Hombres buenos y
mujeres putas
"El otro, efectivamente, es la mujer, enfrentada a la
alteridad del no ser. La prostitución es una relación asimétrica cimentada en
el poder desde mucho antes de que se produzca el contacto físico. En el momento
en el que una persona piensa en otra en términos de mercado, le está
confiriendo una categoría económica. Si un hombre puede comprar a una mujer,
puede poseerla"
"Hoy le diría a Marx que la situación social de las
mujeres es acorde a la situación delcapital. Estamos siendo compradas
sexualmente. En definitiva, lo llaman trabajo por no llamarlo
expropiación"
Alicia Díaz
29/06/2019 -
Decía Karl Marx que para transformar una sociedad lo primero
que hay que conocer de ella es cómo trabaja. Que trabajamos bajo un sistema
económico neoliberal no es nuevo. Que producimos, trabajamos y consumimos bajo
el marco de una estructura capitalista, tampoco lo es. Que la prostitución,
mercado sexual legitimado y normalizado, quiera imponerse como una forma de
trabajo, lo explica todo.
Lo que se pretende normalizando la prostitución es
naturalizar una forma de relacionarnos sexual y económicamente; o lo que es lo
mismo: establecer un sistema sexual socioeconominizado.
La prostitución es, entonces, una estructura socioeconómica
ultraliberal. En la medida en que la sociedad normaliza ciertas prácticas
sexuales, termina normalizando sus propias anomalías. En prostitución, pese a
que al hombre — en su condición de prostituidor— le corresponde ser el sujeto
'anómalo' por su protagonismo sexual naturalizado, el discurso epocalista, sin
embargo, determina que la persona anómala sigue siendo la mujer.
No es casual que hayamos creado la figura de la prostituta
como el personaje antagonista; en términos de biopoder se explicaría en tanto
en cuanto, las instituciones son las encargadas de normalizar el comportamiento
de una parte de la sociedad para controlar a los otros, a los anómalos.
El otro, efectivamente, es la mujer, enfrentada a la
alteridad del no ser. La prostitución es una relación asimétrica cimentada en
el poder desde mucho antes de que se produzca el contacto físico. En el momento
en el que una persona piensa en otra en términos de mercado, le está
confiriendo una categoría económica. Si un hombre puede comprar a una mujer,
puede poseerla.
Al pertenecerle puede violentarla, despojarla
arbitrariamente de su cuerpo, de su mente y de su identidad. Puede comprarla de
una forma más sustancial al mero trueque monetario. Se está apropiando de la
materialidad corpórea y de su psique; está negando su integridad.
La prostitución está ahí entre nosotros — aunque no la
consumamos ni participemos directamente en ella—, configurando una forma de
vida que nos resulta ajena, modelando nuestra forma de ser y la manera de
relacionarnos con los demás. Si aseguramos que la mujer es la otredad respecto
al hombre, estaremos designando la posición que ocupan las mujeres en el mundo.
Sería impensable para cualquier democracia reconocer que la única salida para
sobrevivir de un hombre pobre fuera la venta de su cuerpo.
No lo es porque no hay mercado sexual en torno a él ya que
la prostitución no produce, opera como nicho de la expropiación del cuerpo
femenino. Arrebata a la mujer de su dignidad, la ningunea e invierte mediante
un contrato sexual.
El contrato sexual existe por razones de supervivencia.
Nadie debería pactar su derecho a una vida digna. La mujer, en ese contrato, no
negocia; se somete porque otros tienen el poder.
El cuerpo de la mujer opera como puente financiero del poder
hegemónico masculino. La legalización de la prostitución, desde un punto de
vista social y político, es el resultado de la degradación humana, de su
naturaleza y de la ética. No es sexo, es dinero y poder.
Es la renuncia a la emancipación femenina. Es la abdicación
a la imposibilidad de libertad sexual. La sexualidad es libre cuando es
deseada, no buscada por necesidad. La necesidad nos hace esclavos de nuestras
decisiones y de nuestro comportamiento. La alienación, fruto de la necesidad,
es una pieza de la cadena en las estructuras verticales de poder consistente en
hacer creer al sometido que es libre.
Les obliga a conformarse bajo la resignación de los límites
materiales reprimiendo una de las esencias de la naturaleza humana: el anhelo
de libertad. Podemos debatir sobre prostitución durante siglos, no vamos a
ponernos de acuerdo nunca.
El Estado no puede legislar sobre la subjetividad
existencialista en la disputa acerca de la libertad. El Estado tiene que hacer
política sobre la realidad social. La realidad social es que millones de
mujeres en el mundo están en una situación de desigualdad debido a la pobreza
estructural. La realidad es que millones de niñas son compradas con fines de
explotación sexual. La realidad es que la única salida de las mujeres pobres es
la normalización de la prostitución y ésta jamás debería ser un fin en sí
mismo.
Solo por una cuestión de responsabilidad civil y
democrática, este debate no sería debate, sino una solución política. La
solución no es la prostitución, la prostitución es otro de los problemas de la
situación de las mujeres.
Ahora bien, podemos hablar sobre otro tipo de formas de
prostitución naturalizadas existentes de manera estructural e
institucionalizada pero, teniendo en cuenta el uso taimado del término, sería
bastante perverso y cínico no diferenciar ni erradicar la que tiene que ver con
el mercado sexual.
Hoy le diría a Marx que la situación social de las mujeres
es acorde a la situación del capital. Estamos siendo compradas sexualmente. En
definitiva, lo llaman trabajo por no llamarlo expropiación.
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