La prostitución tiene que ver con la igualdad, no con el
sexo
Las mujeres que se dedican a la prostitución tienen que
tener los mismos derechos que cualquier otra persona.
Beatriz Gimeno
06/03/2014 -
El eterno debate sobre la prostitución arrecia de nuevo y en
las últimas semanas nos han llegado varias noticias: cooperativas, debates en
televisión, clases de prostitución y, hace un par de semanas una resolución del
parlamento europeo que me parece que va en la buena dirección.
Me han llegado invitaciones para participar en varios
debates e incluso para escribir sobre el asunto y a todo he dicho que no.
Considero que la prostitución es un asunto de tal complejidad que cualquier
acercamiento simplista no hace sino enturbiarlo aún más. En contra de lo que pretenden
hacernos creer, la prostitución de hoy día no tiene mucho que ver con el sexo
sino que utiliza un producto que se vende muy bien, el sexo, para sostener y
reforzar una institución que tiene que ver con muchas cosas: con las
migraciones globales, con el capitalismo, con el patriarcado en su fase
neoliberal, con la pobreza, con la feminización de la misma, con una
determinada construcción de la sexualidad, con una determinada construcción de
las subjetividades, con la construcción de las categorías de género, con el
feminismo…la prostitución es todo eso y más. Reducirla a los cuatro argumentos
con los que se suele solventar el debate actual hace imposible un acercamiento
mínimamente ajustado. Aun así voy a
intentar ofrecer algunas pinceladas desde un punto de vista distinto al
habitual aunque no pretendo agotar con esto agotar el debate.
Las personas que abogan por la normalización de la
prostitución (generalmente mediante su regulación) son las mismas que nos
presentan el debate en su expresión más simplificada (porque ahí es fácil
ganarlo): la prostitución es una cuestión de libertad individual de las
mujeres, las mujeres tienen derecho a vender sus servicios sexuales y regular
este servicio garantizará derechos a estas mujeres. Las abolicionistas niegan,
por su parte, que ninguna mujer pueda prostituirse libremente. Durante décadas,
el sector abolicionista se ha empeñado en discutir esta cuestión del
consentimiento y en hacer pilotar sobre ella todo el debate: ninguna mujer
puede consentir en ser prostituta. Al defender el argumento de la radical falta
de consentimiento, las abolicionistas nos vemos en un callejón sin salida. Por
una parte, es absurdo basar el debate en que es imposible que existan mujeres
que prefieran la prostitución a las maquilas, a no tener ningún trabajo o a
limpiar diez horas por la mitad de sueldo. Porque las hay, pocas o muchas y,
además, es una elección que entra dentro de lo razonable. El punto de partida
aquí es que en el capitalismo todo consentimiento está viciado, no sólo el de
las prostitutas; no deberíamos convertirlo en excepcional.
Si cuando hablamos de trabajadores que escogen sueldos de
600 euros no apelamos a la libertad individual como instancia suprema (también
es razonable preferir ese sueldo a nada y aceptarlo), ¿por qué sí lo hacemos
cuando hablamos de prostitución? Porque la complicidad social con esta institución -el pacto entre varones- es mucho mayor que la existe en el caso de la
clara explotación laboral. Desde un
punto de vista de izquierdas, anticapitalista, antipatriarcal o simplemente
progresista, no podemos seguir pensando la prostitución como una cuestión de
libertad individual, o no exclusivamente, sino que tenemos que entender que
cada sistema político tiene también su política sexual y la prostitución ha
sido desde siempre una institución a disposición del sistema de turno; en este
caso, ahora, del neoliberalismo. El
neoliberalismo busca que pensemos la prostitución sólo desde el punto de vista
individual, borrando todo rastro de lo social que podría cuestionarla.
