EN DEFENSA DEL ABOLICIONISMO
|
Marina Hidalgo Roble
La trata y la explotación sexual es un
problema que en las últimas décadas ha
tomado relevancia para la sociedad en general, y especialmente para el movimiento de mujeres. El combate contra la
trata y la explotación sexual está en
la agenda del movimiento de mujeres, en las calles y también en los debates
teórico-políticos. Las Rojas, como parte del movimiento de mujeres que se organiza para luchar contra el patriarcado,
queremos aportar no sólo en la pelea
cotidiana en la calle, sino en la profundización del debate abolicionista, desde una perspectiva feminista y socialista.
Clarificar de qué se tratan
estas formas de sometimiento, cuáles son los
intereses de los gobiernos y organismos internacionales y cuál es
la estrategia que
las mujeres tenemos que llevar adelante resulta indispensable para ganar la pelea.
Este flagelo recorre todos
los países del mundo, desde los más pobres hasta los más desarrollados, y siempre con un vector común: la mercantilización
y violación de los cuerpos de
las mujeres, trans, niñas y niños. En las últimas décadas, con la profundización del neoliberalismo a nivel mundial,
la trata de personas
con fines de explotación sexual se ha convertido en una actividad rentable para los estados nacionales, siendo
ésta una de las actividades que redunda
en buena parte del PBI de las naciones.
autora Inés Lalanne |
Según informes de la
Organización Internacional del Trabajo, en el mundo aproximadamente “20,9 millones de personas son
víctimas de trabajo forzoso”, de
las cuales el 55% son mujeres y niñas (11,4 millones de personas). Del total, 4,5 millones de personas son “víctimas de
explotación sexual forzada” en todo el
mundo (Organización Internacional del Trabajo, “Estimación sobre el Trabajo Forzoso. Resumen ejecutivo”, junio de
2012). Estos datos, sin embargo no reflejan la realidad precisa, por ser la
trata y la explotación sexual una actividad ilegal. La Oficina de las Naciones
Unidas sobre Drogas y Crimen (UNDOC) reconoce que el número de condenas por
trata de personas es en general muy bajo: de los 132 países incluidos en su
informe anual, el 16% no registró ni una sola condena entre 2007 y 2010, y el
23% sólo registra entre 0 y 10 condenas (Global Report in Trafficking in Person
2012, UNDOC – United Nations Office on Drug and Crime).
El carácter internacional
de las redes implica que los países funcionan como lugares de origen, tránsito
y destino de mujeres y divisas, lo que hace este sistema de explotación una
fuente de ingresos para los estados. A la vez, plantea un desafío mayor a la
hora de llevar adelante una política que enfrente este flagelo.
Argentina es un país
considerado de origen, tránsito y destino de mujeres, niñas y niños para la
explotación sexual (Departamento de Estado de Estados Unidos, “Trafficking in
Person - Report June 2013”, http://www.state.gov). La trata se da no sólo a
nivel internacional (especialmente mujeres de Paraguay y República Dominicana
son explotadas en este país), sino también a nivel local, mujeres del norte del
país y centros rurales son explotadas en la capital del país y en provincias
centrales. Así fue el caso de Marita Verón, una joven de la provincia de
Tucumán secuestrada en abril de 2003 y explotada sexualmente en varias
provincias de Argentina, como La Rioja. La pelea de su madre, Susana Trimarco,
permitió conocer los lugares por donde había sido trasladada y los responsables
de su secuestro y explotación, y liberar decenas de mujeres que eran explotadas
en los mismos prostíbulos donde había estado su hija.
A partir de la
investigación que sostuvo la madre de Marita, en 2012 comenzó el juicio a los13
proxenetas. Las pruebas aportadas por Susana Trimarco y por las otras víctimas
que declararon durante el juicio eran irrefutables. Daban cuenta de nombres,
lugares, fechas y modos de acción con total precisión. Sin embargo, el tribunal
desestimó todas estas pruebas y los y las dejó en libertad.
Todas y todos vimos cómo la
impunidad garantizada por el gobierno de Alperovich en Tucumán dejaba libres a
quienes la lucha de Susana Trimarco había claramente demostrado eran los
responsables.
La presidenta Cristina Kirchner se dedicó a
darle premios a Susana Trimarco en Plaza de Mayo en reconocimiento de su
heroica pelea, y sólo dos días después las y los proxenetas salían libres con
un fallo de total impunidad. El archikirchnerista gobernador de Tucumán, José
Alperovich, se rasgaba las vestiduras, cuando él mismo está relacionado con la
Chancha Ale, cabeza de la red dedicada a la explotación sexual de mujeres.
La indignación popular que
recorrió las calles y se hizo sentir en todo el país con enormes movilizaciones
demostró que el caso de Marita había llegado a toda la sociedad. Un año tardó
la “justicia” tucumana en dar marcha atrás con el aberrante fallo. Sin embargo,
el principal responsable de la red de trata y explotación sexual y sus
protectores políticos siguen impunes.
Es muy común la idea que
sostiene que por un lado hay mujeres que son secuestradas y obligadas a
prostituirse –como Marita Verón–, y por otro lado hay mujeres que en su plena
decisión “eligen ser prostitutas”, como si una cosa no tuviese nada que ver con
la otra. Para nosotras esto es incorrecto: la trata es sólo una forma en que se presenta la explotación
sexual; los prostíbulos, las “casitas”,
las zonas rojas son las otras formas en que las mujeres son igualmente sometidas y violentadas.
Frente a esta situación
existen distintas estrategias para combatir la explotación sexual de las
mujeres, trans, niños y niñas. Por un lado, con un carácter muy reaccionario, se plantea una política prohibicionista,
que pone el eje en ilegalizar
la “prostitución”. A través de la aplicación de edictos policiales, leyes municipales, códigos de faltas o
contravencionales y toda clase de normativas, se persigue a las personas explotadas imponiéndoles condenas de
prisión o multas, y
sometiéndolas a todo tipo de abuso por parte de las fuerzas de seguridad que
aplican dicha normativa. Esta política es ultra conservadora, ya que no combate la situación de sometimiento y
vulnerabilidad de las personas sometidas,
sino que defendiendo la “buena moral” de la sociedad reprime a las mujeres explotadas por provocar escándalo en la
vía pública. Estas medidas se acompañan
de persecuciones a las mujeres para realizarles obligatoriamente exámenes médicos, no sea cosa que anden
dispersando enfermedades venéreas o VIH a la comunidad. De los proxenetas y los
prostituyentes, ni una palabra. Éste es el caso del código de faltas de la
provincia de Córdoba, que en su artículo
45 impone 20 días de cárcel para “quienes ejerciendo la prostitución se ofrecieren o incitaren públicamente
molestando a las personas o provocando escándalo” (artículo 45, año 2007).
Algunas organizaciones
plantean el regulacionismo del “trabajo sexual” como forma de combatir la trata y el
proxenetismo. Equiparan la explotación sexual
(definiéndola como “trabajo sexual”) con cualquier trabajo que se pueda realizar. El problema, dicen, es que al ser una
práctica ilegalizada y perseguida por el Estado, se generan condiciones de
clandestinidad que favorecen el proxenetismo.
Por esto se exige que el Estado regule la actividad, garantizando derechos laborales para las personas que están
en esta situación. La propuesta es
el armado de “cooperativas sexuales”, para lo que en Argentina ya han
presentado una ley que no fue aprobada.
Las Rojas planteamos una
política abolicionista que enfrente de conjunto el sistema de relaciones patriarcales y
capitalistas. Para nosotras, la única forma
de combatir la trata y la explotación sexual es destruyendo las
relaciones patriarcales de
sometimiento de mujeres, trans, niñas y niños. No consideramos que dentro de este sistema se pueda “elegir
libremente” poner un precio al cuerpo
y la sexualidad sin que esto signifique una práctica violenta de sometimiento.
Y estamos completamente en contra de que se persiga a las mujeres y todas las personas que son explotadas
sexualmente, de cualquier forma, responsabilizándolas de su situación de
víctimas, mientras se deja libre a los proxenetas y prostituyentes. Por eso
peleamos por arrancarle al Estado políticas
públicas de asistencia y tratamiento para las personas víctimas de
las redes de explotación
sexual, por planes genuinos de trabajo y vivienda, y por organizar al movimiento de mujeres junto a las y los
trabajadores, para conquistar la emancipación
definitiva de toda la humanidad.
Es conocida la frase que
sugiere que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Con esta noción se intentan
naturalizar dos ideas: que la prostitución es un oficio, un trabajo con el cual
cualquiera podría lucrar legítimamente, y que la prostitución existió y
existirá siempre, como una realidad inmodificable. En este artículo intentamos
explicar por qué estas dos ideas son falsas,
ahondando en el debate de la trata y la explotación sexual y la
pelea que el movimiento
de mujeres tiene por delante para abolir esta histórica forma de sometimiento patriarcal, desde una perspectiva
feminista y socialista.
LA EXPLOTACIÓN SEXUAL
Es importante preguntarse por qué existe la
trata. La primera respuesta posible es que está al servicio de la explotación
sexual. O sea, no se secuestran mujeres
sólo para tenerlas cautivas, sino para someterlas al negocio millonario que es la explotación sexual. Por lo tanto, no
se puede pensar una política hacia la
erradicación de la trata sin considerar la pelea contra la explotación sexual.
¿Adónde hubiesen llevado a
Marita Verón si los prostíbulos no existieran?
La explotación sexual es
una forma de sometimiento de mujeres, trans,
niñas y niños a cualquier tipo de actividad sexual, donde media
cualquier tipo de
intercambio: dinero, vivienda, lugar donde bañarse, seguridad en la calle o cualquier cosa que la persona explotada
“requiera”.
La noción de explotación se
contrapone a la idea de autonomía: cuando hay explotación, necesariamente hay alguien que explota. El proxeneta
es la figura más
conocida, y es quien media entre las mujeres y los clientes/prostituyentes y por supuesto se apropia de una parte del dinero
obtenido en esa situación. Pero aun
cuando no hay un proxeneta, hay alguien que ejerce la explotación; por ejemplo, el prostituyente, que hace un abuso de
la situación de vulnerabilidad en
la que está la mujer. También hay policías que cobran “la parada” en la calle; hay quienes cobran por “cuidar” a las mujeres. O
sea, nunca una mujer está sola con
su cuerpo y decisión en una situación de explotación sexual.
Esta
explotación sólo puede ser sostenida porque el Estado patriarcal toma parte. El traslado de personas a través de
fronteras internacionales, nacionales y
locales; habilitación de zonas rojas o locales; indultos a tratantes y
proxenetas; circulación de grandes sumas de dinero sin control; “protección” de
la policía, son sólo algunos aspectos que no podrían ser resueltos sin la
complicidad estatal.
Policías, gendarmes, inspectores, jueces y fiscales, funcionarios de todos los colores son necesarios para sostener
el negocio en todos los niveles.
La investigadora Sonia
Sánchez explica muy bien cómo en este contexto, las mujeres explotadas no dejan de estar solas. Como
una contradicción necesaria, la explotación sexual requiere la presencia de un
conjunto de personas e instituciones
que mantienen “la soledad de la puta” como condición para la explotación, en tanto mecanismo de aislamiento y
vulneración (M. Galindo y S.
Sánchez: 21). Las mujeres que se encuentran en la calle o en los lugres donde son explotadas están ahí desde su
individualidad, y los proxenetas y prostituyentes
bien lo saben. ¿Quién defiende a una mujer cuando el prostituyente no quiere
usar preservativo? ¿O intenta robarla o violarla? ¿O cuando la policía la detiene por no pagar la “parada”?
Esta noción de “soledad de la puta” da
cuenta del grado de exposición en el que se encuentran las personas explotadas.
Inclusive, como producto de la barbarie que significa el sometimiento a las redes de explotación, las disputas entre las
mujeres por los prostituyentes en la
misma calle dificultan aún más tejer lazos colectivos. Dice Sonia en su libro:
“La puta, si acaso habla,
es un monólogo, un monólogo que poco a poco se va perdiendo porque deja de hablar hasta consigo misma. No es una
soledad evidente porque la ves rodeada del prostituyente, del proxeneta y de la
puta sola que está al lado,
pero todo eso no forma una contención, sino más vacío y soledad. (…) Recuerdo
una escena en los tribunales de la ciudad de Buenos Aires.
Era casi la fotografía de
la soledad de la puta, fue cuando yo misma verbalicé la frase ‘soledad de la puta’. Fue durante el
juicio oral a los 15 detenidos y detenidas por manifestar frente a la
Legislatura de la Ciudad contra el Código
Contravencional. En el pasillo había muchísima gente. Las y los
vendedores ambulantes estaban
rodeados por sus familiares y amigos y amigas y colegas, por decirlo de alguna manera. El caso es que
estaba lleno de gente: parientes entre
los que podías identificar padres, madres, esposas, hijos. El familión pleno. Las dos putas estaban absolutamente
solas. No había ningún familiar, ni hijos,
ni pareja, aunque en su arresto en la cárcel ellas cocinaron para sus familias
porque, aun estando presas, ellas los seguían manteniendo” (ídem: 24).
El negocio de la
explotación sexual que recae sobre los cuerpos de las mujeres es muy grande. El dinero que produce
impacta directamente sobre las economías
nacionales. Porque el dinero no es sólo el que se intercambia entre una mujer y un prostituyente: los prostíbulos
pagan impuestos, las marcas de cigarrillos
y bebidas que ahí se venden pagan millones por publicidad, los administrativos, seguridad y choferes de los
prostíbulos reciben su parte, y también los negocios necesarios para el
circuito como hoteles, taxis, etc. Ni hablar
de las coimas a policías, inspectores y demás funcionarios.
El dinero que se mueve del
país donde las mujeres son explotadas a los países donde está su familia genera
grandes ingresos de divisas para esas naciones. El turismo sexual trabaja con
los sectores más pudientes de la sociedad,
generando enormes ingresos. Ésta es una de las razones por las que
los estados capitalistas
patriarcales nada hacen para combatir la explotación sexual.
La trata de personas es un
problema y muy grave, pero lo que está en discusión es cómo combatirla. Porque
suponer que la trata es la única forma en
que se presenta la “prostitución forzada” da lugar a especular que
podría haber algún
tipo de “prostitución libremente consentida”, cuando en realidad el secuestro y traslado son el aspecto más visible
de una situación mucho más profunda
de violencia y sometimiento.
