sábado, 9 de septiembre de 2017

Diario de una religiosa rebelde: la monja de clausura que rescata a las mujeres trans de las adicciones y la prostitución

Testimonio de prostitución


Diario de una religiosa rebelde: la monja de clausura que rescata a las mujeres trans de las adicciones y la prostitución

Mónica Astorga es monja de clausura. Desde hace 11 años ayuda a mujeres trans a recuperarse de las drogas y el alcohol y a tener trabajos formales para salir de la prostitución. Dice que la Iglesia "es machista" y pregunta: ¿Quiénes somos para decirle a una gay, una lesbiana o una mujer trans qué tiene que hacer con su vida?
Por Gisele Sousa Dias 9 de septiembre de 2017
gsousa@infobae.com


Mónica y sus amigas trans. Kati, a su izquierda, abraza a su perro (Gentileza Pablo Isola)


Cuando Mónica conoció a Katy tenían casi la misma edad pero sus vidas estaban en dos extremos. Mónica era monja de clausura en el monasterio de las Carmelitas Descalzas, en Neuquén. Katy era una mujer trans que sobrevivía con la prostitución desde la adolescencia, tenía VIH y era alcohólica. La monja se sentó con Katy y con otras dos mujeres trans que estaban en la misma situación, les dijo que había que hacer algo con sus vidas y, para buscar un hilo del que tirar, les preguntó cuáles eran sus sueños: una dijo que quería ser cocinera, otra dijo que quería tener su propia peluquería. Katy, que ya veía en qué condiciones terminaban las vidas de sus compañeras de la calle, le dijo: "Yo quiero una cama limpia para morir".


La hermana Mónica. Atrás, Katy (“soñaba con una cama limpia”), Victoria (“soñaba con ser peluquera”) y Luján (“quería ser cocinera”).

"Fue hace 11 años y para mí esa frase fue un detonante", cuenta a Infobae Mónica Astorga Cremona (52) desde el monasterio en el que vive, en las afueras de Neuquén, y el canto cercano de los gallos la ubican en su contexto. En ese entonces, Katiana Villagra (54) -Katy- vivía en una habitación precaria a pocas cuadras del centro de Neuquén junto a otras mujeres trans que tampoco tenían más opción que prostituirse. Los vecinos querían que se fueran, por eso a Katy le incendiaron la habitación.

"¿Ves? -dice ahora Katy-. Así era y sigue siendo la vida de una travesti. Si no te morías de una forma, te mataban de otra". Se refiere a la muerte joven por las complicaciones del VIH, a las adicciones, a los hombres que las buscan en la ruta y luego las atacan o las asesinan, a los abusos de la Policía y de los proxenetas y a las emboscadas de los mismos vecinos.


Mónica y Katy. “Ella se puso nuestra mochila al hombro”, dice Katy sobre “La hermana Mónica”.

"Cuando conocí a Mónica -sigue- yo veía que cada vez que una de mis compañeras de la calle llegaba a la etapa final del VIH, la mandaban a morir a casa. Como la mayoría fuimos desarraigadas, expulsadas de nuestras familias, nos acompañábamos en la fase final entre nosotras. Yo reparaba en que las camas estaban siempre sucias, y era por la medicación que había que darles y por la comida que había que tratar de pasarles por unos tubos. Y me parecía tan triste morir así, tan jóvenes y en una cama tan sucia".

Katy estaba convencida de que ella era la próxima. Vivía con VIH y tenía poco más de 40 años, cuando el promedio de vida de las mujeres trans es de 35 años, según datos de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti-Transexual (ALITT).

"No las aceptaba nadie -recuerda Mónica-, tampoco la Iglesia que es tan machista. Tenían que salir a prostituirse después de las 2 de la mañana, porque antes estaban los más jóvenes que les tiraban piedras y botellazos. Y tenían que esconderse antes del amanecer, porque a la mañana los padres llevan a los chicos al colegio. Por eso yo digo que son y siguen siendo la basura de la sociedad: la basura se saca a la noche y de día tiene que desaparecer para que la ciudad amanezca limpia".

No había forma de que alguien les alquilara un lugar donde vivir. Hasta que una señora les alquiló su casa y explicó por qué: un día, mientras su marido le pegaba, una mujer trans dejó su parada en la ruta, intervino y le dio una advertencia al golpeador: 'si le seguís pegando, te muelo a palos yo". Mónica, de a poco, empezó a tocar contactos para ver cómo ayudarlas a dejar la prostitución.




Armaron una peluquería y Katy empezó a coser en una cooperativa. "Pero no fue nada fácil, había que motivarlas todos los días. Ellas venían de ganar mucha plata en una noche y te imaginas lo que ganaban en un taller de costura. Ellas decían que tenían que vivir el hoy: ganaban mucho y gastaban mucho porque sabían que sus vidas iban a ser cortas". Katy empezó a atender el taller de costura desde temprano pero seguía estando enferma: "Desayunaba vino", cuenta Mónica.

La monja entendió que el alcohol era lo que le había dado fuerza y anestesia para vivir la vida que tenía, y le tuvo tanta fe y paciencia que Katy lo logró. Hace 7 años dejó la prostitución. Después, empezó un tratamiento en Alcohólicos Anónimos y hace 4 años y cinco meses que está "limpia". Ahora dirige su propio taller de costura: se llama "Renacer". "Ay, perdón", dice Katy, y hace un silencio breve al otro lado del teléfono. Es que cuando nombra a Mónica y cuenta lo que significó que alguien le tuviera fe después de 30 años lejos de su familia, se emociona.

El boca en boca hizo el resto: desde aquel día en que Katy le dijo a Mónica aquello de la cama limpia, ya pasaron por el monasterio 90 mujeres trans. Hoy, una de ellas es asesora de una concejal, otra trabaja en la Dirección de Diversidad; otra en la Oficina de Violencia contra la mujer, y dos de ellas pudieron acceder a los cupos para mujeres trans en empresas privadas. Una trabaja en un Rapipago como cajera, la otra en una clínica como mucama.




Por lo que hace, Mónica recibe críticas, amenazas e insultos, no sólo en sus redes sociales. "El otro día, una tía me gritó 'tantos niños abandonados y vos protegiendo a esos trolos enfermos, habría que matarlos a todos'. Me dolió mucho, aunque agradezco recibir esos insultos porque me ayudan a sentir lo que sienten ellas desde que se levantan hasta que se acuestan", dice Mónica. "Acá se juegan varias cosas que generan resistencias. A muchos les choca que una Carmelita Descalza y encima mujer esté metida en un lugar que nadie quiere tocar".

La misión de una monja de clausura es, en esencia, la oración y el silencio. Pero si hay algo que la Hermana Mónica no hace es callarse. "Hace poco, una mujer muy creyente me preguntó: ¿Usted les dice que viven en el pecado, no? Y yo pienso: ¿Vos quién sos para cerrarle las puertas de la Iglesia a una mujer trans? ¿Quién sos para decirle que tiene que vestirse como hombre? ¿Quién sos para decirle a un gay o una lesbiana qué puede hacer con su vida? Eso confundimos dentro de la Iglesia, nos creemos tan perfectos que pensamos que tenemos autoridad para decirle al otro quién tiene que ser", opina.


Con Lizzy Tagliani, en julio, cuando pasó a visitar a Mónica por el taller de costura.

Pero entre los insultos, Mónica también recibe mails del Papa Francisco, a quien conoce desde que era Jorge Bergoglio. En uno, el Papa le escribió: "En la época de Jesús, los leprosos eran rechazados así. Ellas son los leprosos de la actualidad. No dejes el trabajo de frontera que te tocó". La vida de Mónica también recibió el interés de una periodista rosarina que plasmó su historia en un libro llamado "Acariciar las heridas".


Mónica y Kiara, una mujer trans que acaba de cambiar su nombre en el DNI. Es guía de turismo y está estudiando para tener una peluquería canina.

Después de recibir premios de parte de asociaciones lésbico-gays, Mónica empezó a viajar por el país para hacer un diagnóstico más preciso: "En Santiago del Estero, una chica trans me contó que la habían violado entre 7 hombres, no podía caminar. Les hacen lo que quieren y si te morís, te morís. El otro día una me contaba que un hombre fue a buscarla y cuando quedó sexualmente satisfecho empezó a golpearla. Le decía 'me hiciste caer puto de mierda, desaparecé de acá'. A los tres días fue a buscarla de vuelta".

A veces las golpean, otras directamente las matan. A mediados de agosto, Mónica viajó a Tucumán porque una chica trans de 31 años había aparecido asesinada y desnuda detrás del Lawn Tennis. La habían asfixiado contra el piso, por eso tenía pasto y tierra en la boca. Como rara vez estos crímenes se visibilizan, la monja empezó a llevar su propia lista de travesticidios: lleva contados 19 en los últimos dos meses.

Viendo cómo eran sus vidas adultas, Mónica decidió empezar a destejer la trama: ¿Qué habría sido de sus vidas si no las hubieran expulsado de sus casas y del colegio?, se preguntó. Así, se puso en contacto con Gabriela Mansilla, una mamá que pudo escuchar lo que le pasaba a uno de sus mellizos y logró que, a los 6 años, pudiera cambiar su nombre de varón en el DNI por el que había elegido: Luana. Lo que sigue ocurriendo con la niñez trans dejó perpleja a Mónica.

"El otro día me llamó Gabriela. Tenía que ir a dar una charla a un colegio católico de Quilmes. La llamaron porque había una nena trans de 5 años y los padres de varios alumnos le habían mandado a decir a la nena, a través de sus hijos, que la iban a matar a palos. Cuando Gabriela fue, algunos padres la insultaron, otros se levantaron y se fueron. Muy poquitos se quedaron a escuchar", cuenta Mónica.


La foto forma parte del libro “Acariciar las heridas”, de María Laura Favarel (Pablo Isola)

"Los padres no mandan a sus hijos a los cumpleaños de estos chicos. ¿Y sabés qué pasa cuando son más grandes? Mirá, el año pasado me invitaron a dar una charla a alumnos de 4° año de Medicina del Hospital Austral. A mí me pareció una cosa de locos y se los dije: 'La verdad, no me entra en la cabeza que yo le tenga que explicar a médicos y a futuros médicos cómo tratar a un ser humano", cuenta.

Después, se despide. En el monasterio están haciendo alfajores y dulces artesanales. Katy también se despide: tiene que terminar de coser 50 ambos que le encargaron en una clínica.

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Nota: las fotografías aparecen en la noticia original