Las mujeres
en situación de prostitución (1)
Lic.
Magdalena González
publicacionmg@yahoo.com.ar
Este
artículo fue publicado en la Revista feminista BRUJAS N° 31, publicada por ATEM
“25 de noviembre”
Mientras
cursaba la escuela secundaria visité por primera vez, junto con una profesora y
un grupo de compañeras, el hospicio de mujeres de Lomas de Zamora. En un
momento dado, me entretuve hablando con algunas de las internas y, cuando quise
volver a reunirme con mi grupo, ellas me señalaron un atajo. Así me encontré
atravesando lo que después supe era el pabellón de mujeres que habían estado en
situación de prostitución. Me llamó la atención la gran cantidad de mujeres que
había en ese pabellón. Cuando le pregunté al Director por qué esa cantidad me
contestó “Son muchas por las cosas que les hicieron y les hicieron hacer”.
En ese
momento fui testigo del costo de esa forma de vida. Lo innegable era la
destrucción que para estas mujeres había significado. También me pareció
innegable su padecimiento. Fue a partir de tal circunstancia que se me impuso
un interrogante: ¿Qué acontecimientos pudieron producir un daño tan profundo
como extenso?
SEXUALIDAD-VIOLENCIA-DOMINACIÓN
Es sabido
que en nuestra cultura hay una ideología instalada que valora como emblemas de
la masculinidad atribuciones de coraje, decisión, iniciativa y poder sobre el
otro/a. Por este motivo, los sentimientos y representaciones de temor,
incertidumbre, humillación, sensibilidad, ternura que puedan tener los varones,
son reprimidos e inhibidos o les producen vergüenza si llegan a hacérseles
concientes. Al ser inhibidas, estas representaciones y los afectos ligados a
ellas, son mostradas como dificultad de expresión, como modalidades de carácter
y blasones de virilidad. De cualquier modo, estos sentimientos se transforman
frecuentemente en violencia, una de cuyas formas más comunes de descarga es la
violencia doméstica. En este ámbito, las relaciones sexuales terminan siendo el
lugar oculto donde se realizan actuaciones de mandatos sociales y familiares.
Estas creencias concientes o inconcientes relacionan la frecuente actividad
sexual con la valoración de una supuesta virilidad y por lo tanto son una
reafirmación de potencia.
Este
equívoco es facilitado y sostenido por el prejuicio de una necesidad perentoria
de la actividad sexual masculina. Se trata en realidad de la descarga de
ansiedad no reconocida como tal y podemos afirmar que mientras se sostenga esta
estructura, el varón quedará impedido de contactar con sus propios sentimientos
y sus representaciones inconcientes, no conocidos por él y, por lo tanto, no
elaborados.
Junto a la
valoración de esa supuesta virilidad, en el trabajo con los analizandos
encontré que se da por descontado que sus mujeres están en función de “satisfacer
esa necesidad” y deseosas de hacerlo, independientemente del deseo sexual de
ellas, como expresión conciente o inconciente del dominio que ejercen los
varones.
Esta
necesidad sexual masculina a la que se le atribuye el carácter de apremiante,
inaplazable, es, en el imaginario social, uno de los motivos que justifica el
prostituir a las mujeres
Lo mismo
ocurre con los sentimientos de violencia. La violencia padecida por el varón,
cuando se la inflige otra persona a él, o él mismo se encuentra ante diversas
circunstancias de impotencia, puede derivar también hacia el sexo violento por
esa vía de descarga ya instalada. Por parte de la mujer, en no pocos casos,
existe una falta de apropiación de su cuerpo y de su sexualidad. Estas dos
condiciones, generadas desde la cultura, formadoras de la intimidad del
psiquismo de las personas, permiten la apropiación indebida por parte del
hombre. Dicha apropiación se incrementa por la fantasía inconciente masculina
que da como supuesto un goce femenino en el sufrimiento y por la fantasía del
amor como equivalente de la sumisión
Esta falta
de apropiación, esta apropiación sesgada de la mujer de su cuerpo y de su
sexualidad, impide un buen proceso de autonomía como persona dando lugar a un
Yo frágil e indefenso, con el permanente temor a la pérdida del afecto del
otro. Asimismo, la enajenación de su sexualidad la ubica en una situación de
vergüenza: Ya tradicionalmente no era bien vista como mujer si no respondía a
los requerimientos de su marido, siendo estigmatizada como frígida,
insatisfecha y en última instancia histérica. En un paso más, se instala
fácilmente aquí la idea de la prostitución en una pareja, cuando, avalando
estos supuestos, un hombre le dice a su mujer “Si no encuentro satisfacción en
mi casa la voy a buscar afuera”.
Este tipo de
subjetividad inducida en las mujeres por el patrón cultural, produce el
sometimiento: la mujer accede al requerimiento del marido sin participar del
deseo ni de la posibilidad de disfrutar de la relación sexual; finge agrado
cuando en realidad estas relaciones sexuales son vividas como actos
coercitivos. No debemos olvidar que la patología de la sexualidad en nuestra
cultura, al estar jugada sobre el eje del dominio, hace que el victimario,
violento desde la misma apropiación, vaya empobreciéndose como persona y
transformándose, en parte, en dispositivo destructivo de ambos. Mediante una
continua manipulación de los sentimientos de la mujer la lleva al
convencimiento de que ya no podrá modificar su situación.