Desde los años 70-80 el uso de la prostitución experimenta
un crecimiento exponencial mayor que nunca antes en su historia, y eso cuando
en la década de los 60 había entrado en un cierto declive. ¿Por qué aumenta el
uso de la prostitución cuando se daban las condiciones para que descendiera:
más libertad sexual que nunca, mujeres libres y sexualmente activas,
desaparición del estigma asociado a la sexualidad femenina, libertad
reproductiva etc.? Pues porque en un
momento dado la función de la prostitución se transforma radicalmente para
convertirse en una institución funcional al neoliberalismo que comienza a
extenderse. Así, la institución
prostitucional adquiere una nueva funcionalidad posmoderna: la de ofrecer a los
puteros (y a todos los hombres) “plusvalía de género”, en palabras de Donna
Haraway. Como explica magistralmente la antropóloga Rita Segato, el
neoliberalismo ha puesto a los hombres en una situación de feminización social:
precariedad laboral, bajos salarios, pobreza… los ha emasculado, los ha
feminizado socialmente. Al mismo tiempo, y por razones contrarias pero que han
coincidido en el tiempo, el feminismo ha conseguido ciertas victorias sobre la
masculinidad tradicional. Así que los hombres, muchos hombres, especialmente
aquellos que no han sabido aprovechar lo que de liberador tiene el feminismo,
están viendo peligrar su propia subjetividad masculina, levantada en parte
sobre una determinada ideología sexual que está siendo acosada en muchos
frentes. En muchos lugares del mundo, la masculinidad amenazada ha reaccionado
con una violencia extrema: el feminicidio. En Europa, donde esa violencia no es
imaginable por ahora, la política sexual del neoliberalismo compensa a sus
precarios trabajadores, a los que ahora paga como si fueran mujeres, con la
posibilidad de reafirmar su precaria masculinidad mediante el uso de mujeres
que el sistema ha puesto a ocupar la categoría de puta. Así, ellos pueden
volver a sentirse hombres “de verdad” y de esta manera su rabia se mitiga. Cada
vez son más las empresas que ofrecen prostitutas como una parte oculta del
salario: en ferias, en bonus, en vacaciones… (Aquí se produce, además, una
nueva segregación laboral ¿con qué van a
pagar a las trabajadoras? De ellas se espera que desistan de competir en esos
espacios) En los próximos años según se feminicen las condiciones de vida de
los trabajadores veremos crecer el uso de la prostitución y su normalización
social.
Princesas profesionales ley corazón putas mujeres. Pedro Roca Sánchez |
Los hombres no compran un cuerpo, ni sexo, sino una fantasía
de dominio y masculinidad tradicional, como asegura Fraser. Basta con entrar en
un foro de puteros (los siempre invisibles puteros) para darse cuenta de lo que buscan esos
hombres en la prostitución: destruir la idea de igualdad, reforzarse unos a
otros en la fantasía de superioridad masculina, no buscan sexo porque el sexo
ahora es gratis, fácil y está al alcance de cualquiera. El problema con el sexo
entendido como relación humana no mercantilizada es que plantea exigencias,
como cualquier relación humana: de reciprocidad o de cuidado. La prostitución
de hoy adiestra, enseña, disciplina el cuerpo masculino en la desigualdad
extrema, en la mercantilización desnuda de las relaciones humanas y erotiza esa
relación. ¿Nos tiene esto que dar igual a las feministas? ¿Nos da igual que
mientras que luchamos por la igualdad, la sociedad refuerce por otro lado un
espacio para que los hombres “descansen” del feminismo o de la igualdad? ¿Puede
una sociedad considerarse igualitaria mientras mantiene un ámbito, un espacio,
de desigualdad radical?
En el segundo aspecto, el mercantil, la prostitución es hoy
una mega industria global (es la segunda industria mundial e implica a unas 40
millones de mujeres en todo el mundo) y como tal hay que pensarlo, como
pensamos cualquier mercado. Un mercado abierto por el capitalismo global que
funciona como cualquier otro mercado. ¿Somos libres de vender nuestros órganos,
nuestro cuerpo, nuestro sexo, nuestro vientre, nuestra sangre? ¿Por qué
consideramos que hay cosas, sobre todo las que tienen que ver con el cuerpo,
que tienen que quedar fuera del mercado? Entre otras cosas porque sabemos que
el que vende y el que compra, en el capitalismo, no están nunca en situación
equiparable. Porque el cuerpo es la última frontera, porque es el ámbito más
íntimo de nuestra subjetividad, porque nos construye y puede destruirnos.
