17-07-2019
Viaje al corazón del capitalismo
Lluís Rabell
lluisrabell.com
Una feliz casualidad hizo que
cayeran en mis manos –y que leyese uno tras otro– dos magníficos libros,
imprescindibles para entender el mundo en que vivimos: “Capitalismo y democracia.
1756-1848”, obra póstuma del insigne historiador Josep Fontana, y “La
prostitución”, reciente trabajo de investigación de Rosa Cobo, profesora de
Sociología de Género en la Universidad de A Coruña. El primero,
significativamente subtitulado por su autor “Cómo empezó este engaño”, versa
sobre los orígenes del capitalismo y los caminos por los que acabó imponiéndose
en todos los continentes, configurando la civilización que conocemos. El
segundo se refiere al capitalismo tardío de la globalización neoliberal. Y, a
través del análisis de la prostitución, convertida en vector de la nueva
economía mundial y pilar de una nueva configuración de la dominación
patriarcal, nos lleva –como dice la propia autora– “al corazón del
capitalismo”. Las nuevas esclavitudes del siglo XXI, que encuentran en la trata
y explotación sexual de millones de mujeres y niñas uno de sus máximos
exponentes, resuenan en la arena de la historia como el eco siniestro del
expolio colonial y el comercio negrero sobre los que se levantaron las grandes
fortunas de las metrópolis.
Demuestra Josep Fontana en su
documentado estudio que el capitalismo no surgió de ninguna evolución natural,
sino de una violenta lucha de clases en que los poseedores acabaron
imponiéndose por la fuerza. El desarrollo capitalista se basó “inicialmente, en
arrebatar la tierra y los recursos naturales a quienes los utilizaban
comunalmente y en liquidar las reglamentaciones colectivas de los trabajadores
de oficio con el propósito de poder someterlos a nuevas reglas que hiciesen
posible la expropiación de gran parte del fruto de su trabajo”. Un proceso en
el que la esclavitud desempeñó un papel central. “El auge de la esclavitud a
finales del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, dice Fontana, no se
puede interpretar como una continuidad del pasado, sino que se trata de un
fenómeno nuevo, que Dale Tomichha denominado “la segunda esclavitud”,
indisolublemente vinculado al ascenso del capitalismo. Una de las más grandes
mentiras de la historia oficial del capitalismo es aquella que le atribuye un
papel central en la lucha por el abolicionismo, cuando la realidad es que el
progreso de la industrialización habría sido imposible sin los esclavos”.
La otra gran mentira concierne a
la configuración de las democracias modernas que, lejos de emanar del nuevo
orden social, han sido moldeadas por los choques entre las clases populares y
los grandes propietarios, temerosos desde la gran revolución francesa de los
anhelos de justicia de los miserables. “La Commune, escribirá el filósofo
marxista Walter Benjamin, pondrá fin a la fantasmagoría que domina las primeras
aspiraciones del proletariado. (…) La ilusión de que la tarea de la revolución
proletaria sería la de acabar la obra de 1789 en estrecha colaboración con la
burguesía se disipa como una aparición. Esta quimera domina la época que abarca
desde 1831 a 1871, de la insurrección de Lyon a la Commune. La burguesía nunca
ha compartido semejante error. Su lucha contra los derechos sociales empieza
desde la revolución del 89. (…) En1831 reconoce en el Journal des débats: “Todo
manufacturero vive en su manufactura como los propietarios de una plantación
entre sus esclavos”.
El capitalismo ha templado su
alma mediante la horca, el látigo y la bayoneta de la contrarrevolución. “Y en
las hogueras donde ardieron las brujas”, añadiría sin duda Silvia Federicci. En
efecto. La tarea de moldear una clase de productores, sometida a sus designios,
comportó igualmente que el orden emergente adecuase las relaciones patriarcales
preexistentes a sus nuevas necesidades, relegando a la mujer a la esfera
privada – espacio destinado a la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero
Fontana mira al pasado para desentrañar el presente. El avance del capitalismo,
contenido por la acción del movimiento obrero, nos dice, desde la Commune hasta
la revolución rusa y sus distintas réplicas, “se ha desatado de nuevo a partir
de las últimas décadas del siglo XX y prosigue en el siglo XXI (…), pero ahora
con una ambición mayor. (…) El ascenso de un capitalismo depredador sigue
imparable”.
