Putas, putas
La única voz que se permite es la de las putas contentas, no
la de aquellas que cuestionan el sistema prostitucional
Respuesta al artículo de Gabriela Wiener 'Hola, puta'
Beatriz Gimeno |
Beatriz Gimeno -
Diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid
15/12/2017 -
Ya soy mayorcita, la palabra puta no me asusta, no me da
morbo, no me parece guay, ni sexy. He superado la etapa juvenil de espantar a
los conservadores contando hazañas sexuales. No quiero hacerme la moderna, ni
la guay, contando mis prácticas sexuales, que son muy raritas (uy, ya lo he
dicho), porque creo que no viene al caso.
Soy una mujer adulta y feminista, no más que nadie, pero
tampoco menos que nadie. Y me gustaría que fuéramos capaces de hablar de la
prostitución sin decir simplezas y complejizando la cuestión como se merece.
Esto es, entre otras cosas, sin apelar siempre y casi de manera exclusiva a la
experiencia individual. Porque eso es lo que solemos hacer cuando hablamos de
cualquier otra institución política, dejar a un lado, o dejar para otro debate,
la experiencia individual. Al menos eso es lo que hacemos las personas que
creemos que los problemas políticos deben abordarse desde lo social y lo
estructural, y no desde lo individual, como quiere el neoliberalismo y como
hacemos cuando hablamos de prostitución.
No es que lo personal no importe, que naturalmente que
importa; y más en una experiencia como esta, tan dura, tan connotada. Pero no
podríamos hablar de ninguna institución (ni de política) si únicamente
apeláramos a la experiencia personal de cada una de los millones de mujeres que
en el mundo son putas; que lo son en todos los países, en países ricos y
pobres, en situaciones terribles la mayoría y en situaciones mejores otras;
habiendo sido engañadas, esclavizadas, explotadas o habiéndolo escogido dentro
de sus limitadas opciones. Siempre que hablamos de otros derechos, de otras
instituciones políticas o sociales, de otras luchas, tenemos en la cabeza una
idea del bien común y de transformación social, eso es el feminismo. Pero en la
prostitución no sólo no podemos debatir acerca de eso, sino que al contrario,
parece que huimos de ese debate para enfrentar los casos particulares de unas
contra otras (“yo lo elegí y me gusta”, “yo lo viví como un infierno”); o para
recriminar a otras que no hablen del asunto porque no son putas, mientras que
parece ser que contratar a una sí que te permite hablar del asunto porque te da
un conocimiento profundo del tema. Según esto los puteros son los más
cualificados para hablar de la prostitución.
Lo cierto es que ya ese mismo debate está sesgado porque las
putas no tienen en absoluto una única opinión sobre la prostitución; pero lo
que sí ocurre es que sólo unas pocas tienen acceso a la palabra pública.
Normalmente las que están en mejor situación, las que son pagadas por la
industria para decir lo que sea, las que están en situación de poder elegir,
las que dicen lo que buscan los medios o los programas de televisión, las que
coinciden con la deriva mercantilista de la vida que se promociona desde el
sistema. La mayoría no tienen ese privilegio, y si alzan la voz son acalladas.
La única voz que se permite es la de las putas contentas, no la de aquellas que
cuestionan el sistema prostitucional. Luego está la voz de las que no somos
putas. Pues lo mismo: Yo en cambio creo que de la institución de la
prostitución podemos hablar todas las mujeres, como del matrimonio, el amor
romántico, la lactancia, o el trabajo doméstico. Porque son instituciones
políticas que nos incumben a todas.
La prostitución es casi la única institución patriarcal que
no logramos politizar para el debate; por algo será. La prostitución, junto con
el matrimonio, es una institución que se crea para regular el acceso de los
hombres al cuerpo de las mujeres de manera ordenada. Para eso sirven las
instituciones, para ordenar los comportamientos sociales y evitar la violencia.
La prostitución pone a los hombres en un sitio y a las mujeres en otro; es
nuestro cuerpo aquel que es el objeto de regulación, no el de los hombres. Es
nuestro cuerpo al que ellos acceden pagando. Y eso tiene un significado
concreto y tiene unos efectos muy concretos también: materiales y subjetivos.
El bien común en disputa aquí es el de la igualdad entre hombres y mujeres.
Porque, de nuevo, es esa idea de igualdad la que las feministas tenemos en
mente cuando hablamos del amor romántico, del sexo, del matrimonio, de la
maternidad, etc.; entre todas debatimos y pensamos qué hacer con estas
cuestiones para que, al final, avancemos hacia una mayor igualdad social entre
hombres y mujeres.
Ahí es donde hay que preguntarse si la prostitución como
institución es una rémora para la igualdad o es un apoyo a la misma.
Curiosamente, Gabriela Weiner eso lo sabe y así lo reconoce en su artículo.
Reconoce que una cosa es el debate sobre lo personal y otro debate es el de la
institución. Muy bien, estamos de acuerdo, queremos debatir sobre la
institución. Ella admite que dicha institución cosifica y es perniciosa para la
igualdad… pero de ahí no se sigue, según ella, nada; no hay una sola propuesta
para combatir una institución que dificulta la consecución de la igualdad; ni
una sola propuesta que nos permita avanzar hacia su desaparición. ¿Por qué
combatimos todas las instituciones patriarcales excepto esta? Las razones son
muy complejas y no caben en este artículo, pero algo tendrá que ver que esté
por ahí el interés de uno de los negocios, de las industrias transnacionales,
más grandes que existen. Un interés que, por cierto, jamás se hace visible como
tal porque siempre pone a empleadas suyas como pantalla. Esto tampoco ocurre en
ningún otro debate en el que esté implicada una multinacional, en ninguno.
