Prostitución: ayer y hoy
Silvia Chejter
Resumen
El artículo revisa los relatos y
debates en torno de la prostitución, que tuvieron lugar en Argentina a fines
del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan actualmente a nivel
nacional e internacional. Los ejes en torno a los cuales giran estos debates
son: la pobreza como “causa” o “explicación” de la aceptación de las prácticas
prostituyentes, el rol que debe cumplir el Estado -reglamentar y controlar, o
bien abolir, prohibir y castigar, oponerse o preocuparse por su visibilidad-,
la impunidad y el poder de las organizaciones proxenetas, los vínculos con el
poder político, la libertad coerción a las mujeres, el trabajo, la violencia,
etc.
El análisis comparativo de los
relatos y los debates en torno de la prostitución, que tuvieron lugar en
Argentina a fines del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan
actualmente a nivel nacional e internacional, es decir casi un siglo y medio
más tarde, debieran dar cuenta sobre qué ha permanecido y qué ha cambiado en
esos discursos (Chejter, 2005).
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Burdeles y tiendas.Paseo 9 de julio (hoy Av Alem) Bs As |
De ellos se desprende que
persisten posturas y polémicas en torno a varios ejes. Entre otros, la pobreza
como “causa” o “explicación” de la aceptación de las prácticas prostituyentes,
el rol que debe cumplir el Estado -reglamentar y controlar, o bien abolir,
prohibir y castigar, oponerse o preocuparse por su visibilidad-, la impunidad y
el poder de las organizaciones proxenetas, los vínculos con el poder político,
la libertad coerción a las mujeres, el trabajo, la violencia, etc. En este
artículo, voy a tomar sólo uno de estos ejes, la intervención del Estado.
Hoy, como hace ciento cincuenta
años, se sigue discutiendo si el Estado debe abolir o bien supervisar y
reglamentar la prostitución. ¿Debe liberarla o reprimirla, castigar sólo a los
clientes o también a las mujeres, a los proxenetas o a todos, o a ninguno?
¿Debe responsabilizar a la miseria, a la sociedad toda, a la biología de los
varones?, etc. En la Argentina los debates parlamentarios de las últimas
décadas del XIX y primeras del XX giraron en torno a si se reglamentaba o no la
prostitución. Cuando se la reglamentó, fue sobre la necesidad de controlar a
las mujeres prostituidas, coincidiendo en esto tanto los partidos conservadores
como los socialistas.
Muy pocas voces –como la de la
médica feminista Julietta Lanteri-, consideraron que ninguna ley debía
legitimar la prostitución.
Entre una de las primeras
disposiciones que combatió el proxenetismo cabe mencionar la Ley Palacios Nº
9143 (nombre del diputado socialista Alfredo Palacios). Sin embargo, como dice
el Comisario Julio Alzogaray: “Sus disposiciones tienden a reprimir el
ejercicio de la prostitución en beneficio de terceros o cuando se practique por
menores de edad. Sin embargo una vez en vigor, con las modificaciones
introducidas al proyecto original sus alcances distaron de surtir los efectos
que el autor se propuso ya que reiterados fallos judiciales demostraron su
inocuidad” (Alzogaray, 1933: 111-112).
Hubo numerosas ordenanzas
municipales que regularon la prostitución. En 1875 se dictó un Reglamento, que
recién fue derogado en 1935. Durante esos años se permitió el funcionamiento de
prostíbulos –o casas de prostitución, como se las llamaba-, que sólo podían
estar regenteados por mujeres.[1] La derogación de este reglamento en 1936
significó que muchos prostíbulos pasaran a funcionar de manera clandestina,
otros se cerraron y se reabrieron bajo nuevas fachadas.
Es decir que el fin del
reglamentarismo no significó el fin de la prostitución sino su reorganización.
Con el “Código Penal promulgado el 29 de octubre de 1921, aún vigente, sucedió
algo parecido. Después de la laboriosa tarea de la comisión parlamentaria se
llegó a conclusiones terminantes en el capítulo relativo a la prostitución, el
rufianismo ya no sería posible /.../ pero antes de convertirse en ley el
proyecto sufrió modificaciones que lo hicieron tan inocuo como el anterior”
(Alzogaray, 1933:112). Así, en la Argentina el poder estatal a través de sus
legisladores ha oscilado a lo largo de casi dos siglos entre el abolicionismo y
el reglamentarismo.
