miércoles, 24 de mayo de 2017

'La prostitución en el corazón del capitalismo'



'La prostitución en el corazón del capitalismo'
 infoLibre adelanta un capítulo del libro de Rosa Cobo que saldrá a la venta este lunes 22 de mayo
Rosa Cobo Publicada 22/05/2017
La escritora feminista Rosa Cobo publica el libro La prostitución en el corazón del capitalismo (Catarata), que saldrá a la venta este lunes 22 de mayo. infoLibre adelanta aquí uno de sus capítulos.
Rosa Cobo es profesora de Sociología del Género en la Universidad de A Coruña y directora del Centro de Estudios de Género y Feministas en esa universidad.

La industria internacional del sexo
La prostitución es el corazón de una industria internacional del sexo que incluye una gran variedad de negocios, desde macroburdeles o locales de striptease hasta editoriales, desde casas de masaje hasta agencias de "acompañantes", desde películas hasta revistas sobre pornografía, sin olvidarnos de las cifras del turismo sexual. La industria del sexo no acaba en el conjunto de negocios que forman parte del sector de la prostitución, pues también otros muchos actores económicos se lucran de esta industria y contribuyen a su apuntalamiento. En efecto, diversos negocios cuya función no está directamente vinculada con la prostitución sirven a sus intereses y también se sirven de esta industria para incrementar sus beneficios. Entre ellos, hay que destacar principalmente hoteles, empresas de bebidas alcohólicas, periódicos, farmacias, taxis o karaokes. ¿Qué ocurriría si las empresas productoras y distribuidoras de bebidas alcohólicas se negasen a surtir a los burdeles o lo periódicos no aceptasen publicar anuncios de locales o pisos en los que se ejerce la prostitución? Lo que quiero señalar es que la prostitución es el eje de todo un sector económico que se articula en torno a los cuerpos de las mujeres prostituidas. El centro de la industria del sexo son los cuerpos de las mujeres, que se han convertido en las mercancías sobre las que se ha edificado esta industria global. Y más concretamente, toda esta actividad económica se sustenta sobre la vagina y otras partes del cuerpo femenino, que se han convertido en el fundamento de un negocio organizado a escala global.

Hasta los años ochenta del siglo XX la prostitución apenas ha tenido impacto económico en las cuentas nacionales. Su dimensión más relevante ha sido la poderosa marca patriarcal sobre la que originalmente se edificó esta práctica social. Sin embargo, la aparición del capitalismo global a partir de los años setenta cambia el rostro de la prostitución y la convierte en parte fundamental de la industria del ocio y del entretenimiento. En efecto, a partir de esa época, al industria del sexo se ha ido globalizando con la ayuda de las redes informacionales, pero también con la contribución de redes criminales.

Hace poco más de tres décadas la prostitución era un conjunto de burdeles con mujeres autóctonas que ejercían la prostitución con encargadas y jefas que gestionaban, a veces paternalistamente, esos pequeños negocios.

Antes existían muchos "clubes de alterne" pequeños. Eran lugares íntimos, casi familiares. Ahora quedan cada vez menos, y los que quedan han vivido una transformación radical, tanto en la forma como en la manera de funcionar. Los pequeños clubes, en su mayoría, están desapareciendo, sustituidos por los megalocales de striptease con show-girls y chicas exhibiéndose con la mínima ropa posible. Son negocios que a veces incluso funcionan con licencia de hotel... Los pequeños locales donde tantas mujeres ejercían de manera más o menos discreta una forma de prostitución light, porque no solamente no estabas obligada a acostarte con los clientes, sino que además podías ganar mucho dinero sin necesidad de ello, son ya cosa del pasado.

En esa antigua forma de prostitución no existían apenas mujeres migrantes, ni tráfico de mujeres para la explotación sexual ni circuitos criminales. En otros términos, ese viejo canon de la prostitución correspondía al capitalismo previo al neoliberalismo, y, por ello mismo, su dimensión más relevante era la patriarcal.

El nuevo canon de la prostitución solo puede ser explicado en el marco de tres sistemas de dominio: el patriarcal, el neoliberal y el racial/cultural. En efecto, varones de todas las clases sociales acceden sexualmente a los cuerpos de mujeres pobres, migrantes y pertenecientes a culturas, razas y regiones del mundo que el Occidente etnocéntrico ha conceptualizado como inferiores. Este es el rostro que ofrece la prostitución en los países con altas tasas de bienestar. En aquellos países con índices de pobreza significativos puede variar el componente cultural o racial en el consumo interno de sexo, pero permanece invariable la explotación sexual de las mujeres por varones de todos los estratos sociales. En efecto, "como en todo fenómeno de prostitución, las minorías étnicas y nacionales están sobreexplotadas". Varones de sus propios países, de regiones próximas y de países occidentales acuden a comprar sexo barato de mujeres que necesitan recursos para sobrevivir. Si bien la marca de clase ha estado presente en la prostitución anterior a la globalización capitalista, en esta época de creciente mercantilización de los cuerpos de las mujeres, la pobreza y la extrema pobreza de las mujeres, es decir, la jerarquía de clase, ha adquirido una dimensión que no tenía en el pasado.

