EL MITO DE LA PULSION SEXUAL
INCONTROLABLE
12/7/2017
6 de agosto 2017
Por Francine Sporenda
Original: https://revolutionfeministe.wordpress.com/2017/08/06/le-mythe-de-la-pulsion-sexuelle-incontrolable/revolutionfeministe.wordpress.com/2017/08/06/le-mythe-de-la-pulsion-sexuelle-incontrolable/
Traducción Maura López
Colaboración: Maite Sorolla
(Suzzane Blac)
El argumento de la pulsión sexual
incontrolable es un cliché central del discurso de legitimación y excusa para
las violencias masculinas. Si solo se trata de responder a la pregunta: “¿las
pulsiones sexuales masculinas son verdaderamente incontrolables?”, la respuesta
es obvia e inmediata: no, no lo son. Porque -a menos que estén locos o
borrachos- los hombres no violan a las mujeres cuando las condiciones externas
no son propicias y si no están casi seguros de quedar impunes (o de creer
estarlo): no violan en público, ya sea en un restaurante, en el trabajo, en una
estación de tren, o en el supermercado. El acting out de un violador ocurre
después de una evaluación de los riesgos y de las posibilidades de éxito. Debe
haber ausencia de testigos (salvo sin son cómplices), relativa debilidad física
de la víctima, que esta esté incapacitada por el alcohol o la droga, etc. Si el
riesgo es demasiado grande, el acting out se suspende. Además, el argumento de
la pulsión incontrolable es igualmente inválido en los casos de hombres que
golpean a sus parejas, según ellos cuando están furiosos no pueden dejar de
golpearlas, pero sí pueden controlarse cuando se trata de su patrón. La
violación no es el resultado de una pulsión sino de un cálculo y hasta de una estrategia.
En cambio, lo que es necesario
analizar más en detalle es el papel que juega este remanido argumento en el
discurso patriarcal y cuál es el mensaje relativo a la sexualidad masculina que
transmite.
Afirmar que las pulsiones
sexuales masculinas son incontrolables es, en primer lugar, plantear un
enunciado paradójico: es sugerir al mismo tiempo que las pulsiones sexuales son
altamente peligrosas, asociales e incluso criminales y sin embargo no pueden ni
deben ser reprimidas: está mal, pero no podemos hacer nada para remediarlo,
“boys will be boys”. No es posible entonces sancionar la violación, el incesto
y la pedofilia, como mucho se pueden canalizar esas «pulsiones» hacia la
prostitución que, en el discurso patriarcal tradicional, existe precisamente
para preservar a las mujeres y los niños de la violación. Lo que constituye una
falacia, dado que no se ha aportado ninguna prueba que indique que la
prostitución reduce la cantidad de violaciones sino que, por el contrario,
diversos estudios señalan que en reglas generales, en las culturas donde hay
más prostitución hay más violaciones. En todo caso, no existe ningún otro
crimen, asesinato, robo, etc, para el cual el discurso dominante diga: es un
delito que no debe ser castigado, en un “delito aceptable”.
«Todos Violadores»
Lo que es más, son los propios
hombres patriarcales los que se describen a sí mismos como depredadores y
criminales sexuales en potencia, es la virilidad en sí misma la que plantean
como esencialmente salvaje, amoral y por encima de la ley. Y nos dicen que no
hay que intentar reprimir sus pulsiones porque sería imposible: esas pulsiones
son naturales, biológicas, hormonales y no se puede ir en contra de la
naturaleza.
Que dichas pulsiones sean
presentadas por el discurso patriarcal como «naturales» apunta a hacerlas
pasar, del mismo modo que a las otras pulsiones naturales—comer, beber, etc–
por necesidades biológicas vitales cuya satisfacción es imperativa, sin la cual
estaría en peligro la supervivencia de los individuos que no puedan
satisfacerlas. A los hombres les gusta insistir en el hecho de que la
no-satisfacción de sus pulsiones sexuales es dolorosa (el síndrome de los
“pelotas explosivas”) y provocaría debilitamiento físico, trastornos
psicológicos y depresión. Esta equiparación de los deseos sexuales masculinos
con necesidades vitales es aceptada como una evidencia en el discurso dominante
a tal punto que justifica la creación de un «servicio sexual» (en claro, la
disponibilidad gratuita de mujeres prostituidas) pagado por los contribuyentes,
del que deberían disponer los individuos inválidos de sexo masculino. Esta
argumentación, en la que se justifica la puesta a disposición de prostituidas
para los inválidos, la pulsión sexual masculina no solo se naturaliza, sino que
además se medicaliza, se trata de un derecho a la salud: ¿quién se atrevería a
negar a un macho que sufre, prestaciones sexuales que le son prácticamente
prescritas por un médico?
El argumento de las pulsiones
sexuales incontrolables opera a favor de la naturalización de una construcción
social; el deseo masculino se convierte en necesidad para conferirle una
evidencia indiscutible. En reglas generales, los dominadores naturalizan los
elementos fundadores de su dominación para ocultar su historicidad y hacerla
parecer inamovible.
¿Quién, ante una tal urgencia
sanitaria, se atrevería a recordar que eyacular no es una necesidad, que nunca
un hombre ha muerto de castidad? Y que aun si admitimos la hipótesis
no-científica de que una descarga regular de los testículos es necesaria para
la buena salud masculina, todos los hombres pueden hacer ellos mismos esta
descarga, incluyendo a los minusválidos—a menos que estén amputados de las dos
manos.
Pero no, para que los hombres se
sientan bien, deben imperativamente eyacular en orificios corporales -vagina,
boca o ano- y no en cualquier orificio, no en los orificios masculinos, única y
exclusivamente en los orificios femeninos. Aún si los individuos de sexo
masculino poseen dos orificios perfectamente idénticos a los femeninos, para
los hombres heterosexuales está fuera de cuestión considerar que puedan servir
a satisfacer sus pulsiones: solo los orificios femeninos están sexualizados en
tanto que los orificios masculinos escapan a esta sexualización. Entre paréntesis,
un participante en Facebook hablaba de “santuarización de la vagina” con
respecto a una denuncia feminista de la noción de “deber conyugal”: para él,
las mujeres no deberían hacer tanta historia cuando son obligadas a tener
relaciones sexuales no deseadas. De hecho, si hay algún orificio que esté
santuarizado, no es la vagina de las mujeres -puesta a disposición de los
hombres por el matrimonio, la pornografía, la violación, la pedofilia y el
incesto- sino los orificios de los hombres heterosexuales, cuyo rechazo a
dejarse penetrar es tan obsesivo como su exigencia de penetrar a las mujeres de
todos los modos posibles.
La noción de pulsión
incontrolable sirve principalmente para eximir de responsabilidad a los
hombres. con esta afirmación de incontrolabilidad, los hombres dicen: hagamos
lo que hagamos, por más atroces que sean los crímenes sexuales que cometemos,
no debemos ser considerados responsables: “no somos nosotros, son nuestras
pulsiones”. Pulsiones de las cuales los hombres hacen responsables a las
mujeres —hasta a las niñas— culpándolas de ser provocativas y tentadoras.
En fin, la noción de “pulsión
incontrolable“ contiene una amenaza: si esas pulsiones salvajes y asociales que
pueden estar dirigidas hacia cualquier blanco no pueden ser saciadas,
constituyen un peligro para el orden público. De manera implícita se perfila el
fantasma de hordas de hombres en celo que inundarían las calles, agrediendo
sexualmente a todo lo que esté a su alcance, incluyendo niñas y mujeres
llamadas “respetables” atentando de esta manera contra la propiedad de otros
dominantes o inclusive contra la de los dominantes mismos.