En muchas
familias la violencia se expande aún más, apareciendo grados que implican
cualitativamente efectos de mayor denigración y peligrosidad lo que se exacerba
cuando se agregan el alcoholismo y la drogadicción. Como es sabido, uno de
estos grados es el maltrato corporal donde las mujeres y los hijos sufren
restricciones, amenazas, extorsiones y golpes. Escalando en la violencia se
llega a la violación, al abuso sexual infantil intrafamiliar y al grado mayor
que es el asesinato de las mujeres o los chicos a manos de sus maridos o
padres. En este crescendo de situaciones que producen humillación, vergüenza y
muerte, las víctimas tienden a creerse cómplices de la violencia para tolerar
psicológicamente semejante inermidad. Por lo tanto, es claro el daño que
producen estos hechos traumáticos tanto en la sana evolución del narcisismo
como en los sentimientos de esperanza y en la confianza en las propias
realizaciones. Esto se produce debido a la disociación y a la falta de
simbolización, procesos de los que hablaremos más adelante en este artículo.
En las
investigaciones realizadas, encontré que en la gran mayoría de los casos, las
mujeres en prostitución provenían de familias donde se vivían situaciones de
violencia. Transcribo acá textualmente uno de ellos:
Lily: “Mis
padres son testigos de Jehová, fueron siempre muy reprimidos, cuando éramos
chicas a mí y a mi hermana nos castigaban siempre corporalmente. Hice la
primaria, en 4to año de bachiller me bautizaron en la religión de ellos en un
estadio de football lleno de gente.
Luego
comienzo a estudiar el profesorado de comunicación de los sordomudos porque mis
padres querían que hiciera eso, a los 8 meses me rebelé, no estudié más y les
planteé que quería ser una chica como las demás, con un jean, los ojos un poco
pintados, nada del otro mundo. Comenzaron las discusiones todos los días y mis
viejos siempre metiendo a Dios en el medio. Mi viejo me echó, me hice un bolso
y cuando entré a la pieza de mi vieja le dije: “no te olvides que soy tu hija”
y me contestó que me dejaba en manos de Dios.
Viví un mes
en un auto abandonado por Flores, hasta que me rajaron los vecinos, entonces
una noche en la estación de Once, una prosti de madrugada se sienta al lado mío
y me da una factura (hasta ese momento me alimentaba de la basura de las
hamburgueserías y pizzerías de Lavalle). Empecé a hablar con ella, me llevó al
hotel donde estaba, ahí me hizo bañar, me dio de comer y dormí en una cama. A
la semana yiraba en la calle con ella. Me levantó la cana, estuve en el
departamento de policía una semana y mis viejos ni aparecieron, cuando por fin
salí, me fui a laburar a un sauna”
Como se ve,
Lily ha vivido diferentes tipos de violencia por parte de sus padres: violencia
corporal; el acoso del control en vez de la protección; la imposición para
estudiar algo que no entraba en sus proyectos, aunque como metáfora aludiera a
la falta de comunicación en la familia. Y cuando plantea a sus padres su anhelo
de ser una chica como las demás, ellos consuman uno de los actos más temidos
para cualquier joven: la expulsan del hogar donde ella había sentido la única
protección, ya que no tenía vínculos afectivos importantes fuera de su casa por
la actitud excluyente de sus progenitores.
El mundo
externo había sido mostrado por sus padres como sumamente peligroso y no había
sido preparada para subsistir fuera de su casa. La sociedad repite la misma
violencia cuando no le permite permanecer en el único lugar que había
conseguido y no la provee de algo mejor. La mujer en prostitución que la ampara
le ofrece lo que ella tiene, su casa, su comida y su práctica. Esta fue la
“posibilidad de elección” de Lily.
EL
RECLUTAMIENTO
En todos los
casos estudiados, ellas realizaron sus “elecciones” ya desde la niñez,
condicionadas por situaciones externas e internas. En este sentido, es decisivo
el enlace que realizan con el mundo de la prostitución los reclutadores,
personajes clave del ámbito del proxenetismo, ya que la enorme mayoría de las
mujeres que llegaron a la situación de prostitución son inducidas, cuando no
obligadas, por ellos. Y en el último tramo de esta pesadilla, el tristemente
célebre trafico desatado con la globalización, a través de la promesa engañosa
de un trabajo anhelado en un país más desarrollado, donde les quitan los
documentos y permanecen en cautiverio.
En otros
casos el que inicia a la joven- se trata de niñas o jóvenes menores de edad- es
el propio padre o la madre. En América Latina hay un dicho atroz por parte de
algunos hombres: “Donde hay hembras no hay hambre”. Obviamente se las hace
cargo, desde tempranísima edad, de la enajenación total de su persona para
conseguir el sustento de sus padres y de sus hermanos varones con ese uso
explotador y tiránico.
Otro tipo de
reclutador se hace el novio y, entre seducción y presión, les pide que “atienda
algún amigo”, o las conecta con un prostíbulo. También puede reclutarla una
mujer en prostitución al encontrarla desprotegida: me estoy refiriendo a las
especialistas en captar mujeres para el sistema de la prostitución. En el caso
de Lily no se trata de una reclutadora por motivos de beneficio personal,
aunque de todos modos se produce el ingreso al sistema.
