Agrego a este blog extractos del trabajo “Las víctimas de trata con fines de explotación sexual:
Una aproximación desde la Victimología” David A.
Martínez y Cecilia D’Ovidio que si bien esta centrado en la trata de personas
con fines de explotación sexual, perfectamente se puede aplicar a nuestro tema
pues tal como venimos sosteniendo, prostitución y trata de personas son parte
del mismo eje. Este tipo penal de la trata de personas carecería de objetivo si no
existiera la prostitución pues es el medio para proveer de personas sometidas a
aquella.
En el texto fácilmente se puede reemplazar la
palabra “trata” por “prostitución” sin que se altere el contenido ni los
alcances del estudio. Es más, muchas veces el límite es indistinguible, sobre
todo si consideramos que la gran mayoría de las personas en prostitución fueron
captadas e iniciadas entre los 12 y 14 años, habiendo aún casos de menos edad.
Uno de varios puntos de coincidencia entre
ambas calificaciones es la vulnerabilidad, la historia psicosocial de muchas de
las personas en prostitución, aún de quienes dicen serlo por propia voluntad,
nos muestra la existencia de este tipo de condición.
Por último vale tener en cuenta el concepto de
víctima, que sigue los pasos dictados por las Naciones Unidas, que en su
amplitud favorece exigir la intervención de los gobiernos para la restitución
de derechos, otras definiciones permiten diversificar la mirada e incorporar
otro tipo de víctimas más allá de aquellas que lo son con fines delictivos.
Alberto B Ilieff
Las víctimas de trata con fines de
explotación sexual:
Una aproximación desde la Victimología
Por
Esp. David A. Martínez (1)
Cecilia
D’Ovidio(2)
Resumen
La
trata de personas constituye uno de los tres delitos de criminalidad compleja
que mayores ganancias genera en el mundo y representa un atentado contra
libertad y dignidad humana. En nuestro país (Argentina) el ejercicio individual
de la prostitución no se encuentra prohibido, pero si se sanciona penalmente la
explotación por parte de terceros. La victimología nos revela que la
probabilidad de convertirse en víctima de un hecho delictivo no se distribuye
de manera homogénea en la población. La victimología sitúa a la víctima desde
una perspectiva diferente al de la criminología clásica, en tanto que no la
considera no como un objeto pasivo de la acción dañosa de un tercero. Las
víctimas desarrollan conductas activas que asociadas a determinadas
características del entorno y de la persona operan como facilitadores o
precipitadores del delito.
Numerosas
investigaciones han intentado establecer relaciones entre los perfiles de las
víctimas y el tipo de delito padecido.
Los
trabajos pioneros de Von Hentig y Mendelsohn apuntaron a establecer una
tipología victimal basada en sus atributos psico-físicos de las personas. En la
actualidad se considera un hecho establecido que los factores de riesgo y de
vulnerabilidad se conjugan para configurar un riesgo aumentado de ser víctima
del accionar criminal. Los factores sociales facilitadores de la trata están
estrechamente relacionados con la sociedad de consumo y de un sistema de
creencias y valores en el que el dinero y el mercado cumple el rol de
articulador fundamental de las relaciones humanas, incluyendo lo que atañe a la
vida íntima de las personas, el sexo y la libertad.
Palabras
claves: Victimología. - Criminología - Trata de Personas - Explotación sexual.
1Psicólogo
Forense. Universidad de Buenos Aires. Profesor de Estrategias de Intervención y
Psicoterapias Universidad de la Cuenca del Plata.
2Estudiante
de psicología. Becaria proyecto de investigación UCP.
Introducción
La
definición clásica de criminología la delimita como la ciencia que tiene por
objeto de estudio al delito, el delincuente y la víctima. La victimología nace
en el campo de la criminología para más tarde independizarse como una
disciplina autónoma. El área de estudio de la victimología comprende los
factores individuales y ambientales que intervienen en el aumento o disminución
de las probabilidades de que una persona sea víctima de un determinado tipo de delito.
En su desarrollo intervienen conocimientos y prácticas provenientes de campos
tan diversos como la sociología, la psicología, el derecho penal y la propia
criminología.
La
noción de víctima comenzó a plantearse en la criminología con cierta
centralidad recién alrededor de 1950, a partir de los trabajos pioneros de
Benjamín Mendelsohn (Rumania, 1900-1998) y Hans Von Hentig (Alemania,
1887-1974). Este último escribe El Criminal y su víctima (The criminal and his
victim) en 1948 en la que establece trece tipos diferentes de víctimas
considerando los factores psicológicos, sociales y biológicos (Madriz,
2001:94).
