Sexo sin mercado: La prostitución desde el punto de vista de la educación
10 diciembre, 2012 •
Enrique Javier
Díez Gutiérrez.
Profesor de la
Universidad de León y Coordinador del Área Federal de Educación de IU.
La primera causa para ejercer la
prostitución es la situación de pobreza que soportan las mujeres en todo el
mundo. La crisis-saqueo actual y la pobreza alimentan la prostitución. Según la
ONU, de los 1.500 millones de personas que viven con un dólar o menos al día la
mayoría son mujeres. Y, lo que es peor, la brecha que separa a hombres y
mujeres no ha hecho más que aumentar en el último decenio. Es lo que se conoce
como feminización de la pobreza.
En los países del sur, pues, las
mujeres son carne de cañón para las organizaciones dedicadas al tráfico de
personas (segunda causa de la prostitución), uno de los mayores negocios del
mundo que, junto con el de las drogas y el de las armas, generan beneficios
astronómicos. Se calcula que anualmente son traficados entre 800.000 y 1,2
millones de seres humanos, de los que el 80 por ciento son mujeres cuyo destino
son las carreteras, calles, pisos y puticlubs de los países desarrollados,
donde ejercerán de esclavas sexuales de varones occidentales, ya sean
ejecutivos agresivos, trabajadores quejosos de ser oprimidos por la patronal,
“respetables” padres de familia, niñatos que celebran su fin de curso, curas o
solteros a quienes les parece menos complicado eso que establecer una relación
con una mujer de igual a igual porque, en este caso, están obligados a
satisfacerla sexualmente…
Angel Soto con una prostituta. Picasso |
La trata de personas, pues, es
consecuencia de la demanda de prostitución de los países ricos; los
prostituidores o puteros -que no clientes- son la tercera causa de esta lacra.
Se calcula que en España entre un 27 y un 39 por ciento de varones ha recurrido
al menos una vez en su vida a la prostitución. Es decir que por lo menos uno de
cada cuatro españoles ha sido alguna vez cómplice de este opresivo sistema.
La prostitución no es el “oficio”
más antiguo del mundo, es la explotación, la esclavitud y la violencia de
género más antigua que los hombres hemos inventado para someter y mantener a
las mujeres a su disposición sexual.
Si convertimos esta violencia en
una profesión como otra cualquiera para las mujeres. ¿Cómo podremos educar para
la igualdad en una sociedad donde las chicas sabrán que su futuro puede ser
prostitutas, viendo a otras exhibirse en escaparates al estilo del barrio rojo
de Holanda, y los chicos sabrán que puede usarlas para su disfrute sexual si
tienen el suficiente dinero para pagar por ello?
La prostitución es una
forma brutal de violencia de género
La prostitución es una forma de
explotación que debe ser abolida y no una profesión que hay que reglamentar
porque es violencia de género: «lo que las mujeres prostituidas tienen que
soportar equivale a lo que en otros contextos correspondería a la definición
aceptada de acoso y abuso sexual.
¿El hecho de que se pague una cantidad de
dinero puede transformar ese abuso en un «empleo»?, al que se le quiere dar el
nombre de “trabajo sexual comercial”.
Regular la prostitución legitima
implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de
relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un
sistema de subordinación y dominación de las mujeres, anulando la labor de
varios decenios para mejorar la lucha por la igualdad de las mujeres.
Al legitimarla se convierte en un
soporte del control patriarcal y de la sujeción sexual de las mujeres, con un
efecto negativo no solamente sobre las mujeres y las niñas que están en la
prostitución, sino sobre el conjunto de las mujeres como grupo, ya que la
prostitución confirma y consolida las definiciones patriarcales de las mujeres,
cuya función sería la de estar al servicio sexual de los hombres.
Si reglamentamos la prostitución,
integrándola en la economía de mercado, estamos diciendo que esto es una
alternativa aceptable para las mujeres y, por tanto, si es aceptable, no es
necesario remover las causas, ni las condiciones sociales que posibilitan y
determinan a las mujeres a ser prostituidas. A través de este proceso, se
refuerza la normalización de la prostitución como una «opción para las pobres».
Es esta “normalización” la que
quiero analizar, pues a través de la normalización es como se construyen los
modos de ser y estar en el mundo que se acaban considerando cuasi-inamovibles.
La socialización en la
“normalización” de la prostitución
No es difícil encontrar por la
calle vallas publicitarias u octavillas en el parabrisas de los coches con un
anuncio de un local de prostitución, eufemísticamente denominado “club de
alterne”, donde la imagen estereotipada de una mujer se ofrece como reclamo.
Una imagen que no responde a un
modelo habitual de mujer, sino que se presenta con una silueta que responde a
lo que supuestamente son los deseos y proyecciones sexuales de los hombres:
melena espesa, cintura tan estrecha que se quiebra, caderas amplias, piernas
largas, zapatos de tacón de aguja que se distinguen claramente, pechos
exuberantes y alzados, que se remarcan, para que no haya duda sobre la edad,
joven casi adolescente.
El problema es que estos
anuncios, que inundan nuestra mirada han “normalizado” una imagen de la mujer
como posible objeto sexual al servicio de los hombres. Y la han normalizado
hasta el punto de que se transfiere a otros ámbitos y espacios con absoluta
“normalidad” y reaccionando con escándalo cuando se critica y cuestiona.
Esto es lo que ha sucedido en mi
Ayuntamiento cuando, con motivo del Carnaval, repitiendo el modelo sexista y
trasnochado de concurso de “reina” del carnaval, que sigue poniendo de
relevancia la belleza de las mujeres como único atributo valorable, la concejala
de educación del equipo de gobierno del Partido Popular, diseña un cartel para
dicho concurso que presenta una imagen de mujer de forma claramente sexista y
con una pose estereotipada, que se tiende a asociar a la imagen publicitaria de
locales de alterne y anuncios de prostitución en los periódicos y medios de
comunicación.
Los anuncios de prostitución, las
páginas web contribuyen igualmente a la normalización de la sumisión o la
dominación.
El papel de los
hombres: si no existiera demanda, no habría oferta
En esta socialización en la
“normalización” de la prostitución juega un papel fundamental el papel de los
hombres. Cuando se habla de prostitución el eje de las discusiones se centra en
la situación de las prostitutas, ocultando o minimizando el papel de los
prostituidores. Pero debemos empezar proclamar insistentemente un hecho
incontrovertible como punto de partida clave de esta situación: “si no
existiera demanda, no habría oferta”.
La prostitución no es el “oficio”
más antiguo del mundo,es la explotación, la esclavitud y la violencia de género
más antigua que los hombres hemos inventado para someter y mantener a las
mujeres a su disposición sexual
Es decir, somos los hombres, como
clase, los que mantenemos, forzamos y perpetuamos el sometimiento de mujeres,
niñas y niños a esta violencia de género, demandando este “comercio” y
socializando a las nuevas generaciones en su “uso”.
Partimos de un supuesto básico
como clase, sea explícita o solapadamente consentido: se considera que todo
hombre, en todas las circunstancias y sea cual sea el precio, debe poder tener
relaciones sexuales.
La prostitución se justifica como
una realidad social “inevitable” que la mayoría de los hombres acepta como algo
natural e inamovible. Los hombres de derechas prefieren que permanezca en la
sombra para mantener el juego de la doble moral que sustenta su visión del
mundo. Los hombres de izquierdas desean que se legalice, alegando la defensa de
los derechos de las trabajadoras y “para liberar al resto de los seres humanos
del yugo de la moral retrógrada”. Ambos planteamientos evitan analizar los
mecanismos de poder patriarcales inaceptables que lo fundamentan.
Pero sobre todo ambos enfoques
siguen centrando los análisis sobre la prostitución en torno a las mujeres que
la ejercen, ocultando permanente el rostro y la responsabilidad de los hombres
que la practican. El “cliente” o prostituidor, el más guardado y protegido, el
más invisibilizado de esta historia, es el protagonista principal y el mayor
prostituyente.
La explotación de mujeres, de
niños y niñas se hace solo posible gracias al prostituidor, aunque su
participación en este asunto aparezca como secundaria.
Los trabajos habituales que se
dedican al tema los ignoran y a los prostituidores mismos les cuesta aceptar su
condición, representarse como tales. Cómo miraríamos en esta sala a algunos de
los varones aquí presentes si supiéramos que son maltratadores. Qué exigiríamos
si además han sido denunciados o imputados. Sin embargo aceptamos
implícitamente que buena parte de los hombres que aquí estamos podríamos ser
prostituidores, clientes y usuarios de esta violencia de género, sin
ruborizarnos. Es más, en algún momento surgen comentarios “cómplices”,
insinuaciones y alusiones veladas, o no tan veladas, que se convierten en
motivo de chascarrillo o gracia y que minimizamos porque lo hemos “normalizado”
demasiado.
El rechazo generalizado a
afrontar un examen crítico o hacer pesar una responsabilidad sobre los usuarios
de la prostitución, que constituyen de lejos el más importante eslabón del
sistema prostitucional, no es otra cosa que una defensa tácita de las prácticas
y privilegios sexuales masculinos. Por eso es tan importante hacer un análisis
de las razones que explican por qué en una sociedad más abierta y libre, como
la española tras la etapa de la dictadura franquista, sigue habiendo tantos
hombres y jóvenes que acuden a relaciones prostitucionales con mujeres o con
otros hombres.
¿Por qué los hombres
acuden a la prostitución?
La mayoría de los estudios e
investigaciones en profundidad sobre el tema llegan a una conclusión similar:
“un número creciente de hombres busca a las prostitutas más para dominar que
para gozar sexualmente. En las relaciones sociales y personales experimentan
una pérdida de poder y de masculinidad tradicional, y no consiguen crear
relaciones de reciprocidad y respeto con las mujeres con quienes se relacionan.
Son éstos los hombres que buscan la compañía de las prostitutas, porque lo que
buscan en realidad es una experiencia de dominio y control total”.
De hecho, no tenemos más que
analizar los anuncios de la prensa escrita o de internet, en donde los reclamos
se refieren a cuatro aspectos: por un lado la sumisión, por otro lo que
denominan “vicio”, el tercero sería la edad y por último el servicio ofrecido.
La sumisión, es decir, el haz conmigo lo que quieras, cuando quieras, las veces
que quieras, el tiempo que quieras. La alusión al vicio y a sus sinónimos:
“viciosa”, “muy viciosa”, morbosa, etcétera. Alusión a la edad: mujercitas,
jovencitas, rasurada, aniñada. De ahí que sean los clientes-prostituidores los
principales responsables en la cada vez más reducida edad de la “mercadería”
que consumen, pues exigen con ansía y demanda creciente el permanente cambio de
las mujeres y que sean cada vez más jóvenes quienes satisfagan su “pasión
sexual” a precio fijo y por un lapso de tiempo pautado.
Parece como si una parte
importante de la humanidad, los hombres que acuden a la prostitución, tuviera
un problema serio con su sexualidad, no siendo capaces de establecer una
relación de igualdad con las mujeres, el 50% del género humano, que creen que
debe de estar a su servicio.
Como si cada vez que las mujeres consiguen mayores
cotas de igualdad y de derechos, estos hombres no fueran capaces de encajar una
relación de equidad y recurrieran, cada vez con mayor frecuencia, a relaciones
comerciales por las que pagando se consigue ser el centro de atención
exclusiva, regresando a la etapa infantil de egocentrismo intenso, y una
relación que no conlleva necesariamente ninguna “carga” de responsabilidad,
cuidado, atención o compromiso de respeto y equivalencia.
Una segunda conclusión relevante
de los estudios nacionales es que España es uno de los países donde el
“consumo” de prostitución está menos desprestigiado. Las encuestas indican que
un 39% de los españoles acude de forma habitual a la prostitución, sin que se
les reproche socialmente ni se les recrimine legalmente. De hecho, parece que
hay un consentimiento social ya no tácito, sino explícito, en mantener
estrategias y formas constantes que “alivian” la responsabilidad de aquellos
que inician, sostienen y refuerzan esta práctica.
Esta estrategia del
consentimiento, tiene que ver con una tercera conclusión que se extrae de estos
estudios y es cómo ésta influye en el proceso de socialización de los chicos y
jóvenes en el uso de la sexualidad prostitucional. El problema de la
socialización que se vive en nuestras sociedades sobre la prostitución sitúa a
todo varón homo o heterosexual como un potencial “cliente” una vez que ha
dejado de ser niño. Así, no sería demasiado exagerado afirmar que la sola condición
de varón ya nos instala dentro de una población con grandes posibilidades de
convertirnos en consumidores. Si a esto añadimos la regulación de la
prostitución como una profesión estaríamos generando unas expectativas de
socialización donde las niñas aprenden que la prostitución podría ser un
posible “nicho laboral” para ellas, y los niños aprenden que sus compañeras
pueden ser “compradas” para satisfacer sus deseos sexuales.
Por eso cualquier intervención en
este problema debería tener en cuenta las representaciones que en el imaginario
social legitiman la prostitución, este proceso de socialización educativa. Las
leyes de Códigos Penales o los tratados internacionales son necesarios pero
nunca serán suficientes para contrarrestar prácticas convalidadas por las
costumbres o que se legitiman regulándolas socialmente: derechos de los hombres
sobre el cuerpo de las mujeres, derechos de los poderosos sobre el cuerpo de
los débiles. Los hombres debemos resolver nuestros problemas de socialización
para aprender a vivir sin servidoras sexuales y domésticas.
Tal como vives así
educas
Es en este contexto social en el
que se produce una permanente socialización de género donde los chicos aprenden
un rol esencialmente diferenciado de las chicas. No sólo porque el mundo adulto
que le rodea pueda iniciarle o no en el consumo de la prostitución, sino porque
ve diariamente, constantemente, en los periódicos y revistas de cualquier
kiosko, en las vallas publicitarias de las ciudades y los pueblos, en los
anuncios de neón de los “clubes de alterne”, dónde se sitúa a las mujeres y
dónde se le sitúa a él.
Qué expectativas puede tener él y
qué expectativas puede tener cualquier chica de las que le rodea. Cuáles son
las categorías mentales y vitales en las que se enmarca su mundo y cuáles son
las que enmarcan el mundo de las chicas que le rodean. El contexto social es un
espacio de socialización permanente donde los lugares que ocupamos unos y otras
generan un posicionamiento vital y experiencial que marcan profundamente
nuestra forma de estar y conducirnos en el mundo.
Socializarse significa
impregnarse de los modos, formas y valores de una sociedad. En los últimos 50
años se ha iniciado un proceso de denuncia sobre las diferencias educativas de
hombres y mujeres que conllevan a la desigualdad. Hay todo un trabajo
académico, de movimientos y asociaciones de mujeres que han desvelado y
visibilizado la educación sexista, es decir la educación que sigue
estableciendo roles de género en función del sexo, unas relaciones asimétricas
y jerarquizadas, siendo superiores y mas valoradas todo lo relacionado con lo
atribuido al sexo masculino.
Pero actualmente un sector del
movimiento feminista parece poner entre paréntesis el análisis de la
prostitución como forma de desigualdad extrema, de violencia de género asumida
y consentida.
Proponiendo la regulación de la prostitución como una profesión,
como mal menor, con la excusa de luchar por los derechos de las mujeres
prostituidas.
Educar en la igualdad
un mundo donde la prostitución es una profesión
Lo que nos preguntamos, desde un
punto de vista educativo, ante esa postura es ¿cómo vamos a educar a nuestros
hijos e hijas en igualdad con mujeres tras los escaparates como mercancías o
sabiendo que es un posible futuro laboral de nuestras hijas? ¿Es posible educar
en igualdad en una sociedad que acepta e instituye la desigualdad?
¿Qué consecuencias tendría en el
proceso de socialización de nuestras niñas y niños un contexto social y cultural
que asuma la prostitución como un posible “nicho laboral” más, como otro
cualquiera, para las mujeres jóvenes? ¿Alguien puede pensar seriamente que
supondrá un avance en el proceso de construcción de la igualdad entre hombres y
mujeres?
Los valores básicos ante la vida
no se adquieren socialmente tanto por las declaraciones formales de cuáles han
de ser éstos, como por las prácticas sociales en las que vive inmersa la
infancia y adolescencia y que asumen casi por ósmosis de su entorno, marcado profundamente
no sólo por su contexto familiar y escolar, sino especialmente por los medios
de comunicación, los grupos de iguales y la sociedad que les rodea. Por eso es
tan importante la coherencia entre los principios y valores que se postulan en
la sociedad y las prácticas que se llevan a cabo, pues son éstas las que, en
definitiva, construyen las expectativas, creencias y hábitos de niñas y niños
sobre lo que esperan de su futuro, sobre lo que han de tener derecho o no,
sobre lo que es valioso y justo y sobre lo que es una sociedad realmente
igualitaria.
Los niños que se “socializan” en
un contexto donde la prostitución está regulada legalmente como una profesión
más, que, por lo tanto, es aprobada socialmente y se promociona y publicita -en
una sociedad de consumo es imprescindible hacerlo-, están aprendiendo que las
mujeres son o pueden ser “objetos” a su disposición, que su cuerpo y su
sexualidad se puede comprar, que no hay límites para su uso, que incluso pueden
ejercer la violencia o la fuerza sobre ellas porque va a haber determinados
espacios donde tengan todos los derechos si tienen dinero para pagarlos.
Por eso es radicalmente
contradictorio hablar y defender la igualdad entre hombres y mujeres en el
proceso educativo de los niños y niñas y simultáneamente apoyar relaciones y
espacios de poder exclusivos para hombres, donde la mujer sólo parece tener
cabida cuando está al servicio de éste. Una sociedad, cuyas prácticas regulan
una concepción de la sexualidad marcada por estos principios, educa a los niños
en la expectativa de que no tienen por qué renunciar a ninguno de sus deseos
sexuales y a no tener en cuenta a la otra persona, puesto que si tienen dinero
para pagarlo todo es posible.
Llevamos muy poco tiempo
construyendo procesos de igualdad, intentando hacer visible los aportes de las
mujeres en la construcción de la sociedad, removiendo la invisibilidad que ha
recaído sobre las mujeres que han contribuido y aportado a la sociedad arte,
creatividad, participación política, ya que sabemos que es necesario tener
modelos de referencia. Si la prostitución se convierte en una profesión para
las mujeres, nos preguntamos cuáles serán los nuevos modelos de referencia para
las mujeres que conllevarán esta propuesta donde el valor de la mujer está en su
biología, en su cuerpo, en su imagen y belleza a disposición de los hombres.
Una imagen y belleza que sólo tienen algunas mujeres y durante un determinado
tiempo muy limitado.
Es más, nos preguntamos cómo va a
repercutir en el imaginario de los hombres, en sus conductas, actitudes y
creencias, y ¿en la vida de las mujeres? Pensemos en la repercusión que tendrá
en las actitudes, creencias y expectativas de los niños y jóvenes que viven en
un pueblo donde ya no hay escuela pero sí un denominado eufemísticamente “club
de alterne”. Podemos imaginarnos su forma de hablar entre ellos de las mujeres.
Y podemos ponernos en la piel de las mujeres. ¿Qué tipo de publicidad se va a
difundir, que tipo de mensajes visuales u orales se van a publicitar, para
enseñar a las nuevas generaciones de hombres a consumir ese producto, mujeres,
que es necesario vender?
¿Cómo va a afectar a la subjetividad de niños y niñas,
de adolescentes este tipo de sociedad?
En una sociedad que regule la
prostitución estamos socializando a niños y niñas en valores claramente
diferenciados: A los niños, en que ellos como hombres, van a poder comprar,
pagar por usar, el cuerpo, la atención, el tiempo… de las mujeres. Y a las
niñas, en que ellas como mujeres, pueden estar al servicio de los hombres.
Quizás no ellas personalmente o directamente, pero sí las mujeres, muchas
mujeres. Si se regula la prostitución, educar en la igualdad va a ser
imposible.
Zhang Haiying |
Centrar las medidas en
la erradicación de la demanda
Estamos inmersos no solo en una
lucha económica, sino también en una lucha ideológica, de valores y en una
lucha por construir otra subjetividad y otra conciencia social. El modelo de
sociedad que presentamos a los jóvenes, encubierto bajo un manto de silencio
cómplice, contradice profundamente los mensajes que pronunciamos sobre la
educación para la igualdad. Nuestro silencio nos hace cómplices de esta nueva
forma de esclavitud y violencia de género. Si queremos construir realmente una
sociedad en igualdad hemos de centrar las medidas en la erradicación de la
demanda, a través de la denuncia, persecución y penalización del prostituidor
(cliente) y del proxeneta: Suecia penaliza a los hombres que compran a mujeres
o niños con fines de comercio sexual, con penas de cárcel de hasta 6 meses o
multa, porque tipifica este delito como «violencia remunerada». En ningún caso
se dirige contra las mujeres prostituidas, ni pretende su penalización o
sanción porque la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia
masculina contra mujeres, niñas y niños.
Regular la prostitución legitima
implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de
relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un
sistema de subordinación y dominación de las mujeres, anulando la labor de
varios decenios para mejorar la lucha por la igualdad entre los hombres y las
mujeres. Al legitimarla se convierte en un soporte del control patriarcal y de
sujeción sexual de las mujeres, con un efecto negativo no solamente sobre las
mujeres y las niñas que están en la prostitución, sino sobre el conjunto de las
mujeres como grupo, ya que la prostitución confirma y consolida las
definiciones patriarcales de las mujeres, cuya función sería la de estar al
servicio sexual de los hombres.
Regular la prostitución legitima
implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de
relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un
sistema de subordinación y dominación de las mujeres
Como dice Gemma Lienas, que publica
en el último monográfico de Nuestra Bandera sobre prostitución, cambiar el
destino de estas mujeres en situación de prostitución no pasa por ponerles
multas como ha anunciado que hará el ministro del Interior para evitar el
“lamentable espectáculo” a las mentes bienpensantes.
Cambiar el destino de estas
mujeres pasa por plantear un sistema económico justo y sostenible que incorpore
en igualdad a ambos sexos.
Cambiar el destino de estas
mujeres pasa por perseguir a las mafias y no favorecer su instalación en
nuestro país con leyes permisivas y con modelos económicos basados en el
ladrillo o en Eurovegas.
Cambiar el destino de estas
mujeres pasa por transformar la mentalidad de esos varones, no sólo con multas
que les quiten las ganas sino con una educación que obligue a los medios a
cambiar la imagen de la mujer como objeto sexual y a los hombres a
corresponsabilizarse emocional y vitalmente.
Cambiar el destino de estas
mujeres pasa porque los derechos de las mujeres dejen de ser derechos de
segunda y pasen a formar parte de verdad de los derechos humanos.
Vuelvo al inicio. Se dice que la
prostitución siempre ha existido, dicen. También las guerras, la tortura, la
esclavitud infantil, la muerte de miles de personas por hambre. Pero esto no es
prueba de legitimidad ni validez. Tenemos el deber de imaginar un mundo sin
prostitución, lo mismo que hemos aprendido a imaginar un mundo sin esclavitud,
sin apartheid, sin violencia de género, sin infanticidio ni mutilación de
órganos genitales femeninos. Sólo así podremos mantener una coherencia entre
nuestros discursos de igualdad en la escuela y en la sociedad y las prácticas
reales que mantenemos y fomentamos.
Como decía Martin Luther King:
«Tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las malas acciones
de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena». Educar para
la igualdad exige romper nuestro silencio cómplice y comprometernos activamente
en la erradicación de toda violencia de género. No podemos renunciar a nuestra
utopía de trasformar la sociedad y educar en igualdad a hombres y mujeres.
Fuente:
http://www.cronicapopular.es/2012/12/sexo-sin-mercado-la-prostitucion-desde-el-punto-de-vista-de-la-educacion/
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