevaran prostitutas a sus casas.
La prostitución de la mujer es
tan antigua como la mercancía, con valor de uso y de cambio, una profesión
ejercida generalmente por las mujeres provenientes de los estamentos sociales
más bajos, una de las manifestaciones del desplome aterrador de la dignidad
humana y los valores morales.
Los hombres, en el pasado, no
consideraban indecente el oficio de la prostitución, porque ya entonces, como
en la actualidad, eran ellos quienes controlaban la superestructura social,
donde las mujeres no tenían acceso sino como hetairas o amantes. Por ejemplo,
en los países orientales, la prostitución pública de una mujer estaba admitida
por todos.
En Babilonia, la orgullosa ciudad
de la Mesopotamia, se permitía que las jóvenes fuesen en peregrinación, por lo
menos una vez, al templo de la diosa Milita, para prostituirse en su honor, al capricho
de los hombres que acudían a raudales, con la intención de descubrir los
misterios del amor a través del contacto con una “profesional del placer”. Se
consideraba una virtud pertenecer a la orden de las sacerdotisas del templo
Istar -diosa de la fertilidad y la guerra-, y los propios reyes dedicaban sus
hijas a la vocación sacerdotal, cuya principal función era servir de
prostitutas sagradas en las grandes festividades.
Las hetairas, mujeres que elevan
la práctica del amor a la categoría de arte, fueron autoras propias de tratados
sobre dichas prácticas, pudiéndose enunciar los tratados de Artyanassa, vieja
servidora de Helena, de Filenis de Samos y los de Elefantis. []No en pocas
ocasiones, el erotismo literario va asociado a la comedia o se asocia con la
sátira y la crítica social.
En las religiones y sistemas de
creencias siempre está presente el erotismo, aunque se lo puede encontrar en
dos facetas aparentemente muy opuestas: por ejemplo en el cristianismo católico
los textos místicos de san Juan de la Cruz y “Las Moradas” de santa Teresa de
Ávila poseen una retórica llena de un sublimado erotismo dirigido a la deidad,
mientras que en otras religiones (como las de los fenicios, mesopotámicos etc.)
existía una prostituta sagrada que llegó a la Grecia clásica, en la Roma
Antigua se hace notorio el contraste entre la "lujuria" con abundante
arte erótico o, más que entre los griegos, directamente pornográfico y la
severa castidad y virginidad impuesta a las vestales. Tales antinomias dentro
de un mismo sistema religioso se evidencian asimismo en el hinduismo donde
existen movimientos promotores de las más rigurosas ascesis opuestas a lo
libidinoso junto a exaltaciones de la sexualidad como ocurre con el conocido
texto del “kama Sutra” o las imágenes de templos como los de Suria y Khajuraho.
August Bebel, basándose en los
relatos del “Antiguo Testamento”, demostró que los judíos no eran ajenos a este
tipo de culto y al oficio de la prostitución. En su libro, “La mujer”, apunta:
"Abraham cedía, sin escrúpulos, las gracias de Sara a otros hombres, sobre
todo a los jefes de tribus (reyes) que iban a visitarle y le retribuían
espléndidamente. El patriarca de Israel, antepasado de Jesús, no encontraba
repugnante este comercio que hoy calificamos de indigno y deshonroso. Es
notable que aún hoy, en las escuelas, se enseña a las niñas el mayor respeto
hacia aquel hombre. Como es sabido y hemos dicho ya, Jacob se casó con dos
hermanas, Lía y Raquel, las cuales también le entregaban sus siervas; y los
reyes hebreos David, Salomón y otros disponían de numerosas harenes, sin que
frunciese el ceño Javeh. Era costumbre, y las mujeres la aceptaban"
(Bebel, A., 1976, p. 34).
En la antigua Grecia se
establecieron también casas públicas, con mujeres que vivían del comercio
sexual. Solón las introdujo en Atenas el año 592 antes de la Era cristiana,
como apéndice de las instituciones del Estado; hecho que fue elogiado por sus
contemporáneos en los siguientes términos: "¡Loor a Solón por haber comprado
mujeres públicas para la depuración de las costumbres y sosiego de una ciudad
poblada de jóvenes robustos, que sin tan sabia fundación perseguirían con sus
galanteos descarados a las mujeres de las clases principales!". En Lidia,
Cartago y Chipre, las jóvenes tenían, por su parte, el derecho a prostituirse
para ganarse la dote.
