26 de diciembre de 2016
Prostitución & Trabajo sexual
Cómo se convirtió la prostitución en la
profesión más moderna del mundo
Kajsa Ekis Ekman
Rebelión
Sobre cómo el discurso del trabajo sexual se
ha vuelto hegemonico invisibilizando el componente de pobreza y explotación que
lleva el hecho de la prostitución.
Cuando se conoció la noticia de que la
vicepresidenta de una de las "organizaciones de trabajadoras-es del
sexo" consultada por Amnistía Internacional en política sobre prostitución
había sido condenada por tráfico de seres humanos y proxenetismo, muchas
abolicionistas se sintieron horrorizadas, pero no sorprendidas, ya que
"los derechos de las trabajadoras del sexo" cada día se utilizan más
como eufemismo de los derechos de los proxenetas, los propietarios de burdeles
y de los hombres que pagan por sexo.
El discurso del "trabajo sexual" ha
hecho posible que "el oficio más antiguo" se convierta en la
profesión más moderna del mundo. La prostitución ya no es considerada como un
vestigio medieval patriarcal, sino subversiva, liberadora, incluso feminista. A
los movimientos feministas se les vendió la prostitución como el derecho de la
mujer a su propio cuerpo; a los neoliberales, como un símbolo del libre
mercado; a la izquierda, como "trabajo sexual" que necesita
sindicatos y derechos laborales; a los conservadores, como un acuerdo privado
convenido entre dos personas al margen de toda intervención social; al
movimiento LGTB, como sexualidad que exige su derecho a expresarse. La
prostitución se convirtió en un camaleón capaz de adaptarse a todas las
ideologías. Y cuando la izquierda abraza la prostitución como
"trabajo", lo hace pasando por alto que el marxismo considera el
trabajo como algo intrínsecamente alienante que debería ser abolido y el resultado
de la pérdida de la capacidad de trabajadores y trabajadoras a decidir sobre
sus propias vidas.
Otro
elemento ausente es la conciencia sobre la forma utilizada por el capitalismo
para expandirse de manera incesante en cada vez más dimensiones de nuestra
vida, haciéndonos ver nuestros cuerpos y mentes como meras mercancías. El
discurso del trabajo del sexo fue inicialmente un discurso marginal surgido en
el ambiente político creativo y caótico de California. Obtuvo relevancia cuando
el gobierno holandés lo promocionó con miras a preparar el terreno a la
re-legalización de la industria del sexo. Holanda, con su floreciente industria
sexual, tenía a todas luces un interés económico en obtener impuestos de ella.
El argumento de que la prostitución era un
trabajo como cualquier otro resultó ser muy útil. Pero si la prostitución tenía
que ser considerada una profesión, era fundamental que hubiera sindicatos, y
así fue cómo la organización De Rode Draad (El Hilo Rojo) se convirtió en el
primer sindicato de este tipo en el mundo. De Rode Draad fue fundado por el
gobierno holandés y presentado como el sindicato de las "trabajadoras del
sexo", pero fue financiado con dinero público desde el momento de su
creación y su dirección siempre estuvo en manos de sociólogos y sociólogas, no
de personas en situación de prostitución.
Hay hoteles en Amsterdam que ponen a
disposición de los turistas folletos en los que se les asegura que no deben
sentirse culpables de pagar por sexo, ya que "muchas" prostitutas
pertenecen al sindicato De Rode Draad. Las referencias a este sindicato son
algo prácticamente insoslayable en los libros sobre feminismo de los años 80. Y
sin embargo, De Rode Draad nunca llegó a tener más de cien miembros, jamás
intervino en un solo conflicto laboral en un burdel y sus representantes, como
el sociólogo Jan Visser y la investigadora y escritora Sietske Altink , no
tenían ninguna experiencia en prostitución. Sietske Alkink, en el transcurso de
una conferencia en 2009, dijo que la demanda de prostitución disminuiría
"ya que las mujeres casadas han mejorado mucho en cuestión de sexo".
Actualmente trabaja en el Comité Internacional por los Derechos de las
Trabajadoras y los Trabajadores del Sexo en Europa (ICRSE), en el que
-curiosamente- nos encontramos a menudo con los mismos políticos,
universitarios y trabajadores sociales apareciendo una y otra vez y
construyendo su carrera profesional a base de hablar del derecho a hacer algo
que ellos personalmente no han hecho.
