martes, 22 de enero de 2013

Una lectura queer de la prostitución. Beatriz Gimeno


Beatriz Gimeno

Publicado el 12 de octubre de 2012
 por saramagofanzine

Beatriz Gimeno




 Es hora de que las feministas críticas con la institución prostitucional cambiemos completamente de paradigma argumentativo en relación con uno de los debates más antiguos, más enconados, más crispados y, quizá, más confusos que se vienen manteniendo dentro del feminismo. Nunca he podido entender cómo es posible que uno de los ejemplos más claros de mercantilización del ser humano pudiera ser defendido por personas que se dicen profundamente anticapitalistas, ni entiendo tampoco cómo es posible que uno de los negocios más lucrativos del mundo y más explotadores, uno de los que genera más dinero a las mafias, no sea ardorosamente atacado por personas que se dicen de izquierdas. También me cuesta entender cómo una institución creada por el patriarcado como uno de sus pilares, una institución que juega un papel fundamental en determinada construcción sexual y de los géneros, ha terminado siendo defendida por feministas. A estas alturas del debate ya sabemos que las posturas favorables a la prostitución son mayoritarias en los ambientes más radicales, de izquierdas, alternativos o queer. Las personas que las defienden, radicales en todo y con voluntad rupturista en la política, no sólo no se manifiestan en contra de la prostitución como institución, sino que suelen entenderla como inevitable (y de aquí parece derivarse que es aceptable): su acercamiento a ella es opuesto a su acercamiento a otras instituciones políticas que, a pesar de parecer también inevitables, son, en cambio, combatidas con convicción. Por el contrario, parecen estar furiosamente en contra de la prostitución las meapilas, las feministas aburridas, institucionales y conservadoras, la gente conservadora en general y nuestros padres y abuelos. Con estos adversarios, si una quiere ser moderna o políticamente radical, no parece quedar otra opción que estar a favor de la prostitución.

La realidad es, sin embargo, muy distinta y mucho más compleja. A favor de que la prostitución siga existiendo e incluso de que se incremente están, especialmente, los hombres conservadores y antifeministas (todos los estudios realizados han revelado que los clientes de las prostitutas son, mayoritariamente, conservadores y antifeministas, como, por otra parte, era esperable). También parece estar a favor la gente religiosa que, desde siempre, la ha visto y aceptado como un mal menor y necesario para los hombres, siendo el verdadero mal el feminismo. Por supuesto, a favor están también quienes trabajan para que la prostitución exista y se incremente: las mafias internacionales, que lo mismo se dedican a la trata de personas que al tráfico de armas, y, en general, todas las personas que se mueven como pez en el agua en el heteropatriarcado capitalista del que la prostitución es un pilar.




En primer lugar, habría que explicar las razones de que este debate (me refiero únicamente al debate que se da en el seno del feminismo) se construya con presupuestos y argumentos que son lo contrario de lo que parecen y de que la gente esté también en el lado contrario del que en principio cabría esperar, pero no se trata de una explicación fácil que quepa en este artículo. Aunque está relacionada con muchas otras cuestiones de maneras compleja, es posible que una de las razones por las que se da esta confusa situación sea que estamos hablando de sexo (aunque esto tampoco sea verdad: estamos hablando de una sexualidad masculina que necesita que un cuerpo femenino se ponga a su servicio). En esta cultura, como ya demostró Foucault, todo lo que tiene que ver con el sexo se reviste automáticamente de “transgresión” y es esta categorización la que llama a que alrededor de la defensa de la prostitución se congreguen personas que deberían estar en contra. Foucault también demostró que, en realidad, esta cultura no niega ni esconde el sexo, sino que, al contrario, lo multiplica para utilizarlo como gran mecanismo de alienación, control y normalización social. Pero, para que dicho mecanismo funcione, es necesario esconder su verdadera intención bajo los ropajes de lo transgresor con el fin que sea asumido socialmente. Creo que la excepcionalidad con que se recubre todo lo que tiene que ver con el sexo es la razón principal de que en la defensa de la prostitución se junten muy extraños compañerxs de cama. Pero esa no es la única razón. En mi opinión, el feminismo abolicionista sí parece a veces (al menos una parte de él) aquello de lo que se le acusa: antiguo, antisexual, socialmente conservador y poco empático con las mujeres que se dedican a la prostitución. En el feminismo abolicionista hay de todo, pero es verdad que su discurso central se ha quedado anticuado mientras a nuestro alrededor todo cambiaba. Es necesaria una nueva teoría feminista antiprostitución que incorpore lo que nos ha enseñado la teoría queer.