Por todas estas razones, las
pulsiones sexuales incontrolables serían una realidad inalterable, una
característica que define la masculinidad que deberíamos aceptar sin discutir y
solo podríamos, en el mejor de los casos, organizar su satisfacción de manera
de no perturbar demasiado el orden social. Esto implica obviamente que las
mujeres deberían resignarse a ser violadas a voluntad por los hombres porque
esas pulsiones son más fuertes que todo y nada puede interponerse en su camino:
es inútil resistirse, sométase al derecho de acceso sexual masculino, su
destino inevitable es el de ser penetrada. «Biology is destiny» decía Freud…
(Suzzan Blac)
PULSIONES DE GEOMETRIA VARIABLE
Salvo que esas pulsiones
masculinas no-controlables/no-reprimibles no lo son para todos los machos:
observamos que los comportamientos sexuales delictivos o criminales son
desaprobados y severamente castigados si los perpetradores pertenecen a ciertas
categorías sociales, en particular a las minorías étnicas y/o económicamente
desfavorecidas. Es interesante señalar, con respecto a este tema, que en los
estados esclavistas del sur de los
Estados Unidos, los casos de esclavos negros que hayan violado mujeres blancas,
(mujeres e hijas de sus amos) con las que sin embargo convivían como esclavos
domésticos son casi inexistentes, (el fantasma de los negros violadores de
mujeres blancas se desarrolló a partir de la abolición de la esclavitud para
denunciar como peligrosa la libertad otorgada a los hombres negros). Y si hay
una cierta tolerancia (por solidaridad masculina) hacia las pulsiones sexuales
de los hombres que pertenecen a esos grupos dominados, es solo a condición de
que dirijan sus ataques a mujeres pertenecientes a su misma clase social o su
grupo “étnico”. Sin embargo, si esas pulsiones sexuales quisieran ser saciadas
con las esposas o hijas de hombres de las clases dominantes, estas deben ser
controladas o severamente castigadas. En cambio, observamos que los hombres
ricos y poderosos pueden cometer crímenes y delitos sexuales sin recibir ninguna
condena penal, ni siquiera social -el ejemplo de Polanski, Tron,
Baupin y Dominique Strauss Kahn
nos lo recuerda.
Y obviamente, solo las pulsiones
sexuales masculinas son incontrolables. Cuando se trata de las mujeres, sus
deseos sexuales no son nunca presentados como «necesidades» o «pulsiones» que
no deben ser controladas, al contrario, en la mayoría de las culturas, se hace
todo lo posible para controlar la sexualidad femenina.
En realidad, las pulsiones
masculinas no son incontrolables, son simplemente incontroladas, y son
incontroladas porque los que ejercen el poder no las utilizan para controlarse
ellos mismos, sino para controlar a los dominados. Si los dominados han asumido
tempranamente que no pueden obtener lo que desean, deben aceptar vivir con la
frustración y refrenar sus «pulsiones», de otra manera corren el riesgo de
crearse muchos problemas, los dominantes, en cambio, pueden “gozar sin
restricciones”: los instrumentos de control sexual y social –leyes y normas—que
elaboran no se aplican a ellos. Los deseos sexuales presentados como
necesidades imperiosas y no negociables son característicos de la sexualidad
del dominante: solo los deseos de los dominantes son órdenes. Ser dominante es
poder hacer pasar los deseos por necesidades y las necesidades por derechos. La
noción de “derechos sexuales“ es obviamente inadmisible dado que la sexualidad
implica una interacción con un partenaire: no puede haber “derecho sexual” así
como no puede haber “derecho a la esclavitud”, porque no puede haber derecho a
disponer de otra persona.
Las pulsiones sexuales solo son
controlables y reprimibles para los dominados. Y al ser las mujeres la
categoría más dominada desde hace miles de años, podemos plantear que cuanto
más patriarcal es una cultura, más serán reprimidas sus pulsiones sexuales a
tal punto que se convirtieron en mínimas y hasta inexistentes en culturas donde
la sexualidad femenina se resume a la
prestación de un servicio.
De hecho, si la depredación
sexual masculina es presentada paradójicamente como una “criminalidad buena”
que no debe ser reprimida, es porque es una cuestión central para el
patriarcado por diversas razones que vamos a exponer.
En primer lugar, recordemos que
la noción de crimen no es absoluta ni inmutable, es esencialmente relativa—no
hay crimen en sí mismo: el carácter criminal de un acto no depende tanto del
acto en sí mismo como del valor que se confiere a la víctima y al perpetrador,
y su lugar relativo en una jerarquía. Matar a un negro o a una mujer – con más razón
una mujer negra–, no es como matar a un hombre blanco. Matar a un animal no es
un crimen. La depredación sexual masculina, cuando solo afecta a mujeres, es en
el mejor de los casos “formalmente” criminalizada: concretamente, observamos
que aunque la violación y la pedofilia sean legalmente crímenes, son
generalmente juzgados como delitos- y la gran mayoría de estos crímenes ni
siquiera llega a judicializarse.