Sorina Vazelina
La globalización económica ha hecho posible que la prostitución se convierta en un lugar de intersección entre el norte y el sur, pues el sur exporta mujeres para consumo sexual de los varones del norte. Y los hombres del norte viajan a países del sur a comprar sexo y ejercer el derecho patriarcal que les autoriza a usar sexualmente a las mujeres en el marco de la prostitución. Esta industria conecta el norte rico y el sur endeudado. Y, además, contribuye a crear una nueva afiliación entre los varones del norte y los del sur. Con más o menos recursos, los varones occidentales comparten con los del resto del mundo la posibilidad de usar sexualmente a las mujeres que el capitalismo neoliberal y los distintos patriarcados han situado en esos lugares acotados para satisfacer el deseo masculino. Incluso en algunos países en los que la prostitución ha sido legalizada, los demandantes no solo creen tener el derecho a usar sexualmente a las mujeres prostituidas, sino que tienen consagrado por ley ese derecho. La cartografía global de la prostitución muestra a varones de los países centrales cruzar regiones e incluso continentes para acceder a cuerpos de mujeres y niñas de otras razas y culturas que solo tienen su cuerpo para sobrevivir. Son migraciones puntuales de los demandantes de prostitución para comprar sexo barato, racializado y, muchas veces, infantil.

La teoría feminista ha propuesto la necesidad de estudiar la política sexual de todas las instituciones para comprender las lógicas patriarcales que habitan en su interior. Pues bien, en este sentido, la política sexual de la prostitución muestra sociológicamente el carácter interclasista de los demandantes y la composición femenina y sin recursos de aquellas que ejercen la prostitución. La lógica patriarcal y la lógica de clase se funden en la prostitución.

La característica más significativa del capitalismo avanzado es su globalización. Y esa exigencia ha llegado a la prostitución. La globalización desactiva las fronteras para el capital y las mercancías. Y la mercancía sobre la que está edificada la industria del sexo, los cuerpos de las mujeres, no pueden permanecer dentro de los límites del Estado nación. Sobre todo porque esa "mercancía" escasea en las sociedades del bienestar y hay mucha disponible en los países con altas tasas de pobreza. Lo que quiero decir es que la globalización de la industria del sexo exige que los cuerpos de las mujeres puedan ser deslocalizados de sus países de origen y sean trasladados a países en los que la demanda no se cubre:

El tráfico, el turismo sexual y el negocio de las esposas que se compran por correo han asegurado que la severa desigualdad de las mujeres pueda ser transferida más allá de las fronteras nacionales, de manera tal que las mujeres de los países pobres puedan ser compradas con fines sexuales por hombres de los países ricos. El siglo XX vio el hecho de que los países ricos prostituyen a las mujeres de los países pobres como una forma de colonialismo sexual.

Como afirmaba en el primer capítulo, siguiendo los análisis de Saskia Sassen, una característica fundamental del capitalismo global es la lógica de expulsiones que pone en funcionamiento para lograr en poco tiempo y sin economías productivas unos niveles de beneficios impensables. Desde este punto de vista, las mujeres prostituidas no solo representan una de las grandes expulsiones del siglo XXI, sino que son sometidas a las mismas reglas que otras mercancías para el consumo. La prostitución es así el máximo exponente de la deslocalización neoliberal, pues las mujeres son trasladadas de los países con altos niveles de pobreza a los países con más bienestar social para que los varones demandantes de todas las clases sociales accedan sexualmente a los cuerpos de esas mujeres. Si bien el cuerpo de las mujeres prostituidas se convierte en una mercancía muy codiciada por los traficantes y proxenetas porque proporciona altos beneficios con bajos costes. Esta forma de funcionamiento del capitalismo, la deslocalización de la producción menos cualificada a países con pocos derechos laborales y altas tasas de pobreza, se ha extendido a las mujeres prostituidas. Sin embargo, esta deslocalización de mujeres para la industria del sexo tiene elementos que la convierten en una auténtica expulsión. Son mujeres expulsadas de su condición de ciudadanía, de sus contextos culturales, de sus entornos familiares y de sus proyectos de vida. Son expulsadas de sus espacios físicos y emocionales y, cuando llegan a los destinos proyectados, ya son seres sin historia; nadie las conoce aquí y tienen que negar lo que son allí, en su país de origen. Por el camino aprendieron a ocultar su historia, y en muchas ocasiones su lengua, como condición de posibilidad para adoptar la nueva identidad que se le ofrece, la de mujer prostituida.

Burdel Chanel. Argentina. Foto elacnasta.com.ar
La prostitución, como hemos dicho anteriormente, tiene tres marcas, sin la identificación de las cuales no es posible la comprensión de esta realidad social: la patriarcal, la capitalista neoliberal y la cultural/racial. En la intersección de estos tres sistemas de poder ha crecido la industria del sexo y han aumentado tanto los consumidores de prostitución como el número de mujeres de las que se alimenta este negocio global. Sin embargo, en estos momentos, la estructura que sostiene esta industria está pilotada por las lógicas económicas que gobiernan el capitalismo global. Solo esto explica los enormes esfuerzos que se están haciendo para que el acceso sexual al cuerpo de las mujeres sea percibido como un asunto de consumo para los varones y de libre elección para las mujeres prostituidas. El imaginario colectivo, resultado en muy buena medida de las estructuras de poder patriarcales y capitalistas, ofrece la imagen de la prostitución como un acto libre de ellas y un acto de consumo de ellos. Dicho de otra forma, las élites dominantes intentan que la prostitución sea vista como un contrato libre entre dos partes que están igualmente interesadas en firmarlo.

Si, como hemos afirmado, la prostitución se encuentra en la confluencia de tres sistemas de poder, el capitalista, el cultural/racial y el patriarcal, el propio título de este capítulo es en sí mismo una propuesta de cómo debe ser interpretada esta práctica social. En efecto, la prostitución es una industria esencial para la economía capitalista, para la economía criminal, para los estados que ven en esta institución una fuente de ingresos públicos, pero también las instituciones del capitalismo internacional, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, que ven en lo que han conceptualizado como industria del entretenimiento y del ocio unos ingresos que pueden garantizar la devolución de la deuda. Poulin afirma que "el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los planes de ajuste estructural proponen préstamos a los estados para desarrollar empresas de turismo y entretenimiento".

Fuente
http://www.infolibre.es/noticias/politica/2017/05/18/la_prostitucion_corazon_del_capitalismo_65209_1012.html




viernes, 12 de mayo de 2017

Por qué legalizar la prostitución es mala idea



Por qué legalizar la prostitución es mala idea
Escrito por Pablo Simón el 30 julio, 2012 en Política

Cuando se habla de la prostitución y sobre qué tipo de políticas se debería emprender al respecto dista de haber un consenso. A izquierda y derecha hay partidarios tanto de la prohibición como de la regulación. Incluso dentro del propio feminismo no hay acuerdo sobre qué tipo de política es deseable. En un principio las salidas regulatorias sobre el tema pueden ser cuatro. La primera es la prohibición tanto del ejercicio como del consumo, algo que ocurre en algunos estados de EEUU. La segunda es la regularización del ejercicio, como pasa en Países Bajos, parte de Alemania, Nevada (EEUU) o Victoria (Australia). La tercera es la vía particular que se aplica en los países nórdicos – especialmente a nivel municipal – la cual pasa por la penalización de los clientes pero no de las prostitutas (la que algunos han llamado la vía abolicionista). Finalmente, una cuarta opción, justo que es la que ha prevalecido en España, es no hacer nada y dejar esta actividad en una especie de vacío legal. Como imaginaréis, este último escenario no es precisamente el preferible así que merece la pena descomponer los argumentos y echar un vistazo a la evidencia empírica para preguntarse: ¿Es buena idea impulsar la legalización de la prostitución en España?

Javier Vanegas
El argumento de la legalización de la prostitución es bastante sugerente y tiene respaldos entre muchos liberales e izquierdistas: Logras hacer transparente una actividad opaca, das garantías sanitarias y de protección a las prostitutas y, de paso, recaudas impuestos y cotizaciones. Dado que es inevitable que exista una demanda masculina de sexo (ya sea por razones biológicas o culturales), el ejercicio de la segunda profesión más antigua del mundo – alguien debió trabajar primero para pagar – es inevitable. Al fin y al cabo, si no se regula lo que se hace es desplazar la prestación del servicio a espacios con menor visibilidad social y con menos garantías sanitarias y sociales. En suma: la demanda de servicios sexuales es inelástica, así que más vale regular la oferta. Sin embargo, los peros a este argumento comienzan cuando se mira la evidencia empírica y se compara entre países con diferentes leyes de prostitución. Reproduzco literalmente unos párrafos del artículo de Victor Lapuente titulado “El liberal, la progre y la prostituta”:

    (…) Pocos años después de la puesta en marcha, en 1999, de una política de penalización al cliente en Suecia, se calcula que el número de prostitutas se había reducido entre un 30% y un 50%, y el de clientes entre un 75% y un 80%.