Se agrega
otro tipo de reclutador que medra en el ámbito de las Discos o lugares donde se
toman copas, y le sugiere a la joven seleccionada que hay un tipo interesado en
ella deseoso de invitarla a salir. Es común que estas jóvenes reciban regalos
importantes, participen de fiestas, etc., sintiéndose muy halagadas por sus
clientes, a los que ellas no reconocen como tales. Sin que lo sepan, también se
les sacan fotos manteniendo prácticas sexuales. Cuando toman conciencia de esta
situación y quieren retirarse, estas fotos serán usadas como extorsión para ser
mostradas a sus familias. Algunas de estas jóvenes mantendrán esta doble vida
bajo terror. Otras encontrarán el suicidio como única salida.
De la misma
manera que las víctimas de otros tipos de violencia, las mujeres en situación
de prostitución, como ya dijimos, también tienden a creerse cómplices de la
violencia para tolerar psicológicamente semejante inermidad. Confunden su
situación de víctima con “no haber valido nada” ya desde antes de que las
ingresaran a esa situación o antes del abuso sexual, y justifican esas
vejaciones infiriendo equivocadamente que la violencia y el abuso son consecuencia
de lo poco que valen. Por un lado, esto se debe a la desvalorización que se les
ha venido transmitiendo desde la infancia y, por el otro les permite tener de
sí una imagen menos desvalida suponiendo que han tenido alguna responsabilidad
en lo sucedido.
A su vez, el
proxeneta ejerce una acción de objetivación, es decir que realiza una negación
de la persona, por medio de la cual no se le reconoce la posibilidad de
pensamiento, decisión ni sentimiento atribuyéndose él, omnipotentemente, el
poder de disponer de la mujer según su conveniencia, a su arbitrio,
justificando de esa manera cualquier acción contra ella. Esta objetivación es
una de las acciones más destructivas contra estas mujeres ya que les niega su
condición humana. Tanto el cliente como el proxeneta, en muchos casos dan por
supuesto que la disponibilidad de la mujer es absoluta y su poder sobre ellas
también. Resulta claro que semejante exigencia por parte del prostituyente
lleva a la servidumbre sexual y a la esclavitud por lo tanto, en la práctica
queda claro que ellas en ningún caso están prestando un servicio, ya que el
cliente también participa de esta objetivación.
En cuanto al
aspecto económico, este es un determinante clave en la apropiación que los
proxenetas realizan sobre la persona de las mujeres pues, si estas mujeres se
liberasen, ellos perderían su “mercadería”; por eso, el intento de salida de
ellas puede llegar a estar penado hasta con la muerte. Frecuentemente estos
casos de asesinatos no son resueltos por la justicia, porque debemos recordar
que además, el proxenetismo está avalado por los organismos de poder.
El
IMAGINARIO SOCIAL
Queda claro,
que la prostitución es abuso. La mujer nunca la elige libremente sino que llega
a ella, a veces, para no morir de inanición, otras, porque se la convenció de
que es para “lo único que sirve”, o bajo amenaza, o por manipulación del
proxeneta, o por secuestro, o por mandato inconciente. Por ejemplo, una de las
madres de estas mujeres le dice a su hija “acá hace falta plata, hay que trabajar
o hacer la calle. Vos para trabajar no servís”. Otra, modista de alta costura
quien, desde que su hija era niña la vestía como a una de sus clientas ricas,
le decía: “Sos una muñequita de lujo para usar buena ropa y tomar champagne”.
En estos casos las madres, a partir de su propia devaluación, son sostenedoras
inconcientes del paradigma patriarcal.
Estos abusos
son naturalizados por la censura social contra las mujeres y también ellas
naturalizan: “puta una vez, puta para siempre”, dicen de si: “una puta no vale
nada”. Se intenta destruirles la dignidad y la esperanza de modificar su forma
de vida, pues si esto sucediera podrían escaparse de la situación o, por lo
menos, intentarlo. Los vecinos, los clientes, el proxeneta, la sociedad,
desplazan y dejan depositadas en las mujeres en situación de prostitución
algunas de sus fantasías y deseos, puesto que cada uno, por distintos motivos,
no se hace cargo de la responsabilidad que les cabe .
Como muestra
del imaginario social transmitiré opiniones emitidas en grupos motivacionales
de hombres y mujeres de diferentes edades y diferentes sectores sociales,
comentándolos brevemente:
Grupo de
hombres
“Les gusta
la plata fácil”. En realidad, es una plata sumamente difícil, pero puede llegar
a ser obtenida rápidamente, que no es lo mismo.
“Son mujeres
muy ardientes que necesitan muchas relaciones con los hombres” Lo cierto es que
son mujeres que ya no tienen sensibilidad alguna como consecuencia de su
actividad.
“Un hombre
puede pasar por cualquier cosa pero siempre es un hombre; una mujer cuando
cayó, ya no se levanta más”. Fantasía estereotipada y paradigmática del castigo
social patriarcal contra la mujer.