EL CONCEPTO DE TRATA,
EL IMPERIALISMO Y EL VATICANO
La trata con fines
de explotación sexual parece estar condenada por los grandes poderes de este
mundo. El gobierno de EE.UU. da premios a las personas que se destacan en su
lucha contra este flagelo. El Departamento de Estado de Estados Unidos califica
a los países según las políticas que llevan adelante sus gobiernos contra la
trata, y esta calificación realmente incide en ciertos préstamos y subsidios
que cada país pueda conseguir de organismos internacionales.
Anualmente se
publica un informe yanqui donde se le pone una calificación del 1 al 3 a cada
país (excepto a Estados Unidos), de acuerdo con los “esfuerzos” que sus
gobiernos realizan para combatir la trata. Y se encargan de dejar bien claro
que la categorización se basa en “la extensión de las acciones del gobierno en
combatir la trata más que en el tamaño del problema” (Departamento de Estado de
EE.UU., “Trafficking in Person - Report June 2013”: 41). Así, Argentina fue
categorizada en el nivel 2, “países cuyos gobiernos no cumplen totalmente con
el estándar mínimo de Actos de Prevención de Víctimas de Trata, pero están
haciendo esfuerzos significativos para cumplir estos estándares” (ídem), el
mismo año en que los 13 proxenetas por el caso Marita Verón fueron absueltos.
Esta decisión fue justificada con el argumento de que se había modificado la
ley de trata, quitando la necesidad de demostrar no haber dado el
“consentimiento”, modificación que se consiguió con la pelea del movimiento de
mujeres.
Esto puede alentar
la idea de que, si bien muchos funcionarios locales pueden ser cómplices de los
tratantes mediante coimas, los gobiernos del régimen hacen mucho y todo lo que
pueden contra la trata.
Sin embargo, el
hecho de que el imperialismo parezca interesado en enfrentar la trata es
justamente lo que requiere una explicación. El concepto de “trata” consiste en
la captación, traslado y recepción de una persona para ser explotada; remite al
acto concreto de traslado de una persona de un lugar a otro donde será
explotada. Históricamente, este concepto fue creado con un fin específico de
control de la migración ilegal en los países más desarrollados económicamente.
A partir de la utilización del concepto de trata, los estados
se han dado políticas migratorias que básicamente buscan “devolver” a las y los
inmigrantes ilegales a sus países de origen, lejos de desarrollar políticas
tendientes a la abolición del sistema de esclavitud sexual que condena a las
mujeres. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) plantea que
“sus objetivos primordiales en este quehacer son prevenir la trata de personas
y proteger a las víctimas de la trata, al tiempo que se les ofrecen opciones
seguras y sostenibles de retorno y reintegración a sus países de origen”
(http://www.iom.int/cms/es/sites). Se ofrece regresar a las personas a los
países donde fueron tratadas, pero no se plantean políticas en esos países para
modificar las condiciones que dieron lugar en primer término a que estas
personas fueran tratadas.
Es decir, los
premios, incentivos y calificaciones ayudan al imperialismo a crear un disfraz
de “lucha contra la trata” para una política antimigratoria cuyo objetivo es
expulsar a las personas tratadas del país adonde fueron llevadas, no liberarlas
ni incluirlas.
El concepto de
trata es un artificio que utilizan las potencias imperialistas para imponer su
política de control de la migración en el mundo. Esto no significa que el
secuestro de mujeres no exista, pero resulta imprescindible dejar bien en claro
que la trata, es decir, el secuestro y traslado de personas, sólo existe para
satisfacer el mercado de la explotación sexual. A nadie se le ocurre secuestrar
una mujer sólo para tenerla secuestrada. El dinero que buscan los tratantes y
proxenetas nace de las redes de explotación. A Marita Verón la secuestraron
para explotarla en los prostíbulos de La Rioja.
Por su lado, el
nuevo papa Bergoglio tiene un recorrido en Argentina de “lucha” contra la
trata. Y lleva este postulado también a su gestión desde el reino mayor de la
Iglesia católica. El operativo “lavado de cara” de una Iglesia infinitamente
cuestionada y enchastrada con los escándalos de pedofilia y lavado de fondos de
la mafia a través del banco IOR es la gran misión del papa Francisco.
El operativo tiene sus sutilezas; no se puede negar que
Francisco es un gran comunicador. Sin modificar en nada la situación de la
Iglesia (¿acaso echó de la Iglesia a toda la lista de pedófilos que siguen en
funciones? Claro que no, se quedaría casi sin empleados...), se dedica a dar
discursos que no cambian nada, pero que son vendidos por la prensa, los
gobiernos y políticos del sistema como si su papado se tratara de una verdadera
“revolución”. Hasta la revista Rolling Stone lo pone en tapa como si fuera un
ícono juvenil de rebeldía.
Pero junto con el
discurso de siempre contra el derecho al aborto y contra las personas LGTTBI,
echa un manto de “cristiandad”, proponiendo ayuda y comprensión para estos
desviados del camino correcto. Para darle una pátina más “humanitaria” aún, el
papa Francisco la emprende todas las veces que puede con su verba contra la
trata. Y claro, le sale gratis. Porque hasta ahora no ha entregado a
conocimiento público ni una sola lista de funcionarios o miembros de gobiernos
de algún país que amparen a ninguna red de trata. Y que no digan que el papa no
tiene acceso a ese tipo de información.
“TRABAJO SEXUAL” Y
AMMAR-CTA
Dentro de la pelea
contra las redes de trata y de explotación sexual entra el debate con la noción
del “trabajo sexual”. En Argentina existe una tendencia, corporizada en el
sindicato AMMAR-CTA, que apoya esta idea. AMMAR-CTA es una ruptura de una
organización originariamente llamada AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de
la Argentina), que nace en 1995 en Buenos Aires en la pelea contra los edictos
policiales. Estos edictos eran una legislación municipal de la capital de corte
prohibicionista, que perseguía y criminalizaba a las mujeres explotadas. En ese
momento, ese conjunto de mujeres se encontraban organizadas dentro de la
Central de Trabajadores Argentinos (CTA) filial Capital. En 2003, a raíz de los
debates suscitados por la validez de la figura de “trabajadoras sexuales” y su
consecuente sindicalización, un grupo de compañeras se desvincula de la
organización. Así quedan conformados dos espacios: AMADH (Asociación de Mujeres
Argentinas por los Derechos Humanos) con una fuerte trayectoria de lucha
abolicionista, y AMMAR-CTA, que desde ese momento pelea por la regulación del
“trabajo sexual” y la sindicalización de las trabajadoras (Asociación de
Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos, Con voz propia).
Esta pelea por la
regulación implica que las mujeres podrían elegir el “trabajo sexual autónomo”;
realizar una actividad sexual a cambio de una retribución, de manera autónoma,
sin proxeneta. Separa el “trabajo sexual” autónomo, libremente elegido, y la
explotación sexual que no es consentida: la diferencia radica en la presencia
de un proxeneta que lucra con la actividad sexual ejercida por la mujer o
trans. Esta idea parcializa completamente la realidad, quiere inventar una
burbuja en una sociedad patriarcal y machista, burbuja donde las mujeres se
vincularían con hombres con los que podrían negociar el dinero que será pagado
sin que se les intente robar; podrían decidir el uso del preservativo sin que
haya una negativa rotunda; podrían elegir qué tipo de prácticas tener sin ser
violentadas y sometidas.
