APROXIMACIÓN AL DAÑO 1
Por
Alberto B. Ilieff
Este artículo fue escrito
teniendo en cuenta la prostitución pero
esta visión no es limitativa ni debe cerrar nuestra comprensión acerca de
la trata de personas. Sabemos que prostitución
y trata de personas son dos modos de llamar al mismo fenómeno, solamente
separados por necesidad de una terminología legal diferencial, ya que mientras las
condiciones que rodean a la primera la constituyen en un delito, la segunda no lo es.
Más allá de esta diferenciación,
las consecuencias físicas, psíquicas y sociales son las mismas, por lo que lo
expresado en este artículo puede ser aplicado en general a ambas situaciones.
Vale recordar que se estima que
más del 95% de las personas en prostitución son víctimas de trata de personas,
restando una pequeña porción de quienes están en esta situación por “voluntad
propia”, lo que no impide que también sufran importantes daños. El
“cuentapropismo” o la propia decisión son mitos interesadamente sostenidos y
divulgados por quienes buscan descriminalizar y legalizar a proxenetas y
tratantes.
La prostitución constituye una
prisión sin barrotes, con cadenas invisibles que encierran a las personas sin
posibilidad de salida. Saber que no tienen nivel educativo suficiente ni capacitación
laboral les impide proyectar una salida laboral efectiva, también la
responsabilidad en el cuidado y sostén de los hijos –en general son madres
solas- influyen a que no puedan dejar esta actividad para intentar otras.
También puede suceder que transcurrido
el tiempo y pudiendo recuperar su libertad, al tomar conciencia de su situación
vital, del “estado” en que se hallan, de su grado de adicciones y deterioro
psíquico, opten por quedarse en esa
situación. En estos casos la vergüenza, la culpa, la asunción del rechazo
familiar y social, colaboran a este resultado.
Este último hecho no es menor.
En nuestra cultura sigue imperando la culpabilización de la víctima, buscar en
ella las supuestas causas que la llevaron a esa situación. En el caso de la
mujer que fue prostituida esto es mucho peor, en general las comunidades
tienden a descreer de la victimización y culpabilizan a la mujer, provocando
nuevas situaciones dañosas. En muchos casos la exclusión social llega al punto
en que la persona se siente compelida a regresar al lugar del que la sociedad
no la deja salir: la prostitución.
El descreimiento de la víctima
y la sensación de desprotección se agudizan cuando comprenden que personas de
aquellas instituciones del Estado que tendrían a cargo su cuidado son
precisamente quienes contribuyen a su explotación. Es común que concurran a los
prostíbulos policías, políticos,
funcionarios judiciales y municipales de la zona, y en los que no cabe, en base a su misma profesión, el recurso del “no
sabía”, de la ignorancia.
Muchas mujeres, sobre todo al
principio, mantienen la esperanza de ser rescatadas. El mito del príncipe azul
es muy fuerte, esperan del hombre que
las saque de esa situación y les de el hogar que sueñan. Este hombre
puede ser incluso un “cliente-prostituyente”. Con el tiempo esta meta también
se va perdiendo.
Todos estos elementos narrados
a vuelo de pájaro, aunados entre sí, configuran una situación para la persona
víctima de abuso sexual comercial de extrema vulnerabilidad.
A ellos debemos unir los
propios de la historia precedente. Es común que las mujeres y niñas sometidas
provengan de lugares de muy escasos recursos, muchas de ellas son analfabetas,
un alto porcentaje ha sufrido violencia sexual en su infancia, en el caso de
las travestis el rechazo familiar puede haber sido también muy dañoso, o sea
que la prostitución impacta en personalidades previamente vulneradas.
El clima de violencia en que
vivieron unido al posterior de la prostitución, se halla “normalizado” en sus
vidas, no está registrado especialmente como tal. No pueden reconocer la situación de violencia
porque no tienen un fondo sin agresión, de cuidado, con el que comparar, por
eso, en principio, esta situación debe ser señalada, dicha desde una
exterioridad, es alguna otra persona la que le debe mostrar la situación de
agresión y el riesgo que corren.
Su ingreso a esta actividad no
es contado como otra forma de abuso –ver Persuasión Coercitiva en este mismo
blog- la mayoría cree que lo ha hecho en
total libertad de elección. Estos son algunos de los motivos por los que las
personas en prostitución no se consideran víctimas lo que les impide comenzar
un camino de recuperación. Alrededor de esto el proxenetismo, la llamada
“industria sexual” ha montado todo un aparato que les indica que en realidad
quienes las violentan son las otras personas, la moral, incluso quienes buscan
ayudarlas.
Parte de esto mismo y también como
modo de defenderse de los propios sentimientos e ideas, pueden creer que están
en una situación privilegiada respecto de las trabajadoras con escasa
calificación.
Esto es confirmado por la
sociedad misma con su actitud de “tolerancia” o normalizadora. La
niña aprendió que su cuerpo era eso un cuerpo, que el que tiene poder puede
usarlo y ese uso está bien, es parte del rol, la parte que le toca a quien es
pobre, a quien no tiene poder suficiente, a quien es mujer o niña/o.
La prostitución en
cualquiera de sus formas es la aceptación última y más claramente consumada del
cumplimiento de las reglas de juego que impone el patriarcado unido al
capitalismo.