La prostitución de las doncellas,
"entre los fenicios y los lidios, se imponía a título de deber religioso,
y en esto se funda, evidentemente, la costumbre, frecuente en la antiguedad y
en las comunidades de mujeres, de conservar la virginidad para hacer con ella
una especie de ofrenda religiosa al primero que llegara y pagara su precio a
los sacerdotes. Costumbres análogas existen aún hoy, como relata Bachofer, en
muchas tribus indias, en Arabia del Sur, en Madagascar, en Nueva Zelandia,
donde la prometida es prostituida por la tribu antes del matrimonio. En Malabar
paga el marido un tanto al que desflore a su mujer (...) Semejante institución
y costumbres sentaban admirablemente a un clero libidinoso, sostenido por
hombres de no mayor valía moral; así la prostitución de la mujer soltera se
hizo una regla establecida para el cumplimiento de los deberes religiosos (...)
El sacrificio público de la virginidad simbolizaba la concepción y la
fertilidad de la tierra productora, y se cumplía en honor de la diosa de la
fecundidad, venerada en todos los pueblos de la antigüedad bajo los diferentes
nombres de Aschera-Astarté, Milita, Afrodita, Venus y Cibeles. Se elevaban en
su honor templos especiales, provistos de altares de toda clase, donde se
hacían sacrificios a las diosas, según ritos determinados. La ofrenda en
dinero, que los hombres depositaban, caía en la bolsa de los sacerdotes"
(Bebel, A., 1976, pp. 31-32).
En la cuenca del Mar
Mediterráneo, ya fuera en el Antiguo Egipto o entre los pueblos semíticos solía
considerarse ya como una desnudez el hecho que las mujeres mostraran en público
su cabellera; la ocultación de la cabellera femenina también existió aunque más
moderada en la antigua Grecia y la antigua Roma, en la Roma clásica se
distinguía a la mujer que no era “lupa” (lupa = "loba" = prostituta)
porque llevaba en público sus cabellos o bien cubiertos o recogidos en un
rodete; en el Antiguo Egipto se consideró un acto de desnudez femenino el hecho
que la mujer exhibiera su cabellera natural, pero como era común que los
egipcios y las egipcias se decalvaran por cuestiones de higiene extrema (por
ejemplo evitar piojos) el uso de pelucas por parte de las mujeres era altamente
erótico y las mujeres semidesnudas con peluca excitaban como si estuvieran
desnudas.
La prostituta y los basureros. Matías Piccinelli |
La semidesnudez erótica entre los
antiguos egipcios ha sido común en pinturas y estatuaria en la que aparecen
representadas bellas mujeres vestidas con tules u otras ropas sutiles de hilado
con lino cuyas trasparencias permitían observar gran parte del cuerpo femenino,
para el egipcio común como para otros pueblos, la mujer saliendo vestida de las
aguas, aunque con sus ropas mojadas ciñéndole el cuerpo y mostrando la mayor parte
de sus curvas, ha sido una semidesnudez (semidesnudez que se reiteró más de
tres mil años después entre cierta élite francesa en tiempos previos al Imperio
Bonapartista: la moda estilo imperio precedió al mismo Napoleón I entre las
mujeres, las cuales para evidenciar su belleza corporal llegaron a humedecer
sus ropas en el bastante poco apacible clima parisino, lo cual dio lugar a un
síndrome de resfríos, gripes, neumonías etc. que fue llamado "enfermedad
de las muiselinas” o, recordando a la promiscua emperatriz romana, de las
Mesalinas.
Si en la antigua Grecia y
Mesopotamia, la prostitución formaba parte de las tareas del templo, y todas
las mujeres participaban en ellas antes del matrimonio como un tipo de ritual
religioso, en la cultura incaica existían doncellas que, a tiempo de adorar a
los dioses, satisfacían los impulsos sexuales del Inca. También se admitió la
existencia de “pampayrunas” (prostitutas), quienes vivían aisladas en el campo
y dedicadas al comercio sexual. Además, como las costumbres sexuales americanas
eran más libres y variadas antes de la llegada de los conquistadores, entre los
mayas estaba permitido que los varones llevaran prostitutas a sus casas; en
Panamá habían incluso tribus en las que se practicó el homosexualismo de manera
natural, hasta cuando la moral cristiana se impuso a sangre y fuego y
restringió estas costumbres sexuales.
