El papel de los hombres en la prostitución
Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de la Universidad de
León 1
La prostitución
La prostitución es la
consecuencia del pago con bienes económicos o de otro tipo —puede ser dinero,
pero también otro tipo de bien, ya sea material o no, como, por ejemplo, droga,
ropa, vivienda, status, etcétera— para la obtención de placer sexual del
cliente o prostituidor, mediante el uso de la genitalidad u otras partes del
cuerpo de otra persona (de cualquier sexo), con mediación o no de un tercero
presente o ausente —puede ser que medie o no una persona, un proxeneta.
Dos aclaraciones importantes
sobre esta primera definición. Una, que el eje central de la prostitución para
quienes la “sufren”, el elemento consustancial sobre el que gira esta relación
prostitucional no es el sexo, no lo olvidemos, sino el dinero o el bien
económico que se consigue. Hablar de sexualidad en el ejercicio de la
prostitución es una aberración no sólo conceptual, sino una visión que obedece
a una concepción profundamente patriarcal, desde un enfoque que obedece a los
intereses unilaterales de una de las partes, los hombres que practican la
prostitución sobre las mujeres o sobre otros hombres. Las personas sobre
quienes se ejerce la prostitución, que la “sufren”, no buscan realmente una
relación sexual, sino el dinero que consiguen. Si fuera una relación sexual se
daría en libertad e igualdad y no habría compra y pago de dinero por la misma.
Por lo que introducir la sexualidad en este debate supone una cosmovisión
patriarcal y machista que responde a los intereses de algunos hombres y de
algunos grupos que necesitan justificar estas prácticas prostitucionales desde
posturas que sólo ellos consideran de “progresismo sexual”.
Segunda, que cuando hablamos de
que también hay hombres que se prostituyen, tenemos que reconocer que las
investigaciones, informes y estudios científicos que aportan evidencias, y no
sólo ocurrencias u opiniones o experiencias personales o particulares,
demuestran sobradamente que la inmensa mayoría de estos hombres se prostituyen
para otros hombres (Rafael, & Gil Llario, 1996 (Hendel, & Vacarezza,
2011; Amador Soriano, Arroyo Arcos, & Segrado Pavón, 2010). Es decir, que
la estrategia de sometimiento e imposición sigue siendo la misma y que se
repite el mismo esquema androcéntrico y de machismo patriarcal que en el caso
de las mujeres. Por lo tanto, el que pueda haber una pequeñísima minoría de
mujeres, con dinero suficiente para recurrir a la prostitución masculina, es un
aspecto que no debe centrar el debate sobre la prostitución.
Datos y cifras
Es interesante recoger algunos
datos fundamentales que arrojan los estudios sobre prostitución en los últimos
diez años (Sullivan & Jeffreys, 2001; Valle, 2005; Del As, 2005; Hernández,
2007; Martínez, 2007; Castellanos, 2008; Fábrega, 2009; García, Barahona, Heras
& Corchado, 2010; Lucero, 2010; Heim, 2011; López Romito, 2011; Garagallo
& Sánchez, 2011):
·
El
90% de las personas que ejercen la prostitución son mujeres, el 3% son
hombres y el 7% son transexuales.
·
El
87% son mujeres migrantes, procedentes fundamentalmente de América latina,
África Subsahariana y en los últimos años mujeres de la Europa del Este
(Ucrania, Rusia...). Aunque tras la crisis las mujeres españolas están
viéndose obligadas a volver a esta situación.
·
4.000.000 millones de mujeres y niñas en todo
el mundo están siendo víctimas de la trata y el tráfico con fines de
explotación sexual, según el Informe del Fondo de Población de Naciones Unidas
del año 2000.
·
Un 70
% de hombres declaran haber demandado en algún momento de su vida la
prostitución de otra persona.
·
12.000
millones de dólares mueve la industria del sexo anualmente en el mundo. Es el
segundo negocio más importante en el mundo superando al tráfico de armas
y al tráfico de drogas.
·
En Alemania que se ha regulado la
prostitución, “poco ha cambiado”. Las afiliaciones a la Seguridad Social se dan
en casos aislados, fundamentalmente para no pagar impuestos.
·
En Holanda, la prostitución ilegal y el
tráfico de mujeres y niñas se han multiplicado por tres desde la legalización,
y las esperadas mejoras "laborales" de las prostitutas no se
materializaron.
