14 de octubre de 2017
Uruguay. Legislar sin condón. De fiolo a gerente de servicios sexuales
Escrito por Mariana Contreras y Florencia Rovira
El viejo oficio del cafisho será
más fácil que nunca. La aprobación de las modificaciones a la ley de trabajo
sexual y al Código Penal que se vienen discutiendo a nivel legislativo
redundaría prácticamente en una legalización del proxenetismo.
Entre tanto ninguna medida parece
orientada a ayudar a salir a las prostitutas de la mal llamada "vida
fácil". El debate europeo sobre la materia completa esta cobertura.
"¿Cómo se vive el trabajo
sexual o cómo sobrevivir a él?", retrucó Karina Núñez cuando en la
despedida del segundo encuentro Brecha insinuaba la agenda para una tercera
reunión: hablar de la vida de las trabajadoras sexuales, de los aspectos
vinculados a los riesgos que genera, a sus estrategias para sobrellevar el
persistente estigma social, para enfrentar los vínculos familiares, la
explotación económica, el abuso de sus cuerpos. En definitiva, sí, sobrevivir.
Karina inclinó la cabeza,
entrecerró los ojos; hizo un gesto como diciendo: ¿entendés lo que te quiero
decir? Hasta entonces había hablado de sus inicios a los 12 años, cuando un
vecino de 67 años le pidió que se sentara encima suyo a cambio de un yogur, de
sus experiencias al norte del Río Negro, área que conoce porque se desplaza por
varios puntos ejerciendo el trabajo sexual, pero también militando y haciendo
promoción en salud. Karina preside el grupo Visión Nocturna en Río Negro, va a
los prostíbulos, a las whisquerías y entrega condones, habla con las mujeres
sobre la necesidad de prevenir las enfermedades de trasmisión sexual, sobre los
derechos de las trabajadoras. No quiere "que digan que lo hacemos porque
nos gusta; si tuviéramos otras opciones haríamos otra cosa". Sabe de la
explotación y de la mercantilización del cuerpo, de la cosificación que se hace
de ellas. Sabe de las cicatrices internas, de las golpizas por denunciar una
red de trata y del sometimiento a los proxenetas (el único rol prohibido, y sin
embargo tan campantes), pero se reivindica trabajadora sexual.
"¿Sabés el logro que
significa para nosotras?", dice cuando interpreta un cuestionamiento por
parte de Brecha a la regulación: ¿acaso reconocerse como trabajadora, aportar a
la seguridad social, tener derechos y obligaciones como cualquier asalariado no
es legitimar esa misma explotación, esa cosificación que rechaza? ¿Acaso los
esfuerzos públicos no deberían estar en generar otras salidas? Porque la
explotación es mucho más que quedarse con un porcentaje de las remuneraciones
de estas mujeres. Podrá haber derecho a licencia vacacional o por enfermedad,
pero eso no cambiará la desigual relación de poder que, una vez pasado el
cerrojo a la puerta, el pago por sexo genera entre quien compra y quien vende.
No cambiará la mercantilización a la que el cuerpo, casi siempre de mujer,
queda reducido.
Ella explica su posición:
"Pasamos de no ser nada a tener un título, que los mismos que antes te
decían 'puta' ahora te reconozcan como trabajadora. Es mucho". No
obstante, unos días después, sin contradecirse con lo anterior, se sincera:
"Una se agarra del argumento del trabajador sexual porque no tenés otro
argumento social para agarrarlo". Reivindicar el trabajo sexual y
reivindicar derechos son la meta a mediano plazo, "a largo plazo es que no
existan mujeres alquiladas porque no tienen para comer o por consumismo. Es una
forma de sometimiento mercantil. Pero eso ya es utópico".
Uruguay es uno de los países que
consideran la prostitución como un trabajo. Una ley del año 2002 regula la
actividad y por estos días está siendo reformulada. La intención legislativa es
acercar cada vez más el trabajo sexual a la realidad de cualquier otro
trabajador, mismos derechos, mismo tipo de relaciones laborales. ¿Pero en qué
otro aspecto, además del cobro por un servicio, esta actividad se parece a otro
trabajo?
Cuando las mujeres hablan de él,
un mundo se abre delante de quien tenga oídos para escuchar. Presentan allí un
espacio complejo y abismal. Dualidad es una buena palabra para definir el mundo
en que se sumergen.
La ley y el (des)orden Dos
normas vinculadas al trabajo sexual están en vías de modificación.
Por un lado, una comisión creada
por la ley de humanización de cárceles, que trabajó durante cinco años en la
modificación del Código Penal, propuso modificar la figura del proxeneta. El
código vigente establece que "toda persona de uno u otro sexo que explote
la prostitución de otra, contribuyendo a ello en cualquier forma con ánimo de
lucro, aunque haya mediado consentimiento de la víctima", será penada con
entre dos y ocho años de prisión. En la propuesta enviada al Parlamento el
delito está reducido a aquellos casos en que no exista el consentimiento. La
propuesta, a estudio de la Comisión de Constitución y Códigos de diputados, fue
analizada por la bancada bicameral femenina, donde se la cuestionó fuertemente.
Según interpretan las parlamentarias, la modificación sustituye el proxenetismo
por la "prostitución forzada", dejando un campo amplio para la
explotación, puesto que la demostración de inexistencia de consentimiento es
muy difícil en un vínculo tan complejo como el que se teje entre estas partes.
La bancada recordó también que, aunque no está ratificada por Uruguay, la
Convención para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la
Prostitución Ajena establece que esta última siempre es delito, aun cuando se
realice con consentimiento por parte del explotado.
