“El putero moderno se consiguió una niñera queer” de Kajsa Ekis Ekman*
8 MARÇ
Artículo original en inglés (The
modern john got himself a queer nanny) en Feminist Current (agosto 2016).
Traducción del colectivo “Mujeres
por la Abolición de la prostitución”.
* Periodista, escritora y
activista sueca, autora del libro “El Ser y la mercancía. Prostitución,
vientres de alquiler y disociación” que será publicado próximamente en
castellano.
“El putero moderno se consiguió una niñera.
Pasa algo raro en los debates sobre la prostitución: mientras que la casi todos
los que solicitan servicios de índole sexual son hombres, la abrumadora mayoría
de los intelectuales que defienden la prostitución son mujeres. Se trata de un
fenómeno extraño que, ciertamente, merece que se lo analice por separado.
En teoría, el putero tiene
razones de sobra para preocuparse. Está, por primera vez, en el centro de la
discusión: los legisladores, cada vez con más frecuencia, los tienen a ellos (o
a la “demanda”, para usar un término empleado por las ONG) en la mira y el
modelo nórdico ha sido elogiado por el Parlamento Europeo, que reconoce que es
el modelo que mejor combate la trata de personas. Además, los movimientos
conformados por sobrevivientes de la prostitución crecen día a día en todo el
mundo. Las mujeres se animan a alzar la voz, como sucede en Prostitution
Narratives: Stories of Survival in the Sex Trade (“Narrativas de la
prostitución: historias de supervivencia en el comercio sexual”), un libro de
publicación reciente que devela lo que los puteros realmente les hacen a las
mujeres en prostitución. Es la primera vez en la historia que tantas mujeres
colectivamente revelan lo que pasa en el mundo de la prostitución, un mundo en
el que, hasta no hace mucho, un hombre podía hacer casi cualquier cosa con una
mujer sin que nadie se enterase. Esos tiempos ya se acabaron: el putero se está
volviendo una figura visible. Crece la tensión. ¿Hemos llegado a un punto en la
historia en el que a una mujer le tiene que gustar un hombre para que él pueda
acostarse con ella?
A pesar de todo esto, al putero
no se le conoce la voz. No necesita hablar. Como siempre, cuando un hombre está
bajo amenaza, llega una mujer para ayudarlo: a la vanguardia del discurso que
intenta presentar a la prostitución como un “trabajo” no está el putero, sino
la académica mujer. En cualquier revista, conferencia o evento en el que se
esboce una leve crítica al putero, ahí se alzará una académica proprostitución
para defenderlo.
¿Quién es esta académica? Ella se
denomina una “subversiva”, una “revolucionara” o una “feminista”, incluso. Por
esa razón es que el putero la necesita de embajadora: que una mujer como ella
defienda la prostitución hace que parezca el epítome de la liberación femenina:
un intercambio de bienes por dinero que es justo para ambas partes, una
práctica moderna y socialista que además es pro LGBT y queer. Pero, el putero
la necesita más que nada porque, cuanto más hable ella, más nos olvidaremos de
que él existe.
El acuerdo tácito pactado entre
el putero y la académica proprostitución es que ella va a hacer todo lo posible
por defender el modo de actuar del putero, al tiempo que se asegura de que
nunca se hable de él. La académica, entonces, habla sin parar sobre la
prostitución, pero jamás nombra al putero, porque ella está para asegurarse de
que la discusión sobre la prostitución siempre termine en las mujeres. La
académica queer usa a la mujer prostituida como escudo protector del putero. Le
hace de todo: la analiza, la reconstruye y la deconstruye, la presenta como
modelo a seguir y hasta la usa de micrófono (es decir, para acrecentar su fama
como académica). A través de este mecanismo, se posiciona como la feminista
“buena” que lucha contra las feministas “malas”.
La jugada imita la prostitución a
la perfección: la prostituta es visible, se la ve en la calle y en los bares,
pero el putero sólo pasa por ahí sin ser visto, lo que hace él no genera
vergüenza ni hace que se tejan mitos alrededor de su figura. La función de la
académica queer es asegurar la continuidad de ese status quo para el putero.
Ante lo que nos encontramos es
una defensa de la prostitución pensada como un escudo doble, ya que a
cualquiera que quiera debatir sobre la prostitución le va a costar llegar al
putero, porque en el medio se encuentran la académica y la “trabajadora
sexual”. Cualquier intento que se haga de hablar de lo que hace, piensa o dice
el putero rebota y se termina convirtiendo en una discusión sobre las
identidades de las mujeres o en una pelea.
La académica pro-prostitución
tiene su propia definición de “debate intelectual”: le dice “escuchar” a cuando
ella habla. Asegura que no está de por sí a favor de la prostitución, sino que
solamente “escucha a las trabajadoras sexuales”. Cuanto más fuerte habla, más
asegura de que eso es prueba de que “escucha”. Cuando se le presenta una
persona que no está a favor de la prostitución, denuncia que se la está
“silenciando”.
El surgimiento de los movimientos
conformados por sobrevivientes de prostitución ha mostrado que la supuesta
capacidad que tiene la académica para escuchar a las mujeres en prostitución,
está condicionada. Cuando las sobrevivientes hablan en contra de la
prostitución, la académica queer puede proceder de dos formas: o directamente
no las escucha o argumenta en contra de ellas. Ahí es cuando queda al
descubierto que no defiende a la voz de las “trabajadoras sexuales”, sino al
putero.
Esta académica es de las hacen
denuncias en las redes sociales si se cruza con un hombre que cree que sabe más
que ella (mansplaining) o que acapara mucho espacio en el transporte público
(manspreading), o si alguien la trata de “preciosa” o si alguien dice que las
mujeres se embarazan y no usa el término “personas”, que es más abarcativo. Uno
no puede evitar preguntarse cómo es que la indignación que le nace ante esos
detalles logra convivir con la insensibilidad que demuestra al hablar de una
industria que, según estudios, es la más mortal para las mujeres.
No hay que olvidar que para ella,
al igual que para el putero, la mujer en prostitución es “otro tipo” de mujer.
Es cierto que la académica emplea un tono de admiración para hablar de la
prostituta, mientras que el putero utiliza solamente desprecio, pero, en el
fondo, se trata de lo mismo.
La verdad es que la académica
queer no es una revolucionaria o una feminista, ya que ni siquiera intenta
defender a las mujeres, sino que, más bien, es la niñera del putero. Se trata
de una de las funciones más antiguas pertenecientes al patriarcado. La
académica lo tranquiliza cuando está preocupado y considera a sus enemigos como
propios. Vigila que nadie le saque los juguetes, sin importar lo que él les
haga a los demás. Es como aquella niñera de antaño que siempre trataba al hijo
varón de la familia como niño y amo al mismo tiempo: obedecía sus pedidos,
limpiaba el lío que dejaba y lo subía al regazo para que llore. La niñera, más
que cualquier otra mujer dentro del patriarcado, es la figura de la mujer
comprensiva. No soporta ver a su joven amo con hambre y por eso él siempre come
antes de que ella se prepare algo, pero nunca lo trata como a un hombre con
responsabilidades. Sin importar cuántos años tenga, para ella siempre va a ser
un niño que no puede controlar su comportamiento. La niñera fue la que permitió
que los hombres de clase alta sean, al mismo tiempo, jefe y niño irresponsable.
No se puede entender al patriarcado sin comprender cómo la “niñera” le dio
forma a los hombres que se encuentran en los escalafones más altos de la
masculinidad.
El putero personifica a este tipo
de hombre. El tipo de hombre que da órdenes y pretende que le cumplan todos los
caprichos, pero que no se hace responsable de su comportamiento. Si le arruina
la vida a otras personas, les contagia ETS a mujeres en situación de
prostitución y a la propia esposa, contribuye a que se mantenga el negocio de
la trata de personas, ¿cuál hay? Ni que fuese problema de él…
El putero de la actualidad no
tiene una niñera literal, pero encontró algo parecido en la académica
proprostitución: una niñera queer que lo tranquiliza cuando está alterado, se
encarga de sus necesidades y lo defiende del mundo exterior. De esta manera, el
putero puede seguir fanfarroneando sobre todas las “putas” que se va a coger en
los viajes que haga, aunque él nunca aceptaría que su hija se hiciera
prostituta (ni tampoco se casaría con una). Puede seguir mirando películas
porno pero cuidado con que la novia se porte como “una puta”. Nunca la niñera
lo va a retar. Nunca va a entrar en los foros de puteros donde los hombres se
congregan para darles una puntuación a las prostitutas a decirles que no tienen
que llamarlas “putas”, que el término correcto es “trabajadoras sexuales”. La
niñera nunca lo va a retar por estigmatizar a las mujeres o por tener dobles
estándares. Los hombres son hombres, después de todo…
Bien, si es así, entonces que
crezcan y que hablen y se defiendan ellos solos. Si pagar por sexo es algo que
está muy bien, que hablen y cuenten qué hacen y por qué, y que lo hagan
utilizando sus propias palabras, las mismas que usan cuando van a los
prostíbulos. Y cuando las supervivientes señalen a los puteros, que las niñeras
se corran, que no dejen que los hombres se les cuelguen de la pollera en busca
de protección. A las niñeras queer del mundo, les pregunto: ¿les pagan para
hacer de embajadoras de los puteros, siquiera, o trabajan gratis? ¿Se ofrecen
gratis, como lo han hecho mujeres por siglos, para proteger a los hombres y
para no se los obligue a madurar y hacerse cargo de los que hacen?
Niñeras queer, a ustedes les
hablo: renuncien. También ustedes se merecen algo mejor”.
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