Prostitución y la invisibilización del daño – Melissa Farley
[Traducción]
25 MARZO, 2019
Traducción no oficial: Anna Prats
| Texto original: Prostitution and the Invisibility of Harm (2003)
Abstract
El daño de la prostitución es
socialmente invisible, y es también invisible en la ley, en la salud pública y
en la psicología. Este artículo aborda los orígenes de esta invisibilización,
cómo las palabras que se usan actualmente promueven la invisibilización del
daño de la prostitución y cómo las perspectivas de salud pública y teoría
psicológica tienden a ignorar el daño hecho por los hombres a las mujeres en la
prostitución. Aquí se resume la literatura que documenta el abrumador daño
físico y psicológico a las personas que ejercen la prostitución. Se discute la
interconexión del racismo, el colonialismo y el asalto sexual infantil con la
prostitución.
Melissa Farley |
Introducción
La prostitución es violencia
sexual que se traduce en un beneficio económico para los perpetradores. Otros
tipos de violencia de género, como el incesto, la violación y el maltrato a la
esposa se ocultan y se niegan con frecuencia, pero no son fuentes de ingresos
masivos. Al igual que la esclavitud, la prostitución es una forma lucrativa de
opresión de los seres humanos. Muchos gobiernos protegen los negocios de sexo
comercial debido a las ganancias monstruosas. Instituciones como la
prostitución y la esclavitud, que han existido durante miles de años, están tan
profundamente arraigadas en las culturas que se vuelven invisibles. En
Mauritania, por ejemplo, hay 90.000 africanas y africanos esclavizados por los
árabes. Las y los activistas de derechos humanos viajan a Mauritania para
informar sobre la esclavitud, pero debido a que no observan el estereotipo de
lo que creen que debería ser la esclavitud, si no ven una oferta por personas
encadenadas en bloques de subasta, concluyen que los africanos que trabajan (en
esclavitud) frente a ellos son trabajadores voluntarios que reciben alimentos y
refugio como salario (Burkett, 1997).
De forma similar, si los
observadores no observan el estereotipo de la prostitución “dañina”, por
ejemplo, si no ven a una niña adolescente traficada a punta de pistola de un
país a otro, si lo que ven es una adolescente callejera que dice: “Me gusta
este trabajo, y estoy ganando mucho dinero”, entonces no ven el daño. Los
puteros (clientes) van a Atlanta, Ámsterdam, Phnom Penh, Moscú, Ciudad del Cabo
o La Habana y ven a chicas y mujeres sonrientes saludándoles. Los clientes
deciden que la prostitución es una elección libre.
La negativa social y legal a
reconocer el daño de la prostitución es sorprendente. La normalización de la
prostitución por parte de investigadores, agencias de salud pública y la ley es
un obstáculo importante para hacer frente al daño de la prostitución. Por
ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo describió la prostitución
como el “sector sexual” de las economías asiáticas, a pesar de citar sus
propias encuestas que indicaron que, en Indonesia, el 96% de las entrevistadas
querían abandonar la prostitución si pudiesen (Lim, 1998). No tiene sentido
oponerse a la trata de personas, por un lado, y promover el “sector sexual
consensual” o el “trabajo sexual comercial” por el otro. Uno no puede existir
sin el otro; el tráfico es la comercialización de la prostitución.
Asumir que hay consentimiento en
el caso de la prostitución, es ocultar su daño. La afirmación social y legal de
que existe un consentimiento involucrado en la opresión de las mujeres no es
nueva. La ley de violación, por ejemplo, comúnmente pregunta si la mujer
consintió o no a algún acto sexual, en lugar de preguntar si el violador obtuvo
su permiso afirmativo otorgado libremente sin coacción verbal o física. En
situaciones de violencia doméstica, la pregunta a menudo es: “¿por qué ella aceptó
permanecer en la relación?” En lugar de: “¿cómo le cortó su capacidad física y
psicológica para escapar de manera segura?” Y en casos de acoso sexual, la
pregunta es: “¿invitó, provocó o acogió el comportamiento?” en lugar de: “¿usó
su posición de autoridad para comprometer su capacidad de resistir?”. Así como
no nos hemos movido más allá del obstáculo del consentimiento para mujeres
violadas, golpeadas o abusadas sexualmente, por lo que también estamos en la
zona cero en lo que respecta a la prostitución. La línea entre la coerción y el
consentimiento se difumina deliberadamente en la prostitución. La insistencia
del político en que la prostitución es consensual es paralela a la insistencia
del putero en que la reciprocidad ocurre en la prostitución.
En la prostitución, las
condiciones que hacen posible el consentimiento genuino están ausentes:
seguridad física, igual poder con los clientes y alternativas reales
(Hernández, 2001). Una mujer en Ámsterdam describió la prostitución como
“esclavitud voluntaria”, una descripción que refleja tanto la apariencia de
elección como la coerción detrás de esa elección. En lugar de la pregunta,
“¿ella consintió?”, la pregunta más relevante sería: “¿Tuvo ella verdaderas
alternativas a la prostitución para sobrevivir?”. Como veremos más adelante, es
un error estadístico y ético suponer que La mayoría de las mujeres en la
prostitución consienten.
No hay reciprocidad de
consideración o placer en la prostitución. El propósito de la prostitución es
asegurarse de que una persona es objeto de otro sujeto, asegurarse de que una
persona no utilice su deseo personal para determinar qué actos sexuales ocurren
y cuáles no, mientras que la otra persona actúa sobre la base de su deseo
personal. Esto contrasta claramente con el sexo no comercial, promiscuo y
anónimo, en el que ambas partes actúan sobre la base del deseo personal, y
ambas partes son libres de retractarse sin consecuencias económicas (Davidson,
1998).
Invisibilización
Las palabras que ocultan el daño
llevan a la confusión sobre la verdadera naturaleza de la prostitución. Algunas
palabras en el uso actual hacen que el daño de la prostitución sea invisible:
prostitución voluntaria, lo que implica que ella consintió, cuando por lo
general no tenía otras opciones para sobrevivir; tráfico forzado, lo que
implica que en algún lugar hay mujeres que se ofrecen voluntariamente para ser
traficadas para la prostitución; trabajo sexual, que define la prostitución
como un trabajo en lugar de un acto de violencia contra las mujeres. El término
trabajadora sexual migrante combina la prostitución y el tráfico e implica que
ambos son aceptables. Las palabras chinas bellas mercancías benevolentemente
ocultan la objetivación de las mujeres en la prostitución. La expresión mujeres
socialmente desfavorecidas (ostensiblemente usadas para evitar estigmatizar a
las prostitutas) elimina cualquier indicio de la violencia sexual que es
intrínseca a la prostitución.
La ideología libertaria o
posmoderna oculta el daño de la prostitución, definiéndola como una forma de
sexo. La explotación sexual más dura en el club de striptease se ha reformulado
como expresión sexual o libertad para expresar nuestra sensualidad bailando.
Los burdeles son referidos como hoteles para corta estancia (short-time hotels),
salones de masajes, saunas y, a veces, clubes de salud (health clubs). Los
hombres mayores que compran a adolescentes para actos sexuales en Seúl llaman a
la prostitución una cita recompensada. En Tokio, la prostitución se describe
como coito asistido.
Los hombres que compran mujeres
en la prostitución son llamados partes interesadas o terceros, en lugar de
puteros, que es lo que las mujeres llaman clientes. Los chulos se describen
como novios o managers. Un proxeneta recientemente se refirió a la breve vida
útil de una chica en prostitución. Lo que eso significa es que él conoce el
alcance del daño en la prostitución y se da cuenta de que ella no será vendible
después de unos años. En los Estados Unidos, la expresión ‘ho [whore: puta]
refleja la visión ampliamente aceptada de todas las mujeres, y especialmente
las mujeres de color, como putas nacidas de forma natural.
A las mujeres en la prostitución
se las llama escorts, azafatas, strippers y bailarinas. A veces, estas palabras
son intentos de las mujeres en la prostitución de conservar algo de dignidad.