Dado que la industria del sexo ha aumentado en
el mundo entero, el discurso del trabajo sexual ha adquirido un estatus
hegemónico. Y así fue cómo segmentos de la izquierda y del movimiento feminista
se tragaron el anzuelo de la propaganda con el plomo y el sedal: luchar a favor
de la prostitución se convirtió en luchar por la libertad. Resulta cuando menos
extraño. Hace cien años, la lucha contra la prostitución era un asunto crucial
tanto para el movimiento obrero como para el movimiento de las mujeres.
Recordemos aquellos carteles del sindicato
británico de estibadores que se hicieron tan populares y en los que se leía
"No pararemos hasta barrer toda la miseria, la prostitución y el
capitalismo" y "An injury to one is an injury to all", que las
feministas convirtieron en la consigna "Nos tocan a una, nos tocan a
todas". Los estibadores tenían claro que la prostitución condenaba a sus
hermanas de la clase obrera a ser utilizadas por los hombres de clase alta y no
estaban dispuestos a permitirlo.
Por lo que se refiere al movimiento de las mujeres,
lucharon contra la prostitución antes incluso de exigir el derecho al voto:
acabar con la trata de esclavos y esclavas era lo más urgente y prioritario. La
prostitución no ha cambiado. Sigue siendo la misma industria, los mismos
hombres con dinero comprando mujeres pobres, la misma explotación, la misma
violencia y la misma trata (aquello que en el pasado se llamaba "trata de
blancas").
Lo que cambió fue la etiqueta. Como dice Sonia
Sánchez , una mujer argentina superviviente de la prostitución: "Existe un
feminismo que es muy útil para los proxenetas, un movimiento sin movimiento,
liderado casi exclusivamente por universitarias, muy lejos del feminismo
popular."
Pasé cuatro años viajando por Europa y
estudiando las organizaciones del "trabajo sexual" para mi libro
L’être et la marchandise (El ser y la mercancía). Vi cómo se repetía siempre el
mismo patrón: una organización de "trabajo sexual" con una web muy
elaborada y una presencia en las redes impresionante, con cientos o miles de
miembros con experiencia en trabajo sexual que en realidad eran tres que
quedaban para tomar café. Eso es lo que ocurría, por ejemplo, con el grupo
francés Les Putes (ahora llamado STRASS).
También era frecuente encontrar a personas
relacionadas con la investigación o con ong's copando la junta directiva
mientras que sólo había una persona en la organización con experiencia en
prostitución. Esta persona era la única, por supuesto, que hablaba con los
medios, como era el caso del ICRSE (International Committee on the Rights of
Sex Workers in Europe). En el caso de la organización española Ambit Donà, no
contaban ni con una sola persona ejerciendo la prostitución, por mucho que
aseguraran "defender el derecho a ser putas".
A veces, los grandes sindicatos contaban con
una sección para las personas en situación de prostitución, como era el caso de
CCOO en España o el sindicato Ver.di alemán, con escasos resultados. Ni una
sola persona en situación de prostitución se afilió a CCOO. En la sección
sindical alemana de las trabajadoras sexuales me dijeron que "nunca habían
tenido más que unas cuantas afiliadas" y que nunca habían tenido ningún
conflicto laboral, a pesar de que la industria de la prostitución alemana es la
más importante de Europa, con más de un millón de personas vendiendo sexo todos
los días. Igual de decepcionantes fueron los resultados de la regulación en
Alemania: sólo un 1% de las mujeres prostituidas se registraron como
"trabajadoras sexuales".
Cuando el Estado se preguntó la razón y
realizó una encuesta, muchas mujeres en situación de prostitución respondieron
que lo que ellas deseaban era dejarla tan pronto como pudieran y que no querían
ver la prostitución más que como una solución temporal. Huschke Mau, una
superviviente alemana de la prostitución, escribió : «Como la mayoría de
prostitutas, yo no me registré como tal porque tenía miedo de no poder dejarlo
si lo hacía. Porque tenía miedo de que me preguntaran por qué ya no quería
seguir trabajando como prostituta si era un trabajo como otro cualquiera.
Y eso fue exactamente lo que pasó cuando quise
dejarlo. Busqué ayuda en la sanidad pública y sólo recibí incomprensión. Y no
conseguí salir. ¿Qué se supone que tenía que decir en la oficina de empleo si
iba a pedir una prestación para poder pagar el alquiler y la comida sin
necesidad de tener que chupar diez pollas cada día? ¿No me preguntarían cómo me
había ganado la vida en los últimos tres meses? Y si se lo dijera, ¿no me
preguntarían por qué no quería seguir haciéndolo, habiendo un burdel fantástico
allí cerca que me podía contratar?
Una mujer que había tenido que volver a las
organizaciones de trabajo sexual con la esperanza de encontrar refugio me contó
que la usaron sólo como herramienta de propaganda. TAMPET, otra organización
holandesa, recibe millones de euros de la Unión Europea para luchar contra el
VIH, pero utilizan ese dinero para repartir condones entre las mujeres
inmigrantes y en hacer campaña a favor de la despenalización.
Cuando
hablé con su representante, otra trabajadora social, me contó que a menudo las
mujeres le pedían que las ayudara a salir de la industria del sexo y que ella
les respondía que su trabajo no era sacar a las mujeres de ahí, sino enseñarles
a ser mejores prostitutas.» A veces, tras la fachada de los derechos de las
“trabajadoras sexuales”, hay hasta proxenetas.
Es lo que ocurre con el British International
Union of Sex Workers (IUSW), que está dirigido por Douglas Fox, propietario de
una de las más potentes agencias de escorts en Gran Bretaña, la Christony Companions.
Este Douglas Fox, que se autodenomina "chico escort independiente",
aparece a menudo en los medios hablando de los derechos de los trabajadores y
las trabajadoras sexuales y de lo malo que es el feminismo. Esto es lo que dice
Huschke Mau de ese fenómeno que nos encontramos a nivel internacional: «Cuando
habláis de BesD (Berufsverband erotische und sexuelle Dienstleistungen,
organización alemana de trabajadoras sexuales), os referís a ella como
"una organización de trabajadoras sexuales organizadas", pero ¿os
dais cuenta que sólo representa al 0,01% de las prostitutas alemanas? ¿Qué tipo
de organización de prostitutas es ésa que incluye también a los propietarios de
los burdeles? ¿Explotadores que crean un 'sindicato' para representar a las
trabajadoras?
Que un patrón no tenga los mismos intereses
que los trabajadores y las trabajadoras es algo obvio para la izquierda,
excepto cuando se trata de prostitución. Y así fue que el International Union
of Sex Workers (IUSW) fue rápidamente invitado a incluirse como sección dentro
del gran sindicato británico GMB y ahí sigue. La idea de organizar
"sindicatos de trabajadoras del sexo" es muy poderosa. Sin embargo,
en el transcurso de mi investigación, no encontré ni una sola organización que
funcione verdaderamente como un sindicato; es decir, que haya sido creada y
financiada por sus miembros, se componga únicamente de personas de ese sector y
tenga como adversarios naturales a empresarios y otras personas que obtienen
beneficios del sector.
La mayoría de estos grupos forman parte en
realidad de un lobby que pretende a toda costa legalizar todos los aspectos de
la industria del sexo a través del etiquetado de la prostitución como
"trabajo".» Los sindicatos en general hablan de problemas profesionales,
de las largas jornadas de trabajo, de los riesgos y de la lucha por los
beneficios que genera la actividad profesional.
Pero lo más extraño de los auto-denominados
sindicatos de “trabajadores-as del sexo” -aparte de no contar con afiliación y
de su total fracaso en llevar adelante denuncias laborales contra proxenetas y
propietarios de burdeles- es su insistencia en que el “trabajo sexual” es
estupendo. Y, sin embargo, la prostitución presenta unos índices de riesgos
laborales que pocos trabajos tienen: un 82% de las personas en situación de
prostitución han sido físicamente agredidas, el 83% han sido amenazadas con un
arma y el 68% han sufrido violación.
La tasa de mortalidad entre las mujeres que se
dedican a la prostitución es más elevada que la de cualquier otro grupo
femenino, incluso mayor que la de mujeres sin techo y mujeres toxicómanas. ¿Un
sindicato que de verdad representara a las personas en situación de
prostitución no debería hablar de estas cosas?.
Pues muchas de las organizaciones arriba
mencionadas hacen justo lo contrario: enmascaran los problemas.
Sólo dicen lo mucho que empodera estar en la
prostitución, que es una verdadera liberación del patriarcado y una excelente
manera de desafiar sus límites. Dejadme que os diga que eso es algo que nunca
vais a oír en la calle.
Fuente:
http://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/como-se-convirtio-la-prostitucion-en-la-profesion-mas-moderna-del-mundo
Rebelión ha publicado este artículo con el
permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su
libertad para publicarlo en otras fuentes.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220866
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