En cambio, esta depredación
sexual masculina, cuando se dirige a otros hombres es muy mal tolerada
socialmente. Para empezar porque feminizar a los dominantes haciéndoles padecer
penetraciones, atenta simbólicamente contra la dominación masculina. La idea de
que cada hombre pueda convertirse en presa sexual para otros hombres, es decir,
ser penetrado y por lo tanto ser tratado como una mujer, es literalmente
insoportable en el sistema patriarcal. Esa fantasía patriarcal ansiógena, la
visión de una total anarquía sexual, de una gran orgía indiscriminada donde los
hombres se penetrarían unos a otros destruyendo así la jerarquía de los sexos
que funda el orden social, se conjura a través de la homofobia que estigmatiza
muy fuertemente dichas prácticas entre los dominantes. La agresión sexual
masculina nunca debe estar dirigida hacia otros hombres, esto destruiría la
solidaridad masculina en la cual se basa el patriarcado. Vemos estadísticas que
recuerdan que en los Estados Unidos, cada tres minutos una mujer es violada,
cosa que no indigna a tanta gente y no modifica en nada el orden social. En
cambio, ¿imaginamos las consecuencias sobre la dominación masculina si estas
estadísticas fueron violaciones de hombres por otros hombres?
Recordemos que en las sociedades
patriarcales, las leyes, las instituciones y las prácticas sociales garantizan
y organizan el derecho incondicional al coito para los hombres. Este acceso
sexual garantizado e ilimitado se basa originalmente en las dos instituciones
complementarias del patriarcado: el matrimonio y la prostitución, la mamá y la
puta. Acceso sexual ampliado por el acceso “ilegal” de la violación, la
pedofilia y el incesto, y este invento del patriarcado moderno, la “liberación
sexual” de las mujeres. Pero hay que comprender que este derecho no apunta
solamente a asegurar la satisfacción de los deseos sexuales masculinos, cumple
otra función aún más importante: en primer lugar, cada vez que un hombre
penetra a una mujer se reafirma como dominante, ya que la penetración es por
excelencia el acto que establece como dominador al penetrante y el/la
penetrado-a como dominado-a (no es necesario recordar todas las palabras del
vocabulario popular que establecen esta equivalencia penetrado=dominado:
follar, empernar, empomar, etc). Y cada coito es no solamente una reafirmación
del estatus dominante del penetrador sino del sistema patriarcal en general. Y
cada vez que una mujer se deja penetrar, en la visión patriarcal, reconoce
implícitamente su estatus individual de subordinación y su pertenencia
colectiva al grupo dominado.
Cada penetración es la expresión
sexual de la relación de poder patriarcal entre hombres y mujeres y funciona
para poner a las parejas en su lugar: la mujer abajo, el hombre arriba
(recordemos que la posición del misionero fue impuesta por la iglesia por su
carácter “jerárquicamente correcto”). El coito, acto jerarquizante por
excelencia, tiene un sesgo fundamentalmente político porque es el paradigma
fundador de la dominación masculina. De allí surge la pregunta: ¿se puede
abolir la dominación masculina si la heterosexualidad sigue siendo la norma?
(Suzzan Blac)
Todas las prácticas que degradan
a las mujeres - insultos, humillaciones, torturas - son sexualizadas también
porque son operadoras de jerarquización. La pornografía que pone en escena
todos esos actos representa el paroxismo de esta sexualidad jerarquizante –
como la dominación masculina está cuestionada actualmente, debe ir más lejos y
con más fuerza para reafirmar su poder y re-inferiorizar a las mujeres. Con
este objetivo, esos actos jerarquizantes deben multiplicarse y diversificarse
al infinito, todos los orificios deben ser ocupados, nuevas formas de
degradación deben ser inventadas: debe haber siempre más sexualidad para que
haya más dominación.
Frente a la erosión (relativa)
del poder patriarcal, hay una doble contraofensiva de restauración de dicho
poder: mediante la religión que apunta a devolver a la mujer a su rol de mamá
(reproductiva), la pornografía apunta a devolverla a su rol de puta (objeto
sexual). Las fronteras entre estas dos funciones son porosas, las mujeres se
ven obligadas ahora a asumir las dos.