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La prostitución. Pedro Lobos |
Simmel, uno de los pocos
filósofos que consideraron que la prostitución podía ser un tema filosófico,
sostuvo que no era posible hablar de la vida y de la muerte de los individuos,
sin hablar de las prácticas prostituyentes. Señaló que: “Frente al mandato
moral de Kant de que nunca hay que usar a un ser humano como mero medio, sino
reconocerlo en todo momento como fin, la prostitución implica el comportamiento
absolutamente opuesto en relación a las dos partes que intervienen. De entre
las relaciones mutuas de los seres humanos, la prostitución es el caso más
patente de una degradación recíproca al carácter de puro medio y este puede ser
el elemento más fuerte y más profundo que la sitúa en conexión estrecha con la
economía monetaria, esto es con la economía de “medios” en sentido estricto”
(Simmel, 2002: 188). Sin embargo cabe preguntarse ¿cuál es la correspondencia
del mandato ético de Kant con los fundamentos de una sociedad patriarcal? ¿Es
posible exigir o esperar el éxito del cumplimiento de tal mandato en sociedades
como las nuestras? ¿Es posible esperar la erradicación de la prostitución en
una sociedad que siga siendo patriarcal?
Hoy como ayer, organismos
internacionales -como los que describe Albert Londres (1994) de los años 20-,
siguen realizando investigaciones y, por utilizar la expresión de Julio
Alzogaray, podría decirse que con efectos igualmente inocuos.
“Desde hace tres años la Sociedad
de las Naciones lleva en secreto una amplia investigación sobre la Trata de
Blancas. Ha enviado comisarios al Extremo Oriente, a Canadá, a América del Sud,
a Oriente. Estos comisarios se han paseado por todos lados. Han aspirado el
polvo, sino el de las rutas, el de los legajos. ¡Han buscado la verdad en los
legajos! Eran demasiado serios para buscarla en otro lado. Razón por la cual no
la encontraron, ya que no es en los legajos donde está. Los legajos no se
constituyeron nunca para combatir la trata de blancas, sino para deslindar la responsabilidad
de los funcionarios encargados de combatirla” (Londres: 237).
La crítica de Londres a estas
políticas es retomada por Janice Raymond (1999: 40) de otra manera. Cuando
analiza las políticas estatales, comenta que el Premio Nobel de economía Amartya
Sen, refiriéndose a las hambrunas, dice que no se deben a la falta de alimentos
sino al hecho de que los gobiernos no realizan las elecciones políticas que las
hubieran evitado y erradicado ni intervinieron eficazmente en la protección de
quienes resultan más afectados por ellas.
Raymond traslada este
razonamiento al tema de la prostitución y afirma que el hecho de que la
prostitución sea una industria tan floreciente muestra que tampoco en este caso
los gobiernos han hecho las mejores elecciones para eliminarla, aunque
reafirmen su voluntad de hacerlo. Se podría pensar que el fracaso de las
políticas para erradicar la prostitución es el resultado de iniciativas
políticas equivocadas o insuficientes.
Sin embargo, es posible
preguntarse si, más allá de los propósitos que se proclaman con tanto énfasis
en foros nacionales e internacionales, se trata en verdad de malas elecciones,
de estrategias equivocadas, o bien si lo que expresan es, en realidad, una
escasa voluntad para erradicar la prostitución.
En los últimos tiempos, los
discursos feministas –en distintos países- han comenzado a replantearse las
prioridades y las políticas estatales para el enfrentamiento de las prácticas
prostituyentes: la defensa de las mujeres prostituidas, la denuncia del proxenetismo
pequeño o grande, la denuncia de la ineficacia de las leyes, la consideración
de mujeres prostituidas en términos de violación a los derechos humanos.
Retomando la antorcha encendida
por Sor Juana de la Cruz (“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin
ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”) se está comenzando a
considerar la demanda, es decir, los clientes, como el tema esencial para
encarar la erradicación de estas prácticas.
Esta posición apunta también a
responsabilizar a los varones, al machismo y al estado patriarcal que los
cobija y los defiende. Recordemos a Londres cuando plantea que aún si no
hubiera pobreza, mientras haya demanda, habrá prostitución.
Rara vez se reconoce que la
demanda crea el mercado, promueve el reclutamiento, la organización y la generación de las condiciones de posibilidad
del “negocio/industria de la prostitución”.
Citemos a Donna Guy:
“A diferencia de los protestantes
ingleses y los judíos europeos -que eran los que más reaccionaban y denunciaban
la trata de blancas-, pocos argentinos pensaban que era necesario o prudente
desembarazar a la sociedad de la prostitución /.../ Para aquellos que no podían
evitar el sexo, en Corintios I,7-9, se aconsejaba el matrimonio.
