Prostitución: otra cara de la desigualdad de género
04 marzo 2015 Eva Peruga Sales
Detrás del negocio de la
prostitución no hay trabajadoras del sexo liberadas gracias a la legalización o
la irrupción de Internet, sino sociedades donde el hombre y las mujeres no
tienen el mismo valor.
Las obras de ficción reflejan el
momento cultural en el que se crean. La película estadounidense Pretty Woman,
interpretada por Richard Gere y Julia Roberts, muestra así los 90 en los que la
aparente liberación general de la moralina cubre a la sociedad con la idea de
que ser puta es como ser ingeniera o vendedora. La prostitución queda
oficialmente “legitimada”, asegura Juana Gallego, autora del libro Putas de
Película (Luces de Galibo). Con el objetivo de los hombres, la cinematografía
reproduce los estereotipos generados por la construcción masculina de la
sexualidad, en la figura de la prostituta, resume la profesora de Periodismo de
la Universitat Autònoma de Barcelona. No diseccionamos en este artículo la
producción Pretty Women, aunque en el ejercicio descubriríamos uno de los
puntos más sórdidos y silenciados de la prostitución: la violencia. Es una
constante que resulta difícil de encajar en el escenario de libertad y
romanticismo con el que se pretende visualizar la prostitución. La idea de que
esta es una expresión de injusticia y de dominación de las mujeres no ocupa la
centralidad de los mensajes de las obras de ficción, de la publicidad o de la
mayoría de los mensajes de los medios o las redes sociales.
De hecho, la incorporación del
último arquetipo, recogido también en el citado libro, la de la prostituta
liberada ocupa desde hace unos años el centro de la batalla económica,
trasladada al ámbito público por los medios de comunicación y por variopintas
investigaciones. Liberada de libertad, libertad de mercado, bajo la que vive la
presunta transacción en la que la mujer se enriquece, zanjando así la situación
como beneficiosa y equilibrada sin debatir la causa personal o social. Hay
trampa. Y manipulación a través de una perspectiva que, en realidad, defiende
el statu quo. Al evocar el derecho a pernada de los señores feudales a todos se
nos ponen los pelos de punta, aunque la expresión se conserva para prácticas de
violencia sexual o servidumbre sexual marcadas por la dominación de la
autoridad. El camino recorrido para identificar, sacar del silencio y aislar
socialmente a la violación, incluida como arma de guerra, no se ha logrado
concluir con la prostitución en muchos países. Pero la dimensión de género
cuenta al considerarse el cuerpo de las mujeres como una propiedad social y no
individual. Sus cuerpos son campo de cualquier batalla. La libertad, en
realidad, solo la ejerce una parte, justo la que rige la sociedad, la
masculina. Y no quiere perderla. Incluso, para ello, mira al pasado. Para
Alexandre J. B. Parent-Duchatelet y Cesare Lombroso, en el XIX, las prostitutas
eran necesarias y constituían una especie de desagüe por el que circulaban las
necesidades sexuales masculinas, por el bien de las mujeres normales. Hace un
siglo en Europa la prostitución era común y legal. Hasta que la ONU dio una
primera señal de alerta: “Los burdeles provocan una petición constante de
nuevas víctimas… esta demanda, a la que responden los traficantes, alumbra la
trata, tanto nacional como internacional”. ¿De qué año hablamos? De 1929.
Saltamos hasta 2015 para decir, con pesar, que sin la laxitud general hacia la
prostitución y el comercio del sexo, la trata de seres humanos no hubiera
alcanzado las dimensiones actuales, especialmente en Europa. Según un informe
de la ONU de 2009, el 59% de las personas víctimas del tráfico son mujeres, el
17% niñas, el 14% hombres y el 10% niños. Y, lean con atención, según un
informe de Euroestat de 2013, el 61% de estas víctimas identificadas en la UE
procedían de los países miembros, principalmente de Rumanía, Hungría y
Bulgaria. La mayoría son mujeres y niñas reclutadas para su explotación sexual.
Esta nueva esclavitud responde, en definitiva, a un criterio de mercado: a más
demanda, más recursos se necesitan.
El cuerpo como mercancía
¿Cuál es, pues, uno de los puntos
claves? La consideración de lícita de esta demanda. Si nos ceñimos a la trata
de personas, ¿cómo se puede luchar contra ella mientras se normaliza ese
comercio? Según datos de la ONU, las redes de trata de seres humanos para la
explotación sexual mueven en el mundo 25.000 millones de dólares anuales.
La mercancía ha estado siempre
ahí. Pero la creencia de que la prostitución es inevitable alimenta uno de los
mitos. Hay que preguntarse a quién beneficia este mito. Sus propagadores
ironizan con los propósitos de los abolicionistas como si de puritanos rancios
se tratara. Estos responden que abolir no es sinónimo de erradicar mientras el
mundo persigue otros objetivos menos alcanzables. Miremos las cifras. Entre el
67% y el 80% de las prostitutas en las principales capitales europeas son
extranjeras de países más pobres o simplemente pobres. Así que no debe ser una
actividad cualquiera para la inmensa mayoría de ellas, incluso si ustedes
prefieren fijarse en las que no son víctimas de la trata, porque si fuera
normal no existiría la división norte/sur. En última instancia es el último
clavo al que agarrarse cuando no hay recursos y sí violencia y abusos. En un
reportaje de la televisión francesa, escucho a una prostituta categórica: “Es la elección de vivir, no de
prostituirse”. Ahí las investigaciones hechas nos dan el marco referencial
de estas mujeres, jóvenes o niñas. Llegan a la prostitución desde una situación
de violencia y la ejercen sometidas a ella, siendo los clientes los principales
causantes, según las investigaciones. A pesar de ello, en la mayoría de las
legislaciones, no se responsabiliza al colectivo como agresores. Este es un
testimonio anónimo: “Las consecuencias de ser comprada y deshumanizada, sea en
una acera o en un prostíbulo y ser considerada como un objeto son las mismas”.
La conclusión es desgarradora: “Él se cree con derecho. No piensa en lo que
siente su mercancía. Ha pagado por ello”. A las personas que adhieren a esta
práctica el término libertad, se las puede invitar a separar el cuerpo de uno
mismo. Tu cuerpo es la mercancía y mientras las vendes ¿tú dónde estás?
Detallar la lista de las consecuencias de este acto de libertad -al que añaden
de agrado por ser de libre elección- sobre la persona resulta imposible si
disociamos la mercancía de la persona.
Holanda, un feo escaparate
Pasemos dentro. Su hija o su
hermana se mueven con desparpajo en la vitrina del barrio rojo de Ámsterdam. En
la calle un grupo de turistas, incluido un menor de 12 con tarifa descuento por
su edad para entrar al espectáculo, se pasean y ríen. No es un delito, no es
una violación de los derechos humanos, no es violencia contra las mujeres.
Desde que Holanda aprobó en 2002 la legislación que considera la prostitución
como un oficio cualquiera, solo entre el 4% y el 10% de las prostitutas se han
acogido al estatus legal y las mafias han acrecentado su poder en la zona.
Holanda buscaba entonces una medida para sacar de la marginalidad a las mujeres
y liberarlas de la mafia. Pero los países que siguieron este camino, como
Alemania, donde los burdeles y las prostitutas pagan impuestos, se han
convertido en un de las grandes rotondas del tráfico sexual en Europa. Algunas
ciudades alemanas cuentan con más de 300 prostíbulos. En estos Estados solo se
castiga el proxenetismo en el marco de una prostitución “forzada” o “bajo
restricción”. En este último término se cuela la trampa puesto que la
“restricción” a menudo es de orden económico.
Como recoge el protocolo de
Palermo (2000), el consentimiento de una víctima no existe cuando se
identifica, por ejemplo, “la amenaza del recursos o el recurso a la fuerza, el
fraude, el engaño, el abuso de autoridad o de una situación de vulnerabilidad…”
El criterio de referencia es el mal provocado a la persona, no su
consentimiento. Si no ponemos este consentimiento en contexto, ¿cómo apelar
luego a la libertad? De esta manera las propuestas legislativas de Holanda,
Alemania, Dinamarca o Suiza no han sido suficientes. Desde la experiencia habla
Donia: “Hacer de la prostitución un trabajo legítimo no para la violencia
contra las mujeres en la industria del sexo, el trato es horrible y brutal. Lo
legalizan y dejan que las mujeres sigan igual sin control. Cuando estás
legalizada e institucionalizada, no te protegen, no se borra el mal. Es como si
no hubiera mal porque el mal en sí ya ha sido legalizado”. La fiscal sueca Lise
Tamm plantea: “En las vitrinas de Ámsterdam vemos mujeres y nunca hombres. ¿Por
qué?”
¿Miran diferente los suecos?
Anteriormente la prostitución se
abordaba como delincuencia y se aplicaban teorías de la delincuencia social,
considerando a la prostituta como un ser marginalizado. Pero, a mediados de los
70, los investigadores empezaron a estudiar la prostitución como parte de la
sociedad. De esta manera, pasó a ser un fenómeno que afecta a toda una
sociedad. Pero el clic más importante en la manera de analizar la prostitución
lo hizo Suecia que, con ello, abrió otros ángulos desde los que miran otros
países. Su novedad más significativa impacta por su lógica: la prostitución se
basa en la desigualdad de género. Esta es una reflexión demoledora: “Si
encontramos normal comprar una relación sexual con una chica. Penetrarla
sabiendo que lo acepta porque debe hacerlo, porque no tiene otra elección. Esto
es pensar que hombres y mujeres no tienen el mismo valor. Y, si fuera normal,
veríamos a tantos hombres como mujeres prostituyéndose; a tantas mujeres como
hombres pagando por ello.
La novedad sueca hace del valor
igualitario un símbolo. Puede que haya personas que ejerzan la prostitución con
total libertad, pero ese no puede ser un proyecto de sociedad ni la
prostitución el lugar deseado para las mujeres. No es casualidad que este
cambio de perspectiva tenga lugar en Suecia, donde las políticas de género han
situado al país nórdico al frente de los esfuerzos mundiales legales, políticos
y sociales para conseguir una sociedad más igualitaria e inclusiva. Ejercer la
prostitución no es ilegal, recurrir a ella sí. Visibilizan a los clientes, el
último eslabón de la cadena y responsable de la demanda. La fiscal Tamm sigue
el hilo: “Es su dinero [el de los clientes] el que nutre el crimen organizado,
por lo que no hay que olvidarlo. Y tampoco hay que olvidar que la legislación
persigue a los compradores de sexo que explotan a las personas vulnerables”. La
ley sueca de 1999, que arrancó con reticencias y ahora cuenta con un 80% de
apoyo, ha sido bautizada en algunas ocasiones como “la ley de la paz de las mujeres”.
¿Qué dice? “El que en base a una remuneración se procure una relación
ocasional, será condenado -si el acto no estuviera penado con castigo por el
Código Penal- a multa o prisión de seis meses como máximo, por la compra de
servicios sexuales”. El foco experimenta un cambio radical: de quien vende a
quien compra. Y, para estos compradores existen las John Schools, centros de
reeducación para prácticas pedagógicas.
No se restringe a su represión o
la condena del tráfico de mujeres y niñas para ejercerla, sino que se trata
como una de las formas más descarnadas de la desigualdad. El abolicionismo de
Suecia no es una idea ingenua sobre la erradicación de la prostitución pero sí
una posición firme para cambiar las mentalidades, para la toma de conciencia colectiva
del respeto a las mujeres. En esta línea, el Parlamento Europeo quiere que el
modelo sueco se adopte en la Unión Europea. Como dijo el dominico
Jean-Baptiste-Henri Dominique Lacordaire en el XIX: “Entre el fuerte y el
débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el servidor, es la libertad la
que oprime y la ley que libera”.
La aceptación ética de la
explotación sexual de las mujeres no se inclina realmente por la libertad. Ante
esa alusión, los expertos ponen el grito en el cielo. Yves Charpenel, el
magistrado francés que preside la Fundación Scelles, advierte de los errores en
el análisis: “La proporción de lo que llamamos prostitución consentida o
tranquila, que hacen (habitualmente) mujeres francesas que trabajan por cuenta
propia, se reduce al mínimo. Y la prostitución forzada, ampliamente dominante,
es a la vez un mercado y un crimen”. ¿Cuál es el producto de este mercado? Los
seres humanos. Para la llamada industria del sexo, un producto altamente
rentable. Las mujeres no se libran de la violencia y muchas dudas del propósito
social para darles alternativas: ¿Para qué los programas de salida si es un
trabajo como cualquier otro?
El negocio es el negocio en el
corazón de las políticas económicas neoliberales. Y, en consecuencia, ese
dinero que circula por los circuitos de la criminalidad, un 0,35% del PIB
español en 2010, según datos del INE, no podía quedarse al margen de los
grandes números.
Desde septiembre de 2014, todos
los países de la Unión Europea deben incorporar a la estimación de su PIB los
flujos procedentes del dinero sucio como prostitución y narcotráfico. En plata
significa que muchos países utilizan esta legalización para mejorar su imagen
económica. Triste ardid. La pregunta vuelve a ser la misma: ¿qué proyecto de
sociedad deseamos? ¿Cuenta de resultados versus ética y progreso social?
Internet no salva, condena
El planteamiento mercantilista en
boga, identificado con un mercado de libre competencia, pretende consolidarse
ahora con el impacto de Internet sobre la prostitución. Si enfocamos esta nueva
realidad con la perspectiva sueca, nos encontramos con pocos cambios. Una acera
o un ordenador no aportan nada nuevo en el criterio de igualdad o la naturaleza
de la sociedad a la que aspiramos.
Incidir en el debate sobre la libertad
de acción de las prostitutas ayuda a la consolidación del modelo de
demanda/oferta, en la que la mercancía es un ser humano. Banalizar esa pequeña
circunstancia para consolidar la propuesta interesada de identificar a la
prostitución como un trabajo cualquiera y que, además, la Red proporciona
seguridad y libertad, en realidad, trabaja contra la igualdad de oportunidades
entre hombres y mujeres. Los datos policiales señalan que en Internet se
reproduce la prostitución forzosa y previenen contra las prácticas aisladas
porque el contacto acaba siendo cara a cara. El manejo del vocabulario
económico-financiero que ahora resuena con las bondades del ciberespacio solo
sirve para deshumanizar el ejercicio de la prostitución, a desvincularlo de ser
un mecanismo de dominación, de explotación, perpetrado en la mayoría de los
casos a través de la trata de personas, de delincuencia. Si las cifras nos
señalan un aumento de chicas libres en la Red, tal vez deberíamos preguntarnos
por qué Internet no es para ellas un lugar de sueño para una compañía startup.
Si se enriquecen por la Red o son call girls, qué espabiladas, qué libres. Si
son chicas de acera o de burdel, qué pena. Volvamos a la pregunta: ¿qué
sociedad queremos?
http://www.esglobal.org/prostitucion-otra-cara-de-la-desigualdad-de-genero/
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