En Nicaragua, la prostitución
"era considerado un trabajo tan respetable como cualquier otro; era
corriente que una joven se ganara la vida con amantes de paso y acumulara así
su dote. Los padres estaban no sólo de acuerdo, sino que guardaban con ella un
entendimiento perfecto: seguía viviendo con ellos -su actividad se verificaba
en un lugar especial del mercado-, los sostenía en caso de necesidad y cuando
quería casarse su padre le cedía una parcela de su terreno. La aceptación
social implicada en estas relaciones está corroborada por la actitud de los
jóvenes hacia la que vendía su cuerpo (diez granos de cacao era el precio oficial).
Igual que si se tratara de una obrera o una empleada, los muchachos del barrio
la rodeaban, la querían, la acompañaban a su trabajo o la iban a buscar. Oviedo
insiste repetidas veces en que esos hombres, a los que no sabe dar otro nombre
que el de ‘rufianes’, no recibían ni dinero ni favores especiales. Cuando la
mujer anunciaba su deseo de casarse, sin revelar el nombre del elegido, pedía a
los galanes que le construyesen una casa" (Séjourné, L., 1976, pp.
128-129).
En Bolivia, después de
descubierto del “cerro que manaba plata”, en 1545, se concentraron en Potosí,
junto a virreyes y capitanes generales, cientos de tahúres profesionales y
prostitutas célebres, a cuyos salones lujosos concurrían los conquistadores que
no sabían en qué despilfarrar los lingotes de oro y plata.
"Otro fenómeno –señala
Bebel–, que tiene por causa la supremacía del hombre sobre la mujer, y que
persiste y se agrava a cada paso, es la ‘prostitución’. Si en los pueblos más
civilizados de la tierra el hombre exigía a su mujer rigurosa reserva sexual
respecto de los demás hombres, y si con frecuencia castigaba una falta con
penas muy crueles, por ser mujer de su propiedad, su esclava, y por tener, en
caso de infidelidad, derecho de vida y muerte sobre ella, no estaba, en manera
alguna, dispuesto a someterse a la misma obligación. El hombre podía,
ciertamente, comprar varias mujeres, y, vencedor de batallas, quitárselas al
vecino. Pero esto implicaba la necesidad de mantenerlas, lo cual sólo pudo
realizar una exigua minoría, dadas la desigualdad de las fortunas y el corto
número de mujeres hermosas, cuyo precio aumentó. Mas como el hombre iba a la
guerra, viajaba continuamente y ansiaba, sobre todo, el cambio y la diversidad
de los placeres amorosos, sucedió que solteras, viudas, mujeres repudiadas o
esposas pobres se ofrecían al hombre por dinero y éste las compraba para sus
placeres superfluos" (Bebel, A., 1976, pp. 30-31).
En la Europa medieval, la
prostitución gozaba de una organización gremial, como cualquier otro oficio, y
en cada ciudad existía una casa de mujeres bajo el control de las parroquias,
en cuyas cajas ingresaban las ganancias de la prostitución. Además, en ese
tiempo, las mujeres pobres del campo acudían a las grandes urbes en busca de
mejores condiciones de vida. "Si no lo conseguían con su propio trabajo se
les presentaba otro camino: vender sus cuerpos. Esta forma de ganar dinero
estaba tan difundida que las mujeres venales organizaron sus propios gremios en
muchas ciudades. Estos gremios los legalizaban los regidores de la ciudad (es
decir, los habitantes que poseían carta de vecindad), y las prostitutas
organizadas perseguían encarnizadamente a toda mujer que se atrevía a
prostituirse sin pertenecer a las organizaciones legales aceptadas por los
honorables consejeros de la ciudad. Por eso era muy difícil ganar dinero como
mujer libre ‘callejera’, fuera de las casas de muchachas, es decir, de los
burdeles" (Kollontai, A., 1976, p. 73).
Esto no implicaba que las
prostitutas estuviesen a salvo de las represalias desencadenadas por el clero.