El propósito de exponer estas palabras no es eliminar la dignidad y el valor
inherentes de las mujeres, sino exponer a la institución brutal que las
perjudica. ¿Qué palabras pueden usarse sin insultar a las mujeres en la
prostitución? La expresión trabajadora sexual implica que la prostitución es un
tipo de trabajo aceptable (en lugar de violencia brutal). No nos referimos a
las mujeres maltratadas como “trabajadoras maltratadoras”. Y así como no convertiríamos
a una mujer en el daño que se le hizo (no nos referimos a una mujer que ha sido
golpeada como una “golpeada”) no debemos llame a una mujer que ha sido
prostituida, una “prostituta”. Sugerimos mantener su humanidad refiriéndose a
ella como una mujer que está en la prostitución, que fue prostituida o que está
siendo prostituida. También usamos la palabra “putero”, que es la palabra que
las propias mujeres usan para referirse a los clientes.
Las líneas entre la prostitución
y la no prostitución se han vuelto cada vez más borrosas. Desde la década de
1980, ha habido un gran crecimiento en el proxenetismo socialmente legitimado
en los Estados Unidos. Por ejemplo, la cantidad de contacto físico entre los
empleados de club de striptease y los clientes ha aumentado desde 1980. Los
clientes generalmente pueden comprar un baile de mesa o un baile de regazo en
el que la bailarina se sienta en el regazo de la clienta mientras ella usa poca
o ninguna ropa y frota sus genitales contra los de él. Aunque por lo general él
está vestido, usualmente espera eyacular.
El baile se puede realizar en el
piso principal del club o en una sala privada. Cuanto más privado sea el
desempeño sexual, más costará y más probable será que ocurra un acoso sexual
violento o una violación.
Invisibilización omnipresente de la violencia en la prostitución
A pesar del hecho de que la
prostitución es una institución en la que una persona tiene el poder social y
económico para transformar a un ser humano en la encarnación viva de una
fantasía de masturbación (Davidson, 1998), los psicoterapeutas y el público en
general confabulan al considerar la prostitución como algo banal o negando todo
su daño.
La prostitución formaliza la
subordinación de las mujeres por género, raza y clase. La pobreza, el racismo y
el sexismo están inextricablemente conectados en la prostitución. Las mujeres
se compran porque son vulnerables como resultado de la falta de opciones
educativas y como resultado de daños físicos y emocionales anteriores. Se
compran sobre la base de estereotipos étnicos y raciales tóxicos.
Para la gran mayoría de las
mujeres prostituidas del mundo, la prostitución es la experiencia de ser
cazada, dominada, acosada, asaltada y golpeada. La prostitución es una
estrategia de supervivencia basada en el género que implica la asunción de
riesgos irrazonables por parte de la persona que la ejerce. La mayoría de
nosotros no estaríamos dispuestos a asumir estos riesgos.
Varias autoras y autores han
documentado y analizado la violencia sexual y física, que es la experiencia
normativa para las mujeres que ejercen la prostitución, como Baldwin (1993,
1999), Barry (1979, 1995), Boyer, Chapman & Marshall (1993), Chesler
(1993), Dworkin (1981; 1997, 2000), Farley, Baral, Kiremire & Sezgin
(1998), Giobbe (1991, 1993), Hoigard & Finstad (1986), Hughes (1999),
Hunter (1994), Jeffreys, (1997 ), Karim, Karim, Soldan y Zondi (1995),
Leidholdt (1993), MacKinnon (1993, 1997), McKeganey y Barnard (1996), Miller
(1995), Raymond (1998), Silbert & Pines (1982a, 1982b) , Silbert, Pines
& Lynch, 1982), Valera (1999), Vanwesenbeeck (1994) y Weisberg (1985).
Silbert & Pines (1981, 1982b) informó que el 70% de las mujeres sufrieron
violaciones en la prostitución, el 65% había sido agredida físicamente por
clientes y el 66% asaltada por proxenetas.
Los efectos físicos y
psicológicos perjudiciales de la prostitución de clubes de striptease no se han
abordado. El nivel de hostigamiento y asalto físico de mujeres en la
prostitución en clubes de striptease ha aumentado drásticamente en los últimos
20 años. Tocar, agarrar, pellizcar y tocar con los dedos a las bailarinas
elimina cualquier límite que existiera previamente entre el baile, el
striptease y la prostitución (Lewis, 1998). Holsopple (1998) documentó el abuso
verbal, físico y sexual que experimentaron las mujeres en la prostitución en
clubes de striptease, que incluía ser agarrada de los senos, glúteos y
genitales, así como ser pateada, mordida, abofeteada, escupida y penetrada
vaginalmente y analmente durante el baile.
