Cinco mitos sobre la “asistencia sexual”
Ana Pollán
Estudiante del
Grado de Filosofía, feminista abolicionista, republicana y defensora de la
escuela pública. Anticapitalista.
Cuando escribo
algo para publicar en un medio de comunicación o redes sociales, nunca hago
referencia a mis circunstancias personales. Me parece innecesario y carente de
interés en un escrito de carácter público. Pero en esta ocasión, y porque puede
ser útil para la claridad expositiva de estas líneas, haré una referencia a una
en concreto. Creo, no obstante, que no es necesario ser discapacitad@ para
posicionarse en este tema ni que por el hecho de serlo yo exprese el
posicionamiento de la totalidad del colectivo. Sin embargo, y como a las
feministas abolicionistas (permitidme la redundancia) se nos acusa de hablar de
situaciones que no vivimos en primera persona, me parece útil aportar el dato
de que yo misma sufro una discapacidad, parálisis cerebral infantil mixta,
sobrevenida por una negligencia médica en el parto, que me provoca dificultades,
no extraordinariamente graves pero evidentes, en el habla y en el movimiento.
Bien, dicho esto
–que debería ser prescindible en tanto que lo fundamental es la elaboración de
los argumentos y la defensa clara de ciertos principios– intentaré en este
artículo desmontar los argumentos que se ofrecen a favor de la asistencia
sexual a personas con discapacidad.
1. Mito: La asistencia sexual cumple una función social.
Satisface una necesidad.
La sociedad
tiene la obligación de velar por el cumplimiento de los Derechos Humanos. Todas
las personas, independientemente de nuestro sexo, edad, procedencia,
discapacidad, etnia, religión… tenemos derecho a ser tratadas con dignidad.
Esto implica que ninguna institución, ley o persona puede infringir ninguna
discriminación o violencia de ningún tipo sobre otra por las circunstancias
antes citadas. Así, nos hemos reconocido el derecho a la sanidad, la educación,
a una vivienda digna, a una familia o institución que nos proteja en la
infancia… En definitiva, al acceso a todos aquellos recursos y cuidados que nos
posibilite vivir de forma digna. Ahora bien, el sexo, o el placer sexual, no es
una necesidad, y por tanto, no es un derecho. Es un deseo. Se puede vivir sin
sexo; un@ se puede realizar de múltiples formas… estudiando, leyendo, viajando,
cultivando amistades, pintando, cuidando animales, implicándose en causas
sociales aunque carezca de la posibilidad de tener sexo…
No conviene
confundir deseo con necesidad (algo propio del patriarcado y del capitalismo).
Con esto no
pretendo realizar un alegato en contra del placer sexual, ni pienso que no sea
importante, ni deseable, ni beneficioso. Todo lo contrario, creo que es
estupendo tener la posibilidad de sentirlo. Pero no conviene confundir deseo
con necesidad (algo propio del patriarcado y del capitalismo).
2. Mito: La asistencia sexual no tiene nada que ver
con la prostitución.
Rotundamente
falso. Tod@s sabemos que siempre ha sido habitual que, cuando un hombre tiene
una discapacidad y encuentra dificultades para establecer relaciones sexuales,
a menudo solicita o es invitado a solicitar los “servicios” de una prostituida.
Por tanto, los hombres discapacitados que recurren a servicios sexuales se
comportan exactamente igual que cualquier otro putero: hacen uso de un
privilegio ilegítimo que les beneficia a ellos y que perjudica a la prostituida
en tanto que es utilizada sin importar cómo le afecte ser objetualizada por
otro, y a las mujeres como colectivo (como “clase”) en tanto que se nos
presenta a todas como seres humanos secundarios disponibles para satisfacer los
placeres de los varones.
Los hombres
discapacitados que recurren a servicios sexuales se comportan exactamente igual
que cualquier otro putero: hacen uso de un privilegio ilegítimo que les beneficia
a ellos y que perjudica a la prostituida
Además, los
hombres discapacitados no son los únicos que tienen dificultades para tener
sexo con otras personas. Si no justificamos que los hombres que no tienen sexo,
o no como desean, por el motivo que sea, recurran a la prostitución, no es
justificable que, por el hecho de tener una discapacidad, se convierta en
legítimo someter a otra persona a sus deseos sexuales.
3. Mito: Las personas con discapacidad, si no es
mediante la asistencia sexual, jamás sentirían placer.
Esta afirmación
se puede basar en dos tesis. A) Que, dada una severa discapacidad física, no
tienen la posibilidad de masturbarse, de acceder manualmente a sus propios
genitales u otras zonas del cuerpo que deseen estimular. O B) Que, dado el
estigma y los prejuicios, no podrán encontrar nunca a una persona dispuesta a
mantener relaciones sexuales con él o con ella.