La
victimología sitúa a la víctima desde una perspectiva diferente al de la
criminología clásica. Ya no se trata simplemente de una persona que sufre
pasivamente la acción dañosa de un tercero, sino que comienzan a identificarse
las conductas activas, los factores y características de la víctima que operan
como facilitadores del delito.
La
victimología nos ofrece un marco teóricoconceptual que nos permite abordar a
las víctimas de
la
trata de personas con fines de explotación sexual, desde la perspectiva de los
factores individuales de vulnerabilidad (historia vital, pautas de autocuidado
aprendidas, características de personalidad, etc.) y los fenómenos sociales y
culturales que favorecen la captación de niñas y mujeres por parte de los
tratantes y explotadores. Esta conjunción de factores y fenómenos se la conoce
en la victimología con el término de victimogénesis.
El
delito de trata convierte a las personas en una mercancía, cuyo destino es
satisfacer una creciente demanda de mujeres y niños como objetos de
satisfacción sexual. Esta configuración social y cultural se visualiza como uno
de los más importantes.
Consideramos
necesario aclarar, siguiendo a García- Pablos, que la victimología no implica
ni un
encarnizamiento
culpabilizador con la víctima como tampoco un intento de diluir la
responsabilidad del infractor. En efecto, desde algunas posiciones ideológicas
y académicas se ha criticado a la victimología por constituir un intento
pseudocientífico de “culpar la víctima” (Ryan, 1971), de cargar sobre ella la
responsabilidad del hecho dañoso. Valga un ejemplo para plantear los términos
del debate: ¿si la víctima transita por lugares ‘peligrosos’ sin tomar los
recaudos necesarios para protegerse de una potencial amenaza sería “culpable”
de lo que podría sucederle?
A
nuestro juicio, es un interrogante mal formulado pues sería como preguntarse si
quien recibe la
descarga
de un rayo es culpable de provocarla al caminar por un descampado en un día de
tormentas. La pregunta por la culpabilidad no promete ningún hallazgo
fructífero en términos de conocimiento, en cambio sí nos interrogamos por las
propiedades de la electricidad y las propiedades conductoras del cuerpo humano
y su relación, podremos comprender mejor el
fenómeno
estudiado. Siguiendo con este ejemplo y dejando de lado la cuestión de la
culpabilidad,
creemos
que es válida la pregunta por el rol de la víctima en la génesis de los
delitos.
Las
pautas de autocuidado son aprendidas en etapas tempranas del desarrollo, y
funcionan como filtros cognitivos y emocionales que facilitan u obstaculizan la
identificación de un potencial peligro. Estas pautas modulan la reacción
defensiva o de huida que desplegará el individuo.
La
cuestión de las víctimas provocadoras o participantes, ha sido (y es)
especialmente álgida
cuando
lo que se analiza es el rol de la víctima en los delitos contra la integridad
sexual (abuso de menores y violación). ¿Las víctimas “seducen” a sus agresores?
¿Incitan a los victimarios a cometer el delito? O bien, ¿Consienten el acto
pues de ello obtienen alguna satisfacción inconsciente? Algunos autores han
pretendido adjudicar la responsabilidad de la agresión sexual al propio niño o
niña, argumentando que algunos menores victimizados manifiestan un “deseo
anormal de obtener satisfacción sexual, y en consecuencia, de padecer traumas
sexuales”. Este planteo fue sostenido por algunos psicoanalistas como Karl
Abraham que afirmaba que ciertos niños son seductores, anhelan la seducción, la
provocan y, el tono de la argumentación llega a sugerirlo:obtienen lo que
buscan. Otros autores como L. Bender y A. Blau sostenían en 1937 criterios similares
cuyos ecos teóricos siguieron resonando hasta épocas muy recientes entre
algunos psicoanalistas, juristas, criminólogos y otros estudiosos del campo
social como Weiss (1955), Revicth y Weiss (1962), Morh (1964), Gagnon (1965),
Virkkunen (1981) y Slovenko (1971).
Respecto
de este delicado asunto, coincidimos con la postura de Anna Salter, que dice
que un niño que se involucra en contactos sexuales con un adulto, lo hace desde
una posición de ignorancia, confusión, manipulación, temor o dependencia
psicológica y creemos inapropiado en estos casos utilizar el adjetivo de
“participante” o “provocadora”, si esto conlleva la suposición de que el niño
buscó y continuó voluntariamente el acercamiento sexual (Véase Intebi, I. 1998
pp. 34 a 36). En la misma línea pensamos los casos de sumisión y explotación de
la víctima de trata, bajo ningún concepto se podrá argumentar la culpabilidad
de la víctima.