En los tenebrosos días de la Inquisición y la Reforma fueron cientos, acaso
miles, las que ardieron en las hogueras, a pesar de que este acto de doble
moral se había ya experimentado a principios de la Edad Media, cuando
Carlomagno dispuso que toda mujer prostituta fuese paseada desnuda y a
latigazos por las calles, mientras él mismo, como emperador y rey
cristianísimo, poseía nada menos que seis mujeres a la vez.
A mediados del siglo XIX, los
países que más se dedicaron a la trata de esclavas blancas fueron Alemania y
Austria. Desde el puerto de Hamburgo se exportó la mayor cantidad de mercancía
viviente hacia América del Sur, Bahía y Río de Janeiro, pero el lote más
importante era destinado a Montevideo y Buenos Aires, mientras una pequeña parte
iba rumbo a Valparaíso, a través del estrecho de Magallanes. Otra corriente
dirigíase, sea por Inglaterra o por vía directa, a América del Norte, donde
competían con las prostitutas indígenas, y donde se dividía, dirigiéndose, sea
hacia el Oeste y California. Desde aquí seguían la costa hasta Panamá, mientras
Cuba, las Indias occidentales y México eran abastecidas por Nueva Orleáns. Bajo
el nombre de bohemias, otras jóvenes alemanas eran exportadas, a través de los
Alpes, a Italia, y de allí, más al sur, a Alejandría, Suez, Bombay, Calcuta,
hasta Singapur y aun hasta Hong-Kong y Shangai. Las Indias holandesas, el Asia
oriental y, sobre todo, el Japón, eran malos mercados, porque Holanda no
toleraba en sus colonias jóvenes blancas de este género, y en Japón las
muchachas del país eran demasiado hermosas y muy baratas. La concurrencia
americana por San Francisco contribuía igualmente a hacer muy difíciles los
negocios por dicho lado, mientras San Petersburgo y Moscú se proveían de los
mercados de Riga y otras ciudades del Báltico.
La calle de las putas. |
El comercio de esclavas blancas y
el establecimiento de casas públicas fueron cada vez más ascendentes, a pesar
del sistema de reglamentación que se introdujo en varios estados europeos, con
el propósito de registrar a las prostitutas y así evitar la proliferación de la
sífilis y otras enfermedades venéreas. Esta reglamentación, a pesar de todos
los esfuerzos y recursos, fracasó en todas partes, debido a que ningún hombre
se sometió a dicho control.
En cuanto al número de mujeres que
ejercían la prostitución en algunas ciudades europeas del siglo XIX, cabe
destacar los siguientes datos: en Londres habían entre 80.000 y 90.000
prostitutas en 1869; en París, la cifra de mujeres registradas por la policía
es sólo de 4.000, pero el de las prostitutas asciende a 60.000, y, según
ciertos autores, hasta 100.000; en Berlín habían alrededor de 15.065 en 1871. Y
como sólo en el año 1876 hubo 16.198 arrestos por infracción de los reglamentos
de policía de las costumbres, puede deducirse que no exageran quienes estimaban
de 25.000 a 30.000 el número de prostitutas berlinesas. En Hamburgo, en 1860,
contábase una “mujer pública” por cada nueve mayores de quince años, y en
Leipzig había en la misma época 504 mujeres inscritas, pero se calculaban en 2.000
las que vivían esencial o exclusivamente de la crápula.
En el presente siglo, las mujeres
del llamado Tercer Mundo, además de sufrir diversos grados de explotación
social, son explotadas sexualmente, ya sea con sistemas del tipo “alquile una
esposa”, a través de las compañías financieras internacionales, los grupos
bancarios que manejan los hotel-burdeles y con la promoción del turismo
mediante anuncios sexistas, donde el cliente puede hacer el amor a crédito o
pagar con tarjeta.
La pornografía infantil, impresa
o audiovisual, es otra de las manifestaciones de la prostitución y un mercado
lucrativo, una industria que se vale del cine, el video, la fotografía y el
cómic, para comercializar con el sexo de “mujeres-niñas”.
En Japón, donde la industria pornográfica
ha superado en beneficios al poderoso sector del automóvil, existen medio
centenar de revistas que publican reportajes con fotografías de adolescentes en
trajes de baño o vestidas de colegialas en posturas ligeramente eróticas. Los
expertos deducen que el hombre japonés siente una gran fascinación por la
“mujer-niña”, y los comerciantes del sexo sacan partido de ello.
En EE.UU., la prostitución
infantil es consecuencia directa de la pobreza y el consumo de drogas. Los
cálculos sobre el número de prostitutas menores de edad sitúan la cifra de más
de un millón. Si se añade a quienes se dedican al “sexo de supervivencia”
(encuentros ocasionales con el fin de conseguir dinero para comida o droga), el
número asciende al doble o triple. Además, existe medio millón de menores que
son usadas en la producción pornográfica, de las cuales muchas han sido
importadas por la mafia desde Puerto Rico, Jamaica o México.
En Tailandia, el paraíso sexual
del turismo occidental, los traficantes ofrecen un préstamo a los padres de las
niñas de nueve y diez años de edad, en tanto a las de doce y trece les ofrecen
un trabajo como camareras en restaurantes o como “bailarinas folklóricas”.
Pero, una vez en manos de los proxenetas, que controlan el mercado del sexo, son
vendidas a los burdeles de Bangkok, Pattaya y otras ciudades del interior,
mientras a las más hermosas las venden al extranjero, a Japón, EE.UU., Europa y
Canadá, burlando el control de las autoridades que rastrean la pista de los
tratantes que miserablemente engañan a campesinos tailandeses y compran a sus
hijas por adelantado para comerciar después con ellas en lugar de
proporcionarles el “trabajo decente” que se prometió a la familia. En los
pueblos del norte, junto a la frontera con Birmania, no queda ni una sola niña,
porque han sido vendidas por sus padres o maridos con un contrato como
sirvientas a propietarios de burdeles. Pero los traficantes de niñas, tras
agotar las reservas tailandesas, han extendido sus zonas de reclutamiento a
Birmania, Laos y China. Y, aunque se sabe que el gobierno birmano encierra en
prisiones, o incluso asesina, a las prostitutas que vuelven infectadas con el
sida de Tailandia, los proxenetas siguen dedicados a su profesión lucrativa:
vender servicios sexuales de niños y ofrecer a buen precio la virginidad y el
pánico de una niña birmana o laosiana.
La prostitución infantil no sólo
está constituida por las niñas que son vendidas ilegalmente, sino también por
aquéllas que huyen de sus hogares o abandonan sus aldeas en busca de mejores
condiciones de vida. Algunas caen en la prostitución víctimas del secuestro o
el engaño. Presas fáciles, se convierten en propiedad de los mercaderes del
sexo.
En Filipinas, las niñas pobres
acaban en la prostitución, en esos recintos a media luz de las grandes urbes,
donde el precio del servicio de las niñas es tres o cinco veces más que el de
las prostitutas mayores de edad; en Tailandia, un país de más de 64 millones de
habitantes, 800.000 de sus con-nacionales frecuentan alguna de las miles de
casas de citas registradas en los archivos policiales, sobre todo en la
capital, conocida como el burdel más grande de Asia. Aquí, en el “país de las
sonrisas”, se venden cada año aproximadamente 2.000 niñas a los burdeles para
el disfrute de millones de turistas europeos, americanos y japoneses. El
gobierno reconoce una plantilla de 800.000 prostitutas, pero otras
organizaciones no gubernamentales hablan de más de un millón, distribuidas en
casas de masajes, peluquerías, bares o ejerciendo la actividad en las calles de
las principales ciudades.
En Sri Lanka se ha constatado que
la industria del sexo afecta más a las niñas que a las prostitutas adultas. Se
calcula que existen unos 50.000 niñas controladas por el sindicato de
proxenetas, y otras tantas ejerciendo su oficio en las playas de Maratuwe y en
las calles de Colombo; en Filipinas 90.000; en la India, considerado el país
que tiene mayor incidencia de prostitución, más de 800.000 niñas venden su
cuerpo; en Brasil, las menores que viven de la prostitución alcanzan la cifra
de 600.000; en Colombia, el número de prostitutas entre ocho y dieciocho años
se ha quintuplicado en los últimos años. Los nuevos centros mundiales de la
prostitución infantil son Vietnam, Camboya, Laos, China, México, Puerto Rico,
Brasil, la República Dominicana y los países del antiguo bloque soviético.
