Prostitución:
Abolicionismo Normativo
Por Rosa Cobo.
Transcripción de su intervención en el Congreso de Diputados
Martes 18 julio 2006.
Intervención de Rosa Cobo Bedía. Doctora en Ciencias
Políticas y Sociología, Profesora de Sociología en la Universidad de A Coruña.
Ponencia sobre la prostitución en España. Congreso de los
Diputados 20 de junio de 2006
Les agradezco que me hayan invitado para participar en este
debate, que no solamente se está celebrando aquí, sino que es un debate ahora
mismo que tiene una grandísima significación y relevancia, no solamente en
España, sino también en el marco de la Unión Europea y en otras partes del
mundo.
Yo quisiera empezar por explicar que yo me inscribo dentro
de una posición que defiendo un abolicionismo que tiene algunas características
que yo no sé si se diferencian de otros abolicionismos, desde luego, pero que
tiene un adjetivo para poder explicarse bien: y es que es un abolicionismo
normativo.
Y con esto, ¿qué quiero decir? Con esto lo que quiero decir
es que no puede haber ideología política, no puede haber movimiento social que
no tenga unos criterios normativos. Eso es completamente imposible. Igual que
el socialismo tiene algunos criterios normativos que están relacionados con la
idea de igualdad, el abolicionismo es una de las discusiones fundamentales que
se dan dentro del feminismo y va a ser ahí donde va a surgir. Bueno, pues en el
feminismo también opinamos -yo soy feminista-, opinamos que tiene que tener
algún criterio normativo.
Y uno de los criterios normativos fundamentales para el
feminismo es precisamente el abolicionismo ante la prostitución. ¿Qué quiero
decir con esto? Lo que quiero decir es que no es lo mismo decir que la
prostitución es un trabajo libre que decir que es una forma de subordinación
patriarcal. Son dos cosas radicalmente distintas.
Ni el feminismo ni ninguna ideología crítica de la
modernidad, ni otras ideologías que no sean críticas, pueden permitirse el lujo
de prescindir de criterios normativos. Uno de los criterios normativos
fundamentales de la tradición intelectual feminista es precisamente este: el
abolicionismo ante un tema como la prostitución.
Esto también quiere decir otra cosa, quiere decir es que
desde el feminismo no se hace una apuesta por el relativismo moral ni por el
relativismo político que defienden otras teorías como la postmodernidad.
Hay que buscar el fin de la prostitución, pero -y yo creo
que esto es muy importante- hay que distinguir analíticamente entre mujeres
prostituidas y prostitución. Desde el sector más mayoritario del feminismo se
hace una crítica a la institución como una estructura que está fomentando la
subordinación de las mujeres, pero al mismo tiempo desde el feminismo que
defiende el abolicionismo hay una postura de profunda solidaridad con las
mujeres prostituidas, porque pensamos que las mujeres prostituidas son unas
víctimas de un concepto que me imagino que ha estado muchas veces en esta
Comisión y sin el cual no se puede entender esto, y ese concepto es el concepto
de patriarcado.
Y el concepto de patriarcado no significa ninguna otra cosa
más que vivimos en una sociedad en la que todos los varones tienen una posición
hegemónica en todos los ámbitos de la sociedad, desde los políticos, los
económicos, los poderes fácticos, los poderes legítimos, como este donde
estamos aquí, que es el Parlamento, y que precisamente las instituciones de
representación del Estado son las más legítimas que hay.
Es muy importante entender que una cosa son las mujeres
prostituidas y otra cosa es la prostitución; desde el abolicionismo hacemos una
crítica radical a la prostitución con un fenómeno social y una enorme
solidaridad con las víctimas de esa realidad social.
Cuestionamos la estructura de subordinación y explotación
sexual que subyace a la prostitución y, sin embargo, tenemos, como digo, una
posición de solidaridad con las víctimas de este sistema. Sobre la prostitución
se pueden decir millones de cosas, pero yo solamente voy a decir una, una cosa,
y es una en la que yo creo que es en la que más sé y que es mi especialidad.
Yo estoy razonablemente especializada en las cuestiones
relacionadas con el contrato social, con el contrato sexual y con el
consentimiento. Y yo voy a mantener la siguiente tesis: no hay consentimiento
en la relación que se establece entre una mujer prostituida y un cliente, por
decirlo de esta forma.
Y para eso, por supuesto que ateniéndome al cuarto de hora
lo más exacto posible, para eso ustedes me van a permitir que yo me vaya a un
siglo que es mi siglo preferido, que es el siglo XVIII, no porque yo tenga una
preferencia subjetiva, sino porque es el siglo que abre el camino a la
modernidad.
El siglo XVIII es un siglo clave para la democracia, porque
es la primera vez que se conceptualiza la necesidad de construir una sociedad a
partir de un contrato libremente consensuado por todos los individuos. Es la
primera vez que va a ocurrir. Y desde que ocurre eso, se abre el camino de la
democracia en Europa y se considera que la democracia es un bien político y un
bien moral para toda la humanidad. En este siglo por primera vez se señala que
todos los individuos son libres e iguales y que la libertad y la igualdad son
derechos naturales. Por supuesto que ahora el derecho natural no es un derecho
fundamental en la teoría política, es un derecho fundamental en la religión.
El telón de fondo que hay en todo esto por supuesto es la
Edad Media, donde no existía el libre consentimiento y las vías políticas eran
otras. De individuos libres e iguales solamente pueden surgir sociedades libres
e iguales. Pero, ¿cómo se constituye esa sociedad vertebrada en torno a esos
dos conceptos que van a articular toda la modernidad, que son la libertad y la
igualdad? Solamente hay un modo, y ese modo es el que va a articular toda la
modernidad, a partir del consentimiento: va a ser el sufragio y va a ser el
voto el que nos va a decir si una sociedad es legítima y si una relación social
es legítima o no lo es.
Cuando no hay consentimiento, cuando no hay sufragio, cuando
no hay voto en sus diversas modalidades no hay legitimidad. Esa es la clave de
por qué las dictaduras no son legítimas: porque no hay sufragio y porque no hay
consentimiento. ¿Cómo se puede concretar ese consentimiento? En el siglo XVIII
se dice que se puede concretar a través del contrato social, a través de un
contrato firmado desde la libertad y la igualdad por todos y cada uno de los
individuos.
Bueno, qué duda cabe que al principio los individuos van a
ser varones, y qué duda cabe que vamos a tener que esperar un siglo para que
ese concepto de todos los individuos sean hombres y mujeres. Pero aquí -y esto
es lo que me interesa señalar- se abren dos modalidades de contrato. En el
siglo XVIII se dice que todos los individuos deben ser libres e iguales. Pero
hay un autor que se llama Locke que dice que la libertad y la igualdad tienen
que tener algunas características, y la característica que debe tener la
libertad es que debe ser ilimitada. Dicho de otra manera: el contrato social no
tiene que tener límites. Y después, hay otro teórico, Carl , que dice que los
contratos tienen que tener algunos límites.
Y aquí entramos en el grandísimo debate que surge en el
XVIII y que existe ahora de si se pueden poner límites a la contratación y al
consentimiento. Parece ser que hemos llegado a la conclusión de que a los
contratos sí se les puede y se les debe poner límites. ¿Qué es lo que dice
Locke? Locke lo que dice es que la libertad de un individuo debe de llegar tan
lejos, tan lejos, tan lejos que puede decretar su propia esclavitud y que puede
establecer un contrato con un individuo en el que él decida ser esclavo. A esto
le contesta Rousseau en unas cartas, en unos textos en los que hace una
afirmación que es importante, y la afirmación que hace es que, si un individuo
es capaz de decretar su propia esclavitud pierde su condición de humanidad.
Aquí por primera vez, cuando se abren las teorías del contrato social, por
primera vez en la historia se dice que los contratos tienen que tener límites,
porque los contratos, cuando son ilimitados, desembocan en otro tipo de tiranía
o en otro tipo de dictadura, por decirlo así.
Por lo tanto, es la primera vez, en el siglo XVIII, en que
se dice que no hay relación legítima que no esté basada en el consentimiento,
en el contrato, y al mismo tiempo es la primera vez que se señala que los
contratos tienen que tener algunos límites. ¿Qué es lo que ocurre en el siglo
XIX? En el siglo XIX ocurre otra cosa, y es que aparece un tipo de pensamiento
que ya lo vamos a asumir desde luego de una forma radical quienes estamos
dentro de esa tradición intelectual y este movimiento social que es el
feminismo, en el que va a aparecer un tipo de pensamiento que se va a llamar la
hermenéutica de la sospecha. Es decir, se va a sospechar sobre todas las
realidades políticas que se han construido a lo largo de esa época de
modernidad, que va a ser el siglo XVIII. Y uno de los autores que va a
introducirse o que va a fundar esta hermenéutica de la sospecha va a ser
precisamente Marx.
Marx va a sostener la siguiente hipótesis: va a sospechar
del contrato que se firma libremente -entre comillas- entre un empresario y un
trabajador. Y el telón de fondo histórico que va a tener Marx cuando haga esa
afirmación va a ser la revolución industrial. Y detrás, o delante, o a un lado
o a otro, o debajo, o encima de la revolución industrial va a haber otra cosa
que a Marx le va a parecer desde un punto de vista moral intolerable, que va a
ser la situación de explotación y de pobreza de la clase obrera. De modo que
Marx va a considerar que el contrato social ha de ser limitado, que la idea de
libre y radical consentimiento tiene que mirarse a la luz de otras realidades.
Y va a decir Marx en clave económica lo mismo que dijo Rousseau en clave
política.
Y lo que dijo es que dos partes, o dos individuos, que
firman un contrato, si una de esas partes está dominada por la necesidad,
pierde en muy buena medida su libertad, y la idea de consentimiento se pone en
cuestión. Esto es una de las partes de lo que llamaríamos la hermenéutica de la
sospecha: hay que sospechar de aquellos contratos que tienen la apariencia de
ser libres pero que, sin embargo, la libertad hay que mirar de dónde, en
teoría, surge. Y eso sucede en el siglo XIX.
Y en el siglo XX va a aparecer otra modalidad de contrato,
que es la que nos interesa, pero que no se podría entender sin el contrato
social del siglo XVIII del liberalismo y de la democracia más radical, ni
tampoco se podría entender sin el contrato económico que critica Marx: y es el
contrato sexual, que va a teorizarlo una teórica política australiana, que se
llama Carol Pateman. Esta mujer va a decir que algo le pasa al contrato social
y algo le pasa al contrato económico de Marx, que ahí se esconde algo que nunca
ha sido dicho. Y esto que nunca ha sido dicho a su juicio es que, como ella va
afirmar con muy buen criterio y muy lúcidamente, la mitad de la historia está
sin contar.
Una democracia que tiene la apariencia de ser perfecta, una
sociedad que tiene la apariencia de ser libre, pero algo ocurre cuando las
mujeres no pueden votar, cuando las mujeres no tienen derecho a la educación,
cuando las mujeres no tienen derecho al trabajo. Entonces ella va a acuñar un
concepto que cree que tiene la suficiente capacidad explicativa para dar cuenta
de esa situación de inferioridad y de subordinación social de las mujeres; y
ese concepto que va a acuñar va a ser el concepto de contrato sexual.
Y el concepto de contrato sexual lo que va a decir ni más ni
menos es que, por supuesto, que ni el contrato social existió, por supuesto, ni
el contrato económico existió, tal y como lo señala Marx, y por supuesto el
contrato sexual no existe. Por supuesto que son recursos metodológicos, por
supuesto que son ficciones políticas; naturalmente, que solamente tienen
capacidad explicativa para dar cuenta de las cosas que pasan.
El contrato sexual, como dice tan lúcidamente Carol Pateman,
es un contrato que nace de un pacto que realizan de una forma fraternalmente
los varones. Y aquí no nos queda más remedio que volver a ese concepto, y
ponerlo en entredicho, como tantas cosas que hemos hecho las feministas, poner
en cuestión el concepto de fraternidad de la Revolución Francesa y de la
Ilustración, sobre el que no vamos a entrar, porque no tenemos tiempo. ¿Y qué
es este contrato sexual? Este contrato sexual es que los varones van a
establecer un pacto por el cual, a través de ese pacto van a asegurarse que las
mujeres son de su propiedad. Y quiero decirles que en el origen de los tiempos
las mujeres, de verdad, empíricamente contrastable, eran propiedad de los
varones.
Tampoco creo que digo nada nuevo si en muchas partes del
planeta seguimos diciendo que las mujeres son propiedad de los varones.
Vivimos en Europa, y Europa es un paraíso en eso y en otras
muchas cosas, independientemente de las múltiples subordinaciones y
explotaciones que hay, que no será que no hay, por cierto. El contrato sexual
tiene una característica; y esa característica yo a ustedes les pido que se
pongan en el Neolítico, nos podríamos poner en el Paleolítico, nos podríamos poner
en la Edad Media, pero se refiere al origen de los tiempos. En este contrato
sexual, los varones lo que van a firmar es que cada varón tiene que ser el
dueño de una sola mujer. Este concepto, este pacto va a dar lugar a esto que se
llama el matrimonio, a esto que se llama la familia patriarcal que, como
ustedes saben y afortunadamente, ha dado unas cuantas vueltas y ha dado unos
cuantos giros, y es un poco menos opresiva, digamos, o por lo menos existen
otras vías. También van a firmar otra cosa, y aquí es el núcleo donde se puede
explicar la prostitución. Y la otra cosa que se va a firmar en este contrato
sexual es que una mujer va a ser para cada varón, y unas pocas mujeres van a
ser de uso público para todos los varones. Esto es exactamente la prostitución.
La prostitución o el abolicionismo se diferencia
radicalmente del prohibicionismo, las feministas no somos prohibicionistas
porque seamos unas moralistas victorianas del siglo XIX.
Las feministas tenemos una característica con todas las
ideologías críticas de la modernidad, y es que tenemos la debilidad o la manía
de mirar cuáles son las causas de la subordinación, de la explotación o de la
opresión. Y eso es lo que diferencia el abolicionismo del prohibicionismo.
Aunque francamente, tal y como están las cosas, bienvenidos
sean hasta algunos prohibicionismos, por cierto. Pues dicho esto, ¿Por qué digo
que nos interesan muchísimo las causas de este fenómeno social a las mujeres?
Pues nos interesa porque no se podría entender la prostitución como un ejercicio
de libertad sexual de las mujeres. En la prostitución las mujeres no ponen en
funcionamiento los deseos ni ponen en funcionamiento ni esperan la obtención de
ningún tipo de placer. Lo que quiero decir es que uno de los grandes mitos que
están alimentando el reglamentarismo es la idea de la libertad sexual. La
libertad sexual es uno de los conceptos que se oponen de una manera más radical
a la prostitución.
La prostitución es una forma onerosa y una forma
extraordinariamente dura de ganarse la vida. Y fíjense ustedes que allá donde
aumentan los niveles de bienestar de una sociedad y donde disminuye la
desigualdad, de una manera inmediata las personas de esa sociedad, las mujeres
de esa sociedad dejan de ser ese grandísimo contingente, que cuando había más
pobreza eran de la prostitución. De hecho, como ustedes sabrán, más del 90 por
ciento de las mujeres que ejercen la prostitución en España son inmigrantes, de
modo que es imprescindible para poder entender el fenómeno social de la
prostitución entender que hay una relación de necesidad entre prostitución y
desigualdad, entre prostitución y pobreza. Y ese es el único motivo por el cual
la mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución son mujeres inmigrantes.
Para terminar, quiero mostrar que el consentimiento al que
se apela como fundamento de la legitimidad de la prostitución es inicuo, tal y
como señalaba Rousseau desde un punto de vista moral y desde un punto de vista
político. El contrato tiene que tener límites, y las sociedades en las que vivimos
ponen límites al contrato, pese a que el liberalismo haga una exaltación de que
el contrato no tiene que tener límites.
Existe el límite en la propia esclavitud, existe límite, por
ejemplo, al trabajo infantil, existen límites a contratar que tú puedas vender
tus propios órganos; la libertad de contrato ha de ser limitada, y todo
contrato, por el hecho de serlo, no es legítimo. Y es importantísimo que
volvamos aquí a diferenciar lo que es la legalidad de lo que es la legitimidad.
Muchas veces hay hechos que son considerados legales y, sin
embargo, no son legítimos. La otra idea es que detrás de la prostitución no hay
rastros de libertad sexual. La libertad sexual está vinculada al deseo y al
placer, y en las mujeres prostituidas no hay libertad sexual ni placer, solo
hay una forma de ganarse la vida, y esto es ya suficiente para que las
feministas mostremos toda nuestra solidaridad con estas mujeres que, como
ustedes saben, son mujeres pobres. Por eso yo creo que es imprescindible
establecer, poner al descubierto la vinculación que hay entre prostitución y
neoliberalismo.
El neoliberalismo tiene un deseo ilimitado, que es el de que
todo lo que existe forme parte del mercado, que todo se pueda vender y todo se
pueda comprar, incluidos los cuerpos de las mujeres. Y probablemente éste es el
principio. Yo creo que me... Muchísimas gracias.
SEGUNDO TURNO. RESPUESTAS
Muchísimas gracias.
Va a ser completamente imposible que conteste a todo. Yo
siempre sospeché que en el Congreso de los Diputados y en el Senado se
trabajaba, pero me voy contenta porque se puede ratificar que ustedes escuchan,
efectivamente, y que además son muchísimas preguntas y creo que tenemos un
cuarto de hora más o menos para contestar. De modo que no ha habido ni una sola
pregunta que haya estado desubicada, todas han ido exactamente a la cuestión.
Las voy a contestar igual un poco desordenadas.
Lo primero, yo quiero explicar muy brevemente, por las
consecuencias que tiene, qué significa lo del abolicionismo normativo; y lo
primero quiero decir que lo mismo que no hay un solo feminismo, sino que hay
varios feminismos, igual que no hay un socialismo, sino que hay varias
posiciones dentro del socialismo, igual que no hay un solo liberalismo, hay
liberalismos, neoliberalismos, hay democracias cristianas, hay, en fin, tantas
cosas, el abolicionismo es un bloque que no es completamente homogéneo, en el
que hay, digamos, matices y hay matices de orden intelectual y también matices
de orden instrumental y político.
Cuando yo hablo de abolicionismo normativo lo que quiero
decir es que hay dos terrenos muy claros: por una parte está el de los
criterios éticos y por otra parte está el de las políticas, el de las medidas
políticas y el de, digamos, el carácter meramente instrumental. Yo pienso que se
puede discutir sobre qué políticas se pueden hacer, sobre cuáles son más
eficaces o cuáles pueden ser menos, sobre cuál es el aspecto fundamental a
incidir, cuál es aquel que nos va a proporcionar ganar espacios en la
disminución de la prostitución, etcétera. Lo que creo es que no cabe ningún
tipo de matiz respecto al carácter ético que se deriva de las posiciones sobre
la prostitución.
La prostitución, como otras esclavitudes y como otros
fenómenos sociales, es éticamente detestable, porque es detestable la
subordinación, porque es detestable la inferioridad y porque es detestable la
no libertad. Creo que tenemos que generar criterios éticos que nos permitan
distinguir aquello que es adecuado y lo que no lo es, lo que es ético y lo que
no lo es. Y para eso precisamente están los derechos humanos, se tengan que
revisar o no se tengan que revisar, que esa es otra discusión. Entonces, la
prostitución es un fenómeno social detestable desde el punto de vista moral;
después ya vienen otras muchas discusiones.
Pero la característica que tenemos en el feminismo y la
característica que tiene la izquierda, y digo la izquierda en su sentido
amplio, y esta es la distinción analítica fundamental que hay entre el
prohibicionismo y el abolicionismo, y la característica fundamental que hay
también entre la izquierda y el liberalismo, es que la izquierda y el
feminismo, como todos los movimientos críticos de la modernidad, tenemos la
manía de preguntarnos por las causas.
No se puede abordar un fenómeno social sin investigar cuáles
son sus causas. Vamos a decirlo con otras palabras: no puede haber buenas
políticas públicas si no están precedidas y sustentadas en buenos análisis
teóricos. Y no hay una definición buena de qué es la política ni se pueden
hacer políticas que estén orientadas a ampliar la libertad y la igualdad de los
seres humanos si no hay unos criterios éticos que son incontestables.
Sobre la ética no hay discusión, hay discusión sobre la
política. Los derechos humanos no se pueden cuestionar, se pueden cuestionar
determinadas políticas.
Entonces, cuando yo hablo de abolicionismo normativo, lo que
digo es que no cabe ningún tipo de matiz ético sobre que sea buena o mala la
prostitución: la prostitución es una indecencia desde el punto de vista moral.
Ahora bien, lo que yo -exactamente igual que algunas de ustedes- no pongo en
duda es la buena fe que puede animar a quienes consideran que la prostitución
se debe reglamentar porque es la forma más idónea de defender los derechos de
las mujeres prostituidas o de las mujeres prostitutas.
No es ese mi punto de vista. Pero no es ese mi punto de
vista porque yo esté, digamos, que tenga cierta deformación profesional, porque
soy una abolicionista normativa, no es mi punto de vista porque empíricamente
se puede poner de manifiesto con muchísima claridad que los países en los que
se ha reglamentado la prostitución o en aquellos que son altamente permisivos,
y los primeros son Holanda, Alemania y Grecia, y los países altamente
permisivos son, por ejemplo, España o Francia, la prostitución lo único que
hace es aumentar.
Por lo tanto, ahí ninguna duda. Yo tengo absolutamente claro
el carácter, digamos, no cuestionable, yo creo que no se puede ni siquiera
discutir desde la perspectiva ética sobre prostitución sí o prostitución no,
éticamente yo lo veo muy claro, después tenemos que dar un segundo paso. Y el
segundo paso que tenemos que dar es entender por qué existe la prostitución.
Y tenemos que deshacernos de esa idea loca, bajo mi punto de
vista, que como una realidad ha existido históricamente siempre, tenemos que
darla por inevitable. Pues buenos estaríamos y buenas estaríamos si partiésemos
de ese supuesto, no habría ninguna ideología, por supuesto, liberadora ni
emancipadora; si porque la desigualdad ha existido siempre vamos a fomentarla o
vamos a legalizarla, o vamos a hablar moralmente bien de ella, pues faltaría
más.
Nos podemos poner en el peor de los casos. Y el peor de los
casos es que, efectivamente, estemos en la posición de que queramos que
desaparezca la prostitución y la desigualdad, pero lo consideramos imposible.
Aun si lo considerásemos imposible, que podría ser, porque
no hay muchos motivos para la alegría ni para el optimismo muchas veces, como
seres morales que somos, tendríamos que concluir que, independientemente de
cuáles van a ser los resultados, nuestra posición moral y ética no puede
variar, y es que la desigualdad no es aceptable, porque no es aceptable que el
mundo esté dividido en dos tipos de personas: quienes están en una posición de
igualdad y quienes están en una posición de desigualdad.
Y no es aceptable que haya dos tipos de mujeres, quienes
están en una posición de mayor emancipación y quienes están en una posición de
subordinación explícita. Cuando digo que desde la izquierda y desde el
feminismo tenemos esta manía, que yo creo que es una manía muy emancipadora, de
mirar las causas, pues yo creo que no se puede entender la prostitución fuera
de que tenemos que asumir que existe esto que se llama..., ya comprendo yo que
igual este no sé si será un espacio idóneo para decirlo con estas palabras a
las que estamos tan habituadas en el movimiento feminista y en la universidad,
pero, miren, existe un sistema de dominación de los varones sobre las mujeres,
que no hace que cada uno de los varones sea un sinvergüenza, ni muchísimo
menos, que lo que significa es que existe un sistema y que ese sistema de una
forma aparentemente inercial y aparentemente invisible, no se sabe, parece de
cualquier forma, pero las feministas lo sabemos solamente porque llevamos tres
siglos investigándolo, coloca a los varones en una posición siempre de
superioridad, en una posición de ventaja y a las mujeres en una posición de
desventaja social y en una posición de inferioridad.
Bueno, pues ese sistema, como todos los sistemas, genera una
ideología, genera formas de pensamiento, y genera sobre todo lo que es
inherente a todos los sistemas de dominación, y son formas, máscaras que hagan
invisible precisamente esa dominación.
Si las dominaciones existen es porque hay muchísimos
instrumentos que las tapan, si no, evidentemente, lo que habría serían
revoluciones, obviamente. Bueno, pues las feministas consideramos que la
prostitución es uno de los resultados efectivos más rotundos y más claros de
eso que el feminismo ha llamado la desigualdad de género.
Y la desigualdad de género no es un fenómeno provisional ni
algo que ha surgido en los últimos quince días. Tiene una larguísima historia.
Y por eso el feminismo tiene tres siglos de historia.
No hemos hecho ninguna otra cosa a lo largo de estos tres
siglos que intentar poner de manifiesto cuáles son los mecanismos de esa
subordinación, discriminación y las múltiples palabras que toma esto. Una vez
que sabemos cuál es el carácter ético, otra vez que sabemos, en segundo lugar,
sabiendo cuáles son las causas, claro, obviamente decir las causas en dos
minutos es un poco..., pero, bueno, solamente por la coherencia. Después viene
otro terreno, y el otro terreno es el de las políticas.
Aquí sí que existe una discusión. Voy a decirlo de otra
forma más metafórica: los derechos humanos no se pueden cuestionar, pero sí se
puede, por supuesto, hablar de cuáles son las políticas. Yo, que soy de
izquierdas, que no sé si lo había dicho, y que ni siquiera sé si se me notaba
bastante, además de feminista sobre todas las cosas, yo considero que todos los
fenómenos de subordinación y de explotación se tienen que tratar con políticas
públicas de igualdad. Y las políticas públicas de igualdad históricamente
tienen un instrumento.
Y el instrumento que tienen las políticas públicas se llama
medidas de acción afirmativa, y se llama medidas de discriminación positiva. Y
las medidas de acción afirmativa y de discriminación positiva, tengo que
decirles que desembocan, por cierto, en otro concepto: y el concepto en el que
desembocan es esto que se llama democracia paritaria. Por lo tanto, todas las
políticas que se puedan hacer tienen que ser políticas públicas de igualdad,
tienen que tener los mecanismos de la acción afirmativa y de la discriminación positiva.
Yo no estoy pensando en una sola ley. Yo les tengo que
decir, además que yo no soy experta en esto, aunque es verdad que he colaborado
en algunas cosas, en algunas leyes en Galicia, lo que sí parece es que la única
manera de hacerlo o una de las maneras razonables de hacerlo es entender que
las mujeres prostituidas son un segmento de población extraordinariamente
pobre, con unas condiciones inimaginables de desventaja social, y que se
requiere un compromiso de todos los sectores sociales para que esas mujeres
puedan acceder a los espacios de libertad y de igualdad que, por cierto, en
teoría se nos conceden a las mujeres del primer mundo como si fuesen nuestros
derechos humanos.
Desde el feminismo se pide que los derechos humanos que
disfrutamos las mujeres del primer mundo también puedan ser disfrutados por las
mujeres del tercer mundo y por las mujeres prostituidas que, como ustedes saben
muy bien, son mayoritariamente precisamente del tercer mundo.
Entonces, incentivos, convencer a los empresarios de que la
prostitución es algo que les concierne, que la prostitución no es una cosa
encapsulada que está ahí y que no tiene nada que ver con nosotros.
Miren, hay una cosa que sabemos quienes somos de izquierdas
y quienes somos feministas, hay una cosa que la sabemos de memoria: y es que la
condición de un colectivo condiciona radicalmente a cada miembro de ese
colectivo. Dicho de otra forma: no se puede hablar de igualdad si existen
grandísimas bolsas de pobreza, porque eso nos compromete a todos y a todas
aquellas que estamos a favor de la igualdad. Bueno, la prostitución no es el
problema de un grupo de mujeres que está en una situación de aislamiento y que
no nos compromete a quienes somos profesoras de universidad o a quienes tenemos
unos trabajos que están razonablemente bien remunerados y que estamos más o
menos inscritas en las clases medias en sus distintos...
Nos compromete, nos compromete radicalmente. Y nos
compromete radicalmente porque, en función de cuál sea la situación de ese
colectivo, eso nos va a afectar. Y les voy a poner un ejemplo. Si se llega a la
conclusión, ideológicamente, de que la prostitución es un trabajo como otro
cualquiera y que es un servicio que presta un grupo de mujeres a la sociedad,
eso va a generar dentro de los niños y de las niñas de una forma bastante
invisible aparentemente, aunque no hay invisibilidades ni casualidades -por
cierto, en los sistemas de dominación, si alguno de ustedes fuese psicoanalista
diría que tampoco en las biografías individuales. Yo hasta ahí no llego
exactamente, pero, bueno, cada día me acerco más-, yo lo que diría es que esos
niños y esas niñas van asumiendo de una forma completamente parece que
invisible, de una forma, la palabra exacta sería “inconsciente”, que las
mujeres podemos ser usadas, y que nuestros cuerpos se pueden comprar y vender
igual que se compra y se vende un coche o igual que se compran y se venden
otros objetos de consumo.
Voy a pasar a la siguiente pregunta, porque creo que me
falta poco. Respecto a lo que usted me decía de las leyes. Yo que fui hace
muchos años marxista y que ahora soy una marxista mucho más heterodoxa, pero
que hubo un tiempo en que no fui heterodoxa, yo considero que el poder político
tiene una capacidad de maniobra relativa. Pero aunque el poder político tiene
una capacidad de maniobra relativa, yo creo firmemente en las instituciones de
representación del Estado y creo en el poder político como un instrumento de
cambio social. En esa medida creo mucho en las leyes.
Las leyes no cambian el mundo, pero las leyes son un
instrumento más en la transformación del mundo, uno más. Lo que queremos
siempre es que se cumplan. No siempre se acaban de cumplir, pero digamos, el
desiderátum es que se cumplan. Creo sobre todo que las leyes son importantes
también por otra cosa, y es porque toda ley tiene un carácter pedagógico
fundamental.
Cuando se hace una ley se está enviando un mensaje a la
sociedad, el mensaje de que lo que esa ley prescribe, eso es aceptable
moralmente y es adecuado políticamente. Desde este punto de vista yo creo que
en las leyes tiene que estar presente la sanción política, la sanción jurídica
de lo que es una forma de subordinación y de discriminación como es, por
supuesto, la prostitución.
Aquí ya solamente tres cosas, y lamentaré muchísimo no haber
contestado a todo. ¿A quién beneficia reglamentar? Bueno, pues reglamentar
beneficia, en primer lugar, a los varones. Son los varones los primeros
beneficiados. Mercedes ha dicho con muchísima claridad, sabe muy bien los
datos, la cantidad de varones en determinadas provincias sobre todo, y Almería
es muy paradigmática, que utilizan esto que llaman los reglamentaristas y las
reglamentaristas los servicios sexuales.
Pero no podemos pensar que solamente interesa la
reglamentación a los varones. Bueno, este debate que se ha dado, que se está
dando, pone de manifiesto con una claridad que a mí me hiere profundamente
desde el punto de vista ético la complacencia de los medios de comunicación
progresistas en el tema de la reglamentación.
Y ahí hay que ver, yo creo, este tema. Este tema es
importante, pero no beneficia solamente a ellos, beneficia también al Banco
Mundial y al Fondo Monetario Internacional.
¿Y por qué les beneficia? Porque saben que hacer una
industria del ocio, es decir, una industria del sexo, saben que fomentar la
prostitución de mujeres y la prostitución infantil es uno de los instrumentos
fundamentales para que se puedan devolver las deudas de los préstamos
estructurales que dan estas instituciones. Por lo tanto, la prostitución no es
solamente que algunas mujeres, llevadas por la necesidad, decidan entrar en
este negocio; la prostitución además tiene canales que Asasem(?) denomina
canales semiinstitucionales que facilitan toda esta industria que se ha
convertido en la tercera industria criminal que hay en estos momentos en el
mundo, merced a la globalización neoliberal y a las tecnologías informacionales
que tanto lo facilitan.
Por lo tanto... La otra cuestión, el tema de la izquierda. A
mí, la verdad, que hay muchas cosas que me sorprenden en el mundo, y que me
sorprenden muchísimo, pero una de las cosas que me sorprende es esta especie de
síndrome de Estocolmo que le ha dado a la izquierda con algunas cosas.
El síndrome de Estocolmo que parece que tiene la izquierda
con la prostitución, el síndrome de Estocolmo que tiene la izquierda con las
mujeres inmigrantes, que no les acaba de parecer mal que utilicen velo, que eso
lo toman como una manifestación de su propia cultura.
A mí este síndrome de Estocolmo me desconcierta, y me desconcierta
porque no creo que sea honesto. Vamos a decirlo como diría Celia Morós, que
dice Sartre, no me parece que estén actuando de buena fe, más bien lo que veo
es cierta mala fe delante de esas posiciones políticas. La prostitución no
tiene..., vamos a decirlo de otra manera, la solidaridad con las mujeres
prostituidas, el único camino que tiene no es el de la reglamentación, porque
la reglamentación y todos los datos de la Organización Mundial de la Salud,
todos los datos de Naciones Unidas ponen de manifiesto que allá donde se
reglamenta, la prostitución y el tráfico está aumentando, ergo yo no puedo
hablar, no podría pensar entonces que ahí hay buena fe.
Bueno, podría pensar que lo que hay es desconocimiento, pero
bueno, también sabemos que desconocer las leyes no quiere decir que no las
tengamos que cumplir. Por lo tanto, es un síndrome de Estocolmo que, como diría
el filósofo del siglo XVII y feminista Poulin de Lavá(?), aquí hay un problema:
y el problema de fondo es que los hombres son, los varones son juez y parte al
mismo tiempo. Y eso sin ninguna duda tiene algún tipo de implicación a la hora
de abordar este asunto.
Lo que no puedo comprender, por decirlo de esta manera, lo
digo retóricamente, porque yo lo comprendo todo porque me dedico a esto, ergo,
claro, si investigo las causas, lo tengo que entender: lo que no puedo entender
es cómo la izquierda lleva un siglo y medio tratando de averiguar cuáles son
las causas de explotación y de subordinación de la clase obrera y de otros
colectivos que están discriminados y, sin embargo, está ciega a entender cuáles
son las causas de la subordinación y de la discriminación de las mujeres.
Y de toda la discriminación de las mujeres, digamos, aquella
que tiene un carácter más radical, aquella en la que se muestra de una manera
más descarada es precisamente esa, la de la prostitución. De todos los
colectivos de mujeres que están oprimidas, que están explotadas, discriminadas
y subordinadas por hablar de todas las marcas de la opresión, son precisamente
las mujeres prostituidas las que reúnen todas las condiciones o las que reúnen,
digamos, todas las características. Por lo tanto... bueno, creo que ya... Para
terminar, me van a permitir que ponga una vez más, como ha hecho históricamente
el feminismo, y en muy buena medida para otras cosas la izquierda, me voy a
permitir sospechar, sospechar políticamente del comportamiento de determinada
izquierda, que considera que la única forma de establecer criterios de
solidaridad con las mujeres prostituidas es la reglamentación, cuando saben que
allá donde hay reglamentación hay aumento de la prostitución, y allá
precisamente donde hay abolicionismo, como en Suecia, lo que está ocurriendo es
exactamente lo contrario.
Si lo tenemos delante de nuestros ojos, ¿por qué seguir
precisamente con aquella solución que no es la buscada? Bueno, pues ahí me van
a permitir ustedes que yo diga que todos los sistemas de dominación se
alimentan de algo que les es inherente, que es el interés. Muchísimas gracias.