·
En el
informe sobre Australia se puso de manifiesto que en el Estado de Victoria, en
el cual se había legalizado la prostitución en la década de 1980, “el
tráfico de mujeres procedentes del Este Asiático y dirigido al mercado del sexo
va en aumento”. El aumento de la prostitución en Australia desde la
legalización se ha dado en el sector ilegal. Desde la llegada de la legalización
en Victoria los prostíbulos se han triplicado y se han expandido, y la mayoría
de ellos no tiene licencia aunque se anuncien y operen con total impunidad. En
1999, el número de prostíbulos en Sydney había aumentado de manera exponencial
a 400-500. Las autopistas de Victoria están llenas de anuncios que ofertan a
mujeres como objetos sexuales y enseñan a las nuevas generaciones de hombres a
tratar a las mujeres como subordinadas.
·
Según
el Convenio de las Naciones Unidas para la represión de la trata de personas y
de la explotación de la prostitución ajena, de 1949, ratificado por 72 Estados:
“la prostitución y el mal que la acompaña, la trata de personas... son
incompatibles con la dignidad y el valor de la persona humana...”
El debate sobre la prostitución
El debate se ha venido planteando
tradicionalmente en torno al dilema sobre si la prostitución es una forma de
explotación que debe ser abolida o una profesión que hay que reglamentar
(Hernández Oliver, 2010). La regulación de la prostitución se asienta en un
doble supuesto: la prostitución es un trabajo como cualquier otro y este
trabajo puede ser libremente elegido o dejado cuando se quiere como cualquier
otro. La abolición se asienta en el supuesto de que es la esclavitud más
antigua del mundo y una forma de violencia de género contra las mujeres (Rubio
Castro, 2008; Díez, 2009; Pérez, & Quintero, 2010).
·
Las posturas ante este debate se podrían
sintetizar en tres fundamentales: regulacionista (que integraría el discurso
“progresista” y “liberal”), prohibicionista y abolicionista (Riera, 2009).
·
Por una parte está el discurso regulacionista
que tiende a situarse en una postura autodenominada progresista que
utilizando el argumento de la “defensa de la libertad sexual”, plantea la
existencia de una prostitución no forzada, elegida libremente.
·
Estrechamente relacionado con este discurso
regulacionista está el de talante liberal, que desde una perspectiva
económica insiste en la equiparación de la prostitución con una actividad
económica y de quienes ejercen la prostitución como "trabajadoras del
sexo".
·
Por otra parte, está la postura
prohibicionista, que se cimenta en una actitud conservadora y ligada a
una moral “catolicista”. A pesar de que se presenta con un cierto tufillo
proteccionista lo cierto es que predomina en esta postura una doble moral
basada en el “consentimiento implícito” de la prostitución, mientras no sea
visible o evidente. "Saca esos condones pegajosos de MI calle" o
"quiten a ESAS mujeres de MI barrio" son algunos ejemplos que resumen
este planteamiento.
·
Finalmente, la postura feminista abolicionista
entiende la prostitución como un soporte del control patriarcal y de la sujeción
sexual de las mujeres, con un efecto negativo no solamente sobre las mujeres y
las niñas que están en la prostitución, sino sobre el conjunto de las mujeres
como grupo, ya que la prostitución confirma y consolida las definiciones
patriarcales de las mujeres, cuya función primera sería la de estar al servicio
sexual de los hombres (Aragó i Gassiot, 2010).
Una vez situado someramente el
marco en el que se sitúa este análisis quiero centrarme ya en el papel de los
hombres en la prostitución.
El papel de los
hombres
El punto de partida en el
análisis del papel de los hombres ante la situación actual de la prostitución
es un hecho incontrovertible: "si no existiera tanta demanda, no habría
tanta oferta". Es decir, somos los hombres, como clase, los que
mantenemos, forzamos y perpetuamos el sometimiento de mujeres, niñas y niños a
esta violencia de género, demandando este “comercio” y socializando a las
nuevas generaciones en su “uso”. Partimos de un supuesto básico como clase, sea
explícita o solapadamente consentido: se considera que todo hombre, en todas
las circunstancias y sea cual sea el precio, debe poder tener relaciones
sexuales.
La prostitución se justifica como
una realidad social “inevitable” que la mayoría de los hombres acepta como algo
natural e inamovible (Lorenzo Rodríguez-Armas, 2008). Los hombres de derechas
prefieren que permanezca en la sombra para mantener el juego de la doble moral
que sustenta su visión del mundo. Los hombres de izquierdas desean que se
legalice, alegando la defensa de los derechos de las trabajadoras y “para
liberar al resto de los seres humanos del yugo de la moral retrógrada”. Ambos
planteamientos son conservadores y evitan analizar el fenómeno de forma global,
porque esto implicaría sacar a la luz ciertos mecanismos de poder patriarcales
inaceptables.