Por lo tanto la primera evidencia es que la demanda sí que depende del tipo de regulación, por lo que es posible hacer políticas que incidan sobre los demandantes de prostitución. Esto por supuesto, también tiene implicaciones sobre la oferta (sigue):

    La caída de la demanda en países prohibicionistas como Suecia ahoga a la oferta, (…) Así, mientras los traficantes de esclavas sexuales logran introducir anualmente entre 400 y 600 víctimas en Suecia para saciar los apetitos sexuales de aquellos ciudadanos que son capaces de arriesgarse a una pena por comprar sexo, en las vecinas Finlandia o Dinamarca, con la mitad de la población, pero con leyes más permisivas hacia la prostitución, las mafias podrían estar infiltrando hasta 15.000 víctimas al año.

Estos datos ligan con un segundo elemento al que los partidarios de la regulación suele prestar poca atención: el origen de la propia oferta. Casi el 87% de las prostitutas están ligadas a la trata de personas, es decir, a mafias que introducen mujeres provenientes de países de Europa del Este o el Tercer Mundo. De nuevo, la regulación juega un rol crucial en los flujos del tráfico de prostitución tal como muestran estos economistas. En aquellos países en los que existe una regulación más restrictiva las mafias introducen menos prostitutas. Por el contrario, estas mafias operan en mayor medida en aquellos países en los que la actividad está legalizada. La idea es que en los países más permisivos se genera es una divergencia entre dos mercados de prostitución – legal e ilegal – que corren paralelos y se expanden. Un ejemplo claro es que desde que se legalizó la prostitución en los Países Bajos el tráfico de prostitutas ilegales ha crecido un 10%. Además esta regulación tiene la perversión de que, dadas las conexiones de las mafias de la prostitución con el mundo de la droga y la delincuencia, la legalización de esta actividad puede funcionar como una tapadera idónea para el blanqueo de capitales.




Un tercer argumento que se maneja es que la prostitución no supone sino un tipo de trabajo más y que la regulación se debería limitarse a dar carta de naturaleza a esta actividad de libre intercambio. Sin embargo, tal como Gemma Lienas apuntó en su comparecencia ante el Congreso de los Diputados en 2006, esto dista de ser verdad:


   Algunos datos: Entre un 63 % y un 80 % de las prostitutas han sido víctimas de violaciones. Las prostitutas corren un riesgo 40 veces mayor de ser asesinadas que el resto de la población femenina. Más del 68% de prostitutas sufren estrés postraumático. ¿Se puede considerar un trabajo una actividad que comporta tanto riesgo para la integridad de las mujeres?

Este tema no es baladí porque en este tipo de “servicios sexuales” hay una parte vulnerable, potencialmente a merced de otra más fuerte. El intercambio se realiza en la intimidad y es complicado garantizar que no vaya a haber abuso. No en vano, a las prostitutas en Países Bajos se les da cursillos de artes marciales precisamente por el riesgo al que exponen su propia integridad física. Reto a cualquier lector a que encuentre algún tipo de ocupación al margen de la esclavitud que disponga de semejantes estadísticas de maltrato e indefensión.

Finalmente decir que hay prostitutas a favor de la legalización, en particular asociaciones, la cuales en muchos casos reconocidas como interlocutores sociales. En todo caso creo que se pueden poner bastantes peros a la representatividad que tienen del conjunto del colectivo. El argumento moral de la libre disposición del cuerpo por parte de la mujer podría tener sentido en un mundo ideal en el que 8 de cada 10 prostitutas no estuvieran directa o indirectamente bajo el control de mafias nacionales e internacionales. Como no es el caso, dudo mucho que ellas puedan hablar en nombre de esa mayoría de mujeres que han salido engañadas de sus países para ejercer la prostitución, del mismo modo que nada tiene que ver con la prostitución “de lujo”, que se sitúa lejos del alcance de las mafias. Me parecería poco juicioso pensar que porque existan voces minoritarias (y quizá genuinamente libres en el ejercicio) a favor de la legalización se pudiera extrapolar la demanda al conjunto del colectivo.