Quienes defienden
el “trabajo sexual” proponen como una alternativa al proxenetismo las
denominadas “cooperativas sexuales”. La propuesta es la organización de un
grupo de mujeres en un lugar privado, donde ellas mismas manejen la relación
con los prostituyentes, sin mediación de proxenetas que se queden con su
dinero. En estas cooperativas las mujeres y trans “trabajan libremente” y
acuerdan “libremente una retribución justa”, según manifiestan en el proyecto
de ley presentado por AMMAR-CTA en julio de 2013 (http://www.cta.org.ar/IMG/pdf/ley_final_ammar.pdf).
La fundamentación de esta propuesta es la de posibilitar que las mujeres puedan
ejercer sin presiones ni abusos cualquier actividad sexual, decretando por ley
el fin de la opresión patriarcal a la que son sometidas las mujeres, especialmente
aquellas que son explotadas sexualmente.
Los golpes,
violaciones, detenciones injustas son moneda corriente para las personas
explotadas. Si la explotación sexual se reglamenta, ¿quién va a regular esa
actividad? ¿Quién va a garantizar que los prostituyentes utilicen preservativos
para cuidar la salud de las mujeres? ¿Quién va a garantizar la seguridad de las
mujeres frente a una situación de violencia? ¿Quién va a garantizar que las
“cooperativas de trabajadoras sexuales” no sean propiedad de un proxeneta?
¿Quién va a quitarles de las manos a los proxenetas el negocio millonario que
hoy es la explotación sexual, para dar lugar a las cooperativas autónomas? Ya
sabemos quién lo va a hacer: el Estado patriarcal y capitalista, que hasta
ahora ha garantizado el funcionamiento de las redes de trata y explotación
sexual de las mujeres, trans, niños y niñas. Los jueces y fiscales que
absolvieron a los 13 imputados e imputadas por el caso Marita Verón. La policía
que hoy persigue a las mujeres, les cobra las paradas, las somete violentamente
y recibe coima de los prostituyentes. Los inspectores que hoy habilitan los
prostíbulos.
Si se permite
libremente el ejercicio de la explotación sexual, se estaría garantizando el
destino seguro de las mujeres víctimas de trata. El debate con las compañeras
que defienden la legalización de lo que ellas llaman “trabajo sexual” radica
justamente ahí, en que hacen una falsa separación tajante entre el hecho de la
trata y su finalidad, la explotación sexual, negando el motivo principal del
secuestro de mujeres y niñas.
Hay otra cuestión
que hace temblar la noción del “trabajo autónomo”: la construcción de las
subjetividades de las personas explotadas sexualmente. Las compañeras de
AMMAR-CTA hacen una separación entre mayores y menores de edad. Consideran que
cuando las víctimas son menores sí hay explotación, pero que las personas
adultas sí podrían elegir libremente. Pero esto supone que una niña o niño que
es explotado vería completamente modificada su situación una vez que cumple los
18 años. El día en que pasa la mayoría de edad, todas las opresiones y
coerciones que antes operaban sobre su poder de decisión desaparecerían, dando
lugar a un ejercicio pleno de su elección.
La experiencia
demuestra que la gran mayoría de las mujeres y personas trans adultas que hoy
son explotadas han sido víctimas de distintas formas de violencia –incluso
explotadas sexualmente– desde su infancia o adolescencia.
Estas experiencias se marcan en la subjetividad, generando un
tipo de relación con los otros y otras, y con el propio cuerpo, que las ubica
en un lugar de mayor vulnerabilidad. Se naturaliza la violencia hacia el propio
cuerpo, generando sentimientos de culpa, vergüenza y auto responsabilización
por estar en esa situación. Aparecen mecanismos defensivos que permiten separar
lo que pasa por el cuerpo de las sensaciones y sentimientos que esto genera;
ésa es la forma de sobrevivir a una situación de violencia cotidiana. Ni que
hablar del registro que se tiene de estar siendo violentadas frente a los ojos
de toda la sociedad, que sigue de largo.
Elena Moncada, en
su libro Yo elijo contar mi historia, da cuenta de este proceso muy claramente.
La autora relata su experiencia de vida desde niña, mostrando cómo las
situaciones abusivas de las que fue víctima cuando niña marcaron subjetivamente
sus experiencias de joven y adulta. “A esa edad empezaron las picardías que una
descubre hoy como cosas horribles, que una naturalizaba con la ingenuidad de
una nena de 9 años. A esa edad un amigo de mi hermano nos daba 2 pesos para
mostrarnos el pene. Para mí era un juego… no estaba mal. No hacíamos nada malo
más que recibir la plata, pero es como la sensación de que fui preparada desde
chiquita para ser prostituta” (E. Moncada: 21). A estas experiencias se agrega
el relato de haber compartido desde niña experiencias con mujeres explotadas
como una cosa natural, algo más del paisaje. Así se conjugan la experiencia
biográfica de una persona con el contexto de opresión general al que son sometidas
las mujeres, un entramado necesario que facilita las futuras experiencias de
explotación.
En este escenario
es que aparece la idea del “trabajo sexual” como forma de “dignificar” a estas
personas, quitarles toda la carga social negativa que tiene el hecho de ser
“una puta”. Pero cambiar el nombre de una relación de opresión, explotación y
violencia no la hace menos opresiva, menos explotadora ni menos violenta; sólo
la hace más “digerible” para la sociedad y para el Estado mismo.
En Holanda, desde
el año 2000 se legalizó la explotación sexual. Existe la Zona Roja, donde se
puede acceder al consumo de explotación regulada por el Estado. Las mujeres se
encuentran en vitrinas, vidrieras iguales a las de los negocios de ropa, donde
posan motivando a los prostituyentes a acercarse. Esas vitrinas no son
propiedad de las mujeres, claro, porque son muy caras para que las pueda
comprar una mujer explotada; tienen un dueño que se las alquila. El dueño
alquila la vitrina por turnos de 8 a ¡12! horas. Las posibilidades de que
existan proxenetas siguen siendo las mismas que en cualquier país; quienes
deben controlar esto son los mismos a los que una y otra vez se encuentra
implicados en las redes de trata y explotación sexual. Además, hay un dato muy
llamativo: las vitrinas están sólo legalizadas para las mujeres, los varones no
pueden estar ahí. Es decir, la explotación se apoya en los cuerpos de las
mujeres; el patriarcado se cuela por todos lados.
Incluso donde se
lleva años de legalización del “trabajo sexual”, la situación de las mujeres
sigue siendo de sometimiento, y la autonomía tan proclamada por las
regulacionistas no es propiedad de las mujeres.
COOPERATIVAS SEXUALES Y
ESTADO PROXENETA
La noción de Estado
proxeneta la popularizó Sonia Sánchez, reconocida activista por los derechos de
las mujeres en situación de prostitución. Sánchez plantea que el Estado, a
través de su política pública y asistencial, es el gran garante de mantener a
las mujeres en la situación de prostitución en la que se encuentran. Va más
allá de ver algunos funcionarios o funcionarias cómplices de una u otra red de
explotación, sino como un organizador de relaciones sociales, patriarcales y
prostituyentes.