“Que estén
en lugares determinados, ocultos, que el ciudadano pueda vivir dignamente, como
elija vivir”. Para este hombre las mujeres en prostitución no son ciudadanas y
por lo tanto, no pueden elegir dignamente ni elegir dónde ejercer su actividad.
Cabe señalar que de esa manera quedan expuestas a todo tipo de peligro.
“La puta es
irrecuperable y comparable a los casos de los chicos de la calle”. Para quien
opina así, estas personas tienen un destino marcado fuera de la sociedad.
“Ponele a
una chica muy linda un tipo sumamente desagradable. No me digas que lo hace por
dinero. Es porque le gusta”. Aquí vuelve a aparecer la fantasía de una
sexualidad desbordante hasta el punto como para aceptar hacerlo con alguien
sumamente desagradable. Estas fantasías de una sexualidad desbordante,
coinciden con las fantasías que socialmente se tienen respecto de los hombres.
“Son
personas que se sienten disminuidas”. “Claro, lo hacen para levantar el ánimo”.
“Yo creo que tiene más que ver con la cosa salvaje de uno”. “Podes obligar a
alguien a hacer lo que vos querés”. “Haceme sentir tal cosa y chau”. “Yo creo que
ella es más viva que cualquiera”.
En estas
fantasías hay proyecciones y negaciones como para confundir el rol de la mujer
en situación de prostitución con el rol del cliente.
“La
prostitución tiene que existir porque si no todos esos hombres estarían violando
a nuestras hijas”, frase paradigmática que pone de manifiesto cómo la
prostitución es funcional al sistema.
En todos
estos ejemplos el imaginario social nos muestra que, tanto por parte de los
hombres como de las mujeres, la explotación éstas en prostitución está
justificada.
ALGUNAS
CONSECUENCIAS de la PRÁCTICA de la PROSTITUCIÓN
En el ámbito
de la prostitución el cumplimiento de los deseos del prostituyente produce, en
algunas mujeres, el orgullo de ser “una verdadera puta”. Es frecuente, en las
mujeres en general, más que en los hombres, la actitud de anticiparse a
realizar el deseo del otro. En algunos de estos casos puede verse que se ha
producido una desapropiación del deseo y una transformación: el propio deseo,
entonces, consiste en la realización del deseo del otro.
Por su parte
el prostituyente, el cliente, valora narcisísticamente esta anticipación, esta
particular servidumbre sexual, y la refuerza. Él disocia a la persona y la ve
como si fuera un objeto, deshumanizándola, a la vez que disocia algunos de sus
propios sentimientos de su sexualidad. Todos estos mecanismos están al servicio
de un abuso de poder.
El
prostituyente y todo el sistema de la prostitución se basa en un pago que
supuestamente los habilita para tal abuso; de la misma forma el cafishio
-llamado en el ambiente “marido”- lleva al extremo el poder sobre la mujer
entre amenazas y ofrecimiento de protección, en una relación de dominación a
veces absoluta: “No sos nada” le dice. Ella misma está negada como persona
–“una puta no es nada”, “a quién le importo” - y sólo le resta el “ser
utilizable” por el dinero que proporciona. Pero, a la vez, se le hace sentir
que ella no tiene valor. Incluso hay mujeres que jamás tocaron dinero, pues no
pasa por ellas.
Para la
mujer prostituida, el maltrato del proxeneta produce efecto traumático, con el
agravante de que se le hace creer que siempre el maltrato es merecido por el
hecho de ser una prostituta. La paradoja aquí consiste en que el hombre que la
castiga es el mismo que la llevó a la situación de prostitución.
Otra
situación paradojal podemos observarla cuando los propios padres de la mujer,
para ser mantenidos, retienen como rehén a un hijo de ella con la excusa de
estar “cuidándole el chico”. Estas y otras situaciones paradojales en las que
viven, van produciendo en ellas un socavamiento en la posibilidad de reflexión,
proceso imprescindible para desarrollar sus propias vidas de un modo autónomo.
Del mismo
modo, el hecho de tener obligadamente muchas relaciones sexuales durante cada
jornada, constituye inexorablemente aumento de la vulnerabilidad, y ellas no
tienen libre elección, sino elección del mal menor dentro del sometimiento.
Esta situación queda clara cuando, por ejemplo, algunas prefieren realizar la
práctica en la calle porque por lo menos pueden elegir a los clientes menos
ofensivos.
Por otra
parte, debemos tener en cuenta que cada cliente solicita o exige la realización
en acto de sus fantasías en el cuerpo de estas mujeres, o exigen que ellas
presencien actos que, por su diversidad y características, son sumamente
perturbadores. En un caso como en el otro habrá sufrimiento corporal y
psicológico y deterioro de la relación con el mundo externo.
Teniendo en
cuenta que el Yo es ante todo corporal, el daño al cuerpo es un daño a la
totalidad de la persona y será necesaria la asistencia hasta un fortalecimiento
yoico que permita el cese de la práctica. Sin estas condiciones es imposible la
elaboración de semejantes hechos traumáticos y también es dificultoso que
puedan elaborar las fantasías depositadas en sus cuerpos por ellas mismas y por
los otros: la familia, la sociedad, la cultura en general.