Porque sabemos que siempre que se abre un mercado lo que ocurre es que se
obliga a los/las pobres a entrar en él; si el mercado existe, los pobres, las
pobres tienen que surtirlo. Así funcionan los mercados: los pobres se ven
obligados a (mal)vender a los ricos lo que estos determinan, una clase pequeña
intermedia puede sacar ciertos beneficios y una minoría empresarial es la que
definitivamente se enriquece. Y si todos los mercados son desiguales, los que
atañen al género son doblemente desiguales. ¿Es casualidad que mientras que
cualquier anticapitalista encuentra que es terrible legalizar la venta de
órganos o de sangre, encuentre en cambio que es aceptable legalizar aquello que
sólo las mujeres pueden vender (es decir, aquello que el capitalismo pueda
extraer sólo de ellas): vientres (niños), sexo, óvulos? ¿Por qué lo que las
mujeres ofrecen al vender sus cuerpos es considerado por muchos varones de
izquierdas o anticapitalistas (y mujeres también) como propio del ámbito de
libertad personal”? ¿No será que es la construcción sexual- identitaria
masculina patriarcal lo que se pone en juego?
Defender la prostitución hablando de la libertad de las
mujeres para prostituirse es, como dice Zizek confundir la elección con la
ilusión de libertad, es decir, la ideología dominante con la ideología que
parece imperar. La libertad es siempre la libertad que va contra la ideología
dominante. En un sistema que ha convertido la prostitución en un negocio multimillonario
y global, normalizado socialmente y legalizado en casi todas partes, defender la libre elección de la prostitución
es un sofisma. Defiendo que mi cuerpo es mío para abortar en una sociedad que
condena el aborto o que lo dificulta, pero no en la China del hijo único, donde
defendería que mi cuerpo es mío para no abortar si no quiero hacerlo. Defender
que mi cuerpo es mío para prostituirme, que mi trabajo es mío para cobrar 400
euros o que mis ideas son mías cuando todos los medios de comunicación dicen lo
mismo…entonces hablamos no de libertad, sino de ideología dominante revestida,
a menudo, de transgresión, que es lo que se ha hecho siempre para vender mejor
la ideología dominante. Cualquier libertad que confirme la ideología dominante
requiere ser repensada. Cuando la industria mundial del sexo necesita millones
de prostitutas y el patriarcado necesita que los varones consuman desigualdad
en el cuerpo de las mujeres es cuando, qué casualidad, se reivindica libertad
para prostituirse.
De más está decir que las mujeres que se dedican a la
prostitución tienen que tener los mismos derechos que cualquier otra persona.
Todas las personas tienen que tener los mismos derechos. Pero defender eso no
implica dejar en suspenso nuestra ideología anticapaitalista o antipatriarcal
sólo cuando hablamos de prostitución. Ayer mismo me llegó un post que dice que
la industria del sexo habla a cada cual en el lenguaje que quiere escuchar: a
la izquierda le hablan de sindicalismo y conquista de derechos.; a las feministas,
de autonomía personal y derecho al propio cuerpo; a los movimientos
alternativos, de cooperativas; a los liberales, de responsabilidad individual;
a los gais, de libertad sexual. Cuando hablamos de ideología dominante
patriarcal, todas nuestras reservas desaparecen.
Volvemos al principio: la resolución del parlamento europeo
es buena porque por fin no pone el énfasis en la voluntariedad o no de la
prostitución, sino en el efecto que ésta tiene en la igualdad de género. Y es
un efecto devastador.
Fuente
http://www.eldiario.es/zonacritica/prostitucion-ver-igualdad-sexo_6_235936431.html
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para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos
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