Este interesante trabajo relaciona las
masculinidades tradicionales con la violencia de género, especialmente sexual.
Una objeción importante que parece contradecir el contenido del texto
es la reiteración de llamar “trabajo sexual” a la prostitución, por lo que de
esta manera queda normalizada como una actividad más, cuando es una clara muestra de violencia de
género netamente patriarcal. Los autores, al hablar de ella, no hacen evidente al
sistema prostituyente.
Más allá de esto, que no es menor, los datos y
el trato general al tema es importante.
Alberto B
Ilieff
-----------------------------------------------------------------------------------------------------
Extracto
Hombres, Masculinidades,
Explotación Sexual
y Violencia Sexual
Una Revisión Literaria y Llamada a la Acción
Christine Ricardo y Gary Barker
Noviembre 2008
Promundo
MenEngaje
I.
INTRODUCCIÓN
Qué tiene que ver el género?
La explotación sexual y la violencia sexual
son ampliamente reconocidas como problemas de género. En sus diferentes formas
y contextos, la explotación sexual y la violencia sexual de manera
desproporcionada involucran a los hombres como los perpetradores, y a las niñas
y mujeres como las víctimas y son derivadas de normas sociales relacionadas con
el género y la sexualidad y las dinámicas desiguales de poder entre hombres y
mujeres que estas normas crean y refuerzan. Históricamente, sin embargo, las
investigaciones, los programas y las políticas relacionados con la explotación
sexual y la violencia sexual se han enfocado principalmente en proteger y
ayudar a las niñas y las mujeres1. Se ha prestado relativamente poca
atención a la importancia o las posibilidades de dirigirse a los hombres (y mujeres) para prevenir dichas conductas, y aún menos a contextos en los que los
hombres y muchachos son, ellos mismos, víctimas de explotación sexual y
violencia sexual.
Los últimos 20 años han visto un consenso
creciente sobre la necesidad de involucrar a los hombres en lograr la equidad
de género y, dentro de este consenso, un aumento en la investigación y
discusión sobre el tema específico del hombre, masculinidades, explotación
sexual y violencia sexual. Actualmente se reconoce más ampliamente que el
trabajo sexual, formas explotadoras de pornografía y otras formas de
explotación sexual son a menudo más sobre masculinidades y "la sexualidad
del hombre, no de la mujer" ya que son provocadas o motivadas por la
sexualidad del hombre y su comportamiento sexual (Mansson nd). Alrededor de
mundo, los chicos y los hombres son a menudo educados para creer que para ser
"verdaderos" hombres necesitan ser fuertes estar en control,
particularmente en sus relaciones íntimas y sexuales. La experiencia sexual, frecuentemente
asociada con la iniciación a la hombría, puede ser vista por los hombres y los
jóvenes como una demostración de habilidad sexual o logro, más que como actos
de intimidad (Marsigilio 1988; Nzioka, 2001). En efecto, muchos hombres
construyen sus identidades y entienden y afirman su masculinidad a través de su
sexualidad y sus experiencias sexuales.
En muchos sitios, los hombres siguen siendo alabados por sus proezas
sexuales y a menudo se cree que su deseo sexual es impulsivo e incontrolable.
Al mismo tiempo, con frecuencia se espera que las mujeres sean recatadas y
reprimidas en sus experiencias sexuales y su deseo. En diferentes sitios, la sexualidad y la
actividad sexual de las mujeres y las jóvenes pueden estar reprimidas y
controladas "a través de costumbres como la de otorgarle un premio a la
virginidad de las chicas, basando el honor de la familia en el control sexual
de las hijas y esposas, ejerciendo un severo castigo sobre las mujeres
por adulterio, evitando el acceso equitativo al divorcio, y segregando a
las chicas y mujeres de los chicos y los hombres" (Hughes 2000). Además de
estas costumbres y normas que le niegan a la mujer ciudadanía completa, así
como acción sexual, existe la práctica casi global de usar el 5 cuerpo de la
mujer para vender productos de consumo y servicios. Esta cosificación, u
objetización, del cuerpo de la mujer refuerza las percepciones de que el cuerpo
de las jóvenes y las mujeres es algo para ser "admirado y consumido"
por los hombres. Algunos investigadores reportan también una creciente
"erotización de las niñas" por la industria de la moda, en la que se
presentan modelos más y más jóvenes (de 12-13 años, por ejemplo) como si fueran
mujeres adultas. Mientras que las investigaciones son limitadas, claramente
esta cosificación de un modelo simultáneamente virginal y sexual de la
feminidad joven puede en cambio reforzar ciertos estándares de lo que los
hombres (y las mujeres) encuentran atractivo en el cuerpo de la mujer. Es
importante reconocer que existe también una creciente cosificación y
sexualización del cuerpo de los hombres y niños, aunque probablemente no tan
imperante como en el caso de las mujeres y niñas.
Las normas y percepciones contrastantes de
los derechos y la sexualidad del hombre y la mujer crean dinámicas de poder
desigual en las relaciones íntimas heterosexuales y también enmarcan los
contextos de la explotación sexual y la violencia sexual. Como se menciona en
este documento, existe un conjunto de investigaciones que indica que la adherencia
a actitudes y conductas hipermasculinas inequitativas está ligada a la
perpetración de actos de explotación sexual y violencia sexual. Sin embargo,
como se mencionará más adelante, este vínculo no es ni sencillo ni directo.
Además, la mayor parte de las investigaciones disponibles se han realizado en
los Estados Unidos y en otros contextos globales del norte con muestras
limitadas y no representativas de hombres. En efecto, hay relativamente poca
comprensión de cómo se entienden y/o se perpetúan la explotación sexual y la
violencia sexual en diferentes contextos culturales y sus intersecciones con
otras normas sociales y dinámicas de poder, incluyendo aquellas relacionadas
con la edad, raza, clase y cultura, que a su vez están relacionadas con
masculinidades.
Al subrayar la influencia de las normas
sociales sobre el uso de los hombres de la explotación sexual y la violencia
sexual, no es nuestra intención disociar a los hombres de su responsabilidad
individual, sino más bien contextualizar sus actitudes y comportamientos de
manera que estos comportamientos puedan ser mejor entendidos y tratados. Las
normas culturales y los roles de género y privilegios resultantes que éstas
perpetúan juegan un papel importante en determinar cómo se perciben y valoran
las personas, conductas e ideas. Sin embargo, los individuos no responden a
estas normas y roles de la misma manera; en diferentes grados, los individuos
tienen la opción de si se adhieren a las normas o no. Es importante
recordar, por ejemplo, que la mayoría de los hombres se oponen a la explotación
sexual y la violencia sexual y que muchos hombres que tienen actitudes sexistas
o viven en sociedades sexistas no necesariamente ejercen la violencia con las
mujeres; más bien, algunos hombres son más propensos que otros a expresar los
valores sexistas de su cultura y a ejercer violencia contra las mujeres (Forbes
2004). Lo que es más, el hecho de que la mayoría de los hombres no ejerza
violencia contra las mujeres necesita ser enfatizado y explorado; comprender
los factores individuales y socioculturales que inhiben a la mayoría de los
hombres (incluyendo a aquéllos con actitudes sexistas) para actuar de manera
agresiva o violenta hacia las mujeres y niñas es una cuestión apremiante para
investigaciones futuras y desarrollo de programas relacionados con hombres,
masculinidades y explotación sexual y violencia sexual.
El tema de entender las motivaciones de los
hombres y jóvenes para usar la violencia sexual es también complicado por el
hecho de que el tema a menudo está dividido en dos sectores – aquéllos que
están trabajando para terminar con la violencia sexual y 6 explotación contra
los niños (usando la definición de la ONU de ser menor de 18 años) y aquéllos
trabajando para terminar con la violencia contra las mujeres (de 18 años o
más), quienes a veces también incluyen “mujeres y niñas” (generalmente
excluyendo la violencia sexual y explotación contra los niños y hombres). En
este documento generalmente hemos evitado esta distinción. Hemos tratado de
examinar diferentes factores asociados con el uso del hombre de la violencia
sexual contra personas menores de 18 años versus mayores de 18. Desde el punto
de vista de una alianza de organizaciones que están trabajando para promover la
equidad de género y terminar con la violencia contra las mujeres, los niños y
entre hombres, hemos tratado de examinar literatura sobre toda forma de
violencia y explotación ejercida por hombres, diferenciando por la edad de la
víctima cuando encontramos esta distinción en la literatura.
Mientras que el punto focal de este
documento es cómo las normas prevalecientes acerca de la masculinidad están
entre los factores centrales subyacentes en la explotación sexual y la
violencia sexual, queremos reconocer que otros factores, incluyendo inequidades
de género más amplias, políticas nacionales e internacionales, la economía,
globalización, pobreza, el crimen organizado, la guerra y el conflicto, los
medios, y los estereotipos raciales y étnicos, también contribuyen a los
riesgos de la explotación sexual y la violencia sexual (Joe-Canon 2006). Además,
hay algunas situaciones y formas de explotación sexual y violencia que tienen
raíces más patológicas y van más allá de la esfera de las influencias sociales
y discusiones de las masculinidades mientras interactúan también con estas
influencias sociales. La pedofilia, en particular, es definida como un
trastorno clínico en el que adultos se sienten principalmente atraídos
sexualmente por niños pre-púberes. Esta terminología es a menudo mal utilizada,
sin embargo, al incluir a hombres que son abusadores situacionales, o sea,
hombres que explotan sexualmente a un niño porque el niño les está fácilmente
disponible, más comúnmente a través de la explotación sexual comercial o dentro
de la familia (ECPAT nd.). Como se
describe en el sitio web de ECPAT2, “el abusador situacional generalmente no
tiene una preferencia sexual específica por los niños. Los abusadores
situacionales se consideran generalmente como oportunistas que no hacen
distinciones, aunque puede sin embargo ser el caso que prefieran como pareja
sexual a alguien que cumple con los ideales sociales de belleza y sexualidad,
tales como verse joven y/o físicamente inmaduro. Las percepciones públicas de
aquéllos llamados pedófilos como un grupo marginal de personas que solicitan
sexo con niños pueden, de hecho, desviar la atención de la creciente
sexualización de los niños, especialmente las niñas, en diversas culturas (y en
los medios), así como el predomino del abuso sexual y la explotación entre la
población en general” (ECPAT nd).
………………………………..
2 ECPAT significa
“End Child Prostitution Chile Pornography and Trafficking of Children for
Sexual Purposes”
……………………………………………………………………………………………………………..
CUADRO 1 – Qué es la Explotación Sexual y la Violencia Sexual?
La explotación sexual pueden definirse como “cualquier abuso o intento de abuso de una
posición de vulnerabilidad, poder diferencial, o confianza, con fines sexuales,
incluyendo, pero no limitado a, una ganancia monetaria, social o política del
uso sexual de otro (Secretariado de la ONU 2003), incluyendo la participación
de una persona en trabajo sexual, esclavitud sexual, matrimonio forzoso, o la
producción de materiales pornográficos. Aún en ausencia de cualquiera de estos
factores, donde la persona que participe en el trabajo sexual comercial,
esclavitud sexual o la producción de materiales pornográficos tenga menos de 18
años, se considerará que existe la explotación sexual” (Prostitutes’ Education
Network nd). Por otra parte, la violencia sexual o el abuso, pueden ser
definidos como “la amenaza o el uso de la imposición física de naturaleza
sexual, ya sea por la fuerza o bajo condiciones igualitarias o coercitivas”
(Secretaría de las NNUU 2003).
La explotación sexual y la violencia sexual
contra las mujeres y los niños se han tratado en varios documentos
internacionales, incluyendo la Convención sobre la Eliminación de Toda Forma de
Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), la Convención Sobre los Derechos del
Niño (CRC) y el Protocolo Opcional de la Convención Sobre los Derechos del Niño
sobre la venta de niños, la prostitución infantil y la pornografía infantil.
CEDAW – Artículo 6
Los partidos estatales tomarán todas las
medidas adecuadas, incluyendo la legislativa, para reprimir toda forma de
tráfico de mujeres y explotación de la prostitución de mujeres.
CRC – Artículo 19
Los partidos estatales tomarán todas las
medidas adecuadas, incluyendo medidas legislativas, administrativas, sociales y
educativas para proteger a los niños de toda forma de violencia física o
mental, daño o abuso, descuido o trato descuidado, maltrato o explotación
incluyendo abuso sexual mientras estén a cargo de los padres, de un tutor legal
o cualquier otra persona que esté a cargo del niño.
Artículo34
Los partidos estatales se comprometen a
proteger al niño de toda forma de explotación sexual y abuso sexual. Para estos
propósitos, los partidos estatales tomarán todas las medidas nacionales,
bilaterales y multilaterales para prevenir:
a. la inducción o coerción
de un niño para participar en cualquier actividad sexual ilegal;
b. la explotación de los
niños en la prostitución u otras prácticas sexuales ilegales;
c. la explotación de los
niños para actividades y materiales pornográficos.
Protocolo Opcional de la Convención Sobre los Derechos del Niño sobre
la venta de niños, prostitución infantil y pornografía infantil
…la eliminación de la venta de niños, la
prostitución infantil y la pornografía infantil será facilitada adoptando un
enfoque integral, tocando los factores 8 contribuyentes, incluyendo el
subdesarrollo, la pobreza, las desigualdades económicas, una estructura
socioeconómica inequitativa , familias disfuncionales, falta de educación,
emigración urbana-rural, discriminación de género, comportamiento sexual
irresponsable de los adultos, prácticas tradicionales dañinas, conflictos
armados y tráfico de niños. . .
…también. . . se necesitan esfuerzos para
aumentar el conocimiento del público para reducir la demanda de la venta de
niños, la prostitución infantil y pornografía infantil. .
. Otros documentos internacionales que han
tratado la explotación sexual de niñas y mujeres incluyen: La Resolución de la
Onceava Asamblea General de la OMC (Cairo) acerca de la prevención del turismo
sexual organizado del 22 de octubre de 1995; la Declaración de Estocolmo del 28
de agosto de 1996 contra la Explotación Sexual Comercial de los Niños; y el
Código de Ética para el Turismo. El Protocolo para Prevenir, Reprimir y
Castigar el Tráfico de Personas, Especialmente Mujeres y Niños suplementando la
Convención de las Naciones Unidas contra el Crimen Organizado Transnacional que
fue el primer instrumento de la ONU que trató la demanda en el contexto de la
prevención del tráfico, generalmente haciendo un llamado a los países para que
adopten o refuercen medidas legislativas o de otras para reducir la demanda que
fomenta toda forma de explotación de mujeres y niños
(Raymond 2004; Naciones Unidas 2000).
CUADRO 2: HOMBRES, GÉNERO Y MASCULINIDADES
En los últimos 20 años, los investigadores
han ayudado a formar un entendimiento de cómo el género — enraizado en las
normas sociales, en las instituciones sociales y las prácticas sociales – crea
y perpetúa los desequilibrios de poder. Las investigaciones también han ayudado
a hacer visible cómo se construyen socialmente las normas relacionadas con las
masculinidades y las implicaciones que tienen las versiones sobresalientes de
las opiniones acerca de la hombría sobre las vidas de los hombres y las
mujeres. Antes de hablar de cómo es que las masculinidades influyen en y
provocan los comportamientos de los hombres relacionados con el trabajo sexual
y otras formas de explotación sexual y violencia sexual, es de utilidad ofrecer
algunas definiciones.
