Indefensión
Adquirida y Síndrome de Estocolmo
Ante la prostitución y la trata de personas surgen reiteradamente una serie de preguntas, por ejemplo: ¿por qué una mujer sometida se queda y sostiene esa situación? ¿por qué motivos no se rebela? ¿por qué aún pudiendo no escapa? ¿por qué no pide ayuda?.Estas son solamente algunas. Surgen del fondo común de pensar que esa situación no es una situación buscada ni deseada, un dato importante es que son las mismas preguntas que suelen darse ante los casos de violencia intrafamiliar de género.
Cuando no se tienen elementos o conocimientos
suficientes es muy probable que estas incógnitas sean respondidas mediante: se
quedan porque les gusta, sienten placer, es una vida fácil, están ahí porque quieren,
nadie las obliga y otras similares. De este modo se termina culpabilizando a
quien en realidad es víctima de una serie de maniobras destinadas al
quebrantamiento de su personalidad, la destrucción de su autoestima y la
manipulación.
Los
psicólogos han establecido dos síndromes que pueden estar presentes y
serían los responsables de estas conductas. Ellos son:
-Síndrome de indefensión adquirida
-Síndrome de Estocolmo.
Esto es muy evidente cuando las personas son
rescatadas y en lugar de colaborar con sus rescatistas, muchas veces se
resisten y oponen y hasta los culpabilizan.
También son responsables de que las personas
sometidas no se consideren a sí mismas víctimas.
Ellos
pueden ser detectados en las personas en prostitución como también en otras situaciones como pueden ser las de
violencia intrafamiliar, secuestro, reducción a la servidumbre, esclavitud y
otras.
Si unimos estos elementos a los de la
persuasión coercitiva, tendremos un
cuadro muy variado de técnicas establecidas para lograr el objetivo de
sometimiento y uso de las personas victimizadas.
Algo que no debemos perder de vista es el
proceso de socialización. En nuestra cultura se da un proceso
eminentemente patriarcal que de por sí implica el sometimiento de toda mujer,
su propia desvalorización y la limitación de su sentido de la vida a ser
servidora de los hombres en sus papel de procreadora, cuidadora del hogar y
quien debe satisfacer sexualmente.
El vivir un clima de violencia de este tipo, al
que se le pueden agregar los abusos sexuales –más del 70% de las mujeres en
prostitución fueron abusadas sexualmente en su infancia- ante los cuales la niña debió guardar
silencio o fue descreída por quienes debían protegerla –en algunos casos ellos
mismos fueron los autores-hacen que esta sea naturalizada, considerada como
parte del destino de ser mujer y por esto, cuando se reitera, no es
identificada como violencia.
En estos casos la niña, la mujer, ya parte de
un piso que no es cuestionado porque en la mayoría de los casos ni siquiera es
reconocido, que naturaliza y equipara su “ser femenino” con la disponibilidad
para satisfacer los roles que le son prescriptos entre los que se encuentra el
de “servir” sexualmente al hombre.
Esto implica que en muchos casos la mujer
sometida a prostitución cuando defiende la ideología del opresor, cuando ella
repite convencida las ideas de quien la usa para sus fines o sea que en su voz
habla el proxeneta-tratante, el patriarcado, lo hace desde esta matriz en la
que fue constituida su subjetividad, independientemente de ser indefensión
adquirida o un síndrome de Estocolmo lo que padece. Esto es responsable de que
las mujeres no reconozcan ser víctimas de violencia, y en el caso de la prostitución de que estén convencidas de que esta es una forma
incluso positiva, una forma de empoderamiento, pues aquello que sufrieron
pasivamente en su infancia y luego es impuesto como destino femenino, ellas lo
aplican para obtener dinero.
La consideración por parte de las personas en
situación de prostitución de ser tenidas
como “trabajadoras sexuales” es la formalización de esta idea basada en
la naturalización del abuso y la desigualdad de género. Cuando prestamos oído
atento a sus supuestas reivindicaciones descubrimos que a quien escuchamos es
al patriarcado, es la voz del proxeneta, de ahí que el resultado sea que, salvo
cambiar el nombre, la situación sigue siendo la misma, la tradicional en
nuestra sociedad.
Síndrome de Indefensión Adquirida
Este síndrome
también lo hallamos presente en las situaciones de violencia
intrafamiliar. Es el que explica por qué
las mujeres violentadas manifiestan una actitud de aceptación sumisa, y aún pudiendo, no huyen de quien las
maltrata, e incluso, una vez liberadas, pueden volver a la misma situación.
Su existencia se
comprueba negativamente, por la ausencia de conductas defensivas y
autoafirmativas normalmente esperables.
Decimos que esta
indefensión es adquirida pues ha sido aprendida y a partir de ahí sostenida
como un mecanismo de sobrevivencia.
Desde el primer momento en que la persona es
sometida cuando manifiesta algún atisbo de resistencia es brutalmente
reprimida a través de distintas
conductas pudiendo ser estas verbales, castigos simbólicos llegando a los golpes,
quemaduras con cigarrillos, visualización de torturas e incluso muerte de otras
personas, y violaciones reiteradas. Así
aprende a contener e incluso a suprimir cualquier conducta propia
autoafirmativa, cualquiera que implique una voluntad que vaya algo más allá de aquello que los
proxenetas o explotadores quieren.
El modelo de "indefensión aprendida" explica que una persona
sometida a acontecimientos incontrolables, en este caso actos violentos,
generará un estado psicológico donde la respuesta de reacción o huida queda
bloqueada, lo que se manifiesta en forma de indefensión, incompetencia,
frustración y depresión.
La imposibilidad de
controlar la agresión generará en la víctima una afectación motivacional y
pasividad, dificultad para la resolución de problemas, y por tanto de confrontar
con la situación en que fue inmersa.
Este estado
psíquico puede ser debido a la conjunción de varios factores como son la
extrañeza de la situación en sí misma, la incapacidad para racionalizar las
causas y para controlar los efectos y el miedo – terror que le es impuesto
mediante una violencia extrema. Desde este punto de vista, la parálisis que
presenta la persona es consecuencia de lo que vive y puede ser considerada como
una forma adaptativa de respuesta, dado que cualquier otra puede llevarla a
sufrir nuevos daños o la muerte.
Algunos signos
· Déficit intelectual
· Deficiencias cognitivas
· Poca motivación
, Pasividad
Síndrome de Estocolmo
El Síndrome de
Estocolmo es un proceso psicológico de carácter inconsciente, en el que la víctima de trata, de secuestro,
o persona detenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad
con su victimizador. Esta situación puede llegar al extremo en que la
víctima ayude a los captores a alcanzar
sus fines o evadir a la policía.
Debe su nombre a un
hecho curioso sucedido en la ciudad de Estocolmo, Suecia. En 1973 se produjo un
robo en el banco Kreditbanken de la mencionada ciudad sueca. Los delincuentes
debieron mantener como rehenes a los ocupantes de la institución durante 6
días. Al entregarse los captores, las cámaras periodísticas captaron el momento
en que una de las víctimas besaba a uno de los captores. Los secuestrados
defendieron a los delincuentes y se negaron a colaborar en el proceso legal
posterior.
Desde el punto de
vista psicológico, este síndrome es considerado como una de las múltiples
respuestas emocionales que puede presentar el secuestrado a raíz de la
vulnerabilidad y extrema indefensión que produce el cautiverio.
Da cuenta de una
situación paradójica en la que la persona agredida reinterpreta la realidad a
favor de su agresor, considerando que este la está cuidando o que lo que está
haciendo es correcto.
Hay que tener en
cuenta que en la trata de personas o en
situaciones de grave aislamiento social, como podría darse en la violencia
intrafamiliar hacia la mujer, en las que las condiciones y posibilidades de
sobrevivencia se hallan en manos de los captores, se establece una regresión
dependiente dado que la persona realmente depende material y afectivamente de
las decisiones y/o caprichos de quienes la retienen, o sea que la posibilidad
de muerte es real así como la vivencia
de situación sin escapatoria.
Es común que en las
situaciones de violencia y aislamiento las personas victimizadas ante la
necesidad imperiosa de afecto y de una señal esperanzadora se aferren y se
sientan agradecidas del menor gesto benevolente de parte de su agresor,
provocando esto, en muchos casos, sentimientos ambivalentes. Aún los actos
agresivos se los hace encajar en un sistema de necesidad que los justifica,
quitándoles de ese modo lo imprevisible e incontrolable.
Se puede observar
luego de una liberación un sentimiento
de gratitud consciente hacia los secuestradores, tanto en los familiares
como en las víctimas directas. Agradecen el hecho de haberlos dejado salir con
vida, sanos y salvos y a veces recuerdan - sobre todo en las primeras semanas
posteriores a la liberación - a quienes fueron amables, o tuvieron gestos de
compasión y ayuda.
El síndrome sólo se
presenta cuando la persona víctima se identifica inconscientemente con su
agresor, pudiendo asumir la
responsabilidad de la agresión, o imitando física o moralmente la persona del
agresor, o adoptando ciertos símbolos de poder que lo caracterizan. Por ser un
proceso inconsciente la víctima del secuestro siente y cree que es razonable su
actitud, sin darse cuenta de la identificación misma ni asumirla como tal, la
persona no se percata de ello, es el observador externo quien puede encontrar
desproporcionado e irracional que la
víctima defienda o disculpe a los agresores y justifique los motivos que
tuvieron para secuestrarla.
Este mecanismo
ayuda a la persona a negar y no sentir
la
amenaza de la situación y/o la violencia.
Puede ser
descripto como un estado disociativo por
el que la víctima niega la violencia del agresor, al tiempo que desarrolla un
vínculo con el lado que percibe más positivo de aquel. Para lograr esto la víctima ignora sus propias necesidades
mientras desarrolla una actitud hipervigilante ante las de su agresor,
mostrándose dispuesta a asumirlas como propias.
El principal logro
podría ser obtener un mejor nivel de ajuste al entorno amenazante sobre el que
ejerce nulo control.
Resumiendo, en
general este síndrome se puede dar en las siguientes circunstancias:
Cuando la persona víctima de trata
o en importante situación de vulnerabilidad comprende que en la medida en que
coopera es menos agredida.
Cuando las personas victimizadas
quieren protegerse, en el contexto de situaciones incontrolables, buscando
cumplir los deseos de sus captores.
Cuando los delincuentes
tienen rasgos de compasión o de
reconocimiento afectuoso lo que impacta vivamente en las personas sometidas a
extrema carencia de afecto. De aquí
puede nacer una relación emocional de las víctimas por agradecimiento con los
autores del delito.
Cuando la pérdida total del
control que sufre durante la trata y el miedo que ello significa, se
hace soportable en la medida en que la víctima se identifica con los objetivos
y pensamientos del violento a quien se halla peligrosamente sometida.
El síndrome de
Estocolmo es más común en personas que han sido víctimas de alguno de las
siguientes situaciones de violencia:
Tratadas
Rehenes
Miembros de una
orden de culto.
Niñas y niños con
abuso psicológico.
Prisioneros de
guerra.
Mujeres en
Prostitución.
Prisioneros de
campos de concentración.
Víctimas de
incesto.
Para detectar y
diagnosticar el síndrome de Estocolmo, se hacen necesarias dos condiciones:
1. Que la
persona haya asumido inconscientemente, una notable identificación en las
actitudes, comportamientos o modos de pensar de los captores, casi como si
fueran suyos.
2. Que las
manifestaciones iniciales de agradecimiento y aprecio se prolonguen a lo largo
del tiempo, aún cuando la persona ya se
encuentra integrada a sus rutinas habituales y haya interiorizado la
finalización del cautiverio.
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En este blog las imágenes son afiches,
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para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos
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