Son esos rasgos depredadores,
inscritos en el ADN del capitalismo, los que pone de relieve Rosa Cobo en su
riguroso análisis de la prostitución y las industrias del sexo. “Capitalismo
global y prostitución son dos fenómenos sociales que han crecido y avanzado al
mismo tiempo. A medida que se han globalizado las políticas económicas
neo-liberales, ha aumentado la industria del sexo. (…) Esas políticas han
disparado la brecha entre personas ricas y pobres, en cada sociedad y a escala
global. El resultado ha sido una crisis muy profunda del contrato social que se
pactó tras la Segunda Guerra mundial en Europa…”.
La socióloga americana Saskia
Sassen dice que hoy “el filo del sistema es un espacio de expulsiones”. O, como
explica la propia Rosa Cobo: “Hasta los años ochenta del siglo XX la
prostitución apenas ha tenido impacto económico en las cuentas nacionales. Su
dimensión más relevante ha sido la poderosa arca patriarcal sobre la que
originariamente se edificó esta práctica social. Si embargo, la aparición del
capitalismo global cambia el rostro de la prostitución y la convierte en parte
fundamental de la industria del ocio y del entretenimiento.” Las cifras
producen vértigo. En 2002, el gobierno coreano estimó que la prostitución
represento el 4,4% del PIB. La industria de sexo representaba por esas fechas
en Holanda el 5% del PIB. En China se estima que esta industria constituye un
8% de su economía. Países enteros cuyas economía están deprimidas se incorporan
al mercado global exportando sus mujeres e incluso sus niñas. La economía legal
y la ilícita se entrelazan hasta configurar un negocio colosal a escala
internacional; un negocio en el que la mercancía lo constituyen los cuerpos de
las mujeres, deshumanizadas y transformadas en meros objetos sexuales a
disposición de las apetencias de los hombres. Según Naciones Unidas, más de
cuatro millones de mujeres son anualmente objeto de trata con finalidad de
explotación sexual. Medio millón de ellas tienen como destino Europa. Oferta y
demanda se retro-alimentan en una espiral que parece imparable. La edad de la
entrada en la prostitución es cada vez más temprana. El investigador quebequés
Richard Poulin habla de una “pedofilización de la prostitución”.
Sin embargo, el gran mérito del
trabajo de Rosa Cobo es mostrar que la expansión de este fenómeno responde a la
vez a la necesidad del sistema patriarcal, desestabilizado por el empuje del
feminismo, de reestructurar sus dispositivos. Nada refuerza tanto la
preeminencia, hoy contestada, de los varones como la institución de la
prostitución, un espacio en que el dominio del hombre sobre la mujer se
restablece plenamente. Y, además, lo hace con tal potencia que proyecta su
imaginario sobre el conjunto de la sociedad. Aquella sociedad que instituye en
su seno la existencia de una reserva de mujeres a disposición de todos los
hombres certifica de modo inapelable la opresión de género. Así pues, la
prostitución, junto a la expansión de una pornografía que normaliza la
violencia y la vejación la mujer y a la industria de los vientres de alquiler,
aparecen como otras tantas manifestaciones de una estrecha alianza entre el
capitalismo global y el patriarcado en fase de reorganización. Una alianza que
está desatando una auténtica guerra contra las mujeres. En lo material y en lo
simbólico.
El capitalismo, un sistema cuyo
alumbramiento fue asistido por la violencia “como su imprescindible partera”,
prolonga hoy su existencia generando nuevas servidumbres. Tal es el significado
de la expulsión de millones de mujeres de sus países de origen – y de sus
propios proyectos vitales – para ser prostituidas en las grandes metrópolis. La
prostitución, nos explica Rosa Cobo, crece en la intersección de la
desigualdad, la opresión de género y el expolio colonial. El capitalismo no
puede subsistir, ni reproducirse, sin recurrir una y otra vez a la esclavitud.
El camino hacia el socialismo es ya inseparable del combate por abolir todas
sus manifestaciones.
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