El género,
como lo usamos aquí, se refiere a los roles sociales, expectativas y
definiciones de lo que significa ser hombres y mujeres en determinado contexto
(en contraste con el sexo que se refiere al hecho biológico de haber nacido
hombre o mujer). Las normas de género masculinas son las expectativas sociales
específicas y los roles asignados a los hombres y los niños en relación con las
mujeres y las niñas. Éstas a menudo incluyen ideas de que los hombres deben
arriesgarse, aguantar el dolor, ser fuertes y estoicos, o que deben tener
múltiples parejas sexuales – a veces incluyendo el pagar por las relaciones
sexuales – para demostrar que son “verdaderos hombres”. Masculinidades se
refiere a las muchas maneras en que se define socialmente la hombría a través
de contextos históricos y culturales y las diferencias de poder que existen
entre las diferentes versiones de la hombría
(Connell 1994). Por ejemplo, una versión de
la hombría asociada con la clase social o grupo étnico dominante en un
determinado contexto puede 9 tener mayor poder y prominencia, así como las
masculinidades heterosexuales a menudo poseen más poder que las masculinidades
homosexuales o bisexuales. El patriarcado se refiere a desequilibrios
históricos de poder y prácticas culturales y sistemas que otorgan a los
hombres, además, un mayor poder dentro de la sociedad y les ofrecen beneficios
materiales, tales como mayores ingresos y beneficios informales incluyendo el
cuidado y servicio doméstico de parte de las mujeres y niñas en la familia (UN
Division for the Advancement of Women 2003).
El marco conceptual que a guiado a muchas
intervenciones con hombres y jóvenes desde una perspectiva de género es una
perspectiva social construccionista (Connell 1987 & 1994; Kimmel 2000).
Este enfoque afirma que las masculinidades y las normas de género son: (1)
construidas socialmente en vez de inducidas biológicamente), (2) varían a
través de contextos históricos y locales y (3) interactúan con otros factores
tales como la pobreza y la (Nota:
párrafo incompleto en el original)
…………………………………………………………………………………………………………………………………………
II. HOMBRES, MASCULINIDADES, EXPLOTACIÓN SEXUAL Y TRABAJO SEXUAL
Una de las formas más comunes y reconocidas
de explotación sexual es la prostitución, o el trabajo sexual (ver CUADRO 3).
En efecto, en las dos últimas décadas, se ha reportado una rápida expansión y
diversificación significativa de las oportunidades para comprar servicios
sexuales, o cuando menos, estas oportunidades se han hecho más visibles
(Anderson y O’Connell Davidson 2003). El lado de la demanda, sin embargo, o sea
las motivaciones o factores relacionados con la compra de sexo por parte de los
hombres siempre ha sido invisible o ignorada 3. Sin embargo, sabemos que los
estereotipos acerca de la masculinidad y la sexualidad del hombre a menudo han
reforzado o perpetuado normas que contribuyen a una más amplia racionalización
de la compra de sexo que realizan los hombres y, en algunos casos, apoyan o
estimulan la anuencia a estos comportamientos (Joe-Canon 2006). Estos estereotipos
incluyen: .. ..“Son básicamente hombres decentes en busca de un poco de
diversión inofensiva;”
.. “Los chicos serán chicos;”
.. “Es el resultado inevitable de los
instintos naturales del hombre;”
.. “La prostitución protege a las mujeres
‘buenas’ de la violación,”
.. “Los hombres necesitan liberar la
tensión;”
.. “La biología del hombre es diferente a la
biología de la mujer y ésta requiere de muchas mujeres para alcanzar la
satisfacción sexual;”
.. “Es una manera de iniciar a los chicos y
hombres en la actividad sexual;”
.. “Los hombres les están dando a estas
mujeres una manera de ganarse la vida;”
.. “No están lastimando a nadie;” y
.. “Todo el mundo lo hace, o no?”
(Durchslag 2008;
Joe-Canon 2006; MacLeod 2008)
En esta sección, intentamos ir más allá de
estos estereotipos y explorar algunos de los diversos factores individuales y
sociales subyacentes en el pago o utilización del trabajo sexual por los
hombres, así como de algunos vínculos entre el uso del trabajo sexual y otras
formas de explotación y violencia. Es importante, sin embargo, reconocer
primero el debate alrededor de lo que implica el trabajo sexual y distinguir
entre trabajo sexual de niños, el cual es siempre explotación sexual, y el
trabajo sexual de adultos que puede ser, dependiendo de las circunstancias,
explotación sexual. Este debate se explora en el Cuadro 3.
3 Es importante reconocer que el lado de la
demanda no está limitado a los hombres que compran sexo. También incluye a
individuos (a menudo hombres pero también mujeres) que obtienen ganancias de la
industria que rodea a la compra de sexo por hombres. Debido a que las
motivaciones de estos individuos son con mayor frecuencia basadas en factores
económicos que en normas sociales y masculinidades, no concentraremos nuestra
discusión en ellas.
CUADRO 3: PROSTITUCIÓN O TRABAJO SEXUAL?
La prostitución puede definirse como
“cualquier actividad sexual consensual entre adultos que involucre dinero o
cualquiera otra compensación material”. No incluye actos sexuales no consensuados,
ya sean perpetrados por fraude, bajo amenaza de fuerza, o por fuerza, o
cualquier acto sexual perpetrado contra menores” (FFE nd). Trabajadora sexual,
por otro lado, es un término “acuñado por las mismas trabajadoras sexuales para
redefinir el sexo comercial… como una actividad remunerada o forma de empleo
para mujeres y hombres” (Bindman y Doezema 1997 en Altman 2001). El término
intenta presentar una alternativa a las connotaciones peyorativas asociadas con
la prostitución. Al mismo tiempo, sin embargo, puede también argumentarse que
el término “trabajo sexual” implica una “forma de igualdad en el poder
económico y de negociación” lo que rara vez es el caso para individuos
involucrados en el sexo comercial (Altman 2001)4 – particularmente cuando se
considera como la pobreza y otros factores estructurales influencian la
iniciación sexual de las mujeres (y de los hombres), su entrada al trabajo
sexual o trata y sus habilidades para ejercer poder sobres sus vidas y sobre
sus interacciones con los “clientes”. El impacto de la pobreza y las limitadas
oportunidades económicas sobre el ingreso de las mujeres al trabajo sexual y a
la trata, no pueden ser subestimados. Investigaciones realizadas en diversos
escenarios, por ejemplo, han encontrado que el trabajo sexual frecuentemente
ofrece “significativamente mayores ingresos que otras formas de trabajo no
cualificado” (Gould y Fick 2008). Otros factores estructurales que pueden
influenciar el ingreso de la mujer al trabajo sexual y a la trata y su habilidad
para controlar sus comportamientos y sus interacciones, van desde la presencia
de conflictos, de militares o cuerpos de paz en un país, hasta el estatus legal
del trabajo sexual (Raymond 2003).
Existe también un debate entre aquéllos que
sostienen que el trabajo sexual es intrínsicamente una violación a los derechos
humanos y debe ser abolido por completo y los que argumentan que los adultos
deben tener el derecho de usar sus cuerpos para hacer dinero, que el trabajo
sexual debe ser considerado como un trabajo legítimo, y que los derechos
humanos implican asegurar que las trabajadoras sexuales estén protegidas de la
explotación y el peligro (Altman
2001). Mucho de este debate surgió del
contexto de la epidemia del VIH en la década de 1980 y 1990 cuando se argumentó
que el trabajo sexual necesitaba legalizarse o cuando menos reconocerse para
que se promoviera la minimización del daño mediante el uso de condones
(Jeffreys 2002). En 1998, la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), public un
informe que reconoce al trabajo sexual como una forma de trabajo y que
recomienda a los gobiernos extender los derechos y la protección laboral a fin
de incluir a los que están involucrados en el trabajo sexual (Lim 1998).