Por otro lado, la Comisión
Nacional Honoraria de Protección al Trabajo Sexual -encargada de velar por el
cumplimiento de la ley 17.515 sobre la materia, que rige hace 11 años- está
trabajando en su modificación. Una de las innovaciones centrales es la
introducción del trabajo dependiente en los establecimientos, lo que implica la
legalización de un empleador al que se le reconoce el derecho a "percibir
un porcentaje" sobre lo que cobra la meretriz. De prosperar la iniciativa,
las trabajadoras que ejerzan la actividad en locales (prostíbulos, whisquerías,
etcétera) deberán percibir un salario y todos los beneficios de la seguridad
social, al igual que cualquier otro trabajador de la República. En esta
propuesta de modificación de la ley el proxenetismo quedará configurado sólo
ante el cobro de "sumas excesivas" por parte de los dueños.
Hoy el vínculo que las
trabajadoras tejen con los dueños de los locales coloca a estos últimos, aunque
encubiertos, en evidente situación de proxenetismo. En los prostíbulos se cobra
"la llave" de las habitaciones, por un precio que varía según el
local. Una de las trabajadoras con las que Brecha conversó paga 600 pesos por
día, que debe abonar aunque no tenga clientes en la jornada. En las
whisquerías, donde los clientes llegan a tomar copas y a hacer el acuerdo con
las trabajadoras para luego trasladarse a otro lado, se impone un mínimo de
consumición que debe cumplirse. Pueden ser tres, cuatro o más copas. La
situación más irregular se vive en las casas de masaje porque, a pesar de la
prohibición, suelen oficiar de prostíbulos y cobran "el pasaje" más
caro: 50 por ciento de lo que el cliente paga a la trabajadora, además de un 10
por ciento destinado a quien "volantea" en la calle y otro 10 por
ciento para productos de limpieza. Para ellas sólo queda el 30 por ciento del
precio impuesto. "Claro que a las mujeres no les sirve, pero muchas de las
que están allí son llevadas por proxenetas, porque allí están más vigiladas;
ellos no tienen que estar dando vueltas a la manzana", explicó a Brecha
una trabajadora llamada Sandra. En esos casos las "transacciones" son
acordadas entre los dueños y los proxenetas, limitando las posibilidades de las
mujeres para "negociar". En otros casos es el dueño del local quien
recibe el dinero por parte del cliente.
Las situaciones de abuso que
Brecha recogió entre las trabajadoras, y fueron confirmadas desde los órganos
encargados del contralor (Policía, msp, mtss) y desde los equipos técnicos que
trabajan con ellas, llegan al punto de cobrar multas si una trabajadora no
concurre al local, explicó Marina Oviedo, presidenta de la Asociación de
Meretrices Públicas (Amepu), y mostró un sms enviado a su celular, donde una
mujer denunciaba el "aumento" de la multa de mil a 3 mil pesos en el
"boliche" al que concurre. "Si una trabajadora se queja por un
cliente también puede recibir una multa, o puede que deba hacer un servicio
gratis." Claro que nadie denuncia los abusos.
Carlos Cabasín, representante del
Ministerio de Trabajo ante la comisión, explicó a Brecha que la propuesta
pretende formalizar el vínculo laboral de las trabajadoras, en un intento de
garantizar sus derechos laborales. "El proxenetismo se da cuando un patrón
tiene un trabajador y de su actividad obtiene la ganancia", pero en esta
propuesta "ambas partes deberán negociar y llegar a un acuerdo bajo la
modalidad de contrato de trabajo. Buscamos que cada uno sepa de antemano cuánto
va a ganar, cosa que no sucede hoy, y si no hay conformidad entonces no hay
contrato", argumentó. La comisión interpreta que este paso es una forma de
combate al proxenetismo, porque la negociación les permitirá decir no ante
ofrecimientos abusivos. La garantía de que esto se cumpla estaría dada en la
vigilancia que el mtss realizaría a través de su cuerpo inspectivo, que
cumpliría las competencias que hasta ahora son propias de la Policía. Este
cambio es otro de los puntos que igualarían la actividad a la del resto de los
trabajadores.
Sin embargo, la propuesta plantea
al menos dos interrogantes. El cumplimiento o no de las normas laborales en el
mercado de trabajo tiene estrecha relación con las fuerzas que posean patrones
y asalariados. Un alto grado de sindicalización, una fuerte capacidad de
presión, una historia de logros sindicales hacen la diferencia en una
negociación entre las partes. ¿Qué fortaleza tendrán las prostitutas para
definir cuándo se trata de una "suma excesiva"? Tanto Amepu como la
Asociación Trans del Uruguay (Atru) son dos sindicatos con fuerzas mínimas.
Amepu tiene 300 socias en todo el país, y la propia Oviedo reconoció a Brecha
que la actividad es casi nula.
Sorina Vazelina |
El semanario trasladó esta
inquietud al doctor Pablo Guerra, sociólogo, investigador del Instituto de
Relaciones Laborales de la Facultad de Derecho, y autor de una de las pocas
investigaciones sistemáticas realizadas en torno a las condiciones del trabajo
sexual. Para él, si bien "el derecho a sindicalización, a la negociación
colectiva, el establecimiento de una serie de legislaciones sociales y
laborales a lo largo del último siglo" influyeron en el evidente
mejoramiento de las condiciones del trabajo asalariado, a la vez que implicaron
aceptar "de alguna manera, que el patrón tiene derecho a un lucro y el
trabajador a un ingreso por la venta de su trabajo. Sin embargo, una cosa es
reconocer ciertos derechos a una trabajadora sexual, otra cosa sería reconocer
el derecho a explotar el trabajo ajeno bajo una figura salarial, por lo que
trasladar todo este sistema al trabajo sexual a mi modo de ver no sería
adecuado".Es que, en definitiva, reconocer "el trabajo" no
debería significar aceptar que sea un trabajo como cualquier otro, "sobre
todo -enfatizó el académico- si se da en un contexto de pobreza y alta
vulnerabilidad, como sucede en la mayoría de los casos".
