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lunes, 10 de agosto de 2020

El mito de la pulsión sexual incontrolable

 

EL MITO DE LA PULSION SEXUAL INCONTROLABLE

12/7/2017

6 de agosto 2017

Por Francine Sporenda

Original: https://revolutionfeministe.wordpress.com/2017/08/06/le-mythe-de-la-pulsion-sexuelle-incontrolable/revolutionfeministe.wordpress.com/2017/08/06/le-mythe-de-la-pulsion-sexuelle-incontrolable/

Traducción Maura López

Colaboración: Maite Sorolla


(Suzzane Blac)

 

El argumento de la pulsión sexual incontrolable es un cliché central del discurso de legitimación y excusa para las violencias masculinas. Si solo se trata de responder a la pregunta: “¿las pulsiones sexuales masculinas son verdaderamente incontrolables?”, la respuesta es obvia e inmediata: no, no lo son. Porque -a menos que estén locos o borrachos- los hombres no violan a las mujeres cuando las condiciones externas no son propicias y si no están casi seguros de quedar impunes (o de creer estarlo): no violan en público, ya sea en un restaurante, en el trabajo, en una estación de tren, o en el supermercado. El acting out de un violador ocurre después de una evaluación de los riesgos y de las posibilidades de éxito. Debe haber ausencia de testigos (salvo sin son cómplices), relativa debilidad física de la víctima, que esta esté incapacitada por el alcohol o la droga, etc. Si el riesgo es demasiado grande, el acting out se suspende. Además, el argumento de la pulsión incontrolable es igualmente inválido en los casos de hombres que golpean a sus parejas, según ellos cuando están furiosos no pueden dejar de golpearlas, pero sí pueden controlarse cuando se trata de su patrón. La violación no es el resultado de una pulsión sino de un cálculo y hasta de una estrategia.

 

En cambio, lo que es necesario analizar más en detalle es el papel que juega este remanido argumento en el discurso patriarcal y cuál es el mensaje relativo a la sexualidad masculina que transmite.

 

Afirmar que las pulsiones sexuales masculinas son incontrolables es, en primer lugar, plantear un enunciado paradójico: es sugerir al mismo tiempo que las pulsiones sexuales son altamente peligrosas, asociales e incluso criminales y sin embargo no pueden ni deben ser reprimidas: está mal, pero no podemos hacer nada para remediarlo, “boys will be boys”. No es posible entonces sancionar la violación, el incesto y la pedofilia, como mucho se pueden canalizar esas «pulsiones» hacia la prostitución que, en el discurso patriarcal tradicional, existe precisamente para preservar a las mujeres y los niños de la violación. Lo que constituye una falacia, dado que no se ha aportado ninguna prueba que indique que la prostitución reduce la cantidad de violaciones sino que, por el contrario, diversos estudios señalan que en reglas generales, en las culturas donde hay más prostitución hay más violaciones. En todo caso, no existe ningún otro crimen, asesinato, robo, etc, para el cual el discurso dominante diga: es un delito que no debe ser castigado, en un “delito aceptable”.

 

«Todos Violadores»

 

Lo que es más, son los propios hombres patriarcales los que se describen a sí mismos como depredadores y criminales sexuales en potencia, es la virilidad en sí misma la que plantean como esencialmente salvaje, amoral y por encima de la ley. Y nos dicen que no hay que intentar reprimir sus pulsiones porque sería imposible: esas pulsiones son naturales, biológicas, hormonales y no se puede ir en contra de la naturaleza.

 

Que dichas pulsiones sean presentadas por el discurso patriarcal como «naturales» apunta a hacerlas pasar, del mismo modo que a las otras pulsiones naturales—comer, beber, etc– por necesidades biológicas vitales cuya satisfacción es imperativa, sin la cual estaría en peligro la supervivencia de los individuos que no puedan satisfacerlas. A los hombres les gusta insistir en el hecho de que la no-satisfacción de sus pulsiones sexuales es dolorosa (el síndrome de los “pelotas explosivas”) y provocaría debilitamiento físico, trastornos psicológicos y depresión. Esta equiparación de los deseos sexuales masculinos con necesidades vitales es aceptada como una evidencia en el discurso dominante a tal punto que justifica la creación de un «servicio sexual» (en claro, la disponibilidad gratuita de mujeres prostituidas) pagado por los contribuyentes, del que deberían disponer los individuos inválidos de sexo masculino. Esta argumentación, en la que se justifica la puesta a disposición de prostituidas para los inválidos, la pulsión sexual masculina no solo se naturaliza, sino que además se medicaliza, se trata de un derecho a la salud: ¿quién se atrevería a negar a un macho que sufre, prestaciones sexuales que le son prácticamente prescritas por un médico?

 

El argumento de las pulsiones sexuales incontrolables opera a favor de la naturalización de una construcción social; el deseo masculino se convierte en necesidad para conferirle una evidencia indiscutible. En reglas generales, los dominadores naturalizan los elementos fundadores de su dominación para ocultar su historicidad y hacerla parecer inamovible.

 

¿Quién, ante una tal urgencia sanitaria, se atrevería a recordar que eyacular no es una necesidad, que nunca un hombre ha muerto de castidad? Y que aun si admitimos la hipótesis no-científica de que una descarga regular de los testículos es necesaria para la buena salud masculina, todos los hombres pueden hacer ellos mismos esta descarga, incluyendo a los minusválidos—a menos que estén amputados de las dos manos.

 

Pero no, para que los hombres se sientan bien, deben imperativamente eyacular en orificios corporales -vagina, boca o ano- y no en cualquier orificio, no en los orificios masculinos, única y exclusivamente en los orificios femeninos. Aún si los individuos de sexo masculino poseen dos orificios perfectamente idénticos a los femeninos, para los hombres heterosexuales está fuera de cuestión considerar que puedan servir a satisfacer sus pulsiones: solo los orificios femeninos están sexualizados en tanto que los orificios masculinos escapan a esta sexualización. Entre paréntesis, un participante en Facebook hablaba de “santuarización de la vagina” con respecto a una denuncia feminista de la noción de “deber conyugal”: para él, las mujeres no deberían hacer tanta historia cuando son obligadas a tener relaciones sexuales no deseadas. De hecho, si hay algún orificio que esté santuarizado, no es la vagina de las mujeres -puesta a disposición de los hombres por el matrimonio, la pornografía, la violación, la pedofilia y el incesto- sino los orificios de los hombres heterosexuales, cuyo rechazo a dejarse penetrar es tan obsesivo como su exigencia de penetrar a las mujeres de todos los modos posibles.

 

La noción de pulsión incontrolable sirve principalmente para eximir de responsabilidad a los hombres. con esta afirmación de incontrolabilidad, los hombres dicen: hagamos lo que hagamos, por más atroces que sean los crímenes sexuales que cometemos, no debemos ser considerados responsables: “no somos nosotros, son nuestras pulsiones”. Pulsiones de las cuales los hombres hacen responsables a las mujeres —hasta a las niñas— culpándolas de ser provocativas y tentadoras.

 

En fin, la noción de “pulsión incontrolable“ contiene una amenaza: si esas pulsiones salvajes y asociales que pueden estar dirigidas hacia cualquier blanco no pueden ser saciadas, constituyen un peligro para el orden público. De manera implícita se perfila el fantasma de hordas de hombres en celo que inundarían las calles, agrediendo sexualmente a todo lo que esté a su alcance, incluyendo niñas y mujeres llamadas “respetables” atentando de esta manera contra la propiedad de otros dominantes o inclusive contra la de los dominantes mismos.

 

Por todas estas razones, las pulsiones sexuales incontrolables serían una realidad inalterable, una característica que define la masculinidad que deberíamos aceptar sin discutir y solo podríamos, en el mejor de los casos, organizar su satisfacción de manera de no perturbar demasiado el orden social. Esto implica obviamente que las mujeres deberían resignarse a ser violadas a voluntad por los hombres porque esas pulsiones son más fuertes que todo y nada puede interponerse en su camino: es inútil resistirse, sométase al derecho de acceso sexual masculino, su destino inevitable es el de ser penetrada. «Biology is destiny» decía Freud…

 


           (Suzzan Blac)

 

PULSIONES DE GEOMETRIA VARIABLE

 

Salvo que esas pulsiones masculinas no-controlables/no-reprimibles no lo son para todos los machos: observamos que los comportamientos sexuales delictivos o criminales son desaprobados y severamente castigados si los perpetradores pertenecen a ciertas categorías sociales, en particular a las minorías étnicas y/o económicamente desfavorecidas. Es interesante señalar, con respecto a este tema, que en los estados  esclavistas del sur de los Estados Unidos, los casos de esclavos negros que hayan violado mujeres blancas, (mujeres e hijas de sus amos) con las que sin embargo convivían como esclavos domésticos son casi inexistentes, (el fantasma de los negros violadores de mujeres blancas se desarrolló a partir de la abolición de la esclavitud para denunciar como peligrosa la libertad otorgada a los hombres negros). Y si hay una cierta tolerancia (por solidaridad masculina) hacia las pulsiones sexuales de los hombres que pertenecen a esos grupos dominados, es solo a condición de que dirijan sus ataques a mujeres pertenecientes a su misma clase social o su grupo “étnico”. Sin embargo, si esas pulsiones sexuales quisieran ser saciadas con las esposas o hijas de hombres de las clases dominantes, estas deben ser controladas o severamente castigadas. En cambio, observamos que los hombres ricos y poderosos pueden cometer crímenes y delitos sexuales sin recibir ninguna condena penal, ni siquiera social -el ejemplo de Polanski,  Tron,  Baupin y  Dominique Strauss Kahn nos lo recuerda.

 

Y obviamente, solo las pulsiones sexuales masculinas son incontrolables. Cuando se trata de las mujeres, sus deseos sexuales no son nunca presentados como «necesidades» o «pulsiones» que no deben ser controladas, al contrario, en la mayoría de las culturas, se hace todo lo posible para controlar la sexualidad femenina.

 

En realidad, las pulsiones masculinas no son incontrolables, son simplemente incontroladas, y son incontroladas porque los que ejercen el poder no las utilizan para controlarse ellos mismos, sino para controlar a los dominados. Si los dominados han asumido tempranamente que no pueden obtener lo que desean, deben aceptar vivir con la frustración y refrenar sus «pulsiones», de otra manera corren el riesgo de crearse muchos problemas, los dominantes, en cambio, pueden “gozar sin restricciones”: los instrumentos de control sexual y social –leyes y normas—que elaboran no se aplican a ellos. Los deseos sexuales presentados como necesidades imperiosas y no negociables son característicos de la sexualidad del dominante: solo los deseos de los dominantes son órdenes. Ser dominante es poder hacer pasar los deseos por necesidades y las necesidades por derechos. La noción de “derechos sexuales“ es obviamente inadmisible dado que la sexualidad implica una interacción con un partenaire: no puede haber “derecho sexual” así como no puede haber “derecho a la esclavitud”, porque no puede haber derecho a disponer de otra persona.

 

Las pulsiones sexuales solo son controlables y reprimibles para los dominados. Y al ser las mujeres la categoría más dominada desde hace miles de años, podemos plantear que cuanto más patriarcal es una cultura, más serán reprimidas sus pulsiones sexuales a tal punto que se convirtieron en mínimas y hasta inexistentes en culturas donde la sexualidad femenina se resume a la  prestación de un servicio.

 

De hecho, si la depredación sexual masculina es presentada paradójicamente como una “criminalidad buena” que no debe ser reprimida, es porque es una cuestión central para el patriarcado por diversas razones que vamos a exponer.

 

En primer lugar, recordemos que la noción de crimen no es absoluta ni inmutable, es esencialmente relativa—no hay crimen en sí mismo: el carácter criminal de un acto no depende tanto del acto en sí mismo como del valor que se confiere a la víctima y al perpetrador, y su lugar relativo en una jerarquía. Matar a un negro o a una mujer – con más razón una mujer negra–, no es como matar a un hombre blanco. Matar a un animal no es un crimen. La depredación sexual masculina, cuando solo afecta a mujeres, es en el mejor de los casos “formalmente” criminalizada: concretamente, observamos que aunque la violación y la pedofilia sean legalmente crímenes, son generalmente juzgados como delitos- y la gran mayoría de estos crímenes ni siquiera llega a judicializarse.