Sin
perjuicio de lo señalado anteriormente, decimos que la victimología se asienta
en el hecho irrebatible de que la víctima no es un objeto pasivo, sino un sujeto
activo que contribuye -sin que ello implique necesariamente consentimiento-,
muchas veces de una manera decisiva, en la génesis y en la materialización del
hecho criminal. Idea que no es nueva pues Von Hentig ya la había planteado en
1941 con la interacción víctima-infractor como factor victimogenésico y que el
derecho penal la asimila como victimodogmática [4].
En
el caso de la trata de personas, el engaño urdido por el captador/reclutador en
base a ‘imperdibles’ ofertas laborales y/o económicas, tiene su contraparte en
una víctima para la cual dicho ofrecimiento es visualizado como una solución a
su situación económica y familiar, aún al precio de desestimar los potenciales
riesgos de aceptarla. Factores individuales como la inmadurez psicológica, la
baja autoestima y un historial de vida signado por abusos y malos tratos, concurren
para facilitar la labor del delincuente.
Mendelsohn
y Von Hentig resaltan que la criminogénesis no depende de un sesgo
antropológico y sociológico del criminal, sino de una compleja interrelación
que se crea entre la víctima y el victimario, y en donde en ocasiones los roles
suelen superponerse o confundirse (Miotto, 2009). El concepto de víctima surge
así en el seno de una relación e interacción de un binomio compuesto por el
delincuente y su víctima, o “pareja criminal”, pero además, debemos agregar a
estos dos
elementos
el rol de los espectadores o testigos de los hechos. En muchos casos la
pasividad y silencio del entorno, habilita la acción criminal y aumenta la
indefensión de la víctima.
Definición del concepto de víctima y sus
clasificaciones
Para
continuar con nuestro desarrollo consideramos necesario delimitar qué es una
víctima. La
Organización
de Naciones Unidas (ONU, 1985) define a la víctima como un sujeto pasivo que
sufre
una
acción dañosa de otro u otros seres humanos: “Se ha de entender por víctimas las personas que individual o
colectivamente hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales,
sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus
derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la
legislación penal vigente en los Estados miembros, incluida la que proscribe el
abuso de poder. En la expresión víctima se incluye además, en su caso, a los
familiares o personas a su cargo que tengan relación
inmediata con la víctima directa y a las
personas que hayan sufrido daños al intervenir para asistir a la víctima en
peligro o para prevenir su victimización” Organización de las Naciones Unidas (Resolución 40/34, del año 1985).
[5]
Cuando
analizamos el caso de la captación con fines de explotación, no siempre es
claro cuando se trata de una víctima individual
o colectiva, en la medida en que la victimización recae principalmente
sobre mujeres y niñas con determinadas características sociodemográficas.
Tampoco lo es la delimitación de las causas
y agentes de la victimización y la interacción entre ambos extremos, más
allá de la posterior atribución penal de la responsabilidad en la comisión del
delito.
Si
nos apartamos de esta discusión, es posible definir a la víctima como aquella persona que experimenta
subjetivamente con malestar y dolor una lesión objetiva de bienes jurídicos,
delimitación que se alinea con la planteada por Von Hentig y otros
(García-Pablos de Molina, Antonio, 2003). Esta definición de víctima no incluye
a las víctimas que, siéndolo, no se auto-perciben como tales pues la condición
de víctima es una construcción subjetiva a partir de elementos objetivos.
Muchas de las jóvenes rescatadas de las redes de trata, al momento de prestar
declaración ante los funcionarios públicos de seguridad, no se consideran
víctimas sino trabajadoras sexuales y el hecho de ser liberadas de sus
explotadores es vivenciado como una interferencia en su actividad ‘laboral’. Es tarea de los equipos profesionales,
construir el lugar de víctima.
Mendelsohn
por su parte, propone no identificar a las víctimas
con las víctimas de delitos, así la
victimología
se independiza de la criminología en la medida que no sólo se ocupa de las
consecuencias del accionar criminal sobre las personas, sino que además extiende
su campo de incumbencia a aquellas que sufren las consecuencias de otro tipo de
hechos dañosos (accidentes, desastres naturales o medioambientales, etc.). Esta
distinción es importante porque en el caso de la trata de personas se observa que
las mujeres no sólo son víctimas en el sentido ‘criminológico’ sino también en
sentido amplio, como lo sugiere Dadrian (citado por García-Pablos) que concibe
a la victimología como el estudio de los procesos
sociales a través de los cuales individuos y grupos son maltratados con la
consiguiente generación de problemas sociales (6). En esta delimitación del
campo disciplinar quedan incluidas aquellas víctimas que lo son del sistema
económico y jurídico, o de los llamados delitos de cuello blanco como la
corrupción política, los delitos financieros e informáticos.