Entre las particularidades que
deberían llamar la atención destacan los vínculos que se tejen en la actividad,
donde "hay relaciones de explotación muy nítidas, basadas además en una
cultura de género machista que pone a la mujer en el rol de mero objeto de
consumo y deseo al que puedo acceder si tengo dinero. En ciertos contextos sociales
eso genera sin duda una relación inequitativa donde la figura femenina es
explotada y el varón aparece como explotador".
Por algo las personas que ejercen
el trabajo sexual "hacen todo para organizar el resto de su vida con el
propósito de ocultarlo, sobre todo a sus hijos, incluso cambian su forma de
vestir y su figura física (por ejemplo, mediante pelucas)". Karina, por
ejemplo, vive en Fray Bentos, pero para trabajar se traslada 90 quilómetros
hasta Young. "Me dolería muchísimo que mis hijos me digan que les da
vergüenza (mi trabajo)", explicó. Sus tres hijos menores piensan que es
enfermera.
"Y desde el punto de vista
de una cierta ética económica deberíamos preguntarnos qué es bueno
mercantilizar y qué no. O dicho de otra manera, qué cosas se pueden comprar y
vender y cuáles no. Finalmente, la prostitución atenta contra la intimidad
corporal de la persona con una radicalidad que no es posible advertir en otras
relaciones laborales. De hecho, a un trabajador de un comercio no se lo puede
desnudar para ver si se robó algo. Se trata no sólo de una cuestión de
derechos, sino fundamentalmente de dignidad", finalizó el académico.
Mi laberinto
"No puedo creer que no usen
esas piernas para correr", le soltó un día un psiquiatra a Sandra, que a
los 8 años fue explotada sexualmente por primera vez, obligada por su madre. La
mandó con dos vecinos, uno de ellos panadero que siempre repartía bizcochos a
los niños del barrio. Sandra no pudo correr a los 8, y tampoco a los 14, cuando
su madre la mandó "a pararse" por vez primera en la esquina de
bulevar y Gallinal, ni cuando a los veintipico, ahora en sociedad con "un
novio" que le había prometido sería "la señora", pero se
convirtió en su proxeneta, fue enviada a Italia, a integrarse a una red de
trata internacional. El día que saltó por una ventana y huyó de un prostíbulo
queriendo escapar de la inflamación genital, producto de las incesantes
relaciones, corrió a lo de su madre. "Sentí miedo de escaparme",
dice. Dos días después estaba de vuelta en el trabajo. No fue hasta los 43 años
que Sandra pudo empezar a desprenderse de aquel vínculo. Fue al morir su madre,
y cuando la vida ya le había deparado varias golpizas, cuchilladas, encierros y
humillaciones.
Al contrario que el psiquiatra,
lo que para Sandra "no se puede creer" es que nadie cuestione qué hay
detrás de ese "consentimiento mutuo" entre cliente y trabajadora con
que suele justificarse la actividad. Ella tiene su respuesta: "Si te dicen
que tenés que hacer tanta plata en la calle en una noche porque si no te rompen
los huesos, y vos sabés que te los rompen, vas a dar el consentimiento a todo
cliente que te pague para llegar a esa plata", dice por experiencia,
aunque sabe que los laberintos de la permanencia son mucho más complejos.
En Uruguay no existe una
bibliografía muy abundante sobre el mundo del trabajo sexual. Se trabaja a
tientas, incluso para legislar. La Comisión Nacional Honoraria de Protección al
Trabajo Sexual no tiene datos actualizados de cuántas trabajadoras ejercen, ni
cuántas de ellas están habilitadas para hacerlo. Tampoco de cuántos
establecimientos (prostíbulos, casas de masajes, whisquerías) existen, ni
cuántos de ellos están en regla. El Ministerio de Salud Pública realizó un
estudio para conocer algunos indicadores de salud, que sirven ahora para
elaborar guías de actuación. Pero la desactualización es tal que desde la
propia comisión reconocieron que los servicios encargados de otorgar la
habilitación sanitaria no están debidamente capacitados. En el hospital Maciel,
donde se atienden las trabajadoras de Montevideo, hay una psicóloga y tres
dermatólogos, una reminiscencia de los ochenta, cuando se comenzó a detectar el
vih por alteraciones en la piel. No hay ginecólogos. Tampoco médicos formados
para atender a la población trans, parte importante de quienes ejercen la
actividad, y que, aunque con identidad de género femenina, tienen una
genitalidad masculina. O médicos que atiendan aspectos tan ligados a la
actividad: las trabajadoras se moldean el cuerpo, se implantan prótesis, se inyectan
hormonas para mejorar su figura, y en algunos casos los resultados son muy
perjudiciales para su salud.
Mucho menos existe -al menos en
ámbitos estatales- información certera sobre los motivos que llevan a las
personas a ingresar a la actividad, ni en qué condiciones se desarrolla, o
sobre los vínculos "laborales" que se tejen por fuera de toda
reglamentación entre proxenetas y dueños de establecimientos, acerca de los
motivos para permanecer en la prostitución o los caminos para salir. Tampoco
sobre las consecuencias de ejercer esa actividad.
"Mi padrastro era presidente
del Partido Comunista en Fray Bentos y mi madre era trabajadora sexual, también
lo era mi abuela. Yo tuve la suerte de evitar que mi hija lo fuera. Mi padre
hizo un cambio grande: se casó con una prostituta y se hizo cargo de ella.