Un común
denominador que pude observar, independientemente de las diferencias
individuales, es que cualquiera sea el sector social en el que se desempeñaron
y las vicisitudes atravesadas en su infancia, ellas tienen una gran tendencia
no sólo a la ya mencionada disociación entre su racionalidad y su afectividad,
sino también una enorme dificultad para dirigir sus impulsos y una tendencia a
veces extrema a refugiarse en la fantasía, para huir de la cotidianeidad de una
práctica intolerable.
En muchas
aparece una tensión intrapsíquica que a veces impide casi totalmente su
capacidad de reflexión. Padecen enorme temor a las relaciones interpersonales,
sobre todo donde se juegue la afectividad. Paradójicamente tienen marcada
dependencia afectiva y también un gran rechazo a su propia sexualidad. Me estoy
refiriendo a que no ponen en juego su sexualidad en la práctica, o sea, no
incluyen su cuerpo erótico sino el cuerpo físico -incluso éste disociado de su
mente- y por lo tanto no hay deseo sexual en la mayoría de los casos, ni
siquiera con el hombre al cual quieren.
Sufren
repetidas angustias por baja tolerancia a la frustración y sentimientos de
culpa que, en algunos casos, se relacionan con haber sido abusadas siendo niñas
y por haberse hecho cargo de esa culpa que no les correspondía. Asimismo, se
sienten culpables por estar realizando una actividad que, aunque es tan
inducida por la sociedad, paradojalmente está tan censurada.
Aparecen
también tendencias a negar la realidad o a hacer un recorte importante de ella,
por la falta de recursos para poder operar sobre esa realidad que las desborda.
Por el mismo motivo, aparecen tendencias agresivas que reprimen y a veces, son
actuadas contra sí mismas produciendo síntomas orgánicos.
En la
mayoría de los casos se observa que sienten temor a la desestructuración y
fragmentación; sufren ansiedad referida a la sexualidad masculina; tienen tendencia
a la fabulación y vivencia de hostilidad con inclinación al aislamiento, como
mecanismo de defensa. Estas son tendencias autodestructivas, que cumplen
función de mecanismos de defensa que, a veces, aparecen como único escape de
sus realidades.
Sus proyectos
en general no coinciden con su realidad, lo que las lleva a generar una
depositación de sus deseos de realización en sus hijos, como intento de reparar
a través de ellos sus propias historias. Esto se relaciona con su propia
inmadurez emocional y se presenta de la forma ambivalente amor-odio.
Teniendo en
cuenta otro aspecto en el que se manifiesta la problemática, podemos observar
que en la sintomatología manifestada en el aspecto corporal, aparecen
frecuentemente jaquecas, hemorragias menstruales y, por el contacto y la
violencia física sufrida, dolores crónicos de todo el cuerpo -sobre todo mamas
y genitales- desgarros múltiples de vagina y recto, portación de HIV y
enfermedad de SIDA. En esta progresión de daño, nos encontramos con múltiples casos
de internación psiquiátrica, y finalmente, también con numerosos casos de
suicidio.
La falta de
procesamiento de los acontecimientos vividos, impide el desarrollo de la
reflexión sobre estos acontecimientos, o sea falta la mediación del
pensamiento, lo cual genera muchas veces conductas compulsivas que no les
permiten elegir adecuadamente. Por lo tanto, tienen obstaculizada la
elaboración de duelos, y, en consecuencia, más aún, la salida de la
prostitución. Y la sintomatología sigue agravándose por la acumulación de
situaciones sin elaboración.
El CONSUMO
DE MUJERES
Una mujer en
situación de prostitución expresó en una oportunidad en un programa de
televisión “No me da vergüenza mi actividad, ¿por qué me va a dar vergüenza si
me consumen?”. Ella expresa, aún de manera inconsciente, el doble aspecto de
reconocerse a sí misma como objeto de consumo asumiendo la postura del
proxeneta y del prostituyente, y, el de ser “consumida” en el sentido de ser
“devastada”. De esta manera, no sólo no se reconoce como persona en el trato
con el prostituyente que “consume” de ella la integridad de su corporeidad y
psiquismo, sino que esta relación la ubica en un punto de vista desde el cual,
claramente, no se considera persona. Estamos aquí ante la tremenda paradoja de
que hay gente que consume personas, y que para llegar a esto es necesario creer
que esa mujer es una “cosa” pasible de ser usada, abusada y consumida, tal como
ya se había sostenido al hablar del proceso de objetivación.
El proxeneta
y el consumidor se encuentran en una posición narcisista sostenida en el poder.
En el caso de la mujer prostituida se trata en cambio de una posición
devaluada. El solo hecho de pagar coloca al hombre en una situación de
superioridad respecto a la mujer. En algunos casos no se trata de tener una
aproximación sexual, sino de poder relatarle cosas que lo desbordan. Pero esta
situación no se basa en la confianza, sino que es una circunstancia más del
ejercicio de control y dominio sobre ella, ya que la coloca en la obligación de
tener que tolerar todo tipo de relatos, a veces de índole eminentemente
angustiante y perturbadora por haber cobrado su hora.