Aprendizaje social y percepción del
riesgo
Para
entender la concepción de víctima desde
el enfoque victimológico se debe
tener en cuenta el
contexto
y las pautas sociales de aprendizaje tal como la ha planteado en otros Albert
Bandura (1962). Según su teoría de la conducta social, el individuo aprende durante
su desarrollo las formas de desenvolverse en su entorno social-cultural por
medio de imitación y de refuerzos positivos y negativos que vienen dados
principalmente, a través de la familia, las tradiciones y de las instituciones
educativas.
Una
persona puede desplegar comportamientos que la exponen a diversos tipos de
peligros y amenazas, entre ellas las provenientes del accionar delictivo. La
percepción del peligro, como cualquier otra, es diferente en cada individuo y
en cada comunidad, y determina los comportamientos dirigidos a eludirlo o
neutralizarlo. Así encontramos que, para algunas víctimas, el peligro o amenaza
contra su integridad fueron invisibles antes del hecho e incluso con
posterioridad a sufrir la victimización.
La
percepción diferencial del peligro y de las amenazas es el resultado de una construcción
histórica, biográfica y social del sujeto y la comunidad. Del mismo modo la
manera de afrontar las situaciones aversivas están atravesadas por los mismo
factores. Las comunidades configuran escenarios
en el que los actores identifican, dimensionan y jerarquizan determinados
peligros y reaccionan ante ellos de un modo más o menos idiosincrático. Al
decir de D. Orem (citado en Vega Angarita, O. & Gonzalez Escobar, D. 2007) el autocuidado es una actividad del
individuo aprendida por éste y orientada hacia un objetivo. El objetivo es
regular los factores que afectan a su propio desarrollo y actividad en
beneficio de la vida, salud y bienestar.
Cuando
una joven acepta una oferta laboral con la promesa de percibir un salario muy
por encima de lo que recibiría por un empleo similar en su propia ciudad,
comprometiéndose con un extraño a
abandonar
su lugar de origen para trasladarse a una localidad diferente, las pautas de
identificación de peligro (engaño, manipulación, etc.) y las de autocuidado
(indagar la identidad del oferente, dar aviso a la familia, constatar con
fuentes independientes, etc.) quedan determinadas por lo que subjetivamente la
joven admite como un rango aceptable de riesgo en función de los beneficios
materiales (dinero, vivienda, confort, etc.) o imaginarios y simbólicos
(reconocimiento,
prestigio, etc.) que espera obtener de su conducta.
Despersonalización y desubjetivación.
En
los crímenes económicos las víctimas son anonimizadas,
es decir carecen a los ojos del infractor
de
una identidad, de una historia, de sentimientos y personalidad. Como dice
García-Pablos (7) su ausencia física, la falta de una relación personal y
directa de la misma con el infractor, son datos que operan como poderosos
mecanismos de neutralización o justificación.
Este mecanismo de distanciamiento entre
el infractor y su víctima, la racionalización
de su conducta y la autoexculpación,
se observa tanto en el caso de los tratantes como en los clientes de la
prostitución, en estos últimos como una forma de salvaguardar el concepto de sí
mismos desentendiéndose de la humanidad de quién es utilizado como un mero
producto de consumo. Es
frecuente
hallar en las declaraciones judiciales, expresiones como “yo sólo quería un poco de diversión”, “las chicas trabajan porque
quieren”, “nunca me imaginé que esa joven podría ser víctima de trata”, etc.
Estos procesos de anonimización de las víctimas, son complementarios y concurrentes a
otros que tienden a la progresiva y paulatina desubjetivación. La subjetivación es un proceso psíquico complejo,
que incluye tanto la biografía como las experiencias actuales, por medio del
cual los seres humanos edifican de manera continua y dinámica su identidad.
De
manera que “ser sujeto” no es algo
que viene dado por el sólo hecho de tener una identidad jurídica, sino que
deben acontecer un conjunto de hechos fundantes dadores de identidad, entre
ellos y muy fundamentalmente el amor y cuidado parental en las primeras etapas
de la vida, y los intercambios simbólico-lingüísticos en la vida adulta
(Duschatzky & Corea, 2002 Pp. 72). La desubjetivación no es necesariamente
el camino inverso de la subjetivación, en el sentido de una regresión
involutiva hacia sus elementos constitutivos, sino como plantea Corea (Ob. Cit.
Pp. 73) se trata de un modo de habitar la situación marcada por la
imposibilidad, estar a merced de lo que acontezca habiendo minimizado al máximo
la posibilidad de decir “no”, de hacer algo que desborde las circunstancias. Es
una configuración psíquica resultante del desposeimiento de la capacidad de
decisión y de asunción de responsabilidad, y en este sentido es una forma de
alienación.