Aceptó adoptarme, me crió. La primera forma de amor paterno la viví con él. En
mi destino jugó el hecho de que mi padre cayera preso. Si no fuera por eso no
sería trabajadora sexual. Teníamos lo mínimo, lo básico, no pasábamos hambre.
Pero después de una semana de comer avena con agua y pan rallado, si bien tiene
nutrientes. En donde yo vivía en cada esquina había olor a milanesa. Era yo la
que saltaba por el muro en busca del vecino -dice recordando sus inicios a los
12 años-. No tuve conciencia de lo que significaba. Me llevó mucho tiempo de
terapia para asimilarlo. Lo entendía como supervivencia, no como un abuso. Pero
cuando te das cuenta de lo que has vivido te querés matar." Así es la
historia de Karina.
Sandra Perroni trabaja hoy en el
servicio para víctimas de trata del Mides, pero tiene larga experiencia en el
área. Dice que en el inicio de la carrera se vertebran dos ejes: los factores
estructurales (provienen de familias pobres en su mayoría, con escaso nivel
educativo, por ejemplo), y los factores individuales: la violencia
intrafamiliar, el abuso sexual a temprana edad, los antecedentes familiares
(madres, abuelas, tías trabajadoras sexuales).
En Casa Abierta, un servicio de
la Congregación de Hermanas Oblatas que ofrece asesoramiento jurídico,
psicológico y social a las trabajadoras, las impresiones son abrumadoras: en
tres años de trabajo "constatamos que un 90 por ciento de las mujeres que
vemos han sido víctimas de abuso sexual a temprana edad".
Dobles y triples vidas
Un aspecto en que los
entrevistados coinciden es en expresar su contradicción: es necesario reconocer
el trabajo sexual, aun sabiendo que mientras más se legitime como actividad
laboral, más invisibilizada quedará su fase de explotación, y junto con ella
los rastros del camino duro que la mayoría emprende para sobrevivir a ello. De
alguna forma, el recorrido que las trabajadoras sexuales hacen se asemeja al de
las víctimas de violencia doméstica: un laberinto lleno de claroscuros que
dificultan encontrar una salida, que las hace reconocerse en un espiral de
violencia al mismo tiempo que niegan sentirse mal, una profesión que
reivindican, a la vez que la ocultan y se la quieren evitar a sus
hijos."No es fácil dejar, es como con las adicciones. Hay un proceso de
enamoramiento en el trabajo sexual. A los 18 años, en una noche podés hacer 8
mil pesos, y si antes no tenías ni para un pan duro eso se vuelve
adictivo", opinó Karina. Además, en el vínculo con el proxeneta, el explotador
impune, también hay complejidades: muchas veces es la pareja, o un pariente, o
el padre de sus hijos. "Y te quieren, o te hacen sentir que te quieren,
que te eligen." En cuanto a ese juego de doble significado, Sandra habla
de los regalos, la ropa, por ejemplo, que a su vez son "una inversión,
porque vos sos la vitrina del negocio" que deben vender.
Una de las observaciones que hizo
Andrea Tuana, desde El Faro, es que cuando una mujer es elegida por un cliente
entre todas sus compañeras eso tiene un valor importante para ellas, porque la
autoestima también juega. En medio de esas dicotomías, la depresión, los
intentos de suicidio y el trastorno de estrés postraumático conviven con las
mujeres, sin embargo, es muy raro que se asuman como "explotadas". De
alguna manera -comentó Guerra- el discurso legitimador del "trabajo
atípico" también las protege de enfrentarse a esa idea. Después de más de
20 años de haber sido víctima de trata en Europa, Sandra reconoce que recién
asumió lo que le pasaba cuando regresó al país y la cancillería la derivó al
servicio de trata del Mides: "Hasta ese entonces pensaba que había tenido
mala suerte, que había tenido una mala madre", confiesa.
Para sobrellevar ese cóctel las
mujeres elaboran estrategias. Así como Karina sale de su ciudad a trabajar y se
personifica como enfermera delante de sus hijos más pequeños, otras muchas
mantienen múltiples identidades en sus ámbitos de trabajo. "En el acto
sexual o atendiendo al cliente dicen que están pensando en otra cosa. La disociación
opera sistemáticamente entre las personas que se prostituyen. Lo vemos incluso
en personas que hace poco empezaron a ejercer. Sistemáticamente lo relatan.
Explican que es la manera que tienen de sostener esa situación que para ellas
mismas a veces es inexplicable. Y cuando quieren establecer otra relación con
otras personas también tienen mucha dificultad para sentir. Son muy renuentes
al contacto físico", señaló Olga Sienra, psicóloga de Casa Abierta. Y esto
es notorio cuando quieren brindar su agradecimiento al equipo: "Nunca nos
abrazan, no les gusta, les cuesta; pero sí nos traen regalos". Las
observaciones que plantea luego de tres años de trabajo con las mujeres se
corresponden con los resultados de varios estudios internacionales (véase
recuadro). "La prostitución no necesita sólo reglamentación, necesita de
política social. En este país hoy no hay ninguna política para dirigir a estas
personas hacia otra actividad. Estamos reglamentando la prostitución antes de
pensar en políticas sociales que protejan al sujeto de mayor vulnerabilidad. Me
quedo pensando si no termina beneficiando al patrón, en la medida que la
eventual regulación que asimila la prostitución a cualquier otro trabajo
termina por legitimar el negocio de la explotación sexual. Ya no hablaremos de
proxeneta sino de gerente de trabajo sexual. Es una forma también de legitimar
un rol muy cuestionable. Y casos muy notorios quedarían más legitimados
socialmente a partir de una norma de este tipo", concluyó por su parte
Pablo Guerra."
