Este listado contiene pensamientos y actitudes
de machismo de izquierda. Algunas mías; y otras que he visto en distintas
personas.
¿Cuándo soy, entonces, un
machista de izquierda?
Cuando siempre tengo preparado el
término “burgués”, “pequeñoburgués”, “liberal” y “posmoderno”
para descalificar
al feminismo que me incomode, corresponda o no la caracterización.
Cuando coincido con la gente de
derecha en preguntar “¿por qué feminismo y no igualismo?”, lo cual indica que
ni siquiera me importa el tema para hacer una búsqueda en google pero me siento
amenazado o desplazado por un movimiento que pregona la libertad y el poder
para las mujeres.
Cuando minimizo o rechazo las
luchas feministas diciendo “el verdadero problema es el capitalismo” (y de esa
manera demuestro mi ignorancia sobre cómo se articulan capitalismo y
patriarcado y sobre la influencia reaccionaria que tiene el machismo sobre la
clase trabajadora).
Cuando coincido con la derecha en
naturalizar la heteronormatividad y los roles de género.
Cuando no puedo dejar pasar la
ocasión de decir “el verdadero problema es de clase” cada vez que se dice algo
desde una perspectiva de género.
Cuando, así como los machistas de
derecha quieren negar el patriarcado al buscar ejemplos de mujeres que agreden
hombres o falsas denuncias o situaciones donde los hombres sufren más que las
mujeres, yo busco situaciones de feminismo burgués o blanco o misándrico para
justificar que la izquierda no tiene nada que aprender del feminismo.
Cuando soy muy revolucionario hablando
de capitalismo y socialismo pero me convierto en “pragmático y realista”
hablando de machismo y feminismo.
Cuando digo que el socialismo no tiene nada
que tomar del feminismo porque “la cuestión de la mujer” ya estaba planteada en
algún texto socialista de siglos pasados.
Cuando en vez de escuchar a una
compañera para aprender, espero a mi turno para hablar.
Cuando digo que como el socialismo está contra toda opresión no hace falta ser feminista.
Cuando hago “mansplaining”, o sea explicarle de
manera condescendiente a una mujer lo que ella ya sabe (a menudo,
interrumpiéndola), asumiendo que sin mi explicación no caza una.
Cuando cometo “gaslighting”, es decir,
manipular el sentido de realidad de una mujer, poniendo en duda su memoria,
percepción o cordura, porque no dice lo que yo quiero escuchar.
Cuando solo veo al machismo en sus
manifestaciones más visibles y explícitas (feminicidio, trata, violencia
doméstica, violaciones, discriminación laboral) y me niego a verlo en sus
manifestaciones más sutiles (acoso sexual callejero, inequidad en el reparto de
las tareas domésticas, microviolencias, violencia simbólica).
Cuando denuncio con fuerza los actos de
machismo cometidos por burgueses, políticos, figuras públicas y hasta
dirigentes de otros partidos pero me hago el distraído sobre el machismo en mi
clase social, en mi laburo, en mi organización.
Cuando solo denuncio el machismo y la
homo/transfobia de políticos, empresarios, comunicadores, policías u otros
agentes directos de la opresión y nunca interpelo al machismo de los varones de
clase obrera en general, ni el de mis compañeros de partido en particular.
Cuando descalifico las luchas feministas que
me molestan apelando al “feminismo de antes” o haciéndome el erudito sobre el
“feminismo de la tercera ola”.
Cuando creo que la solución del machismo pasa
únicamente por realizar ciertas reformas institucionales y un poco de
“concientización”, y excluyo la revisión de mis privilegios masculinos y mi
propia autotransformación.
Cuando intelectualizo las discusiones desde un
lugar de “objetividad científica” como excusa para no empatizar con el punto de
vista “demasiado subjetivo” de las víctimas del machismo.
Cuando le doy más valor a mis
opiniones sobre el género y la diversidad sexual que a las experiencias de
mujeres y gente LGBT.
Cuando la juego de “escéptico”
como excusa para no investigar concretamente sobre el tema ya que… ¿quién
necesita datos si ya tiene LA teoría revolucionaria? Marx, Lenin, Bakunin,
entre otros, ya dijeron todo lo que había para decir sobre la emancipación
humana.
Cuando ridiculizo las
reivindicaciones feministas/LGTB por “exageradas”, sin hacer el mínimo esfuerzo
por ponerme en el lugar de las personas marginadas. Por ejemplo cuando se
minimiza el acoso callejero o la falta de libertad de parejas gay a darse
muestras de afecto en público porque no son reivindicaciones “obreras”.
Cuando ante un caso de acoso
sexual callejero me fijo la clase social de víctima y victimario para decidir
si lo repudio o no. Como si el acoso callejero de un obrero a una mujer de
“clase media” fuera un episodio más de la lucha de clases y no de la violencia
machista…
Cuando demuestro incomodidad y me pongo hostil
ante la crítica radical del machismo, tomándome todo a personal y diciendo
cosas como “yo no tengo la culpa de siglos de opresión”.
Cuando todas mis posiciones sobre el tema
están diseñadas para no quedar pegado a la derecha, pero sin que eso implique
un compromiso real de mi parte.
Cuando me creo con el derecho de emitir
cualquier opinión ignorante, prejuiciosa, y paranoica sobre temas de
sexo-género, y tomo la actitud de hablar
sin estudiar ni investigar ni preguntar lo que se critica.
Cuando investigo solo lo suficiente para
aprenderme algunos términos (como “feminismo de la tercera ola”) y aparentar
erudición con el objetivo de conservar mis opiniones previas.
Cuando señalo el hecho -verdadero- de que hay
machistas en las organizaciones de izquierda porque sus miembros también vienen
de la sociedad capitalista y patriarcal a la que combaten, pero lo hago para
justificar ese machismo en los compañeros y no para arrimar mi hombro a la
tarea de desafiarlo y erradicarlo.
Cuando digo “después de la
revolución vemos”.
Cuando ante una expresión de odio y de ira por
los asesinatos y el discurso que minimiza la violencia hacia la mujer y la
gente LGBT, me pongo desde un lugar progre a dar sermones del tipo “esa no es
la manera, hay que educar”. Total, yo no soy quien debe convivir con la
impotencia y con la tristeza de pertenecer al grupo vulnerado.
Cuando pongo más énfasis en
criticar al feminismo por cómo comunica sus ideas que a la cerrazón mental
machista de la mayoría de los varones, producto de privilegios y no solo de
“ignorancia”.
Cuando me enojo con las propuestas de
discriminación positiva o cupo para mujeres y gente LGBT y las rechazo con
argumentos meritócratas que creo no-burgueses (idoneidad, esfuerzo, lucha).
Cuando, desde mi comodidad como
mayoría simbólica, rechazo las medidas de cupo femenino en la política diciendo
“que haya más mujeres en la política no va a mejorar la situación de las
mujeres trabajadoras”.
Cuando me quejo “me discriminan
por ser hombre” porque las mujeres tienen espacios propios donde no se permiten
hombres, negándome a entender por qué ni para qué los necesitan. Lo mismo con
“me discriminan por ser hétero” en referencia a espacios exclusivamente LGBT.
Cuando hago ultimátums para optar entre lucha
feminista y lucha de clases.
Cuando digo que el estudio de
teoría feminista y su aplicación para la transformación personal y de las
relaciones sociales son cosas de “clase media acomodada”. Como si el grado de
embrutecimiento mental y emocional de la clase obrera fuera un rasgo plebeyo a
glorificar por lxs revolucionarixs. Como si la violencia en las relaciones
familiares y de pareja sumada a la violencia al distinto nos quitase un montón
de energía para la lucha por nuestra liberación.
Cuando doy rodeos intelectuales con muestras
de erudición para esquivar planteos que me interpelan personalmente.
Todo esto no es ningún secreto.
Lo han vivido muchas mujeres, gays, y gente trans: no hay nada más parecido a
un machista de derecha que un machista de izquierda.
Autores
Danilo Castelli
Cronista
Danilo Castelli se define como
porteño de nacimiento y carlospacense por elección. Le interesaba resolver
problemas mediante lógica, y eso lo llevó a la programación como hobbie, cursar
unos años de Ingeniería en Sistemas y dedicarse a la profesión de programar por
15 años. Ver más
http://www.revistaanfibia.com/ensayo/el-machismo-de-izquierda/
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