miércoles, 1 de abril de 2020

Prostitución y la invisibilización del daño - 2

Segunda entrada de tres consecutivas por la extensión del artículo.


Prostitución y la invisibilización del daño – Melissa Farley [Traducción]
25 MARZO, 2019

Traducción no oficial: Anna Prats | Texto original: Prostitution and the Invisibility of Harm (2003)





Consecuencias de la prostitución en la salud
Consecuencias para la salud de la prostitución relacionadas con la violencia
Aunque a primera vista, la atención de la salud pública a la infección por VIH / ETS incluye a la mujer prostituida, en una inspección más cercana se hace evidente que la preocupación general es la salud del cliente: disminuir su exposición a la enfermedad. Aparte del VIH / ETS, el daño físico de la prostitución para ella es invisible. A pesar de la extensa documentación de que el VIH se transmite de manera abrumadora a través del coito vaginal y anal entre hombres y mujeres, no al revés, uno de los prejuicios misóginos sobre la prostitución es que ella es la fuente de la infección. El enfoque exclusivo en el riesgo de VIH de los clientes masculinos, que ignora la violencia psicológica y física contra las mujeres, es una variante de este prejuicio contra las mujeres prostituidas. La violación por parte de los clientes es una fuente primaria de infección por VIH en las mujeres.

En la literatura sobre VIH de 1980 a 2000, la mayoría de los autores minimizaron o ignoraron el riesgo de VIH que el cliente representa para la mujer en la prostitución. La mayoría tampoco mencionó la opción de escapar de la prostitución. Por ejemplo, Karim et al. (1995) entrevistaron a mujeres que se prostituyeron en una parada de camiones en Sudáfrica. Este grupo de investigadores descubrió que las mujeres tenían un mayor riesgo de violencia física cuando insistían en el uso de condones con los clientes, cuya violencia contribuía a su relativa impotencia. Al ignorar su descubrimiento de que las mujeres tenían un mayor riesgo de violencia, los investigadores recomendaron que las mujeres en la prostitución aprendiesen habilidades de negociación y comunicación para reducir el riesgo de VIH. Es trágicamente probable que este proyecto en particular (y otros también) haya resultado en lesiones adicionales, incluso la muerte, para algunas mujeres en la prostitución.

Globalmente, la incidencia de VIH seropositivo entre mujeres prostituidas es devastadora. Niñas sintecho son las que tienen más riesgo de VIH, por ejemplo, en Rumania o Colombia. Piot (1999) observó que la mitad de los nuevos casos de SIDA se detectaban en menores de 25 años, y que es más probable que las chicas se infecten a una edad más temprana que los chicos, en parte debido a la aceptación de la violencia hacia las niñas y mujeres en la mayoría de culturas. La invisibilidad del riesgo de VIH en las mujeres, en comparación con el riesgo de los hombres, ha resultado en una falta de atención a la infección temprana por VIH en mujeres (Allen et al., 1993; Schoenbaum y Webber, 1993). Allen et al. (1993) investigaron las evaluaciones de riesgo de VIH en las clínicas de salud para mujeres de los centros urbanos de EEUU, y encontraron que, a pesar de la presencia de la infección por VIH en un amplio rango de edad para ambos sexos, la infección temprana por VIH (todavía no del SIDA) era “completamente desconocida entre todas las mujeres adolescentes, jóvenes y adultas” (p. 367).

Las ETS y el VIH han aumentado exponencialmente en Ucrania y otros estados de la antigua Unión Soviética desde 1995. Desde 1987 hasta 1995, se diagnosticaron menos de 200 nuevas infecciones de VIH por año en Rusia. En los primeros seis meses de 1999, se reportaron 5000 casos nuevos de VIH (Dehne, Khodakevich, Hamers & Schwartlander, 1999). En la ciudad de Kaliningrado, una de cada tres personas infectadas con el VIH era una mujer, y el 80% de las mujeres infectadas estaban en la prostitución (Smolskaya, Momot, Tahkinova y Kotova 1998). Es probable que este aumento masivo del VIH sea el resultado de un alto índice de violencia contra las mujeres en Rusia (Hamers, Downs, Infuso y Brunet, 1998). Las mujeres en Rusia se transforman en “prostitutas de oficina” a través de los requisitos del trabajo para tolerar el acoso sexual (o en la traducción rusa directa, “terror sexual”, Hughes, 2000). Además, la reestructuración política con el control de las agencias estatales en manos de delincuentes, la pobreza extrema y el colapso de los sistemas de salud contribuyeron a la pandemia del VIH en Rusia (Hamers y otros, 1998).

Después de dos décadas de investigación sobre el VIH, la Organización Mundial de la Salud observó que el principal factor de riesgo del VIH para las mujeres es la violencia (Piot, 1999). Aral y Mann (1998) en los Centers for Disease Control, enfatizaron la importancia de abordar los problemas de derechos humanos en conjunto con las ETS. Señalaron que, dado que la mayoría de las mujeres ingresan a la prostitución como resultado de la pobreza, la violación, la infertilidad o el divorcio, los programas de salud pública deben abordar los factores sociales que contribuyen a las ETS / VIH. La desigualdad de género en cualquier cultura normaliza la coerción sexual, promoviendo la violencia doméstica y la prostitución, contribuyendo en última instancia a la probabilidad de que las mujeres se infecten con el VIH. Kalichman, Kelly, Shaboltas y Granskaya (2000) y Kalichman, Williams, Cheery, Belcher y Nachimson (1998) señalaron la coincidencia de la epidemia de VIH y la violencia doméstica en Rusia, Ruanda y los Estados Unidos.

Los problemas de salud crónicos resultan del abuso físico y la negligencia en la niñez (Radomsky, 1995), de la agresión sexual (Golding, 1994), el maltrato (Crowell y Burgess, 1996), los problemas de salud no tratados, el estrés abrumador y la violencia (Friedman y Yehuda, 1995); Koss & Heslet, 1992; Southwick et al. 1995). Las mujeres prostituidas sufren de todo esto. Muchos de los síntomas físicos crónicos de las mujeres en la prostitución fueron similares a las consecuencias físicas de la tortura. La naturaleza letal de la prostitución es sugerida por un estudio canadiense de 1985 que encontró que la tasa de mortalidad de quienes ejercen la prostitución era 40 veces mayor que la de la población general (Special Committee on Pornography and Prostitution, 1985).

Las mujeres prostituidas tuvieron un mayor riesgo de cáncer cervical y hepatitis crónica (Chattopadhyay, Bandyopadhyay y Duttagupta, 1994; de Sanjose, Palacio, Tafur, Vasquez, Espitia, Vasquez, Roman, Munoz y Bosch, 1993; Nakashima, Kashiwagi, Hayashi, Urabe, Minami y Maeda, 1996; Pelzer, Duncan, Tibaux y Mebari, 1992). La incidencia de exámenes de frotis anormales fue varias veces mayor que el promedio estatal en un estudio de Minnesota sobre la salud de las mujeres prostituidas (Parriott, 1994). La violación infantil se asoció con un aumento en la incidencia de displasia cervical en un estudio de mujeres presas (Coker, Patel, Krishnaswami, Schmidt & Richter, 1998). Las mujeres en las cárceles con frecuencia son encarceladas por actos relacionados con la prostitución.


Le preguntamos a 700 personas en la prostitución en 7 países si tenían problemas de salud (Farley, Baral, Gonzales, Kiremire, Sezgin, Spiwak y Taylor, 2000). Casi la mitad de estas personas en Colombia, México, Sudáfrica, Tailandia, Turquía, Estados Unidos y Zambia informaron síntomas asociados con violencia, estrés abrumador, pobreza y falta de vivienda.


Los diagnósticos médicos de estas 700 personas en prostitución incluyeron tuberculosis, VIH, diabetes, cáncer, artritis, taquicardia, sífilis, malaria, asma, anemia y hepatitis. El 24% por ciento reportó síntomas reproductivos que incluyen enfermedades de transmisión sexual (ETS), infecciones uterinas, problemas menstruales, dolor ovárico, complicaciones del aborto, embarazo, hepatitis B, hepatitis C, infertilidad, sífilis y VIH.

Sin una consulta específica sobre la salud mental, el 17% de estas 700 personas en la prostitución describieron problemas emocionales graves: depresión, tendencias suicidas, flashbacks de abuso infantil, ansiedad y tensión extrema, terror respecto a una relación con un proxeneta, falta de autoestima y cambios de humor.

El 15% informó de síntomas gastrointestinales como úlceras, dolor de estómago crónico, diarrea y colitis. El 15% informó de síntomas neurológicos como migrañas y dolores de cabeza no migrañosos, pérdida de memoria, entumecimiento, convulsiones y mareos. El 14% de estas mujeres y niñas en prostitución informaron problemas respiratorios como asma, enfermedad pulmonar, bronquitis y neumonía. El 14% reportó dolor en las articulaciones, que incluía dolor en la cadera, malestar en las rodillas, dolor de espalda, artritis, reumatismo y dolor articular no específico en múltiples sitios.

El 12% de las que describieron problemas de salud en la prostitución reportaron lesiones que fueron resultado directo de la violencia. Por ejemplo, a varias mujeres la policía les rompió varias costillas en Estambul, una mujer en San Francisco se rompió las caderas saltando de un coche cuando un putero intentaba secuestrarla. Muchas mujeres tenían los dientes destrozados por los proxenetas y puteros. Miller (1986) citó moretones, huesos rotos, cortes y abrasiones que resultaron de palizas y agresiones sexuales. Una mujer dijo sobre su salud: He tenido tres roturas de brazo, nariz rota dos veces, [y] estoy parcialmente sorda de una oreja … Tengo un pequeño fragmento de un hueso flotando en mi cabeza que me da migrañas. He tenido una fractura de cráneo. Mis piernas ya no valen nada; me rompieron los dedos de los pies. Mis pies, la planta de mis pies, ha sido quemada; ha sido golpeada con un hierro caliente y un gancho de ropa… el pelo de mi coño lo quemaron… Tengo cicatrices. Me cortaron con un cuchillo y me pegaron con pistolas. No ha habido un lugar en mi cuerpo que no haya sido herido de alguna manera, de alguna manera, algunas grandes, otras pequeñas (Giobbe, 1992, p. 126).

En la primera fase de una revisión en profundidad de los problemas de salud crónicos resultantes de la prostitución, entrevistamos a 100 mujeres y personas transgénero en Vancouver, Canadá, con respecto a sus problemas de salud crónicos (Farley, Lynne y Cotton, 2001). El 75% de estas mujeres reportaron lesiones por violencia en la prostitución. El 50% sufrió lesiones en la cabeza. El autor ha encontrado que la mayoría de las mujeres en la prostitución reportan lesiones traumáticas en la cabeza causadas por puteros y proxenetas. Los síntomas comunes fueron problemas de memoria (66%); problemas para concentrarse (66%); dolores de cabeza (56%); mareos (44%); problemas de visión (45%); problemas de audición (40%); problemas de equilibrio (41%); músculos doloridos (78%); dolor en las articulaciones (60%); dolor en la mandíbula (38% e hinchazón de las extremidades (33%). El 61% de los encuestados tenía síntomas de resfriado / gripe. Los síntomas cardiovasculares incluían dolor en el pecho (43%); dolor / entumecimiento en las manos / pies (49%) latidos cardíacos irregulares (33%); dificultad para respirar (60%). Además, el 35% reportó alergias y el 32% reportó asma. El 24% reportó dolor tanto en la menstruación como en el dolor vaginal. El 23% tenía dolor en los senos.