El Estado es más
que un grupo de funcionarios y funcionarias corruptos, es un sistema de
relaciones opresivas que mantiene tal como son unas relaciones de producción y
reproducción que incluyen como elemento necesario el sometimiento de la mujer.
Con la organización
moderna de la sociedad, las relaciones entre varones y mujeres se cristalizan
en la familia patriarcal. Éstas se caracterizan por una primacía del varón
adulto sobre la mujer y los niños y niñas, que es dueño de los bienes de que
dispone esa familia por ser quien tiene asignado el rol de abastecerla. En contrapartida,
la mujer es la responsable de la reproducción cotidiana: la procreación de los hijos e hijas y su
crianza en el hogar. Sólo en épocas excepcionales las mujeres accedemos a un
trabajo digno en iguales condiciones que los varones, y sólo una minoría de
mujeres. Claro que esa minoría es mostrada por los estados y políticos del
sistema como demostración de que la democracia logra la igualdad entre los
géneros. Pero la verdad es bien distinta:
la existencia de mujeres empresarias, presidentas y altas funcionarias
de altos organismos se combina con la desocupación de las mujeres de clase
trabajadora, incluso cuando hay un aumento del empleo en general, como sucedió
en Argentina en la última década. La mayoría de las mujeres quedamos condenadas
a los empleos de servicios, superexplotados, informales y de baja calificación.
O a los planes sociales de miseria, como la Asignación Universal por Hijo, que
irónicamente es presentada por el gobierno como el otorgamiento de un derecho
cuando en realidad lo impone para evitar que las mujeres presionen sobre un
mercado de trabajo que no puede ni quiere dejarlas entrar.
Esto hace que la
salida económica para la mayoría de las mujeres siga siendo la maternidad,
vivir del salario de un varón a cambio de parir y criar a sus hijos. La familia
patriarcal es la institución donde se consuma este pacto desigual.
Con el trabajo
doméstico garantizado por las mujeres, la sociedad resuelve el problema de la
reproducción social de manera gratuita, pudiendo los varones dedicarse a la
esfera de la producción económica, en un sistema de explotación capitalista
(vender su fuerza de trabajo para conseguir el alimento necesario para él y su
familia). Las mujeres cocinan, lavan la ropa, cuidan a los hijos e hijas,
llevan a los enfermos al hospital, realizan las compras cotidianas, sin que el
Estado ponga un solo peso. Y cuanto más ardua sea su labor, más reconocimiento
va a obtener de los sectores más conservadores. A su vez, hijos e hijas irán
asumiendo esos mismos lugares conforme vayan creciendo.
Este tipo de
organización social patriarcal surge con el “fin formal de procrear hijos de
una paternidad cierta, y esta paternidad se exige porque esos hijos, en calidad
de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de la
fortuna paterna” (Engels: 68). De ahí el carácter monogámico de las relaciones
modernas, que es la única forma de asegurar la identidad cierta de la
paternidad. Sin embargo, esto es sólo una imposición para las mujeres, que
llegan a ser víctimas de cualquier tipo de cruel castigo si es que deciden
desobedecer tal mandato. Ahora bien, si sólo a los varones se les permite tener
relaciones extramatrimoniales, ¿dónde están las mujeres que la sociedad
proporciona para esto? La respuesta muy clara: en las redes de explotación
sexual.
Con la imposición
de la monogamia a las mujeres (y la negación cruda de su sexualidad) y la
sumisión a las tareas domésticas se construyen las dos caras de la opresión
hacia las mujeres: la madre y la puta.
Por esto decimos
que el Estado proxeneta es más que algunos y algunas funcionarias cómplices o
responsables de redes de explotación, sino que es el armado de las relaciones
sociales patriarcales y capitalistas que empujen y mantienen a las mujeres en
las redes de explotación sexual para el consumo de los varones. Con la
combinación del sometimiento del cuerpo de las mujeres y la ausencia de un
trabajo que les permita un ingreso económico nace la explotación sexual. En
este armado, el Estado utiliza algunos mecanismos desde la política pública,
como la entrega de preservativos o subsidios de alimentos como forma de paliar
un poco la situación de extrema vulnerabilidad en la que se encuentran estas
mujeres. Sin embargo, con estas acciones el Estado garantiza que estas mujeres
sigan en la misma situación de sometimiento, sin modificarla un centímetro.
Hablar de Estado proxeneta implica entender que antes de la explotación sexual
ya hay sometimiento. Por eso la pelea contra esta forma de violencia incluye
necesariamente la pelea contra el conjunto de relaciones de opresión y
explotación, cuyo funcionamiento el Estado garantiza y facilita.
Cuando se propone
como alternativa al sometimiento sexual de las mujeres el armado de
cooperativas sexuales, se está negando el carácter patriarcal y capitalista del
Estado donde se desarrolla esta forma de violencia.
En las jornadas y
encuentros donde se presentan las defensoras del “trabajo sexual”, argumentan
que en una cooperativa “hay 14 mujeres esperando debajo de la habitación donde
está la trabajadora sexual, y si el cliente le hace algo, están las 14
esperando para hacérsela pagar”. Posiblemente sea cierto, pero también es
cierto que una vez que el cliente “le hizo algo”, el daño o la violencia ya fue
sufrido. Y seguramente el cliente “le haga algo”, porque los varones que
consumen explotación sexual no lo hacen porque no les queda otra, lo hacen
porque además del placer sexual están pagando por la decisión sobre el cuerpo
de una mujer, que la mujer haga lo que él quiera, como él quiera, cuantas veces
él quiera. De esto se trata el patriarcado. Y así lo exponen varios
prostituyentes en el libro Lugar común. La prostitución de Silvia Chejter,
donde se muestra el discurso de quienes consumen explotación sexual: “Después
se me paró, pum, le pegué un poco en la cara a la mina, bien, bueno, se presta,
se prestaron bien, no les quedaba otra, estaban en la loma del orto con 20
negros, si se retobaban un poco por ahí cobraban, no te digo que les vamos a
pegar, pero …” (Chejter: 67). “Sí, tiene que ver con la guerra de sexos. De
cogerse a alguien aunque no quiera, ponele. Que hay un montón de eso” (ídem:
68). Los prostituyentes no pagan sólo por una actividad sexual, sino por ser
dueños del cuerpo de esa mujer; por eso, cuando se negocia el precio con un
prostituyente, esta negociación incluye el uso del preservativo y el consumo de
drogas.
También han
planteado que en una cooperativa, al no haber un proxeneta, podrían libremente
negociar la trabajadora sexual con el cliente el precio a pagar. Una vez más
niegan la realidad de la que son parte, suponen que una cooperativa puede
abstraerse, alejarse de las relaciones sociales patriarcales y capitalistas que
ordenan la sociedad. El precio, el uso del preservativo, las actividades
sexuales no los decide la mujer con el prostituyente en una negociación entre
iguales; los determina el mercado de la explotación sexual. ¿Por qué un
prostituyente va a pagar una suma de dinero en una cooperativa, si en la calle
puede pagar hasta la mitad, y encima imponiendo sus condiciones?