La violencia sexual y el asalto
físico son las experiencias habituales para las mujeres en la prostitución.
Silbert y Pines (1982b) informaron que el 70% de las mujeres en prostitución
fueron violadas. El Consejo para Alternativas de Prostitución en Portland informó
que las mujeres prostituidas fueron violadas de promedio una vez por semana
(Hunter, 1994). En los Países Bajos, el 60% de las mujeres prostituidas
sufrieron agresiones físicas; el 70% experimentó amenazas verbales de agresión
física; el 40% experimentó violencia sexual; y el 40% había sido forzado a la
prostitución y/o abuso sexual por conocidos (Vanwesenbeeck, 1994). La mayoría
de las mujeres jóvenes en la prostitución fueron maltratadas o golpeadas por
los proxenetas y por los puteros. El ochenta y cinco por ciento de las mujeres
entrevistadas por Parriott (1994) habían sido violadas en la prostitución. De
las 854 personas que ejercían la prostitución en nueve países (Canadá,
Colombia, Alemania, México, Sudáfrica, Tailandia, Turquía, Zambia), el 71%
había sufrido agresiones físicas en la prostitución y el 62% había sido violada
en la prostitución. El ochenta y nueve por ciento de las 854 personas en
prostitución de nueve países entrevistados por Farley y otros (en prensa)
declararon que deseaban abandonar la prostitución, pero no tenían otras
opciones. Para estas personas, teorizar la prostitución como consensual hace
que su deseo de dejar la prostitución sea invisible. En otro estudio, el 94% de
las personas que ejercían la prostitución callejera habían sufrido una agresión
sexual y el 75% había sido violado por uno o más puteros (Miller, 1995).
Resumiendo la literatura sobre
los diferentes tipos de prostitución, hemos encontrado que el 100% de las
personas que ejercen la prostitución sufrieron acoso sexual, lo que en los
Estados Unidos sería legalmente procesable en cualquier otro entorno laboral.
Del 60% al 90% habían sido agredidas sexualmente cuando eran niñas. Del 60% al
90% fueron agredidas físicamente en la prostitución, y del 60% al 75% fueron
violadas en la prostitución. El 75% de aquellas en prostitución habían sido
sintecho en algún momento de sus vidas.
Vanwesenbeeck (1994) encontró que
dos factores estaban asociados con una mayor violencia en la prostitución.
Cuanto mayor es la pobreza, mayor es la violencia y cuanto más se trabaja en la
prostitución, más probable es que se experimente violencia. Al igual que
Vanwesenbeeck, encontramos que las mujeres que experimentaron la violencia más
extrema en la prostitución no estaban representadas en nuestra investigación.
Es probable que todas las estimaciones de violencia mencionadas anteriormente
sean conservadoras y que la incidencia real de violencia sea mayor que la que
se informa aquí.
El paradigma más relevante
disponible en psicología para comprender el daño de la prostitución es el de la
violencia doméstica. La prostitución es violencia doméstica. Giobbe (1991)
comparó a los proxenetas y agresores y encontró similitudes en las formas en
que usaron la violencia física extrema para controlar a las mujeres, las formas
en que forzaron a las mujeres a aislarse socialmente, usaron minimización y
negación, amenazas, intimidación, abuso verbal y sexual, y tuvieron una actitud
de propiedad. Las técnicas de violencia física utilizadas por los proxenetas a
menudo son las mismas que las utilizadas por los agresores y torturadores.