Clasificación de los tipos de víctimas
…..
Otras perspectivas
Otros
criminólogos si bien no se han preocupado por clasificar a las víctimas en
función de su rol en el consumación del hecho delictivo, tal como lo proponían
los autores antes mencionados, si se han enfocado de la situación de la víctima
y sus consecuencias. Hilda Marchiori (2008:141), la
prestigiosa
criminóloga argentina, ha abordado la problemática en diferentes artículos
señalando
siempre
que el accionar del captador gira en torno a crear un estado mental en su
víctima que le impida juzgar críticamente su situación y las “generosas propuestas” que le realiza.
Sostiene que la figura perversa del reclutador conduce a la víctima a un estado
de credibilidad, a una actitud de confianza, ofreciéndole ‘generosa y
desinteresamente’ una solución a la situación en la que se encuentra la
víctima. (pp.475)
Una
vez descubierto el engaño y ya encontrándose en situación de explotación, la
extrema vulnerabilidad (económica, jurídica, y psicológica) de la víctima,
facilitan el accionar criminal puesto que aun pudiendo establecer contacto con
sus familiares o allegados e incluso con las fuerzas de seguridad para requerir
ayuda, algunas víctimas desisten y no lo hacen.
Algunas
víctimas influyen sobre las otras para persuadirlas de la inconveniencia de
solicitar ayuda, o coaccionarlas para aceptar su situación y desistir de
cualquier intento de evasión. Por ello, el estereotipo que suelen propalar los
medios de comunicación mostrando mujeres encadenadas o encerradas en
habitaciones enrejadas, no siempre se corresponde con la situación real, pues
el control que efectúa el explotador sobre sus víctimas apunta al doblegamiento
psicológico tornando innecesarias las medidas físicas de impedimento de la
libertad. De este dato se desprende que la trata de personas es
fundamentalmente un delito que requiere para su comisión de la sumisión
psíquica de la víctima y del agotamiento de cualquier atisbo de resistencia y
defensa. Por este motivo, lo fundamental son los procesos de sugestión y
aislamiento, persuasión,
manipulación,
y finalmente la sumisión y la obediencia a un amo que, en no pocos casos, es
considerado un “benefactor”.
Marie
France Yrigoyen (2000:79) habla de la seducción perversa para dar cuenta del
proceso de
dominación
psíquica que efectúa el agresor. Dice
“así el dominador puede llegar a apropiarse de la mente de la víctima, igual
que un verdadero lavado de cerebro (...) la víctima queda literalmente
<<anonadada>>, se convierte
en cómplice de lo que la oprime. En ningún caso se trata de un consentimiento
por su parte, sino que ha quedado cosificada, se ha vuelto incapaz de tener un
pensamiento propio y sólo puede pensar igual que su agresor”.
Eva
Giberti (2014) sostiene como principal factor propiciador del delito de la
trata de personas, a un fenómeno de mercado que sostiene una demanda constante
de sexo pago, potenciado por la violencia de género, el desempleo, la pobreza y
la discriminación, a la vez que le adjudica un lugar protagónico al Estado como
productor de vulnerabilidades sociales. Dice “un Estado que se desentiende en tal situación se convierte en
productor de desvalimiento para un sector de sus ciudadanos/as.” Giberti
distingue un desvalimiento social del
desvalimiento psíquico. Son dos dimensiones entrelazadas en la problemática
de la trata. Respecto del primer tipo de desvalimiento va a decir que las
víctimas provienen generalmente de sectores populares empobrecidos en las que
permanecieron durante años esclavizadas o prostituidas. En el plano de las
motivaciones Giberti sitúa al afán de lucro (ilegal) como un elemento clave
para comprender el accionar criminal, y a las fallas en la constitución
subjetiva en los primeros estadios de la infancia como punto de vulnerabilidad
y desvalimiento psíquico en las víctimas. Giberti retoma a Freud (Inhibición, Síntoma y Angustia, 1926)
cuando éste plantea que en el desvalimiento coincide un peligro externo con uno
interno, es decir, un peligro realista y una exigencia pulsional que
desborda
la capacidad de tramitación del aparato psíquico.
La vulnerabilidad de las víctimas
El
diccionario de la Real Academia Española
define como vulnerable aquel que
puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente. Por lo tanto la
vulnerabilidad debe ser entendida como una capacidad de respuesta física y/o
psicológica disminuida de un individuo o grupo, ante una situación adversa
natural (v.g. inundaciones), social (desempleo) o criminal (violación, robo,
etc.).
La
vulnerabilidad desde la perspectiva social se la asocia a la pobreza y a los
procesos de fragilización económica, a los desplazamientos forzados por
cuestiones políticas o religiosas, a los desastres ecológicos-ambientales y a
los enfrentamientos armados, por mencionar las principales causas. La
vulnerabilidad depende de factores diversos, tales como la edad y el estado de
salud, de las condiciones higiénicas y ambientales de vida, así como la calidad
y condición de empleo, a las que debemos adicionar la historia personal y la
capacidad de adaptación ante una situación de cambio que implique un desafío en
términos de exigencia psicofísica.
Garcia-Pablos
(Ob. cit., Pp. 137) distingue desde la perspectiva victimológica los factores de riesgo como aquellos
atributos de la víctima que, desde la perspectiva del infractor, resultan
atractivos y
convenientes
para la comisión del delito (v.g. ostentación de bienes, conducta imprudente,
etc.) de la vulnerabilidad o grados de
vulnerabilidad (física, psicológica o socioeconómica) que preexisten al
hecho delictuoso y modulan el alcance del daño. Esos factores moduladores
pueden ser: a) biológicos (edad, sexo, estado de salud, embarazo, etc.) b)
biográficos (estrés, victimización previa, antecedentes psiquiátricos,
desarraigo, etc.), c) sociales (situación de empleo, recursos económicos,
habilidades sociales, etc.) y, d) psíquicas (baja inteligencia, ansiedad,
inestabilidad emocional, bajo locus de
control).
De
lo apuntado en el párrafo anterior se infiere que los factores de riesgos
(predisponentes) y los factores moduladores de vulnerabilidad, pueden y
regularmente son los mismos. En el caso de la trata de personas el nivel
educativo alcanzado funciona, primero, como un factor de riesgo, en la medida que una mujer con bajo nivel de
instrucción puede ser más fácilmente engañada con propuestas laborales poco
verosímiles; segundo, como un modulador negativo de vulnerabilidad, pues una
vez que el delito se encuentra en proceso, en este caso la captación y la
posterior explotación sexual, una persona instruida tendrá más y mejores
recursos cognitivos para afrontar la situación y eventualmente solicitar ayuda.
La
vulnerabilidad de las víctimas y los
factores que la determinan es uno de los temas centrales de la victimología.
Asociado a este concepto se encuentra el de victimogénesis,
término utilizado por
Ellemberger
(1954), para definir el conjunto de factores que predisponen a ciertos
individuos a
devenir
en víctimas, que más arriba lo hemos señalado como factores de riesgo.
Existen
factores objetivos entre los que
encontramos a las situaciones criminógenas (ambientales,
urbanísticas,
etc.), las características biológicas (edad, sexo y estado de salud) y
carencias de las víctimas, estilo de vida, los estereotipos sociales, etc.,
estos factores influyen determinando que los índices de victimización no se
distribuyan de manera homogénea en la población (riesgo diferencial), sino de
un modo muy desigual entre los grupos y subgrupos. El medio social tiene una
participación victimogénesica que tiene como base determinados prejuicios y
percepciones de los grupos minoritarios, como los inmigrantes, los adictos, las
prostitutas y los transexuales. En el delito de violación de una prostituta,
por ejemplo, el victimario usufructúa los estereotipos e imágenes sociales
ligadas al estilo de vida de las
prostitutas, para autojustificar su conducta.
Podrá
argumentar que se trata de una mujer que vende su cuerpo y por lo tanto no hay ningún
mancillamiento de su honor (negación de la víctima), o bien porque precipitó una
conducta deseada (culpabilización de la víctima) o, también, porque su negativa
era aparente (hecho consentido) o que se trató de una maniobra utilizada para
inculparlo y perjudicarlo penalmente (conversión del delincuente en víctima).
El estilo de vida remite a las actividades cotidianas y de rutina, a
las pautas de conducta y de autocuidado, que mantienen relación con dos
elementos claves, a saber: a) la proximidad al riesgo y, b) la exposición al
riesgo. Una persona que por sus hábitos y/o actividad laboral o de ocio tenga
mayor contacto con extraños, por ejemplo, tendrá una probabilidad mayor de
sufrir un hecho delictivo que aquella que permanece alejada o rodeada de personas
conocidas. El estilo de vida no es un hecho cristalizado sino por el contrario,
es dinámico y cambiante pues depende de la interacción simbólica del sujeto con
su entorno y sus protagonistas, en el sentido que lo plantea el
interaccionismo
simbólico (9) de Herbert Blumer, George Mead e Irving Goffman.
Clasificación de los factores de riesgo
y de vulnerabilidad
Los
factores que ejercen influencia en la predisposición de ciertos sujetos a ser
víctimas de delitos, pueden ser clasificados en dos grandes grupos: a) Los
factores de riesgo, b) los factores de vulnerabilidad.
a. Factores de riesgo (víctima
predispuesta, potencial o latente):
A.
Situacionales: según el medio o hábitat de vida, (tipo de población,
zona urbana o rural, nivel de seguridad ciudadana, etc.), la situación
propiamente dicha de interacción entre el delincuente y su víctima potencial.
B.
Biológicos: etnia, edad, y sexo.
C.
Biográficos. Antecedentes psiquiátricos, abusos o maltratos,
victimización criminal, abandono parental, etc.
D.
Socioeconómicos: condiciones de empleabilidad y empleo, nivel de acceso
a los sistemas de la seguridad social (salud, educación, etc.), nivel de
ingresos y red de relaciones sociales.
E.
Rasgos de personalidad: Ambicioso/generoso, sensible/agresivo, dependiente
o autónomo,
confiado/suspicaz,
sumiso/dominante, etc. (10)
F.
Estilo de vida: hábitos de vida, rutina cotidiana, hábitos de consumo y
formas de relacionamiento con el entorno social,
G.
Medio familiar: maltratante.
b. Factores de vulnerabilidad
(moduladores entre el hecho criminal y el daño psíquico emergente)
Estos
pueden ser tanto psicológicos como situacionales, y toman un especial
significado al
comportarse
como moduladores positivos/negativos entre el hecho criminal y la
vulnerabilidad de la víctima. Entre los factores de vulnerabilidad,
encontramos:
- Los inherentes a la vulnerabilidad generalizada.
- Los biológicos como la edad y el sexo.
- Los
referentes a la personalidad, tales como: hiperestesia (sensibilidad);
hipertemia (expansividad); impulsividad (inestabilidad); ingenuidad
(dependencia); nivel intelectual y ansiedad.
- Los sociales, como: económicos, laborales, apoyo social informal, roles, redes y habilidad.
- Los biográficos: victimización previa; victimización compleja y antecedentes psiquiátricos.
Aspectos socioculturales
Condenados a gozar: los imperativos de
la sociedad posmoderna.
La
sociedad de consumo opera en base a
una lógica de intercambios en la que el dinero cumple el rol de articulador
fundamental de las relaciones humanas. El dinero configura relaciones de poder
y de dominación, y por lo tanto es un concepto social. Una cultura y una
sociedad que impone como nuevo imperativo categórico el gozar constantemente
tornando doloroso cualquier aplazamiento del placer. Por esta vía tanto los
“clientes” como su víctima son, de manera persistente, estimulados a buscar y
ofrecerse como objetos de satisfacción de otros. El sentido de la existencia se
condensa en el instante de gozo que proporciona el adquirir, el poseer y el dominar;
tan intenso como efímero el efecto del consumo exige renovar la experiencia
para seguir existiendo.
La
víctima del abuso sexual, de la esclavitud, del maltrato, es una persona
degradada a la condición de objeto, algo material, un puro cuerpo que vale en función de su capacidad de producir una
ganancia, de la cual es desapropiada. La víctima no es víctima, sino un bien
fungible es decir aquello que se consume y extingue con el uso, y se reemplaza
por otro bien de las mismas características. Esta reducción de la condición
humana a la de mercancía, instala como regla de juego en los intercambios
humanos a la legalidad del mercado. Así, entonces, hablamos de
“clientes”,
“usuarios”, “servicios”, y fundamentalmente, “comprar” y “vender”.
Plantea
Lipovetsky (1996 citado por Toro Castillo 2011:115) “vivimos en una sociedad postmoralista, puesto que obedece a los
intereses personales, que no ordena ningún sacrificio mayor, donde prima la
satisfacción hedonista”. Este discurso consumista, sostenido desde los medios
de comunicación, de la publicidad y el mercado en general, ha naturalizado la
adquisición de bienes como elemento central de la constitución subjetiva.
Bárbara
Toro Castillo (2011) afirma que los medios masivos de comunicación condicionan
y agrupan a las personas a acoplarse a estilos de vida hegemónicos, ejerciendo
una acción homogeneizadora y de aplanamiento de la diversidad. La prensa, la
radio, la televisión e internet han abarcado la realidad social como una verdad
absoluta. Los medios masivos de comunicación se apoderan de los discursos
sociales dando como resultado representaciones sociales aceptadas y legitimadas
como verdad. Es en gran medida a través de los medios que los sujetos
construyen las representaciones, los imaginarios colectivos, de lo que es ser
hombre o ser mujer.
Venden,
promocionan y propalan valores, imágenes y conceptos de éxito, de amor y de
sexualidad. Produce el “sentido” de la vida cotidiana de todos los seres
humanos.
Jean
Kilbourne (11) puso en evidencia la relación entre la publicidad y las
representaciones sociales de la mujer en distintos épocas del siglo XX. La
agresión, el desnudismo y las escenas sexuales son usualmente utilizados por
los medios de comunicación como un ornamento especial para agregar atractivo a
los productos. A su vez el hombre también ha sido estereotipado en el
transcurso de la historia, el varón ha sido enmarcado dentro de una imagen
fuerte, agresivo, proveedor del dinero y del poder.
A modo de cierre
Los
aportes de la victimología nos permiten comprender de una manera diferente la
interacción entre la víctima y el infractor. Diversos trabajos de investigación
han demostrado de manera convincente que la persona que sufre una acción dañosa
a manos de un tercero, no un objeto pasivo, puramente receptivo, sino que por
el contrario es posible identificar conductas activas y características de la
víctima que coadyuvan a la materialización del hecho criminal. Esta perspectiva
se la ha cuestionado desde diferentes ámbitos por considerarla exculpadora del
infractor transfiriendo parte de la responsabilidad o culpa a la víctima.
Creemos que más allá de los posicionamientos ideológicos y doctrinarios, y de
la fragilidad metodológica conceptual de las clasificaciones victimales
existentes, la pregunta por el rol de la víctima en los casos de trata con
fines de explotación sexual como factor facilitador es un interrogante válido y
que, intentar dilucidarlo, arroja luz sobre la dinámica del fenómeno.
Aproximarnos a la identificación de ciertas características y atributos comunes
de las víctimas, es a nuestro juicio un aporte con vistas a la prevención y
focalización de las intervenciones del Estado.
La
trata, en tanto delito complejo, puede ser abordada desde diversas aristas y
dimensiones. Al menos deberán considerarse, para una adecuada aproximación de
este fenómeno criminal, las dimensiones individuales (aspectos psicológicos de
la víctima y su relación con el victimario), la dimensión social (familia,
condiciones de empleo, educación, acceso a la salud, etc.) y un plano
histórico-cultural (valores, representaciones sociales, tradiciones, creencias,
prejuicios, etc.).
La sociedad de consumo opera en base a una lógica de intercambios en la que
el dinero cumple el rol de articulador fundamental de las relaciones humanas.
La víctima es unpuro cuerpo que vale en función de su capacidad de producir una
ganancia. Esta reducción de la condición humana a la de mercancía, instala como
regla en los intercambios humanos, la legalidad del mercado. Así, entonces,
hablamos de “clientes”, “usuarios”, “servicios”, y fundamentalmente, “comprar”
y “vender”.
Una
cultura y una sociedad que impone como nuevo imperativo categórico el gozar
constantemente tornando doloroso cualquier aplazamiento del placer.
Este
imperativo recibe poderosos refuerzos desde los medios masivos de comunicación,
ejerciendo una acción homogeneizadora de la opinión pública y de aplanamiento
de la diversidad subjetiva imponiendo determinadas representaciones sobre el
mundo, la familia, la sexualidad, el ser hombre y el ser mujer.
4-El
punto en el que se centra la victimodogmática es juzgar la contribución de la
víctima en la consumación del delito y en cómo ello afecta la punibilidad de la
conducta típica del autor.
5-http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/40/34&Lang=S
6Cfr.
SANGRADOR, J. I,., La victimología y el sistema jurídicopenal, eit., págs. 65 y
ss. citado por García-Pablos (ob. cit.)
7-Ob.
Cit. Pp. 131
9-Enfoque
teórico dentro de las ciencias sociales que analiza la significación de las acciones
desde una perspectiva ecológica, es decir, considera las interacciones
comunicacionales en un determinado entorno real y simbólico.
10-Raymond
Cattel (1905-1998), el reconocido e influyente psicólogo británico, sostiene
que la personalidad y sus rasgos particulares son lo que permite predecir cómo
se comportará la persona ante una situación determinada. Los rasgos pueden ser
temperamentales (alto grado de heredabilidad), dinámicos (aspecto motivacional
de la conducta) y actitudinales o de habilidad (para afrontar y superar
situaciones complejas).
11-
Jean Kilbourne (1943- ) es doctora en educación (Universidad de Boston) es
autora y directora de cine reconocida internacionalmente por su trabajo en la
imagen de la mujer en la publicidad y sus estudios críticos de la publicidad
del alcohol y el tabaco.
Las imágenes han sido agregadas por mí,
no aparecen en el texto original.
La mayoría han sido tomadas desde la web,
si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo
a alberto.b.ilieff@gmail.com y serán
retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.
En este blog las representaciones son
afiches, pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución
para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos
históricos.
Se puede disponer de las notas publicadas siempre y
cuando se cite al autor/a y la fuente.
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