Algunos de los problemas de salud sufridos por las mujeres en la prostitución se debieron a la pobreza. Si bien las agencias de salud pública en Bombay podían obtener medicamentos costosos para tratar el VIH, no pudieron obtener antibióticos y otros medicamentos más “comunes” para tratar la tuberculosis, que fue la principal causa de muerte de mujeres en la prostitución (Jean D’Cunha, comunicación personal , 1997). El setenta por ciento de 100 niñas y mujeres prostituidas en Bogotá reportaron problemas de salud física. Además de las enfermedades de transmisión sexual, sus enfermedades eran las de la pobreza y la desesperación: alergias, problemas respiratorios y ceguera causada por la inhalación de pegamento, migrañas, síntomas de envejecimiento prematuro, problemas dentales y complicaciones del aborto (Spiwak, 1999).

Las niñas y niños adolescentes en la prostitución encuestados por Weisberg (1985) informaron sobre enfermedades de transmisión sexual, hepatitis, embarazos, dolores de garganta, gripe y repetidos intentos de suicidio. Las mujeres que atendían a más clientes en la prostitución informaron síntomas físicos más graves (Vanwesenbeeck, 1994). Cuanto más tiempo pasaban las mujeres en la prostitución, más ETS reportaban (Parriott, 1994).

La invisibilidad de los síntomas psicológicos de las mujeres en prostitución
El asalto a la sexualidad de las mujeres en la prostitución es abrumador, pero invisible para la mayoría de las personas. Cuando las mujeres se convierten en objetos en los que los hombres se masturban (como la prostitución ha sido descrita por Hoigard & Finstad, 1986), causa un daño inmenso a la persona que actúa como receptáculo.

La prostitución y la liberación sexual no tienen nada que ver entre sí, son exactamente lo contrario. No me siento libre con mi cuerpo, me siento mal por eso, me siento cohibida. Realmente no me siento como si mi cuerpo estuviera vivo, lo considero más magullado, como un peso (Jaget, 1980, p. 112).

En toda prostitución hay mercantilización del cuerpo de la mujer. Esta mercantilización a menudo da como resultado una objetivación interiorizada, donde la mujer prostituida comienza a ver las partes de su propio cuerpo sexualmente objetivadas como algo separado de, en lugar de una parte integral de todo su ser. Este proceso de objetivación interiorizada conduce a la disociación somática, incluso en la prostitución donde no hay contacto físico entre la mujer y el putero. Por ejemplo, Funari describió los efectos de la prostitución en un espectáculo donde trabajaba desnuda en una cabina con paredes de espejo. Una gruesa pared de vidrio la separaba de los hombres, y cuando bajaban los postigos, los hombres tenían que pagar otra vez para mirar y masturbarse. Ella escribió, en el trabajo, lo que mis manos encuentran cuando tocan mi cuerpo es “producto”. Lejos del trabajo, mi cuerpo tiene continuidad, integridad. Anoche, acostada en la cama después del trabajo, me toqué el vientre, los pechos. Las sentia como de Capri [nombre que utiliza en su show] y se negaron a volver a cambiar. Cuando [su compañero] me besó, sin querer me encogí a su tacto. Sorprendidos, los dos nos apartamos y nos miramos el uno al otro. De alguna manera, el vidrio se había disuelto y él se había convertido en uno de ellos (Funari, 1997, p. 32).

Con el fin de conservar su autoestima, Funari resistió la conexión emocional con los hombres que la consideraban esencialmente inútil. Sin embargo, se sintió “envenenada” por el desprecio de los clientes. Sus sentimientos sexuales por su novio menguaron.

En un intento por defenderse, las mujeres que se prostituyen al principio pueden tomar una decisión consciente de desconectarse de partes del cuerpo. Afirmando: “Reservo mi vagina para la persona a la que quiero”, una mujer realizaba solo sexo oral o masturbación (Pheterson, 1996). Sin embargo, con el paso del tiempo, esta separación de partes del cuerpo en la prostitución (los puteros tienen esto, los novios lo otro) da como resultado una disociación somatomorfa, con el cuerpo adormecido, considerado no-yo, el cuerpo una mercancía, traumáticamente compartimentado en el mismo. De la misma manera en que existen efectos y recuerdos traumáticos en estados de conciencia disociada. Esta desconexión entre partes de todo el yo es común entre las y los sobrevivientes de traumas extremos (Schwartz, 2000).