Sin embargo ya San Agustín y
Santo Tomás de Aquino habían considerado que la prostitución femenina aunque
repugnante, era necesaria.
Por ejemplo, San Agustín creía
que la eliminación de los burdeles daría lugar a la proliferación
indiscriminada de la lujuria /.../ De acuerdo con su criterio era mejor tolerar
la prostitución /.../ que enfrentar los peligros que podrían surgir con la eliminación de las rameras de la
sociedad.
Santo Tomás extendió la
perspectiva de San Agustín y comparó la prostitución con una cloaca cuya
supresión podría dar lugar a la contaminación del palacio. Asimismo esta
supresión podría fomentar las prácticas homosexuales” (Guy, 1991).
¿Podrían expresarse mejor las
razones por las cuales, hoy como ayer, la prácticas prostituyentes, aunque
repudiadas, prohibidas y reprimidas, son
en la práctica, toleradas?
Zigmund Bauman dice:
“Es más peligroso no plantear
ciertas preguntas que dejar sin respuesta algunas de las preguntas que se
consideran políticamente relevantes. Plantear malas preguntas conduce a menudo
a cerrar los ojos sobre los verdaderos problemas”.
Entonces, no cuestionar la
realidad misma de las prácticas -la cultura que las hace posibles- lleva como
consecuencia lógica e inevitable no cuestionar el rol de demanda.
Es decir, ¿no cuestionar una sexualidad
que se asocia al poder, con o sin dinero, no es cerrar los ojos al verdadero
problema?
Como señala Françoise
Collin:“Estamos allí frente a un problema constitutivamente disimétrico /…/.
Esta disimetría es un hecho secular mediante el cual los varones se aseguraron
desde siempre el acceso al cuerpo de las mujeres para objetivos de goce o
reproductivos. La regulación de esas relaciones mediante las leyes del
matrimonio, constituyentes de la sociedad, concierne exclusivamente la
dimensión reproductiva; la dimensión del goce ha sido siempre extra conyugal
para los varones, como lo atestigua la sociedad homosexual, esencialmente
pederasta, de la antigua Grecia. Sea como fuere, el goce -en todo el sentido de
la palabra-, del cuerpo del otro es un componente más de la jerarquía. Y el
intercambio de las mujeres por parte de los varones, según Levy-Strauss
estructura todas las sociedades” (2004).
En las relaciones prostituyentes
se conjugan dos estructuras: la del poder económico y la del poder sexual. Las más
férreas leyes del mundo globalizado en el que nos toca vivir, no han anulado
las viejas lógicas del poder sexista, más bien se han montado sobre ellas.
El sexismo de hoy y de siempre es
el que permite a los varones asegurarse el acceso al cuerpo de las mujeres.
Como dice Carole Pateman,“El
pacto original es tanto un contrato social como sexual: es sexual en el sentido
patriarcal –el contrato establece que los varones tienen derecho sobre las
mujeres- y también sexual en el sentido de que establece el acceso de los
varones al cuerpo de las mujeres. El contrato original crea lo que se podría
llamar, siguiendo a Adrienne Rich, la ley del derecho de los varones al sexo”
(Pateman, 1996: 9).
Que existan espacios de placer
-‘casas de placer’ como se les llama a los burdeles- está dentro de esa lógica.
La dominación masculina se apoya
en una representación del deseo masculino; deseo que preside no sólo el
desarrollo de las formas prostibularias más tradicionales sino que genera
formas más nuevas -agencias de acompañantes, eros center, shows para voyeurs,
etc.-, que al menos en Argentina coexisten con las formas más tradicionales,
los burdeles cama adentro o prostíbulos exclusivos para personal militar.
Prostituir mujeres fue y es una
práctica de la vida cotidiana, en la paz y en la guerra. Si algo cambió en la
actualidad en torno de la censura, que podría haber formulado una sociedad
puritana en contra de los hombres que frecuentaban “las mujeres de mal vivir”,
es sobre todo la difusión de un lenguaje travestido con un ropaje
mercantilizado.
La violencia de la explotación
sexual está enmascarada en una relación contractual entre sujetos supuestamente
iguales.
Sin demanda no existiría la
oferta de cuerpos para usos sexuales y tampoco esa demanda tendría posibilidades
de subsistir sin una tácita aceptación del derecho de los varones a convertir a
sus semejantes en no-sujetos.
Es decir, en meros objetos de
goce sexual, por más que la sociabilización de este intercambio se legitime a
menudo como un intercambio de placer por dinero (placer para el cliente y
dinero para quien es prostituida y/o para sus explotadores, directos e
indirectos).
Pensarlo como un intercambio
entre iguales constituye notoriamente una ficción.
La cultura patriarcal en la cual
se basan nuestras sociedades moldea las subjetividades, imprime un sello a sus
representaciones y acciones. La institución de la prostitución es un emergente
de esta cultura. Mientras no se alcance un giro copernicano respecto de esa
cultura, no podemos esperar grandes transformaciones. Sólo habrá políticas
paliativas, como las actuales, que oscilen entre la permisividad y la
represión, que logran cambios que no lo son en profundidad y que poco afectan,
en palabras de Marie Victoire Lois, al sistema proxeneta.
Debemos preguntarnos, entonces,
si no ha llegado quizás –a comienzos del siglo XXI- el momento de poner frente
a su responsabilidad a quienes se consideran titulares del derecho incuestionable de uso de mujeres como objetos
sin sujeto, en esta violación de los derechos humanos esenciales de las
personas cualquiera sea su edad, de proponerse lograr una cultura sin violencia
y sin prostitución.
Hoy como ayer coexiste un doble
discurso.
La idea de que la prostitución es
un “mal” tuvo y tiene alto grado de consenso. Considerada muchas veces un “mal
necesario”, perdura en las sociedades patriarcales de hoy como un “derecho
adquirido a prostituir” de los varones.
Idea que siempre ha coexistido
con la reprobación moral, ayer, como un atentado a los derechos humanos, hoy.
Pero hoy como ayer en la Argentina, prostitución persiste.
Bibliografia
-A.A.V.V. (1992) La politique du
texte, enjeux sociocritiques, Presses Universitaires de Lille.
-Alzogaray, J. (1933), Trilogía
de la trata de blancas. Rufianes, Policía, Municipalidad, Buenos Aires.
-Collin, F. (2004) Aproche
politique de la prostitution . La prostitution entre contrat social et contat
comercial, mimeo.
-Chejter, S. (2005) “El camino de
Buenos Aires. La prostitución: ayer y hoy”, Prostitution. La mondailisations
incarnée, Alternatives Sud, Centre Tricontinental et Editions Syllepse,
Francia-Bélgica.
-Guy, D. (1994) El sexo
peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955, Buenos Aires,
Sudamericana.
-Londres, A. (1994) ²Le chemin de
Buenos Aires², Le Serpent a Plume, Motifs, Nº 16, Paris.
-Pateman, C. (1996) El contrato
sexual, Barcelona, Anthropos.
-Raymond, J. (1999)
²L’Organisation internationale du travail (OIT) , Le Marché du sexe ²,
Chronique Féministe Nº 70, Bruselas, Université des femmes, octubre-noviembre.
-Simmel, G. (2002) “Sobre la
individualidad y las formas sociales”. Escritos Escogidos, Bernal, Universidad
Nacional de Quilmes.
nota biográfica:
Silvia Chejter, Socióloga.
Docente e investigadora de la carrera de sociología de la Universidad de Bs As.
Ha realizado investigaciones y publicaciones en las temáticas: teorías
feministas de
la violencia, globalización y
nuevas formas de violencia hacia las mujeres, protagonismo de las mujeres en
movimientos sociales, etc. Autora de libros y artículo, es además editora de
Travesías, temas de debate feminista contemporáneo, publicación anual. (Cf.
www.cecym.org.ar). Consultora de Naciones Unidas y Unicef para estos temas.
[1] En la ordenanza de la ciudad
de Buenos Aires ( en el resto del país eran similares) se establecía cómo
debían ser las ‘casas de prostitución’ , su localización (a no menos de dos
cuadras de templos, teatros y escuelas), quienes debían regentearlas (sólo
mujeres) las normas de higiene y seguridad municipal; establecía además que las
mujeres debían ser mayores de 18 años (la mayoría de edad en el Código civil
era de 21 años, de modo que la prostitución de menores estaba legalizada) y
someterse a inspecciones y reconocimientos médicos. Regía la obligación para
las casas de prostitución’ de llevar registros de las mujeres. Se prohibía la
prostitución clandestina, es decir aquella “que se ejerce fuera de las casas de
prostitución toleradas por el reglamento. En 1936 se dictó la Ley 12331 de
profilaxis venérea y examen prenupcial obligatorio, de carácter abolicionista y
aplicable a todo el país, que derogaba todas las ordenanzas anteriores.
Labrys
estudos feministas/ études
féministes
agosto/dezembro 2005 -août/
décembre 2005