La prostitución, la excepción patriarcal
Hablamos de violencia sexual, de
cosificación, de misoginia y de otras formas de violencia en la que excluimos a
la prostitución… ¿Tanto se habrá colado el discurso de la industria del sexo?
Graciela Atencio
11 de marzo de 2018
Antes de encender la televisión y
ver Salvados, que aborda en su último programa una de las violencias machistas
más devastadoras de la sociedad humana global, pienso que socialmente nos
atrevemos a hablar de la trata con fines de explotación sexual pero no de la
institución patriarcal más antigua que la sostiene: la prostitución. Es
peligroso el momento histórico que vivimos en España y en el mundo, con la
irrupción del movimiento feminista como un sujeto político fuerte y potente que
lo cuestiona todo: el Estado, el capitalismo salvaje, el colapso ecológico, los
cuidados, el reconocimiento y sanción de las violencias machistas y tantos
otros temas centrales en la sostenibilidad de la vida. ¿Por qué es peligroso?
Porque el sistema patriarcal encuentra en cada momento histórico rearmarse y
volver a fortalecerse. Lo cierto es que parte de la estrategia del rearme
patriarcal en el siglo XXI está en la preservación y legitimación social de la
prostitución y si no la ponemos en el centro, ya no solo del debate feminista,
sino en el centro del debate sobre la sostenibilidad de la vida, probablemente
dejaremos avanzar y crecer a las mafias transnacionales de la trata –incluso
más fuertes y con mayor poder que los propios Estados- y las consecuencias que
esto conlleva: la deshumanización, la proliferación de las violencias machistas
como producción pandémica de las sociedades capitalistas contemporáneas y un
genocidio particularizado en el feminicidio del sistema prostitucional (mujeres
asesinadas por puteros, proxenetas y traficantes con fines de explotación
sexual).
Parte de la estrategia del rearme patriarcal en el siglo xxi está en la
preservación y legitimación social de la prostitución
Hoy por hoy, la prostitución es
inseparable de la pornografía y por ende, del nexo que conecta y retroalimenta
a ambas: la industria del sexo. La trata de personas con fines de explotación
sexual es solo la cara más despiadada y la línea que separa a la prostitución
ilegal (la trata) para proteger a la prostitución legal y el proxenetismo, pero
ambas son caras de una misma moneda. La trata, ese crimen intocable de la
fratría masculina en el poder, funciona como la reproducción masiva de la
prostitución (industria del sexo) y coloniza sociedades desde una especie de multinacional
protegida por los Estados. Esa línea de protección, a su vez, sirve para que la
prostitución legalizada o alegal (como es el caso de España) y el porno,
expandan su consumo y con ello, también dichas actividades se convierten en
medios de propaganda de la prostitución, medios que contienen el mensaje y
modifican el significado de lo que es la prostitución hasta convertirlo en
cool, guay, atractivo y deseable, un “derecho humano”, un “trabajo digno”, un
“derecho laboral” que hay que defender (por deconstruirlo con la mirada de
Marshall McLuhan).
El debate ya no se centra en
legalizar la prostitución a nivel global sino en convertir a la trata en una
industria totalmente legal y el proxenetismo en una actividad empresarial en la
que también deben participar las mujeres en su camino hacia la igualdad
(igualdad para ser proxenetas); de hecho el discurso del lobby de la industria
del sexo es utilizado aquí en España y en América Latina, por cierto activismo
de los “derechos de las trabajadoras sexuales” como eufemismo de captación y
explotación sexual de mujeres. Existe toda una neolengua bien articulada, que
ha entrado en la academia feminista y también se la han apropiado
organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional. En la era de la
posverdad, se trata de un auténtico vaciadero de significantes relacionados a
la prostitución, no solamente para legitimar el término “trabajadora sexual”,
sino otros muchos términos como “el consentimiento”, clave en la industria del
sexo que lo tergiversa para justificar la trata. En el Protocolo de Palermo se
especifica en el artículo 3 que el consentimiento dado en una situación de
vulnerabilidad no se tendrá en cuenta (sin embargo, en el discurso perverso del
proxenetismo, si la mujer captada consiente aunque sepa de antemano que va a
ser víctima de una serie de abusos, y firma un contrato y da su consentimiento,
entonces ya no hay trata).
El debate ya no se centra en legalizar la prostitución a nivel global
sino en convertir a la trata en una industria totalmente legal y el
proxenetismo en una actividad empresarial
La industria del sexo también
impregna su propaganda en los grandes medios, en programas de televisión,
radios, artículos en periódicos… expandida por youtubers e influencers y así
llegamos a mensajes como el del “porno ético”, “sin putas no hay feminismo”,
“ni abolición ni regulación, derechos para las trabajadoras del sexo” o que se
eduque sexualmente a través del porno (cuando el porno hegemónico es porno
duro, es decir, explotación sexual, cosificación y vejación hasta llegar a su
máxima expresión con la violación y otras formas de tortura sexual).
¿Cuál es el límite de la
expansión de la prostitución y sus derivados, la trata y el porno? Todavía no
lo conocemos pero sabemos que es uno de los más rentables del planeta: cuerpos
de mujeres (materia prima) explotables y desechables en diversas cadenas de
producción, con enormes beneficios económicos para las élites del poder
patriarcal. También parece que el límite de su expansión no se lo pueden poner
los Estados, ni los partidos políticos, ni los medios de comunicación, ni la
academia ni movimientos feministas. No todavía. Pero el movimiento feminista
cumple un papel clave en desenmascarar a la industria del sexo y el
proxenetismo. Históricamente, el movimiento feminista ha sabido deconstruir al
patriarcado, ha sabido resistirlo y encontrar caminos de lucha hacia la
igualdad real entre hombres y mujeres. Hemos dado pasos gigantes en tres siglos
y ahora toca dar uno clave, porque en este paso se libra la principal batalla
para que las mujeres podamos ser individuos y sujetos de derecho en total
igualdad con los hombres: erradicar la prostitución.
Dejémonos de ser embaucadas y
embaucados por dicotomías y eufemismos posmodernos (que también proliferan en
artículos académicos): “prostituciones (por eso de que existe una prostitución
buena y una prostitución mala)”, como el capitalismo bueno y el malo o el
putero bueno y el putero malo, el empresario del sexo y el proxeneta, víctima
de trata y trabajadora sexual autónoma.
Atrevámonos a abrir la caja de la
barbarie que existe alrededor de la trata, la prostitución y el porno,
dulcificados por ese actor perverso e invisible que es la industria del sexo.
Nos rasgamos las vestiduras y
hacemos campañas contra la cosificación de las mujeres en anuncios de
publicidad o en medios de comunicación pero nos olvidamos de las prostituidas
en las calles que ofrecen sus servicios en webs y periódicos y muestran sus
cuerpos como meros objetos y mercancías.
Nos escandaliza y con razón que
una directora de cine, actriz y escritora como Leticia Dolera, haya tenido la
valentía de denunciar el acoso sexual por parte de un director de cine, pero no
reparamos en el acoso sistemático que sufren las mujeres en la calle, por
puteros, policías o dentro de los prostíbulos, en los que los hombres tienen
barra libre para sobar culos y tetas.
Tampoco nos escandaliza que la
explotación sexual dentro de los prostíbulos sea tan difícil de demostrar y que
a diferencia de otras explotaciones laborales, caiga solo sobre la víctima el
peso de la denuncia.
El caso de La Manada de los
Sanfermines causó un inmenso revuelo social, pero: ¿hemos profundizado en que
la fuente de inspiración de los cinco jóvenes que violaron a una joven, está en
el gangbang, un tipo de porno que fascina y una práctica del consumo de
prostitución? Las Manadas también están dentro de los prostíbulos, usuales
entre futbolistas y otras tribus de puteros. ¿Por qué esas manadas no nos
espantan?
¿Por qué a algunas personas les
extraña que Amelia Tiganus, una activista de derechos humanos de las mujeres,
que ha sobrevivido a la trata y a la prostitución, defina a los prostíbulos
“campos de concentración exclusivos de mujeres”?
Las manadas también están dentro de los prostíbulos, usuales entre
futbolistas y otras tribus de puteros. ¿por qué esas manadas no nos espantan?
Hablamos de violencia sexual, de
cosificación, de misoginia y de otras formas de violencia en la que excluimos a
la prostitución… ¿Tanto se habrá colado el discurso de la industria del sexo
que nos impide reconocer a la prostitución como una violencia machista?
Si es así, valdrá la pena prender
la llama de la revolución del discurso político antes que nada. Y para eso,
primero tendremos que sacar a la prostitución del lugar de la excepción
patriarcal. Tal vez así podremos empatizar con las miles de víctimas invisibles
en España que no tienen la oportunidad de contar su experiencia dentro de los
campos de concentración como ha podido hacerlo Amelia Tiganus en Salvados. Tal
vez así podamos arrinconar al sistema prostitucional para que de una vez por
todas comience su fin. El camino es largo. Pero, aquí y ahora, bien vale la
pena que el movimiento feminista tenga en su agenda política ese objetivo.
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Graciela Atencio es periodista y
directora de Feminicidio.net
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Graciela Atencio
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