Putas y terroristas
domingo 01 de enero de 2017
Borja M. Herraiz
Jefe de Internacional de El Imparcial
En un mundo tan volátil como el que vivimos actualmente, con
un equilibrio de poder desplazándose poco a poco hacia Oriente y con las
potencias emergentes reclamando una cuota de capacidad decisoria cada vez mayor
en las políticas de seguridad y defensa, cabe pararse a pensar cómo de
divergentes son los planteamientos y las soluciones que se están proponiendo
ante dos de los grandes retos de la globalización: el terrorismo y el crimen
organizado.
Mientras organizaciones como Estado Islámico o Al Qaeda, y
su pléyade de respectivas filiales, siguen infundiendo el temor a lo largo y
ancho del globo con periódicos atentados, trasladando el miedo y la inseguridad
desde sus feudos perdidos de la mano de Dios hasta nuestras mismas calles y
casas, es sorprendente lo poco que nos importa la pandemia que supone, al mismo
tiempo, el crimen organizado.
El terrorismo es uno de los grandes temores colectivos del
siglo XXI, de eso no hay duda, pero su impacto es, en términos generales,
relativo y variable. Vive de la publicidad, de la exhibición de sus actos, de
la resonancia mediática y, por extensión, del reconocimiento social de que es
una amenaza creíble y patente. Por el contrario, la razón de ser del crimen
organizado, y entendemos por éste el blanqueo de capitales, la trata de
personas -ya sean refugiados, mujeres, niños o trabajadores-, el tráfico de
drogas, armas, animales o arte, los delitos contra el medio ambiente, etc., es
la opacidad, el secretismo. Cuanto menos se hable de él, mejor, más productivo
y, en consecuencia, más disruptivo.
En este segundo grupo, que normalmente sirve de vía de
financiación para el primero, como es el caso, por ejemplo, del petróleo
comercializado por redes vinculadas a ISIS, se cuentan centenares, miles de
organizaciones que, al no mancharse las manos de sangre, la sociedad global
adquiere una menor sensibilidad colectiva ante ellas. Sin embargo, la realidad
es que en su conjunto son mucho más perniciosas y erosivas para la estabilidad
y la seguridad mundial que los cuatro locos de turno enfundados en
chalecos-bomba.
Pero pongámoslo en cifras, pues sólo así logramos atisbar de
forma fidedigna la dimensión de esta lacra. El crimen organizado mueve en torno
al 10 por ciento de la riqueza mundial. Es decir, uno de cada diez dólares que
circulan en el mundo a día de hoy tienen como origen o destino alguna actividad
ilícita. Esto se traduce en un impacto negativo en torno al 13 por ciento del
Producto Interior Bruto mundial año tras año y creciendo, según el Fondo
Monetario Internacional.
Más datos: en estos momentos se blanquea entre el 2 y el 5
por ciento del PIB global, el comercio de drogas genera un volumen de
facturación de 750.000 millones de dólares al año; el de falsificaciones, de
650.000 millones; los delitos contra el medio ambiente, de 40.000 millones; el
tráfico ilegal de personas, de 20.000 millones; el de animales, de 13.500
millones. Es decir, traducido en su conjunto, cuando hablamos de crimen
organizado hablamos de 3 billones de dólares anuales en actividades delictivas,
una cifra equivalente a los presupuestos públicos anuales de Alemania y Japón,
tercera y cuarta economías mundiales, juntos.
Si nos vamos a las víctimas mortales, las diferencias son
igual de gigantescas. La cifra de muertos por actos terroristas en los últimos
dos años en Europa y Norteamérica no llega a los 400, mientras que sólo los
fallecidos por consumo de drogas en España en 2015 superaron los 800; en
Europa, los 16.900; en Estados Unidos, los 43.000; en el mundo, los 187.000. Y
esto sólo en cuanto a consumo de estupefacientes. Súmele a estas cifras las
defunciones por el resto de conceptos. Terrible.
Pasemos al impacto medioambiental. Según el Programa de
Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), desde 1990 las redes del crimen
organizado están detrás de la tala ilegal de 129 millones de hectáreas de
bosques, una superficie casi equivalente a la de toda Sudáfrica. Esto supone un
negocio de 152.000 millones de dólares al año, una suma superior a toda la
ayuda al desarrollo prevista en el planeta. Además, 350 millones de animales y
plantas son vendidos ilegalmente en el mercado negro cada año.
Las nuevas tecnologías y la democratización del acceso a las
mismas hacen muy difícil la lucha contra estas organizaciones de guante blanco,
pues el flujo de capitales se ha globalizado y la gobernanza mundial, cada vez
más conglomerada, no logra dar con una respuesta eficaz a un problema
acuciante.
La sociedad occidental está mucho más concienciada ante la
amenaza que puede suponer la radicalización terrorista de individuos aislados
que con la proliferación de prostitutas forzadas o falsificaciones en sus
calles. Lo primero es agresivo y potencialmente mortal, lo segundo en cambio es
fruto de lo casual, de la picaresca. He ahí el error de base, la aceptación del
crimen organizado en su producto final sin ser capaces de valorar el daño que
ha dejado tras de sí.
Desde la esclavitud de personas al destrozo medioambiental,
pasando por el expolio cultural o la evasión fiscal, este tipo de delitos son
pasados por alto con mayor facilidad porque no acarrean, al menos no de cara al
público, delitos de sangre, si bien son terriblemente perjudiciales y llevan
aparejados la vulneración de derechos humanos, conflictos de diversa índole, la
corrupción generalizada o la economía sumergida, entre otros elementos.
Es necesario abordar esta problemática en su conjunto, pues
si el problema no entiende de fronteras, la solución tampoco debe hacerlo. Una
mayor cooperación y coordinación ante estas actividades, tanto de las potencias
tradicionales como de las emergentes, así como de las organizaciones
internacionales, y una persecución efectiva de sus patrocinadores, públicos o
privados, urge como paso previo a erradicar una situación que se lleva por
delante, no sólo decenas de millones de dólares al año, sino también, como
hemos visto, millones de vidas humanas.
http://www.elimparcial.es/noticia/173176/opinion/putas-y-terroristas.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario