Patio de atrás del sexo –
Magdalena González
Una vez fundada Roma, Rómulo
convoca a gente de otras comarcas para poblarla. En su mayoría concurren
delincuentes, buscando mejores oportunidades que las que tienen en sus pueblos.
No asisten mujeres. Entonces, los romanos convocan a los pueblos vecinos a una
gran fiesta, pero estos vecinos, advertidos de la peligrosidad de los romanos,
no aceptan la invitación. Sólo los sabinos, gente trabajadora y guerrera,
llegan al festejo. Según un plan preconcebido de apropiación, en determinado
momento los romanos se lanzan sobre las mujeres jóvenes y las secuestran.
Tiempo después los sabinos, habiendo preparado su ejército, vuelven para
rescatarlas. Pero ya las jóvenes estaban embarazadas o habían parido hijos y
“quedarían unidas con ellos por el vínculo más dulce que pueda enlazar a los
seres humanos, el de la maternidad. Debían por consiguiente moderar su rencor y
dar sus corazones a aquellos a quienes la suerte había hecho dueños de sus
personas” (Tito Livio, Historia de Roma, Madrid, ed. Spes).
Magdalena González |
“Los mitos cumplen una doble
función en la cultura, el intento de respuesta a los enigmas que nos presenta
la vida y el ocultamiento de la violencia para la justificación de algún
sistema social” (New Larousse Encyclopedy of Mithology, Hamlin, Londres): es
necesario no perder de vista ni la riqueza de la ficción alegórica ni la
justificación y el ocultamiento de los sistemas opresivos que portan los mitos,
por ejemplo el mito del Rapto de las Sabinas sobre la fundación de Roma. Su
argumento refuerza a las mujeres en un lugar que aún ocupan: el de tolerar la
violencia de la apropiación indebida; reforzar la unión hombre-mujer sin
objeción posible de parte de ella en función de un rol que debe estar por
encima de todo: la maternidad.
Este modelo de abuso, de
violencia, de apropiación y de engaño es el que sostiene la explotación sexual
a lo largo de la historia.
Es sólo un ejemplo de los mitos
patriarcales que impregnan nuestra cultura, manipulando las mentes de los
sujetos para lograr apropiarse de las riquezas de los pueblos y los cuerpos de
las mujeres, que operan como mercancía: un bien más. Esto nos introduce en el
tema de las mujeres como preciado botín para satisfacer a ese tipo de cultura.
Según Marx, no entran ni siquiera como valor de cambio, sino de uso.
Esta característica de uso se
conecta con la apropiación de las mujeres en general y, en el extremo de este
continuo, prostituirlas.
Hay factores que son clave para
la existencia de la prostitución:
- El sistema patriarcal productor
y reproductor de la opresión, esclavización y muerte de mujeres, y básicamente
de las mujeres a quienes prostituye.
- La demanda del prostituidor
cliente, que determina la existencia de la prostitución.
- El imaginario social
prostituidor.
- Las crisis económicas.
- El capitalismo en su fase
neoliberal, como productor de esclavitud.
- El prostituidor reclutador,
personaje clave para destruir la resistencia de las mujeres con el objeto de
ingresarlas a la prostitución, llegando incluso al secuestro. Estos personajes,
mediante extraordinarias maniobras manipulatorias que, como dice Masud Kahns
refiriéndose a los sujetos perversos (Alienación en las perversiones, ed. Nueva
Visión, 1987), exigen y consiguen de sus víctimas “la suspensión de la
discriminación y la resistencia, en todos los niveles de la culpa, la vergüenza
y la separación”.
- La globalización que propicia
las redes internacionales de tráfico, produciendo el brutal incremento del
secuestro, tráfico y muerte de jóvenes, niñas y niños.
- Los medios de comunicación
masiva, que inducen y ofrecen modelos sexuales prostituidores, actuando sobre
el imaginario social y favoreciendo la dominación proxeneta. Así se consolida
la opinión pública afín a la prostitución, y se genera también su expansión,
produciendo en este caso una réplica masiva de lo que hacen los proxenetas, en
lo individual, para socavar la resistencia de las mujeres que prostituyen.
- El tráfico de mujeres avalado
por los Estados y el sistema patriarcal-neoliberal favorecido por la
globalización pretenden hacer pasar la explotación sexual como si fuera
trabajo, buscando legalizar el poder obtenido mediante la violencia y el
secuestro, y así incrementar aún más sus ganancias.
- La participación de sectores de
los gobiernos vinculados a las redes de tráfico de mujeres que, a su vez, se
relacionan con los demás tráficos (drogas, armas, etcétera).
El imaginario social prostituidor
es una muestra de lo instituido. Veremos cómo la mujer está colocada en el
lugar del goce del otro, no en el lugar del deseo del otro, en algunos
comentarios de un grupo de hombres entre 26 y 36 años, en el curso de una
investigación de imaginario social realizada con técnica de grupos
motivacionales.
“Un cliente se transforma en un cliente porque paga. Está haciendo una
transacción comercial.” Cuando una persona está cometiendo abuso de otra,
el pago por el abuso no lo transforma en acto comercial; es un acto que priva a
la otra persona de su lugar de sujeto, por lo tanto de sus derechos humanos. El
pago, así, es un acto de perversión: no se pueden comprar personas.
“La mujer de uno no puede hacer cosas que la prostituta puede hacer.”
La mujer en situación de
prostitución tampoco puede “hacer cosas” sin sufrir daño, agravado en el caso
de ella por la frecuencia y por la diversidad de prácticas perniciosas que se
le exige que cumpla.
“Hay cosas que moralmente no se hacen con una persona querida, pero que
con una prostituta ni lo pensás porque está para eso, no lo vas a hacer con la
madre de tus hijos.”
Aquí encontramos dos aspectos
disociados en la cultura patriarcal y en el individuo: la sexualidad
cosificadora y el amor; el primero, depositado en la mujer prostituida, y el
segundo en la mujer-madre. Además, se trata de una doble moral. Lo que él
considera inmoral de sí mismo se lo impone a la mujer prostituida, obligándola
porque le paga, y deposita en ella su propia inmoralidad. Lo que para estos
varones no es “moral” con la persona querida es su sexualidad de dominio: con
la mujer a la que prostituyen, esa “inmoralidad” queda negada.
“Yo no creo que la prostitución sea un mal. Es un mal que se lo haga
público, porque puede afectar a tu familia. ¡Si vos tenés una hija y ve por la
tele que se gana tanta plata haciéndolo! Y no se ve que se las atormente todo
el año.”
Este varón entiende que sería un
mal si una hija de él cayera en esto, pero no considera que sea un mal para las
que no son cercanas a él. Tiene conocimiento de la realidad: sabe que ganan
plata; también sabe, pero en forma separada, que es “un tormento”. Con esa
disociación justifica la acción del prostituidor y el sistema proxeneta.
“El hombre puede recurrir a la prostituta por necesidad sexual o porque
le gusta. ¿Sabés por qué? Por la fantasía que uno tiene, tal vez tu novia no te
hace ciertas cosas. Y vos sabés que a la otra mina le decís ‘Hacé esto’ y lo
hace, porque vos le estás pagando. No te van a decir: ‘No, yo no lo hago’. Y es
una fantasía que el tipo quiere que se le cumpla. Mis amigos fueron todos
porque dicen que son tremendas. Bah, tremendas en el sentido de que hay
morochas muy lindas. Las brasileñas son muy lindas, y las venezolanas.”
Cuando este hombre expresa “‘Hacé
esto’, ella lo hace porque le estás pagando”. El imaginario social prostituidor
es una muestra de lo instituido. Veremos cómo la mujer está colocada en el
lugar del goce del otro, no en el lugar del deseo del otro, es lo “tremendo” de
sus fantasías pero, sobre todo, lo excita saber que ella está obligada a
realizarlas: otra vez vemos la sexualización de la inermidad y del ejercicio
del poder. Pero él no lo reconoce en sí mismo. Lo “tremendo” es desplazado y
depositado en ella. Él mismo hace un intento de rectificación poniendo el
énfasis en la belleza cuando dice: “Bah, tremendas... son muy lindas”.
“Ahora que las mujeres se liberaron, uno no tiene necesidad de ir y
pagar. Te ahorrás el costo.” Este joven ironiza sobre el rol de la joven
que se avenga a mantener relaciones sexuales, y en general sobre la liberación
sexual de las mujeres: es mal visto que ellas elijan libremente acerca de su
comportamiento sexual, porque de esa manera ellos pierden el control, y muchos
hombres no toleran esa pérdida, pues no accedieron a una independencia interna
tal que les permita relaciones de paridad y confianza. Nuevamente vemos cómo se
equipara a las mujeres liberadas del control masculino con “putas”, que en este
caso no les cobran. La libertad sexual de las mujeres es entendida e
implementada por estos varones como la ventaja que ellos tienen ahora para
acceder a relaciones sexuales; las consideran aptas para actos sexuales
casuales, con la connotación de desechables. Es otra instancia de control y
dominio.
No obstante, el
prostituidor-”cliente” puede necesitar a alguien que lo mire en su acto: exige
un ser humano, él sabe que ella no es una cosa, pero su goce consiste
precisamente en rebajarla a una condición de uso: la trata como objeto, pero
espera y exige que ella, como persona, ponga la mente y el cuerpo a su
servicio. Necesita de la sensibilidad de ella para satisfacer su goce, es
decir, su destructividad; y la necesita, además, como testigo de su acto. Trata
a las personas, sabiendo que son personas, como si no lo fueran; denigra a la
mujer en tanto ella realiza actos humillantes: ese acto denigratorio, el acto
de destruirla como sujeto, le produce placer.
A veces buscan mujeres por su
belleza o por su educación. Estos casos evidencian que valoran a la mujer como
botín: lo que ellas representan. El nexo es emblemático: él, si “la tiene”,
participa ilusoriamente de las características de ella.
Este lugar desde el cual se puede
acceder a la degradación del otro produce la degradación del varón en cuestión
como sujeto mismo (S. Freud: “Sobre la más generalizada degradación de la vida
amorosa”). Por eso la existencia de la prostitución y, en este momento, su
expansión, tienen graves efectos en la cultura y la sociedad.
Mujeres de la vida. Gutierrez Solana. 1932 |
Es necesario advertir sobre las
consecuencias que tienen estos comportamientos en las mujeres prostituidas (ver
Magdalena González, “La otra tortura”, Página/12, sección “Psicología”, junio
de 2005). En muchos casos, estas consecuencias son comparables a las de las
personas que han sufrido tortura física y psíquica, llegando al suicidio;
también, a ser víctimas de asesinato por parte de los proxenetas y
prostituidores-”clientes”.
Además de los casos de
prostituidores-”clientes” que, en formas difíciles de imaginar, torturan a
mujeres en situación de prostitución, en todos los casos se da el proceso de
desubjetivización, lo que dos mujeres en prostitución describen así: “Los
clientes a veces te tratan bien, pero siempre te dan a entender que vos sos lo
que sos, nunca vas a ser otra cosa”; “Te sentís basura, ellos te dejan su
mierda adentro”. Esto es considerado por Jacques Lacan el peor lugar: ser objeto
del goce del otro. Las mujeres sometidas a la situación de prostitución
estarían, no en el lugar de objeto de deseo, sino en el lugar de objeto de goce
sádico.
El o la proxeneta han manipulado
a la joven reclutada para que ilusione estar en el lugar de “la piola”,
mientras ocupa el lugar de resto para ellos, para los clientes y para la mayor
parte de la sociedad. Ellas viven esa dualidad mediante un proceso de
renegación, intentando sostener la ilusión, pero cuando logran integrarse y
de-silusionarse, lo expresan así: “Las gilas somos nosotras”.
Se viene incrementado la
exigencia de los prostituidores-"clientes" a los proxenetas: así,
pueden requerir mujeres cada vez menores, hasta niñas y niños pequeños. La
falta de límites ha ido más allá del horror: hay varones que solicitan y
obtienen bebés para abusarlos sexualmente. En estos casos está bien claro que
lo que cuenta es, antes que una atracción sexual hacia los niños como tales, el
goce de la inermidad, la inocencia, el sufrimiento del sujeto, el poder
ejercido sobre criaturas victimizadas que ni siquiera saben qué está
sucediendo.
Dice una mujer en prostitución
(Integrante de Ammar, Asociación Argentina de Mujeres Meretrices Argentinas):
“No hay diferencia entre la prostituta de lujo y las de la calle: los golpes
son los mismos golpes, las quemaduras son las mismas quemaduras”. Y otra mujer,
prostituida en el más alto nivel social y económico, dice: “En esto, límites no
hay”.
Se trata de la exploración
perversa, sin límites, del otro (contando con la impunidad conferida), y el
deseo de dañar, de herir, de vejar la inocencia. No existe, en tal falta de
límites, sino la comprobación de un poder. No hay ley psíquica y no hay peligro
desde la ley social: la sociedad no la procesa esta destrucción, la reproduce,
y la depredación de los más débiles no tiene freno.
En el interjuego permanente entre
la sociedad y el individuo, la prostitución, como las guerras, puede verse como
una forma social de la pulsión de muerte. Y podemos preguntarnos, desde la teoría
freudiana: ¿es la prostitución una forma degradada de la pulsión de muerte? ¿Es
el “patio de atrás” de la sexualidad?
En el mundo, anualmente,
alrededor de cuatro millones de mujeres y niñas son ingresadas a la
prostitución. En la Argentina, cientos de ellas son secuestradas y
desaparecidas por las redes de proxenetas, y muchas han sido y están siendo
asesinadas. Como expresaron los jueces del Juicio de Nuremberg sobre los
crímenes de lesa humanidad, no se trata de problemas individuales, sino de un sistema
que los produce.
Autora: Magdalena González - Psicóloga e
Investigadora Feminista
Fuente: Página 12, publicado el 5
de julio de 2009
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