 

En cambio, esta depredación sexual masculina, cuando se dirige a otros hombres es muy mal tolerada socialmente. Para empezar porque feminizar a los dominantes haciéndoles padecer penetraciones, atenta simbólicamente contra la dominación masculina. La idea de que cada hombre pueda convertirse en presa sexual para otros hombres, es decir, ser penetrado y por lo tanto ser tratado como una mujer, es literalmente insoportable en el sistema patriarcal. Esa fantasía patriarcal ansiógena, la visión de una total anarquía sexual, de una gran orgía indiscriminada donde los hombres se penetrarían unos a otros destruyendo así la jerarquía de los sexos que funda el orden social, se conjura a través de la homofobia que estigmatiza muy fuertemente dichas prácticas entre los dominantes. La agresión sexual masculina nunca debe estar dirigida hacia otros hombres, esto destruiría la solidaridad masculina en la cual se basa el patriarcado. Vemos estadísticas que recuerdan que en los Estados Unidos, cada tres minutos una mujer es violada, cosa que no indigna a tanta gente y no modifica en nada el orden social. En cambio, ¿imaginamos las consecuencias sobre la dominación masculina si estas estadísticas fueron violaciones de hombres por otros hombres?

 

Recordemos que en las sociedades patriarcales, las leyes, las instituciones y las prácticas sociales garantizan y organizan el derecho incondicional al coito para los hombres. Este acceso sexual garantizado e ilimitado se basa originalmente en las dos instituciones complementarias del patriarcado: el matrimonio y la prostitución, la mamá y la puta. Acceso sexual ampliado por el acceso “ilegal” de la violación, la pedofilia y el incesto, y este invento del patriarcado moderno, la “liberación sexual” de las mujeres. Pero hay que comprender que este derecho no apunta solamente a asegurar la satisfacción de los deseos sexuales masculinos, cumple otra función aún más importante: en primer lugar, cada vez que un hombre penetra a una mujer se reafirma como dominante, ya que la penetración es por excelencia el acto que establece como dominador al penetrante y el/la penetrado-a como dominado-a (no es necesario recordar todas las palabras del vocabulario popular que establecen esta equivalencia penetrado=dominado: follar, empernar, empomar, etc). Y cada coito es no solamente una reafirmación del estatus dominante del penetrador sino del sistema patriarcal en general. Y cada vez que una mujer se deja penetrar, en la visión patriarcal, reconoce implícitamente su estatus individual de subordinación y su pertenencia colectiva al grupo dominado.

 

Cada penetración es la expresión sexual de la relación de poder patriarcal entre hombres y mujeres y funciona para poner a las parejas en su lugar: la mujer abajo, el hombre arriba (recordemos que la posición del misionero fue impuesta por la iglesia por su carácter “jerárquicamente correcto”). El coito, acto jerarquizante por excelencia, tiene un sesgo fundamentalmente político porque es el paradigma fundador de la dominación masculina. De allí surge la pregunta: ¿se puede abolir la dominación masculina si la heterosexualidad sigue siendo la norma?




(Suzzan Blac)

 

Todas las prácticas que degradan a las mujeres - insultos, humillaciones, torturas - son sexualizadas también porque son operadoras de jerarquización. La pornografía que pone en escena todos esos actos representa el paroxismo de esta sexualidad jerarquizante – como la dominación masculina está cuestionada actualmente, debe ir más lejos y con más fuerza para reafirmar su poder y re-inferiorizar a las mujeres. Con este objetivo, esos actos jerarquizantes deben multiplicarse y diversificarse al infinito, todos los orificios deben ser ocupados, nuevas formas de degradación deben ser inventadas: debe haber siempre más sexualidad para que haya más dominación.

 

Frente a la erosión (relativa) del poder patriarcal, hay una doble contraofensiva de restauración de dicho poder: mediante la religión que apunta a devolver a la mujer a su rol de mamá (reproductiva), la pornografía apunta a devolverla a su rol de puta (objeto sexual). Las fronteras entre estas dos funciones son porosas, las mujeres se ven obligadas ahora a asumir las dos.


El COITO ES POLITICO

 

Lo que enuncia explícitamente el argumento de la pulsión incontrolable es que el acceso sexual masculino debe ser incondicional e ilimitado y que nada debe restringirlo, aunque este acceso sexual implique perpetrar violencias destructivas para las personas afectadas y con un alto costo para la sociedad. Y correlativamente, que este derecho incondicional al acceso sexual garantizado a los hombres tiene por consecuencia que es prácticamente imposible que las mujeres escapen al coito. Pero este enunciado oculta un hecho fundamental: que este acceso sexual ilimitado no es prioritariamente una cuestión de satisfacción de las pulsiones, sino de conservación del poder sobre las mujeres. Como mencionamos anteriormente, en la visión patriarcal una mujer penetrada es una mujer sumisa. El consejo que daban los sexólogos del siglo XX a los maridos era la de penetrar regularmente a su mujer para garantizar su docilidad. Los Munducurus (pueblo del Amazonas) nunca han oído hablar de sexología, pero uno de sus proverbios dice lo mismo: «domamos a nuestras mujeres con la banana». De hecho, si la pulsión sexual incontrolable debe ser aceptada a pesar de ser potencialmente criminal, es porque es parte integrante y condición misma del ejercicio de la hegemonía masculina. Esta criminalidad no debe ser reprimida porque es ella la que garantiza en última instancia la subordinación de las mujeres.

 

Detrás del pretexto de las “pulsiones incontrolables”, el mensaje codificado que se envía a los hombres es “no controlen sus pulsiones, al contrario, denles rienda suelta porque son el instrumento de su poder, cuanto más penetren a las mujeres, más serán obedecidos”: es crucial para garantizar el poder masculino que las mujeres sean “bombardeadas” de penetración. Y en consecuencia, si los actos que confieren la dominación son la penetración, la invasión, la irrupción y el marcado, un dominante debe poder efectuarlos lo más frecuentemente posible. De allí el consumo intensivo de Viagra y de pornografía que, al maximizar las erecciones, apunta a maximizar la ocupación masculina del cuerpo de las mujeres, por lo tanto a maximizar la dominación masculina. Las imágenes pornográficas proporcionan además instrucciones detalladas de como concretar esta ocupación.

 

Acto jerarquizante por excelencia, el éxito del coito presupone también la existencia de una jerarquía: las mujeres emancipadas de la tutela masculina que se comportan como iguales y no respetan las normas de la femineidad (es decir de la subordinación) no provocan erecciones —salvo que se trate justamente de castigarlas por su emancipación; por su falta de sumisión, son consideradas “castradoras”. Las “brujas”, esas figuras históricas de la rebelión femenina, han sido perseguidas (entre otras cosas) porque se las acusaba de reducir a los hombres a la impotencia (incluso de robarles sus penes para coleccionarlos en cajas). Reducir a los hombres a la impotencia sexual es confiscar su poder, se considera que la pérdida de poder sexual lleva a la pérdida de poder político —de allí nuevamente la vital importancia de recurrir a la pornografía y al Viagra. En realidad, esta reivindicación de la liberación “natural” de las pulsiones incontrolables no es ante todo una reivindicación masculina al placer sexual sino una estrategia de dominación.

 

El ACCESO SEXUAL CONDICIONA LA DOMINACION MASCULINA

 

Si para garantizar el poder masculino sobre las mujeres, los hombres patriarcales deben mantener su capacidad de penetrarlas lo más frecuentemente posible, la otra condición de dicho control es que ninguna mujer pueda escapar a esta penetración

 

Por este motivo se ponen furiosos cuando las mujeres pretenden negarles este acceso, por ejemplo, defendiendo el derecho al separatismo y a espacios femeninos no mixtos. Desde este punto de vista, el movimiento trans puede ser visto como una contraofensiva patriarcal que apunta (entre otras cosas) a impedir a las mujeres cerrar la puerta en las narices de los hombres y para encontrarse entre ellas en espacios exclusivamente femeninos –la reivindicación insistente de los trans es irrumpir en esos espacios no-mixtos.

 

VIOLACION Y PROSTITUCION, CONDICIONES DEL ACCESO SEXUAL ILIMITADO

 

El matrimonio es una forma institucionalizada de asegurarse este acceso sexual: en el matrimonio tradicional, el esposo tenía el derecho legal de tener relaciones sexuales con su esposa aunque esta no lo deseara y podía exigir su «derecho conyugal» (la otra cara del «deber conyugal» de las mujeres) mediante la violación si fuese necesario. La violación formaba entonces parte del matrimonio, era su fundamento, la noche de bodas no era más que una violación legal -y sigue siéndolo en muchos países. Pero todavía actualmente en los países occidentales, el sexo conyugal es presentado como consentido cuando en realidad es obligatorio.

 

Pero el matrimonio es insuficiente para que el acceso sexual masculino sea verdaderamente ilimitado, debe ser necesariamente completado con otras formas «salvajes» de acceso sexual para que ninguna mujer pueda sustraerse: la prostitución, la violación, la pedofilia y el incesto.

 

Por empezar, porque dichas formas de acceso sexual amplían la variedad de mujeres disponibles que incluye no solo a las esposas, sino potencialmente a todas las mujeres ya que la violación por definición permite el acceso sexual a todas las mujeres, en tanto que la pedofilia y el incesto la extienden a los niños (el acceso sexual pedófilo permite el « grooming » precoz de las niñas a la sumisión).

Pero también porque al ser la penetración/violación lo que define la virilidad, las relaciones aparentemente consentidas con mujeres, como en el matrimonio, no son suficientemente superiorizantes para los hombres; Es imperativo que estos puedan tener relaciones sexuales no consentidas para sentir la totalidad de su poder de dominante (la industria de muñecas sexuales ha comprendido bien esto y fabrica muñecas con un ajuste «violación»). El dominante, para gozar plenamente de su dominación debe forzar a la dominada, no solamente «poseer» su cuerpo, sino quebrar su voluntad (tener voluntad propia es lo que la define como sujeto). Si la mujer quiere lo mismo que el dominante –relaciones sexuales–, la voluntad del dominante no puede afirmarse plenamente. El matrimonio actual «consentido» ya no procura ese sentimiento de dominación omnipotente, solo la prostitución y la violación pueden procurarlo: los hombres saben que la persona prostituida no desea tener relaciones con ellos si no, no sería necesario pagarle. De esta manera, la prostitución desenmascara la realidad oculta de las relaciones heterosexuales: la violación de las mujeres es central en el sistema patriarcal, pero esta violación debe ser presentada como «consentida» en las sociedades neopatriarcales «de igualdad de derechos» porque se supone que las interacciones sexuales están basadas en el consentimiento. En las sociedades tradicionales donde la violencia patriarcal se muestra abiertamente, nadie dice que la prostitución es consentida.

 

VIOLACION Y PROSTITUCIÓN

 

La violación garantiza que ninguna mujer pueda escapar al acceso sexual: toda mujer está a la merced de una violación —inclusive una mujer presidenta o primera ministra, por el solo hecho de que un hombre, aun si está en lo más bajo de la escala social, posee un pene, posee el poder de poner a una mujer en su lugar de inferior al violarla. Como tal, la violación es un instrumento esencial de la dominación masculina: por empezar, sirve para controlar a las mujeres y a garantizar su docilidad aterrorizándolas. Sobre todo si ninguna mujer puede protegerse totalmente contra este acceso sexual forzado, ninguna mujer puede ser verdaderamente considerada como igual a los hombres ya que en todo momento un macho puede violarla: la violación sostiene la asimetría de poder fundamental entre hombres y mujeres. Mediante la violación, paga o no, el hombre patriarcal cuya hegemonía se ve debilitada por los logros feministas se reconstituye como dominante. Experimenta la dominación masculina plena y completa tal como la conocen sus ancestros masculinos. Entra en un espacio de no derecho donde puede negar absolutamente la humanidad y los derechos humanos de las mujeres, lo que - explícitamente en todo caso—el principio de igualdad de sexos proclamado en las sociedades occidentales ya no le permite hacer. Los clientes de las mujeres en situación de prostitución dicen con frecuencia que no sienten verdadero placer—pero que comprar un cuerpo femenino es para ellos una inyección de pura dominación, como una inyección de heroína para un drogadicto. Tener una erección y penetrar a una mujer prostituida, eludir el hecho de que ella no lo desea pagándole (el que paga manda), cruzar los límites que ella pone al uso de su cuerpo, humillarla, imponerle prácticas dolorosas o peligrosas, marcarla con una eyaculación facial, como un perro que hace pis para marcar su territorio es la apoteosis de la virilidad patriarcal.