Con toda seguridad, el debate sobre las mujeres
y el trabajo sexual es complicado. ¿Es el trabajo sexual una forma de trabajo
el cual los individuos tienen el derecho de elegir, o es invariablemente una
violación a los derechos? ¿Puede decirse que si no aceptamos la idea de que las
mujeres pueden elegir el trabajo sexual como ocupación, estamos negándoles la
gestión sexual? Mientras que es evidentemente importante evaluar hasta qué
punto es una libre elección la participación de una mujer (o un hombre) en el
trabajo sexual o si es el resultado de desigualdades estructurales y
oportunidades limitadas, cómo interpretamos esos ejemplos de mujeres de clase
media o clase alta que también venden sexo? De la misma forma, en términos de
tráfico de mujeres y niñas para explotación sexual, hay algunos activistas que
alegan que la coerción física es ciertamene tráfico forzado, pero que algunos
cálculos de mujeres “traficadas” incluyen a mujeres que tuvieron algún grado de
elección por buscar una oportunidad económica. Estos temas están abiertos a un
gran debate. Mientras que pensamos que es importante reconocer este debate y
sus diversas complejidades, nuestra intención aquí es no establecer una
posición acerca de las mujeres los derechos y el trabajo sexual sino más bien
explorar los vínculos entre las normas predominantes y los puntos de vista
sobre la hombría y el uso de los hombres del trabajo sexual y cómo éstos
perpetúan una demanda por el trabajo sexual y el tráfico para explotación
sexual.
Finalmente, es importante afirmar que hay
áreas del trabajo sexual que no son ambiguas en términos legales o morales,
incluyendo la explotación sexual de niños, el tráfico de mujeres, y el uso de
la violencia por hombres (o mujeres) en el acto del sexo comercial. Por
ejemplo, mientras existe el continuo debate mencionado arriba sobre si el
elegir ejercer el trabajo sexual puede considerarse un derecho, en el caso de
los niños, el trabajo sexual es invariablemente explotación sexual. Es
generalmente reconocido que los niños menores de 12 años nunca pueden consentir
a la actividad sexual y que los jóvenes entre 12 y 18 años no pueden consentir
a actos sexuales excepto bajo circunstancias específicas que conllevan
actividad sexual con pares de la misma edad 5. Además, los jóvenes, o adultos
en tal caso, no pueden dar su consentimiento si están viviendo en un clima de
abuso, explotación sexual, coerción o violencia, y los jóvenes menores de 18
años tampoco pueden dar su consentimiento a ninguna actividad sexual con
personas mayores en posiciones de autoridad.
4 Despite this ongoing debate
regarding the term, however, we have opted to use “sex worker” instead of
“prostitute” in this paper as it is
generally the preferred
term of those who advocate for the rights and dignity of individuals involved
in commercial sex.
De cuántos hombres estamos hablando?
Hay relativamente pocas investigaciones
acerca de cuántos hombres o qué porcentaje de la población masculina en
determinado contexto compra actos sexuales. Es a menudo difícil comparar las
investigaciones disponibles y estadísticas de un país con otro o de una
encuesta con otra debido a los diferentes métodos y definiciones utilizados.
Sin embargo, una revisión reciente de encuestas de hogares, encuestas
conductuales de vigilancia e investigaciones existentes de alrededor del mundo
calculó un porcentaje medio de hombres que reportaban haber pagado por sexo en
los últimos 12 meses. El porcentaje global de hombres que compraron sexo en
los últimos 12 meses se estimó en 9-10 por ciento, con estimaciones de 13
por ciento a 15 por ciento en la región de África Central, y 5-7 por ciento en
Asia y Latinoamérica, mientras que un estudio en Europa Occidental encontró que
el porcentaje ahí era de alrededor del 3 por ciento (Carael 2006). Evidentemente,
el porcentaje de hombres que compran sexo
varía enormemente entre países y culturas, yendo de un muy bajo porcentaje en
algunos lugares hasta un 40 por ciento en otros (Joe-Canon 2006; Mansson nd).
En este aspecto, un porcentaje global es mucho menos útil que tratar de
entender las variaciones por contexto.
5 La edad legal
de consentimiento para la actividad sexual, sin embargo, varía por países y
está generalmente entre 12 y 16 años.
Qué hombres compran sexo?
Investigaciones anteriores sobre los hombres
y el trabajo sexual tendían a enfatizar las características psicopatológicas de
los hombres que compran sexo. Sin embargo, al enfatizar deficiencias
personales o cualidades negativas, este conjunto de investigaciones a menudo
ignora los factores culturales y situacionales que pueden influir en la
decisión de un hombre de comprar sexo, y las normas sociales más amplias,
particularmente aquéllas relacionadas con el género, que avalan tal conducta de
algunos hombres aunque la mayoría de los hombres no compran sexo (Monto
2005). La teoría sociológica y las investigaciones etnográficas más recientes
se han alejado de la patologización de los hombres que compran sexo y se
acercan a una perspectiva que considera la interacción entre factores
individuales y normas socioculturales relacionadas con la masculinidad y la
sexualidad del hombre (Busch 2002).
Las investigaciones de alrededor del mundo han demostrado que los
hombres que compran sexo no son un grupo homogéneo; representan todas las
edades, nacionalidades, razas y clases sociales (Joe-Canon 2006; Hughes 2004). Uno de los
estudios más completos a la fecha sobre las características de los hombres que
solicitan el trabajo sexual fue un estudio comparativo realizado en los Estados
Unidos que comparó una amplia muestra de hombres que fueron arrestados por
tratar de contratar trabajo sexual en la calle (n=1672) con muestras nacionales
representativas de hombres. El estudio encontró que los clientes hombres era
menos probable que fueran casados, menos probable que fueran felizmente casados
si eran casados y más probable que reportaran ser infelices en general que los
hombres en las muestras nacionales (Monto 2005). El estudio encontró también
que estos hombres tenían menos probabilidades de considerar malas una variedad
de actividades sexuales un tanto controversiales que otros hombres, y eran
mucho más proclives a participar en otros aspectos de la industria sexual (ej.;
pornografía) que los hombres en general. Aunque estos hallazgos indican que los
hombres que buscan a las trabajadoras sexuales (al menos en el contexto
específico de EU) pueden diferenciarse de manera significativa de los hombres
en general, algunos investigadores creen que las diferencias entre los hombres
que compran sexo y los que no lo hacen son más un asunto de grado que de calidad
(Monto 2000).
Finalmente, aunque algunos hombres de todas
las edades buscan a las trabajadoras sexuales, las investigaciones sugieren
que muchos hombres que compran sexo son jóvenes cuando lo hacen por primera
vez. Los datos de un estudio piloto en varios países realizado con
aproximadamente 180 clientes de trabajadoras sexuales en Dinamarca, Suecia,
Japón, Tailandia, India e Italia revelan que alrededor de 78 por ciento había
acudido primero con una trabajadora sexual a la edad de 21 años o menos, y cerca
del 18 por ciento tenía menos de 18 años (Anderson y O’Connell Davidson 2003).
En Latinoamérica, hasta un 11.6 por ciento de los hombres reportaron que su
primera relación sexual fue con una trabajadora sexual (UNFPA 2001). Estos
jóvenes a menudo están copiando el comportamiento de los hombres mayores y
pueden ser estimulados – a veces hasta el punto de coerción – a comprar sexo
para marcar su paso hacia la hombría (Barker 2005; Canon 2006; Hughes 2004).
Tales presiones sociales vividas en la juventud tienen efectos duraderos en el
comportamiento; es interesante notar, por ejemplo, que en el estudio de varios
países mencionado arriba, mientras más edad tenía una persona cuando compró
sexo por
14 primera vez, menores probabilidades tenía
de continuar haciéndolo. Un estudio en Escocia encontró que si un hombre no
había comprado sexo a la edad de 25 años, tenía menos probabilidades de hacerlo
en el futuro (MacLeod et al, 2008). Estos hallazgos sugerirían, entonces,
que los esfuerzos por reducir la demanda de trabajo sexual deben concentrarse
en el trabajo educativo y preventivo con
niños y jóvenes (Anderson y O’Connell Davidson 2003).
Qué buscan los hombres cuando compran sexo?