En mi opinión los argumentos a favor de la legalización de la prostitución son muy difíciles de sostener con evidencia empírica en la mano. Primero, porque es falso que la demanda de prostitución sea inelástica y no se pueda incidir sobre ella. Segundo, porque la legalización no sólo no aflora el mercado negro de la prostitución sino que lo expande y engorda a las mafias que se nutren de él. Tercero, porque la prostitución se parece más a una forma de esclavitud que a un trabajo remunerado ordinario a tenor de sus secuelas. Y por último, porque las organizaciones de prostitutas que defienden la legalización no se parecen en nada a la inmensa mayoría de damnificadas por la explotación sexual.

Desde mi punto de vista, y con lo que nos señalan también otros estudios, las políticas más efectivas sobre la prostitución son las que se plantean en los países abolicionistas del norte de Europa: sanción a los proxenetas y usuarios, dando una vía de salida y reinserción a la prostituta, la victima genuina. La prostitución supone en casi todos los casos una cosificación de la mujer y es una actividad que se mueve en la periferia social, entre la marginalidad y la delincuencia. Cualquier política pública que quiera abordar este tema debe tener presente que la principal prioridad es la defensa de la mujer, de ahí que crea que la mejor manera de hacerlo sea penalizando la explotación sexual y no dándole carta de naturaleza.

Fuente
http://politikon.es/2012/07/30/por-que-legalizar-la-prostitucion-es-mala-idea/






Vídeo: cómo ser un buen proxeneta




Vídeo: cómo ser un buen proxeneta
 Redacción Tribuna

El siguiente vídeo lo ha subido a YouTube Isabel Ocampo, y lo grabó durante el proceso de elaboración de su película EVELYN.
En el vídeo, el actor Adolfo Fernández recibe indicaciones por parte de un proxeneta real de cómo interpretar bien su papel de Ricardo en la película.
“Las mujeres no son cosas, son personas con cerebro y las tienes que manipular… A algunas tienes que hablarles bien, a otras mal, a otras intimidarlas y a otras darle mucho cariño. ¿Con qué fin? Sacar el dinero a todo. No me considero ni más bueno ni más malo”.

Prostitución: ayer y hoy



Prostitución: ayer y hoy
Silvia Chejter

Resumen

El artículo revisa los relatos y debates en torno de la prostitución, que tuvieron lugar en Argentina a fines del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan actualmente a nivel nacional e internacional. Los ejes en torno a los cuales giran estos debates son: la pobreza como “causa” o “explicación” de la aceptación de las prácticas prostituyentes, el rol que debe cumplir el Estado -reglamentar y controlar, o bien abolir, prohibir y castigar, oponerse o preocuparse por su visibilidad-, la impunidad y el poder de las organizaciones proxenetas, los vínculos con el poder político, la libertad coerción a las mujeres, el trabajo, la violencia, etc.



El análisis comparativo de los relatos y los debates en torno de la prostitución, que tuvieron lugar en Argentina a fines del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan actualmente a nivel nacional e internacional, es decir casi un siglo y medio más tarde, debieran dar cuenta sobre qué ha permanecido y qué ha cambiado en esos discursos (Chejter, 2005).

Burdeles y tiendas.Paseo 9 de julio (hoy Av Alem) Bs As
De ellos se desprende que persisten posturas y polémicas en torno a varios ejes. Entre otros, la pobreza como “causa” o “explicación” de la aceptación de las prácticas prostituyentes, el rol que debe cumplir el Estado -reglamentar y controlar, o bien abolir, prohibir y castigar, oponerse o preocuparse por su visibilidad-, la impunidad y el poder de las organizaciones proxenetas, los vínculos con el poder político, la libertad coerción a las mujeres, el trabajo, la violencia, etc. En este artículo, voy a tomar sólo uno de estos ejes, la intervención del Estado.

Hoy, como hace ciento cincuenta años, se sigue discutiendo si el Estado debe abolir o bien supervisar y reglamentar la prostitución. ¿Debe liberarla o reprimirla, castigar sólo a los clientes o también a las mujeres, a los proxenetas o a todos, o a ninguno? ¿Debe responsabilizar a la miseria, a la sociedad toda, a la biología de los varones?, etc. En la Argentina los debates parlamentarios de las últimas décadas del XIX y primeras del XX giraron en torno a si se reglamentaba o no la prostitución. Cuando se la reglamentó, fue sobre la necesidad de controlar a las mujeres prostituidas, coincidiendo en esto tanto los partidos conservadores como los socialistas.

Muy pocas voces –como la de la médica feminista Julietta Lanteri-, consideraron que ninguna ley debía legitimar la prostitución.