En la prostitución, los continuos asaltos al cuerpo resultan en repulsión física y retraumatización. Una mujer escribió sobre la respuesta de su cuerpo a la violación repetida: Comencé a enfermarme físicamente cada vez que hacía un truco. Mi vagina se cerró sobre mí nuevamente como lo hizo cuando tenía 15 años [durante una violación]. Los hombres comenzaron a enfadarse mucho por eso porque significaba no tener relaciones sexuales… Una noche, un hombre intentó forzarme introduciéndose dentro de mí y se dañó el pene en el proceso (Williams, 1991, pág. 77).

La mayoría de las mujeres que han estado en la prostitución por algún tiempo experimentan disfunción sexual con sus parejas elegidas. Los sentimientos están desconectados de los actos sexuales. Se vuelve casi imposible ver a sus parejas como algo más que puteros. Una mujer dijo: Me sentía como una prostituta cada vez que me acostaba con él. Me había perdido en la prostitución y estaba tan bien establecida en mi identidad y mi papel como prostituta que, una vez que había dejado de hacerlo, no podía relacionarme con mi amante como yo misma (Perkins y Bennett, 1985, p. 112).

El mismo trauma sexual que ocurre con las mujeres en la prostitución también ocurre con los hombres. Como dijo un hombre, [La prostitución] puede destruir tu vida sexual. En una etapa tuve un amante y había ocasiones en las que tenía relaciones sexuales con él, pero tenía flashes con un anciano con el que había tenido la noche anterior y entonces tenía que parar, ya sabes. (Perkins y Bennett, 1985, pág. 152).

La disociación ocurre durante el estrés extremo entre los prisioneros de guerra que son torturados, entre las niñas y niños que son agredidos sexualmente, y entre las mujeres que son golpeadas, violadas o prostituidas (Herman, 1992). Cuando una se prostituye durante un período de tiempo prolongado, se desarrolla un estado de miedo intenso e insoportable. Los trastornos disociativos, la depresión y otros trastornos del estado de ánimo eran comunes entre las mujeres prostituidas en la prostitución en las calles, escoltas y clubes de striptease (Belton, 1998, Ross, Anderson, Heber & Norton, 1990, VanWesenbeeck, 1994). La disociación en la prostitución se debe tanto a la violencia sexual infantil como a la violencia sexual en la prostitución de adultos. La disociación necesaria para sobrevivir a la violación en la prostitución es la misma que se usa para soportar el asalto sexual familiar (Giobbe, 1991; Miller, 1986). Vanwesenbeeck observó que la “competencia disociativa” contribuía a las actitudes profesionales de las mujeres en la prostitución en los Países Bajos (1994, p. 107). Una mujer tailandesa dijo: “Te haces vacía por dentro” (Bishop & Robinson, 1998, p. 47).



La mayoría de las mujeres informan que no pueden prostituirse a menos que se disocien. La disociación química ayuda a la disociación psicológica, y también funciona como analgésico para las lesiones causadas por la violencia. Cuando las mujeres en la prostitución no se disocian, corren el riesgo de sentirse abrumadas por el dolor, la vergüenza y la rabia. Una mujer dijo: Es difícil lidiar con el disgusto. Puedo lidiar con [los puteros] individualmente, pero si me permito pensar en ellos en conjunto, tengo ganas de coger una ametralladora y acribillarlos de arriba a abajo” (Wood, 1995, página 29).

Una mujer describió el desarrollo gradual de una identidad disociada durante los años que se prostituyó en clubes de striptease: Comienzas a cambiarte a ti misma para que se ajuste a un papel de fantasía de lo que ellos piensan que debería ser una mujer. En el mundo real, estas mujeres no existen. Te miran fijamente con una mirada hambrienta. Te vacías, te conviertes en esta cáscara vacía. Realmente no te están mirando, tú no eres tú. Ni siquiera estás allí (Farley, entrevista no publicada, 1998).