Otro argumento que
se escucha es que “se promueven las cooperativas sexuales para que las mujeres
puedan desprenderse de los proxenetas y habilitar sus propios lugares con
autonomía”. Para tener un local, departamento o cualquier lugar donde
desarrollar el “trabajo sexual”, resulta necesario un capital que permita
afrontar los gastos necesarios. La experiencia da sobrada cuenta de que las
mujeres que se encuentran en situación de explotación sexual no son las mujeres
de clase media, con algún ahorro en el banco, sino todo lo contrario: mujeres
de bajos o nulos recursos económicos. En el reporte de la UNDOC de 2012 se
muestra una comparación entre los momentos de mayor crisis económica y el
aumento de la explotación se las mujeres. ¿Quién va a financiar lo necesario
para una cooperativa? ¿Un subsidio del Estado? ¿Le vamos a pedir al Estado que
financie el “trabajo sexual”? Entonces, volvemos a la figura de proxeneta.
Recientemente se
hizo conocida la vinculación de una red de proxenetas y tratantes con miembros
de AMMAR-CTA Capital (Página 12 y La Nación, 29- 11-13). La secretaria general
de dicha organización, Claudia Brizuela, está denunciada como partícipe
necesaria para el funcionamiento de una red que mantenía cautivas a decenas de
mujeres, incluyendo menores de edad, a quienes se les otorgaba un carnet de la
Asociación, para prevenir en caso de un allanamiento. Aquellas que dicen
defender a las mujeres, las primeras en levantar la bandera por la voz de las mujeres,
quienes acusan al abolicionismo de negarles su identidad, ¡son quienes
regentean mujeres para la explotación sexual! Y hasta ahora ¡ninguna de las
organizaciones que tan fervientemente sostiene esta postura ha salido a decir
ni una sola palabra! La fantasía de las cooperativas libres de coerciones
patriarcales se cae a pedazos.
EL DEBATE ACERCA DE LOS
PROSTITUYENTES. SIN ESTADO PROXENETA NO HAY TRATA NI EXPLOTACIÓN SEXUAL
El lugar de los
prostituyentes requiere un debate específico. Muchas veces se dice, como forma
de suavizar el carácter patriarcal de la explotación, que no son sólo mujeres o
trans quienes son explotadas, que también hay varones que son sometidos al
circuito de la explotación sexual. Varones, mujeres, trans, cualquier puede “ser
prostituido o prostituida”, no hay nada específico en la condición de ser mujer
que favorezca las posibilidades de ser víctima de una red de explotación. Este
planteo esconde el argumento del consentimiento, porque al negar las relaciones
de desigualdad de poder que jerarquizan el lugar de los varones presume que
cualquier persona puede “ser prostituida”. De ahí al argumento de la elección
hay un solo paso.
Es cierto que hay
varones explotados, pero en su mayoría son niños o adolescentes, es decir, con
un lugar de inferioridad con relación a los adultos en una sociedad patriarcal.
Estos niños y adolescentes, cuando son adultos, de seguir en el circuito de la
explotación sexual, pasan a ocupar el rol de proxeneta. Las mujeres, en cambio,
de niñas son explotadas y de adultas también.
Pero hay un dato más que es muy importante: quienes consumen
explotación sexual (de mujeres, trans y varones) son los varones adultos, los
patriarcas.
Prostituyentes son
aquellas personas que otorgan una suma de dinero (o comida, un lugar para
dormir, etc.) a una mujer, trans, niña o niño a quien someten a mantener
cualquier tipo de actividad sexual que deseen. No son “clientes”, porque no hay
posibilidad de que entre una mujer explotada y un varón que se aprovecha de esta
situación con su dinero pueda existir un intercambio entre iguales, libremente
negociado. Cliente se es cuando se compra un paquete de azúcar; cuando se
compra el cuerpo de una mujer, se es un prostituyente.
Quien decide
acercarse a una mujer en un prostíbulo, en la calle, en una plaza, a quien le
da dinero porque ésa es la garantía de poder hacer lo que quiera con ese cuerpo
durante un tiempo determinado, es completamente responsable de sus actos
opresivos y por eso debe afrontar las consecuencias. Los prostituyentes
consumen explotación no sólo por el placer sexual, sino porque al poner en
juego su dinero ponen en juego el poder que tienen sobre esa persona, a quien
pueden demandarle lo que quiera. Con más o menos culpas, todos los
entrevistados de Un lugar común dejan en claro que la explotación sexual es la
forma más fácil que encuentran para mantener relaciones sexuales de la forma en
que ellos, y sólo ellos, decidan. “Vos sos mía por un rato, me pertenecés, y si
quiero más, pago por más y tengo todo, o sea, el límite me lo da el dinero, no
me lo das vos: eso es lo que prima en la cabeza de un tipo cuando va, y si
quiero cinco, cuánto vale… bueno, tanto, voy y pago… (E 36)” (Chejter: 24).
“Vos vas con una puta y no pensás en lo que le pasa a la puta,
disfrutás vos. Es lo mismo que cualquier servicio. (E 38)” (ídem).
En el mismo
sentido, pero con un poco más de remordimiento, otro prostituyente dice: “Para
mí, dentro de mi cabeza es negar. O sea, esa cosa que está superclara, que
existe, digamos, porque si está ahí, es porque pagás, y ella está ahí porque
vos le pagás. Está claro… que es tu esclava durante un ratito… lo que digo, es
que trato de que no exista esa cosa en mi cabeza. Porque, si no, no estaría
ahí, o sea, dentro de todo lo que uno tapa, eso es lo que más tapás. Por lo
menos en mi caso (E 111)” (ídem: 33).
Y a la vez que el
prostituyente es el único responsable de sus propios actos, no es correcto
afirmar que la existencia de prostituyentes es la razón de la existencia de las
redes de trata y explotación sexual, sino una parte, fundamental, en la que
estas redes se apoyan. Muchas feministas afirman que la pelea por la
erradicación de las redes de explotación sexual parte de la pelea contra la
demanda, contra los prostituyentes.
Las frases “Sin
clientes no hay trata”, “Sin clientes no hay prostitución”, “Sin proxeneta no
hay explotación”, no logran dar cuenta de la profundidad de las relaciones
sociales machistas y patriarcales. Como desarrollamos más arriba, las
relaciones opresivas de la sociedad patriarcal son las que garantizan que las
mujeres y trans sean sometidas en estas redes. Estas redes son sostenidas por
grandes aparatos que incluyen las fuerzas represivas del Estado, gobernadores,
funcionarios y los prostituyentes.
Este tipo de
afirmaciones invierte la realidad, planteando que la demanda es la que genera
la oferta. Pero en la sociedad capitalista el consumo de cualquier mercancía no
surge de una primera necesidad. El proceso es inverso. ¿Es realmente necesario
cambiar el teléfono celular al menos una vez al año? ¿O tener un televisor que
mida lo mismo que una persona? ¿O pagar el doble por un pantalón, sólo porque
la etiqueta es más moderna? Lo que aparece como necesidad de la sociedad son
construcciones de un sistema de consumo capitalista.
Se inventa un producto, se publicita en el mercado haciendo
creer que es algo realmente necesario, y se vende.
Con la explotación
sexual pasa exactamente lo mismo: se inventa la necesidad de consumir la
explotación (un impulso irrefrenable de satisfacer un deseo sexual), se ofrece
el producto (mujeres explotadas) y se dispone en el mercado (redes de
explotación) al que se acercan los consumidores (prostituyentes).