Pocos rincones del mundo son inmunes a la irrupción del comercio del sexo. En
los pueblos del Himalaya nepalí, cada año se venden unas 12.000 adolescentes
que van a parar en los burdeles de Bombay, mientras las africanas, que aprenden
a hablar una babel de idiomas para vender su sexo, acuden en grupos a Bolonia y
al Sur de Europa. Asimismo, después del desplome de los países del Este, se ha
producido un éxodo de mujeres que acuden a Occidente, con la esperanza de
salvarse de la pobreza y obtener beneficios. La policía dice que una cuarta
parte de las 500.000 prostitutas que existen en Alemania proceden del antiguo
bloque del Este. Incluso en el puritano Oriente próximo todas las semanas
aterrizan vuelos chárter de mujeres rusas, polacas y checas en el aeropuerto de
Dubai, donde se ofrecen como azafatas rubias y de ojos azules, mientras duran
sus visados de 14 días.
Aparte del comercio con mujeres
extranjeras, que llegan a Europa engañadas por los traficantes que controlan la
prostitución organizada, se han creado agencias para promover los llamados
“matrimonios de compra”, en las cuales los hombres occidentales “encargan” una
mujer de algún país del llamado Tercer Mundo, con el fin de someterla a una
especie de semiesclavitud.
Por otro lado, para los
capitalistas, las mujeres no sólo ocupan un lugar secundario, sino que, al
mismo tiempo, las usan como objetos sin alma ni cerebro, junto a los productos
que ofrecen al consumidor. Los burdeles de Amsterdan, París, Berlín, Bangkok o
Manila, las exhiben en escaparates lujosos para que el cliente pueda elegir la
que más le agrada, como si fuese un vestido, una botella de whisky o un pedazo
de jamón. En los anuncios comerciales, donde se muestran jóvenes esbeltas y
semidesnudas decorando un coche o un artefacto electrodoméstico, son un detalle
más para vender el producto al usuario.
Bibliografía:
1. Bebel, August: La mujer. Ed.
Fontamara, España, 1976.
2. Kollontai, Alexandra: La mujer
en el desarrollo social. Ed. Guadarrama, Madrid, 1976.
Víctor Montoya
Víctor MontoyaNació en La Paz, en
1958. Escritor, periodista cultural y pedagogo. Vivió en las poblaciones
mineras de Siglo XX y Llallagua. En 1976, como consecuencia de sus actividades
políticas, fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en el Panóptico
Nacional de San Pedro y en el campo de concentración de Chonchocoro-Viacha,
escribió su libro de testimonio ?Huelga y represión?, hasta que en 1977, tras
ser liberado de la prisión por una campaña de Amnistía Internacional, llegó
exiliado a Suecia.
Cursó estudios de pedagogía en la
Escuela Superior de Profesores, en Estocolmo. Dictó lecciones de quechua en
institutos, coordinó proyectos culturales en una biblioteca y ejerció la docencia
durante varios años. Ha publicado: ?Días y noches de angustia? (premio nacional
de cuento, UTO, 1984), ?Cuentos Violentos? (1991), ?El laberinto del pecado?
(1993), ?El eco de la conciencia? (1994), ?Antología del cuento latinoamericano
en Suecia? (1995), ?Palabra encendida? (1996), ?El niño en el cuento boliviano?
(1999), ?Cuentos de la mina? (2000), ?Entre tumbas y pesadillas? (2002) y
?Fugas y socavones? (2002). Dirigió las revistas literarias ?PuertAbierta? y
?Contraluz?. Escribe para una veintena de publicaciones en América Latina y
Europa.
Es miembro de la Asociación de
Escritores Suecos y del PEN-Club Internacional. Participó en el Primer
Encuentro Hispanoamericano de Jóvenes Creadores, Madrid, 1985, y fue uno de los
principales organizadores del Primer Encuentro de Poetas y Narradores
Bolivianos en Europa, Estocolmo, 1991.
Su obra mereció premios y becas
literarias. Tiene cuentos traducidos y publicados en antologías
internacionales. Es redactor responsable de la edición digital de Narradores
Latinoamericanos en Suecia: http://www.narradores.cjb.net.
http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2012100502
La mayoría de las IMAGENES han sido
tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por
favor enviar un correo a
alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas
gracias por la comprensión.
En este blog las imágenes son afiches,
pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución
para no revictimizarlas.
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