La interioridad se
halla sujeta a estas coordenadas las que
son confirmadas y reafirmadas por la exterioridad: por los clientes que pagan
por su cuerpo, por su cuerpo convertido en capital que debe rendir, porque a su
uso concurren los referentes sociales: funcionarios, comisarios, políticos,
profesionales, etc.; en definitiva, porque la sociedad misma confirma la “normalidad” del sometimiento.
El impacto de la actividad
prostituyente no es menor, a la culpabilidad, a la sensación de suciedad se
agregan la necesidad de interminables
mentiras que crean una vida imaginaria con la que encubrir esta actividad ante
su familia, la escuela de sus hijos, el barrio, los médicos, y el constante
estrés debido al temor que provoca estar en la vía pública, subir a coches o ir
a departamentos u hoteles con un hombre totalmente desconocido, sin saber si
las tratará con cuidado o por el
contrario, les pegará, cortará, quemará con cigarrillos o matará.
La disociación del cuerpo / mente, la pérdida de la autoestima, la
sumisión y humillación que conlleva la venta de la propia sexualidad, que se
deja en manos del cliente-prostituidor que pacta con el proxeneta, es un acto o
conducta que causa ya en sí lesiones graves, en las que hay que añadir las
drogadependencias y los abusos sexuales, secuelas de actos de violencia, o las enfermedades
que contraen. Las secuelas psíquicas se describen como similares a las personas
torturadas o que han sufrido violaciones o a las de los veteranos de guerra.
Con sus “compañeras” se
establece una relación ambivalente, tanto pueden hacer sacrificios para
ayudarlas como considerarlas competidoras que deben ser desactivadas.
Un punto aparte es la relación
con los/las proxenetas, con quienes obtienen su dinero del uso del cuerpo de
“las chicas”. La falta de registro de la victimización, la consideración de que
está bien, que es normal, que ellos/as
enriquezcan a costa de su
sufrimiento, del lugar que ocupan en esta historia los “clientes”, hace que el
suyo sea un dolor sin causantes externos. Este es un punto muy importante en la
psicología de la prostitución, porque al no considerar a proxenetas, tratantes,
prostituidores-clientes, como los causantes, como los agresores, la culpa recae
en la niña-mujer misma, ella cree que es por su maldad innata, por su desvío
que se halla en ese lugar. La culpa le niega toda posibilidad, la ayuda a ver a la situación sin salida y en
lugar de promoverla para un cambio, la empuja a un mayor sometimiento, la
prostitución es al mismo tiempo causa de la culpa y el castigo merecido. Esto
es conocido e incentivado por los proxenetas y por la sociedad misma que les
repite: sos puta, naciste puta, no servís para otra cosa, no sabes hacer nada,
sos inútil, tonta, estás sucia.
El vínculo persona en
prostitución-proxeneta es plenamente negativo, se confía en quien daña, en la
persona que la ha llevado a esa situación y la mantiene en ella, cree en quien
le suministra la dosis de droga o el alcohol y también la alquila o la vende a
otros proxenetas. Es también quien, llegado el caso, usará violencia para que
no deje el lugar o se rebele.
A tal punto se establece un
vínculo patológico que muchas “chicas” los llaman “papito” o “mamita”.
El impacto de la prostitución
en sus víctimas, especialmente en las mujeres y las niñas y niños es sumamente
lesivo. Hay que considerar que las personas sometidas viven bajo constante
coacción y violencia física y psíquica.
Como parte de todo esto
tenemos que considerar también las infecciones de transmisión sexual, contagio
de VIH/SIDA, abortos o embarazos forzados, las consecuencias físicas y
psíquicas de los golpes, quemaduras, violaciones sufridas, el ejercicio mismo de
la prostitución, consumo obligado de
alcohol y de estupefacientes, presencia e incluso participación obligada
en agresiones, torturas y hasta homicidios u otro tipo de delitos.
De todo esto se deriva que las
consecuencias dañosas que sufren las víctimas de prostitución pueden llegar a
ser muy graves, siempre difíciles de superar, y en muchos casos irreparables.
Por ese motivo
el abolicionismo propone que las personas en situación de prostitución no sean
perseguidas ni penadas en modo alguno, sí que lo sean los rufianes, proxenetas
y tratantes, así como los prostituidores o puteros (erróneamente llamados
“clientes”), todos los que obtienen beneficio del sometimiento de estas
víctimas.
Los países
abolicionistas se oponen a la prostitución porque la consideran una modalidad
extrema de violencia de género. La violencia que ejercen algunos hombres sobre
el cuerpo de las mujeres y que no se justifica mediante el pago. El daño que
sufren las personas que se hallan en esta situación es considerado similar al
de aquellos soldados que han luchado en guerras, como por ejemplo la de Irak,
en la mayoría de los casos esta gravedad hace que el promedio de vida de una persona en
prostitución sea inferior al de la media poblacional (en el caso de las
travestis es aún menor).
La mayoría de las IMAGENES han sido
tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por
favor enviar un correo a
alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas
gracias por la comprensión.
En este blog las imágenes son afiches,
pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución
para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos
históricos.
Se puede disponer de las notas publicadas siempre y
cuando se cite al autor/a y la fuente.
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