Todas éstas
son situaciones en las que el varón daña a las mujeres descargando sobre ellas
sus sentimientos displacenteros y sus fantasías más temibles por sus aspectos
más denigrados, valiéndose del anonimato, sin atinar a buscar para él
contención o asistencia que le permita algún tipo de resolución que no quede
solamente en la descarga circunstancial.
De la misma
manera es llamativa la falta de cuidado que la mayoría de los hombres tiene en
cuanto a la prevención de las infecciones de transmisión sexual. En muchos
casos es difícil, independientemente de las edades, que ellos accedan al uso de
preservativos. Este es un riesgo más en la práctica de la prostitución y las
mujeres tratan de implementar técnicas varias para usarlos sin que ellos lo
adviertan. Una situación arquetípica de la relación sexualidad – locura –
muerte, se da por ejemplo cuando una mujer le advierte al cliente que está
enferma de SIDA, mostrando inclusive manchas producto de la enfermedad, y el
cliente no cree en esa afirmación y realiza el acto sexual sin profiláctico. La
relación sexual se convierte así en una ceremonia propiciatoria de la
enfermedad y la muerte. Aquí me interesa llamar la atención acerca del concepto
de ética por su significado de cuidado del otro y de sí mismo, que, como
podemos ver en estos casos de sexualidad masculina, está ausente. Estos varones
prostituyendo a las mujeres producen una espiral de devastación en diferentes
niveles.
Por otra
parte, ellas muestran una falsa fortaleza yoica, con actitudes de desparpajo
que ocultan su extrema indefensión. Les resulta imprescindible realizar un
simulacro ante los prostituyentes y su disociación se incrementa aún más ya que
para resultar atractivas fingen dando una idea de fortaleza dentro de esa
ficción. He comprobado de distintas maneras que estas personas, cuyos cuerpos
son invadidos permanentemente con esas prácticas a través de los años, sufren
consecuencias de tal gravedad que sólo son comparables a las de personas que
han sufrido tortura física y psicológica. Algunos ejemplos dan muestra de ello:
María: “Yo
tengo muy bien formada mi ‘doble personalidad’, a veces me río sola. Una sola
vez me dijo un tipo “O lo haces muy bien o lo actúas muy bien”. Yo a todo el
mundo le digo que sí que lo siento, que lo hago porque me gusta, pero en
realidad lo hago pensando en otra cosa. Hago todo tan rápido, digo todo tan
rápido y manejo la situación cuando puedo, así no me lleva tanto tiempo, cuando
tengo ganas de actuar, me desarmo toda diciendo pavadas para que puedan
terminar rápido. Pero a mí nunca me llega nada. A veces los agarraría a
trompadas por rechazo, por asco”.
Soledad: “A
veces, aunque con cara bonita hago todo bien, estoy con ellos y no pienso ni
siquiera en el dinero, solamente tengo náuseas. Si tengo que estar con mi
pareja también es como con un cliente porque no siento nada. Es como que ya la
mujer está anulada”.
Sonia: “Mi
hermano me violó cuando tenía 13 años. Me tapó la boca y me violó y me gritaba
‘Puta, puta, sos una puta’. Yo no sabía nada no entendía nada. Y era como si yo
no estuviera ahí. Es lo mismo que me pasa cuando estoy con los clientes. Hago
un personaje, hablo, me río, pero es como si yo no estuviera ahí”.
Las tres
mujeres expresan una realidad doliente, tanto María como Soledad y Sonia,
separadas, escindidas de su sensualidad, de su sexualidad, no exponen ya un
cuerpo erótico sino órganos sexuales. Para realizar una elaboración mínima,
sería necesario que pudieran reflexionar y hacer un relato sobre las
actividades a las que están sometidas, pero esto se ve impedido, en general,
porque no les es posible tolerar la angustia.
Un ejemplo
de ello es este comentario que hizo Adriana: “Una vez un grupo que estábamos
reunidas a la madrugada porque no había clientes, quisimos imaginar con cuántos
hombres se había acostado cada una. Fuimos imaginando micros llenos de hombres
para poder tener una idea, pero nos sentimos muy mal y algunas se
descompusieron. Fue tan espantoso que nunca más tocamos el tema”
El RETIRO
AÑORADO
Siempre es
difícil, aunque siempre deseado, el retiro de esa actividad. Para poder
retirarse, deben liberarse en primera instancia de los proxenetas, cuestión que
a muchas se les plantea como inimaginable porque viven en un sistema de
cautiverio que coadyuva a que se produzca un deterioro a veces total de su
relación con el mundo externo. Y decimos que el cautiverio es total, porque
aunque la actividad se desarrolle en la calle, lo hacen vigiladas por el
proxeneta desde la vereda de enfrente; si la realizan en departamentos, de allí
no pueden salir salvo que sea en compañía de los proxenetas o están recluidas
en casas destinadas a tal fin.
La base de
la relación entre el proxeneta y la mujer en situación de prostitución se apoya
en la inducción por parte de él a que ella crea que cualquier agresión de su
parte, es siempre producida porque ella “no se portó bien”. Esta “razón”
arbitraria produce en la mujer un miedo crónico y el sentimiento permanente de
peligro cierto; paradójicamente se observa que la persona que la mantiene en
este estado es quien pretende convencerla de ser su protector, lo cual le
genera además confusión.