Mientras que mucha de la discusión acerca de
la sexualidad del hombre se reduce a factores biológicos, las motivaciones del
hombre para el sexo y para la compra del sexo son una compleja interrelación
entre deseos e intenciones individuales, normas culturales e históricas
específicas que rodean a la masculinidad y la sexualidad y los significados
sociales vinculados al sexo y a comprar sexo (Anderson y O’Connell Davidson
2003; Mansson nd). En Tailandia y Vietnam, por ejemplo, las investigaciones
sugieren que comprar sexo puede ser parte de un rito de paso, así como un
ritual para consolidar relaciones con amigos o colegas en una etapa específica
de la vida o del escenario social, por ejemplo, durante misiones militares o
estando de vacaciones o fuera de casa con un grupo de pares de la misma edad
(Anderson y O’Connell Davidson 2003; Hoa Duc 2006). Por otro lado,
investigaciones con hombres daneses y escandinavos encontraron que ellos nunca
experimentaron presión social para comprar sexo y rechazaban la idea de que
comprar sexo podría ser visto como una marca pública de virilidad o masculinidad
(Anderson y O’Connell Davidson 2003). En efecto, para algunos hombres, el pagar
por sexo puede no encajar con la identidad sexual masculina estereotípica;
acudir a trabajadoras sexuales puede ser interpretado por algunos hombres en
algunos sitios como que uno no es lo suficientemente “hombre” o viril para
acceder al sexo de otra manera. Es importante también reconocer la fluidez que
existe entre los individuos y las normas y escenarios locales – o sea, algunos
hombres que no considerarían nunca comprar sexo en su ambiente propio porque
ahí no es socialmente aceptado ni es normal, o porque se sienten temporalmente
deslindados de o no responsables ante las normas de su propio ambiente local.
La mera disponibilidad del sexo pagado, de hecho, puede ser un factor que
motive a algunos hombres a pagar por sexo.
Los pares juegan un papel particularmente
importante en la perpetuación de normas e ideales de masculinidad que pueden
influir en la decisión de los hombres de comprar sexo. Por ejemplo, en un
estudio piloto de varios países en Dinamarca, Suecia, Japón, Tailandia, India e
Italia, la experiencia de un hombre de comprar sexo era más probable que
hubiera sido arreglada por amigos o colegas que el resultado de una decisión
independiente. En otras palabras, para la mayoría de los hombres que compran
sexo, como se confirma en estos estudios, la decisión inicial de hacerlo puede
ser tanto un “asunto público y social como una cuestión personal”, o sea, la
“actuación” o presentación pública de un tipo específico de masculinidad ante
los hombres pares (Anderson y O’Connell Davidson 2003).
Hay también un conjunto de investigaciones
que indican que los hombres pueden buscar a las trabajadoras sexuales para
experimentar algunos modelos de relaciones de género y feminidades sumisas y
reforzar sus propios sentimientos de masculinidad y poder y control en las
relaciones (Mansson nd; O’Connell Davidson 2001; Yokoto
2006). En efecto, algunos investigadores
argumentan que ha habido un aumento en trabajo sexual en décadas recientes y
que este aumento puede contextualizarse dentro de los intentos de los hombres
de compensar por los cambios en los roles de género en el mundo occidental y la
reducción del poder masculino y sexual en sus propias relaciones cotidianas
(Mansson nd; O’Connell Davidson 2001). En el caso del tráfico
15 y el turismo sexual, estos intentos de
experimentar ciertos conceptos de masculinidades dominantes y feminidades
sumisas o de fácil disponibilidad sexual pueden a menudo estar también
entrelazados con estereotipos de mujeres de ciertos grupos étnicos o raciales
(Mansson nd; O’Connell Davidson 2001, Piscitelli nd).
La oportunidad de tener relaciones sexuales
con una mujer joven o juvenil es otra razón por la que los hombres pueden
comprar sexo; en un estudio de varios países de clientes hombres, más de tres
cuartas partes expresaron una preferencia por mujeres de 25 años o menos y 22
por ciento preferían a las de 18 años o menos (Anderson y O’Connell Davidson
2003). En un estudio de 113 hombres en Chicago (EU) que compran sexo, 80 por
ciento creían que la mayoría de los hombres preferían trabajadoras sexuales
jóvenes (Durchslag y Goswami 2008). Esta preferencia está moldeada por factores
socioculturales, incluyendo aquellos que llevan a los hombres a querer afirmar
ciertas identidades sexuales masculinas de vitalidad y dominio (ECPAT
International 2005; Save the Children Sweden 2004). Como lo expresó un hombre en un estudio en
Perú, “es más fácil dominar a mujeres más jóvenes” (Save the Children Sweden 2004).
Muchos hombres pueden también adjudicarles un mayor valor y placer sexual a
cuerpos juveniles – una preferencia estética ciertamente influenciada por
estándares socioculturales de la belleza y el cuerpo de la mujer y el creciente
bombardeo de imágenes en los medios de modelos muy jóvenes (Save the Children
Sweden 2004). Además, las investigaciones también han revelado que los hombres
que buscan chicas menores de 18 años a menudo no consideran las relaciones
sexuales con menores como “prohibidas” – más bien, pueden ver a estas niñas y
jóvenes como que son capaces de consentir y/o creen que la transacción
comercial legitima su derecho de tener relaciones sexuales con ellas (Anderson
y O’Connell Davidson 2003; Save the Children Sweden 2004).
Los hombres también buscan a las
trabajadoras sexuales porque pueden pensar que no son suficientemente
atractivos para encontrar pareja, o porque no tienen acceso regular a otras
parejas y/o quieren satisfacer diferentes demandas sexuales. En sitios con una
rígida segregación sexual y/o tabúes acerca del sexo premarital, por ejemplo,
puede esperarse que los hombres, particularmente los jóvenes, tengan
experiencia sexual y pueden buscar a las trabajadoras sexuales como un medio de
adquirirla. En algunas culturas, los hombres casados pueden, en cambio, buscar
a las trabajadoras sexuales para ciertos tipos de experiencias sexuales que
creen que sus parejas podrían encontrar objetables (Durchslag y Goswami 2008).
En efecto, algunos hombres pueden creer en una categorización estereotípica de
las mujeres como “mujeres buenas/mujeres malas” o, más específicamente, mujeres
que son percibidas como adecuadas para relaciones de largo plazo y a menudo
puramente relaciones sexuales (Barker 2005; Wilkinson 2005). Las trabajadoras sexuales
son generalmente vistas como el segundo tipo de mujeres y muchos hombres (y
muchas veces la comunidad más amplia y la sociedad) pueden, como resultado
verlas como que tienen menos derechos y dignidad que otras mujeres.
Existe también alguna evidencia de que la
demanda del trabajo sexual está en aumento en regiones o partes de China y la
India como resultado de la relativa “escasez” de mujeres casaderas en estos
sitios. A medida que una generación de chicos y jóvenes ha llegado a la madurez
sexual, hay una relativa escasez de chicas y mujeres del mismo rango de edad
que normalmente serían sus parejas sexuales (ya sea dentro o fuera del
matrimonio o uniones formales). Estas proporciones de sexo sesgadas son un
artefacto de la preferencia por los hijos varones y el uso subsecuente del
aborto selectivo por sexo y el descuido de las infantes que ha resultado en las
muy publicitadas “niñas desaparecidas” del sur de Asia. En China, a estos
jóvenes se les llama “guang gun-er o ‘ramas desnudas’ porque son ramas del
árbol genealógico que nunca darán frutos” (Hudson y Den Boer 2004). Uno de los
resultados propuestos de esta demografía distorsionada es una creciente demanda
de trabajo sexual y redes de tráfico (Guilmoto nd) así como otras formas de
explotación sexual y violencia tales como el secuestro y la venta de mujeres
para proporcionar novias (Hudson y Den Boer 2004).
Finalmente, hay un creciente conjunto de
investigaciones sobre las versiones específicas de la hombría que han surgido
entre grupos particulares de hombres, tales como mineros, choferes de camiones
y otros grupos de hombres que emigran o cuyos trabajos son muy movibles, y los
vínculos con la demanda de estos hombres de trabajo sexual. Por ejemplo,
investigaciones etnográficas con mineros en Sudáfrica han demostrado cómo los
hombres forman una noción particular de la hombría, para ayudarles a manejar
los temores y las batallas de sus vidas cotidianas, que combina conceptos de
valentía y persistencia con sexualidad insaciable y una necesidad de múltiples
parejas (Campbell 2001). Para satisfacer esta noción de la hombría, estos
hombres, que a menudo pasan largos periodos de tiempo lejos de sus esposas o
parejas, pueden participar en altos niveles de actividad sexual, muy a menudo
con trabajadoras sexuales. Además, mucha de esta actividad sexual puede ser
desprotegida ya que el contacto sexual “piel con piel” puede simbolizar una
forma de intimidad emocional a la cual estos hombres puede que no tengan acceso
en sus vidas diarias. Además de las implicaciones para las violaciones de los
derechos humanos, estas tendencias son particularmente perturbadoras en el
contexto de la epidemia del VIH en la región.
CUADRO 4: PAPITO: MASCULINIDADES Y SEXO TRANSGENERACIONAL Y
TRANSACCIONAL
Hay muchas mujeres jóvenes que pueden no
considerarse a sí mismas como que están involucradas en el trabajo sexual, pero
cuyas relaciones sexuales pueden incluir una explícita dimensión transaccional.
Estos tipos de relaciones sexuales han sido ampliamente investigadas y discutidas
en el contexto de África subsahariana y son generalmente con hombres mayores, o
los llamados papitos, a cambio de alimento, escuela, cuotas y apoyo a las
familias. 6 Las estimaciones de la frecuencia de estas relaciones varía mucho
por lugar y por estudio; en Camerún, por ejemplo, sólo el 5 por ciento de las
chicas adolescentes reportaron haber tenido una relación sexual a cambio de
dinero o regalos, comparado con 66 por ciento de adolescentes en Malawi (Luke y
Kurz 2002). Debido a que están generalmente asociadas con la edad y las
asimetrías económicas y la falta de opciones alternativas de ingresos, estas
relaciones a menudo comprenden diversos grados de coerción sexual. Al mismo
tiempo, las jóvenes involucradas en estas relaciones con frecuencia enfrentan
una doble moral en cuestión de la crítica social. Un estudio cualitativo en
Namibia y Sudáfrica encontró que aunque la sociedad en general no aprobaba
estas relaciones, “en la mayoría de los casos la chica será más criticada (que
el hombre)”, como lo explicó un informante (Jewkes et al. 2005). Mientras que
hay una relativamente vasta literatura sobre lo que motiva a las chicas a
involucrarse en relaciones trans-generacionales o de papitos, existe muy poca
investigación acerca de las motivaciones específicas de los hombres (Hope 2007).
Algunas razones por las que los hombres pueden involucrarse en relaciones con mujeres jóvenes incluyen la creencia
de que las jóvenes tienen menos probabilidades de estar infectadas con el VIH y
el prestigio y la autoestima que pueden estar asociados con los hombres que
tienen múltiples parejas jóvenes y con demostrar que pueden “conquistar” y
mantener a muchas mujeres (Luke y Kurtz 2002).
6 Hay también
reportes de hombres jóvenes que se involucran en sexo transaccional con mujeres
mayores o casadas,
conocidas
como “mamitas”. Estas relaciones son a menudo provocadas por la necesidad
económica, como en el caso de las mujeres jóvenes, así como por estatus entre
los pares (Mataure et al. 2000 in Barker y Ricardo 2005).
Cuáles son las actitudes de los hombres acerca del tráfico de mujeres
para explotación sexual?
A pesar de la gran cantidad de
investigaciones, programación y gestión dedicadas a acabar con el tráfico de
mujeres, ha habido poca reflexión o investigación sobre las actitudes de los
hombres acerca del tema, particularmente ya que se asocia con el tráfico para
explotación sexual. Uno de los pocos estudios que han examinado las actitudes
de los hombres fue el estudio en varios países en Dinamarca, Suecia, Japón, Tailandia,
India e Italia con clientes de trabajadoras sexuales, mencionado arriba. Una
cuarta parte de los hombres entrevistados dijeron que si un cliente se
encontraba con una trabajadora sexual que ellos pensaban que era víctima de
tráfico, debería reportar el caso a las autoridades (Anderson y O’Connell
Davidson 2003). En efecto, hay ejemplos
de clientes que han ayudado a “rescatar” a chicas y mujeres cuando se enteran
de que fueron traficadas. Al mismo tiempo, el estudio de arriba encontró
también que los clientes que a sabiendas usaban trabajadoras sexuales
traficadas o “no libres” a menudo no las percibían como sujetos con
consentimiento, sino como objetos o mercancía que el cliente podía comprar y
poseer temporalmente. En las palabras de un cliente entrevistado:
“. . . Yo entiendo que la prostituta está
ahí en primer lugar porque no tiene opción o porque está ahí forzada. Me siento
mal por esto, especialmente si ha sido forzada o vendida. Pero el hecho es que
ella está en el mercado carnal. . . ella es una mercancía ofreciendo un
servicio y debe aceptarlo.” (Servidor público indio, casado, de 39 años –
Anderson y O’Connell Davidson 2003).
En efecto, los hombres que compran sexo a menudo no perciben el
consentimiento como un asunto de las mujeres en el trabajo sexual y muchos, por
lo tanto, no distinguen entre las víctimas del tráfico y las que no lo son (Hughes 2004). El estudio de arriba
encontró que algunos clientes hombres hasta parecían asociar el tráfico de
mujeres con beneficios para los clientes. Por ejemplo, un hombre de negocios
indio de 21 años comentó que las chicas nepalíes que habían sido vendidas a
prostíbulos son especialmente lindas cuando son nuevas: “No hablan demasiado y
son más serviciales con el cliente. Las puedes controlar.” Otros clientes
entrevistados, sin embargo, dijeron que les era repulsiva la idea de comprar
sexo de mujeres que habían sido forzadas al trabajo sexual. Su repulsión, sin
embargo, no siempre ni exclusivamente estaba fundada en principios morales –
casi todos también hacían referencia a que sería sexualmente decepcionante
estar con una trabajadora sexual que no hubiera elegido libremente el trabajo
sexual. Había también un sentido de que el expresar su repulsión era reclamar
un estatus social particular en el cual ellos no “necesitarían” comprar sexo de
mujeres que eran “no libres” o que habían sido forzadas a realizar trabajo
sexual. Sin embargo, algunos de los clientes que reportaban sentirse ya sea
moralmente indignados o decepcionados sexualmente (o ambos) por la idea de
tener relaciones sexuales con una trabajadora sexual que era “no libre” habían
comprado sexo de trabajadoras que podían haber sido no libres o traficadas.
Aún así, algunos de estos hombres justificaban el haber comprado sexo con
mujeres traficadas ya sea porque ellos, los clientes, estaban borrachos, no
podían pagarles a trabajadoras sexuales más caras, 18 y/o porque la trabajadora
sexual en cuestión resultó ser la más inmediatamente disponible (Anderson y
O’Connell Davidson 2003).
Son muchos clientes hombres violentos con las trabajadoras sexuales?
Existe considerable evidencia de que las
mujeres que están en el trabajo sexual son con frecuencia víctimas de otras
formas de violencia, incluyendo golpes, violación y asesinato (Busch 2002). Sin
embargo, no hay indicación de que más de una pequeña minoría de clientes
hombres son físicamente violentos con las trabajadoras sexuales y se necesita
más investigación para identificar si es que y por qué algunos hombres que
compran trabajo sexual son más propensos a usar violencia contra las
trabajadoras sexuales (Busch 2002). Un estudio con trabajadoras sexuales en
Ciudad del Cabo encontró que un disparador común del uso de la violencia de
parte del cliente era que la trabajadora sexual se negara a acceder a alguna
petición, particularmente de sexo anal o sexo sin protección. Los autores del
estudio relacionaron esta respuesta violenta con normas sociales que asocian la
masculinidad con tener el control de las decisiones sobre el sexo en las
relaciones (Gould y pick 2008).