Cotidianamente
estamos envueltos y envueltas en una continua exaltación de la eufórica
necesidad de los varones de “descargar” su sexualidad, y del lugar de
“servidoras” de las mujeres para satisfacer esta necesidad.
Propagandas de desodorante, autos, ropa, cerveza, cigarrillos
se ocupan de remarcar constantemente estos lugares. Los cuerpos desnudos o
semidesnudos de las mujeres aparecen infaltablemente en las publicidades de
cualquier producto, equiparando el producto a vender con el cuerpo de la mujer;
nunca queda claro qué se vende. Las propagandas de prostíbulos, los “rubro 59”
(avisos publicitarios en los diarios ofreciendo mujeres para el consumo de
explotación bajo la modalidad de “masajistas”, “acompañantes”, etc.), los
encontramos en todos lados, desde los diarios más leídos hasta en los postes de
toda la ciudad ofreciendo los cuerpos de las mujeres.
De esta manera, se
inventa una necesidad junto con el mercado para satisfacer esa necesidad,
apoyándose en las bases mismas del patriarcado que conceden el poder a los
varones de utilizar la sexualidad y los cuerpos de las mujeres para su propio
placer. Por eso el nudo de la pelea está en las redes de explotación como
primer eslabón.
Los organismos
internacionales, las políticas del Estado capitalista y patriarcal, apuntan
también hacia los prostituyentes, porque así no tocan ninguno de los
privilegios de las redes de explotación de los que ellos se benefician: “Si no
hubiera demanda de sexo comercial, el tráfico sexual no existiría en la forma
en que lo hace hoy. Esta realidad pone de relieve la necesidad de grandes
esfuerzos continuos para promulgar políticas y promover las normas culturales
que no permiten pagar por sexo” (“Trafficking in Person - Report June 2013”:
24).
Esto mismo se ve en
la página oficial del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación,
donde se abre con el slogan “Sin clientes no hay trata”.
En sus recuadros coloridos se ven las cifras del esfuerzo que
este organismo hace en la pelea contra la trata; 5.974 víctimas rescatadas
desde la sanción de la ley de trata; 60 allanamientos efectuados hasta
noviembre de 2013, porcentaje de medios gráficos monitoreados que publicaran
ofertas de explotación sexual, y ningún dato de proxenetas, funcionarios,
gendarmes o gobernadores procesados y condenados por ser parte de una red de explotación
sexual.
¿Será que los
funcionarios nada tienen que ver con la explotación sexual?
En los últimos meses se supo de la participación del
intendente del municipio de Salvador Mazza, de la provincia de Salta,
Argentina, en el regenteo de un prostíbulo donde se explotaban mujeres de
distintas nacionalidades e incluso menores de edad. Estuvo unas horas detenido
y enseguida salió a la calle. El gobernador de Tucumán, Alperovich, es conocido
amigo del proxeneta que secuestró a Marita Verón. El diputado kirchnerista
Contreras defendió pública mente la existencia de prostíbulos para que los
varones descargaran sus necesidades sexuales.
El problema de este
tipo de consignas es que desvían el foco de la pelea. No está mal castigar a
quienes son parte de la explotación sexual de personas, especialmente sabiendo
de las situaciones de violencia y del abuso de poder a que las someten, pero no
va a ser encerrando a todos los prostituyentes que se van a desarmar las redes
de explotación (demás está decir que ninguna de las políticas planteadas para
perseguir el consumo dio ningún resultado demasiado sorprendente de condenas, o
de disminución de la cantidad de personas explotadas). Y de esta forma se les
da lugar a los gobiernos patriarcales para plantear políticas para las cámaras
de TV sin modificar un centímetro el problema de la trata y la explotación
sexual, dejando accionar libremente a proxenetas, tratantes y todos sus
cómplices.
LA DIGNIDAD ESTÁ EN LA
LUCHA POR LA EMANCIPACIÓN
Justo ahí, en el debate social sobre la prostitución, aparece
también la postura que plantea el ejercicio libre de la prostitución como una
forma de liberación sexual; disfrutar plenamente de la propia sexualidad, y de
paso ganar unos pesos. Frente a quienes detentan esta posición, las que
sostenemos una postura abolicionista aparecemos como “moralistas”, como
“opresoras” de la sexualidad de las mujeres. Dicen: “Para ustedes seguramente
no es lo mismo que trabajemos con nuestras manos a que trabajemos con nuestra
vagina... entonces el problema es ése y ahí tenemos que debatir, qué les pasa a
ustedes con su sexualidad que no dejan que las demás definan su autonomía
personal” (Georgina Orellana, de AMMAR-CTA, en una jornada de Trabajo Sexual,
Trata y Explotación Sexual, junio de 2013). Y por supuesto que no es lo mismo,
porque entendemos que la negación de la sexualidad (incluyendo la sexualidad
genital) de las mujeres es el bastión de la opresión patriarcal: no es lo mismo
que a una mujer la violen o que le metan el dedo en la nariz.
Las Rojas somos abolicionistas porque tenemos
la convicción absoluta de que la explotación sexual es justamente lo opuesto a
la liberación sexual. Junto con el pacto nupcial para la maternidad, la
explotación sexual es la máxima expresión de la negación de la sexualidad de
las mujeres. ¿Por qué se consume explotación sexual? Porque a través de la
compra de los cuerpos de las mujeres se puede esperar, pedir, exigir lo que sea
que en ese momento el prostituyente quiera. Porque así se evita el trabajo que implica
relacionarse con otro ser humano, el intercambio, el dar placer para recibirlo.
Porque los prostituyentes bien saben de la situación de vulnerabilidad y
necesidad de las mujeres que están en esa situación, y la aprovechan con su
dinero.
Decir esto no es
victimizar a nadie, es decir las cosas por su nombre. No hay explotación sexual
sin violencia: no se puede abstraer un pedacito de la realidad de la totalidad,
no se puede abstraer la explotación sexual del sistema capitalista patriarcal
que la genera.
Es un error suponer
que se puede enfrentar la doble moral de la sociedad con la noción del “orgullo
de la puta”, que no es más que la contracara del infeliz “orgullo de vivir para
ser madre”, glorificando otra cara más de la barbarie del capitalismo
patriarcal. El orgullo de las mujeres explotadas sólo se concibe en la pelea
por la emancipación contra todas las formas de violencia a las que nos someten
a diario.
Las Rojas peleamos
por la liberación sexual de todas las personas, para vivir una sexualidad libre
y plena que rompa con los estrictos marcos de la monogamia heterosexual y sólo
reproductiva. Una sexualidad que no esté atada a las necesidades de
supervivencia en una sociedad explotadora y opresiva que mercantiliza nuestros
cuerpos poniéndoles un precio. Luchamos por una sexualidad que nos permita
elegir con quién, con cuántas, cuándo y dónde disfrutar de nuestros cuerpos.
EL ABOLICIONISMO, UNA
PELEA SOCIALISTA Y FEMINISTA
La explotación sexual es la manifestación más clara del tipo
de relaciones existentes en una sociedad patriarcal y capitalista: los cuerpos
de mujeres, trans, niñas y niños son mercantilizados y vendidos para el
disfrute de otro.
El Estado patriarcal y capitalista garantiza y santifica el
conjunto de relaciones opresivas, fundamento que permite el sometimiento de las
mujeres por los varones.
Las múltiples
formas en que se presenta la explotación sexual garantizan una acumulación de
dinero a nivel internacional, siendo estas sumas ya parte de las economías
nacionales. La trata de personas viene a satisfacer el mercado de la
explotación sexual, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para el
negocio que es el que realmente genera ganancias, la explotación sexual.
Las redes son
sostenidas no sólo por proxenetas que regentean las redes, prostíbulos, clubes,
departamentos, calles o plazas, sino por todos los funcionarios del Estado
burgués patriarcal: desde los más altos gobernadores hasta los inspectores
municipales que habilitan los locales. Y las fuerzas represivas del Estado
cuidan este negocio.
Que sean mujeres y
trans quienes son explotadas y varones quienes consumen explotación es la
prueba más franca de las relaciones patriarcales necesarias para sostener este
flagelo. En ese contexto, suponer una libre y autónoma decisión de una mujer de
ser parte del circuito de la explotación es negar las relaciones sociales que
nos determinan. Es negar la realidad de violencia cotidiana a la que las
mujeres somos sometidas y que se profundizan en los ámbitos de la explotación
sexual. Así lo dan cuenta las mujeres que han sido víctimas de estas redes, y
los prostituyentes que han consumido esa explotación.
Por eso peleamos
por la construcción de una sociedad sin explotación ni opresión, y peleamos por
arrancarle a este Estado las reivindicaciones del movimiento de mujeres que nos
permitan mejorar nuestras condiciones de vida. La integración de las mujeres y
trans en el circuito de la producción es el primer paso para salir del ámbito
doméstico, el lugar de encierro más peligroso para las mujeres, y que permita
autonomía económica respecto de los varones. En ese camino, las feministas
socialistas luchamos por arrancarle al Estado burgués todo lo que podamos para
mejorar las condiciones de vida de las mujeres:
- Integración del trabajo doméstico a la producción social
con guarderías, lavaderos y comedores públicos de calidad en los barrios
populares.
- La inclusión de las mujeres en la producción implica
igualdad en la educación. Luchamos por reemplazar la mísera Asignación
Universal por Hijo por subsidios para todas, tengan o no hijos, que permitan la
capacitación de las mujeres con miras a la independencia económica.
- Reemplazo del Plan Procrear por el Plan Emancipar:
prioridad a las mujeres en los planes de vivienda, y vivienda inmediata para
las víctimas de explotación sexual y violencia familiar.
- Refugios e instituciones convivenciales de alojamiento para
las mujeres y sus hijos e hijas.
- Programas de atención a las mujeres con formación en la
problemática y perspectiva de género.
- Educación sexual pública, laica y científica, que se
oriente a desterrar la noción de sumisión y menosprecio hacia las mujeres y
trans.
- Aborto legal, seguro y gratuito en el hospital público.
Programas reales de anticoncepción.
- Separación de la Iglesia del Estado. Fin de los subsidios a
la educación religiosa y derogación de la ley de la dictadura que establece
salarios y jubilaciones del Estado para los curas.
- Desmantelamiento de las redes de trata y explotación
sexual. Prisión efectiva a los proxenetas y a todo el que lucre con la
explotación sexual. Destitución de los funcionarios cómplices por acción u
omisión. Trabajo digno y asistencia integral para las mujeres rescatadas de las
redes y para las víctimas de explotación sexual.
- Cárcel a golpeadores, abusadores y femicidas.
- Unidad del movimiento de mujeres con el movimiento obrero y
popular para destruir el capitalismo patriarcal y construir una sociedad sin
explotación ni opresión.
La pelea por la
abolición de las redes de explotación sexual y de trata es la pelea contra ese
conjunto de relaciones de opresión y explotación, es la pelea contra el Estado
patriarcal y capitalista. Es una pelea que sólo puede dar el movimiento de
mujeres organizado en las calles, con la alianza estratégica del moviendo
obrero: ¡sin patrones que se queden con nuestro trabajo, ni proxenetas que se
adueñen de nuestros cuerpos!
BIBLIOGRAFÍA
-Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos:
Con voz propia. Buenos Aires, 2011
- BERKINS, Lohana y KOROL, Claudia (comp.): Diálogo:
Prostitución/trabajo sexual: las protagonistas hablan. Buenos Aires, Feminaria,
2007.
- CABELLO, María Fernanda; JANSON, Astrid; POLANCO, Nadia:
“Abordaje de la problemática de explotación sexual de niñas, niños y adolescentes.
Una propuesta de trabajo”. Ponencia presentada en las Primeras Jornadas
Nacionales Abolicionistas sobre Prostitución y Trata de Mujeres y Niñas/os,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 4 y 5 de diciembre
de 2009.
-- Reflexiones sobre la problemática de explotación sexual de
niñas, niños y adolescentes, a partir de una experiencia de trabajo”. Ponencia
presentada en las Primeras Jornadas Regionales Abolicionistas sobre
Prostitución y Trata de Mujeres y Niñas/os, Moreno, Buenos Aires, 2011.
-- “La política social en tela de juicio. Análisis del
trabajo realizado con niñas y adolescentes en situación de explotación sexual
en un barrio de la Ciudad de Buenos Aires”. Ponencia presentada en las Terceras
Jornadas Nacionales
Abolicionistas sobre Prostitución y Trata de Mujeres y
Niñas/os, La Plata,
Buenos Aires, 6 y 7 de diciembre de 2012.
- CHÁVEZ, Ana y SÁNCHEZ, Sonia: ¿Qué te indigna? Trata de
personas con fines
de explotación sexual. Buenos Aires, La Antorcha, 2013.
- CHEJTER, Silvia: Lugar común. La prostitución, Buenos
Aires, Eudeba, 2010.
- Código de Faltas de la provincia de Córdoba.
- Departamento de Estado de Estados Unidos: “Trafficking in
Person – Report June 2013”
- ENGELS, Friedrich: El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado. Buenos Aires, Claridad, 2007.
- GALINDO, María y SÁNCHEZ, Sonia: Ninguna mujer nace pare
puta, Buenos Aires, Lavaca, 2007.
- JEFFREYS, Sheila, La industria de la vagina. La economía
política de la comercialización global del sexo. Buenos Aires, Paidós, 2012.
- MAFFÍA, Diana: Sexualidades migrantes. Género Transgénero,
Buenos Aires, Feminaria, 2003.
-MONCADA, Elena: Yo elijo contar mi historia, Santa Fe, 2013.
- Organización Internacional del Trabajo, “Estimación sobre
el Trabajo Forzoso. Resumen ejecutivo”, junio de 2012.
- Organización Internacional para las Migraciones,
www.iom.int/cms/es.
- PÉREZ, Patricia: “Una mirada marxista de la familia”, en
Socialismo o Barbarie 23/24, Buenos Aires, 2009.
- Proyecto de Ley presentado por AMMAR-CTA en julio de 2013.
- SÁNCHEZ, Sonia: La puta esquina. Campo de concentración a
cielo abierto, Buenos Aires, La Tinta, 2011.
- UNDOC:
“Global Report in Trafficking in Person 2012”.
- ZETA, Inés: “Crítica a la desconstrucción reaccionaria del
movimiento de mujeres”, en Socialismo o Barbarie 23/24, Buenos Aires, 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario