Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (primera parte)
05/03/2020
AUTORA
Tasia Aránguez Sánchez
Resposable de Estudios Jurídicos
de la Asociación de Afectadas por la Endometriosis (Adaec) y profesora del
Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada
El lobby proxeneta ha realizado
importantes esfuerzos, tanto económicos como publicitarios, para lograr la
aceptación social de su negocio criminal. Lo sorprendente es que muchas
personas autodenominadas “feministas” han aceptado tesis favorables a la
legalización de la prostitución. Los argumentos pseudofeministas tienen tanto
predicamento que se ha impuesto la absurda idea de que el feminismo se
encuentra dividido acerca de si la prostitución es compatible con la libertad
de las mujeres. Dicha confusión es insidiosa, pues la abolición de la
prostitución ha sido un objetivo feminista desde el sufragismo.
Los argumentos pseudofeministas
han sido acogidos con especial calidez en los departamentos de las
universidades al albur de las llamadas “teorías posmodernas” que, pese a no
tener nada de feministas, han parasitado los “estudios de género”. Como explica
Rosa Cobo, la universidad (especialmente en las últimas dos décadas) funciona
como una instancia más del poder dominante. Se impone silenciosamente la idea
de que los conceptos no deben desafiar a las lógicas dominantes, sino someterse
a ellas. En dos artículos vamos a analizar 16 argumentos muy populares que
emplea el pseudofeminismo para blanquear el negocio de la explotación sexual:
1. El uso de neolenguaje:
Uno de los elementos distintivos
del pseudofeminismo es la utilización de eufemismos. Así, en lugar de hablar de
prostitución hablan de “trabajo sexual”. Este nombre sugiere que la
prostitución debería ser vista como un trabajo más. A los hombres que compran
mujeres no les llaman “puteros” o “prostituidores” sino “clientes”, lo que
normaliza sus prácticas como si se tratase de una forma cualquiera de consumo.
Incluso hay quien denomina a los proxenetas que regentan espacios y obtienen
ganancias como “proveedores de servicios” o “empresarios del sexo”. Otro término
de moda es “asistencia sexual”, que alude de forma eufemística a la
prostitución para personas con discapacidad. Algunas manifestaciones de esta
neolengua son especialmente flagrantes: hay quien se refiere a la trata como
“migración laboral”. Como explica Sheila Jeffreys, “el lenguaje es importante.
El uso del vocabulario comercial en relación con la prostitución eclipsa el
carácter dañino de esta práctica y facilita el desarrollo mercantil de la
industria global”. Frente al neolenguaje, el feminismo apuesta por utilizar
términos que no enmascaren la realidad.
Frase de Emma Goldman
2. La diferencia entre “trabajo sexual libre” y “trata”:
Muchos trabajos pseudofeministas
que hablan de la prostitución como “trabajo sexual” defienden que hay que
diferenciar entre varias formas: adulta e infantil, trata y trabajo sexual,
libre y forzada, legal e ilegal, prostitución de mujeres occidentales y no
occidentales, prostitución y asistencia sexual.
Como explica Rosa Cobo, “un
argumento recurrente que plantean los partidarios de la regulación es que en la
industria del sexo encontramos a una minoría de mujeres esclavizadas por las
redes de trata y a una mayoría que realiza libremente el trabajo sexual”. Sin
embargo, sostener esto supone ocultar “las condiciones sociales y económicas que
empujan a las mujeres prostituidas hacia la industria del sexo: la pobreza, la
discriminación, la existencia de circuitos que facilitan el tránsito de mujeres
para la prostitución, las redes de trata y un pasado o presente de violación y
abusos sexuales son las causas que empujan a algunas mujeres a entrar en la
prostitución”.
Las posiciones lobbistas admiten
que existen problemas “excepcionales” como la trata, la coacción o la
violencia; pero sostienen que tales problemas deberían tratarse como casos individuales,
preservándose la industria de la prostitución en sí misma. Resulta obvio que la
prostitución no encaja en el relato de la “prostitución igualitaria y libre”;
la violencia no es algo excepcional sino un elemento estructural. Jeffreys
lamenta que “desafortunadamente esta perspectiva (la del “trabajo sexual
libre”) domina en las obras de numerosas investigadoras feministas”.
3. El discurso de los derechos laborales para las “trabajadoras
sexuales:”
Tal vez el punto de vista del
sexo como trabajo ha seducido entre las filas de la izquierda porque siempre
han tenido más facilitad para pensar en los derechos de la clase trabajadora
que para pensar en los derechos humanos de las mujeres y en la violencia contra
las mismas. Pero desde una posición feminista no se puede hablar de derechos
laborales si antes no hablamos de derechos humanos básicos como la integridad
física, la seguridad, la igualdad de oportunidades y la vida libre de violencia
sexual.
Realmente, la teoría del “trabajo
sexual” no es compatible con una lectura de clases sociales. De hecho, lo que
ha conducido a este posicionamiento de la izquierda “posmoderna” no ha sido el
marco teórico materialista/socialista sino la distorsión del mismo provocada
por la asunción de las “políticas de la identidad”. Como señala Carole Pateman,
cuando las feministas postsocialistas adoptan el enfoque del “trabajo sexual”
terminan haciendo caso omiso del contexto y siendo mucho más positivas de lo
que lo serían con respecto a cualquier otra “forma de trabajo”, en las cuales
sí advierten las relaciones de subordinación y dominio.
4. Afirmar que el problema principal es el estigma:
Quienes defienden los “derechos
para las trabajadoras del sexo” dedican mucho menos tiempo a hablar de medidas
de seguridad e higiene en el trabajo que a teorizar sobre el problema del
estigma. Esto tiene sentido, pues como explica Pilar Aguilar, las medidas de
seguridad laboral serían difícilmente aplicables: ¿las trabajadoras usarían
guantes, traje especial y mascarilla, al igual que en otras profesiones que
trabajan con fluidos corporales?, ¿la inspección de trabajo podría supervisar
las medidas de seguridad durante el “servicio”?, ¿con qué patronal se
negociarían dichas medidas? (hemos de tener en cuenta que gran parte de la
industria está bajo el control de mafias y redes de tráfico de personas, drogas
y armas). Pero estos problemas realmente no preocupan a los supuestos
“sindicatos de trabajadoras sexuales” porque sus reivindicaciones nunca y en
ningún país del mundo han sido de tipo sindical. Hablan de hacer controles de
enfermedades de transmisión sexual a las mujeres prostituidas pero no a los
puteros, lo que no deja de ser una forma de atraer a la clientela ofreciendo
seguridad.
Es sorprendente que muchas
investigadoras sobre la prostitución pongan todo el énfasis en el “estigma”. El
concepto de “estigma”, como explica Jeffreys, se usa para sugerir que los daños
que causa la prostitución no provienen de la práctica de la actividad en sí,
sino del estigma que sufren las mujeres prostituidas. Quienes defienden el
trabajo sexual alegan que si toda la sociedad acepta la prostitución y el
estigma desaparece, los problemas de la prostitución desaparecerán también y la
prostitución se convertirá en un trabajo como cualquier otro. Pero la realidad
es que hay problemas mucho mayores que el estigma (y los riesgos de embarazo o
de contraer enfermedades como el VIH no son los únicos). Las mujeres
prostituidas explican que el problema principal es la violencia que proviene de
los propios clientes (que a menudo son sucios, abusivos, borrachos y
explotadores). Los prostíbulos son lugares horribles y las mujeres tienen que
estar todo el tiempo intentando que el “cliente” no haga cosas que ellas no
quieren hacer mientras a la vez tratan de satisfacerlo. Casi todas las mujeres
prostituidas consideran que no hay nada bueno en la prostitución. Las mujeres
prostituidas están extremadamente preocupadas por su seguridad. Si un cliente
no logra tener una erección, puede pegarte. Pero las regulacionistas solo
hablan del estigma. Como explica Jeffreys, hay que hacer muchas piruetas
mentales para atribuir todos los daños al estigma.
Y aquí no estamos negando la
importancia del estigma. Las mujeres prostituidas sufren daños derivados del
modo en que la sociedad, la policía y el sistema las trata, y porque no pueden
volver con sus familias ni explicarles lo que les ha ocurrido. Las mujeres
sienten que tienen una marca que las señala como indignas e infrahumanas. Pero
los problemas de las mujeres prostituidas no desaparecerían si el estigma se
terminase.
No hay que confundir el rechazo a
las mujeres prostituidas con el rechazo a la prostitución (una actividad que
causa daño a las mujeres y vulnera nuestros derechos). Rechazar la prostitución
no es “putofobia”. Las personas que defienden la prostitución como trabajo
sustituyen un debate materialista por uno identitario (políticas de la identidad).
El discurso del “trabajo sexual” minimiza la violencia y pone en primer plano
un problema de estatus que se solucionaría con una actitud personal de orgullo
y con un cambio de la percepción social sobre la prostitución. Por tanto, en la
práctica quienes hablan de derechos de las trabajadoras sexuales realmente
sostienen un discurso de “orgullo de puta” mucho más que de derechos laborales.
5. El argumento de que hay que escuchar a las “trabajadoras sexuales”:
Todas conocemos grupos de
“trabajadoras del sexo” que aseguran que la prostitución es una experiencia
positiva, una elección personal y que debería ser legalizada. Cuando se invoca
la experiencia personal muchas mujeres se ponen de parte de dichas
“trabajadoras sexuales” o, cuanto menos, optan por callarse para respetar a “la
voz de la experiencia”. Sin embargo, también hay grupos de mujeres
sobrevivientes del sistema prostitucional que rechazan la idea de que la
prostitución sea una elección libre y que reclaman la abolición de la misma.
Pese a la coexistencia de ambas
voces, el sector “regulacionista” ha logrado dibujar la imagen de que las
abolicionistas son señoras “burguesas” que se niegan a escuchar a las
“trabajadoras sexuales”, e incluso que son “putófobas” a causa de su puritanismo.
Las voceras del trabajo sexual poseen mayor visibilidad gracias a las
millonarias subvenciones que se han proporcionado durante décadas a los lobbys
del “trabajo sexual” en todo el mundo. Tampoco hay que descartar la importancia
del respaldo discreto de todos los hombres que forman la base de clientes, e
incluso en algunos casos la aquiescencia de funcionarios públicos favorecidos
con prebendas y redes de corrupción en las que la administración pública está
directamente implicada en el negocio.
Rosa Cobo invita a cuestionarse
críticamente la idea de que las opiniones de las mujeres prostituidas o las de
los consumidores deben determinar la evaluación ética de la prostitución. Hay
que analizar el contexto en el que surgen las voces, porque una cosa es escuchar
y otra es estar de acuerdo con lo que se afirma. No podemos ignorar que la
prostitución es una institución inseparable del dominio patriarcal de los
hombres sobre las mujeres, la falta de recursos, la feminización de la pobreza,
la inmigración y las redes mafiosas. En tal contexto resulta totalmente iluso
creer en la libertad de elección.
La Prostitución. Autor: Pedro Lobos |
6. El mito de la puta empoderada:
Quienes defienden el “trabajo
sexual” dicen situarse en la izquierda, pero sus posiciones tienen un trasfondo
y un lenguaje propio del neoliberalismo. Para el discurso del “trabajo sexual”
las mujeres prostituidas son emprendedoras que tienen un negocio, pagan una
tarifa al dueño del bar y asumen riesgos. Los riesgos son tremendos: no solo
está el riesgo de que no se les pague, sino que hay otros como el de sufrir
violencia e incluso de ser asesinadas, de tener problemas de salud como el VIH
o que los consumidores se quiten el preservativo a mitad del acto. Pero esos
riesgos son vistos como responsabilidad de las mujeres y parte del negocio.
Para la posición del “trabajo sexual” las mujeres son como leonas en busca de
su mejor presa y, aunque los puteros piensan que tienen el poder, realmente son
ellas las que lo tienen (esto significa ser una “puta empoderada”).
Aunque lo usual es que los
partidarios del “trabajo sexual” exceptúen la trata y la prostitución de países
empobrecidos, cada vez se leen más artículos en los que se aplica el lenguaje
de la “libre elección” a estas circunstancias. Un ejemplo real que expone
Jeffreys es el de un estudio académico de 2006 que asegura que las prostitutas
de Calcuta o México que tienen sexo sin preservativo pueden ganar un 80% más de
lo que ganarían usándolo y entonces, según ese cínico estudio, las
“trabajadoras” estarían decidiendo racionalmente entre dos opciones: usar
preservativo y tener un sueldo que apenas les permite llegar a fin de mes, o no
usarlo y enviar a sus hijos a las mejores escuelas. Por tanto estas mujeres en
realidad serían “empresarias exitosas” que toman sus propias decisiones libres
y racionales. Debería ser obvio lo que explica Jeffreys: nadie debería
considerar que es una “elección libre” aquella que consiste en elegir entre la
posibilidad de morir por VIH/Sida o de alimentar a los niños y llevarlos a la
escuela. El enfoque del “trabajo sexual” puede ser individualista hasta
extremos sorprendentes.
La posición del “trabajo sexual”
muestra mayor interés por criticar a las abolicionistas que en denunciar las
opresivas condiciones de poder inherentes a la prostitución. Acusan a las
partidarias de la abolición de la prostitución de victimizar las prostitutas
por considerarlas “incapaces de tomar sus propias decisiones”. Jeffreys explica
que esta visión que encontramos en el discurso “regulacionista” es propia de la
ideología postmoderna y neoliberal que hay tras ella. No es casual que las
mismas personas que defienden el “trabajo sexual” suelan pensar que ponerse un
velo islámico es elegir un estilo de vida, que las mujeres afirman su auténtica
personalidad mediante el maquillaje y la moda y que la sexualidad es un terreno
regido por la libre expresión del deseo. Este “postfeminismo” considera que el
feminismo consiste en sentir “orgullo puteril” y en hacer “lo que me sale del
coño”. Ni rastro de un análisis estructural acerca de la opresión de las
mujeres como clase sexual y tampoco hay rastro alguno de los hombres como clase
opresora. La idea de la libre elección dista mucho de un análisis materialista
basado en una categoría como sexo, clase o raza. El postfeminismo ya no ve a las
mujeres como sujetos oprimidos y su única finalidad es celebrar la
individualidad y la libre elección entre estilos de vida. Es una filosofía
completamente despolitizada.
Como expone Rosa Cobo, lo que
hace el enfoque del “trabajo sexual” (dominante en el ámbito universitario) es
mostrar como libres y empoderadas a quienes son objeto de explotación sexual.
El verdadero reconocimiento de la dignidad de las mujeres prostituidas consiste
en mostrar las estructuras sociales y económicas en las que viven y que facilitan
el crecimiento de dicho negocio. Dar reconocimiento a las mujeres prostituidas
implica hacer justicia.
7. Defensores del “trabajo sexual” que dicen ser “anticapitalistas”:
Marx negó la validez de los
contratos establecidos entre un burgués y un obrero, por basarse en la
necesidad de una de las partes contratantes. Sin embargo como explica Rosa
Cobo, en lo concerniente a la sexualidad de las mujeres, el neoliberalismo
posterior a los años ochenta del siglo XX ha logrado inocular el liberalismo más
radical a sectores de la izquierda que tienen incluso la poca vergüenza de
autodenominarse “anticapitalistas”. La izquierda compra el discurso más
liberal. Se apela a la libertad de las mujeres para justificar ideológicamente
la prostitución o los vientres de alquiler.
Como explica Rosa Cobo, para el
liberalismo la prostitución es un intercambio de servicios sexuales por dinero
realizado voluntariamente. La prohibición legal de este intercambio es, además
de inútil, un atentado a la libertad y una vulneración del derecho de las
prostitutas a utilizar su cuerpo como quieran. En las teorías críticas, como el
socialismo y el feminismo, se sostiene que no puede haber libertad contractual
absoluta en sistemas fundados sobre dominaciones patriarcales, raciales o de
clase. Tenemos que preguntarnos si puede haber una relación consentida por
parte de quien tiene una posición social subordinada y se encuentra en la
intersección de dos sistemas de dominio tan opresivos para las mujeres como el
capitalismo y el patriarcado. Si no existen otras alternativas de vida digna no
cabe hablar de libertad de elección.
La realidad que encubre esa
ideología radical del contrato es la de una sociedad consumista y patriarcal en
la que los hombres consumen cuerpos de mujeres en congresos, negocios,
competiciones deportivas, despedidas de soltero, celebraciones de divorcio y en
su tiempo libre. La prostitución es el colofón de un evento de hombres, el
premio al estrés, al éxito o el caprichito de diversión. El mercado ha promovido
la idea de que todos los deseos deben satisfacerse siempre que el dinero pueda
comprarlos. Las mujeres prostituidas son reducidas a un objeto para el
entretenimiento masculino. Se considera que no hay nada malo en la prostitución
y la compra de sexo se presenta como un acto de consumo aséptico.
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