El COITO ES POLITICO
Lo que enuncia explícitamente el
argumento de la pulsión incontrolable es que el acceso sexual masculino debe
ser incondicional e ilimitado y que nada debe restringirlo, aunque este acceso
sexual implique perpetrar violencias destructivas para las personas afectadas y
con un alto costo para la sociedad. Y correlativamente, que este derecho
incondicional al acceso sexual garantizado a los hombres tiene por consecuencia
que es prácticamente imposible que las mujeres escapen al coito. Pero este
enunciado oculta un hecho fundamental: que este acceso sexual ilimitado no es prioritariamente
una cuestión de satisfacción de las pulsiones, sino de conservación del poder
sobre las mujeres. Como mencionamos anteriormente, en la visión patriarcal una
mujer penetrada es una mujer sumisa. El consejo que daban los sexólogos del
siglo XX a los maridos era la de penetrar regularmente a su mujer para
garantizar su docilidad. Los Munducurus (pueblo del Amazonas) nunca han oído
hablar de sexología, pero uno de sus proverbios dice lo mismo: «domamos a
nuestras mujeres con la banana». De hecho, si la pulsión sexual incontrolable
debe ser aceptada a pesar de ser potencialmente criminal, es porque es parte
integrante y condición misma del ejercicio de la hegemonía masculina. Esta
criminalidad no debe ser reprimida porque es ella la que garantiza en última
instancia la subordinación de las mujeres.
Detrás del pretexto de las
“pulsiones incontrolables”, el mensaje codificado que se envía a los hombres es
“no controlen sus pulsiones, al contrario, denles rienda suelta porque son el
instrumento de su poder, cuanto más penetren a las mujeres, más serán
obedecidos”: es crucial para garantizar el poder masculino que las mujeres sean
“bombardeadas” de penetración. Y en consecuencia, si los actos que confieren la
dominación son la penetración, la invasión, la irrupción y el marcado, un
dominante debe poder efectuarlos lo más frecuentemente posible. De allí el
consumo intensivo de Viagra y de pornografía que, al maximizar las erecciones,
apunta a maximizar la ocupación masculina del cuerpo de las mujeres, por lo
tanto a maximizar la dominación masculina. Las imágenes pornográficas
proporcionan además instrucciones detalladas de como concretar esta ocupación.
Acto jerarquizante por
excelencia, el éxito del coito presupone también la existencia de una jerarquía:
las mujeres emancipadas de la tutela masculina que se comportan como iguales y
no respetan las normas de la femineidad (es decir de la subordinación) no
provocan erecciones —salvo que se trate justamente de castigarlas por su
emancipación; por su falta de sumisión, son consideradas “castradoras”. Las
“brujas”, esas figuras históricas de la rebelión femenina, han sido perseguidas
(entre otras cosas) porque se las acusaba de reducir a los hombres a la
impotencia (incluso de robarles sus penes para coleccionarlos en cajas).
Reducir a los hombres a la impotencia sexual es confiscar su poder, se
considera que la pérdida de poder sexual lleva a la pérdida de poder político
—de allí nuevamente la vital importancia de recurrir a la pornografía y al
Viagra. En realidad, esta reivindicación de la liberación “natural” de las
pulsiones incontrolables no es ante todo una reivindicación masculina al placer
sexual sino una estrategia de dominación.
El ACCESO SEXUAL CONDICIONA LA
DOMINACION MASCULINA
Si para garantizar el poder
masculino sobre las mujeres, los hombres patriarcales deben mantener su
capacidad de penetrarlas lo más frecuentemente posible, la otra condición de
dicho control es que ninguna mujer pueda escapar a esta penetración
Por este motivo se ponen furiosos
cuando las mujeres pretenden negarles este acceso, por ejemplo, defendiendo el
derecho al separatismo y a espacios femeninos no mixtos. Desde este punto de
vista, el movimiento trans puede ser visto como una contraofensiva patriarcal
que apunta (entre otras cosas) a impedir a las mujeres cerrar la puerta en las
narices de los hombres y para encontrarse entre ellas en espacios
exclusivamente femeninos –la reivindicación insistente de los trans es irrumpir
en esos espacios no-mixtos.
VIOLACION Y PROSTITUCION,
CONDICIONES DEL ACCESO SEXUAL ILIMITADO
El matrimonio es una forma
institucionalizada de asegurarse este acceso sexual: en el matrimonio
tradicional, el esposo tenía el derecho legal de tener relaciones sexuales con
su esposa aunque esta no lo deseara y podía exigir su «derecho conyugal» (la
otra cara del «deber conyugal» de las mujeres) mediante la violación si fuese
necesario. La violación formaba entonces parte del matrimonio, era su
fundamento, la noche de bodas no era más que una violación legal -y sigue
siéndolo en muchos países. Pero todavía actualmente en los países occidentales,
el sexo conyugal es presentado como consentido cuando en realidad es
obligatorio.
Pero el matrimonio es
insuficiente para que el acceso sexual masculino sea verdaderamente ilimitado,
debe ser necesariamente completado con otras formas «salvajes» de acceso sexual
para que ninguna mujer pueda sustraerse: la prostitución, la violación, la
pedofilia y el incesto.
Por empezar, porque dichas formas
de acceso sexual amplían la variedad de mujeres disponibles que incluye no solo
a las esposas, sino potencialmente a todas las mujeres ya que la violación por
definición permite el acceso sexual a todas las mujeres, en tanto que la
pedofilia y el incesto la extienden a los niños (el acceso sexual pedófilo
permite el « grooming » precoz de las niñas a la sumisión).
Pero también porque al ser la
penetración/violación lo que define la virilidad, las relaciones aparentemente
consentidas con mujeres, como en el matrimonio, no son suficientemente
superiorizantes para los hombres; Es imperativo que estos puedan tener
relaciones sexuales no consentidas para sentir la totalidad de su poder de
dominante (la industria de muñecas sexuales ha comprendido bien esto y fabrica
muñecas con un ajuste «violación»). El dominante, para gozar plenamente de su
dominación debe forzar a la dominada, no solamente «poseer» su cuerpo, sino
quebrar su voluntad (tener voluntad propia es lo que la define como sujeto). Si
la mujer quiere lo mismo que el dominante –relaciones sexuales–, la voluntad
del dominante no puede afirmarse plenamente. El matrimonio actual «consentido»
ya no procura ese sentimiento de dominación omnipotente, solo la prostitución y
la violación pueden procurarlo: los hombres saben que la persona prostituida no
desea tener relaciones con ellos si no, no sería necesario pagarle. De esta
manera, la prostitución desenmascara la realidad oculta de las relaciones
heterosexuales: la violación de las mujeres es central en el sistema
patriarcal, pero esta violación debe ser presentada como «consentida» en las
sociedades neopatriarcales «de igualdad de derechos» porque se supone que las
interacciones sexuales están basadas en el consentimiento. En las sociedades
tradicionales donde la violencia patriarcal se muestra abiertamente, nadie dice
que la prostitución es consentida.
VIOLACION Y PROSTITUCIÓN
La violación garantiza que
ninguna mujer pueda escapar al acceso sexual: toda mujer está a la merced de
una violación —inclusive una mujer presidenta o primera ministra, por el solo
hecho de que un hombre, aun si está en lo más bajo de la escala social, posee
un pene, posee el poder de poner a una mujer en su lugar de inferior al
violarla. Como tal, la violación es un instrumento esencial de la dominación
masculina: por empezar, sirve para controlar a las mujeres y a garantizar su
docilidad aterrorizándolas. Sobre todo si ninguna mujer puede protegerse
totalmente contra este acceso sexual forzado, ninguna mujer puede ser
verdaderamente considerada como igual a los hombres ya que en todo momento un
macho puede violarla: la violación sostiene la asimetría de poder fundamental
entre hombres y mujeres. Mediante la violación, paga o no, el hombre patriarcal
cuya hegemonía se ve debilitada por los logros feministas se reconstituye como
dominante. Experimenta la dominación masculina plena y completa tal como la
conocen sus ancestros masculinos. Entra en un espacio de no derecho donde puede
negar absolutamente la humanidad y los derechos humanos de las mujeres, lo que
- explícitamente en todo caso—el principio de igualdad de sexos proclamado en
las sociedades occidentales ya no le permite hacer. Los clientes de las mujeres
en situación de prostitución dicen con frecuencia que no sienten verdadero
placer—pero que comprar un cuerpo femenino es para ellos una inyección de pura
dominación, como una inyección de heroína para un drogadicto. Tener una
erección y penetrar a una mujer prostituida, eludir el hecho de que ella no lo
desea pagándole (el que paga manda), cruzar los límites que ella pone al uso de
su cuerpo, humillarla, imponerle prácticas dolorosas o peligrosas, marcarla con
una eyaculación facial, como un perro que hace pis para marcar su territorio es
la apoteosis de la virilidad patriarcal.