Pero sobre todo ambos enfoques
siguen centrando los análisis sobre la prostitución en torno a las mujeres que
la ejercen, ocultando permanente el rostro y la responsabilidad de los hombres
que la practican. El “cliente” o prostituidor, el más guardado y protegido, el
más invisibilizado de esta historia, es el protagonista principal y el mayor
prostituyente. La explotación de mujeres, de niños y niñas se hace solo posible
gracias al prostituidor, aunque su participación en este asunto aparezca como
secundaria. Los trabajos habituales que se dedican al tema los ignoran y a los
prostituidores mismos les cuesta aceptar su condición, representarse como
tales.
Si algo tienen en común los
varones homo o heterosexuales que consumen prostitución es justamente eso: son
y se consideran invisibles y, si aparecen, lo hacen desde la psicopatología.
Casi todos los trabajos de divulgación o académicos que se encargan del tema
coinciden en ocultar y silenciar el papel de los prostituidores. Casi todas las
investigaciones acerca de la prostitución eluden detenerse en aquellos que la
consumen. Son estudios que, al tiempo que estudian el fenómeno y lo denuncian,
tienden a proteger con un manto de inocencia a los usuarios. Así, casi siempre
hablar de prostitución es hablar de las prostitutas (putas, gays, taxi boys,
travestis, etc.), de los rufianes y de los burdeles, de las mafias y de los
proxenetas, pero no de los clientes-prostituidores.
Silvia Chejter en el Informe
Nacional de UNICEF sobre la explotación sexual de niñas, niños y adolescentes
en la República Argentina (Septiembre 1999) refiere que de un total de
trescientas noticias periodísticas sobre este tema sólo dos aludían a los
clientes y en esas dos, aparecían apenas tangencialmente. El rol de estos
millones de compradores de sexo, no es examinado ni cuestionado, es incluso
eludido por instituciones internacionales como la Organización Mundial de la
Salud. En Ginebra en 1998, en un informe sobre el sida, la OMS consagró páginas
enteras a los perfiles socio-económicos y culturales de las mujeres que ejercen
la prostitución para señalar después, en un escueto párrafo, que “los clientes
son más numerosos que los proveedores de servicios sexuales; los factores que
conducen a las personas a devenir clientes son ampliamente desconocidos”.
El rechazo generalizado a
afrontar un examen crítico o hacer pesar una responsabilidad sobre los usuarios
de la prostitución, que constituyen de lejos el más importante eslabón del
sistema prostitucional, no es otra cosa que una defensa tácita de las prácticas
y privilegios sexuales masculinos. Por eso es tan importante hacer un análisis
de las razones que explican por qué en una sociedad más abierta y libre, como
la española tras la etapa de la dictadura franquista, sigue habiendo tantos
hombres y jóvenes que acuden a relaciones prostitucionales con mujeres o con otros
hombres.
¿Por qué los hombres acuden a la prostitución?
La mayoría de los estudios e
investigaciones en profundidad sobre el tema (Barahona & García Vicente,
2003; Rafael, & Gil Llario, 1996; Meneses Falcón, 2010; Westerhoff, 2010)
llegan a una conclusión similar: "un número creciente de hombres busca a
las prostitutas más para dominar que para gozar sexualmente. En las relaciones
sociales y personales experimentan una pérdida de poder y de masculinidad
tradicional, y no consiguen crear relaciones de reciprocidad y respeto con las
mujeres con quienes se relacionan. Son éstos los hombres que buscan la compañía
de las prostitutas, porque lo que buscan en realidad es una experiencia de
dominio y control total".
De hecho, no tenemos más que
analizar los anuncios de la prensa escrita, en donde los reclamos se refieren a
cuatro aspectos: por un lado la sumisión, por otro lo que denominan “vicio”, el
tercero sería la edad y por último el servicio ofrecido. La sumisión, es decir,
el haz conmigo lo que quieras, cuando quieras, las veces que quieras, el tiempo
que quieras. La alusión al vicio y a sus sinónimos: “viciosa”, “muy viciosa”,
morbosa, etcétera. Alusión a la edad: mujercitas, jovencitas, rasurada,
aniñada. De ahí que sean los clientes-prostituidores los principales
responsables en la cada vez más reducida edad de la “mercadería” que consumen,
pues exigen con ansía y demanda creciente el permanente cambio de las mujeres y
que sean cada vez más jóvenes quienes satisfagan su “pasión sexual” a precio
fijo y por un lapso de tiempo pautado.
Parece como si una parte
importante de la humanidad, los hombres que acuden a la prostitución, tuvieran
un problema serio con su sexualidad, no siendo capaces de establecer una
relación de igualdad con las mujeres, el 50% del género humano, que creen que
debe de estar a su servicio. Como si cada vez que las mujeres consiguen mayores
cotas de igualdad y de derechos, estos hombres no fueran capaces de encajar una
relación de equidad y recurrieran, cada vez con mayor frecuencia, a relaciones
comerciales por las que pagando se consigue ser el centro de atención
exclusiva, regresando a la etapa infantil de egocentrismo intenso, y una
relación que no conlleva necesariamente ninguna “carga” de responsabilidad,
cuidado, atención o compromiso de respeto y equivalencia. Porque, no nos
engañemos, los hombres que acuden a la prostitución no buscan, ni les importa,
si la prostituta consiente en la relación. Y todos sabemos que más que
consentir, una mujer prostituta accede a la única opción que está a su alcance.