Además del problema del uso de los hombres
de la violencia física o sexual contra las trabajadoras sexuales, está también
la cuestión más amplia de cuándo y cómo la compra de sexo puede, en sí misma,
considerarse un acto de violencia. La violencia puede definirse como la amenaza
o el uso de cualquier tipo de fuerza (ej. emocional/ psicológico, físico y
económico) contra otros para establecer y/o reforzar asimetrías de poder. En
este sentido, la compra de actos sexuales, a menudo enraizada en asimetrías
socioeconómicas y de género, puede así considerarse una forma de violencia que
cometen (en su mayoría) los hombres contra (en su mayoría) las mujeres. Lo que
es más, niñas y mujeres que sufren de la explotación y la violencia sexual, frecuentemente
experimentan una victimización adicional por parte de las instituciones legales
y sociales, incluyendo la policía y los servicios sociales. Una investigación
en Sri Lanka, por ejemplo, encontró que el acoso de la policía a trabajadoras
sexuales de sexo femenino directamente incrementó el riesgo de las mujeres a la
violencia, porque no contaban con recursos en caso de ser sujetas a la
violencia y sus clientes varones frecuentemente conocían esta situación (Miller
2002). De hecho, en Sri Lanka y en muchos otros lugares, la venta de sexo está
penalizada, las mujeres son frecuentemente forzadas a trabajar en la
clandestinidad, por lo cual, se crean situaciones de vulnerabilidad ante la
violencia y la coerción. Por otra parte, la despenalización del trabajo sexual
no es suficiente si no está acompañando por esfuerzos por concientizar y
cambiar las formas de pensar de aquellos que implementan y protegen la ley. En
Suecia, por ejemplo, donde la legislación intenta proteger a las mujeres
involucradas en el trabajo sexual criminalizando el pago por sexo, una
investigación encontró que era mucho más probable que la policía protegiera a
los hombres que pagan por sexo, que garanticen la ley (Jacobson 2002).
Contribuye la pornografía a que los hombres compren sexo?
Ha habido un significativo conjunto de
investigaciones que exploran el significado del consumo o uso de los hombres de
la pornografía en privado, individualmente y dentro del contexto de la
vinculación entre hombres o las redes sociales con otros hombres y muchachos
(homosociabilidad) y en la construcción social de la masculinidad hegemónica
(Johansson 2007). Investigaciones en Camboya, por ejemplo, han demostrado que
los muchachos usan la pornografía como una herramienta para evaluar el dominio
masculino haciendo gran alarde entre ellos de las cosas que han visto con la
intención de que las chicas los oigan (Fordham 2006).19
Algunos investigadores (principalmente en los E. U.) también han
estudiado la conexión entre el consumo por el hombre de la pornografía y su uso
del trabajo sexual. Un estudio de hombres
que pagaron por sexo encontró que aquéllos que eran más jóvenes, y pagaban a
trabajadoras sexuales con mayor frecuencia, tenían muchas más probabilidades de
ser usuarios frecuentes de pornografía (Tewksbury y Golder 2005). Otro estudio
en los EU encontró que el uso de la pornografía era más común entre los hombres
que buscan trabajadoras sexuales que entre una muestra nacional representativa
(Monto y McRee 2005). Sin embargo, cerca de la mitad de los hombres que habían
pagado a trabajadoras sexuales no habían visto nunca revistas pornográficas ni
videos pornográficos (Monto y McRee 2005). Mientras que estos resultados
sugieren que el vínculo entre la pornografía y la compra de sexo puede no ser directa
o casual, es claro que las dinámicas sexuales y de género más frecuentemente
presentadas en la pornografía pueden contribuir a las nociones de los hombres
de que las mujeres son objetos sexuales de consumo.
Finalmente, hay muy poca discusión en las
investigaciones acerca de cuáles formas específicas de pornografía son dañinas
o contribuyen a la compra de sexo o el uso de violencia sexual. Muchas parejas
con consentimiento e individuos no violentos y no sexistas, por ejemplo,
utilizan y disfrutan de algunas formas de material sexualmente explícito que
algunos considerarían pornografía. Debido a tabúes sobre el tema y la
incomodidad al hablar de sexualidad, sin embargo, este tema desafiante – de la
pornografía dañina y sexista contra otras formas no violentas, no sexistas de
material sexualmente explícito – es a menudo ignorado y rara vez discutido
abiertamente.
CUADRO 5: MASCULINIDADES Y LA EXPLOTACIÓN SEXUAL COMERCIAL DE NIÑOS
Así como con la explotación de niñas, los
factores subyacentes en la explotación sexual comercial de niños son con mayor
frecuencia las relaciones desiguales económicas y de poder entre niños y
adultos (Atikin nd). En los casos de niños, sin embargo, el tema de la
explotación sexual es a menudo más clandestino, rodeado por el estigma de las
relaciones sexuales del mismo sexo y las construcciones de género
estereotipadas acerca de los roles masculinos (Atikin nd; Altamira 2007; Masud
Ali 2006). Las normas de género que sostienen que los niños deben ser fuertes y
capaces de defenderse pueden llevar a “barreras y. . . protección inadecuada de
los niños hombres incluyendo una ceguera social en relación con sus
experiencias de explotación sexual y violencia sexual” (Masud Ali 2006). De
igual forma, los niños pueden no reportar las experiencias de explotación
sexual y violencia sexual por miedo de demostrar cualquier signo de debilidad,
o por sentimientos confusos sobre la atracción sexual y las sanciones sociales
relacionadas con el comportamiento homosexual.
Aunque el problema de la explotación sexual
de los niños es a menudo considerado de poca magnitud comparado con el de las
niñas, es un problema que abunda en muchos países y se lleva a cabo en diversos
lugares desde las calles y las terminales de autobuses hasta los hoteles y restaurantes.
La pobreza, el estatus migratorio, experiencias de abuso sexual y crisis
familiar son algunos de los factores que más contribuyen a la vulnerabilidad de
los niños a la explotación sexual (Masud Ali 2006; Muhammed 2006). Además, la
explotación sexual de niños ocurre a través de diferentes contextos sociales y
culturales. Para mencionar algunos:
—en Puerto Príncipe, Haití, los niños,
particularmente los niños de la calle, son explotados sexualmente por turistas
americanos y europeos y miembros de la elite haitiana (ECPAT 2001); 20
—en Estonia, alrededor del 70 por ciento de
los niños de la calle han estado, o están, involucrados en el trabajo sexual
como medio de supervivencia (ECPAT
2001);
—en la República Democrática del Congo,
“Kamuke” o “Petit Poussins” se refiere a chicos adolescentes a quienes les
ofrecen dinero y objetos de lujo mujeres de negocios mayores a cambio de sexo
(ECPAT 2001);
—en la India, los niños que se unen a grupos
de danza (bailarines Luanda) a menudo son forzados a trabajo sexual y se
enfrentan a una violencia brutal (Lahiri 2007);
—en Gran Bretaña, la explotación sexual
comercial de niños ha sido citada como una de “las más clandestinas formas de
abuso sexual… de la que menos se sabe” (Hill 2001); y
—en la Ciudad de Nueva York, las
investigaciones han encontrado que podría haber más niños que niñas en la
explotación sexual comercial (ECPAT 2001).
Un concepto erróneo común en cuanto a la
explotación sexual de niños es que es un problema relacionado solamente con la
homosexualidad o atracción del mismo sexo; o sea, que los niños que están en la
venta de sexo son homosexuales y que los hombres que compran sexo lo son
también (Altamira 2007; Atikin nd; Masud Ali 2006). De hecho, los niños que son
víctimas de explotación sexual son un grupo heterogéneo de individuos con
diversas y emergentes identidades y orientaciones sexuales (Liabo 2000;
Masud-Ali 2006). Pueden identificarse a sí mismos como homosexuales,
heterosexuales o bisexuales y pueden tener diferentes percepciones de sus
actividades (Liabo 2000). De la misma forma, la explotación sexual de niños no
es perpetrada sólo por hombres que se identifican como homosexuales. En efecto,
muchos perpetradores son hombres homosexuales – o al menos se identificarían a
sí mismos como tales – y contrario a la creencia popular, las investigaciones
han demostrado que estos hombres son generalmente de las mismas comunidades que
los niños a quienes explotan sexualmente, en vez de ser turistas (Masud-Ali
2006; Muhammed 2006).
