Por Alberto B Ilieff
Para esta nota sigo
muy especialmente el libro “La pasión erótica. Del sátiro griego a la
pornografía en internet” de Ercole Lissardi.*
Según este autor nuestra cultura se halla basada en dos paradigmas referidos a la sexualidad: el amoroso y el fáunico.
Hablar de paradigma
no es referirse únicamente a un aspecto intelectual, a determinadas ideas, algo
que interesa a pensadores, sino a esquemas de valores y conductas que son
constituidos como modelos reguladores de
los comportamientos sociales y que integrados en nuestra personalidad nos
constituyen, de ahí que sin darnos cuenta los vivimos, replicamos en nuestra
vida cotidiana, por esto su importancia.
El paradigma
amoroso ha orientado la cultura occidental. Ha propuesto como ideal el amor
sublimado. Es esencialmente discursivo y sostenido fundamentalmente por las
instituciones sociales detentadoras de poder: iglesia, estado, academia, leyes.
Pero este no es el único, paralelamente ha existido otro, el fáunico, que
privilegia el apetito sexual, el deseo, la curiosidad, la voluptuosidad. La
voracidad sexual es entendida como un camino de superación espiritual.
Este último
paradigma ha sido invisibilizado por las instituciones sociales, no obstante lo
cual continuó vigente y ya sea al amparo de la clandestinidad o promovido por
esta, ha sido otro de los derroteros posibles de nuestra sexualidad. Quizá sea
de esta vertiente de la que surgen ideas tales, especialmente referidas a los
varones, como lo insaciable del deseo, lo perentorio, el deseo como necesidad
urgente que exige su inmediata liberación, la posibilidad de que su
insatisfacción provoque enfermedades o desórdenes sociales como la violación.
Pan y Siringa. Rubens. 1617
Nuestra cultura y
subjetividad se han ido conformando en ambos principios.
De ellos han
surgido formaciones simbólicas que los vuelven visibles y que sirven como
orientadoras de la cultura e incitadoras a la emulación. Al mismo tiempo hacen
de explicación de las conductas humanas, ya sea por imitación del paradigma o
en caso extremo, llegando a imaginar una verdadera “posesión”.
Estas formaciones no
aparecen por impronta individual sino que son una creación colectiva sometida a
la historia, por eso podemos ver distintas versiones que se han ido dando a lo
largo del tiempo.
Según Lissardi la
primera figura del paradigma fáunico fue el sátiro en Grecia. “El
sátiro constituía una fuerza de la naturaleza, representaba la potencia sexual
en tanto avidez insaciable e indiscriminada. Era bisexual, como sus inventores,
pero de manera bestial, o sea, ignorando los protocolos y regulaciones del
deseo que respetaba el ciudadano –o al menos el filósofo- griego.” (pág.
16) Representan la dimensión animal de lo humano, de ahí que su figura contenga ambos elementos.
“Se los representaba normalmente desnudos e intifálicos. Eran sensuales,
borrachines, juguetones y además, según Eurípides, embusteros y cobardes. Su
figura híbrida –humanos con orejas puntiagudas- cuernos en la frente, pata de
cabra y apéndice caudal equino- estaba estampada sobre todo tipo de objetos de
uso cotidiano…” (pág.18) Su
representación era un estímulo pero también un recordatorio de la prioridad que
debía darse al deseo sexual.
Al principio eran anónimos, carentes de nombre
y discurso. Aparecían como cortejo del dios Dioniso, eran una figura colectiva.
He tomado los
siguientes textos de George Bataille***
pues me parece que muestran con
total claridad el ideario fáunico:
“…la muerte y el
deseo son los únicos que poseen la fuerza que oprime, que corta la respiración;
solo el exceso del deseo y el de la muerte permiten alcanzar la verdad.” (pág.
13)
“…el erotismo es,
en un sentido, la afirmación de la voluptuosidad infinita vinculada a la
agitación sexual…” (pág.168)
“La actividad
sexual se sitúa dentro del resplandor de una luz brutalmente seductora, de un
resplandor tan ardiente, tan poderoso que sería casi inútil oponérsele.” (pág.
169)
Con el tiempo estas
imágenes van evolucionando hacia una representación más natural que busca
excitar directamente el deseo, van del ámbito institucional al de la intimidad
del deseo. Un ejemplo es el Sátiro en reposo de Praxíteles o el muy posterior
Fauno de Barberini. Si la escultura clásica buscó plasmar la perfección de la
belleza en la figura humana, en el Fauno de Barberini la desnudez representa al
deseo.
Praxiteles Sátiro en reposo
En la Edad Media se produce un cambio
importante en el que la institución regente, la iglesia católica, pone su
impronta. Aparece la figura de Satanás, también
un híbrido mezcla de humano y macho cabrío. Es el tentador, el que mediante
seducción lleva al alma al pecado y sobre todo al primero de los siete pecados
capitales, el de la carne (la lujuria).
“El Satanás de la
Iglesia desciende directamente del sátiro, de él recibió los distintivos de su
imagen: cuernos, orejas puntiagudas, rabo, pezuñas (Russell, 2006); pero de él
recibió también el rasgo que más notoriamente lo definía: la lubricidad”. (pág.38)
Otra característica
que lo liga a la antigüedad clásica es su invisibilidad y omnipresencia
susurrante. Al igual que los daimones, seres invisibles que acompañaban y
aconsejaban a los humanos cuál era la mejor conducta ante determinado hecho,
Satanás susurra al oído una constante invitación al desenfreno provocando con
ideas e imágenes pecaminosas. “Satanás no era mudo como el sátiro. Argumentaba,
seducía, convencía, hablaba hasta por los codos, de manera que únicamente su
presa oía lo que decía.” (pág.39)
“El circuito
tentación/pecado/culpa/absolución solo es perfecto a partir del advenimiento
del sacramento de la confesión….Representa el poder de la Iglesia, o sea de los
hombres de la Iglesia, para salvarnos de nuestra debilidad humana, de evitarnos
el castigo eterno y así poder aspirar a la recompensa de la eternidad. Puesto
que no podemos sino pecar, nuestra única salvación es ser absueltos.” (pág. 39)
El análisis de
conciencia tiene el poder perverso de hacernos volver a los hechos de nuestra
vida, de resaltar y significar aquellos que desde el poder religioso fueron
catalogados como malos, pecaminosos, y de ese modo fijarlos en nuestra mente,
distinguirlos de entre la multitud de otras conductas. El análisis debe ser
exhaustivo, penetrante, buscando los detalles por los que puede aparecer el
pecado y que a simple vista quizá aparezcan como inocentes. El buen confesor
sabrá interrogar para hallar estos detalles y de ese modo, a partir de quizá
hechos insignificantes se va construyendo el acto inmoral. San Francisco de
Sales decía que si bien estamos moralmente eximidos del contenido de nuestros
sueños, en última instancia, también somos responsables de él. De este modo el proceso de análisis de
conciencia y confesión no solamente crea
los hechos, los organiza y clasifica, sino que los fija en la mente,
estableciendo de este modo el círculo que sostiene el poder eclesial
Lissardi expone con claridad: “La figura….de Satanás
es el cemento que mantiene unido el edificio del poder eclesiástico, cuyas
piezas claves son la confesión (me someto) y la absolución (te perdono).” (pág.
42) El cristianismo creó el enemigo externo del que pretende defendernos. “Para
lograr esa protección construye un sistema de control policíaco que se permite
esculcar hasta en el último reducto de la intimidad”.
En la modernidad se produce un cambio
significativo, Lissardi dice:
“Profundizando el
costado juguetón e inocente del modelo clásico, los faunos, a partir de la
Modernidad, son completamente estetizados, edulcorados, inofensivos,
domesticados, son faunos ya no de la selva agreste sino de jardines de ensueño,
son faunos de peluche, pasteurizados, representaciones dirigidas a las elites
sensibles y cultas, primero de la aristocracia y luego de la burguesía, meros
bibelots para vitrinas frente a las que las damas se sonrojan y los caballeros
se aclaran nerviosamente la garganta antes de espetar alguna trivialidad. Ya no
expresan la voracidad sexual en toda su potencia, como en la Antigüedad, sino
la vaga e inconsistente nostalgia de un
mundo natural, de una arcadia, de una edad de oro que existió alguna vez, antes
que se desencadenara la opresión progresiva del proceso civilizatorio.” (pág.
24).
En la modernidad
aparece el movimiento de pensamiento llamado libertinismo, fundamental para romper con el yugo que impuso el
catolicismo. Se caracteriza por ser asistemático y opuesto a todo dogma.
Sostenía la libertad en todas las relaciones sexuales. “Para los libertinos, la
vida humana es estrictamente natural y la naturaleza es la perfección divina;
los instintos no pueden ser restringidos y no hay pecado si el hombre se
comporta de acuerdo a la atracción natural por el placer físico.” (pág. 49) En
este contexto es que surge Don Juan.
Para Lissardi Don Juan es la tercera
representación del paradigma fáunico, es la encarnación de Satanás.
D. Juan y la estatua del
comendador Haidea encuentra a
D.Juan- Ford Madox Brown
Hasta este momento
las figuras representativas eran claramente fantásticas, en la modernidad el
paradigma es vestido de realidad. “…es el producto de una civilización dominada
por la ideología del cristianismo, para la cual el pecado de la carne era el
más abominable de los pecados y en el cual, por consiguiente, la represión
sexual es el elemento clave para el control del cuerpo social.” (pág. 46)
Don Juan mostraba
la fuerza incesante e incontrolable del deseo sexual capaz de avanzar sobre las
leyes humanas y divinas. Juega un papel importantísimo en la represión de la
sexualidad al mostrar –enseñar- que la voracidad sexual conduce al castigo. “El
discurso pedagógico de Tirso** es de doble vía: por un lado a las mujeres les
dice “¡Cuidado con los seductores diabólicos!”, por el otro dice a los hombres,
“¡Cuidado con la volubilidad de sus
mujeres!”.
“Don Juan, diseñado
para ser el símbolo del mal y de lo reprobable, se convirtió en el símbolo
popular de la imbatibilidad del deseo. El camino de la represión está sembrado
de este tipo de paradojas.” (pág. 48). Operación similar a la de la confesión
católica por la que ese proceso en lugar de limpiar la conciencia de las ideas
supuestamente malignas la impregna al tiempo que las muestra incombatibles pues
todos somos pecadores. Don Juan al mismo tiempo que nos dice que el pecado de
la carne nos lleva al castigo muestra que es imposible luchar contra ese deseo.
Moliere en su Dom Juan ou le festin de pierre
claramente le hace decir: “…cuando se ha llegado a ser señor una vez, ya no hay nada que decir,
nada que desear, todo lo bello de la pasión ha concluido…..no hay nada más
dulce que triunfar sobre la resistencia de una bella persona, y en este tema
tengo la ambición de los conquistadores, que vuelan permanentemente de victoria
en victoria, y que no pueden resolverse a poner límites a sus deseos. Nada hay
que pueda detener la impetuosidad de mis deseos…” (en Lissardi pág. 51)
Don Juan seduce con
su deseo porque la mujer desea estar bajo su influjo. Es la forma del deseo.
Lissardi se refiere
a Casanova como otro modelo del fauno. Para Casanova el deseo no sabe de diferencias de género, de
identidad sexual. “…afirma que el deseo
no tiene objeto predeterminado, que el deseo es previo a la determinación
genérica, que una vez desatado el deseo no hay más remedio que seguirlo hasta
lo que el objeto revele ser.” (pág.71)
En el siglo 20 es la lucha por quitarse el
peso –la represión- que impone el paradigma amoroso para poder acceder a la libertad sexual.
El escritor Henry Miller encarna esta lucha y la
herida que no cicatriza producida entre
lo amoroso y lo fáunico, véase especialmente la trilogía La crucifixión rosada:
Sexus, Plexus, Nexus. Lissardi lo sintetiza de este modo: “En un mundo
empobrecido espiritualmente y miserabilizado sexualmente –el mundo de la
masificación- Miller avanza abriéndose las puertas a las patadas. Su
sensualidad ya no reprimida es su fuerza y su fuente de seducción.” (pág.33)
Fauno y
cabra. Picasso. 1960
Me detengo aquí en
estas breves notas del libro de Lissardi para relacionarlo con la masculinidad
y la prostitución.
Como vemos,
desde lo fáunico, el deseo-placer es considerado netamente masculino. En la
mujer es depositada la contraparte de la elaboración patriarcal: ella desea ser
deseada, cae bajo el influjo del deseo masculino, de la seducción del falo, a
lo sumo lo que puede hacer es resistirse. Según un mito que circulaba aún por
los años sesenta, la mujer no necesitaba de la relación sexual pues naturalmente,
mediante la menstruación se liberaba de su tensión. La represión de la
sexualidad en la mujer era –es- la norma al punto que no le era permitido el acceso al placer, era
totalmente enajenada de su propio deseo, solamente dispuesta a cumplir con su
“deber” matrimonial cuando el esposo así lo deseaba. Reducida a ser la falta
de…, la envidiosa del falo, la carente, solo completada por el hombre y/o el
hijo.
Paralelamente queda
establecidas las funciones dativa para el varón
y receptiva para la mujer, y una jerarquía: el varón es el que completa,
el que llena el hueco, el que otorga el hijo.
También podemos
analizar la idea que se tiene de la satisfacción sexual, esta se obtiene por la
descarga, por la eliminación de la tensión, es netamente evacuativa. Estamos
lejos de la visión de la relación sexual como encuentro, como contacto íntimo,
como otra forma de compartir y de enriquecimiento o de placer compartido.
Así la construcción
social contraponía ante el acoso del deseo masculino, la resistencia y
obligación de virginidad, la represión sexual para la mujer. De ahí la
necesidad de crear un elemento que permitiese mantener este equilibrio
inestable, para eso fue necesario mantener a la institución de la prostitución.
De este modo se garantizaba la existencia de un grupo de personas de “mala
vida” a las que cualquier hombre, en cualquier momento, pudiera –pueda- tener
acceso. El fauno, esa energía natural a la que no le interesan las identidades,
los géneros, las historias ni los nombres personales, puede descargarse dentro
del marco acotado que le fija la sociedad. El peligro está conjurado.
Por otro lado, la
mujer en prostitución confirma el modelo general, ella no desea, acepta lo que
el hombre le propone, queda subyugada, dominada, por el falo representado por
el dinero. Sigue ocupando el papel de Eva, la seductora que hizo perder el
paraíso terrenal a la humanidad al tiempo que es la que espera, en la esquina o
el burdel, a que el hombre llegue y la reclame, la complete.
Como vemos, la
prostitución es la consecuencia del
paradigma fáunico y sostenedora del sistema patriarcal al fijar a las mujeres
en posición de inferioridad y de disponibilidad ante el deseo masculino.
Tanto el paradigma
amoroso como el fáunico escinden a la persona humana y la mutilan volviéndonos
una especie de discapacitados al no poder integrar tanto los elementos
sensibles, tiernos, amorosos con los físico sexuales. Nos han dado una visión
reducida, muy acotada de lo que es la sexualidad y más precisamente, la
relación sexual. Es tarea de la prostitución-pornografía mantener esta escisión
En la actualidad es
clara la construcción de la prostitución como parte del divertimento al que
todos y cada vez más, debemos y tenemos el derecho de acceder, ya es parte de
la industria de la diversión. En la cercanía de un club de alterne español hay
un cartel que lo publicita, obviamente dirigido a los hombres, y que les dice
“porque te mereces”, todo hombre merece tener una joven bonita, sana, limpia y
dócil para pasar un buen momento de distención sin más responsabilidad que
pagar el precio. Es la “industria del entretenimiento” que nos dice que es lo
mismo penetrar y eyacular en una persona que ver una película, o subir a la
montaña rusa de un parque de diversiones, o una caminata, todo es diversión.
¿se está
resignificando lo fáunico? ¿Se lo está convirtiendo en una mercadería más y
parte de la diversión? Se lo está
banalizándo.
El sátiro, el
demonio ancestral, el deseo incontenible ahora parecieran ser unas figuras más, entre
otras, en las salidas del sábado a la
noche, o para los momentos de aburrimiento y aún de descorazonamiento.
Ya no es el placer
lo que mueve, quizá ni siquiera la tensión. El sexo ya no es el motivo, la
búsqueda de diversión delata su fondo de aburrimiento. La vacuidad social debe
ser ocultada, el placer, el sexo, deben ser eliminados porque pueden subvertir,
pueden mostrar que hay algo más acá, más próximo y vital que el mercado y sus
mercaderías, en definitiva, que hay un alguien.
*“La pasión
erótica. Del sátiro griego a la pornografía en internet” de Ercole
Lissardi, Editorial Paidós, colección
Entornos. Buenos Aires, 2.013
**Tirso de Molina
autor de la obra El burlador de Sevilla y convidado de piedra. Don Juan es “un libertino que cree en la
justicia divina («no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague») pero
que confía en que podrá arrepentirse y ser perdonado antes de comparecer ante
Dios («¡Qué largo me lo fiais!»). Si además recordamos que El burlador de
Sevilla fue publicada en 1630 podemos concluir que es una obra cuya
vocación es moralizante…”
“Protagonista de la
obra, El burlador de Sevilla, y personaje en torno al cual gira la obra
entera, que durante toda la obra se dedica a burlar a todas aquellas damas que
encuentra en estado de gracia para así él poseerlas, haciendo uso de trucos,
engaños y burlas y deshonrando de esta forma a la mujer y perdiendo el honor
del hombre con el que ella realmente deseaba gozar.”
La obra finaliza
cuando Don Juan es llevado a los infiernos sin darle tiempo a confesar y lograr
el perdón de sus pecados.
Fuente
https://es.wikipedia.org/wiki/El_burlador_de_Sevilla_o_El_convidado_de_piedra
** George Bataille
“Lo imposible”. Ediciones Coyoacan. México. 1996