Descorporalización
La incidencia del trastorno de
disociación entre personas que ejercen la prostitución ha sido estudiada en
varias investigaciones clínicas internacionales. En el trabajo
"Dissociation Among Women in Prostitution", de Colin A Ross, Melissa Farley
y Harvey L Swartz (en el libro Prostitution, Trafficking and Traumatic Stress),
se resumen los resultados de varios estudios en Canadá, Estados Unidos y
Turquía basados en una muestra de personas que ejercen la prostitución o el
striptease. En este trabajo diversos diagnósticos de trastornos disociativos
revelaban amnesia disociativa (incapacidad de recuperar recuerdos o de crear
nuevos recuerdos a largo plazo), personalidad múltiple o trastorno de
despersonalización (donde uno de los síntomas es experimentar una desconexión
subjetiva respecto al propio cuerpo y el entorno).
En su tesis de doctorado
("La descorporalización en la práctica prostitucional: un obstáculo mayor
al acceso a la salud") la doctora francesa Judith Trinquart explica cómo
el proceso de disociación de personas que ejercen la prostitución lleva a
"una negligencia extrema con respecto al cuerpo" de las mismas. Según
Trinquart, esta descorporalización, el hecho de disociar el cuerpo del yo,
explica por qué en Francia estas personas no recurren a la atención médica a
pesar de que pueden acceder a ella.
Los resultados del estudio más
importante que se ha hecho en el mundo sobre la salud psíquica de personas en
prostitución muestran que 68 por ciento de ellas presentan síntomas de trastorno
de estrés postraumático, un diagnóstico que es común entre veteranos de guerra.
Se basó en trabajos llevados a cabo en nueve países con características muy
diferentes entre sí (Estados unidos, Colombia, Sudáfrica, Alemania, México,
Turquía, Tailandia, Zambia y Canadá) pero donde los resultados no variaban de
manera notoria. En Canadá 74 por ciento de las personas presentaban síntomas de
estrés postraumático y 84 por ciento habían sido abusadas sexualmente en la
infancia; en Colombia 67 por ciento habían sido abusadas sexualmente de niños y
86 por ciento mostraban síntomas de estrés postraumático.
Condiciones de trabajo en la prostitución uruguaya
¿Mujeres de vida fácil?
Las condiciones de trabajo de la prostitución
en Uruguay se publicó en 2006 y es la investigación más importante que se ha
hecho sobre el tema en el país. El sociólogo Pablo Guerra basó su estudio en
130 entrevistas sistematizadas con personas que ejercen la prostitución en todo
el territorio nacional. La conclusión más importante del estudio es que el
ejercicio de la prostitución está asociado al desarrollo de situaciones de
"vulnerabilidad social". El estudio destaca una serie de factores
importantes que entran en juego para empujar a las personas a ejercer la
prostitución. Por ejemplo: . Tener una infancia con severas carencias afectivas
y materiales. Casi 70 por ciento de las personas entrevistadas habían tenido
una infancia problemática o muy problemática. Casi 14 por ciento de ellas
habían sufrido abusos sexuales o físicos cuando niños.. Asunción de roles
maternos prematuros sin apoyo.
. Necesidad de recursos
económicos inmediatos luego de procesos de separación.
. Presencia de personas que
alientan a la prostitución.
. Ausencia de calificaciones y
competencias laborales. Más del 65 por ciento de las entrevistadas empezaron a
ejercer antes de los 20 años. La encuesta también concluye que "la mayoría
de ellas tienen que recurrir o han recurrido al alcohol en el momento de
desarrollar su trabajo, o luego". El estudio concluye que, al considerar
las historias personales, es difícil hablar de la existencia de una verdadera
"opción libre" al debutar en el ejercicio de la prostitución:
"Queda claro que la prostitución no es un trabajo como cualquier otro.
Queda claro además que detrás de muchos de estos cuerpos ofrecidos en el
mercado del sexo existen historias complejas y muy duras".
Prostitución en Europa. El avance del abolicionismo Herbert Krauleldls
Brecha, Montevideo, 11-10-2013
Tras una década de experiencias
legislativas muy diversas, los partidarios de una "sociedad sin
prostitución" están ganando terreno en Europa. Francia se sumará
próximamente a la lista de países abolicionistas, mientras se resquebraja el
espacio de las tesis que consideran a la prostitución como un trabajo más.
A los hombres que pagan por sexo
en Francia les quedan pocos meses para poder seguir haciéndolo legalmente. El
país del Moulin Rouge y el "libertinaje" será el próximo en sumarse
al creciente grupo de "neoabolicionistas" europeos, que ya integran
Suecia, Noruega e Islandia y tal vez pronto la católica Irlanda, donde se
sanciona a los clientes pero no a las prostitutas. Otros, como Alemania y
Holanda, donde la prostitución se legalizó, liberalizó o reglamentó, están
preocupados por los efectos colaterales de esa reforma, en especial por el auge
de la trata de personas y la no mejoría de la situación de quienes se
prostituyen.