Otra mujer describió una respuesta disociativa al trauma de la prostitución: La prostitución es como la violación. Es como cuando tenía 15 años y me violaron. Solía experimentar dejar mi cuerpo. Quiero decir que eso es lo que hice cuando ese hombre me violó. Fui al techo y me adormecí porque no quería sentir lo que estaba sintiendo. Estaba muy asustada. Y mientras era prostituida, solía hacer eso todo el tiempo. Yo adormecería mis sentimientos. Ni siquiera me sentiría como si estuviera en mi cuerpo. De hecho, dejaría mi cuerpo y me iría a otro lugar con mis pensamientos y mis sentimientos hasta que él se apartara y todo terminara. No sé cómo explicarlo, excepto que se sentía como una violación. Fue una violación para mí. (Giobbe, 1991, p. 144).

Si bien los efectos traumáticos de la violación están bien establecidos, la incidencia extremadamente alta de la violación en la prostitución, con los síntomas resultantes del trastorno de estrés postraumático, no se comprende tan bien. Una superviviente dijo: “Durante los primeros meses que trabajé [en la prostitución] tuve muchas pesadillas con números masivos de penes” (Williams, 1991, p. 75).

Muchos años después de escapar de la prostitución, una mujer de Okinawa que había sido comprada por personal militar de los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam se volvió extremadamente agitada y tuvo visiones de abuso sexual y persecución los días 15 y 30 de cada mes, esos días que eran días de pago del Ejército (Sturdevant & Stolzfus, 1992).

Otra mujer describió los síntomas de hipertermia intrusiva y fisiológica del TEPT: Me pregunto por qué sigo yendo a los terapeutas y diciéndoles que no puedo dormir y que tengo pesadillas. Pasan por alto el hecho de que yo era una prostituta y me golpearon con tablas de dos por cuatro, un proxeneta me rompió los dedos de las manos y los pies y me violaron más de 30 veces. ¿Por qué ignoran eso? (Farley y Barkan, 1998, p. 46).

El TEPT es común entre las mujeres prostituidas. En nueve países, Farley, Alvarez, Sezgin, Baral, Kiremire, Lynne, DuPlessis, DuPlessis, Gonzales, Spiwak, Cotton y Zumbeck (en prensa) encontraron que el 68% cumplía con los criterios para un diagnóstico de trastorno de estrés postraumático, una prevalencia comparable a la de las mujeres maltratadas buscando refugio (Houskamp & Foy, 1991), sobrevivientes de violaciones que buscan tratamiento (Bownes, O’Gorman & Sayers, 1991), y sobrevivientes de torturas patrocinadas por el estado (Ramsay, Gorst-Unsworth y Turner, 1993). Estas tasas sugieren que las consecuencias traumáticas de la prostitución fueron similares en diferentes culturas.

Existe el mito de que la prostitución de escorts y clubes de striptease es más segura que la prostitución callejera. Esto no ha sido verificado por la investigación. Comparamos la prostitución en las calles, los burdeles y los clubes de striptease en dos ciudades de México y no encontramos diferencias en la incidencia de agresiones físicas, violaciones, abuso sexual infantil o en el porcentaje de mujeres que querían salir de la prostitución. Además, no hubo diferencias en los síntomas de trastorno de estrés postraumático entre las mujeres en estos tres tipos de prostitución (Farley et al., en prensa). La prostitución es intrínsecamente traumatizante, donde sea que ocurra.

Vanwesenbeeck (1994) reportó hallazgos similares. Ella investigó la angustia emocional en mujeres que se prostituyen principalmente en clubes, burdeles y ventanas. Aunque no midió el TEPT, los síntomas que informó fueron similares al TEPT. El 90% del grupo de mujeres prostituidas de Vanwesenbeeck reportó “nerviosismo extremo”.

Los asaltos verbales de puteros en todos los tipos de prostitución causan síntomas psicológicos agudos y a largo plazo. El abuso verbal en la prostitución está normalizado y es invisible. Una mujer dijo que, con el tiempo, “es internamente perjudicial. Te conviertes en lo que estas personas hacen y dicen contigo. Te preguntas ¿cómo podría alguien dejarse hacer esto y por qué estas personas hacerte esto a ti?” (Farley, entrevista no publicada, 1997).

