Testimonio de prostitución
Diario de una religiosa rebelde: la monja de clausura que
rescata a las mujeres trans de las adicciones y la prostitución
Mónica Astorga es monja de clausura. Desde hace 11 años
ayuda a mujeres trans a recuperarse de las drogas y el alcohol y a tener
trabajos formales para salir de la prostitución. Dice que la Iglesia "es
machista" y pregunta: ¿Quiénes somos para decirle a una gay, una lesbiana
o una mujer trans qué tiene que hacer con su vida?
Por Gisele Sousa Dias 9 de septiembre de 2017
gsousa@infobae.com
Mónica y sus amigas trans. Kati, a su izquierda, abraza a su
perro (Gentileza Pablo Isola)
Cuando Mónica conoció a Katy tenían casi la misma edad pero
sus vidas estaban en dos extremos. Mónica era monja de clausura en el
monasterio de las Carmelitas Descalzas, en Neuquén. Katy era una mujer trans
que sobrevivía con la prostitución desde la adolescencia, tenía VIH y era
alcohólica. La monja se sentó con Katy y con otras dos mujeres trans que
estaban en la misma situación, les dijo que había que hacer algo con sus vidas
y, para buscar un hilo del que tirar, les preguntó cuáles eran sus sueños: una
dijo que quería ser cocinera, otra dijo que quería tener su propia peluquería.
Katy, que ya veía en qué condiciones terminaban las vidas de sus compañeras de
la calle, le dijo: "Yo quiero una cama limpia para morir".
La hermana Mónica. Atrás, Katy (“soñaba con una cama
limpia”), Victoria (“soñaba con ser peluquera”) y Luján (“quería ser cocinera”).
"Fue hace 11 años y para mí esa frase fue un
detonante", cuenta a Infobae Mónica Astorga Cremona (52) desde el monasterio
en el que vive, en las afueras de Neuquén, y el canto cercano de los gallos la
ubican en su contexto. En ese entonces, Katiana Villagra (54) -Katy- vivía en
una habitación precaria a pocas cuadras del centro de Neuquén junto a otras
mujeres trans que tampoco tenían más opción que prostituirse. Los vecinos
querían que se fueran, por eso a Katy le incendiaron la habitación.
"¿Ves? -dice ahora Katy-. Así era y sigue siendo la
vida de una travesti. Si no te morías de una forma, te mataban de otra". Se
refiere a la muerte joven por las complicaciones del VIH, a las adicciones, a
los hombres que las buscan en la ruta y luego las atacan o las asesinan, a los
abusos de la Policía y de los proxenetas y a las emboscadas de los mismos
vecinos.
Mónica y Katy. “Ella se puso nuestra mochila al hombro”,
dice Katy sobre “La hermana Mónica”.
"Cuando conocí a Mónica -sigue- yo veía que cada vez
que una de mis compañeras de la calle llegaba a la etapa final del VIH, la
mandaban a morir a casa. Como la mayoría fuimos desarraigadas, expulsadas de
nuestras familias, nos acompañábamos en la fase final entre nosotras. Yo
reparaba en que las camas estaban siempre sucias, y era por la medicación que
había que darles y por la comida que había que tratar de pasarles por unos
tubos. Y me parecía tan triste morir así, tan jóvenes y en una cama tan
sucia".
Katy estaba convencida de que ella era la próxima. Vivía con
VIH y tenía poco más de 40 años, cuando el promedio de vida de las mujeres
trans es de 35 años, según datos de la Asociación de Lucha por la Identidad
Travesti-Transexual (ALITT).
"No las aceptaba nadie -recuerda Mónica-, tampoco la
Iglesia que es tan machista. Tenían que salir a prostituirse después de las 2
de la mañana, porque antes estaban los más jóvenes que les tiraban piedras y
botellazos. Y tenían que esconderse antes del amanecer, porque a la mañana los
padres llevan a los chicos al colegio. Por eso yo digo que son y siguen siendo
la basura de la sociedad: la basura se saca a la noche y de día tiene que
desaparecer para que la ciudad amanezca limpia".
No había forma de que alguien les alquilara un lugar donde
vivir. Hasta que una señora les alquiló su casa y explicó por qué: un día,
mientras su marido le pegaba, una mujer trans dejó su parada en la ruta,
intervino y le dio una advertencia al golpeador: 'si le seguís pegando, te
muelo a palos yo". Mónica, de a poco, empezó a tocar contactos para ver
cómo ayudarlas a dejar la prostitución.
Armaron una peluquería y Katy empezó a coser en una
cooperativa. "Pero no fue nada fácil, había que motivarlas todos los días.
Ellas venían de ganar mucha plata en una noche y te imaginas lo que ganaban en
un taller de costura. Ellas decían que tenían que vivir el hoy: ganaban mucho y
gastaban mucho porque sabían que sus vidas iban a ser cortas". Katy empezó
a atender el taller de costura desde temprano pero seguía estando enferma:
"Desayunaba vino", cuenta Mónica.
La monja entendió que el alcohol era lo que le había dado
fuerza y anestesia para vivir la vida que tenía, y le tuvo tanta fe y paciencia
que Katy lo logró. Hace 7 años dejó la prostitución. Después, empezó un
tratamiento en Alcohólicos Anónimos y hace 4 años y cinco meses que está
"limpia". Ahora dirige su propio taller de costura: se llama
"Renacer". "Ay, perdón", dice Katy, y hace un silencio
breve al otro lado del teléfono. Es que cuando nombra a Mónica y cuenta lo que
significó que alguien le tuviera fe después de 30 años lejos de su familia, se
emociona.