"La prostitución es una
explotación y una violencia contra las mujeres", declaró recientemente la
diputada europea francesa Maud Olivier, del bloque por los derechos de las
mujeres, al canal de televisión franco-alemán Arte. Olivier se inspira en la
interpretación abolicionista de la prostitución que rige en Suecia desde hace
ya 14 años, y en vez de adoptar el concepto de "trabajo sexual",
hasta ahora dominante en el contexto europeo, considera a la compra-venta de
sexo como una violación a los derechos humanos y una violencia hacia las
personas que ofrecen su cuerpo. Aunque desde 2011 existe en el parlamento
francés un consenso multipartidario sobre la necesidad de responsabilizar a los
clientes, la propuesta ha encontrado una gran oposición en los medios y en la
propia población. Según una encuesta realizada en febrero de 2013, 52 por
ciento de los franceses están en contra del principio de pagar por una relación
sexual. Pero sólo 32 por ciento está a favor de sancionar a los clientes, y 68
por ciento se opone a ello. La socialista Olivier tuvo entonces que esforzarse
para explicar "pedagógicamente" el sentido de las 40 recomendaciones
en las que se basará su futura propuesta de ley, que prevé revertir la
responsabilidad de los actores de la prostitución. De aprobarse la reforma, se
despenalizaría a las prostitutas callejeras, a las que desde 2003 se les
prohíbe llamar la atención de potenciales clientes en la vía pública. A los
clientes, en cambio, se les impondrían multas de entre 1.500 y 7.500 euros. Al
mismo tiempo la diputada recomienda 25 medidas de carácter social para ayudar a
las personas que se prostituyen, francesas o extranjeras, a mejorar su
situación y abandonar la profesión. Los abolicionistas argumentan que la
relación entre el cliente y la prostituta es una expresión de dominación
masculina (los casos de clientes mujeres son casi inexistentes) en la que el
hombre ejerce su poder sobre la persona a quien le paga, imponiéndole una
relación sexual "no deseada". "La abolición no es una cuestión
de moralidad", respondió la diputada Olivier a los críticos que
denunciaban una reforma "liberticida": "se trata de libertad
sexual y de defensa de los derechos humanos (.). Que no me vengan a decir que
al pagar por una relación sexual el placer es compartido". Por otro lado,
señala el carácter violento y riesgoso del trabajo sexual: las violencias, los
insultos, las agresiones, las violaciones.
En dos años el parlamento produjo
dos informes sobre la prostitución en Francia basados en el conocimiento de ong
que acompañan a personas que se prostituyen y en varios otros estudios sobre el
"pésimo" estado de salud mental y física de las personas que lo
hacen. Asociaciones de víctimas de violencia doméstica y sexual, otras que
acompañan a prostitutas y grupos feministas respaldaron esos informes.
El movimiento abolicionista
francés sostiene que la "libre elección" de prostituirse muy poco
tiene en realidad de libre. En el informe de Olivier se estima que sólo 2 por
ciento de las prostitutas trabajan "libremente", y que la gran
mayoría son extranjeras. No existen estadísticas exactas y oficiales sobre la
prostitución, pero según estimaciones basadas en datos de ong, 90 por ciento de
quienes la ejercen son personas extranjeras. Esto es patente tanto en la calle
como en las páginas de escort de Internet. El proxenetismo también se ha
internacionalizado. Según la policía nacional francesa, en 2010 64 por ciento
de los casos aclarados por la justicia implicaban a extranjeros, tres veces más
que treinta años atrás.
Internacionalización En Francia, como en el resto de Europa
occidental, la trata de personas con fines de explotación sexual aumentó
después de la disolución de la Unión Soviética y la apertura de las fronteras
dentro de la Unión Europea. La preocupación por combatirla impulsó la idea de
que la trata se puede reducir conteniendo la demanda (los clientes). Detrás de
esa idea están las experiencias legislativas en Suecia, donde en 1999 la compra
de sexo se transformó en delito. En paralelo a esta sanción penal, se ofrece a
las personas que se prostituyen asistencia médica, psicológica y social. Desde
entonces la prostitución callejera ha disminuido a la mitad y la policía sueca
sostiene que la "ley de compra sexual" se ha transformado en la
herramienta más importante para combatir la trata de personas con fines de
explotación sexual. "Los clientes nos dirigen hacia las víctimas",
explica a Brecha Kajsa Wahlberg, inspectora de la policía sueca especializada
en cuestiones de trata de personas. Según ella, es bastante común que los
agentes policiales se encuentren con un proxeneta cuando ingresan a un
apartamento para multar a un cliente. Zanna Tvilling, de la policía de
Estocolmo, lo describe así: "Detenemos a un cliente y nos regalan un
proxeneta".
Según Kajsa Wahlberg, las leyes
que prohíben el proxenetismo y la compra de sexo han convertido a Suecia en un
país donde el comercio sexual no es tan lucrativo como en otros de Europa en
los cuales los prostíbulos son legales. "Se lo hemos oído decir a los
traficantes mismos en escuchas telefónicas", relata la inspectora a
Brecha. Para operar, los traficantes y proxenetas tienen que mudarse de un
apartamento a otro cada dos semanas, lo cual les impide establecerse y crecer.
"En Suecia no existen grandes prostíbulos clandestinos. No tienen dónde
meter a las mujeres y no logran mantener más que a dos o tres a la vez."
En 1996, tres años antes de que
la ley entrara en vigor, 67 por ciento de la opinión pública se oponía a la
sanción de los clientes. En 2011, 67 por ciento estaba a favor. "En Suecia
la discusión sobre la ley ya terminó hace tiempo. Hace 14 años que la aplicamos
y nos ha servido para combatir la trata de personas", explica Kajsa
Wahlberg con un poco de fastidio.