La mayoría de la prostitución
está controlada por proxenetas. El reclutamiento de mujeres jóvenes para la
prostitución comienza con lo que Barry (1995) ha llamado “seasoning”: violencia
brutal diseñada para quebrantar la voluntad de la víctima. Después de que se
obtenga el control físico, los proxenetas utilizan la dominación psicológica y
el lavado de cerebro. Los proxenetas establecen la dependencia emocional lo más
rápido posible, empezando por cambiar el nombre de la chica. Esto elimina su
identidad e historia anteriores y, además, la aísla de su comunidad. El
propósito de la violencia de los proxenetas es convencer a las mujeres de su
inutilidad e invisibilidad social, así como establecer el control físico y el
cautiverio. Con el tiempo, escapar de la prostitución se vuelve más difícil a
medida que la mujer se ve abrumada por el terror en repetidas ocasiones. Se ve
obligada a cometer actos que son humillantes sexualmente y que le hacen
traicionar sus propios principios. El desprecio y la violencia dirigidos a ella
finalmente se internalizan, lo que resulta en un virulento odio hacia sí misma
que hace que sea aún más difícil defenderse. Las supervivientes reportan una
sensación de contaminación, de ser diferentes a las demás, y de odio a sí
mismas, que dura muchos años después de salir de la prostitución.
Los enfoques de tratamiento
utilizados por quienes trabajan con mujeres maltratadas también son aplicables
a las mujeres prostituidas. El primer objetivo debe ser establecer la seguridad
física. Esto implica que tanto el cliente como el terapeuta estén de acuerdo
con el objetivo de salir de la prostitución. Solo después de que esto haya
ocurrido (a menudo proporcionando vivienda segura), puede continuar la etapa
inicial de la terapia donde se abordan los problemas de dependencia química y
trastorno de estrés post traumático agudo.
Belton (1992) y Goodman y Fallot
(1998) han discutido la necesidad de una investigación con respecto a la
historia de la prostitución. A menos que se hagan preguntas de detección, la
prostitución permanecerá invisible. Las preguntas “¿Alguna vez has
intercambiado sexo por dinero o ropa, comida, vivienda o drogas?” y “¿alguna
vez has trabajado en la industria del sexo comercial como, por ejemplo, baile,
acompañamiento, masajes, prostitución, pornografía, sexo telefónico?” ahora son
una parte rutinaria de la historia del autor (Farley y Kelly, 2000).
La invisibilización del racismo y colonialismo en la prostitución
El racismo que está
inextricablemente conectado con el sexismo en la prostitución tiende a ser
invisible para la mayoría de los observadores. Las mujeres en prostitución son
compradas por su apariencia, incluyendo el color de la piel y las características
basadas en los estereotipos étnicos. A lo largo de la historia, las mujeres han
sido prostituidas por motivos de raza y etnia, así como por género y clase.
Comunidades enteras se ven
afectadas por el racismo que está arraigado en la prostitución. El insidioso
trauma del racismo desgasta continuamente a las personas de color, creando una
vulnerabilidad a los trastornos de estrés (Root, 1996). Las familias que han
sido objeto de discriminación racial y de clase pueden interactuar con las
redes callejeras que normalizan la prostitución para la supervivencia
económica. La prostitución legal, como los clubes de striptease y las tiendas
que venden pornografía (es decir, fotos de mujeres en prostitución) tiende a
dividirse en vecindarios pobres, que en muchas áreas urbanas de los Estados
Unidos también tienden a ser barrios de personas de color. Los negocios
sexuales comerciales crean un ambiente hostil en el que las niñas y mujeres son
acosadas continuamente por los proxenetas y los adultos. Mujeres y niñas son
activamente reclutadas por proxenetas y hostigadas por los puteros que conducen
hasta su vecindario. Existe una similitud entre el secuestro para prostitución
de mujeres africanas por parte de los esclavistas y el recorrido de hoy por los
barrios afroamericanos por parte de puteros buscando mujeres para comprar
(Nelson, 1993).
En comparación con las
estadísticas de los Estados Unidos en general, las mujeres de color están
representadas en exceso en la prostitución. Por ejemplo, en Minneapolis, una
ciudad que tiene un 96% de estadounidenses de origen europeo, más de la mitad
de las mujeres en clubes de striptease son mujeres de color (Dworkin,
comunicación personal, 1997). Las mujeres afroamericanas son arrestadas por
prostitución en una tasa más alta que otras acusadas de este crimen.
El colonialismo explota no solo
recursos naturales, sino que objetiviza a las personas cuyas tierras contienen
estos recursos. Especialmente vulnerables a la violencia de las guerras o la
devastación económica, las mujeres indígenas son brutalmente explotadas en la
prostitución (por ejemplo, las mujeres mayas en la Ciudad de México, las
mujeres hmong en Minneapolis, las mujeres Karen o Shan en Bangkok, o las
mujeres de las Primeras Naciones en Vancouver). La intersección del racismo, el
sexismo y la clase es especialmente evidente en el turismo sexual.
Históricamente, el colonialismo en Asia y el Caribe promovió una visión de las
mujeres de color como trabajadoras sexuales de origen natural, sexualmente
promiscuas e inmorales por naturaleza. Con el tiempo, las mujeres de color se
consideran “otras exóticas” y se las definió como inherentemente hipersexuales
en función de la raza y el género (Hernández, 2001). El turista de la
prostitución niega la explotación racista de las mujeres en “culturas nativas”,
como en el análisis de Bishop y Robinson (1998) del negocio del sexo en
Tailandia: “Las tailandesas indígenas son vistas como niñas Peter-Pan,
sensuales y que nunca crecen”. Los turistas sexuales creen que simplemente están
participando de la cultura tailandesa, que simplemente es “abiertamente
sexual”. Puede sentirse como un millonario en una tercera o cuarta economía
mundial, y racionalizar que está ayudando a las mujeres a salir de la pobreza.
Estas chicas tienen que comer,
¿no? Estoy poniendo pan en su plato. Estoy haciendo una contribución. Se
morirían de hambre a menos que se prostituyeran. (Bishop & Robinson, 1998,
p. 168)
La perspectiva tailandesa de esta
situación es diametralmente opuesta a la del turista de la prostitución:
Tailandia es como un escenario, donde los hombres de todo el mundo vienen a
desempeñar su papel de supremacía masculina sobre las mujeres tailandesas, y su
supremacía blanca sobre los tailandeses. (Skrobanek citado en Seabrook, 1996,
p. 89).
Las ideas construidas racialmente
sobre las mujeres en el turismo sexual tienen un efecto cada vez mayor en la
forma en que las mujeres de color son tratadas en el hogar. Por ejemplo, las
mujeres asiático-estadounidenses reportaron violaciones después de que los
hombres vieran pornografía de mujeres asiáticas (MacKinnon & Dworkin,
1997).
Una vez en la prostitución, las
mujeres de color enfrentan barreras para escapar. Entre estas se encuentra la
ausencia de servicios de defensa culturalmente sensibles en los Estados Unidos.
Otras barreras que enfrentan todas las mujeres que escapan de la prostitución
son la falta de servicios que satisfagan las necesidades de emergencia, como
refugios, tratamiento de la dependencia de drogas/alcohol y tratamiento del trastorno
de estrés postraumático agudo (TEPT). Existe una falta similar de servicios
para atender las necesidades a largo plazo, como el tratamiento de la depresión
y otros trastornos del estado de ánimo, el trastorno de estrés postraumático
complejo (CPTSD, por sus siglas en inglés), la formación profesional y la
vivienda a largo plazo.
El continuum invisible: abuso infantil y prostitución
La naturaleza sistemática de la
violencia contra las niñas y mujeres se ve claramente cuando el incesto se
entiende como prostitución infantil. El uso de una niña para el sexo por parte
de adultos, con o sin pago, es la prostitución de la niña. Cuando una niña es
asaltada de manera incestuosa, la objetivación por parte del autor de la
víctima infantil y su racionalización y negación son las mismas que las del
putero en la prostitución. El incesto y la prostitución causan síntomas físicos
y psicológicos similares en la víctima.
El abuso sexual infantil es un
factor de riesgo primario para la prostitución. El abuso sexual familiar
funciona como un campo de entrenamiento para la prostitución. Una joven le dijo
a Silbert & Pines (1982a página 488): “Comencé a hacer trucos para
mostrarle a mi padre lo que me hizo a mí”. Dworkin (1997) describió el abuso
sexual de niñas como un “campo de entrenamiento” para la prostitución.
La mayoría de las mujeres mayores
de dieciocho años en la prostitución comenzaron a prostituirse cuando eran
adolescentes. Du Plessis, que trabajaba con niñas sin hogar y prostituidas en
Johannesburgo, Sudáfrica, argumentó que no podía negar los servicios de su
agencia a las chicas de 21 años porque entendía que eran niñas prostitutas
(Comunicación personal, 1997). La adolescencia temprana es la edad de ingreso
más frecuente en cualquier tipo de prostitución. Boyer et al. (1993)
entrevistaron a 60 mujeres que ejercían la prostitución en forma de escorts,
callejera, en club de striptease, sexo por teléfono y salas de masaje
(burdeles) en Seattle, Washington. Todas ellas empezaron a prostituirse entre
los 12 y los 14 años. En otro estudio, Nadon et al. (1998) encontraron que el
89% había comenzado a prostituirse antes de los 16 años. De 200 mujeres adultas
en la prostitución, el 78% comenzó a prostituirse en la juventud y el 68%
empezaron cuando eran menores de 16 años (Silbert, 1982a).
La distinción artificial entre
prostitución de niñas y adultas oscurece la continuidad entre ambas. En un
continuo de violencia y relativa impotencia, la prostitución de una niña de 12
años es más horrible que la de una niña de 20 años, no porque los actos
cometidos en su contra sean diferentes, sino porque la persona más joven tiene
menos poder. En otros aspectos, las experiencias de explotación sexual,
violación, abuso verbal y desprecio social son las mismas, ya sea que la persona
prostituida sea de la edad legal de una niña o de la edad legal de una adulta.
La pobreza antecedente y los intentos de escapar de condiciones de vida
insoportables (violencia en el hogar o la violencia económica de la
globalización) son similares en la prostitución de niñas y adultas.
Los autores múltiples de abusos
sexuales eran comunes, al igual que los abusos físicos en la infancia de las
mujeres en la prostitución. El sesenta y dos por ciento de las mujeres en
prostitución reportaron una historia de abuso físico cuando eran niñas. El 90%
de las mujeres prostituidas habían sido golpeadas físicamente en la infancia;
el 74% sufrió abusos sexuales en sus familias, y el 50% también fue víctima de
abusos sexuales por parte de personas ajenas a la familia (Giobbe, Harrigan,
Ryan y Gamache, 1990). De las 123 supervivientes de la prostitución en el
Consejo para Alternativas de Prostitución en Portland, el 85% reportó un
historial de incesto, el 90% un historial de abuso físico y el 98% un historial
de abuso emocional (Hunter, 1994).
Las adolescentes prostituidas
crecen en familias negligentes, a menudo violentas. Aunque no todas las niñas
abusadas sexualmente son reclutadas para la prostitución, la mayoría de las
personas que ejercen la prostitución tienen antecedentes de abuso sexual cuando
eran niñas, generalmente por parte de varias personas. Farley y Lynne (2000)
reportaron que el 88% de 40 mujeres prostituidas en Vancouver habían sido
sexualmente abusadas cuando eran niñas, por una media de 5 perpetradores. Esta
última estadística no incluyó a las que respondieron a la pregunta “Si hubo
contacto sexual o contacto sexual no deseado entre usted y un adulto, ¿cuántas
personas en total?” con “miles” o “Incontables” o “Era demasiado joven como
para acordarme”. El 63% de las entrevistadas eran mujeres de las Primeras
Naciones. Una chica en situación de prostitución dijo: Todas hemos sido
abusadas. Una y otra vez, y violadas. Todas hemos sido acosadas y abusadas
sexualmente de niñas, ¿no lo sabías? Corrimos para escapar. Ya no nos querían
en casa. Nos echaron, lejos. Hemos estado en la calle desde que teníamos 12,
13, 14. (Boyer, Chapman y Marshall, 1993).
La sexualización traumática es el
condicionamiento inadecuado de la sensibilidad sexual de la niña y su socialización
en creencias y suposiciones erróneas sobre la sexualidad que la hacen
vulnerable a la explotación sexual adicional (Browne y Finkelor, 1986). La
sexualización traumática es un componente esencial del adiestramiento para la
posterior prostitución.
Algunas de las consecuencias del
abuso sexual infantil son conductas que son como la prostitución. Un síntoma
común de las niñas abusadas sexualmente es el comportamiento sexualizado. El
abuso sexual puede resultar en diferentes comportamientos en diferentes etapas
del desarrollo de la niña. Es probable que los comportamientos sexualizados
sean prominentes entre niñas en edad preescolar que sufren abusos sexuales, se
sumergen durante los años de latencia y luego vuelvan a surgir durante la
adolescencia como un comportamiento descrito como promiscuidad, prostitución o
agresión sexual.
La niña abusada sexualmente puede
incorporar la perspectiva del perpetrador en su identidad y, finalmente, verse
a sí misma como buena solo para el sexo, es decir, puede adoptar su opinión de
que es una prostituta (Putnam, 1990). Las supervivientes relacionan el abuso
físico, sexual y emocional de las niñas con la prostitución posterior. El 70%
de las mujeres adultas en la prostitución en un estudio afirmaron que el abuso
sexual infantil fue en gran parte responsable de su entrada en la prostitución
(Silbert & Pines, 1982a). El abuso y la negligencia familiar se
describieron como causa de daño físico y emocional no solo directo, sino
también como un ciclo de victimización que afectó su futuro. Por ejemplo, una
mujer dijo que cuando tenía 17 años, …todo lo que sabía era cómo ser violada,
cómo ser atacada, cómo ser golpeada, y eso es todo lo que sabía. Así que cuando
él me puso en el juego [la prostituyó] estaba demasiado metida en la mierda
como para hacer algo. Todo lo que sabía era abuso (Phoenix, 1999, página 111).
El sentido restringido de sí
misma de la niña abusada sexualmente y la negativa coercitiva del perpetrador a
respetar los límites físicos de la niña pueden ocasionar dificultades
posteriores para establecer límites, una autoprotección deficiente y una mayor
probabilidad de ser más victimizadas sexualmente, incluso de convertirse en
víctimas involucradas en la prostitución (Briere, 1992).
La impotencia de haber sido
agredida sexualmente cuando era niña puede estar relacionada con las frecuentes
discusiones sobre el control y el poder de las mujeres que se prostituyen. La
impotencia emocional y física de la niña abusada sexualmente puede ser
representada en la transacción de prostitución, prestando atención al más
mínimo fragmento de control. El pago de dinero por un acto sexual no deseado en
la prostitución puede hacer que la niña o la mujer se sientan más en control en
comparación con la misma experiencia sin pago de dinero. Por ejemplo, una mujer
dijo que, a los 17 años, se sentía más segura y más en control en la calle que
en casa con su padrastro que la violaba.
Los proxenetas explotan la
vulnerabilidad de las niñas fugitivas o abandonadas al reclutarlas para la prostitución.
En Vancouver, el 46% de las niñas sin hogar habían recibido ofertas de
“asistencia para ayudarlas a trabajar en la prostitución”. Una niña de 13 años
que había huido de su hogar recibió una vivienda de un proxeneta, pero solo a
cambio de la prostitución. El 96% de las adultas entrevistadas por Silbert
& Pines (1983) habían sido niñas fugitivas antes de comenzar a
prostituirse. Más de la mitad de las 50 niñas asiáticas prostituidas de entre
11 y 16 años huyeron debido a problemas familiares (Louie, Luu & Tong,
1991).
Una encuesta de 500 jóvenes sin
hogar en Indianápolis informó que al principio solo el 14% reconoció que
ejercían como prostitutas. Cuando a las adolescentes de Indiana se les hicieron
preguntas sin prejuicios sobre comportamientos específicos, respondieron de la
siguiente manera: el 32% dijo que tenían relaciones sexuales para obtener
dinero; el 21% dijo que tenía relaciones sexuales por un lugar donde pasar la
noche; el 12% intercambió sexo por comida; el 10% intercambió sexo por drogas;
y el 6% intercambiaban sexo por ropa. En otras palabras, un 81%, y no el 14% de
estas 500 adolescentes sin hogar, se prostituían (Lucas y Hackett, 1995).
El comportamiento de prostitución
de los adolescentes homosexuales también es probable que sea una recreación de
un abuso sexual anterior. La homofobia desempeña un papel en la prostitución de
jóvenes homosexuales en el sentido de que los jóvenes homosexuales pueden haber
sido expulsados de sus hogares debido a su orientación sexual. Además, en muchas
ciudades, la prostitución era la única entrada disponible en la comunidad gay;
era una actividad donde los niños podían “practicar” ser homosexuales. De este
modo, los adolescentes homosexuales pueden desarrollar una identidad que
vincule su orientación sexual con la prostitución (Boyer, 1989).
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