(Suzzan Blac)
La prostitución convierte la
violación en algo fácil y sin riesgo al proveer una categoría de mujeres
—pobres, minorías étnicas, etc— para ser violadas: garantiza que en cualquier
lugar, en cualquier momento, cualquier hombre pueda violar sin ninguna consecuencia
penal o social si tiene un poco de dinero para pagar. Además, la relación
sexual con una mujer prostituida maximiza la dominación porque maximiza la
diferencia jerárquica: no solamente la persona prostituida es una mujer, sino
que proviene de un medio social inferior, es más pobre, pertenece a una minoría
étnica: la desigualdad de género se multiplica por la desigualdad de
clase/dinero/ «raza». Es por eso que los hombres se niegan con vehemencia a ser
privados de la prostitución: la abolición los desposee de una parte esencial de
su poder, porque el poder sin abuso de poder no es la totalidad del poder. Solo
la prostitución y la violación permiten a los hombres experimentar la totalidad
de los derechos de acceso sexual que el sistema patriarcal les da sobre las
mujeres, y sienten como una castración que se los prive de una parte de ese
poder: la penalización del cliente constituye un atentado insoportable al orden
patriarcal, y es mucho más grave para ellos que la simple pérdida de los
«servicios sexuales». Cuando los hombres declaran: «Soy un pobre hombre
solitario, solo puedo tener relaciones sexuales con prostituidas», la lectura
es «no puedo encontrar mujeres porque me niego a tratarlas como seres humanos,
cosa que sí puedo hacer con prostituidas».
Por último, el argumento de la
pulsión incontrolable sirve para recordar a las mujeres que esta amenaza de
violación se cierne sobre ellas permanentemente: si los hombres controlaran sus
pulsiones ya no provocarían miedo a las mujeres. Es con su ausencia de control
que los hombres controlan a las mujeres: el argumento del no-control de las
pulsiones sexuales es en si mismo un instrumento de control.
Como el acceso sexual masculino
incondicional es la base de la subordinación femenina, debe ser constantemente
defendido frente a las tentativas feministas de limitarlo, y hemos visto el
papel esencial que juega la pornografía en la contraofensiva patriarcal
alentando a los hombres a maximizar la violación de mujeres y a inventar sin
cesar nuevas formas de violentarlas.
Sin embargo, no es la única razón
de esta constante reafirmación que condiciona el ejercicio de la virilidad, y
de su fragilidad oculta. En la ideología patriarcal, la dominación masculina se
justifica con la afirmación de la superioridad «natural» de los hombres. Pero
si esta superioridad «natural», en cuyo nombre los hombres se reservan la
posesión del poder, debe ser constantemente reafirmada es porque es una
superioridad sin contenido objetivo, una pura afirmación basada en un postulado
falaz: la confusión entre superior y dominante. En el sistema patriarcal, no se
es superior porque se posea (más que las mujeres) cualidades que establezcan de
manera objetiva la superioridad (inteligencia, instrucción, valentía, altruismo
etc) sino que por el contrario es la dominación lo que prueba la superioridad:
se es superior porque se oprime a ciertos grupos, se es superior porque se es
dominante y no dominante porque se es superior. De hecho, las cualidades que
permiten a un grupo oprimir a otro no tienen nada que ver con algún tipo de
superioridad, por el contrario, lo que garantiza el éxito de un opresor es la
ausencia de empatía, la manipulación y la violencia: los hombres patriarcales
dominan a las mujeres por sus vicios y no por sus cualidades, dominan con su
inferioridad.
La superioridad masculina debe
entonces reafirmarse constantemente porque es engañosa y se basa en una
impostura. El patriarcado la naturaliza para presentarla como inalterable, pero
si fuera «natural» no sería necesario reafirmarla constantemente. Y en esta
afirmación de la incontrolabilidad de las pulsiones masculinas, el patriarcado
de forma contradictoria dice a las mujeres: «nuestra dominación (por la
sexualidad) es inamovible pero no intenten cambiarla». De la misma manera que
si la sumisión de las mujeres fuera tan natural, no sería necesario asegurarse
de controlarla constantemente. La superioridad masculina es una afirmación
vacía de contenido que funciona tautológicamente: el patriarcado crea la
realidad con el discurso, detenta el poder de designar porque detenta el poder:
somos superiores porque tenemos el poder de afirmarnos como tales.
Por último, los hombres que
afirman la existencia de pulsiones incontrolables saben muy bien lo que dicen:
saben que la virilidad patriarcal es en si misma criminal y es esta misma
criminalidad la fuente de su poder: detrás del argumento de la pulsión
incontrolable, no es la «naturaleza» que habla, es el patriarcado.
Palabras clave: prostitución,
violación, dominación masculina, virilidad, patriarcado.
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