Efectos colaterales Al mismo tiempo que Suecia eligió el camino
de la abolición, Alemania optó por la legalización total. La intención del
Partido Socialdemócrata y los ecologistas que votaron la ley "ProstG"
en 2001 era mejorar las condiciones de trabajo de las prostitutas y asegurarles
una jubilación, acceso al sistema de salud, al seguro de paro y poder afiliarse
a un sindicato. La ley transformó a la prostitución en un trabajo cualquiera y
el emplear prostitutas en una actividad económica "normal". Durante
12 años, en Alemania no se habló más del tema. Hasta que en junio pasado la
televisión emitió el documental Sex. Made in Germany, que causó consternación. "No
nos podíamos imaginar lo gigantesca que es la industria del sexo en
Alemania", cuenta a Brecha Sonia Kennebeck, una de las directoras del
filme. Para el décimo aniversario de la ProstG, Kennbeck y su colega Tina
Soliman decidieron estudiar las consecuencias de la liberalización. Tras dos
años de investigación llegaron a la conclusión de que Alemania se ha convertido
en el prostíbulo más grande de Europa, donde los precios han bajado, los
proxenetas van vestidos de traje y el Estado se enriquece cobrando millones de euros
por concepto de impuestos. "Es una industria multimillonaria, y los dueños
de los prostíbulos nos decían ante cámaras que gracias a la ley a ellos les
estaba yendo estupendo", confía Kennebeck. El documental generó un revuelo
considerable. Los alemanes descubrieron que hoy su país es uno de los destinos
más populares en el mundo para los turistas sexuales y que es posible pagar por
todo tipo de servicios. Hay sitios web especializados en "remates
sexuales" de todo tipo, a veces por sólo un euro: sexo con vírgenes, sexo
con mujeres embarazadas. Prostíbulos gigantescos abren las 24 horas, otros
proponen un servicio de "tenedor libre" a partir de 49 euros. Uno de
ellos era el Pussy Club, de Stuttgart, que ofrecía al cliente "sexo con
todas las mujeres durante todo el tiempo que quiera, con la frecuencia que
quiera y de la manera que quiera. Sexo anal. Sexo oral sin preservativo. Ménage
à trois. Sexo en grupo. Gang bang". Sorana, una de las mujeres que
trabajaba en ese prostíbulo, cuenta en el documental cómo tenía que servir a
más de cuarenta clientes por día. "A veces sólo podía dormir dos o tres
horas por noche. Me presionaban mucho. Era muy difícil. No nos dejaban decirle
no a ningún cliente. No lo puedo expresar en palabras. Era horrible." El prostíbulo
donde trabajaba Sorana cerró, pero por razones sanitarias, cuenta el
documental. Hoy Sorana ha vuelto al barrio pobre de Bucarest donde se crió. En
Rumania había trabajado de prostituta. No la raptaron, como les sucede a muchas
de sus colegas, sino que se fue a Alemania pensando que ahí los hombres la
tratarían mejor: "Pero en Alemania, donde todo es legal, nos trataban como
basura", dice.
La liberalización de la
prostitución ha creado una industria y una demanda creciente de una variedad de
"carne fresca" de parte de los clientes. La oferta de nuevas mujeres
la aseguran los traficantes. Al mismo tiempo que se emitió el documental de
Kennebeck y Soliman, el semanario Der Spiegel publicó una serie de artículos
sobre el modelo alemán titulado "Cómo la legalización de la prostitución
ha fracasado". Señala que sólo 1 por ciento de las prostitutas tienen un
contrato de trabajo, que entre el 65 y el 80 por ciento de las mujeres son
extranjeras y que muchas vienen de los países de Europa oriental y son víctimas
de trata. Pero según el semanario alemán, los juicios por trata con fines de
explotación sexual han disminuido en casi un tercio desde que se liberalizó la
prostitución: la policía no tiene herramientas para combatir el tráfico, pues
al ser legal la prostitución se ha vuelto más difícil demostrar que las mujeres
no trabajan voluntariamente.
Para juzgar a un proxeneta ahora
el fiscal tiene que probar que la persona que lucra con la prostitución de otra
lo hace explotándola, lo que se dificulta en un país donde las prostitutas, a
pesar de las expectativas de los legisladores en ese sentido, nunca se han
sindicalizado. La documentalista Sonia Kennebeck confrontó con políticos que
votaron la institucionalización de la prostitución y que, según dijo a Brecha,
no estaban enterados de que la ley había ayudado más a los proxenetas que a
proteger a las prostitutas. En el programa de tevé Panorama la parlamentaria
socialdemócrata Anni Brandt-Elsweier le respondió: "Si es así, entonces
siento mucho que la ley en la práctica no haya tenido los efectos que
esperábamos. Queríamos actuar bien". Pasados cinco años de la
liberalización, el gobierno efectuó una evaluación de la ley ProstG según la
cual las metas perseguidas "sólo se habían alcanzado parcialmente" y
no se notaba "ninguna mejora medible de la protección social de las
prostitutas" ni pruebas de que la ley hubiera reducido la criminalidad,
apunta Der Spiegel. "La legalización de la prostitución estaba pensada
para fortalecer a las prostitutas, pero generó lo contrario. Las mujeres son un
material que se usa más eficientemente. Más allá de su valor de mercado, no
valen nada", concluyen Sonia Kennebeck y Tina Soliman en su documental. Al
liberalizar la prostitución, el Estado puso en marcha un proceso de institucionalización
a nivel económico y político que produjo grandes ingresos privados y en cierta
medida también públicos (a través de los impuestos). Pero asimismo normalizó la
idea de que la prostitución debe ser tratada como un trabajo y un negocio
cualquiera.
La vitrina holandesa
En Ámsterdam la prostitución está
normalizada en las vidrieras en que se exponen las mujeres. Familias, turistas,
parejas, caminan a su lado como si nada ocurriera. Cuando pasa un hombre las
mujeres golpean la ventana o abren una puertita en la vidriera invitándolo a
entrar.
Aquí el prostituirse es
considerado una libertad que merece ser defendida. En Holanda no se habla de
prostitutas sino de trabajadores sexuales. Aunque, como en Alemania, la
prostitución es vista como un trabajo normal, la ley holandesa tiene sus
diferencias con la germana. Cuando en el año 2000 se legalizaron los
prostíbulos, la prostitución no se liberalizó del todo. Aquí las prostitutas/os
son emprendedores independientes y los prostíbulos deben contar con una licencia
para poder operar. Pero detrás de las vidrieras de la zona roja de Ámsterdam se
esconde una realidad que a la sociedad holandesa le ha empezado a preocupar.