Entre una de las primeras disposiciones que combatió el proxenetismo cabe mencionar la Ley Palacios Nº 9143 (nombre del diputado socialista Alfredo Palacios). Sin embargo, como dice el Comisario Julio Alzogaray: “Sus disposiciones tienden a reprimir el ejercicio de la prostitución en beneficio de terceros o cuando se practique por menores de edad. Sin embargo una vez en vigor, con las modificaciones introducidas al proyecto original sus alcances distaron de surtir los efectos que el autor se propuso ya que reiterados fallos judiciales demostraron su inocuidad” (Alzogaray, 1933: 111-112).

Hubo numerosas ordenanzas municipales que regularon la prostitución. En 1875 se dictó un Reglamento, que recién fue derogado en 1935. Durante esos años se permitió el funcionamiento de prostíbulos –o casas de prostitución, como se las llamaba-, que sólo podían estar regenteados por mujeres.[1] La derogación de este reglamento en 1936 significó que muchos prostíbulos pasaran a funcionar de manera clandestina, otros se cerraron y se reabrieron bajo nuevas fachadas.

Es decir que el fin del reglamentarismo no significó el fin de la prostitución sino su reorganización. Con el “Código Penal promulgado el 29 de octubre de 1921, aún vigente, sucedió algo parecido. Después de la laboriosa tarea de la comisión parlamentaria se llegó a conclusiones terminantes en el capítulo relativo a la prostitución, el rufianismo ya no sería posible /.../ pero antes de convertirse en ley el proyecto sufrió modificaciones que lo hicieron tan inocuo como el anterior” (Alzogaray, 1933:112). Así, en la Argentina el poder estatal a través de sus legisladores ha oscilado a lo largo de casi dos siglos entre el abolicionismo y el reglamentarismo.

La prostitución. Pedro Lobos

Simmel, uno de los pocos filósofos que consideraron que la prostitución podía ser un tema filosófico, sostuvo que no era posible hablar de la vida y de la muerte de los individuos, sin hablar de las prácticas prostituyentes. Señaló que: “Frente al mandato moral de Kant de que nunca hay que usar a un ser humano como mero medio, sino reconocerlo en todo momento como fin, la prostitución implica el comportamiento absolutamente opuesto en relación a las dos partes que intervienen. De entre las relaciones mutuas de los seres humanos, la prostitución es el caso más patente de una degradación recíproca al carácter de puro medio y este puede ser el elemento más fuerte y más profundo que la sitúa en conexión estrecha con la economía monetaria, esto es con la economía de “medios” en sentido estricto” (Simmel, 2002: 188). Sin embargo cabe preguntarse ¿cuál es la correspondencia del mandato ético de Kant con los fundamentos de una sociedad patriarcal? ¿Es posible exigir o esperar el éxito del cumplimiento de tal mandato en sociedades como las nuestras? ¿Es posible esperar la erradicación de la prostitución en una sociedad que siga siendo patriarcal?

Hoy como ayer, organismos internacionales -como los que describe Albert Londres (1994) de los años 20-, siguen realizando investigaciones y, por utilizar la expresión de Julio Alzogaray, podría decirse que con efectos igualmente inocuos.

“Desde hace tres años la Sociedad de las Naciones lleva en secreto una amplia investigación sobre la Trata de Blancas. Ha enviado comisarios al Extremo Oriente, a Canadá, a América del Sud, a Oriente. Estos comisarios se han paseado por todos lados. Han aspirado el polvo, sino el de las rutas, el de los legajos. ¡Han buscado la verdad en los legajos! Eran demasiado serios para buscarla en otro lado. Razón por la cual no la encontraron, ya que no es en los legajos donde está. Los legajos no se constituyeron nunca para combatir la trata de blancas, sino para deslindar la responsabilidad de los funcionarios encargados de combatirla” (Londres: 237).

La crítica de Londres a estas políticas es retomada por Janice Raymond (1999: 40) de otra manera. Cuando analiza las políticas estatales, comenta que el Premio Nobel de economía Amartya Sen, refiriéndose a las hambrunas, dice que no se deben a la falta de alimentos sino al hecho de que los gobiernos no realizan las elecciones políticas que las hubieran evitado y erradicado ni intervinieron eficazmente en la protección de quienes resultan más afectados por ellas.

Raymond traslada este razonamiento al tema de la prostitución y afirma que el hecho de que la prostitución sea una industria tan floreciente muestra que tampoco en este caso los gobiernos han hecho las mejores elecciones para eliminarla, aunque reafirmen su voluntad de hacerlo. Se podría pensar que el fracaso de las políticas para erradicar la prostitución es el resultado de iniciativas políticas equivocadas o insuficientes.

Sin embargo, es posible preguntarse si, más allá de los propósitos que se proclaman con tanto énfasis en foros nacionales e internacionales, se trata en verdad de malas elecciones, de estrategias equivocadas, o bien si lo que expresan es, en realidad, una escasa voluntad para erradicar la prostitución.

En los últimos tiempos, los discursos feministas –en distintos países- han comenzado a replantearse las prioridades y las políticas estatales para el enfrentamiento de las prácticas prostituyentes: la defensa de las mujeres prostituidas, la denuncia del proxenetismo pequeño o grande, la denuncia de la ineficacia de las leyes, la consideración de mujeres prostituidas en términos de violación a los derechos humanos.

Retomando la antorcha encendida por Sor Juana de la Cruz (“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”) se está comenzando a considerar la demanda, es decir, los clientes, como el tema esencial para encarar la erradicación de estas prácticas.

Esta posición apunta también a responsabilizar a los varones, al machismo y al estado patriarcal que los cobija y los defiende. Recordemos a Londres cuando plantea que aún si no hubiera pobreza, mientras haya demanda, habrá prostitución.

Rara vez se reconoce que la demanda crea el mercado, promueve el reclutamiento, la organización y la  generación de las condiciones de posibilidad del “negocio/industria de la prostitución”.

Citemos a Donna Guy:

“A diferencia de los protestantes ingleses y los judíos europeos -que eran los que más reaccionaban y denunciaban la trata de blancas-, pocos argentinos pensaban que era necesario o prudente desembarazar a la sociedad de la prostitución /.../ Para aquellos que no podían evitar el sexo, en Corintios I,7-9, se aconsejaba el matrimonio.

Sin embargo ya San Agustín y Santo Tomás de Aquino habían considerado que la prostitución femenina aunque repugnante, era necesaria.

Por ejemplo, San Agustín creía que la eliminación de los burdeles daría lugar a la proliferación indiscriminada de la lujuria /.../ De acuerdo con su criterio era mejor tolerar la prostitución /.../ que enfrentar los peligros que podrían surgir  con la eliminación de las rameras de la sociedad.

Santo Tomás extendió la perspectiva de San Agustín y comparó la prostitución con una cloaca cuya supresión podría dar lugar a la contaminación del palacio. Asimismo esta supresión podría fomentar las prácticas homosexuales” (Guy, 1991).

¿Podrían expresarse mejor las razones por las cuales, hoy como ayer, la prácticas prostituyentes, aunque repudiadas, prohibidas  y reprimidas, son en la práctica, toleradas?

Zigmund Bauman dice:
“Es más peligroso no plantear ciertas preguntas que dejar sin respuesta algunas de las preguntas que se consideran políticamente relevantes. Plantear malas preguntas conduce a menudo a cerrar los ojos sobre los verdaderos problemas”.

Entonces, no cuestionar la realidad misma de las prácticas -la cultura que las hace posibles- lleva como consecuencia lógica e inevitable no cuestionar el rol de demanda.

Es decir, ¿no cuestionar una sexualidad que se asocia al poder, con o sin dinero, no es cerrar los ojos al verdadero problema?

Como señala Françoise Collin:“Estamos allí frente a un problema constitutivamente disimétrico /…/. Esta disimetría es un hecho secular mediante el cual los varones se aseguraron desde siempre el acceso al cuerpo de las mujeres para objetivos de goce o reproductivos. La regulación de esas relaciones mediante las leyes del matrimonio, constituyentes de la sociedad, concierne exclusivamente la dimensión reproductiva; la dimensión del goce ha sido siempre extra conyugal para los varones, como lo atestigua la sociedad homosexual, esencialmente pederasta, de la antigua Grecia. Sea como fuere, el goce -en todo el sentido de la palabra-, del cuerpo del otro es un componente más de la jerarquía. Y el intercambio de las mujeres por parte de los varones, según Levy-Strauss estructura todas las sociedades” (2004).

En las relaciones prostituyentes se conjugan dos estructuras: la del poder económico y la del poder sexual. Las más férreas leyes del mundo globalizado en el que nos toca vivir, no han anulado las viejas lógicas del poder sexista, más bien se han montado sobre ellas.


El sexismo de hoy y de siempre es el que permite a los varones asegurarse el acceso al cuerpo de las mujeres.

Como dice Carole Pateman,“El pacto original es tanto un contrato social como sexual: es sexual en el sentido patriarcal –el contrato establece que los varones tienen derecho sobre las mujeres- y también sexual en el sentido de que establece el acceso de los varones al cuerpo de las mujeres. El contrato original crea lo que se podría llamar, siguiendo a Adrienne Rich, la ley del derecho de los varones al sexo” (Pateman, 1996: 9).

Que existan espacios de placer -‘casas de placer’ como se les llama a los burdeles- está dentro de esa lógica.

La dominación masculina se apoya en una representación del deseo masculino; deseo que preside no sólo el desarrollo de las formas prostibularias más tradicionales sino que genera formas más nuevas -agencias de acompañantes, eros center, shows para voyeurs, etc.-, que al menos en Argentina coexisten con las formas más tradicionales, los burdeles cama adentro o prostíbulos exclusivos para personal militar.

Prostituir mujeres fue y es una práctica de la vida cotidiana, en la paz y en la guerra. Si algo cambió en la actualidad en torno de la censura, que podría haber formulado una sociedad puritana en contra de los hombres que frecuentaban “las mujeres de mal vivir”, es sobre todo la difusión de un lenguaje travestido con un ropaje mercantilizado.

La violencia de la explotación sexual está enmascarada en una relación contractual entre sujetos supuestamente iguales.

Sin demanda no existiría la oferta de cuerpos para usos sexuales y tampoco esa demanda tendría posibilidades de subsistir sin una tácita aceptación del derecho de los varones a convertir a sus semejantes en no-sujetos.

Es decir, en meros objetos de goce sexual, por más que la sociabilización de este intercambio se legitime a menudo como un intercambio de placer por dinero (placer para el cliente y dinero para quien es prostituida y/o para sus explotadores, directos e indirectos).

Pensarlo como un intercambio entre iguales constituye notoriamente una ficción.

La cultura patriarcal en la cual se basan nuestras sociedades moldea las subjetividades, imprime un sello a sus representaciones y acciones. La institución de la prostitución es un emergente de esta cultura. Mientras no se alcance un giro copernicano respecto de esa cultura, no podemos esperar grandes transformaciones. Sólo habrá políticas paliativas, como las actuales, que oscilen entre la permisividad y la represión, que logran cambios que no lo son en profundidad y que poco afectan, en palabras de Marie Victoire Lois, al sistema proxeneta.

Debemos preguntarnos, entonces, si no ha llegado quizás –a comienzos del siglo XXI- el momento de poner frente a su responsabilidad a quienes se consideran titulares del derecho  incuestionable de uso de mujeres como objetos sin sujeto, en esta violación de los derechos humanos esenciales de las personas cualquiera sea su edad, de proponerse lograr una cultura sin violencia y sin prostitución.

Hoy como ayer coexiste un doble discurso.

La idea de que la prostitución es un “mal” tuvo y tiene alto grado de consenso. Considerada muchas veces un “mal necesario”, perdura en las sociedades patriarcales de hoy como un “derecho adquirido a prostituir” de los varones.

Idea que siempre ha coexistido con la reprobación moral, ayer, como un atentado a los derechos humanos, hoy. Pero hoy como ayer en la Argentina, prostitución persiste.


Bibliografia

-A.A.V.V. (1992) La politique du texte, enjeux sociocritiques, Presses Universitaires de Lille.

-Alzogaray, J. (1933), Trilogía de la trata de blancas. Rufianes, Policía, Municipalidad, Buenos Aires.

-Collin, F. (2004) Aproche politique de la prostitution . La prostitution entre contrat social et contat comercial, mimeo.

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nota biográfica:

Silvia Chejter, Socióloga. Docente e investigadora de la carrera de sociología de la Universidad de Bs As. Ha realizado investigaciones y publicaciones en las temáticas: teorías feministas de
la violencia, globalización y nuevas formas de violencia hacia las mujeres, protagonismo de las mujeres en movimientos sociales, etc. Autora de libros y artículo, es además editora de Travesías, temas de debate feminista contemporáneo, publicación anual. (Cf. www.cecym.org.ar). Consultora de Naciones Unidas y Unicef para estos temas.



[1] En la ordenanza de la ciudad de Buenos Aires ( en el resto del país eran similares) se establecía cómo debían ser las ‘casas de prostitución’ , su localización (a no menos de dos cuadras de templos, teatros y escuelas), quienes debían regentearlas (sólo mujeres) las normas de higiene y seguridad municipal; establecía además que las mujeres debían ser mayores de 18 años (la mayoría de edad en el Código civil era de 21 años, de modo que la prostitución de menores estaba legalizada) y someterse a inspecciones y reconocimientos médicos. Regía la obligación para las casas de prostitución’ de llevar registros de las mujeres. Se prohibía la prostitución clandestina, es decir aquella “que se ejerce fuera de las casas de prostitución toleradas por el reglamento. En 1936 se dictó la Ley 12331 de profilaxis venérea y examen prenupcial obligatorio, de carácter abolicionista y aplicable a todo el país, que derogaba todas las ordenanzas anteriores.

Labrys
estudos feministas/ études féministes
agosto/dezembro 2005 -août/ décembre 2005