(Suzzan Blac)

 

La prostitución convierte la violación en algo fácil y sin riesgo al proveer una categoría de mujeres —pobres, minorías étnicas, etc— para ser violadas: garantiza que en cualquier lugar, en cualquier momento, cualquier hombre pueda violar sin ninguna consecuencia penal o social si tiene un poco de dinero para pagar. Además, la relación sexual con una mujer prostituida maximiza la dominación porque maximiza la diferencia jerárquica: no solamente la persona prostituida es una mujer, sino que proviene de un medio social inferior, es más pobre, pertenece a una minoría étnica: la desigualdad de género se multiplica por la desigualdad de clase/dinero/ «raza». Es por eso que los hombres se niegan con vehemencia a ser privados de la prostitución: la abolición los desposee de una parte esencial de su poder, porque el poder sin abuso de poder no es la totalidad del poder. Solo la prostitución y la violación permiten a los hombres experimentar la totalidad de los derechos de acceso sexual que el sistema patriarcal les da sobre las mujeres, y sienten como una castración que se los prive de una parte de ese poder: la penalización del cliente constituye un atentado insoportable al orden patriarcal, y es mucho más grave para ellos que la simple pérdida de los «servicios sexuales». Cuando los hombres declaran: «Soy un pobre hombre solitario, solo puedo tener relaciones sexuales con prostituidas», la lectura es «no puedo encontrar mujeres porque me niego a tratarlas como seres humanos, cosa que sí puedo hacer con prostituidas».

 

Por último, el argumento de la pulsión incontrolable sirve para recordar a las mujeres que esta amenaza de violación se cierne sobre ellas permanentemente: si los hombres controlaran sus pulsiones ya no provocarían miedo a las mujeres. Es con su ausencia de control que los hombres controlan a las mujeres: el argumento del no-control de las pulsiones sexuales es en si mismo un instrumento de control.

 

Como el acceso sexual masculino incondicional es la base de la subordinación femenina, debe ser constantemente defendido frente a las tentativas feministas de limitarlo, y hemos visto el papel esencial que juega la pornografía en la contraofensiva patriarcal alentando a los hombres a maximizar la violación de mujeres y a inventar sin cesar nuevas formas de violentarlas.

 

Sin embargo, no es la única razón de esta constante reafirmación que condiciona el ejercicio de la virilidad, y de su fragilidad oculta. En la ideología patriarcal, la dominación masculina se justifica con la afirmación de la superioridad «natural» de los hombres. Pero si esta superioridad «natural», en cuyo nombre los hombres se reservan la posesión del poder, debe ser constantemente reafirmada es porque es una superioridad sin contenido objetivo, una pura afirmación basada en un postulado falaz: la confusión entre superior y dominante. En el sistema patriarcal, no se es superior porque se posea (más que las mujeres) cualidades que establezcan de manera objetiva la superioridad (inteligencia, instrucción, valentía, altruismo etc) sino que por el contrario es la dominación lo que prueba la superioridad: se es superior porque se oprime a ciertos grupos, se es superior porque se es dominante y no dominante porque se es superior. De hecho, las cualidades que permiten a un grupo oprimir a otro no tienen nada que ver con algún tipo de superioridad, por el contrario, lo que garantiza el éxito de un opresor es la ausencia de empatía, la manipulación y la violencia: los hombres patriarcales dominan a las mujeres por sus vicios y no por sus cualidades, dominan con su inferioridad.

 

La superioridad masculina debe entonces reafirmarse constantemente porque es engañosa y se basa en una impostura. El patriarcado la naturaliza para presentarla como inalterable, pero si fuera «natural» no sería necesario reafirmarla constantemente. Y en esta afirmación de la incontrolabilidad de las pulsiones masculinas, el patriarcado de forma contradictoria dice a las mujeres: «nuestra dominación (por la sexualidad) es inamovible pero no intenten cambiarla». De la misma manera que si la sumisión de las mujeres fuera tan natural, no sería necesario asegurarse de controlarla constantemente. La superioridad masculina es una afirmación vacía de contenido que funciona tautológicamente: el patriarcado crea la realidad con el discurso, detenta el poder de designar porque detenta el poder: somos superiores porque tenemos el poder de afirmarnos como tales.

 

Por último, los hombres que afirman la existencia de pulsiones incontrolables saben muy bien lo que dicen: saben que la virilidad patriarcal es en si misma criminal y es esta misma criminalidad la fuente de su poder: detrás del argumento de la pulsión incontrolable, no es la «naturaleza» que habla, es el patriarcado.

 

Palabras clave: prostitución, violación, dominación masculina, virilidad, patriarcado.

Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos

 Fuente

https://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/el-mito-de-la-pulsion-sexual-incontrolable






lunes, 20 de noviembre de 2017

Cómo la pornografía está deformando a una generación de hombres

Cómo la pornografía está deformando a una generación de hombres
5/5/2017

Texto original: http://nypost.com/2010/07/11/how-porn-is-warping-a-generation-of-men/
Traducido por Desobediencia y Felicidad


Hoy la pornografía no es la de la Playboy de tu papá. Si tecleas porno en Google no vas a ver nada parecido a los viejos posters, sino que vas a ser catapultado a un mundo de crueldad sexual y de brutalidad donde las mujeres son sujeto de castigos corporales sexuales y son llamadas por nombres humillantes. No sorprende cuán poco las mujeres realmente saben sobre el porno hoy, ya que la mayoría de las mujeres evitan entrar a esos sitios. No es lo mismo para los hombres que he conocido, en especial aquellos que están en edad universitaria e incluso chicos de secundaria. Han crecido con el porno y, para ellos, esta ha sido la principal forma de educación sexual.

Gail Dines

En el porno, el sexo no trata sobre hacer el amor. Los sentimientos y emociones que normalmente asociamos con ese acto – conexión, empatía, ternura, cuidado, afecto- están ausentes, y en su lugar están aquellos que normalmente asociamos al odio – miedo, asco, enojo, repugnancia y desprecio. En el porno, el hombre “hace el odio” a la mujer, como si cada acto sexual tuviera el propósito de entregar la mayor cantidad de degradación. Así sea asfixiándola o teniendo una relación sexual violenta, el objetivo del sexo porno es demostrar cuánto poder él tiene sobre ella. Y aun así, las mujeres son retratadas como si estuvieran disfrutando de las escenas. Imágenes como estas son ahora lugar común por todo internet y están moldeando la manera en que los hombres piensan sobre el sexo, las relaciones y la intimidad.


El tamaño de la industria hoy es impactante. Aunque los números fiables sean difíciles de encontrar, se ha estimado que la industria global ha alcanzado un total de u$s 96 billones en el 2006, con un mercado estadounidense de aproximadamente u$s 13 billones. Cada año, más de 13000 películas son estrenadas, y aun cuando tengan un presupuesto modesto, las ganancias de la pornografía rivalizan con la totalidad de los mayores estudios de cine de Hollywood.


Según Internet Filter Reviews, hay 420 millones de páginas porno en internet, 4,2 millones de páginas web, y 68 millones de solicitudes de búsqueda de pornografía a diario. Un estudio reciente de Optenet, una firma de seguridad online, mostró que aproximadamente un 37% de las páginas online tienen contenido pornográfico. Mientras tanto, el número de sitios porno se incrementó un 17% desde el año pasado.


Sin duda, el factor clave que lleva al crecimiento del mercado del porno ha sido el desarrollo de tecnologías que permiten a los usuarios comprar y consumir porno en privado, sin avergonzados viajes a locales sórdidos o videoclubes. Estas tecnologías también permiten que puedan ser visualizadas en cualquier lugar, en cualquier momento, incluso se espera que el mercado global de celulares para porno alcance los u$s 3, 5 billones este año, según Juniper Research radicada en Gran Bretaña.


Este es un negocio con un considerable impacto político, con capacidad de presionar políticos, caros litigios legales, y el uso de relaciones públicas para influir el debate público. Como la industria tabacalera, esto no es sólo un tema del consumo personal; sino que el negocio está siendo cada vez más capaz de desplegar una sofisticada y bien provista maquinaria de marketing, no sólo para incrementar sus beneficios sino para promover la imagen de la industria con una luz positiva. Es más, uno de los mitos clave que la industria promueve es que el porno es diversión que no le hace mal a nadie: que es todo sobre la fantasía y el juego, y que no deberíamos tomarlo demasiado en serio.




Mis entrevistas con hombres en edad universitaria cuentan una historia bien diferente. Cuando hablo con los hombres acerca de sus experiencias con el porno, queda claro que no todos se ven afectados de la misma manera, pero sí que les afecta a todos. Recuerden, esta es la generación que creció con porno por internet, y algunos estudios muestran que la primera visualización del porno es a los 11 años. A diferencia de las previas generaciones, estos chicos y hombres tienen un suministro de pornografía explícita 24 horas al día.


Muchos de los hombres con los que hablé creen que el porno es lo que las mujeres quieren, y se molestan y enojan cuando su pareja sexual, tal vez su esposa, su novia o el ligue de una noche, se niega a verse o comportarse como sus estrellas favoritas del porno. Las mujeres suelen negarse a realizar los actos sexuales que los hombres han disfrutado de mirar de forma rutinaria, y en comparación con los gritos orgásmicos y la gimnasia sexual del sexo porno, el sexo con mujeres reales les empieza a parecer aburrido y poco estimulante.


Un estudiante me dijo que “me encanta el porno y ensayo el sexo en mi novia, pero no está interesada. Dejé a la última chica con la que estaba porque quería dejar el sexo convencional. Eso no es para mí. Si las mujeres no quieren probar cosas diferentes, entonces no estoy interesado.


Estos hombres se acostumbraron tanto al sexo porno que algunos se decepcionan por su propia performance sexual. Cuando se comparan a sí mismo con actores fortalecidos por el Viagra, los tipos con los que hablé suelen admitir que se siente como fracasados sexuales y se preocupan de que algo vaya mal con ellos. Adam creció mirando el porno de su padre y sintió que “el porno me enseñó todo lo que sé sobre sexo. Mis padres nunca mencionaron la palabra sexo en casa, y la educación sexual en la escuela fue… un chiste. Tuve esta imagen de cuán genial el sexo podría ser, con los dos haciéndolo por horas. Entonces fue como un shock la manera en que resultó ser la cosa real…”


Lo que más problemático para muchos de estos hombres es que la mayoría necesitan ponerse las imágenes porno en la cabeza para poder satisfacerse sexualmente con sus parejas. Reproducen escenas porno en sus mentes, o piensan en tener sexo con su estrella de porno favorita cuando están con sus parejas. Dan estaba preocupado por su performance sexual con las mujeres. Me contó que “no me enfoco en la mujer sino en la última escena que miré”. Le pregunté si pensó que el porno le había afectado de alguna manera su sexualidad. Me dijo, “no lo sé. Empecé a mirar porno antes de tener sexo, entonces el porno es bastante de lo que yo aprendí sobre sexo. Puede ser un problema el pensar en el porno tanto como lo hago yo, especialmente cuando estoy con mi novia. Significa que en realidad no estoy realmente presente con ella. Mi cabeza está en alguna otra parte”.


El porno se volvió tan violento y degradante que ignoramos que estamos en peligro. Ahora estamos criando una generación de chicos en un porno violento y cruel y dado que las imágenes dan forma a la manera en que las personas piensan y se comportan, esto va a tener un efecto profundo en su sexualidad y en la cultura como un todo. El uso del porno es uno de las cuestiones más graves para la salud pública actual y precisamos que pararlo de raíz ahora antes de que traigamos al mundo una nueva generación de chicos con imágenes aún más duras.


Lamentablemente, no hay respuestas fáciles. Los padres y madres enfrentan un desafío técnico abrumador para evitar que sus chicos accedan al porno. Con educación y mayor concienciación, sólo podemos desear que la sociedad eventualmente se rebele, y que se haga socialmente inaceptable que haya un acceso tan fácil al porno, que los hombres gasten tanto tiempo mirándolo y, que nuestras ideas sobre la sexualidad se deformen tanto.


Gail Dines es autora de “Pornolandia: cómo el porno ha secuestrado nuestra sexualidad” (Beacon Press), publicado esta semana. (julio 2010)


http://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/



lunes, 11 de noviembre de 2013

Hombres, masculinidades, explotación sexual y violencia sexual -extracto-

Este interesante trabajo relaciona las masculinidades tradicionales con la violencia de género, especialmente sexual.
Una objeción importante  que parece contradecir el contenido del texto es la reiteración de llamar “trabajo sexual” a la prostitución, por lo que de esta manera queda normalizada como una actividad más,  cuando es una clara muestra de violencia de género netamente patriarcal. Los autores, al hablar de ella, no hacen evidente al sistema prostituyente.
Más allá de esto, que no es menor, los datos y el trato general al tema es importante.

Alberto B Ilieff

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Extracto


Hombres, Masculinidades,
Explotación Sexual
y Violencia Sexual

Una Revisión Literaria y Llamada a la Acción
Christine Ricardo y Gary Barker
Noviembre 2008

Promundo      MenEngaje


I.            INTRODUCCIÓN
Qué tiene que ver el género?

La explotación sexual y la violencia sexual son ampliamente reconocidas como problemas de género. En sus diferentes formas y contextos, la explotación sexual y la violencia sexual de manera desproporcionada involucran a los hombres como los perpetradores, y a las niñas y mujeres como las víctimas y son derivadas de normas sociales relacionadas con el género y la sexualidad y las dinámicas desiguales de poder entre hombres y mujeres que estas normas crean y refuerzan. Históricamente, sin embargo, las investigaciones, los programas y las políticas relacionados con la explotación sexual y la violencia sexual se han enfocado principalmente en proteger y ayudar a las niñas y las mujeres1. Se ha prestado relativamente poca atención a la importancia o las posibilidades de dirigirse a los hombres (y mujeres) para prevenir dichas conductas, y aún menos a contextos en los que los hombres y muchachos son, ellos mismos, víctimas de explotación sexual y violencia sexual.

Los últimos 20 años han visto un consenso creciente sobre la necesidad de involucrar a los hombres en lograr la equidad de género y, dentro de este consenso, un aumento en la investigación y discusión sobre el tema específico del hombre, masculinidades, explotación sexual y violencia sexual. Actualmente se reconoce más ampliamente que el trabajo sexual, formas explotadoras de pornografía y otras formas de explotación sexual son a menudo más sobre masculinidades y "la sexualidad del hombre, no de la mujer" ya que son provocadas o motivadas por la sexualidad del hombre y su comportamiento sexual (Mansson nd). Alrededor de mundo, los chicos y los hombres son a menudo educados para creer que para ser "verdaderos" hombres necesitan ser fuertes estar en control, particularmente en sus relaciones íntimas y sexuales. La experiencia sexual, frecuentemente asociada con la iniciación a la hombría, puede ser vista por los hombres y los jóvenes como una demostración de habilidad sexual o logro, más que como actos de intimidad (Marsigilio 1988; Nzioka, 2001). En efecto, muchos hombres construyen sus identidades y entienden y afirman su masculinidad a través de su sexualidad y sus experiencias sexuales.

En muchos sitios, los hombres siguen siendo alabados por sus proezas sexuales y a menudo se cree que su deseo sexual es impulsivo e incontrolable. Al mismo tiempo, con frecuencia se espera que las mujeres sean recatadas y reprimidas en sus experiencias sexuales y su deseo. En diferentes sitios, la sexualidad y la actividad sexual de las mujeres y las jóvenes pueden estar reprimidas y controladas "a través de costumbres como la de otorgarle un premio a la virginidad de las chicas, basando el honor de la familia en el control sexual de las hijas y esposas, ejerciendo un severo castigo sobre las mujeres por adulterio, evitando el acceso equitativo al divorcio, y segregando a las chicas y mujeres de los chicos y los hombres" (Hughes 2000). Además de estas costumbres y normas que le niegan a la mujer ciudadanía completa, así como acción sexual, existe la práctica casi global de usar el 5 cuerpo de la mujer para vender productos de consumo y servicios. Esta cosificación, u objetización, del cuerpo de la mujer refuerza las percepciones de que el cuerpo de las jóvenes y las mujeres es algo para ser "admirado y consumido" por los hombres. Algunos investigadores reportan también una creciente "erotización de las niñas" por la industria de la moda, en la que se presentan modelos más y más jóvenes (de 12-13 años, por ejemplo) como si fueran mujeres adultas. Mientras que las investigaciones son limitadas, claramente esta cosificación de un modelo simultáneamente virginal y sexual de la feminidad joven puede en cambio reforzar ciertos estándares de lo que los hombres (y las mujeres) encuentran atractivo en el cuerpo de la mujer. Es importante reconocer que existe también una creciente cosificación y sexualización del cuerpo de los hombres y niños, aunque probablemente no tan imperante como en el caso de las mujeres y niñas.

Las normas y percepciones contrastantes de los derechos y la sexualidad del hombre y la mujer crean dinámicas de poder desigual en las relaciones íntimas heterosexuales y también enmarcan los contextos de la explotación sexual y la violencia sexual. Como se menciona en este documento, existe un conjunto de investigaciones que indica que la adherencia a actitudes y conductas hipermasculinas inequitativas está ligada a la perpetración de actos de explotación sexual y violencia sexual. Sin embargo, como se mencionará más adelante, este vínculo no es ni sencillo ni directo. Además, la mayor parte de las investigaciones disponibles se han realizado en los Estados Unidos y en otros contextos globales del norte con muestras limitadas y no representativas de hombres. En efecto, hay relativamente poca comprensión de cómo se entienden y/o se perpetúan la explotación sexual y la violencia sexual en diferentes contextos culturales y sus intersecciones con otras normas sociales y dinámicas de poder, incluyendo aquellas relacionadas con la edad, raza, clase y cultura, que a su vez están relacionadas con masculinidades.

Al subrayar la influencia de las normas sociales sobre el uso de los hombres de la explotación sexual y la violencia sexual, no es nuestra intención disociar a los hombres de su responsabilidad individual, sino más bien contextualizar sus actitudes y comportamientos de manera que estos comportamientos puedan ser mejor entendidos y tratados. Las normas culturales y los roles de género y privilegios resultantes que éstas perpetúan juegan un papel importante en determinar cómo se perciben y valoran las personas, conductas e ideas. Sin embargo, los individuos no responden a estas normas y roles de la misma manera; en diferentes grados, los individuos tienen la opción de si se adhieren a las normas o no. Es importante recordar, por ejemplo, que la mayoría de los hombres se oponen a la explotación sexual y la violencia sexual y que muchos hombres que tienen actitudes sexistas o viven en sociedades sexistas no necesariamente ejercen la violencia con las mujeres; más bien, algunos hombres son más propensos que otros a expresar los valores sexistas de su cultura y a ejercer violencia contra las mujeres (Forbes 2004). Lo que es más, el hecho de que la mayoría de los hombres no ejerza violencia contra las mujeres necesita ser enfatizado y explorado; comprender los factores individuales y socioculturales que inhiben a la mayoría de los hombres (incluyendo a aquéllos con actitudes sexistas) para actuar de manera agresiva o violenta hacia las mujeres y niñas es una cuestión apremiante para investigaciones futuras y desarrollo de programas relacionados con hombres, masculinidades y explotación sexual y violencia sexual.
El tema de entender las motivaciones de los hombres y jóvenes para usar la violencia sexual es también complicado por el hecho de que el tema a menudo está dividido en dos sectores – aquéllos que están trabajando para terminar con la violencia sexual y 6 explotación contra los niños (usando la definición de la ONU de ser menor de 18 años) y aquéllos trabajando para terminar con la violencia contra las mujeres (de 18 años o más), quienes a veces también incluyen “mujeres y niñas” (generalmente excluyendo la violencia sexual y explotación contra los niños y hombres). En este documento generalmente hemos evitado esta distinción. Hemos tratado de examinar diferentes factores asociados con el uso del hombre de la violencia sexual contra personas menores de 18 años versus mayores de 18. Desde el punto de vista de una alianza de organizaciones que están trabajando para promover la equidad de género y terminar con la violencia contra las mujeres, los niños y entre hombres, hemos tratado de examinar literatura sobre toda forma de violencia y explotación ejercida por hombres, diferenciando por la edad de la víctima cuando encontramos esta distinción en la literatura.




Mientras que el punto focal de este documento es cómo las normas prevalecientes acerca de la masculinidad están entre los factores centrales subyacentes en la explotación sexual y la violencia sexual, queremos reconocer que otros factores, incluyendo inequidades de género más amplias, políticas nacionales e internacionales, la economía, globalización, pobreza, el crimen organizado, la guerra y el conflicto, los medios, y los estereotipos raciales y étnicos, también contribuyen a los riesgos de la explotación sexual y la violencia sexual (Joe-Canon 2006). Además, hay algunas situaciones y formas de explotación sexual y violencia que tienen raíces más patológicas y van más allá de la esfera de las influencias sociales y discusiones de las masculinidades mientras interactúan también con estas influencias sociales. La pedofilia, en particular, es definida como un trastorno clínico en el que adultos se sienten principalmente atraídos sexualmente por niños pre-púberes. Esta terminología es a menudo mal utilizada, sin embargo, al incluir a hombres que son abusadores situacionales, o sea, hombres que explotan sexualmente a un niño porque el niño les está fácilmente disponible, más comúnmente a través de la explotación sexual comercial o dentro de la familia (ECPAT nd.).  Como se describe en el sitio web de ECPAT2, “el abusador situacional generalmente no tiene una preferencia sexual específica por los niños. Los abusadores situacionales se consideran generalmente como oportunistas que no hacen distinciones, aunque puede sin embargo ser el caso que prefieran como pareja sexual a alguien que cumple con los ideales sociales de belleza y sexualidad, tales como verse joven y/o físicamente inmaduro. Las percepciones públicas de aquéllos llamados pedófilos como un grupo marginal de personas que solicitan sexo con niños pueden, de hecho, desviar la atención de la creciente sexualización de los niños, especialmente las niñas, en diversas culturas (y en los medios), así como el predomino del abuso sexual y la explotación entre la población en general” (ECPAT nd).

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2 ECPAT significa “End Child Prostitution Chile Pornography and Trafficking of Children for Sexual Purposes”

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CUADRO 1 – Qué es la Explotación Sexual y la Violencia Sexual?

La explotación sexual pueden definirse como “cualquier abuso o intento de abuso de una posición de vulnerabilidad, poder diferencial, o confianza, con fines sexuales, incluyendo, pero no limitado a, una ganancia monetaria, social o política del uso sexual de otro (Secretariado de la ONU 2003), incluyendo la participación de una persona en trabajo sexual, esclavitud sexual, matrimonio forzoso, o la producción de materiales pornográficos. Aún en ausencia de cualquiera de estos factores, donde la persona que participe en el trabajo sexual comercial, esclavitud sexual o la producción de materiales pornográficos tenga menos de 18 años, se considerará que existe la explotación sexual” (Prostitutes’ Education Network nd). Por otra parte, la violencia sexual o el abuso, pueden ser definidos como “la amenaza o el uso de la imposición física de naturaleza sexual, ya sea por la fuerza o bajo condiciones igualitarias o coercitivas” (Secretaría de las NNUU 2003).

La explotación sexual y la violencia sexual contra las mujeres y los niños se han tratado en varios documentos internacionales, incluyendo la Convención sobre la Eliminación de Toda Forma de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), la Convención Sobre los Derechos del Niño (CRC) y el Protocolo Opcional de la Convención Sobre los Derechos del Niño sobre la venta de niños, la prostitución infantil y la pornografía infantil.

CEDAW – Artículo 6
Los partidos estatales tomarán todas las medidas adecuadas, incluyendo la legislativa, para reprimir toda forma de tráfico de mujeres y explotación de la prostitución de mujeres.

CRC – Artículo 19
Los partidos estatales tomarán todas las medidas adecuadas, incluyendo medidas legislativas, administrativas, sociales y educativas para proteger a los niños de toda forma de violencia física o mental, daño o abuso, descuido o trato descuidado, maltrato o explotación incluyendo abuso sexual mientras estén a cargo de los padres, de un tutor legal o cualquier otra persona que esté a cargo del niño.

Artículo34
Los partidos estatales se comprometen a proteger al niño de toda forma de explotación sexual y abuso sexual. Para estos propósitos, los partidos estatales tomarán todas las medidas nacionales, bilaterales y multilaterales para prevenir:
a. la inducción o coerción de un niño para participar en cualquier actividad sexual ilegal;
b. la explotación de los niños en la prostitución u otras prácticas sexuales ilegales;
c. la explotación de los niños para actividades y materiales pornográficos.

Protocolo Opcional de la Convención Sobre los Derechos del Niño sobre la venta de niños, prostitución infantil y pornografía infantil

…la eliminación de la venta de niños, la prostitución infantil y la pornografía infantil será facilitada adoptando un enfoque integral, tocando los factores 8 contribuyentes, incluyendo el subdesarrollo, la pobreza, las desigualdades económicas, una estructura socioeconómica inequitativa , familias disfuncionales, falta de educación, emigración urbana-rural, discriminación de género, comportamiento sexual irresponsable de los adultos, prácticas tradicionales dañinas, conflictos armados y tráfico de niños. . .
…también. . . se necesitan esfuerzos para aumentar el conocimiento del público para reducir la demanda de la venta de niños, la prostitución infantil y pornografía infantil. .
. Otros documentos internacionales que han tratado la explotación sexual de niñas y mujeres incluyen: La Resolución de la Onceava Asamblea General de la OMC (Cairo) acerca de la prevención del turismo sexual organizado del 22 de octubre de 1995; la Declaración de Estocolmo del 28 de agosto de 1996 contra la Explotación Sexual Comercial de los Niños; y el Código de Ética para el Turismo. El Protocolo para Prevenir, Reprimir y Castigar el Tráfico de Personas, Especialmente Mujeres y Niños suplementando la Convención de las Naciones Unidas contra el Crimen Organizado Transnacional que fue el primer instrumento de la ONU que trató la demanda en el contexto de la prevención del tráfico, generalmente haciendo un llamado a los países para que adopten o refuercen medidas legislativas o de otras para reducir la demanda que fomenta toda forma de explotación de mujeres y niños
(Raymond 2004; Naciones Unidas 2000).


CUADRO 2: HOMBRES, GÉNERO Y MASCULINIDADES

En los últimos 20 años, los investigadores han ayudado a formar un entendimiento de cómo el género — enraizado en las normas sociales, en las instituciones sociales y las prácticas sociales – crea y perpetúa los desequilibrios de poder. Las investigaciones también han ayudado a hacer visible cómo se construyen socialmente las normas relacionadas con las masculinidades y las implicaciones que tienen las versiones sobresalientes de las opiniones acerca de la hombría sobre las vidas de los hombres y las mujeres. Antes de hablar de cómo es que las masculinidades influyen en y provocan los comportamientos de los hombres relacionados con el trabajo sexual y otras formas de explotación sexual y violencia sexual, es de utilidad ofrecer algunas definiciones.

El género, como lo usamos aquí, se refiere a los roles sociales, expectativas y definiciones de lo que significa ser hombres y mujeres en determinado contexto (en contraste con el sexo que se refiere al hecho biológico de haber nacido hombre o mujer). Las normas de género masculinas son las expectativas sociales específicas y los roles asignados a los hombres y los niños en relación con las mujeres y las niñas. Éstas a menudo incluyen ideas de que los hombres deben arriesgarse, aguantar el dolor, ser fuertes y estoicos, o que deben tener múltiples parejas sexuales – a veces incluyendo el pagar por las relaciones sexuales – para demostrar que son “verdaderos hombres”. Masculinidades se refiere a las muchas maneras en que se define socialmente la hombría a través de contextos históricos y culturales y las diferencias de poder que existen entre las diferentes versiones de la hombría
(Connell 1994). Por ejemplo, una versión de la hombría asociada con la clase social o grupo étnico dominante en un determinado contexto puede 9 tener mayor poder y prominencia, así como las masculinidades heterosexuales a menudo poseen más poder que las masculinidades homosexuales o bisexuales. El patriarcado se refiere a desequilibrios históricos de poder y prácticas culturales y sistemas que otorgan a los hombres, además, un mayor poder dentro de la sociedad y les ofrecen beneficios materiales, tales como mayores ingresos y beneficios informales incluyendo el cuidado y servicio doméstico de parte de las mujeres y niñas en la familia (UN Division for the Advancement of Women 2003).

El marco conceptual que a guiado a muchas intervenciones con hombres y jóvenes desde una perspectiva de género es una perspectiva social construccionista (Connell 1987 & 1994; Kimmel 2000). Este enfoque afirma que las masculinidades y las normas de género son: (1) construidas socialmente en vez de inducidas biológicamente), (2) varían a través de contextos históricos y locales y (3) interactúan con otros factores tales como la pobreza y la  (Nota: párrafo incompleto en el original)

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II. HOMBRES, MASCULINIDADES, EXPLOTACIÓN SEXUAL Y TRABAJO SEXUAL


Una de las formas más comunes y reconocidas de explotación sexual es la prostitución, o el trabajo sexual (ver CUADRO 3). En efecto, en las dos últimas décadas, se ha reportado una rápida expansión y diversificación significativa de las oportunidades para comprar servicios sexuales, o cuando menos, estas oportunidades se han hecho más visibles (Anderson y O’Connell Davidson 2003). El lado de la demanda, sin embargo, o sea las motivaciones o factores relacionados con la compra de sexo por parte de los hombres siempre ha sido invisible o ignorada 3. Sin embargo, sabemos que los estereotipos acerca de la masculinidad y la sexualidad del hombre a menudo han reforzado o perpetuado normas que contribuyen a una más amplia racionalización de la compra de sexo que realizan los hombres y, en algunos casos, apoyan o estimulan la anuencia a estos comportamientos (Joe-Canon 2006). Estos estereotipos incluyen: .. ..“Son básicamente hombres decentes en busca de un poco de diversión inofensiva;”
.. “Los chicos serán chicos;”
.. “Es el resultado inevitable de los instintos naturales del hombre;”
.. “La prostitución protege a las mujeres ‘buenas’ de la violación,”
.. “Los hombres necesitan liberar la tensión;”
.. “La biología del hombre es diferente a la biología de la mujer y ésta requiere de muchas mujeres para alcanzar la satisfacción sexual;”
.. “Es una manera de iniciar a los chicos y hombres en la actividad sexual;”
.. “Los hombres les están dando a estas mujeres una manera de ganarse la vida;”
.. “No están lastimando a nadie;” y
.. “Todo el mundo lo hace, o no?”
(Durchslag 2008; Joe-Canon 2006; MacLeod 2008)


En esta sección, intentamos ir más allá de estos estereotipos y explorar algunos de los diversos factores individuales y sociales subyacentes en el pago o utilización del trabajo sexual por los hombres, así como de algunos vínculos entre el uso del trabajo sexual y otras formas de explotación y violencia. Es importante, sin embargo, reconocer primero el debate alrededor de lo que implica el trabajo sexual y distinguir entre trabajo sexual de niños, el cual es siempre explotación sexual, y el trabajo sexual de adultos que puede ser, dependiendo de las circunstancias, explotación sexual. Este debate se explora en el Cuadro 3.

3 Es importante reconocer que el lado de la demanda no está limitado a los hombres que compran sexo. También incluye a individuos (a menudo hombres pero también mujeres) que obtienen ganancias de la industria que rodea a la compra de sexo por hombres. Debido a que las motivaciones de estos individuos son con mayor frecuencia basadas en factores económicos que en normas sociales y masculinidades, no concentraremos nuestra discusión en ellas.


CUADRO 3: PROSTITUCIÓN O TRABAJO SEXUAL?

La prostitución puede definirse como “cualquier actividad sexual consensual entre adultos que involucre dinero o cualquiera otra compensación material”. No incluye actos sexuales no consensuados, ya sean perpetrados por fraude, bajo amenaza de fuerza, o por fuerza, o cualquier acto sexual perpetrado contra menores” (FFE nd). Trabajadora sexual, por otro lado, es un término “acuñado por las mismas trabajadoras sexuales para redefinir el sexo comercial… como una actividad remunerada o forma de empleo para mujeres y hombres” (Bindman y Doezema 1997 en Altman 2001). El término intenta presentar una alternativa a las connotaciones peyorativas asociadas con la prostitución. Al mismo tiempo, sin embargo, puede también argumentarse que el término “trabajo sexual” implica una “forma de igualdad en el poder económico y de negociación” lo que rara vez es el caso para individuos involucrados en el sexo comercial (Altman 2001)4 – particularmente cuando se considera como la pobreza y otros factores estructurales influencian la iniciación sexual de las mujeres (y de los hombres), su entrada al trabajo sexual o trata y sus habilidades para ejercer poder sobres sus vidas y sobre sus interacciones con los “clientes”. El impacto de la pobreza y las limitadas oportunidades económicas sobre el ingreso de las mujeres al trabajo sexual y a la trata, no pueden ser subestimados. Investigaciones realizadas en diversos escenarios, por ejemplo, han encontrado que el trabajo sexual frecuentemente ofrece “significativamente mayores ingresos que otras formas de trabajo no cualificado” (Gould y Fick 2008). Otros factores estructurales que pueden influenciar el ingreso de la mujer al trabajo sexual y a la trata y su habilidad para controlar sus comportamientos y sus interacciones, van desde la presencia de conflictos, de militares o cuerpos de paz en un país, hasta el estatus legal del trabajo sexual (Raymond 2003).

Existe también un debate entre aquéllos que sostienen que el trabajo sexual es intrínsicamente una violación a los derechos humanos y debe ser abolido por completo y los que argumentan que los adultos deben tener el derecho de usar sus cuerpos para hacer dinero, que el trabajo sexual debe ser considerado como un trabajo legítimo, y que los derechos humanos implican asegurar que las trabajadoras sexuales estén protegidas de la explotación y el peligro (Altman
2001). Mucho de este debate surgió del contexto de la epidemia del VIH en la década de 1980 y 1990 cuando se argumentó que el trabajo sexual necesitaba legalizarse o cuando menos reconocerse para que se promoviera la minimización del daño mediante el uso de condones (Jeffreys 2002). En 1998, la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), public un informe que reconoce al trabajo sexual como una forma de trabajo y que recomienda a los gobiernos extender los derechos y la protección laboral a fin de incluir a los que están involucrados en el trabajo sexual (Lim 1998).

Con toda seguridad, el debate sobre las mujeres y el trabajo sexual es complicado. ¿Es el trabajo sexual una forma de trabajo el cual los individuos tienen el derecho de elegir, o es invariablemente una violación a los derechos? ¿Puede decirse que si no aceptamos la idea de que las mujeres pueden elegir el trabajo sexual como ocupación, estamos negándoles la gestión sexual? Mientras que es evidentemente importante evaluar hasta qué punto es una libre elección la participación de una mujer (o un hombre) en el trabajo sexual o si es el resultado de desigualdades estructurales y oportunidades limitadas, cómo interpretamos esos ejemplos de mujeres de clase media o clase alta que también venden sexo? De la misma forma, en términos de tráfico de mujeres y niñas para explotación sexual, hay algunos activistas que alegan que la coerción física es ciertamene tráfico forzado, pero que algunos cálculos de mujeres “traficadas” incluyen a mujeres que tuvieron algún grado de elección por buscar una oportunidad económica. Estos temas están abiertos a un gran debate. Mientras que pensamos que es importante reconocer este debate y sus diversas complejidades, nuestra intención aquí es no establecer una posición acerca de las mujeres los derechos y el trabajo sexual sino más bien explorar los vínculos entre las normas predominantes y los puntos de vista sobre la hombría y el uso de los hombres del trabajo sexual y cómo éstos perpetúan una demanda por el trabajo sexual y el tráfico para explotación sexual.

Finalmente, es importante afirmar que hay áreas del trabajo sexual que no son ambiguas en términos legales o morales, incluyendo la explotación sexual de niños, el tráfico de mujeres, y el uso de la violencia por hombres (o mujeres) en el acto del sexo comercial. Por ejemplo, mientras existe el continuo debate mencionado arriba sobre si el elegir ejercer el trabajo sexual puede considerarse un derecho, en el caso de los niños, el trabajo sexual es invariablemente explotación sexual. Es generalmente reconocido que los niños menores de 12 años nunca pueden consentir a la actividad sexual y que los jóvenes entre 12 y 18 años no pueden consentir a actos sexuales excepto bajo circunstancias específicas que conllevan actividad sexual con pares de la misma edad 5. Además, los jóvenes, o adultos en tal caso, no pueden dar su consentimiento si están viviendo en un clima de abuso, explotación sexual, coerción o violencia, y los jóvenes menores de 18 años tampoco pueden dar su consentimiento a ninguna actividad sexual con personas mayores en posiciones de autoridad.

4 Despite this ongoing debate regarding the term, however, we have opted to use “sex worker” instead of “prostitute” in this paper as it is
generally the preferred term of those who advocate for the rights and dignity of individuals involved in commercial sex.

De cuántos hombres estamos hablando?

Hay relativamente pocas investigaciones acerca de cuántos hombres o qué porcentaje de la población masculina en determinado contexto compra actos sexuales. Es a menudo difícil comparar las investigaciones disponibles y estadísticas de un país con otro o de una encuesta con otra debido a los diferentes métodos y definiciones utilizados. Sin embargo, una revisión reciente de encuestas de hogares, encuestas conductuales de vigilancia e investigaciones existentes de alrededor del mundo calculó un porcentaje medio de hombres que reportaban haber pagado por sexo en los últimos 12 meses. El porcentaje global de hombres que compraron sexo en los últimos 12 meses se estimó en 9-10 por ciento, con estimaciones de 13 por ciento a 15 por ciento en la región de África Central, y 5-7 por ciento en Asia y Latinoamérica, mientras que un estudio en Europa Occidental encontró que el porcentaje ahí era de alrededor del 3 por ciento (Carael 2006). Evidentemente, el  porcentaje de hombres que compran sexo varía enormemente entre países y culturas, yendo de un muy bajo porcentaje en algunos lugares hasta un 40 por ciento en otros (Joe-Canon 2006; Mansson nd). En este aspecto, un porcentaje global es mucho menos útil que tratar de entender las variaciones por contexto.

5 La edad legal de consentimiento para la actividad sexual, sin embargo, varía por países y está generalmente entre 12 y 16 años.

Qué hombres compran sexo?

Investigaciones anteriores sobre los hombres y el trabajo sexual tendían a enfatizar las características psicopatológicas de los hombres que compran sexo. Sin embargo, al enfatizar deficiencias personales o cualidades negativas, este conjunto de investigaciones a menudo ignora los factores culturales y situacionales que pueden influir en la decisión de un hombre de comprar sexo, y las normas sociales más amplias, particularmente aquéllas relacionadas con el género, que avalan tal conducta de algunos hombres aunque la mayoría de los hombres no compran sexo (Monto 2005). La teoría sociológica y las investigaciones etnográficas más recientes se han alejado de la patologización de los hombres que compran sexo y se acercan a una perspectiva que considera la interacción entre factores individuales y normas socioculturales relacionadas con la masculinidad y la sexualidad del hombre (Busch 2002).

Las investigaciones de alrededor del mundo han demostrado que los hombres que compran sexo no son un grupo homogéneo; representan todas las edades, nacionalidades, razas y clases sociales (Joe-Canon 2006; Hughes 2004). Uno de los estudios más completos a la fecha sobre las características de los hombres que solicitan el trabajo sexual fue un estudio comparativo realizado en los Estados Unidos que comparó una amplia muestra de hombres que fueron arrestados por tratar de contratar trabajo sexual en la calle (n=1672) con muestras nacionales representativas de hombres. El estudio encontró que los clientes hombres era menos probable que fueran casados, menos probable que fueran felizmente casados si eran casados y más probable que reportaran ser infelices en general que los hombres en las muestras nacionales (Monto 2005). El estudio encontró también que estos hombres tenían menos probabilidades de considerar malas una variedad de actividades sexuales un tanto controversiales que otros hombres, y eran mucho más proclives a participar en otros aspectos de la industria sexual (ej.; pornografía) que los hombres en general. Aunque estos hallazgos indican que los hombres que buscan a las trabajadoras sexuales (al menos en el contexto específico de EU) pueden diferenciarse de manera significativa de los hombres en general, algunos investigadores creen que las diferencias entre los hombres que compran sexo y los que no lo hacen son más un asunto de grado que de calidad (Monto 2000).

Finalmente, aunque algunos hombres de todas las edades buscan a las trabajadoras sexuales, las investigaciones sugieren que muchos hombres que compran sexo son jóvenes cuando lo hacen por primera vez. Los datos de un estudio piloto en varios países realizado con aproximadamente 180 clientes de trabajadoras sexuales en Dinamarca, Suecia, Japón, Tailandia, India e Italia revelan que alrededor de 78 por ciento había acudido primero con una trabajadora sexual a la edad de 21 años o menos, y cerca del 18 por ciento tenía menos de 18 años (Anderson y O’Connell Davidson 2003). En Latinoamérica, hasta un 11.6 por ciento de los hombres reportaron que su primera relación sexual fue con una trabajadora sexual (UNFPA 2001). Estos jóvenes a menudo están copiando el comportamiento de los hombres mayores y pueden ser estimulados – a veces hasta el punto de coerción – a comprar sexo para marcar su paso hacia la hombría (Barker 2005; Canon 2006; Hughes 2004). Tales presiones sociales vividas en la juventud tienen efectos duraderos en el comportamiento; es interesante notar, por ejemplo, que en el estudio de varios países mencionado arriba, mientras más edad tenía una persona cuando compró sexo por
14 primera vez, menores probabilidades tenía de continuar haciéndolo. Un estudio en Escocia encontró que si un hombre no había comprado sexo a la edad de 25 años, tenía menos probabilidades de hacerlo en el futuro (MacLeod et al, 2008). Estos hallazgos sugerirían, entonces, que los esfuerzos por reducir la demanda de trabajo sexual deben concentrarse en el trabajo educativo y preventivo con
niños y jóvenes (Anderson y O’Connell Davidson 2003).




Qué buscan los hombres cuando compran sexo?

Mientras que mucha de la discusión acerca de la sexualidad del hombre se reduce a factores biológicos, las motivaciones del hombre para el sexo y para la compra del sexo son una compleja interrelación entre deseos e intenciones individuales, normas culturales e históricas específicas que rodean a la masculinidad y la sexualidad y los significados sociales vinculados al sexo y a comprar sexo (Anderson y O’Connell Davidson 2003; Mansson nd). En Tailandia y Vietnam, por ejemplo, las investigaciones sugieren que comprar sexo puede ser parte de un rito de paso, así como un ritual para consolidar relaciones con amigos o colegas en una etapa específica de la vida o del escenario social, por ejemplo, durante misiones militares o estando de vacaciones o fuera de casa con un grupo de pares de la misma edad (Anderson y O’Connell Davidson 2003; Hoa Duc 2006). Por otro lado, investigaciones con hombres daneses y escandinavos encontraron que ellos nunca experimentaron presión social para comprar sexo y rechazaban la idea de que comprar sexo podría ser visto como una marca pública de virilidad o masculinidad (Anderson y O’Connell Davidson 2003). En efecto, para algunos hombres, el pagar por sexo puede no encajar con la identidad sexual masculina estereotípica; acudir a trabajadoras sexuales puede ser interpretado por algunos hombres en algunos sitios como que uno no es lo suficientemente “hombre” o viril para acceder al sexo de otra manera. Es importante también reconocer la fluidez que existe entre los individuos y las normas y escenarios locales – o sea, algunos hombres que no considerarían nunca comprar sexo en su ambiente propio porque ahí no es socialmente aceptado ni es normal, o porque se sienten temporalmente deslindados de o no responsables ante las normas de su propio ambiente local. La mera disponibilidad del sexo pagado, de hecho, puede ser un factor que motive a algunos hombres a pagar por sexo.

Los pares juegan un papel particularmente importante en la perpetuación de normas e ideales de masculinidad que pueden influir en la decisión de los hombres de comprar sexo. Por ejemplo, en un estudio piloto de varios países en Dinamarca, Suecia, Japón, Tailandia, India e Italia, la experiencia de un hombre de comprar sexo era más probable que hubiera sido arreglada por amigos o colegas que el resultado de una decisión independiente. En otras palabras, para la mayoría de los hombres que compran sexo, como se confirma en estos estudios, la decisión inicial de hacerlo puede ser tanto un “asunto público y social como una cuestión personal”, o sea, la “actuación” o presentación pública de un tipo específico de masculinidad ante los hombres pares (Anderson y O’Connell Davidson 2003).

Hay también un conjunto de investigaciones que indican que los hombres pueden buscar a las trabajadoras sexuales para experimentar algunos modelos de relaciones de género y feminidades sumisas y reforzar sus propios sentimientos de masculinidad y poder y control en las relaciones (Mansson nd; O’Connell Davidson 2001; Yokoto
2006). En efecto, algunos investigadores argumentan que ha habido un aumento en trabajo sexual en décadas recientes y que este aumento puede contextualizarse dentro de los intentos de los hombres de compensar por los cambios en los roles de género en el mundo occidental y la reducción del poder masculino y sexual en sus propias relaciones cotidianas (Mansson nd; O’Connell Davidson 2001). En el caso del tráfico
15 y el turismo sexual, estos intentos de experimentar ciertos conceptos de masculinidades dominantes y feminidades sumisas o de fácil disponibilidad sexual pueden a menudo estar también entrelazados con estereotipos de mujeres de ciertos grupos étnicos o raciales (Mansson nd; O’Connell Davidson 2001, Piscitelli nd).

La oportunidad de tener relaciones sexuales con una mujer joven o juvenil es otra razón por la que los hombres pueden comprar sexo; en un estudio de varios países de clientes hombres, más de tres cuartas partes expresaron una preferencia por mujeres de 25 años o menos y 22 por ciento preferían a las de 18 años o menos (Anderson y O’Connell Davidson 2003). En un estudio de 113 hombres en Chicago (EU) que compran sexo, 80 por ciento creían que la mayoría de los hombres preferían trabajadoras sexuales jóvenes (Durchslag y Goswami 2008). Esta preferencia está moldeada por factores socioculturales, incluyendo aquellos que llevan a los hombres a querer afirmar ciertas identidades sexuales masculinas de vitalidad y dominio (ECPAT International 2005; Save the Children Sweden 2004).  Como lo expresó un hombre en un estudio en Perú, “es más fácil dominar a mujeres más jóvenes” (Save the Children Sweden 2004). Muchos hombres pueden también adjudicarles un mayor valor y placer sexual a cuerpos juveniles – una preferencia estética ciertamente influenciada por estándares socioculturales de la belleza y el cuerpo de la mujer y el creciente bombardeo de imágenes en los medios de modelos muy jóvenes (Save the Children Sweden 2004). Además, las investigaciones también han revelado que los hombres que buscan chicas menores de 18 años a menudo no consideran las relaciones sexuales con menores como “prohibidas” – más bien, pueden ver a estas niñas y jóvenes como que son capaces de consentir y/o creen que la transacción comercial legitima su derecho de tener relaciones sexuales con ellas (Anderson y O’Connell Davidson 2003; Save the Children Sweden 2004).





Los hombres también buscan a las trabajadoras sexuales porque pueden pensar que no son suficientemente atractivos para encontrar pareja, o porque no tienen acceso regular a otras parejas y/o quieren satisfacer diferentes demandas sexuales. En sitios con una rígida segregación sexual y/o tabúes acerca del sexo premarital, por ejemplo, puede esperarse que los hombres, particularmente los jóvenes, tengan experiencia sexual y pueden buscar a las trabajadoras sexuales como un medio de adquirirla. En algunas culturas, los hombres casados pueden, en cambio, buscar a las trabajadoras sexuales para ciertos tipos de experiencias sexuales que creen que sus parejas podrían encontrar objetables (Durchslag y Goswami 2008). En efecto, algunos hombres pueden creer en una categorización estereotípica de las mujeres como “mujeres buenas/mujeres malas” o, más específicamente, mujeres que son percibidas como adecuadas para relaciones de largo plazo y a menudo puramente relaciones sexuales (Barker 2005; Wilkinson 2005). Las trabajadoras sexuales son generalmente vistas como el segundo tipo de mujeres y muchos hombres (y muchas veces la comunidad más amplia y la sociedad) pueden, como resultado verlas como que tienen menos derechos y dignidad que otras mujeres.

Existe también alguna evidencia de que la demanda del trabajo sexual está en aumento en regiones o partes de China y la India como resultado de la relativa “escasez” de mujeres casaderas en estos sitios. A medida que una generación de chicos y jóvenes ha llegado a la madurez sexual, hay una relativa escasez de chicas y mujeres del mismo rango de edad que normalmente serían sus parejas sexuales (ya sea dentro o fuera del matrimonio o uniones formales). Estas proporciones de sexo sesgadas son un artefacto de la preferencia por los hijos varones y el uso subsecuente del aborto selectivo por sexo y el descuido de las infantes que ha resultado en las muy publicitadas “niñas desaparecidas” del sur de Asia. En China, a estos jóvenes se les llama “guang gun-er o ‘ramas desnudas’ porque son ramas del árbol genealógico que nunca darán frutos” (Hudson y Den Boer 2004). Uno de los resultados propuestos de esta demografía distorsionada es una creciente demanda de trabajo sexual y redes de tráfico (Guilmoto nd) así como otras formas de explotación sexual y violencia tales como el secuestro y la venta de mujeres para proporcionar novias (Hudson y Den Boer 2004).

Finalmente, hay un creciente conjunto de investigaciones sobre las versiones específicas de la hombría que han surgido entre grupos particulares de hombres, tales como mineros, choferes de camiones y otros grupos de hombres que emigran o cuyos trabajos son muy movibles, y los vínculos con la demanda de estos hombres de trabajo sexual. Por ejemplo, investigaciones etnográficas con mineros en Sudáfrica han demostrado cómo los hombres forman una noción particular de la hombría, para ayudarles a manejar los temores y las batallas de sus vidas cotidianas, que combina conceptos de valentía y persistencia con sexualidad insaciable y una necesidad de múltiples parejas (Campbell 2001). Para satisfacer esta noción de la hombría, estos hombres, que a menudo pasan largos periodos de tiempo lejos de sus esposas o parejas, pueden participar en altos niveles de actividad sexual, muy a menudo con trabajadoras sexuales. Además, mucha de esta actividad sexual puede ser desprotegida ya que el contacto sexual “piel con piel” puede simbolizar una forma de intimidad emocional a la cual estos hombres puede que no tengan acceso en sus vidas diarias. Además de las implicaciones para las violaciones de los derechos humanos, estas tendencias son particularmente perturbadoras en el contexto de la epidemia del VIH en la región.

CUADRO 4: PAPITO: MASCULINIDADES Y SEXO TRANSGENERACIONAL Y TRANSACCIONAL

Hay muchas mujeres jóvenes que pueden no considerarse a sí mismas como que están involucradas en el trabajo sexual, pero cuyas relaciones sexuales pueden incluir una explícita dimensión transaccional. Estos tipos de relaciones sexuales han sido ampliamente investigadas y discutidas en el contexto de África subsahariana y son generalmente con hombres mayores, o los llamados papitos, a cambio de alimento, escuela, cuotas y apoyo a las familias. 6 Las estimaciones de la frecuencia de estas relaciones varía mucho por lugar y por estudio; en Camerún, por ejemplo, sólo el 5 por ciento de las chicas adolescentes reportaron haber tenido una relación sexual a cambio de dinero o regalos, comparado con 66 por ciento de adolescentes en Malawi (Luke y Kurz 2002). Debido a que están generalmente asociadas con la edad y las asimetrías económicas y la falta de opciones alternativas de ingresos, estas relaciones a menudo comprenden diversos grados de coerción sexual. Al mismo tiempo, las jóvenes involucradas en estas relaciones con frecuencia enfrentan una doble moral en cuestión de la crítica social. Un estudio cualitativo en Namibia y Sudáfrica encontró que aunque la sociedad en general no aprobaba estas relaciones, “en la mayoría de los casos la chica será más criticada (que el hombre)”, como lo explicó un informante (Jewkes et al. 2005). Mientras que hay una relativamente vasta literatura sobre lo que motiva a las chicas a involucrarse en relaciones trans-generacionales o de papitos, existe muy poca investigación acerca de las motivaciones específicas de los hombres (Hope 2007). Algunas razones por las que los hombres pueden involucrarse en relaciones con mujeres jóvenes incluyen la creencia de que las jóvenes tienen menos probabilidades de estar infectadas con el VIH y el prestigio y la autoestima que pueden estar asociados con los hombres que tienen múltiples parejas jóvenes y con demostrar que pueden “conquistar” y mantener a muchas mujeres (Luke y Kurtz 2002).

6 Hay también reportes de hombres jóvenes que se involucran en sexo transaccional con mujeres mayores o casadas,
conocidas como “mamitas”. Estas relaciones son a menudo provocadas por la necesidad económica, como en el caso de las mujeres jóvenes, así como por estatus entre los pares (Mataure et al. 2000 in Barker y Ricardo 2005).


Cuáles son las actitudes de los hombres acerca del tráfico de mujeres para explotación sexual?

A pesar de la gran cantidad de investigaciones, programación y gestión dedicadas a acabar con el tráfico de mujeres, ha habido poca reflexión o investigación sobre las actitudes de los hombres acerca del tema, particularmente ya que se asocia con el tráfico para explotación sexual. Uno de los pocos estudios que han examinado las actitudes de los hombres fue el estudio en varios países en Dinamarca, Suecia, Japón, Tailandia, India e Italia con clientes de trabajadoras sexuales, mencionado arriba. Una cuarta parte de los hombres entrevistados dijeron que si un cliente se encontraba con una trabajadora sexual que ellos pensaban que era víctima de tráfico, debería reportar el caso a las autoridades (Anderson y O’Connell Davidson 2003).  En efecto, hay ejemplos de clientes que han ayudado a “rescatar” a chicas y mujeres cuando se enteran de que fueron traficadas. Al mismo tiempo, el estudio de arriba encontró también que los clientes que a sabiendas usaban trabajadoras sexuales traficadas o “no libres” a menudo no las percibían como sujetos con consentimiento, sino como objetos o mercancía que el cliente podía comprar y poseer temporalmente. En las palabras de un cliente entrevistado:

“. . . Yo entiendo que la prostituta está ahí en primer lugar porque no tiene opción o porque está ahí forzada. Me siento mal por esto, especialmente si ha sido forzada o vendida. Pero el hecho es que ella está en el mercado carnal. . . ella es una mercancía ofreciendo un servicio y debe aceptarlo.” (Servidor público indio, casado, de 39 años – Anderson y O’Connell Davidson 2003).

En efecto, los hombres que compran sexo a menudo no perciben el consentimiento como un asunto de las mujeres en el trabajo sexual y muchos, por lo tanto, no distinguen entre las víctimas del tráfico y las que no lo son (Hughes 2004). El estudio de arriba encontró que algunos clientes hombres hasta parecían asociar el tráfico de mujeres con beneficios para los clientes. Por ejemplo, un hombre de negocios indio de 21 años comentó que las chicas nepalíes que habían sido vendidas a prostíbulos son especialmente lindas cuando son nuevas: “No hablan demasiado y son más serviciales con el cliente. Las puedes controlar.” Otros clientes entrevistados, sin embargo, dijeron que les era repulsiva la idea de comprar sexo de mujeres que habían sido forzadas al trabajo sexual. Su repulsión, sin embargo, no siempre ni exclusivamente estaba fundada en principios morales – casi todos también hacían referencia a que sería sexualmente decepcionante estar con una trabajadora sexual que no hubiera elegido libremente el trabajo sexual. Había también un sentido de que el expresar su repulsión era reclamar un estatus social particular en el cual ellos no “necesitarían” comprar sexo de mujeres que eran “no libres” o que habían sido forzadas a realizar trabajo sexual. Sin embargo, algunos de los clientes que reportaban sentirse ya sea moralmente indignados o decepcionados sexualmente (o ambos) por la idea de tener relaciones sexuales con una trabajadora sexual que era “no libre” habían comprado sexo de trabajadoras que podían haber sido no libres o traficadas. Aún así, algunos de estos hombres justificaban el haber comprado sexo con mujeres traficadas ya sea porque ellos, los clientes, estaban borrachos, no podían pagarles a trabajadoras sexuales más caras, 18 y/o porque la trabajadora sexual en cuestión resultó ser la más inmediatamente disponible (Anderson y O’Connell Davidson 2003).

Son muchos clientes hombres violentos con las trabajadoras sexuales?

Existe considerable evidencia de que las mujeres que están en el trabajo sexual son con frecuencia víctimas de otras formas de violencia, incluyendo golpes, violación y asesinato (Busch 2002). Sin embargo, no hay indicación de que más de una pequeña minoría de clientes hombres son físicamente violentos con las trabajadoras sexuales y se necesita más investigación para identificar si es que y por qué algunos hombres que compran trabajo sexual son más propensos a usar violencia contra las trabajadoras sexuales (Busch 2002). Un estudio con trabajadoras sexuales en Ciudad del Cabo encontró que un disparador común del uso de la violencia de parte del cliente era que la trabajadora sexual se negara a acceder a alguna petición, particularmente de sexo anal o sexo sin protección. Los autores del estudio relacionaron esta respuesta violenta con normas sociales que asocian la masculinidad con tener el control de las decisiones sobre el sexo en las relaciones (Gould y pick 2008).

Además del problema del uso de los hombres de la violencia física o sexual contra las trabajadoras sexuales, está también la cuestión más amplia de cuándo y cómo la compra de sexo puede, en sí misma, considerarse un acto de violencia. La violencia puede definirse como la amenaza o el uso de cualquier tipo de fuerza (ej. emocional/ psicológico, físico y económico) contra otros para establecer y/o reforzar asimetrías de poder. En este sentido, la compra de actos sexuales, a menudo enraizada en asimetrías socioeconómicas y de género, puede así considerarse una forma de violencia que cometen (en su mayoría) los hombres contra (en su mayoría) las mujeres. Lo que es más, niñas y mujeres que sufren de la explotación y la violencia sexual, frecuentemente experimentan una victimización adicional por parte de las instituciones legales y sociales, incluyendo la policía y los servicios sociales. Una investigación en Sri Lanka, por ejemplo, encontró que el acoso de la policía a trabajadoras sexuales de sexo femenino directamente incrementó el riesgo de las mujeres a la violencia, porque no contaban con recursos en caso de ser sujetas a la violencia y sus clientes varones frecuentemente conocían esta situación (Miller 2002). De hecho, en Sri Lanka y en muchos otros lugares, la venta de sexo está penalizada, las mujeres son frecuentemente forzadas a trabajar en la clandestinidad, por lo cual, se crean situaciones de vulnerabilidad ante la violencia y la coerción. Por otra parte, la despenalización del trabajo sexual no es suficiente si no está acompañando por esfuerzos por concientizar y cambiar las formas de pensar de aquellos que implementan y protegen la ley. En Suecia, por ejemplo, donde la legislación intenta proteger a las mujeres involucradas en el trabajo sexual criminalizando el pago por sexo, una investigación encontró que era mucho más probable que la policía protegiera a los hombres que pagan por sexo, que garanticen la ley (Jacobson 2002).

Contribuye la pornografía a que los hombres compren sexo?

Ha habido un significativo conjunto de investigaciones que exploran el significado del consumo o uso de los hombres de la pornografía en privado, individualmente y dentro del contexto de la vinculación entre hombres o las redes sociales con otros hombres y muchachos (homosociabilidad) y en la construcción social de la masculinidad hegemónica (Johansson 2007). Investigaciones en Camboya, por ejemplo, han demostrado que los muchachos usan la pornografía como una herramienta para evaluar el dominio masculino haciendo gran alarde entre ellos de las cosas que han visto con la intención de que las chicas los oigan (Fordham 2006).19

Algunos investigadores (principalmente en los E. U.) también han estudiado la conexión entre el consumo por el hombre de la pornografía y su uso del trabajo sexual. Un estudio de hombres que pagaron por sexo encontró que aquéllos que eran más jóvenes, y pagaban a trabajadoras sexuales con mayor frecuencia, tenían muchas más probabilidades de ser usuarios frecuentes de pornografía (Tewksbury y Golder 2005). Otro estudio en los EU encontró que el uso de la pornografía era más común entre los hombres que buscan trabajadoras sexuales que entre una muestra nacional representativa (Monto y McRee 2005). Sin embargo, cerca de la mitad de los hombres que habían pagado a trabajadoras sexuales no habían visto nunca revistas pornográficas ni videos pornográficos (Monto y McRee 2005). Mientras que estos resultados sugieren que el vínculo entre la pornografía y la compra de sexo puede no ser directa o casual, es claro que las dinámicas sexuales y de género más frecuentemente presentadas en la pornografía pueden contribuir a las nociones de los hombres de que las mujeres son objetos sexuales de consumo.

Finalmente, hay muy poca discusión en las investigaciones acerca de cuáles formas específicas de pornografía son dañinas o contribuyen a la compra de sexo o el uso de violencia sexual. Muchas parejas con consentimiento e individuos no violentos y no sexistas, por ejemplo, utilizan y disfrutan de algunas formas de material sexualmente explícito que algunos considerarían pornografía. Debido a tabúes sobre el tema y la incomodidad al hablar de sexualidad, sin embargo, este tema desafiante – de la pornografía dañina y sexista contra otras formas no violentas, no sexistas de material sexualmente explícito – es a menudo ignorado y rara vez discutido abiertamente.




CUADRO 5: MASCULINIDADES Y LA EXPLOTACIÓN SEXUAL COMERCIAL DE NIÑOS

Así como con la explotación de niñas, los factores subyacentes en la explotación sexual comercial de niños son con mayor frecuencia las relaciones desiguales económicas y de poder entre niños y adultos (Atikin nd). En los casos de niños, sin embargo, el tema de la explotación sexual es a menudo más clandestino, rodeado por el estigma de las relaciones sexuales del mismo sexo y las construcciones de género estereotipadas acerca de los roles masculinos (Atikin nd; Altamira 2007; Masud Ali 2006). Las normas de género que sostienen que los niños deben ser fuertes y capaces de defenderse pueden llevar a “barreras y. . . protección inadecuada de los niños hombres incluyendo una ceguera social en relación con sus experiencias de explotación sexual y violencia sexual” (Masud Ali 2006). De igual forma, los niños pueden no reportar las experiencias de explotación sexual y violencia sexual por miedo de demostrar cualquier signo de debilidad, o por sentimientos confusos sobre la atracción sexual y las sanciones sociales relacionadas con el comportamiento homosexual.

Aunque el problema de la explotación sexual de los niños es a menudo considerado de poca magnitud comparado con el de las niñas, es un problema que abunda en muchos países y se lleva a cabo en diversos lugares desde las calles y las terminales de autobuses hasta los hoteles y restaurantes. La pobreza, el estatus migratorio, experiencias de abuso sexual y crisis familiar son algunos de los factores que más contribuyen a la vulnerabilidad de los niños a la explotación sexual (Masud Ali 2006; Muhammed 2006). Además, la explotación sexual de niños ocurre a través de diferentes contextos sociales y culturales. Para mencionar algunos:
—en Puerto Príncipe, Haití, los niños, particularmente los niños de la calle, son explotados sexualmente por turistas americanos y europeos y miembros de la elite haitiana (ECPAT 2001); 20
—en Estonia, alrededor del 70 por ciento de los niños de la calle han estado, o están, involucrados en el trabajo sexual como medio de supervivencia (ECPAT
2001);
—en la República Democrática del Congo, “Kamuke” o “Petit Poussins” se refiere a chicos adolescentes a quienes les ofrecen dinero y objetos de lujo mujeres de negocios mayores a cambio de sexo (ECPAT 2001);
—en la India, los niños que se unen a grupos de danza (bailarines Luanda) a menudo son forzados a trabajo sexual y se enfrentan a una violencia brutal (Lahiri 2007);
—en Gran Bretaña, la explotación sexual comercial de niños ha sido citada como una de “las más clandestinas formas de abuso sexual… de la que menos se sabe” (Hill 2001); y
—en la Ciudad de Nueva York, las investigaciones han encontrado que podría haber más niños que niñas en la explotación sexual comercial (ECPAT 2001).

Un concepto erróneo común en cuanto a la explotación sexual de niños es que es un problema relacionado solamente con la homosexualidad o atracción del mismo sexo; o sea, que los niños que están en la venta de sexo son homosexuales y que los hombres que compran sexo lo son también (Altamira 2007; Atikin nd; Masud Ali 2006). De hecho, los niños que son víctimas de explotación sexual son un grupo heterogéneo de individuos con diversas y emergentes identidades y orientaciones sexuales (Liabo 2000; Masud-Ali 2006). Pueden identificarse a sí mismos como homosexuales, heterosexuales o bisexuales y pueden tener diferentes percepciones de sus actividades (Liabo 2000). De la misma forma, la explotación sexual de niños no es perpetrada sólo por hombres que se identifican como homosexuales. En efecto, muchos perpetradores son hombres homosexuales – o al menos se identificarían a sí mismos como tales – y contrario a la creencia popular, las investigaciones han demostrado que estos hombres son generalmente de las mismas comunidades que los niños a quienes explotan sexualmente, en vez de ser turistas (Masud-Ali 2006; Muhammed 2006).

Para algunos hombres heterosexuales, comprar sexo de otro hombre puede ser una cuestión de conveniencia y acceso. Esto puede ser particularmente cierto en sitios con una segregación de los espacios sociales basada en el género, como se demostró en investigaciones realizadas en Bangladesh, India y Pakistán donde muchos hombres pueden tener relaciones sexuales con hombres (o niños) porque no tienen acceso a parejas sexuales femeninas (Altamira 2007). Cuando el comportamiento de estos hombres se conceptualiza más en un marco pasivo (los que son penetrados) y activo (los que penetran), parece que el concepto de los hombres que tienen relaciones sexuales con hombres también refleja el mismo marco de género que es similar al modelo heterosexual, en el cual hay una relación de poder desigual (Masud- Ali 2006; Parker 1999). Esta construcción de género específica quizás explica mejor lo muy deseables que son los niños en la explotación sexual comercial, ya que los niños pueden considerarse más “femeninos”, i. e. menos poderosos y más fáciles de colocar en roles sexuales pasivos (Masud-Ali 2006; Muhammed 2006). Sus cuerpos menos desarrollados y menos musculosos pueden también parecer, para algunos hombres, femeninos y por lo tanto más atractivos. De estas maneras, la segregación de género puede aumentar la vulnerabilidad para los niños (y niñas) ya que a menudo hay poco escrutinio público de estos espacios y los explotadores pueden acceder y abordar a los niños fácilmente (Masud-Ali2006; Muhammed 2006).

CUADRO 6: HOMBRES, TECNOLOGÍA DE COMUNICACIONES Y EXPLOTACIÓN SEXUAL

Las últimas décadas han visto una rápida expansión de las tecnologías de medios y comunicaciones y, como resultado, un mayor acceso a herramientas y espacios para la explotación sexual. La introducción de las computadoras y la Internet, en particular, han provocado un aumento dramático en la circulación y el consumo de pornografía (Johansson 2007; Mansson 2004) y disponibilidad de sexo por dinero – aunque hay pocos conocimientos sobre cómo exactamente esto ha afectado o quizás hasta cambiado el contenido y la estructura de la demanda (Mansson 2004). Sin embargo, como sostiene Donna Hughes: “Los hombres son generalmente reservados acerca de su explotación de las mujeres y los niños y uno de los factores del éxito de la industria sexual en línea ha sido la capacidad de los hombres de bajar pornografía o acceder a la prostitución en línea desde la privacidad de sus hogares y oficinas” (Hughes 2000).
También hay alguna evidencia de cómo la Internet ha fomentado el reforzamiento de vínculos homosociales entre clientes hombres, un fenómeno que puede observarse a través del creciente número de comunidades en línea en las que los hombres se reúnen para compartir información acerca de sus experiencias con trabajadoras sexuales, o cuando menos ofrece un “espacio seguro”, libre de sanciones sociales, donde los hombres pueden hablar de estas experiencias con otros hombres (Mansson 2004; Williams et al. 2008).


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VI. DE LA INVESTIGACIÓN A LA ACCIÓN

Esta revisión ha tratado un extenso número de investigaciones sobre las complejas relaciones entre las construcciones sociales de las masculinidades y las actitudes y prácticas de los hombres relacionadas con la explotación sexual y la violencia, así como factores individuales asociados con el uso del hombre de la violencia sexual y la compra de sexo. Dada la interrelación entre temas sociales más amplios – en particular la globalización y la pobreza – y las construcciones sociales prevalecientes de género y masculinidades, así como factores individuales, no hay respuestas fáciles y obvias en cuanto a cómo involucrar a los hombres y los niños en reducir la demanda de explotación sexual o prevenir la violencia sexual. Sin embargo, esta literatura revisada
ofrece algunos conocimientos para tomar acción:

􀂃 Mientras que hay factores individuales claves (y a veces psicopatologías individuales) asociados con el uso de los hombres de algunas formas de violencia, el uso de los hombres de la violencia sexual está claramente ligada a normas sociales más amplias relacionadas con la hombría. Esto sugiere entonces, que cualquier esfuerzo para reducir seriamente la compra de sexo por hombres y la violencia sexual requiere no sólo llegarles a algunos hombres, sino cambios en como ven las sociedades y las culturas los roles de los hombres.

􀂃 Los hombres que apoyan o creen en actitudes que dan dominio a los hombres, o creen que las mujeres deben estar a su servicio, a menudo tienen mayores probabilidades de comprar sexo.

􀂃 La cosificación de las mujeres y el sexo normaliza un espectro más amplio de conductas sexuales, incluyendo las más violentas y coercivas.

􀂃 Quizás uno de cada diez hombres en el mundo compra sexo anualmente, con tremendas variaciones alrededor del mundo, lo que sugiere que aunque no es una conducta universal, es permitida o aceptada por una considerable minoría de hombres. Las grandes variaciones a través de las culturas y los lugares significan que necesitamos entender más sobre factores de contexto específico que expliquen esta variación.

􀂃 Relativamente pocas investigaciones han encontrado o examinado las diferencias entre los hombres que compran sexo de mujeres adultas o niñas menores.
Investigaciones existentes sugieren que algunos hombres que compran sexo pueden gustar de niñas o mujeres más jóvenes debido a su sumisión más que estrictamente por una preferencia estética de mujeres más jóvenes y niñas.

􀂃 Muchos hombres que compran sexo son más jóvenes y van con grupos de amigos, como una “representación” pública de una forma específica de masculinidad. Al participar en estos comportamientos, estos hombres pueden estar tratando de satisfacer las esperadas normas sociales de la hombría.

􀂃 Los patrones de los hombres del uso del trabajo sexual y la violencia sexual a menudo se inician cuando los hombres son jóvenes, precisamente cuando es más probable que quieran satisfacer estas normas esperadas de hombría para “encajar” dentro de su grupo de pares.

􀂃 El uso de los hombres de la violencia sexual en la guerra, y en lugares en conflicto y después del conflicto está bien documentado y ligado a un control social reducido, a versiones específicas (a menudo en base a la etnia) de la hombría y constituyen una táctica específica de guerra y dominación.

􀂃 La pornografía parece estar cada vez más disponible y es, de manera creciente, una parte de la socialización de los chicos (y chicas). Si la pornografía causa violencia sexual o causa que los hombres busquen el sexo pagado, no está claro; cuando mucho podemos concluir que algunas formas de pornografía contribuyen a creencias sociales sobre las mujeres como sumisas y disponibles sexualmente, y quizás también a mitos de violación.

􀂃 Aunque la incidencia de explotación sexual y violencia sexual es alarmante, éstas son ejercidas en la mayoría de los lugares por una minoría de hombres. La gran mayoría de los hombres no usan ni apoyan tal violencia, aunque son sujetos de una socialización similar alrededor de las normas de género que puede llevarlos, en algunas circunstancias, a apoyar o cuando menos a aceptar dichas conductas. Al enfocarnos en la prevención, es importante entender a esta mayoría de hombres – particularmente aquéllos en sitios en los que la violencia sexual y la explotación sexual prevalecen – y las fuerzas y factores que estimulan y apoyan su no violencia.

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