"El alquiler de la cabina sale 200 euros por día. Es muy caro, ni siquiera
tiene baño privado", explica a Brecha Perdiep Ramesar, periodista del
diario holandés Trouw y coautor del libro Slaven in de polder ("Los
esclavos en Holanda") sobre la trata de personas en los Países Bajos.
"Sólo para costear ese alquiler una prostituta precisa cuatro clientes. El
sexo en cabina sale entre 50 y 60 euros." Para pagar un cuarto donde
dormir, comida y transporte, se necesitan a su vez 20 clientes diarios:
"¿Se imagina usted dejarse penetrar por veinte desconocidos por día? No es
necesario ser víctima de la trata para vivir en estas condiciones tan
difíciles". Durante los tres años que Perdiep Ramesar y su colega Martjin
Roessingh recorrieron prostíbulos y sex shops había noches en que no podían
dormir por las situaciones horribles de las que fueron testigos. "Holanda
es el nexo de la trata de personas en Europa (.). Ellas no saben ni dónde
viven. Las transportan en auto desde la casa al prostíbulo. Tienen que pagarles
sus deudas a los traficantes, ganan menos de lo que ganarían en Bulgaria o en
Rumania", dicen. Según Perdiep Ramesar, se estima que entre 30 y 70 por
ciento de las personas que se prostituyen en los Países Bajos son víctimas de
la trata. "Pero es muy difícil probarlo ante las autoridades. Hay muchas
mujeres que se encuentran en los centros de detención de inmigrantes y que
están esperando ser deportadas", precisamente porque no pudieron
demostrarlo.
Ramesar se cruzó con muchas
latinoamericanas, incluidas uruguayas. Algunas de ellas llegan a Holanda por su
cuenta, como una de las brasileñas que encontró: "En el cuarto de al lado
se prostituía su madre. Lo hacían porque necesitaban dinero. No ganan lo
suficiente en su país". Pasaron varios años hasta que se comenzó a
comprender que la reglamentación no había permitido solucionar los problemas de
las redes mafiosas de trata y proxenetismo. Ramesar y Roessingh estuvieron
entre los primeros periodistas en sacar a luz estos fenómenos. Pero desde largo
tiempo atrás existían señales de que las cosas iban mal. En 2007, siete años
después de la legalización de los prostíbulos y la institucionalización del
trabajo sexual, el Ministerio de Justicia publicó una evaluación que constataba
que "no ha habido ninguna mejora significativa" en la protección de
las prostitutas, y que su salud física y mental había empeorado. Un síntoma: el
aumento del uso de tranquilizantes entre ellas. Al año siguiente la policía
holandesa publicó el informe "Manteniendo las apariencias", donde se
calculaba que entre 50 y 90 por ciento de las mujeres que trabajaban en los
prostíbulos legales lo hacían involuntariamente. Otro informe gubernamental, de
2010, constató que sólo 17 por ciento de los anuncios de oferta sexual en los
diarios provenían de prostíbulos legales sobre los cuales el gobierno tiene
algún tipo de control. Desde febrero pasado el parlamento holandés está
discutiendo modificaciones a la ley para frenar la trata de personas. Cumplidos
13 años de experiencia legalizadora, todos los partidos políticos están de
acuerdo en que la trata de personas para la explotación sexual es un gran
problema nacional. Sin embargo, todavía no se ha logrado ninguna gran reforma.
Una mayoría apoya el aumento de la edad mínima para prostituirse (de 18 a 21
años) y exigir que los prostíbulos controlen la identidad de las prostitutas.
"Pero hubo una medida muy importante que no se adoptó", explica
Perdiep Ramesar: "castigar a los clientes que acuden a prostitutas
víctimas de la trata de personas".
Para llevar a cabo esta medida se requeriría la introducción de un
registro nacional de prostitutas, para saber cuáles no están en situación
legal. Pero en Holanda la privacidad es considerada un valor de mayor
importancia. La socióloga Evelien Tonkens no entiende cómo estas medidas
cambiarían en algo la situación. En 2011 publicó una columna en el diario progresista
de Ámsterdam Volkskrant, donde denunciaba el fracaso de la legalización en los
Países Bajos. La falta de determinación del parlamento se explica, según
Tonkens, por una especificidad de la cultura política nacional: "Los
holandeses están obsesionados con la libertad individual y no toman en cuenta
otras cosas". Tonkens, que entre 2002 y 2005 fue diputada de la izquierda
ecologista, explica que esta obsesión fue una de las razones por las cuales
decidió irse de su partido. El "trabajo sexual" se entiende como la
expresión de la libertad individual: "una ley que retoma esta idea sería
muy difícil de cambiar", estima la catedrática de la Universidad de
Ámsterdam. Al mismo tiempo faltan actores políticos que propongan una vía
abolicionista. Mientras sean sólo los demócratas cristianos del partido udi
quienes la planteen, el modelo sueco seguirá siendo connotado como
"puritano". Aunque las voces que lo afirman siguen estando en
minoría, el trabajo sexual en los Países Bajos no parece asemejarse a un trabajo
normal. De los cientos de mujeres, hombres y menores que Perdiep Ramesar vio
prostituirse, "la mayoría no estaban contentos con lo que hacían".
"Es un trabajo muy duro y no es sano", remarcó a Brech.
Brecha, 11-10-2013
http://2014.kaosenlared.net/secciones/71039-uruguay-legislar-sin-cond%C3%B3n-de-fiolo-a-gerente-de-servicios-sexuales
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