En el primer
caso (A), se nos ocurren dos contra-argumentos. El primero que, antes de
someter a otra persona (casi siempre mujer) a tener que satisfacernos y por
tanto instrumentalizarla, sería oportuno que, igual que se ha demandado la
fabricación de “juguetes” eróticos con una perspectiva no coitocéntrica y desde
el feminismo se ha propuesto fabricar nuevos “juguetes” eróticos que favorezcan
aumentar las posibilidades de sentir placer para las mujeres, se debe demandar
la fabricación de este tipo de herramientas que tengan en cuenta las posibles
dificultades físicas del/de la usuario/a. (Por supuesto, no deseo establecer
ningún paralelismo entre mujeres y personas con discapacidad). No creo que sea
complicado encontrar algunas herramientas oportunas para dicho fin salvo en
casos de discapacidad e inmovilidad extraordinaria y extremadamente severos. El
segundo contra argumento ya lo hemos dicho: nadie se muere por no sentir placer
sexual, ergo no es una necesidad.
En el segundo
caso (B), lo vemos claro. Difícilmente vamos a contribuir a eliminar el estigma
y los prejuicios que recaen sobre las personas que tenemos alguna discapacidad
y nuestras capacidades para dar y recibir placer (que, efectivamente ese
estigma existe y de forma extendida, no lo niego y nos afecta a la inmensa
mayoría dificultándonos notablemente la posibilidad de tener relaciones
sexuales) si claudicamos y aceptamos la asistencia sexual como única salida.
Mejor sería ir a la raíz del estigma y acabar con él buscando una sociedad
abierta, inclusiva, sin tabúes y menos superficial.
4. Oponerse a la asistencia sexual supone una
discriminación y un ataque directo a quien sufre una discapacidad.
No. Es al
contrario. Exactamente al contrario. Aceptar que la única posibilidad de las
personas con discapacidad es recurrir a la asistencia sexual (en castellano, a
la prostitución) es un insulto para todas las personas con discapacidad. No sé
al resto de discapacitad@s, pero a mí, el mensaje que me llega desde quienes
defienden la “asistencia” es exactamente este: “dais tanto asco, sois tan
inútiles, que nadie, si no es por dinero o por compasión, tendría sexo con
vosotr@s”. Peor ataque, peor estigma, mayor discriminación, peor mensaje, peor
insulto a l@s discapacitad@s que ese, no se me ocurre.
Aceptar
que la única posibilidad de las personas con discapacidad es recurrir a la
asistencia sexual (en castellano, a la prostitución) es un insulto para todas
las personas con discapacidad.
Así que las
personas que defienden la asistencia sexual y dicen abanderar la defensa de la
diversidad y la inclusión y los derechos e intereses de las personas con
discapacidad, deberían pensar si, por el contrario, lo que hacen no será
mandarnos un mensaje devastador y profundamente discriminatorio. Y, en
cualquier caso, si una persona no resulta deseable sexualmente para nadie, lo
tendrá que asumir y punto. Como asumimos decenas de frustraciones a lo largo de
nuestra vida, tengamos o no dificultades físicas o psíquicas añadidas.
5. No es necesario abordar este tema con perspectiva
de género
Claro que sí, en
primer lugar porque la inmensa mayoría de personas con discapacidad que han
recurrido a la prostitución son hombres. Y, en consecuencia, y en segundo
lugar, porque nunca somos las mujeres con discapacidad, las protagonistas de
este asunto. Las hay, cierto, pero son minoría. Por tanto, la perspectiva de
género es fundamental. Dicho esto, me parece que al igual que un hombre
discapacitado no tiene derecho a reclamar asistencia sexual, tampoco una mujer
debe demandar dichos servicios a una persona asistente sexual, sea una mujer o
a un hombre. Con todo, puesto que la mayoría de demandantes de prostitución,
discapacitados o no, son hombres, y la inmensa mayoría de personas prostituidas
son mujeres, no hacer hincapié en que la injusticia de demandar servicios
sexuales amparándose en sus circunstancias físicas o psíquicas la cometen
fundamentalmente hombres privilegiados por el patriarcado, sería un ejercicio
de hipocresía; negar la evidencia. Me opongo no sólo por su carga patriarcal y
por su relación íntima con la prostitución sino porque creo que contribuye a
concebir el sexo como un bien intercambiable, o peor, algo que se pueda donar
sin poder demandar reciprocidad y deseo mutuo. Y dudo mucho que en realidad se
base en el altruismo. Ni quiero que nadie se sienta con el deber de
satisfacerme sexualmente ni quiero que nadie me demande, a mí ni a nadie esa
tarea. El sexo, o es mutuo, libre y recíproco o no es.
Ni quiero
que nadie se sienta con el deber de satisfacerme sexualmente ni quiero que
nadie me demande, a mí ni a nadie esa tarea. El sexo, o es mutuo, libre y
recíproco o no es.
Por tanto, si lo
que preocupa es luchar por una mejor vida sexual a las personas con
discapacidad, vayamos a la raíz: eliminemos prejuicios y discriminaciones,
esforcémonos en construir relaciones sexuales y/o afectivas más profundas y no
basadas en la cáscara, en la apariencia, en la superficialidad. Busquemos una
sexualidad más amplia, que satisfaga a tod@s sin someter a nadie. Y por favor,
que quienes defienden la asistencia sexual, dejen de considerarnos incapaces. Y
dejen de exculpar y bendecir a los hombres que utilizan la excusa de su
discapacidad para tener libre acceso al cuerpo de las mujeres.
Fuente:
http://www.tribunafeminista.org/2017/04/cinco-mitos-sobre-la-asistencia-sexual/
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