La violencia física de la prostitución, la humillación verbal constante, la indignidad y el desprecio sociales dan como resultado cambios en la personalidad que se han descrito como complejos trastornos de estrés postraumático (CPTSD, por sus siglas en inglés) (Herman 1992). Los síntomas del CPTSD incluyen cambios en la conciencia y la autopercepción, cambios en la capacidad de regular las emociones, cambios en los sistemas de significado, como la pérdida de la fe, y un sentimiento incesante de desesperación. Una vez fuera de la prostitución, el 76% de un grupo de mujeres entrevistadas por Parriott (1994) informaron que tenían grandes dificultades con las relaciones íntimas.

A menos que se entienda el comportamiento humano en condiciones de cautiverio, el vínculo emocional entre las prostituidas y los proxenetas es difícil de comprender. El terror creado en la mujer prostituida por el proxeneta provoca una sensación de impotencia y dependencia. Este vínculo emocional con un abusador en condiciones de cautiverio se ha descrito como el síndrome de Estocolmo. Las actitudes y comportamientos que forman parte de este síndrome incluyen: 1) un intenso agradecimiento por los pequeños favores cuando el captor tiene el poder de la vida y la muerte sobre la cautiva; 2) la negación del alcance de la violencia y el daño que el captor ha infligido o que, obviamente, es capaz de infligir; 3) hipervigilancia con respecto a las necesidades del proxeneta e identificación con la perspectiva del proxeneta en el mundo (un ejemplo de esto fue la identificación de Patty Hearst con la ideología de sus captores); 4) la percepción de aquellos que intentan ayudar a escapar como enemigos y la percepción de los captores como amigos; 5) dificultad extrema para dejar el captor / proxeneta, incluso después de que haya ocurrido la liberación física. Paradójicamente, las mujeres en la prostitución pueden sentir que deben sus vidas a los proxenetas (Graham, Rawlings & Rigsby, 1994).



Conceptos en las ciencias médicas y sociales que contribuyen a la invisibilización del daño de la prostitución, y que ocasionan daños adicionales
La invisibilidad social de la prostitución es la primera barrera para comprender su daño. Si no se percibe el daño, no hay posibilidad de curar el daño psicológico que se produce como resultado de ser prostituido. Cotton & Forster (2000) examinaron la psicología de las mujeres en los libros de texto y descubrieron que once de los catorce textos publicados desde 1995 no mencionaban la prostitución. Cuando se mencionaba la prostitución, por lo general se abordaba como un “debate feminista” o como “trabajo” en lugar de como violencia.

Algunos han sugerido que las mujeres prostituidas en los negocios sexuales son “simplemente otra categoría de trabajadoras con problemas y necesidades especiales” (Bullough y Bullough, 1996, página 177). En 1988, la prostitución fue definida por la Organización Mundial de la Salud como “trabajo sexual dinámico y adaptativo, que involucra una transacción entre el vendedor y el comprador de un servicio sexual” (citado en Scambler y Scambler, 1995, pág. 18). La literatura reciente sobre psicología y ciencias de la salud asume regularmente que la prostitución es una opción vocacional (Deren et al. 1996; Farr, Castro, DiSantostefano, Claassen y Olguin, 1996; Green et al., 1993). La noción de que la prostitución es un trabajo tiende a hacer que su daño sea invisible (excepto quizás por la necesidad de sindicatos). Sin embargo, una vez entendida como violencia, sindicalizar a las mujeres prostituidas tiene tanto sentido como sindicalizar a las mujeres maltratadas.

Históricamente, ha habido una serie de teorías médicas, psicológicas y “sexológicas” que no solo hacen invisible el daño de la prostitución, sino que además culpan a las mujeres por su propia victimización. En 1898, Lombroso sugirió que las prostitutas tienen una “naturaleza demoníaca que se puede observar con una medición precisa del cráneo”. Teorías dañinas sobre por qué las mujeres prostitutas todavía están de moda. Por ejemplo, algunos investigadores del VIH han representado a las mujeres en la prostitución como “vectores de enfermedades”, un concepto similar a la idea de Lombroso de que las prostitutas son demonios. Estos puntos de vista se originan en las formulaciones judeocristianas de mujeres como sexualmente malas.

Parece ser emocionante teorizar una perversidad misteriosa como un factor para entrar en la prostitución. El urólogo y criminólogo Reitman escribió en 1931: ¿Por qué una mujer se enamora de un chulo? Puede ser porque es una imbécil o con personalidad psicopática, un ego excéntrico. Ella puede tener una superioridad o un complejo de inferioridad. Puede ser porque ella es pobre y hambrienta o rica y aburrida (p. 31).

Abraham especuló que “la frigidez de [la prostituta] significa una humillación de todos los hombres … y su vida entera está dedicada a este propósito” [Abraham, 1948, p.361). Las mujeres prostituidas se adormecen sexualmente, pero Abraham invierte la causa y el efecto. La mujer en la prostitución no comienza con la intención de humillar a los hombres. En cambio, se congela sexualmente como respuesta a los efectos traumáticos acumulados de la violencia sexual y psicológica. Un entumecimiento similar puede ocurrir en víctimas de torturas patrocinadas por el estado.

La sexología, el estudio de la sexualidad, se construyó sobre la aceptación acrítica de la prostitución como una institución que expresa la sexualidad de los hombres y las mujeres. Kinsey, Pomeroy, Masters y Johnson trabajaron desde finales de la década de 1940 hasta la década de 1970 y articularon una sexualidad que fue representada gráficamente en Playboy. La Playboy Press, por ejemplo, publicó el artículo de Masters & Johnson, “Ten Sex Myths Exploded” (1973).
En 1954, los Maestros comenzaron “estudios sexológicos” con prostitutas como sujetos. Su objetivo era proporcionar orgasmos a hombres impotentes mediante el uso de mujeres como sustitutas sexuales. Couched en el lenguaje científico, su trabajo fue la prostitución. En una entrevista de 1974, Masters reconoció que sus curas de hombres impotentes fueron en gran parte resultado del esfuerzo de las prostitutas que él les procuró. Al igual que Szasz (1980), nos preguntamos por qué Masters nunca fue procesado por proxenetismo o lenocinio.

La literatura psicológica de la década de 1980 planteaba un masoquismo esencial entre las mujeres maltratadas, un punto de vista que más tarde fue rechazado por falta de evidencia (Caplan, 1984; Koss et al., 1994). Sin embargo, aún se asume que las mujeres prostituidas tienen características de personalidad subyacentes que conducen a su victimización. Rosiello (1993) describió el masoquismo inherente de las mujeres prostituidas como un “ingrediente necesario” de su autoconcepto. MacVicar y Dillon (1980) sugirieron que el masoquismo llevó a que las mujeres aceptaran el abuso por parte de los proxenetas.

La culpabilización de las víctimas (victim-blaming) ocurre cuando se describe a las mujeres prostituidas como “tomadoras de riesgo”, con la implicación de que ellas mismas provocaron la violencia y el hostigamiento dirigidos contra ellas en la prostitución (Vanwesenbeeck, de Graaf, van Zessen, Straver y Visser, 1995). Se asumió que las mujeres prostituidas que “toman riesgos” se expusieron voluntariamente a sufrir daños, aunque las historias de las “tomadoras de riesgos” revelaron que habían sido golpeadas y violadas a lo largo de sus vidas con mayor frecuencia que las que no las tomaban. La conducta de riesgo rara vez se interpretaba como la repetición basada en el trauma del abuso sexual infantil o el fracaso de los padres para enseñar autoprotección.

Sería más apropiado ver a todas las mujeres prostituidas como en riesgo. Se ha establecido que los puteros presionan a las mujeres a tener relaciones sexuales sin protección (Farr et al., 1996). Las mujeres que ejercían la prostitución no podían evitar las demandas de puteros de tener relaciones sexuales sin protección y, a menudo, las agredían físicamente cuando pedían que se pusieran condón (Ford & Koetsawang, 1991; Karim, et al., 1995; Miller & Schwartz, 1995).



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