Para algunos hombres heterosexuales, comprar sexo de otro hombre puede
ser una cuestión de conveniencia y acceso. Esto puede ser particularmente cierto en sitios con
una segregación de los espacios sociales basada en el género, como se demostró
en investigaciones realizadas en Bangladesh, India y Pakistán donde muchos
hombres pueden tener relaciones sexuales con hombres (o niños) porque no tienen
acceso a parejas sexuales femeninas (Altamira 2007). Cuando el comportamiento
de estos hombres se conceptualiza más en un marco pasivo (los que son
penetrados) y activo (los que penetran), parece que el concepto de los hombres
que tienen relaciones sexuales con hombres también refleja el mismo marco de
género que es similar al modelo heterosexual, en el cual hay una relación de
poder desigual (Masud- Ali 2006; Parker 1999). Esta construcción de género
específica quizás explica mejor lo muy deseables que son los niños en la
explotación sexual comercial, ya que los niños pueden considerarse más
“femeninos”, i. e. menos poderosos y más fáciles de colocar en roles sexuales
pasivos (Masud-Ali 2006; Muhammed 2006). Sus cuerpos menos desarrollados y
menos musculosos pueden también parecer, para algunos hombres, femeninos y por
lo tanto más atractivos. De estas maneras, la segregación de género puede
aumentar la vulnerabilidad para los niños (y niñas) ya que a menudo hay poco
escrutinio público de estos espacios y los explotadores pueden acceder y
abordar a los niños fácilmente (Masud-Ali2006; Muhammed 2006).
CUADRO 6: HOMBRES, TECNOLOGÍA DE
COMUNICACIONES Y EXPLOTACIÓN SEXUAL
Las últimas décadas han visto una rápida expansión
de las tecnologías de medios y comunicaciones y, como resultado, un mayor
acceso a herramientas y espacios para la explotación sexual. La introducción de
las computadoras y la Internet, en particular, han provocado un aumento
dramático en la circulación y el consumo de pornografía (Johansson 2007;
Mansson 2004) y disponibilidad de sexo por dinero – aunque hay pocos
conocimientos sobre cómo exactamente esto ha afectado o quizás hasta cambiado
el contenido y la estructura de la demanda (Mansson 2004). Sin embargo, como
sostiene Donna Hughes: “Los hombres son generalmente reservados acerca de su
explotación de las mujeres y los niños y uno de los factores del éxito de la
industria sexual en línea ha sido la capacidad de los hombres de bajar
pornografía o acceder a la prostitución en línea desde la privacidad de sus
hogares y oficinas” (Hughes 2000).
También hay alguna evidencia de cómo la Internet ha
fomentado el reforzamiento de vínculos homosociales entre clientes hombres, un
fenómeno que puede observarse a través del creciente número de comunidades en
línea en las que los hombres se reúnen para compartir información acerca de sus
experiencias con trabajadoras sexuales, o cuando menos ofrece un “espacio
seguro”, libre de sanciones sociales, donde los hombres pueden hablar de estas
experiencias con otros hombres (Mansson 2004; Williams et al. 2008).
……………………………………………………………………………………………………………………………………………..
VI. DE LA INVESTIGACIÓN A LA ACCIÓN
Esta revisión ha tratado
un extenso número de investigaciones sobre las complejas relaciones entre las
construcciones sociales de las masculinidades y las actitudes y prácticas de
los hombres relacionadas con la explotación sexual y la violencia, así como
factores individuales asociados con el uso del hombre de la violencia sexual y
la compra de sexo. Dada la interrelación entre temas sociales más amplios – en
particular la globalización y la pobreza – y las construcciones sociales
prevalecientes de género y masculinidades, así como factores individuales, no
hay respuestas fáciles y obvias en cuanto a cómo involucrar a los hombres y los
niños en reducir la demanda de explotación sexual o prevenir la violencia
sexual. Sin embargo, esta literatura revisada
ofrece algunos
conocimientos para tomar acción:
Mientras
que hay factores individuales claves (y a veces psicopatologías individuales)
asociados con el uso de los hombres de algunas formas de violencia, el
uso de los hombres de la violencia sexual está claramente ligada
a normas sociales más amplias relacionadas con la hombría. Esto
sugiere entonces, que cualquier esfuerzo para reducir seriamente
la compra de sexo por hombres y la violencia sexual requiere no
sólo llegarles a algunos hombres, sino cambios en como ven las
sociedades y las culturas los roles de los hombres.
Los
hombres que apoyan o creen en actitudes que dan dominio a los hombres, o creen
que las mujeres deben estar a su servicio, a menudo tienen mayores
probabilidades de comprar sexo.
La
cosificación de las mujeres y el sexo normaliza un espectro más amplio de
conductas sexuales, incluyendo las más violentas y coercivas.
Quizás
uno de cada diez hombres en el mundo compra sexo anualmente, con tremendas
variaciones alrededor del mundo, lo que sugiere que aunque no es una conducta
universal, es permitida o aceptada por una considerable minoría de hombres. Las
grandes variaciones a través de las culturas y los lugares significan que
necesitamos entender más sobre factores de contexto específico que expliquen
esta variación.
Relativamente
pocas investigaciones han encontrado o examinado las diferencias entre los
hombres que compran sexo de mujeres adultas o niñas menores.
Investigaciones existentes
sugieren que algunos hombres que compran sexo pueden gustar de niñas o mujeres
más jóvenes debido a su sumisión más que estrictamente por una preferencia
estética de mujeres más jóvenes y niñas.
Muchos
hombres que compran sexo son más jóvenes y van con grupos de amigos, como una
“representación” pública de una forma específica de masculinidad. Al participar
en estos comportamientos, estos hombres pueden estar tratando de satisfacer las
esperadas normas sociales de la hombría.
Los
patrones de los hombres del uso del trabajo sexual y la violencia sexual a
menudo se inician cuando los hombres son jóvenes, precisamente cuando es más
probable que quieran satisfacer estas normas esperadas de hombría para
“encajar” dentro de su grupo de pares.
El uso
de los hombres de la violencia sexual en la guerra, y en lugares en conflicto y
después del conflicto está bien documentado y ligado a un control social
reducido, a versiones específicas (a menudo en base a la etnia) de la hombría y
constituyen una táctica específica de guerra y dominación.
La
pornografía parece estar cada vez más disponible y es, de manera creciente, una
parte de la socialización de los chicos (y chicas). Si la pornografía causa
violencia sexual o causa que los hombres busquen el sexo pagado, no está claro;
cuando mucho podemos concluir que algunas formas de pornografía contribuyen a
creencias sociales sobre las mujeres como sumisas y disponibles sexualmente, y
quizás también a mitos de violación.
Aunque
la incidencia de explotación sexual y violencia sexual es alarmante, éstas son
ejercidas en la mayoría de los lugares por una minoría de hombres. La gran
mayoría de los hombres no usan ni apoyan tal violencia, aunque son sujetos de
una socialización similar alrededor de las normas de género que puede
llevarlos, en algunas circunstancias, a apoyar o cuando menos a aceptar dichas
conductas. Al enfocarnos en la prevención, es importante entender a esta
mayoría de hombres – particularmente aquéllos en sitios en los que la violencia
sexual y la explotación sexual prevalecen – y las fuerzas y factores que
estimulan y apoyan su no violencia.
Texto completo en
La mayoría de las IMAGENES han sido
tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por
favor enviar un correo a
alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas
gracias por la comprensión.
En este blog las imágenes son afiches,
pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución
para no revictimizarlas.
Se puede disponer de las notas publicadas siempre y
cuando se cite al autor/a y la fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario