La izquierda equivoca el rumbo en el tema de la prostitución
por Jonah Mix
Traducción del inglés: Atenea Acevedo
Texto original: http://logosjournal.com/2016/mix/
En agosto de 2015 hubo una reunión de delegados de diversas
representaciones de Amnistía Internacional en Dublín a fin de fijar su política
oficial sobre la prostitución. En la resolución derivada de dicho encuentro, la
ONG defensora de los derechos humanos expone su plan para “formular una
política que apoye la despenalización integral de todos los aspectos del
trabajo sexual consensuado”.[1] Además, la política hace un “llamado a los
Estados a garantizar la protección plena e igualitaria de los trabajadores
sexuales frente a la explotación, la trata y la violencia”.[2]
La decisión de respaldar la despenalización contó, en gran
medida, con el apoyo de amplios movimientos de izquierda, liberales y
progresistas en los Estados Unidos, aunque muchas feministas expresaron
abiertamente su oposición. En las semanas previas al encuentro de los delegados
más de cuatrocientos colectivos de mujeres y activistas a título personal
firmaron una carta abierta que condena la organización en torno a esta postura
y exhorta a la adopción de lo que las feministas denominan el modelo
nórdico.[3]
El modelo nórdico es una aproximación general a la ley
reguladora de la prostitución adoptada inicialmente en Suecia en 1999. Según
este sistema, también conocido como el enfoque para “poner fin a la demanda”,
la venta de sexo sigue siendo legal, pero se penaliza la compra de sexo.
[4] No es fácil dar seguimiento a las industrias ilegales
con precisión impoluta; sin embargo, las evidencias indican que el enfoque
sueco ha logrado disminuir las dimensiones de la industria del sexo en el país,
incrementar el estigma social contra quienes compran sexo y contrarrestar la
expansión del crimen organizado y la trata de personas.[5] Desde entonces,
otros países han instituido leyes reguladoras de la prostitución inspiradas en
el modelo nórdico, como Noruega, Francia, Canadá y, en fechas más recientes,
Irlanda del Norte.[6]
A pesar de gozar de un éxito medible, el modelo nórdico ha
sido rechazado por la mayoría de quienes conforman el movimiento de izquierda
en los Estados Unidos y prefieren el modelo de la despenalización.
La revista Jacobin, por ejemplo, ha publicado constantemente
ataques contra quienes defienden el modelo nórdico,[7] al parecer sin darse
cuenta de su sorprendente escisión de generaciones previas de marxistas que
consideraban la prostitución como una reprobable expresión de la explotación
capitalista.[8] Muchas instituciones de izquierda o liberales también se han
sumado a las filas a favor de la despenalización. Especial mención merece The
Economist, cuya impresionante producción de artículos a favor de la
prostitución bien puede ser un curso para principiantes sobre los argumentos
más comunes de la izquierda contemporánea.[9]
Zhang Haiying |
De entre tantos argumentos a favor, tres se han convertido
en los más populares: que las mujeres prostituidas desean la despenalización;
que la despenalización da empleo, y que la despenalización permite que las
mujeres prostituidas exijan derechos laborales. Por desgracia, los tres
argumentos fracasan en el intento de justificar la prostitución desde una
postura de izquierda. Acaso más importante aún sea el hecho de que estos
argumentos contienen preocupantes implicaciones para otras posturas
establecidas en la izquierda. Espero que este artículo arroje luz sobre tales
contradicciones y que éstas se resuelvan a favor del abolicionismo y no a favor
del alejamiento de una postura política de izquierda.
Quienes apoyan la prostitución desde la izquierda suelen
contextualizar su postura en términos de “prestar atención a las trabajadoras
sexuales”, implicando así que todas las mujeres prostituidas desean la
despenalización.[10] No obstante, es obvio que las mujeres prostituidas no
constituyen una entidad monolítica donde existe una sola opinión. Muchas
mujeres, actualmente prostituidas o prostituidas en el pasado, se oponen a que
se legalice o despenalice la prostitución.[11] Hace poco entrevisté a Chelsea,
una mujer prostituida en uno de los muchos burdeles legales de Nueva Zelanda.
“Los burdeles siguen funcionando igual que cuando eran ilegales”, dijo.
“Tenemos lo peor de ambos mundos”.[12]
Según Chelsea, la despenalización fracasó estrepitosamente.
Rara vez se cumplen las leyes que obligan al uso de preservativos y las mujeres
que se niegan a permitir que los hombres eyaculen sobre o dentro de sus cuerpos
tienen dificultades para encontrar prostituidores. Si un hombre hostiga,
violenta o viola a una mujer, los proxenetas pueden negarse a revelar el nombre
del delincuente, con lo cual imposibilitan la persecución del delito. Chelsea
apoya el modelo nórdico: “Si tuviéramos el modelo nórdico, yo podría llamar a
la policía en cuanto me pagaran, antes de que me violaran. En el marco de la
despenalización, si llamo a la policía me dicen ‘¿Recibiste el dinero?’ Si
respondo que sí me dicen ‘Listo, fue consensuado’”. Su perspectiva no es la
única entre las mujeres prostituidas; sin embargo, es una voz que la izquierda,
por lo general, rehúsa oír.
Además, tradicionalmente la izquierda ha abrazado la noción
de que el debate en la opinión pública, lejos de funcionar como un “mercado de
ideas” libre y equitativo, tiende a reflejar y reforzar la ideología del poder.
Quienes tienen mayor probabilidad de alinearse con la narrativa dominante
obtienen mayor acceso a métodos de expresión consagrados por la cultura. Tal
vez las indígenas traumatizadas de Dakota del Sur que son prostituidas en los
campos petroleros y las mujeres blancas de clase media que son prostituidas con
el engañoso nombre de “escorts” o “acompañantes” sean igualmente capaces de
transmitir sus experiencias personales en la industria de la prostitución, pero
argumentar que la infraestructura mediática presentará dichas experiencias de
manera equitativa al público es ingenuo y, además, contraviene el análisis
tradicional de la izquierda. Dentro de un sistema que privilegia las voces con
mayor probabilidad de validar al poder, “prestar atención a las trabajadoras
sexuales” suele significar que se aceptan, sin la menor crítica, las
declaraciones públicas de una pequeña minoría de las mujeres prostituidas, con
toda probabilidad mujeres blancas, de clase media, jóvenes y con cuerpos
funcionales.
Aun cuando pudiéramos reunir con objetividad las opiniones
de todas y cada una de las mujeres prostituidas, quedaría un asunto sin
resolver: Muchos, si no es que todos los sistemas de explotación a los que la
izquierda se opone de manera unánime serían reivindicados por los propios
explotados si se hiciera una consulta popular. Por ejemplo, el Partido
Republicano, cada vez más conservador, goza del decidido apoyo de la clase
trabajadora blanca en los Estados Unidos,[13] en tanto la mayoría de los
estadounidenses en general expresa una opinión positiva sobre el
capitalismo.[14] Aun así, unos cuantos o acaso ningún izquierdista diría que
esas tendencias generales en la opinión pública son razón suficiente para dejar
de apoyar el socialismo para alinearse mejor con las demandas autoproclamadas
por el proletariado en cuestión de política pública. Tampoco se acusa
rutinariamente a los izquierdistas de acallar, desdeñar o traicionar de
cualquier forma a la clase trabajadora en su defensa del socialismo, a pesar de
que muchos miembros de esa misma clase trabajadora están convencidos de que el
socialismo es una ideología peligrosa y destructiva.
Hace mucho que la izquierda, siguiendo a Marx, comprende que
la visión que cada ser humano tiene del mundo está moldeada por la ideología
dominante, misma que se desarrolla en relación con estructuras específicas de
poder dentro de la sociedad.[15] No sorprende que quienes conforman los
cimientos de un sistema de explotación económica y política lleguen a
desarrollar una conciencia social que maquilla, desconoce o incluso valida
tales sistemas.
Si bien la problemática de la “falsa conciencia” y la raíz
de las nociones sociales constituye un complejo tema que escapa al objetivo del
presente ensayo, vale la pena contrastar la postura general de la izquierda
frente al capitalismo con su defensa específica de la prostitución.
“Escuchemos a los trabajadores” no es el lema popular de los
anticapitalistas, seguro porque la mayoría de los anticapitalistas saben que
una ideología política conformada exclusivamente por la suma de expresiones
individuales de los trabajadores conllevaría una fuerte influencia conservadora
o neoliberal contraria a la postura de la izquierda. La primacía de la
autodeclaración como base de una teoría política es ampliamente rechazada en
todos los casos, excepto en la prostitución, donde resulta que la ideología
dominante reflejada en esas expresiones individuales coincide con la postura
predeterminada de muchos izquierdistas que ansían una sólida "industria
del sexo".
La izquierda, en tanto ideología, es incompatible con la
idea de que las demandas autodeclaradas de política pública son el único
fundamento aceptable para definirse políticamente. Muchas de las leyes
universalmente vistas como conquistas dentro de la izquierda (por ejemplo, la
legislación contra la mano de obra infantil y la creación del salario mínimo)
ni siquiera son temas en los que toda la clase trabajadora esté de acuerdo en
los Estados Unidos. Es común que los trabajadores no calificados acepten
empleos a cambio de salarios menores al mínimo legal por desesperación y que
haya familias en tal situación de pobreza que mandar a sus hijos a trabajar se
convierte en una decisión por necesidad. Nadie duda que los izquierdistas no
“prestarían atención” a los niños que trabajan y los adultos que trabajan por
cinco dólares la hora si a estos trabajadores se les ocurriera solicitar la
legalización de esa forma de “empleo”. Sin embargo, es evidente que los
argumentos planteados desde la izquierda para despenalizar la prostitución no
serían esgrimidos para despenalizar esas otras prácticas.
Esos argumentos que defienden la prostitución están plagados
de implicaciones no deseadas en lo que respecta a otras industrias
explotadoras. Por ejemplo, muchas personas de izquierda afirman que, sin la
despenalización, las mujeres prostituidas no pueden exigir prestaciones de
salud y otros derechos laborales. No obstante, igual sucede con quienes
trabajan ilegalmente por menos del salario mínimo.
Si bien la Ley de Normas
Laborales Justas[16] está técnicamente diseñada para permitir a toda persona
trabajadora la solicitud de una remuneración y pago por horas extra, quienes
trabajan fuera del circuito legal (especialmente inmigrantes, adultos jóvenes y
la denominada “mano de obra no calificada”) casi siempre carecen de la
capacidad de exigir estas prestaciones debido a su ambigua situación legal.
En respuesta, podría decirse que reducir o abolir el salario
mínimo permitiría a estas personas salir de la clandestinidad y exigir derechos
en el marco de la Ley de Normas Laborales Justas, tal como se dice que la
despenalización de la prostitución funcionaría. Pero muy pocos izquierdistas
dirían que abolir el salario mínimo es una medida aceptable para garantizar la
seguridad de los trabajadores, aun cuando la eliminación de las leyes
salariales les permitiera exigir derechos hoy reservados a otras personas.
De igual modo, desde la izquierda se dice que una
legislación que castigue a los prostituidores arrebatará el sustento a las
mujeres prostituidas y podría, según versiones extremistas, lanzarlas a la
indigencia, la hambruna y la muerte. Ante todo, hay que señalar que esta
postura parece contradecir la noción izquierdista igualmente popular de que la
prostitución es mayormente una decisión voluntaria de una mujer, tomada sin
coerción ni desesperación. Al vincular la abolición con el hambre y la muerte,
quienes defienden la despenalización reconocer de manera implícita que
“trabajar” en la industria del sexo suele ser la última frontera que separa a
una mujer de la miseria. Esta objeción tampoco consigue coincidir con la
afirmación común en la izquierda de que las leyes orientadas a controlar la
prostitución son ineficaces, pues su capacidad de evitar el empleo de las
mujeres sería prueba de la reducción exitosa de la industria del sexo.
Contradicciones aparte, rara vez la izquierda ha apoyado la
existencia de otras industrias solo porque abolirlas pudiera causar pobreza o
pérdida de empleo. Por ejemplo, una investigación dentro de la empresa Tennesse
Timber and Lumber que data de 2013 reveló que un niño de 14 años operaba con
regularidad una sierra de mesa de trabajo.[17] La reacción jurídica (multar al
empleador y demandar el cese inmediato de esta peligrosa tarea) refleja el
enfoque del modelo nórdico y, en términos generales, coincide con la postura
izquierdista frente a la mano de obra infantil.
En casos así sería sumamente improbable que los
anticapitalistas exigieran que se permitiera la continuidad de la mano de obra
infantil para evitar la pobreza del menor o su familia. La izquierda tampoco ha
problematizado la exigencia de abolir la denominada mano de obra esclava en
talleres del Tercer Mundo, a pesar de que el cierre de este tipo de fábricas
suele causar el desempleo y la pobreza de los trabajadores. De hecho, es
difícil pensar en una sola industria, con excepción de la dedicada a la
explotación sexual, que la izquierda haya defendido exclusivamente con el
argumento de garantizar el empleo estable dentro del capitalismo. Esta táctica
es mucho más común entre capitalistas conservadores que gustan de esgrimir el
argumento de “la creación de empleo” para manifestarse en contra de la
intervención y la normatividad de los gobiernos.
Un ejemplo más extremista de este doble rasero es la opinión
de la izquierda frente al tráfico ilegal de órganos. Como reportó la BBC en
octubre de 2013, hay una creciente tendencia entre los trabajadores del Tercer
Mundo a recurrir a la venta de órganos para pagar microfinanciamientos.[18]
Recientemente, los noticiarios turcos informaron del arresto de un empresario
israelí acusado de organizar la extracción y venta de órganos de refugiados
sirios.[19] En la superficie, la venta de órganos humanos cumple los criterios
para favorecer la despenalización según la izquierda: actualmente es ilegal, es
decir, las normas laborales y de salud no son aplicables, y actualmente hay
personas que participan del tráfico que sufrirían privaciones económicas si se
aprobara la legislación que las incapacitara para vender sus órganos. Así, la
despenalización permitiría un ejercicio más consistente de los derechos
laborales y garantizaría el beneficio económico de quienes formaran parte de
las transacciones. Resulta extraño, pues, que una publicación como Jacobin no
haya señalado aún a quienes se oponen a legalizar la extracción de órganos como
paternalistas o retrógradas que niegan a los refugiados sirios la autonomía
sobre sus propios cuerpos.
Hagamos el sarcasmo a un lado. Es innegable que el apoyo a
la despenalización se deriva hasta cierto punto de la legítima convicción de un
beneficio efímero para las mujeres prostituidas. Sin embargo, más allá de que
así sea o no, los izquierdistas que llaman al apercibimiento legal como método
para mitigar los daños respaldan una lógica peligrosa: que los sistemas
opresivos deben mantenerse solo porque los oprimidos dependen de ellos para su
supervivencia. En otros casos, la incapacidad de los trabajadores para
sobrevivir sin entrar en una relación salarial se presenta como evidencia de un
sistema inherentemente explotador. Los izquierdistas suelen considerar al
trabajo asalariado como opresivo en sí mismo, en específico porque se trata de
un sistema que no ofrece otras alternativas de supervivencia. No está claro,
pues, por qué la izquierda invierte esa misma lógica para determinar que el
valor ético de la prostitución como industria se deriva de manera directa y no
inversa de la necesidad que orilla a las “trabajadoras”.
Quienes declaran públicamente creer en el fin de la opresión
y la explotación deberían de ponderar las implicaciones de negarse a actuar en
contra de un sistema porque la supervivencia de demasiados individuos dentro de
dicho sistema depende de su continuidad.
Según esa lógica, la izquierda tendría menos probabilidades
de pronunciarse por la abolición de un sistema cuanto más se profundizara su
capacidad de explotación. Es probable que muchos sistemas históricos que hoy
son objeto de condena universal, desde la esclavitud previa a la Guerra de
Secesión hasta las terribles fábricas de camisas del período entre ese
conflicto armado y la Primera Guerra Mundial, hubiesen evitado los
cuestionamientos si los activistas de la época hubieran adoptado este esquema
de reducción de daños. No cabe duda que muchas de las objeciones que plantea la
izquierda, como decir que eliminar la prostitución dejará a las mujeres en
condiciones aún peores o que el problema de fondo no es el sistema, sino la
violencia ejercida contra determinadas mujeres prostituidas, resultan
odiosamente parecidas a las objeciones de los dueños de esclavos en el sur y
los moderados del norte en los momentos más candentes del movimiento
abolicionista en los Estados Unidos.
Sin duda, estos argumentos reflejan el deseo personal de
muchas mujeres prostituidas (las “trabajadoras sexuales” a las que los
defensores de la despenalización se jactan de escuchar), que se concentran en
la supervivencia en el plazo inmediato y sacrifican el cambio social de largo
aliento. Esta postura no es producto de la tontería, la irreflexión o la falta
de valor moral.
Es, más bien, consecuencia de las condiciones concretas de
un sistema opresivo que aprovecha la desesperación y la transforma en una mayor
participación activa en los mecanismos de explotación. El capitalismo siempre
ha dependido de la negociación faustiana al diseñar sus políticas con base en
las acotadas demandas de los individuos para después cargarlos con la culpa
cuando no consiguen trascender su condición. El papel tradicional de la
izquierda ha consistido en dar la vuelta a estas limitantes individuales
mediante la confrontación organizada del poder, no en simplemente atenuar sus
efectos más devastadores. Si la izquierda creyera en la capacidad de las
decisiones individuales de los poderosos o los oprimidos de cohesionarse
espontáneamente para propiciar el cambio social positivo, no hablaríamos de
izquierdistas, sino de liberales.
Para ser claro: el objetivo de enfatizar la contradicción de
estas normas no es afirmar que la prostitución es, en términos generales,
comparable al trabajo fuera del circuito legal en restaurantes, la mano de obra
infantil, el tráfico de órganos o el capitalismo en general. Se trata, más
bien, de demostrar que adherirse a posturas autodeclaradas de política pública,
como la ampliación de las normas laborales, la garantía del empleo e incluso la
mitigación de los daños en el corto plazo, no constituye en sí misma una razón
convincente para que la izquierda apoye la prostitución; además, el propósito
es evidenciar que la lógica subyacente a dichos argumentos se reduce de
inmediato a la defensa del capitalismo libertario. Dicho de otro modo, este
argumento peca de fracasar o de excesivo éxito, pues no solo justifica la
prostitución, sino otras posturas que la izquierda no puede sostener sin
comprometer su congruencia ideológica. Tengo pues la esperanza de que quienes
adviertan esta contradicción la resuelvan con una clara orientación hacia el
abolicionismo, en lugar de alejarse cada vez más de una sólida y eficaz
política de izquierda.
Notas
[1]
https://www.amnesty.org/en/latest/news/2015/08/global-movement-votes-to-adopt-policy-to-protect-human-rights-of-sex-workers/
[2] Ibíd.
[3]
http://catwinternational.org/Content/Images/Article/617/attachment.pdf
[4] http://www.government.se/articles/2011/03/legislation-on-the-purchase-of-sexual-services/
[5]
http://www.government.se/contentassets/3f21caa844a14c1fbf5884c21b3e0c6e/press-releases-20062010—cristina-husmark-pehrsson
[6] http://www.niassembly.gov.uk/assembly-business/legislation/current-non-executive-bill-proposals/human-trafficking-and-exploitation-further-provisions-and-support-for-victims-bill-/human-trafficking-and-exploitation-further-provisions-and-support-for-victims-bill-/
[7] https://www.jacobinmag.com/2013/08/prostitution-law-and-the-death-of-whores/
[8] Pensemos, por ejemplo, en El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado de Engels, que puede leerse aquí:
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/el_origen_de_la_familia.pdf.
Lenin, Mao, Castro y otras figuras del marxismo-leninismo también se mostraron
inflexibles en su oposición a la prostitución por distintas razones.
[9] Muchos de estos artículos pueden consultarse aquí:
http://www.economist.com/topics/prostitution.
[10] Hay un ejemplo de este enfoque en:
http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/aug/03/prostitution-sex-workers-amnesty-meryl-streep-lena-dunham
Y aquí la réplica de Helen Lewis en el mismo diario:
http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/aug/09/listen-to-sex-workers-but-which-ones.
[11] Entre los colectivos de mujeres anteriormente
prostituidas y organizadas en favor del modelo nórdico se encuentran, entre
muchas otras, SPACE (Survivors of Prostitution-Abuse Calling for Enlightenment)
o EVE (antes Exploited Voices Now Educating).
[12] Estas declaraciones de Chelsea fueron tomadas de una
serie de entrevistas realizadas por correo-e en agosto de 2015. Tuve contacto
inicial con ella el año pasado mediante diversos grupos abolicionistas, donde
pude confirmar su historia con la información que me brindó sobre el tiempo que
pasó en burdeles de Nueva Zelanda.
[13]
http://www.people-press.org/2012/04/17/section-1-general-election-preferences/
[14]
http://www.gallup.com/poll/158978/democrats-republicans-diverge-capitalism-federal-gov.aspx
[15] La mejor síntesis de la postura de Marx en cuanto al
papel de las condiciones materiales para generar una ideología se encuentra en
el prefacio a la obra Contribución a la crítica de la economía política.
[16] http://www.dol.gov/whd/flsa/
[17] http://www.dol.gov/whd/media/press/whdpressVB3.asp?pressdoc=Southeast/20130320_2.xml
[18] http://www.bbc.com/news/world-asia-24128096
Fuente
http://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/la-izquierda-equivoca-el-rumbo-en-el-tema-de-la-prostitucion