Ismael López Fauste
Periodista. Ex colaborador del lobby del sexo. Autor de
“Escúpelo: crónicas en negro sobre el porno en España” https://goo.gl/y8fMHG
Dec 20, 2017
Hacer oídos sordos a la mafia del sexo
3. f. despect. Grupo organizado que trata de defender sus
intereses sin demasiados escrúpulos.
Definición de “mafia” según la RAE.
La semana pasada comentaba la tendencia de los pornógrafos y
proxenetas a cambiar su forma de publicidad por algo más sutil a través de
entrevistas e “influencers”. También decía que nada de esto sería posible sin
la fuerza de la difusión mediática.
Ha sido una semana de campaña. Izquierda Unida ha dicho que
nanay a beneficiarse económicamente de la venta de cuerpos, y Aprosex se ha
cogido un rebote de miedo en un comunicado porque dice que se debería abandonar
esa actitud paternalista hacia las trabajadoras sexuales.
En un orden de cosas más navideño también compartía esta
foto -previa a su ingreso en prisión- de Torbe, pornógrafo acusado de trata,
con Samantha Villar, periodista.
La complicidad de los medios hacia personas vinculadas con
la pornografía no sería tan sospechosa si también mostraran la otra cara de la
moneda. La parte fea, la real. Hablo de los daños colaterales, las parejas de
aquellos que de repente ven sus deseos de agarrarlas de la nuca y eyacular en
su cara. Los mismos que ven sus deseos legitimados por una figura de apodo
progresista -porque la tele así lo decidió- que dice que consumir porno libera,
que lo que llama trabajo sexual es una experiencia feliz y que, bueno, las
mujeres también fantasean con ser violadas. La frase no es mía, es de la
Responsable de Igualdad de Podemos, Clara Serra, durante una charla que le
ofrecieron a varios representantes del negocio pornográfico en la universidad
pública.
Pocos meses después de dejar de colaborar y cortar el
contacto con los pornógrafos, tres chicas desconocidas entre sí, menores de
edad todas ellas, me contactaron para que les pasara contactos. Vengo de un
pueblo pequeño, y las noticias vuelan, supongo. Las tres tenían argumentos muy
parecidos:
La pornografía era una alternativa a estudiar una carrera
universitaria. Antes tenían una idea contraria, pero ahora estaban convencidas
de que a través del porno iban a empoderarse. Dos de ellas usaron esa palabra.
Una incluso planeaba alternarlo con la prostitución.
Sacaron la idea de un programa de televisión que vieron a
las 10 de la noche donde se entrevistó a una actriz porno que parecía de su
edad, aunque no se habló de qué empresas la respaldaban ni qué posición
privilegiada ocupaba en el lobby. Pero las muchachas no tenían motivos para
dudar que, como mínimo, no se les estaba contando toda la verdad.
Sé que una de ellas está cursando muy felizmente la carrera
de Inef, la otra marchó a estudiar interpretación y una tercera quizás cayó en
la trampa, aunque no estoy demasiado seguro ni estoy seguro de querer estarlo.
Por muy meapilas que suene -al lobby le gusta la palabra
mojigato, lo usa contra cualquiera que no les baile el agua-, lo de dar acceso
a adolescentes a este contenido, sin ni siquiera ofrecerles posibilidad de
falsear su edad, es como repartir cigarros en la puerta de un colegio. Tienen
por un lado las charlas de educación sexual y por otro a una chica que les dice
que cuando una mujer no quiere follar, no es que la estén violando. No exagero,
está en Youtube.
No he oído hablar a nadie de ver esas vaginas sangrar y a
esos tipos que llegan a pagar por meterla y eyacular sobre chicas engañadas
mientras bromean sobre quién tiene los pechos más firmes. Aquel día no era el
único periodista en la sala.
Sé que a veces las productoras organizan sus propios Behind
the scenes y las actrices los difunden con una complicidad apabullante, pero ni
siquiera eso es real. Es una maniobra corporativa que hace imposible pensar que
el cámara puede venir y metértela de repente mientras te tomas un café sin
estar grabando.
Las referentes del trabajo sexual que he conocido son
agentes pagadas por las productoras y revistas para atraer carne fresca a la
industria del sexo, y al final del día son las que menos ponen el culo.
La mayor parte de productoras de porno ético no son más que
inversiones con mayor calidad de imagen que emplean más tiempo en el rodaje
pero que igualmente dependen de las productoras sexistas de toda la vida.
Esas pornógrafas feministas que intentan meternos con
calzador cuentan con manadas de seguidores menores de edad a los que usan para
difundir su producto. La última vez que miré, una de ellas interpretaba a una
estudiante que hacía mamadas por 20 euros cuando le enseñaban el billete desde
la ventanilla de un coche. Me dio por buscarlo porque en mis sugerencias de
YouTube apareció su cara y algo tipo «rechazo escenas machistas» al lado de un
vídeo de los Gemeliers.
Pero de esto no se habla, y como no se muestra, en los
medios y la política no parecen tener motivos para decirlo o escucharlo. Es
probable que hayamos llegado a un punto en el que una visita a Pornhub ofrezca
una imagen más objetiva de los intereses de ese negocio.
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