Para empezar, la prostitución no es sexo sino sexo masculino. Las mismas mujeres que se dedican a la prostitución ponen especial empeño en delimitar su propia vida sexual de su trabajo prostitucional. Poner el cuerpo a disposición de otra persona, no por placer e incluso aguantando un intenso displacer, no es sexo. Será una manera de ganarse la vida, pero no sexo. Sólo desde la fantasmagoría masculina más rancia pueden creer los clientes que estas mujeres lo hacen por placer. Claro que necesitan creer que ellos les proporcionan placer, porque esa ilusión forma parte de la masculinidad hegemónica. Si supieran lo que ellas piensan de ellos, probablemente muchos no podrían sentirse a gusto y gozar. Esta ilusión/mentira es necesaria porque, si la prostitución sirve para algo hoy día, cuando es fácil conseguir sexo no comercial, es para resguardar un ámbito en el que los hombres más incapaces de incorporar la igualdad a sus masculinidades puedan aun (re)construirlas o fortalecerlas. C. Pateman afirma que está claro por qué se dedican las mujeres a la prostitución: por dinero. El asunto es… ¿Por qué lo hacen ellos cuando el sexo por placer está (y cada vez más) en todas partes? Quizá porque la prostitución es uno de los pocos espacios que todavía permite a algunos hombres seguir ejerciendo una masculinidad hegemónica que el feminismo ha puesto en cuestión. Que los clientes de la prostitución sean hombres demuestra que se trata de una institución patriarcal. Da igual que la ejerzan mujeres, transexuales u otros hombres ¿Cómo es posible que hayamos llegado a olvidar que la prostitución la practican los hombres (no las mujeres) y que es ese hecho lo que tenemos que analizar?





La prostitución pone en juego el cuerpo, pero también todos sus símbolos y metáforas. Pero no trata de sexo, porque, si de sexo se tratara, la sociedad podría promocionar, por ejemplo, la masturbación, no como sustituto del sexo sino como sexo en sí mismo, sexo en ausencia de pareja o, simplemente, sexo rápido y funcional, mera descarga física. Pero claro que no se hace así, sino que se opta por legitimar y promocionar un tipo de sexo, de prácticas y de ideología sexual heterosexista, coitocéntrico, patriarcal y, sobre todo, jerárquico (siempre se negocia en condiciones de desigualdad). La prostitución, en realidad, supone una especie de performance de género. Es un trabajo físico y emocional basado en una ideología muy determinada cuya práctica ponen en juego determinados rituales: todo ello con la intención de enfatizar el binarismo sexual, una supuesta complementariedad y la heterosexualidad. Porque hay que entender el género no sólo –o no fundamentalmente– como lo que una o uno es (sin binarismo sexual el género no existe), sino como lo que una o uno hace, especialmente, con otro/a. El género es, sobre todo, la relación que se establece con el otro/la otra. Usar de la prostitución es el “hacer” sexual por excelencia en tanto significa practicar el ritual que marca y fija la diferencia sexual, tanto emocional como física, social o económica. Mediante los actos performativos que se ponen en marcha cuando se acude a una prostituta, el cliente puede (re)construir el sexo y el género tradicionales para liberarse de la angustia que producen a muchos hombres las exigencias del feminismo. En el acto prostitucional, en el que ambos, él y ella, teatralizan la relación entre sexos y géneros, subyace una consideración “hidráulica” de la sexualidad masculina, entendida como una especie de fuerza de la naturaleza que necesita descargar, que entiende esa descarga como un derecho de los hombres y, por tanto, una obligación de (determinadas) mujeres.