En algunos
casos, las mujeres sufrieron durante años graves depresiones y fobias como
consecuencia de intentos de elaboración de esas situaciones vividas. En otros
casos, después de breves períodos de interrupción, volvieron compulsivamente a
la práctica ya que, sin ningún tipo de asistencia, la intensidad de la angustia
por el proceso de elaboración se les volvía insostenible.
LA
“INDUSTRIA” DE LA PROSTITUCION NO ES UNA INDUSTRIA
Finalmente,
debemos mencionar un tema central al desarrollo de la prostitución: se trata de
la actualmente llamada “industria” del sexo, que no es una industria porque el
consumo de cuerpos no puede ser considerado trabajo.
Esta
actividad, así como considerar a la prostitución un trabajo, incrementa más aún
el tráfico de mujeres para su explotación sexual, que ha sido históricamente
funcional al sistema patriarcal. La trata de mujeres y niñas/os para la
prostitución representa después del tráfico de armas, el segundo lugar en el
mundo en rédito económico. Recibe el aporte de algunos medios de comunicación
que muestran esta actividad como una opción posible y sumamente atractiva para
la mujer. En un programa de televisión emitido el año pasado se presentaba una
figura argentina, una vedette, expresando que había tenido relaciones sexuales
por dinero y lo había pasado ¡muy bien! En este y en muchos otros casos, tal
banalización de una actividad capaz de producir un daño tan profundo, opera
como publicidad a favor de los proxenetas extendiendo aún más la prostitución.
Y aún más: en este momento estamos ante un brutal incremento del secuestro de
mujeres. Este extremo de maltrato y cosificación se da con el conocimiento de
los clientes de estar tratando con personas privadas ilegalmente de su
libertad. Todo ello provoca una enorme distorsión que impregna a la sociedad
toda.
Por otra
parte, la defensa de los derechos civiles y humanos está vedada en el ámbito
donde los proxenetas pretenden adquirir el rol de ejecutivos legales.
Así como me
refería a la banalización como falsa opción atractiva, en el otro extremo
existe la fantasía generalizada de que los daños a la víctima son “demasiado
irrevocables”, que “vienen desde el fondo de la historia de la humanidad” y
“son tan vastos que no hay posibilidad de revertirlos socialmente por política
alguna”. Sin embargo, es necesario y posible desenmascarar esta
“naturalización”, y poner bajo una mirada ya advertida la abrumadora carga
cultural de estas prácticas, porque es posible, así, modificar desde la cultura
el consumo de mujeres en prostitución.
Se exalta y
banaliza la prostitución mostrándola como una ocupación atractiva, pícara, con
“onda”, y muy redituable económicamente para la mujer. Sin duda, esto facilita
la tarea de los reclutadores, ya que consiguen generar sobre esta falacia una
expectativa que no se corresponde de ninguna manera con la realidad. Son
múltiples los personajes en connivencia que se benefician con esta práctica a
la que entiendo, no puede ser considerada trabajo.
En el caso
de las personas esclavizadas para la realización de trabajos forzados, se trata
de una circunstancia en la que se ven obligadas a realizar actividades con
privación de la libertad. Estas actividades serían consideradas trabajo si las
personas tuvieran opción para realizarlas. En el caso de la prostitución no
existe la mediatización que implica un trabajo, pues el cuerpo y el psiquismo
de la mujer son la materia prima para la realización de un acto que se
desarrolla únicamente para el placer del que consume a esa mujer, a la que se
le impide su propio desarrollo precisamente por esa misma práctica. Casi podría
equipararse con la situación de la persona que vende su propia sangre, ya que,
aunque haya un intercambio y se reciba dinero, es una práctica que de ninguna
manera puede ser considerada como trabajo. Por lo tanto, la gravedad de la
prostitución como consumo de persona se ve aún más profundizada cuando se le
agrega el estado de esclavitud o cautiverio que se da en muchos casos de
tráfico de mujeres, pero no debemos confundir los casos en que la mujer no se
halla en cautiverio porque de cualquier modo son puestas en el lugar del objeto
a consumir y tratadas como tal.
El
incremento de la pobreza y la miseria en el país significó una tremenda
violencia para la sociedad toda, que paralelamente se tradujo en un fuerte
ingreso de mujeres a la situación de prostitución. Este ingreso se dio
fundamentalmente en aquellas mujeres provenientes de sectores de menores
ingresos, aunque también ha sucedido con mujeres de clase media, bancarias,
amas de casa, profesionales, etc. A partir de este momento también se dio un
fenómeno inédito: mujeres mayores de cincuenta años, hasta sesenta o más, que
para poder subsistir entraron por primera vez en su vida a la situación de
prostitución. Las mujeres que ya estaban en esta actividad comentaban
asombradas la rapidez del efecto devastador que la misma producía en las recién
iniciadas. A la vez, hubo un notable aumento del abuso con mayor violencia y
mayor denigración por parte de los prostituyentes hacia las mujeres.
Simultáneamente,
la mal llamada “industria de la pornografía” realiza estragos en el psiquismo
de los hombres que se identifican con prácticas de sadismo y denigración de la
mujer. Muchas mujeres llegan con la promesa de que se las iniciará en el cine y
después de la primera película en que se les pide, “por excepción, escenas
especiales”, sienten que es tarde para volver atrás.
Otro efecto
de la pornografía es la imitación: “se pone de moda” golpear a las mujeres.
“Ahora desde la onda de la pornografía, hombres que eran
tranquilos...cualquiera quiere pegar, y ni siquiera quieren pagar extra como
antes por este servicio especial” (María).
En la
pornografía, menos el asesinato, todo lo demás es legal porque hay
“consentimiento”. El concepto de “consentimiento”, como es obvio, es en este
caso un eufemismo, ya que las mujeres llegan a estas situaciones, engañadas,
drogadas o bien en situaciones de extrema necesidad y vulnerabilidad. Esta
escalada llega hasta la pornografía “snuff” donde, además de la tortura se
llega al asesinato, que no por ilegal es impracticable.
Es evidente
que esta sociedad ha producido el pasaje del ciudadano/a al consumidor/a y de
esta manera se ha realizado una facilitación para el pasaje del consumo de los
objetos al consumo de las personas. La situación de prostitución aparece entonces
como paradigmática de este modo de producción del capitalismo salvaje, extremo
brutal de este modelo. Es el lugar del abuso ilimitado en el que la mujer es
destruida en el ejercicio de esta práctica, sin legalidad psíquica ni para el
cliente ni para el proxeneta.
Por lo
tanto, como sociedad es preciso que asumamos nuestra propia disociación.
Integrar permitiría modificar mandatos sociales, incluyendo la reflexión sobre
los temas que producen esta situación para modificar estos procesos. Pero es
indudable que se necesita también de una vocación política que permita
desmontar la “industria” de la prostitución, facilitando la generación de
programas que posibiliten esta transformación.
Por estas y
otras tantas razones como las que vengo sosteniendo es preciso que
resignifiquemos el prejuicio de que la actividad de la prostitución es
irreversible (“es tan viejo como el mundo”). Además, la fantasía de que cuando
se entra en la prostitución ya no se puede salir, da lugar a que esta
victimización se perpetúe.
Cuando
avancé en la investigación, comprobé que el daño producido en las mujeres en
situación de prostitución era mucho más grave de lo supuesto después de aquella
experiencia en el neuropsiquiátrico. Y en esta tarea, al igual que las personas
que me acompañaron, necesité elaborar permanentemente el impacto producido en
mí.
Durante el
transcurso de este trabajo encontraron respuesta algunas de mis preguntas: cómo
habría sido su niñez, cómo se reconocieron más tarde en lo que habían sido sus
anhelos de adolescente, en las ilusiones de realización. La respuesta que el
psiquiatra me había sugerido en el pabellón donde se encontraban mujeres que
habían estado en prostitución -“son muchas por lo que les hicieron y les
hicieron hacer”- fue lo que más tarde pude comprobar en ese largo recorrido de
contacto, entrevistas y terapias. Allí también pude conocer la dignidad, el
dolor y el sufrimiento de estas mujeres.
(1) Este
artículo es una síntesis de la investigación cualitativa que realicé para la
cual diseñé el formato y los materiales e interpreté los resultados de las
diferentes técnicas utilizadas, que fueron: 1. Relevamiento del imaginario
social a través de a) técnica de investigación motivacional con Cámara Gesell a
grupos por separado de hombres y mujeres, de diferentes franjas etáreas
pertenecientes a tres sectores socioeconómicos y b) relevamiento de opiniones
sobre el tema en diferentes grupos sociales y en los Talleres realizados en el
marco de cuatro Encuentros Nacionales de Mujeres;2.Conversaciones con mujeres
en situación de prostitución, tanto en grupo como individualmente, mantenidas
en bares a los que ellas concurren;3. Toma del relatos de informantes clave;
4.Entrevistas en las que se recogió material con una técnica mixta de historia
de vida y reportaje, con toma de tests gráficos. 5. Análisis e interpretación
de los tests gráficos. Intervine en todos los tramos de la investigación
contando con la colaboración de un grupo de especialistas contratadas en las
siguientes actividades: Lic.en Psicología Lucía Ansalone, en el punto 1.a);
Sara Torres y Licenciadas en Antropología Cynthia Golzman y Nélida Luna, en el
punto 4; Lic. en Psicología Norma Bisignani en el punto 5.
A partir del
relato de pacientes que atendía en el consultorio y en el hospital - tanto
varones como mujeres- pude conocer en muchos casos, bajo múltiples formas de
manifestación, las inequidades de género en nuestra cultura, y, entre otras
fundamentales, la apropiación masculina del cuerpo de la mujer. Tal apropiación
es violencia y se da en un continuo que va desde aparentes sutilezas en la
práctica sexual en las relaciones de pareja, pasando por grados más severos de
violencia, hasta llegar a la situación de la mujer en prostitución, donde las
consecuencias son de la mayor gravedad.
http://www.campanianiunavictimamas.blogspot.com/
La mayoría de las IMAGENES han sido
tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por
favor enviar un correo a
alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas
gracias por la comprensión.
En este blog las imágenes son afiches,
pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución
para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos
históricos.
Se puede disponer de las notas publicadas siempre y
cuando se cite al autor/a y la fuente.
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