Cierto que en todos los debates políticos, los patronos, los dueños, las
empresas, intentan pasar desapercibidos, pero no les dejamos. En este sí, y con
la colaboración de gente que se supone de izquierdas. Deberíamos pedir a la
industria del sexo que hable en su propio nombre y así todas sabríamos quién
defiende qué intereses. La desaparición de la mano que mueve los hilos del
debate público es lo que hace que este esté viciado, nunca sabes con quien
estás debatiendo.
La propuesta de regular los derechos laborales y las
comparaciones con otros trabajos que hace Weiner, no sabemos de dónde viene más
allá de que esta exigencia es un mito. Hay muchas putas que no quieren que se
regulen sus derechos laborales y hay muchas asociaciones que no desean tal
cosa. La mayoría también quiere que no se las persiga, que no se las explote,
que no se las detenga, que no se las expulse. En España, la prostitución no es
ilegal y quien quiere, puede inscribirse como autónoma y acceder a los mismos
derechos que otras trabajadoras. Otras no quieren regularse de ninguna manera
porque lo que quieren es ahorrar lo más posible en el menor tiempo posible
también, no quieren pagar impuestos, no quieren estar controladas. La mayoría
además, no quiere darse de alta como “trabajadoras sexuales”, no quieren
depender de un empresario, no quieren estar en un puticlub, no quieren que
dicha calificación penda sobre sus vidas para siempre. Regular es regular la
actividad empresarial en este caso. De hecho, hace años que se fundó una
sección sindical para trabajadoras sexuales y no se apuntó nadie (o casi nadie)
y así ha sido en otros países también. Lo que las regulaciones vienen a
regular, en realidad, son relaciones de explotación; lo que las regulaciones
hacen es facilitar la vida a los empresarios. Me parece que Weiner no ha
hablado con muchas putas (más allá de una a la que contrató)
Ya casi nadie dice (ni siquiera las defensoras de la
prostitución) que este sea como cualquier otro trabajo. No es lo mismo mamar
una polla que pasar la fregona. ¿Por qué? Porque así es el sexo, ese
significado tiene en nuestra cultura, así lo hemos construido. Si fuera lo mismo
entonces también sería lo mismo que un jefe te toque una teta o un codo. Y no
es lo mismo. Las putas son mujeres como cualquier otra, el sexo significa lo
mismo para ellas que para cualquier otra mujer, Su subjetividad también se
construye en parte ahí. Las mujeres no tenemos ningún gen que nos haga más
agradable el sexo sin deseo; no más agradable que a ellos. Los hombres deberían
probar a chupar coños de mujeres a las que jamás desearían. Muchos al día,
años, deberían probar a dedicarse a ello, deberían probar a que esa fuese la
única opción cuando son pobres. Mientras ellos tengan otras opciones y nosotras
no, me permito sospechar y, como feminista, protestar.
Hay muchas profesiones feminizadas, sí. Y como feministas lo
denunciamos. Analizamos por qué están feminizadas y tratamos de que no lo
estén, no sólo de ofrecer más o menos derechos a las mujeres. Y lo cierto es
que casi todas esas profesiones pueden pensarse reversibles, excepto la
prostitución. Si pudiéramos poner a los hombres en la situación de la mayoría
de las mujeres en prostitución es posible que el patriarcado no existiera. El
patriarcado es un patriarcado sexual, la sexualidad es una frontera para
hombres y mujeres. La prostitución no es reversible porque la ideología que la
sustenta es la frontera que pone a los hombres en un lado y a las mujeres en
otro: sujeto/objeto; el patriarcado es el que decide qué cuerpos son más
valiosos que otros, cuáles son mercantilizables y cuáles no.
Queremos politizar la prostitución y sacarla de las
experiencias personales, como hacemos con las cuestiones políticas.¿Por qué no
nos preguntamos por el papel que juega en la desigualdad, para qué fue creada,
por qué se mantiene? ¿Por qué no nos preguntamos por qué su uso no para de
crecer cuanto más iguales y más libres son las mujeres? ¿Por qué no nos
preguntamos si el hecho de normalizar y legitimar la prostitución tiene o no
tiene algún tipo de consecuencia en la consideración social de las mujeres? Ya
hay muchos estudios sobre eso. O si esto tiene alguna consecuencia en la manera
en que los hombres aprenden a relacionarse con las mujeres. ¿Podemos o no
podemos analizar qué papel que juega en la expansión de la prostitución que
detrás de ella esté la segunda empresa transnacional en importancia? ¿Podemos
hablar de cómo se construye la sexualidad masculina y la masculinidad en su
conjunto y ver cómo se relaciona con la prostitución? ¿Podemos preguntarnos qué
papel juega la prostitución en la desigualdad global cuando el Banco Mundial
recomienda a los países pobres que dediquen a las mujeres a esto como manera de
reducir su deuda?
¿Tiene esto consecuencias en la situación de las mujeres y
niñas de esos países? ¿Podemos preguntarnos por qué sólo escuchamos a aquellas
que dicen estar a gusto pero por qué no sufrimos con las que narran
experiencias terribles? ¿Qué nos pasa para llegar a bloquear la empatía con
estas?
Si lo pensamos con desapasionamiento veremos que la palabra “puta” está
tan connotada desde el punto de vista de la transgresión sexual (y esta es
percibida como positiva en un mundo hipersexualizado) que esta connotación
bloquea mucha de nuestra capacidad de empatía. Hemos visto a la gente salvando
refugiados, pero nunca hemos visto a nadie entrando en los puticlubs a
preguntar cómo se encuentran las mujeres que están dentro. Algo nos pasa con
este debate. Yo lo que quiero es discutir de la prostitución desde una
perspectiva social y política, y no personal y neoliberal.
Fuente:
http://www.eldiario.es/tribunaabierta/Putas-putas_6_718888139.html
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