La confesión de Tanja
Rahm
Lo que piensa una
prostituta de sus clientes, dicho con total sinceridad
Aunque no es legal, miles de españoles siguen recurriendo a
los servicios de las profesionales. Seguramente se lo pensarían dos veces si
escuchasen estas palabras
Héctor G. Barnés
22.04.2016
Tanja Rahm |
Uno no puede meterse en la mente de otras personas, por
mucho que lo pretenda. Decir “sé cómo te sientes” a una prostituta suele ser un acto banal y vanidoso, en el que
simplemente recurrimos a alguna experiencia negativa en nuestra propia
experiencia laboral para intentar encontrar alguna relación. Por eso resultan
tan interesantes los testimonios en primera persona que nos ayudan a comprender
qué ocurre dentro de la mente de las mujeres que ofrecen sus servicios sexuales.
Un buen ejemplo de ello es el libro 'Prostitution Narratives: Stories of Survival in the Sex Trade'
(Spinifex Press), que recoge unos cuantos testimonios
en primera persona. Uno de ellos, y seguramente el más popular debido a su
rápida viralización, es la carta abierta de Tanja Rahm a sus antiguos clientes. La danesa, que actualmente
tiene 35 años, trabajó durante tres años como prostituta poco después de
cumplir 20. Actualmente es terapeuta y sexóloga.
Puede ser que no represente la experiencia de todas las
prostitutas, pero merece la pena leer al
completo la carta. Sobre todo si, como ocurre con tantos españoles, se es
uno de esos clientes que consideran que al contratar los servicios de una
prostituta le están haciendo un favor:
"Querido cliente,
Si piensas que alguna vez me he sentido atraída por ti,
estás terriblemente equivocado.
Nunca he deseado ir a trabajar, ni siquiera una vez. Lo único en mi mente era
hacer dinero, y rápido.
Que no se confunda con el dinero fácil; nunca fue fácil. Rápido, sí. Porque rápidamente aprendí
los muchos trucos para conseguir que te corras pronto para poder sacarte de mí,
o de debajo de mí, o de detrás de mí.
Y no, nunca me excitaste durante el acto. Era una gran actriz. Durante años he tenido la
oportunidad de practicar gratis. De hecho, entra en la categoría de multitarea.
Porque mientras tú te tumbabas ahí, mi cabeza estaba siempre en otra parte. En
algún sitio donde no tuviese que enfrentarme contigo acabando con mi respeto
hacia mí misma, ni pasar 10 segundos pensando en lo que ocurría, o mirándote a
los ojos.
Si pensabas que me estabas haciendo un favor por pagarme por
30 minutos o una hora, te equivocas. Preferiría que hubieses salido y entrado
tan rápido como pudieses. Cuando pensabas que eras mi príncipe azul, preguntándome
qué hacía una chica como yo en un sitio como ese, perdías tu halo cuando
pasabas a pedirme que me tumbase y centrabas todos tus esfuerzos en sentir mi cuerpo todo lo que pudieses
con tus manos. De hecho, hubiese preferido si te hubieses tumbado de espaldas y
me hubieses dejado hacer mi trabajo.
Cuando pensabas que podías estimular tu masculinidad
llevándole al clímax, debes saber que lo fingía. Podría haber ganado una
medalla de oro por fingir. Fingía tanto, que la recepcionista casi se caía de
la silla riéndose. ¿Qué esperabas? Eras el número tres, o el cinco, o el ocho
de ese día.
¿De verdad pensabas que era capaz de excitarme mental o
físicamente haciendo el amor con hombres que no elegía? Nunca. Mis genitales ardían. Del lubricante y
los condones. Estaba cansada. Tan cansada que a menudo tenía que tener cuidado
de no cerrar mis ojos por miedo a quedarme dormida mientras mis gemidos seguían
con el piloto automático.
Si pensabas que pagabas por lealtad o charlar un rato, debes
volver a pensar en ello. No me interesaban tus
excusas. Me daba igual que tu mujer tuviese dolores pélvicos, o que tú no
pudieses salir adelante sin sexo. O cuando ofrecías cualquier otra patética
excusa para comprar sexo.
Cuando pensabas que te entendía y que sentía simpatía hacia
ti, era todo mentira. No sentía nada
hacia ti excepto desprecio, y al mismo tiempo destruías algo dentro de mí.
Plantabas las semillas de la duda. Duda de si todos los hombres eran tan
cínicos e infieles como tú.
Cuando alababas mi apariencia, mi cuerpo o mis habilidades
sexuales, era como si hubieses vomitado encima de mí. No veías a la persona
bajo la máscara. Solo veías lo que confirmaba tu ilusión de una mujer sucia con
un deseo sexual imparable.
De hecho, nunca decías lo que pensabas que yo quería oír. En
su lugar, decías lo que necesitabas oír. Lo decías porque era necesario para
preservar la ilusión, y evitaba que tuvieses que pensar cómo había terminado
donde estaba a los 20 años. Básicamente, te
daba igual. Porque solo tenías un objetivo, y era mostrar tu poder
pagándome para utilizar mi cuerpo como te apeteciese.
Cuando una gota de sangre aparecía en el condón, no era
porque me hubiese bajado el período. Era porque mi cuerpo era una máquina que
no podía ser interrumpida por el ciclo
menstrual, así que metía una esponja en mi vagina cuando menstruaba. Para
ser capaz de continuar entre las sábanas.
Y no, no me iba a casa después de que hubieses terminado.
Seguía trabajando, diciéndole al siguiente cliente la misma historia que habías
oído. Estabas tan consumido por tu propia lujuria que un poco de sangre
menstrual no te paraba.
Cuando venías con objetos,
lencería, disfraces o juguetes y querías juego de roles erótico, mi máquina
interior tomaba el control. Me dabais asco tú y tus a veces enfermizas
fantasías. Lo mismo vale para esas veces que sonreías y decías que parecía que
tenía 17 años. No ayudaba que tuvieses 50, 60, 70 o más.
Cuando regularmente violabas mis límites besándome o
metiendo los dedos dentro de mí, o quitándote el condón, sabías perfectamente
que iba contra las reglas. Estabas
poniendo a prueba mi habilidad para decir que no. Y lo disfrutabas.
A veces no me quejaba lo suficiente, o simplemente lo
ignoraba. Y lo utilizabas de manera perversa para mostrar cuánto poder tenías y
cómo podías traspasar mis límites.
Cuando finalmente te regañaba,
y dejaba claro que no te iba a volver a tener como cliente si no respetabas las
reglas, me insultabas a mí y mi papel como prostituta. Eras condescendiente,
amenazador y maleducado.
Cuando compras sexo, eso dice mucho sobre ti, de tu
humanidad y tu sexualidad. Para mí, es un signo de tu debilidad, incluso cuando
lo confundes con una especie de enfermiza clase de poder y estatus.
Crees que tienes derecho.
Quiero decir que las prostitutas están ahí de todas formas, ¿no? Pero solo son
prostitutas porque hombres como tú se interponen en el camino para una relación
saludable y respetuosa entre hombres y mujeres.
Las prostitutas solo existen porque hombres como tú sienten
que tienen el derecho de satisfacer sus necesidades sexuales usando los orificios del cuerpo de otras personas.
Las prostitutas existen porque tú y la gente como tú sienten
que su sexualidad requiere acceso al sexo siempre que les apetece.
Las prostitutas existen porque eres un misógino, y porque te preocupan más tus propias necesidades
sexuales que en las relaciones en las que tu sexualidad podría florecer de
verdad.
Cuando compras sexo, revelas que no has encontrado el
corazón de tu sexualidad. Me das pena, de verdad. Eres tan mediocre que piensas
que el sexo consiste en eyacular en la vagina de una extraña.
Y si no hay ninguna a mano, no tienes que ir más lejos que a
la esquina de tu calle, donde puedes pagar a una mujer desconocida para ser
capaz de vaciarte en una goma mientras estás dentro de ella.
Qué hombre frustrado y lastimosos debes ser. Un hombre
incapaz de crear relaciones profundas e íntimas, en las cuales la conexión sea
más íntima que tu eyaculación.
Un hombre que expresa sus sentimientos a través de sus
clímax, que no tiene la habilidad de verbalizarlos, sino que prefiere
canalizarlos a través de sus genitales para librarse de ellos. Qué masculinidad
débil. Un hombre verdaderamente masculino nunca se degradaría pagando por sexo.
En lo que concierne a tu humanidad, creo en la gente de
bien, incluido tú. Sé que dentro tienes una conciencia. Que te has preguntado
en silencio si lo que hacías era ética y
moralmente justificable.
También sé que defiendes tus acciones y
probablemente piensas que me has tratado bien, que fuiste amable, nunca malvado
y que no violaste mis límites.
Pero ¿sabes qué? Se llama evadir tu responsabilidad. No estás enfrentándote a la realidad. Te
engañas pensando que la gente a la que compras no han sido compradas. No han
sido forzadas a prostituirse.
Quizá pienses que me hiciste un favor y me diste un respiro
hablándome del tiempo, o me diste un pequeño masaje antes de penetrarme. No me
hiciste ningún favor. Todo lo que hiciste fue confirmar que no merecía más. Que
era una máquina cuya función primaria era dejar a los otros aprovecharse de mi
sexualidad.
Tengo muchas experiencias en la prostitución. Me han
permitido que te escriba esta carta. Pero es una carta que preferiría no haber escrito. Ojalá hubiese podido evitar estas
experiencias.
Tú, por supuesto, te consideras como uno de los clientes
buenos. Pero no hay clientes buenos.
Solo aquellos que confirman la visión negativa de las mujeres sobre sí mismas.
Sinceramente,
Tanja Rahm"
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-04-22/carta-abierta-prostituta-que-piensa-clientes-total-sinceridad_1187152/