Su conformidad deriva del hecho de tener que adaptarse a las condiciones de
desigualdad que son establecidas por el consumidor que le paga a ella para que
haga lo que él quiera.
Una segunda conclusión relevante
de los estudios nacionales es que España es uno de los países donde el
"consumo" de prostitución está menos desprestigiado. Las encuestas
indican que un 39% de los españoles acude de forma habitual a la prostitución,
sin que se les reproche socialmente ni se les recrimine legalmente. De hecho,
parece que hay un consentimiento social ya no tácito, sino explícito, en
mantener estrategias y formas constantes que “alivian” la responsabilidad de
aquellos que inician, sostienen y refuerzan esta práctica.
Esta estrategia del consentimiento,
tiene que ver con una tercera conclusión que se extrae de estos estudios y es
cómo ésta influye en el proceso de socialización de los chicos y jóvenes en el
uso de la sexualidad prostitucional. El problema de la socialización que se
vive en nuestras sociedades sobre la prostitución sitúa a todo varón homo o
heterosexual como un potencial “cliente” una vez que ha dejado de ser niño.
Así, no sería demasiado exagerado afirmar que la sola condición de varón ya nos
instala dentro de una población con grandes posibilidades de convertirnos en
consumidores. Si a esto añadimos la regulación de la prostitución como una
profesión estaríamos generando unas expectativas de socialización donde las
niñas aprenden que la prostitución podría ser un posible “nicho laboral” para
ellas, y los niños aprenden que sus compañeras pueden ser “compradas” para
satisfacer sus deseos sexuales (Díez, 2010).
Por eso cualquier intervención en
este problema debería tener en cuenta las representaciones que en el imaginario
social legitiman la prostitución. Las leyes de Códigos Penales o los tratados
internacionales son necesarios pero nunca serán suficientes para contrarrestar
prácticas convalidadas por las costumbres o que se legitiman regulándolas
socialmente: derechos de los hombres sobre el cuerpo de las mujeres, derechos
de los poderosos sobre el cuerpo de los débiles.
Los hombres debemos resolver
nuestros problemas de socialización para aprender a vivir sin servidoras
sexuales y domésticas.
Cuestionando los argumentos que legitiman la prostitución como un
trabajo
Muchos hombres jóvenes están
utilizando actualmente el argumento del derecho que tiene toda mujer a
prostituirse, invocan para ello el
derecho a la autodeterminación sobre el propio cuerpo y la sexualidad personal.
Este es interpretado como el derecho de una persona a elegir y tomar decisiones
con total autonomía, lo que puede incluir el hecho de implicarse en relaciones
sexuales comerciales o de definir las modalidades de este intercambio sexual
(Juliano, 2002; Garaizábal, 2011).
La cuestión del consentimiento,
de la “política de elección personal” (Tamarit, 2007), reposa sobre una visión
liberal occidental de los derechos humanos que eleva la voluntad y las
elecciones individuales por encima de todos los otros derechos humanos y de
toda noción de bien común (Barry, 1995). En nombre de una cierta concepción del
ser humano y del bien común, la colectividad ha juzgado necesario con
frecuencia poner límites a la libertad individual (venta de órganos,
esclavitud, uso de drogas, etc.). Pero, quizá porque los conceptos corrientes
de bien común no han incluido jamás el de la clase de las mujeres -
tradicionalmente la clase “socialmente dominada”- se tolera la prostitución, en
nombre de algunas mujeres que supuestamente la eligen libremente. Según este
criterio, se habría podido admitir la esclavitud prestando atención a algunas
voces de esclavos que se declaraban contentos de su suerte (como nos recuerda
la “Mammy” esclava de Scarlett O'Hara en Lo que el viento se llevó).
Esta posición (Caruso, 2011)
manifiesta una clara incapacidad para discernir los desequilibrios
estructurales sociales, económicos y políticos, y las relaciones sexuales de
poder entre las mujeres y los hombres que forman el contexto de estas
elecciones y decisiones y que por tanto, imposibilitan que la prostitución
jamás se dé, ni siquiera teóricamente, en condiciones de libertad; nunca podrá
ser objeto de un contrato de compraventa entre personas iguales en derechos y
libertades. Más aún, lleva a un callejón sin salida en una cuestión crucial, la
de pasar por alto el fenómeno de la dominación patriarcal masculina sobre las
mujeres, que se mantiene tanto en la esfera privada como en el espacio público,
reforzando así la opresión de las mujeres por su complicidad con el sistema de
la dominación y la violencia masculinas. Peor aún, esta posición oculta las
desigualdades de clase y representa esencialmente el punto de vista de los
países del Norte. Trivializa el fenómeno masivo del rapto, el engaño y la trata
de mujeres y muchachas adolescentes que proceden principalmente de los países
del Sur, y actualmente también de las economías dislocadas del Este de Europa,
y el hecho de que son estos métodos de reclutamiento los que, de lejos, están
más extendidos a escala mundial.
Esta posición tampoco tiene en
cuenta el hecho, sin embargo evidente, de que los usuarios masculinos de la
prostitución no se preocupan de saber si la “mercancía humana” que ellos
adquieren consiente en ser puesta a su disposición sexual, cuestión que no les
inquieta lo más mínimo.
Además, el supuesto
consentimiento manifestado de algunas mujeres puede así afectar a todas las
mujeres, a su categorización y consideración como posibles “objetos de relación
comercial sexual al servicio de los hombres”, especialmente a todas estas
mujeres y adolescentes que en ningún caso han consentido a la prostitución. Un
documento, emitido por la ONU en 1992, reconoce el impacto de la prostitución
sobre las mujeres en tanto que clase: “Reduciendo a las mujeres a una mercancía
susceptible de ser comprada, vendida, apropiada, intercambiada o adquirida, la
prostitución ha afectado a las mujeres en tanto que grupo. Ha reforzado la
ecuación establecida por la sociedad entre mujer y sexo, que reduce a las
mujeres a una menor humanidad y contribuye a mantenerlas en un estatuto de
segunda categoría en todo el mundo”.
Un segundo argumento que invocan
es afirmar que una experiencia relacional humana como es la sexualidad es
posible considerarla como “trabajo
sexual”. Aparecen así dos justificaciones: bien que la prostitución cumple
un cierto número de funciones socialmente útiles –educación sexual, terapia
sexual, o prestación de relaciones sexuales a personas que sin la prostitución
se verían privadas de ellas, por ejemplo los trabajadores inmigrantes aislados
de su familia y los hombres mayores o con minusvalías; bien que la prostitución
es un trabajo como cualquier otro, por ejemplo el de mecanógrafa o sirvienta,
pues hay muy pocos trabajos dignos, en general, en la sociedad y, sobre todo,
hay muy pocos trabajos alternativos a la prostitución que sean rentables a la
prostituta. Además, es más gratificante ser prostituta que estar limpiando
váteres, afirman. Esta óptica sostiene además que, allí donde las opciones
económicas ofrecidas a las mujeres son inadecuadas, pobres, o francamente
malas, la prostitución puede ser la mejor alternativa, y que en todo caso, es
un trabajo que no perjudica a nadie, porque las dos partes más directamente
concernidas se ponen de acuerdo sobre lo que pasará en el intercambio
prostitucional (Torquemada, 2004). Afirman con fuerza que las mujeres en la
prostitución pueden conservar intacta su capacidad de acción autónoma y acusan
a las feministas abolicionistas de ser paternalistas y no respetar las opiniones
de las propias prostitutas (Zabala, 2008).
No se vende la actividad o el
producto, como en cualquier trabajo, sino el propio cuerpo sin intermediarios.
Y el cuerpo no se puede separar de la personalidad. Lo que las mujeres
prostituidas tienen que soportar en su ‘trabajo’ equivale a lo que en otros
contextos correspondería a la definición aceptada de acoso, abuso sexual y
violación reiterada (Rubio, Labrador, Huesca & Charro, 2003; Terol Levy,
2010). Esta forma de pensar no rinde cuenta en ningún caso de la violencia que
constituye la transgresión de la intimidad humana. Porque si las prostitutas
necesitan y desean el dinero de la prostitución, no desean la sexualidad
prostitucional que, en tanto que tal, es una forma de “violación remunerada”
(Ulloa, 2011). Además, sólo alguna afortunada podrá poner “límites”, pero la
mayoría tendrán que satisfacer a los prostituidores porque pagan. Y, en todo
caso, un cliente-prostituidor a quien una prostituta le negara un acto sexual
particular o una relación sin preservativo, por ejemplo, podrá siempre alquilar
a otra mujer más necesitada que accederá a su demanda. Es por tanto otra mujer,
más vulnerable, quien sufrirá los daños.
Además si las mujeres sufren
frecuentemente violencias en la prostitución, no es simplemente porque las
leyes no las protejan, o porque sus condiciones de trabajo no son las que
debieran ser, sino porque el uso de las mujeres por los hombres en la
prostitución, y los actos que en ella son realizados, son la puesta en
práctica, en el plano sexual, de una cultura y de un sistema de subordinación
de las mujeres. En consecuencia, la violencia y la degradación, incluso sin
llegar a la acción, son condiciones inherentes a la sexualidad prostitucional.
Porque, de una parte, la violencia es siempre posible, y de otra parte, la
sexualidad venal implica poder imponer el tipo de acto sexual que será
practicado (Vicente Collado, 2009).
En cuanto a considerar la
prostitución como un trabajo socialmente útil presupone que la necesidad sexual
masculina es una necesidad biológica que no puede ser puesta en cuestión,
similar a las necesidades de nutrición. Esto contradice manifiestamente el
hecho comprobado de que las personas, mujeres y hombres, pasan largos periodos
de sus vidas sin relaciones sexuales ¡y sin llegar al fatal desenlace que
habría tenido la privación de alimento! La verdad es que el capitalismo
patriarcal ha alimentado una cultura del consumo sexual y el sexo no solamente
es utilizado para vender todo tipo de productos, sino que ha sido él mismo
reducido, a golpe de acciones promocionales, a un producto de mercado.
Admitir pura y simplemente el
hecho de que las mujeres no tienen mejor opción profesional, es renunciar al
combate político para incrementar el poder de las mujeres y tolerar las actividades
florecientes y extremadamente lucrativas de la industria del sexo, de la cual
las mujeres son la materia prima (Valiente, 2004).
La sexualidad es el placer más
accesible, universal y gratuito. Es el bien más democráticamente repartido y
forma parte de la vida y de la persona. Someterlo a relaciones de poder, de
humillación o de apropiamiento quita dignidad a las personas.
Algunas conclusiones
- La prostitución está dirigida por y para los varones. La prostitución es posible porque existe el poder de los hombres como clase dominante sobre las mujeres. Los pocos hombres que están en la prostitución lo están normalmente al servicio de otros hombres, e incluso cuando son las mujeres sus clientes este intercambio comercial no refleja menos las desigualdades de clase, de raza, de edad o de otras relaciones de poder entre la persona que compra y la que es comprada.
- La prostitución constituye, en todos los casos y circunstancias, una enérgica modalidad de explotación sexual de las personas prostituidas, especialmente de mujeres y menores y una de las formas más arraigadas en las que se manifiesta, ejerce y perpetúa la violencia de género.
- La regulación no supone un control de la industria del sexo. Sino un control social, control policial y control sanitario única y exclusivamente de la prostituta, y especialmente de la mujer que lo ejerce en espacios abiertos, las más vulnerables, que son las de status más bajo.
- Reglamentar la prostitución como un trabajo o una profesión supone actuar en connivencia con el prostituidor, garantizándole las mejores condiciones para su hacer y facilitándole el acceso, con concentración de mujeres para su elección, locales regulados con buenas condiciones higiénico-sanitarias y con productos controlados y sanos.
- La regulación no beneficia a las mujeres que son prostituidas, sino a los proxenetas que pasan a denominarse “empresarios del sexo”, dándoles un baño de respetabilidad y proporcionando a la industria del sexo mayor seguridad y estabilidad legal (de ahí su prisa porque se regule), a las redes de trata de blancas que se convierten en corporaciones empresariales que cotizan en bolsa como en Australia, y a los propios clientes-prostituidores, puesto que esto les colocaría en una situación de “normalidad” aceptable socialmente.
- La regulación expande y aumenta la demanda de la prostitución. Incentiva a los hombres a comprar a las mujeres por sexo en un entorno social más permisible y de mayor aceptabilidad.
- Aunque fuera verdad que un 5% de las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen voluntaria y libremente, lo lógico sería que nos preocupáramos primero por solucionar el problema del 95% que no desea un contrato de prostituta sino un contrato de trabajo.
- Regular la prostitución como un trabajo, equivale a aceptar implícita y explícitamente un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, equivale a aceptar que los hombres tienen necesidades ineludibles que pueden ser satisfechas mediante el uso del cuerpo de las mujeres.
- Si reglamentamos la prostitución, integrándola en la economía de mercado, estamos diciendo que esto es una alternativa aceptable para las mujeres y, por tanto, si es aceptable, no es necesario remover las causas, ni las condiciones sociales que posibilitan y determinan a las mujeres a ser prostituidas. Además a través de este proceso, se refuerza la normalización de la prostitución como una “opción para las pobres”.
- No se puede desvincular el tráfico de mujeres con la legalización de la prostitución, porque el tráfico es una consecuencia de la oferta y la demanda que rige el negocio de la prostitución. La legalización promueve el tráfico.
- Es imposible para las mujeres, especialmente para las mujeres de países empobrecidos, demostrar que ellas fueron forzadas a la prostitución o sexualmente explotadas en contra de su voluntad.
- Legalizarla es legalizar la violencia contra las mujeres porque la prostitución es "una forma de esclavitud moderna, un acto de violencia contra las mujeres, una ofensa a su dignidad y una grave violación a los derechos fundamentales".
Corredores TC. Fuente Diario La Capital |
Cómo abolir la prostitución: la erradicación de la demanda
En el 2003, el gobierno de
Escocia, con miras a reformar su propio enfoque a la prostitución, le encargó a
la Universidad de Londres la elaboración de un análisis integral de resultados
de políticas sobre prostitución en otros países. Además de revisar el programa
sueco, el equipo de investigación seleccionó a Australia, Irlanda y los Países
Bajos a fin de representar varias estrategias orientadas a legalizar y/o
regular la prostitución.
Tal como lo reveló el estudio
encargado a la Universidad de Londres, los resultados en los estados bajo
revisión que habían regulado la prostitución fueron tan desalentadores como la
prohibición o penalización tradicional, o tal vez aún más: En cada caso los
resultados eran drásticamente negativos. Según el estudio, la legalización y/o
regulación de la prostitución condujeron a: un drástico aumento en todas las
facetas de la industria del sexo, un marcado incremento del crimen organizado
en la industria del sexo, un dramático aumento en la prostitución infantil, una
explosión en la cantidad de mujeres y niñas extranjeras traficadas hacia la
región, así como indicaciones de un incremento en la violencia contra las
mujeres.
La legalización de los burdeles en
Holanda y la regulación de la prostitución como cualquier otra actividad
profesional ha resultado un fracaso (Miranda, 2010). Esta es la conclusión
publicada por el Centro de Investigación y Documentación en el 2002 encargado
de hacer un balance a los dos años de la abolición de la ley que prohibía la
prostitución. Para ello han sido entrevistadas varios cientos de personas entre
prostitutas, dueños de establecimientos del ramo y policías. Ni las condiciones
laborales y sanitarias de las prostitutas han mejorado, ni ha desaparecido el
circuito clandestino. Apenas un porcentaje ínfimo se han dado de alta en el
fisco, aunque tampoco Hacienda ha mostrado interés en obligar a sus nuevas
contribuyentes a cumplir sus deberes fiscales. No solo no desaparecieron las
prostitutas ilegales de países del este de Europa, sino que las que tenían
permiso de estancia o eran del país pasaron a la clandestinidad, pues pasaron a
ser equiparadas a los empleados de los servicios o a quienes pasean a perros o
hacen compañía, quedando aún más marginadas y ocultas, más indefensas.
Sin embargo Suecia ha disminuido
drásticamente la cifra de mujeres dedicadas a la prostitución (Engman, 2007).
La “solución sueca” se inició en 1999, cuando tras años de investigación y
estudios, aprobó una ley que penaliza la compra de servicios sexuales y
despenaliza la venta de dichos servicios. La novedosa lógica detrás de esta
legislación se estipula claramente en la literatura del gobierno sobre la ley:
“En Suecia la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia
masculina contra mujeres, niñas y niños. Es reconocida oficialmente como una
forma de explotación de mujeres, niñas y niños, y constituye un problema social
significativo.., la igualdad de género continuará siendo inalcanzable mientras
los hombres compren, vendan y exploten a mujeres, niñas y niños
prostituyéndoles”.
Además de la estrategia legal de
dos vías, un tercer y esencial elemento de la ley sueca sobre la prostitución
provee que amplios fondos para servicios sociales integrales sean dirigidos a
cualquier prostituta que desee dejar esa ocupación; también provee fondos
adicionales para educar al público. Siendo así, la estrategia única de Suecia
trata la prostitución como una forma de violencia contra las mujeres, en la cual
se penaliza a los hombres que las explotan comprando servicios sexuales, se
trata a las prostitutas, en su mayoría, como víctimas que requieren ayuda y se
educa al público para contrarrestar el histórico sesgo masculino que por tanto
tiempo ha embrutecido el pensamiento acerca de la prostitución. A fin de anclar
sólidamente su visión en terreno legal firme, la ley sueca referida a la
prostitución fue aprobada como parte de la legislación general de 1999 sobre la
violencia contra las mujeres.
Considerar a las prostitutas como
víctimas de coerción y violencia por parte de hombres requiere que un gobierno
primero pase de ver la prostitución desde la óptica masculina a verla desde los
ojos de las mujeres. Y los países, en su mayoría si no es que prácticamente
todos, continúan viendo la prostitución y cualquier otro asunto desde una
óptica predominantemente masculina. Por eso, Suecia, en contraste, ha sido
líder en promover la igualdad de las mujeres durante mucho tiempo y también
destacaba en esos momentos por tener la más elevada proporción de mujeres en
todos los niveles del gobierno. En 1999, cuando aprobó la trascendental ley
sobre prostitución, el Parlamento sueco estaba conformado casi en un cincuenta
por ciento por mujeres.
Propuesta: o eres parte de la solución o te conviertes en parte del
problema
- Que se empiece por aplicar las leyes que ya hay. Que se persiga a los proxenetas que están campando por sus fueros, los clubes, los burdeles de carretera, que todo el mundo conoce.
- Que para hablar de prostitución se empiece a hacerlo de quien promueve y favorece la existencia de la misma: del prostituidor, del mal llamado «cliente». No hay prostitución ni mujer prostituida sin el prostituidor.
- No actuar en connivencia con el prostituidor reglamentando la prostitución, garantizándole las mejores condiciones para su hacer y facilitándole el acceso, con concentración de mujeres para su elección, locales regulados con buenas condiciones higiénico-sanitarias y con productos controlados y sanos
- Apostar por una intervención preventiva de las causas frente a la represora de las consecuencias, exigiendo al gobierno y a las administraciones erradicar la precariedad del mercado laboral y las condiciones de explotación que en él se viven, que provocan el que la prostitución sea a veces la única alternativa para poder pagar las deudas o mantener a la familia. En vez de beneficiarse de los impuestos recaudados de la industria del sexo, los gobiernos podrían embargar los bienes de la industria del sexo e invertirlos en el futuro de las mujeres que están en la prostitución proporcionando recursos económicos y alternativas reales.
- Centrar la acción en la demanda, a través de la denuncia, persecución y penalización del prostituidor (cliente) y del proxeneta. En ningún caso se dirige contra las mujeres prostituidas, a quiénes el abolicionismo ni juzga ni persigue, ni pretende su penalización o sanción. La ley del Gobierno Sueco 1997/98:55 sobre la Violencia Contra las Mujeres, prohíbe y penaliza la compra de “servicios sexuales”. Es un enfoque innovador que se centra en la demanda de la prostitución. Suecia cree que “prohibiendo la compra de los servicios sexuales, la prostitución y sus efectos perjudiciales pueden contrarrestarse de una manera más efectiva que la que ha existido hasta ahora”. Y lo que es más importante, esta ley claramente afirma que “la prostitución es un fenómeno social no deseable” y que es “un obstáculo para el actual desarrollo hacia una igualdad entre hombres y mujeres. La compra de servicios sexuales queda identificada en la ley sueca como una práctica de violencia, en este caso de ‘violencia remunerada’ que confirma y consolida las definiciones patriarcales de las mujeres, cuya función primera sería estar al servicio sexual de los hombres.
- Deslegitimar social y públicamente a los prostituidores/clientes, actores responsables de esta forma de violencia.
- Evitar la institucionalización y regulación de una practica incompatible con la definición misma de la persona, o sea, la prostitución de los seres humanos.
- Superar el capitalismo como sistema económico y social que genera estructuralmente explotación internacional, precariedad laboral, hambre y pobreza, causas y origen de la mayor parte de la prostitución actual.
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1 Doctor en Ciencias de la Educación. Licenciado en
Filosofía. Diplomado en Trabajo Social y Educación Social. Ha trabajado como
educador social, como maestro de primaria, como profesor de secundaria, como
orientador en institutos y como responsable de atención a la diversidad en la
administración educativa. Actualmente es Profesor de la Facultad de Educación
de la Universidad de León. Especialista en organización educativa, actualmente
desarrolla su labor docente e investigadora en el campo de la educación
intercultural, el género y la política educativa. Entre sus publicaciones se
encuentran: Qué hacemos con la educación (Akal, 2012), Educación Intercultural:
Manual de Grado (2012), “Decrecimiento y educación” con Carlos Taibo (2011), La
Memoria Histórica en los libros de texto (2012), Globalización y Educación
Crítica (2009), publicado en Colombia, Unidades Didácticas para la Recuperación
de la Memoria Histórica (2009) o Globalización neoliberal y sus repercusiones
en la educación (2007). Colaborador con periódicos y revistas como El Viejo Topo,
Diagonal, El País, Público o Diario de León; Rebelión o Crónica Popular. Es
también Vicepresidente del Foro por la Memoria de León y Secretario de la
Asociación Prometeo, Hombres por la Igualdad de León. Presidente nacional de la
Asociación Hombres por la Abolición de la Prostitución.
Las imágenes han sido agregadas por mí,
no aparecen en el texto original.
La mayoría han sido tomadas desde la web,
si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo
a alberto.b.ilieff@gmail.com y serán
retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.
En este blog las representaciones son
afiches, pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución
para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos históricos.
Se puede disponer de las notas publicadas siempre y
cuando se cite al autor/a y la fuente.