El boca en boca hizo el resto: desde aquel día en que Katy
le dijo a Mónica aquello de la cama limpia, ya pasaron por el monasterio 90 mujeres
trans. Hoy, una de ellas es asesora de una concejal, otra trabaja en la
Dirección de Diversidad; otra en la Oficina de Violencia contra la mujer, y dos
de ellas pudieron acceder a los cupos para mujeres trans en empresas privadas.
Una trabaja en un Rapipago como cajera, la otra en una clínica como mucama.
Por lo que hace, Mónica recibe críticas, amenazas e
insultos, no sólo en sus redes sociales. "El otro día, una tía me gritó
'tantos niños abandonados y vos protegiendo a esos trolos enfermos, habría que
matarlos a todos'. Me dolió mucho, aunque agradezco recibir esos insultos
porque me ayudan a sentir lo que sienten ellas desde que se levantan hasta que
se acuestan", dice Mónica. "Acá se juegan varias cosas que generan
resistencias. A muchos les choca que una Carmelita Descalza y encima mujer esté
metida en un lugar que nadie quiere tocar".
La misión de una monja de clausura es, en esencia, la
oración y el silencio. Pero si hay algo que la Hermana Mónica no hace es
callarse. "Hace poco, una mujer muy creyente me preguntó: ¿Usted les dice
que viven en el pecado, no? Y yo pienso: ¿Vos quién sos para cerrarle las
puertas de la Iglesia a una mujer trans? ¿Quién sos para decirle que tiene que
vestirse como hombre? ¿Quién sos para decirle a un gay o una lesbiana qué puede
hacer con su vida? Eso confundimos dentro de la Iglesia, nos creemos tan
perfectos que pensamos que tenemos autoridad para decirle al otro quién tiene
que ser", opina.
Con Lizzy Tagliani, en julio, cuando pasó a visitar a Mónica
por el taller de costura.
Pero entre los insultos, Mónica también recibe mails del
Papa Francisco, a quien conoce desde que era Jorge Bergoglio. En uno, el Papa
le escribió: "En la época de Jesús, los leprosos eran rechazados así.
Ellas son los leprosos de la actualidad. No dejes el trabajo de frontera que te
tocó". La vida de Mónica también recibió el interés de una periodista
rosarina que plasmó su historia en un libro llamado "Acariciar las
heridas".
Mónica y Kiara, una mujer trans que acaba de cambiar su
nombre en el DNI. Es guía de turismo y está estudiando para tener una
peluquería canina.
Después de recibir premios de parte de asociaciones
lésbico-gays, Mónica empezó a viajar por el país para hacer un diagnóstico más
preciso: "En Santiago del Estero, una chica trans me contó que la habían
violado entre 7 hombres, no podía caminar. Les hacen lo que quieren y si te
morís, te morís. El otro día una me contaba que un hombre fue a buscarla y
cuando quedó sexualmente satisfecho empezó a golpearla. Le decía 'me hiciste
caer puto de mierda, desaparecé de acá'. A los tres días fue a buscarla de
vuelta".
A veces las golpean, otras directamente las matan. A
mediados de agosto, Mónica viajó a Tucumán porque una chica trans de 31 años
había aparecido asesinada y desnuda detrás del Lawn Tennis. La habían asfixiado
contra el piso, por eso tenía pasto y tierra en la boca. Como rara vez estos
crímenes se visibilizan, la monja empezó a llevar su propia lista de
travesticidios: lleva contados 19 en los últimos dos meses.
Viendo cómo eran sus vidas adultas, Mónica decidió empezar a
destejer la trama: ¿Qué habría sido de sus vidas si no las hubieran expulsado
de sus casas y del colegio?, se preguntó. Así, se puso en contacto con Gabriela
Mansilla, una mamá que pudo escuchar lo que le pasaba a uno de sus mellizos y
logró que, a los 6 años, pudiera cambiar su nombre de varón en el DNI por el
que había elegido: Luana. Lo que sigue ocurriendo con la niñez trans dejó
perpleja a Mónica.
"El otro día me llamó Gabriela. Tenía que ir a dar una
charla a un colegio católico de Quilmes. La llamaron porque había una nena
trans de 5 años y los padres de varios alumnos le habían mandado a decir a la
nena, a través de sus hijos, que la iban a matar a palos. Cuando Gabriela fue,
algunos padres la insultaron, otros se levantaron y se fueron. Muy poquitos se
quedaron a escuchar", cuenta Mónica.
La foto forma parte del libro “Acariciar las heridas”, de
María Laura Favarel (Pablo Isola)
"Los padres no mandan a sus hijos a los cumpleaños de
estos chicos. ¿Y sabés qué pasa cuando son más grandes? Mirá, el año pasado me
invitaron a dar una charla a alumnos de 4° año de Medicina del Hospital
Austral. A mí me pareció una cosa de locos y se los dije: 'La verdad, no me
entra en la cabeza que yo le tenga que explicar a médicos y a futuros médicos
cómo tratar a un ser humano", cuenta.
Después, se despide. En el monasterio están haciendo
alfajores y dulces artesanales. Katy también se despide: tiene que terminar de
coser 50 ambos que le encargaron en una clínica.
Fuente:
Nota: las fotografías aparecen en la noticia original