Recordemos por último en este brevísimo análisis que la prostitución es casi la única institución-dispositivo-trabajo-ocupación… de las destinadas a reforzar la dicotomía sexual que no es reversible, lo que indica su centralidad en el mantenimiento de dicha dicotomía. Es imposible poner a los hombres en la misma situación de las mujeres que se encuentran en prostitución. En primer lugar, no olvidemos que el 99.9% de los clientes son hombres, sin importar el sexo de la persona que se prostituya. Y, en segundo lugar, aun si tuviéramos en cuenta a las mujeres clientes (lo que no sería aceptable en ninguna otra discusión si consideramos que son menos del 0.5% del total), tendríamos que admitir que, aunque hay hombres que se prostituyen con mujeres, su performance no se sale un milímetro del guión tradicional de género. Ellos son hombres que hacen de hombres. Son putos, pero hacen de hombres “de verdad”. Vamos, que las follan. Para que hombres y mujeres ocuparan posiciones similares en la prostitución, ellos tendrían que ser vendidos por los traficantes, encerrados sin poder salir y obligados a venderse desnudos en las esquinas de las calles. Las clientas deberían poder sodomizarles con dildos u obligarles a prácticas no tradicionales, dolorosas o que ellos consideraran humillantes. Debería poder no pagarles, golpearles, violarles. Si los hombres pudieran ocupar en la prostitución la misma posición que las mujeres, entonces no habría patriarcado y no estaríamos hablando de esto. No es posible cambiar los papeles porque la prostitución es una perfomance del sistema de género y un reaseguro de la masculinidad y feminidad hegemónicos. Por eso, la prostitución tiene consecuencias en la vida de las mujeres que se dedican a ella, pero también en la vida de todas las mujeres como género, así como en la de los hombres, ya que es ahí donde aprenden la masculinidad legítima.


Tarifario de burdel de Roma- 1923


Cuanto más estudio la prostitución, más me pregunto cómo es posible que uno de los negocios mundiales más ligados a la globalización neoliberal y a la injusticia económica, que más dinero produce a las mafias globales que trafican con personas y armas, que compran gobiernos y medios de comunicación, uno de los negocios más ligado a empresarios explotadores… sea defendido por personas de izquierdas que, cuanto menos, minimizan su importancia. Cómo es posible que una institución milenaria, creada por el patriarcado para obtener beneficios y someter a las mujeres, que disciplina la sexualidad, la afectividad y las relaciones entre hombres y mujeres, sea considerada transgresora. Creo que, cuando pase el tiempo y en este debate la gente se sitúe en su lugar natural, se comprenderá hasta qué punto la confusión actual es resultado de uno de los ejemplos de marketing político más exitoso del mundo.

Finalmente, debo añadir que ninguna feminista puede defender la prostitución como institución, pero todas tenemos la obligación de solidarizarnos con las mujeres que viven de ella. De ahí la enorme complejidad que el tema entraña para las feministas y una de las razones de que el debate lleve tantos años abierto. La única opción para terminar con la prostitución (o con esta prostitución, al menos) es invertir en igualdad. Los hombres igualitarios, que ven a las mujeres como iguales, no usan de la prostitución, simplemente no podrían.








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En este blog las imágenes son afiches, pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución para no revictimizarlas.






lunes, 21 de enero de 2013

El camino de Buenos Aires. Prostitución, ayer y hoy



Mora (Buenos Aires)
versión ISSN 1853-001X
Mora (B. Aires) vol.15 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dic. 2009
 DOSSIER: BARRER DEBAJO DE LA ALFOMBRA LAS 'RELACIONES PELIGROSAS'

El camino de Buenos Aires. Prostitución, ayer y hoy*
Silvia Chejter**

* Centro de Estudios de Cultura y Mujer.
** Socióloga. Docente e investigadora de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires. Ha realizado investigaciones y publicaciones en siguientes las temáticas: teorías feministas de la violencia, globalización y nuevas formas de violencia hacia las mujeres, protagonismo de las mujeres en movimientos sociales, etc. Autora de libros y artículo, es además editora de Travesías, temas de debate feminista contemporáneo, publicación anual. (Cf. www.cecym.org.ar). Consultora de Naciones Unidas y Unicef para estos temas.

RESUMEN

El artículo presenta un análisis comparativo de los relatos y debates en torno a la prostitución, de fines del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan actualmente, a partir de -entre otros- dos textos: El camino a Buenos Aires (publicado por primera vez en 1927) de Albert Londres, periodista francés, redactor de crónicas de viaje, y El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 1875-1955 (publicado por primera vez en 1991) de Donna J. Guy, historiadora estadounidense. Ambos permiten comparar los ejes de los debates de principios y fines del siglo XX, y establecer algunas coincidencias, disidencias, reiteraciones y novedades con los debates sobre la prostitución de nuestros días.

Palabras clave: Intervención estatal; Poder económico-poder sexual; El rol de la demanda.

ABSTRACT

This article presents a comparative analysis of cronicles and discussions on prostitution since the end of the XIX century to the first years of the XXth. Century. Among others, we compare two books, the first one published by Albert Londres, a French journalist, in 1927 (The road way to Buenos Aires) and the second, by Donna Guy, an american historian, Dangerouse sex in 1991. Both book aloud a comparative exercise on some main axes from the end of the XIX century in order to explore coincidences, disidences and novelties about the current debate on prostitution.

Key words: Estatal policy; Economical and sexual power; The role of demand.








El análisis comparativo de los relatos y los debates en torno a la prostitución, que tuvieron lugar en la Argentina a fines del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan actualmente a nivel nacional e internacional, es decir, casi un siglo y medio más tarde, debieran dar cuenta sobre qué ha permanecido y qué ha cambiado en esos discursos (Chejter, 2005). De ellos se desprende que persisten posturas y polémicas en torno a varios ejes. Entre otros, la pobreza como "causa" o "explicación" de la aceptación de las prácticas prostituyentes, el rol que debe cumplir el Estado -reglamentar y controlar, o bien abolir, prohibir y castigar, oponerse o preocuparse por su visibilidad-, la impunidad y el poder de las organizaciones proxenetas, los vínculos con el poder político, la libertad y coerción a las mujeres, el trabajo, la violencia, etc. En este artículo, voy a tomar solo uno de estos ejes, la intervención del Estado.
     Hoy, como hace ciento cincuenta años, se sigue discutiendo si el Estado debe abolir o bien supervisar y reglamentar la prostitución. ¿Debe liberarla o reprimirla, castigar solo a los clientes o también a las mujeres, a los proxenetas, a todos o a ninguno? ¿Debe responsabilizar a la miseria, a la sociedad toda, a la biología de los varones? En la Argentina, los debates parlamentarios de las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX giraron en torno a si se reglamentaba o no la prostitución. Cuando se la reglamentó, fue sobre la necesidad de controlar a las mujeres prostituidas, coincidiendo en esto tanto los partidos conservadores como los socialistas. Muy pocas voces -como la de la médica feminista Julietta Lanteri-, consideraron que ninguna ley debía legitimar la prostitución. Entre una de las primeras disposiciones que combatió el proxenetismo, cabe mencionar la Ley Palacios Nº 9143 (nombre del diputado socialista Alfredo Palacios). Sin embargo, como dice el Comisario Julio Alzogaray:

    Sus disposiciones tienden a reprimir el ejercicio de la prostitución en beneficio de terceros o cuando se practique por menores de edad. Sin embargo una vez en vigor, con las modificaciones introducidas al proyecto original sus alcances distaron de surtir los efectos que el autor se propuso ya que reiterados fallos judiciales demostraron su inocuidad (Alzogaray, 1933: 111-112).

     Hubo numerosas ordenanzas municipales que regularon la prostitución. En 1875 se dictó un Reglamento, que recién fue derogado en 1935. Durante esos años se permitió el funcionamiento de prostíbulos -o casas de prostitución, como se las llamaba-, que solo podían estar regenteados por mujeres1. La derogación de este reglamento en 1936 significó que muchos prostíbulos pasaran a funcionar de manera clandestina, mientras que otros se cerraron y se reabrieron bajo nuevas fachadas. Es decir que el fin del reglamentarismo no significó el fin de la prostitución sino su reorganización. Con el  Código Penal promulgado el 29 de octubre de 1921, aún vigente, sucedió algo parecido. Después de la laboriosa tarea de la comisión parlamentaria se llegó a conclusiones terminantes en el capítulo relativo a la prostitución, el rufianismo ya no sería posible [...] pero antes de convertirse en ley el proyecto sufrió modificaciones que lo hicieron tan inocuo como el anterior (Alzogaray, 1933:112).

     Así, en la Argentina, el poder estatal a través de sus legisladores ha oscilado a lo largo de casi dos siglos entre el abolicionismo y el reglamentarismo.
     Simmel, uno de los pocos filósofos que consideraron que la prostitución podía ser un tema filosófico, sostuvo que no era posible hablar de la vida y de la muerte de los individuos sin hablar de las prácticas prostituyentes. Señaló que  frente al mandato moral de Kant de que nunca hay que usar a un ser humano como mero medio, sino reconocerlo en todo momento como fin, la prostitución implica el comportamiento absolutamente opuesto en relación a las dos partes que intervienen. De entre las relaciones mutuas de los seres humanos, la prostitución es el caso más patente de una degradación recíproca al carácter de puro medio y este puede ser el elemento más fuerte y más profundo que la sitúa en conexión estrecha con la economía monetaria, esto es con la economía de 'medios' en sentido estricto (Simmel, 2002: 188).

     Sin embargo cabe preguntarse ¿cuál es la correspondencia del mandato ético de Kant con los fundamentos de una sociedad patriarcal? ¿Es posible exigir o esperar el éxito del cumplimiento de tal mandato en sociedades como las nuestras? ¿Es posible esperar la erradicación de la prostitución en una sociedad que siga siendo patriarcal?
     Hoy como ayer, organismos internacionales -como los que describe Albert Londres (1994) de los años 1920-, siguen realizando investigaciones y, por utilizar la expresión de Julio Alzogaray, podría decirse que con efectos igualmente inocuos.

    Desde hace tres años la Sociedad de las Naciones lleva en secreto una amplia investigación sobre la Trata de Blancas. Ha enviado comisarios al Extremo Oriente, a Canadá, a América del Sud, a Oriente. Estos comisarios se han paseado por todos lados. Han aspirado el polvo, sino el de las rutas, el de los legajos. ¡Han buscado la verdad en los legajos! Eran demasiado serios para buscarla en otro lado. Razón por la cual no la encontraron, ya que no es en los legajos donde está. Los legajos no se constituyeron nunca para combatir la trata de blancas, sino para deslindar la responsabilidad de los funcionarios encargados de combatirla (Londres, 1994: 237).





     La crítica de Londres a estas políticas es retomada por Janice Raymond (1999: 40) de otra manera. Cuando analiza las políticas estatales, comenta que el Premio Nobel de economía Amartya Sen, refiriéndose a las hambrunas, dice que no se deben a la falta de alimentos sino al hecho de que los gobiernos no realizan las elecciones políticas que las hubieran evitado y erradicado, ni intervinieron eficazmente en la protección de quienes resultan más afectados por ellas. Raymond traslada este razonamiento al tema de la prostitución y afirma que el hecho de que la prostitución sea una industria tan floreciente muestra que tampoco en este caso los gobiernos han hecho las mejores elecciones para eliminarla, aunque reafirmen su voluntad de hacerlo. Se podría pensar que el fracaso de las políticas para erradicar la prostitución es el resultado de iniciativas políticas equivocadas o insuficientes.
     Sin embargo, es posible preguntarse si, más allá de los propósitos que se proclaman con tanto énfasis en foros nacionales e internacionales, se trata en verdad de malas elecciones, de estrategias equivocadas, o bien si lo que expresan es, en realidad, una escasa voluntad para erradicar la prostitución.
     En los últimos tiempos, los discursos feministas -en distintos países- han comenzado a replantearse las prioridades y las políticas estatales para el enfrentamiento de las prácticas prostituyentes: la defensa de las mujeres prostituidas, la denuncia del proxenetismo pequeño o grande, la denuncia de la ineficacia de las leyes, la consideración de mujeres prostituidas en términos de violación a los derechos humanos. Retomando la antorcha encendida por Sor Juana de la Cruz ("Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis"), se está comenzando a considerar la demanda, es decir, los clientes, como el tema esencial para encarar la erradicación de estas prácticas. Esta posición apunta también a responsabilizar a los varones, al machismo y al estado patriarcal que los cobija y los defiende. Recordemos a Londres cuando plantea que aun si no hubiera pobreza, mientras haya demanda, habrá prostitución. Rara vez se reconoce que la demanda crea el mercado, promueve el reclutamiento, la organización y la  generación de las condiciones de posibilidad del "negocio/industria de la prostitución".
  
  Citemos a Donna Guy:

    A diferencia de los protestantes ingleses y los judíos europeos -que eran los que más reaccionaban y denunciaban la trata de blancas-, pocos argentinos pensaban que era necesario o prudente desembarazar a la sociedad de la prostitución [...] Para aquellos que no podían evitar el sexo, en Corintios I,7-9, se aconsejaba el matrimonio. Sin embargo ya San Agustín y Santo Tomás de Aquino habían considerado que la prostitución femenina aunque repugnante, era necesaria. Por ejemplo, San Agustín creía que la eliminación de los burdeles daría lugar a la proliferación indiscriminada de la lujuria [...] De acuerdo con su criterio era mejor tolerar la prostitución [...] que enfrentar los peligros que podrían surgir con la eliminación de las rameras de la sociedad. Santo Tomás extendió la perspectiva de San Agustín y comparó la prostitución con una cloaca cuya supresión podría dar lugar a la contaminación del palacio. Asimismo esta supresión podría fomentar las prácticas homosexuales" (Guy, 1991).

¿Podrían expresarse mejor las razones por las cuales, hoy como ayer, las prácticas prostituyentes, aunque repudiadas, prohibidas y reprimidas, son toleradas en la práctica?
     Zigmund Bauman dice: "Es más peligroso no plantear ciertas preguntas que dejar sin respuesta algunas de las preguntas que se consideran políticamente relevantes. Plantear malas preguntas conduce a menudo a cerrar los ojos sobre los verdaderos problemas". Entonces, no cuestionar la realidad misma de las prácticas -la cultura que las hace posibles- lleva como consecuencia lógica e inevitable no cuestionar el rol de la demanda. Es decir, ¿no cuestionar una sexualidad que se asocia al poder, con o sin dinero, no es cerrar los ojos al verdadero problema? Como señala Françoise Collin:

    Estamos allí frente a un problema constitutivamente disimétrico [...]. Esta disimetría es un hecho secular mediante el cual los varones se aseguraron desde siempre el acceso al cuerpo de las mujeres para objetivos de goce o reproductivos. La regulación de esas relaciones mediante las leyes del matrimonio, constituyentes de la sociedad, concierne exclusivamente la dimensión reproductiva; la dimensión del goce ha sido siempre extra conyugal para los varones, como lo atestigua la sociedad homosexual, esencialmente pederasta, de la antigua Grecia. Sea como fuere, el goce -en todo el sentido de la palabra- del cuerpo del otro es un componente más de la jerarquía. Y el intercambio de las mujeres por parte de los varones, según Lévi-Strauss, estructura todas las sociedades (Françoise Collin, 2004).




     En las relaciones prostituyentes se conjugan dos estructuras: la del poder económico y la del poder sexual. Las más férreas leyes del mundo globalizado en el que nos toca vivir no han anulado las viejas lógicas del poder sexista, más bien se han montado sobre ellas. El sexismo de hoy y de siempre es el que permite a los varones asegurarse el acceso al cuerpo de las mujeres. Como dice Carole Pateman:

    El pacto original es tanto un contrato social como sexual: es sexual en el sentido patriarcal -el contrato establece que los varones tienen derecho sobre las mujeres-, y también sexual en el sentido de que establece el acceso de los varones al cuerpo de las mujeres. El contrato original crea lo que se podría llamar, siguiendo a Adrienne Rich, la ley del derecho de los varones al sexo (Pateman, 1996: 9).

     Que existan espacios de placer -"casas de placer" como se les llama a los burdeles- está dentro de esa lógica. La dominación masculina se apoya en una representación del deseo masculino; deseo que preside no solo el desarrollo de las formas prostibularias más tradicionales sino que genera formas más nuevas -agencias de acompañantes, eros center, shows para voyeurs, etc.-, que al menos en la Argentina coexisten con las formas más tradicionales, los burdeles cama adentro o prostíbulos exclusivos para personal militar. Prostituir mujeres fue y es una práctica de la vida cotidiana, en la paz y en la guerra. Si algo cambió en la actualidad en torno a la censura, que podría haber formulado una sociedad puritana en contra de los hombres que frecuentaban "las mujeres de mal vivir", es sobre todo la difusión de un lenguaje travestido con un ropaje mercantilizado. La violencia de la explotación sexual está enmascarada en una relación contractual entre sujetos supuestamente iguales.
     Sin demanda no existiría la oferta de cuerpos para usos sexuales, y tampoco esa demanda tendría posibilidades de subsistir sin una tácita aceptación del derecho de los varones a convertir a sus semejantes en no-sujetos. Es decir, en meros objetos de goce sexual, por más que la sociabilización de este intercambio se legitime a menudo como un intercambio de placer por dinero (placer para el cliente y dinero para quien es prostituida y/o para sus explotadores, directos e indirectos). Pensarlo como un intercambio entre iguales constituye notoriamente una ficción. La cultura patriarcal en la cual se basan nuestras sociedades moldea las subjetividades, imprime un sello a sus representaciones y acciones. La institución de la prostitución es un emergente de esta cultura. Mientras no se alcance un giro copernicano respecto de esa cultura, no podemos esperar grandes transformaciones. Solo habrá políticas paliativas, como las actuales, que oscilen entre la permisividad y la represión, que logran cambios que no lo son en profundidad y que poco afectan, en palabras de Marie Victoire Lois, al sistema proxeneta.
     Debemos preguntarnos, entonces, si no ha llegado quizás -a comienzos del siglo XXI- el momento de poner frente a su responsabilidad a quienes se consideran titulares del derecho incuestionable del uso de mujeres como objetos sin sujeto, en esta violación de los derechos humanos esenciales de las personas cualquiera sea su edad, de proponerse lograr una cultura sin violencia y sin prostitución. Hoy como ayer coexiste un doble discurso. La idea de que la prostitución es un "mal" tuvo y tiene alto grado de consenso. Considerada muchas veces como un "mal necesario", perdura en las sociedades patriarcales de hoy como un "derecho adquirido a prostituir" de los varones. Idea que siempre ha coexistido con la reprobación moral, ayer, como un atentado a los derechos humanos, hoy. Pero hoy como ayer, en la Argentina, la prostitución persiste.

Notas

1En la ordenanza de la ciudad de Buenos Aires ( en el resto del país eran similares) se establecía cómo debían ser las "casas de prostitución", su localización (a no menos de dos cuadras de templos, teatros y escuelas), quiénes debían regentearlas (solo mujeres), las normas de higiene y seguridad municipal; establecía además que las mujeres debían ser mayores de 18 años (la mayoría de edad en el Código civil era de 21 años, de modo que la prostitución de menores estaba legalizada) y someterse a inspecciones y reconocimientos médicos. Regía la obligación para las "casas de prostitución" de llevar registros de las mujeres. Se prohibía la prostitución clandestina, es decir aquella "que se ejerce fuera de las casas de prostitución toleradas por el reglamento". En 1936 se dictó la Ley 12331 de profilaxis venérea y examen prenupcial obligatorio, de carácter abolicionista y aplicable a todo el país, que derogaba todas las ordenanzas anteriores.

Bibliografía

1. Alzogaray, Julio, Trilogía de la trata de blancas. Rufianes. Policía, Buenos Aires, Municipalidad, 1933.        [ Links ]

2. Collin, Françoise, Aproche politique de la prostitution . La prostitution entre contrat social et contat comercial, París, Mimeo, 2004.        [ Links ]

3. Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 1875- 1955, Buenos Aires, Sudamericana, 1994.        [ Links ]

4. Londres, Albert, Le chemin de Buenos Aires (La traite des blanches), Le Serpent a Plumes Editions, Motifs Nº 16, 1994.         [ Links ]

5. Organización Internacional para las Migraciones, Migración, prostitución y trata de mujeres dominicanas en la Argentina,  Buenos Aires, 2003.        [ Links ]

6. Pateman, Carol, The Sexual Contract, Stanford (USA), Stanford University Press, 1988.        [ Links ]
7. Raymond, Janice, "L' Organisation internationale du travail (OIT) ", en Le Marché du sexe, Chronique Féministe Nº 70, Bruselas, Université des femmes, octubre-noviembre 1999, pág. 40.        [ Links ]

8. Simmel, George, "Sobre la individualidad y las formas sociales", en Escritos Escogidos, Buenos Aires, Editorial Universidad Nacional de Quilmes, 2002.         [ Links ]

9. Wakkowitz, Judith R., "Vicio masculino y virtud femenina: el feminismo y la política sobre la prostitución en Gran Bretaña en el siglo XIX", en Amelang James y Mary Nash, Historia y Género: Las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea, Valencia, Edicions Alfons el Magnanim, 1990.        [ Links ]

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