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sábado, 26 de noviembre de 2016

El discurso del “trabajo sexual” es el triunfo del patriarcado más neoliberal


Foto: Salvador Batalla

 El discurso del “trabajo sexual” es el triunfo del patriarcado más neoliberal
Raquel Rosario Sánchez
Escritora y activista dominicana; trabajando en los derechos de niñas y mujeres. Especialista en Estudios de la Mujer, Género y Sexualidad.

Las niñas invulnerables del “trabajo sexual”

Imaginemos una niña. Puede tener 8 años como puede tener 17. La niña vive en pobreza extrema. Es probable que su padre y su madre hayan fallecido en medio de un conflicto de guerra. Por lo tanto, la niña tiene que valerse por sí misma para encontrar el pan de cada día. Muchos días solo puede cenar y dice que el hambre le da dolor de cabeza, lo que le dificulta concentrarse en la escuela. La niña no está sola; hay muchas más como ella. Aparte de las adversidades descritas anteriormente las niñas comparten algo más… Primero, un ferviente deseo de ir a la escuela y superarse a través de su educación. Segundo, que diariamente los hombres (quizás uno 1, quizás 4) en su pueblo le pagan menos de un dólar para que se acuesten con ellos.

¡Ah! …y tercero: que según Al Jazeera English esto no es ni explotación sexual comercial de menores, ni prostitución “forzada” ni su genérico “prostitución” sin más ni más. No, según Al Jazeera English estas niñas son trabajadoras sexuales. Trabajadoras sexuales en quienes recae el famoso “poder de agencia”, de decidir sus opresiones. ¿Vomitaron ya o necesitan más contexto?

El día 28 de septiembre, Al Jazeera English público un fotoreportaje titulado “Educando a las niñas de Sudán del Sur”, escrito por la documentalista y fotógrafa Sara Hylton. El proyecto fotográfico fue elaborado en colaboración con la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios. Es una serie de fotografías que reflejan las vidas de las niñas y adolescentes del estado de Unidad en Sudán del Sur. Conflictos sectarios dentro de su pueblo, caminar horas para poder ir y venir de la escuela más cercana, matrimonios forzados… y pobreza; la pobreza extrema implacable son alguno de los desafíos con los que viven las niñas.

“Las niñas de Sudan del Sur son doblemente vulnerables, muchas son obligadas a contraer matrimonios forzados, sufren abusos sexuales y explotación. Es tres veces más probable que una niña adolescente del Sur de Sudán muera dando a luz, a que complete su educación primaria,” escribe Hylton. Pero a pesar de todo, son niñas fuertes con sueños y deseos inquebrantables de superación “que pelean por sus futuros en uno de los países más volátiles del mundo.”



Es una historia inspiradora y llena de esperanza. Una de las niñas comenta que en su casa nadie la puede ayudar con su tarea porque nadie en su familia ha ido a la escuela pero que, aún así, ella sueña con convertirse en Ministra de Educación en su país. La valentía y determinación de las niñas y adolescentes me hicieron llorar… Por lo que me quedé helada cuando leí la siguiente descripción en una de las fotografías. “Jessica, de 14 años tiene desorden de personalidad múltiple. Vive en una casa de acogida junto con otras 50 niñas vulnerables donde recibe cuidados y educación… Según la fundadora de la casa de acogida, el trabajo sexual está normalizado entre las niñas, que ganan menos de un dólar por “cliente”. La meta de la fundadora es enseñarles a las niñas que “su cuerpo es lo que se queda” y enseñarle maneras alternativas de generar dinero.”

¿Qué? ¿Cómo saltamos de la pobreza extrema y el deseo de las niñas a empoderarse a través de la educación a que las niñas son trabajadoras sexuales con “clientes”? Me llevó un segundo entender el salto gigantesco que expresaban estas palabras en el contexto del artículo. Cuando pude analizarlo me di cuenta de que lo que tenía ante mí era una prueba de cómo la retórica del trabajo sexual es incompatible con las realidades materiales que expresan las niñas. El discurso del “trabajo sexual” no admite ni víctimas ni vulnerabilidades ni opresiones estructurales. Toda mujer y niña se convierte en un ser que encuentra poder “para decidir” acceder, curiosamente, a todo lo que el patriarcado de por sí quiere. No hay situación lo suficientemente precaria, no hay niña lo suficientemente vulnerable para ser interpretada como una “trabajadora sexual”.

No son argumentos aislados. Consciente o inconscientemente, Hylton se unía a una línea de pensamiento que insidiosamente se ha adentrado en el feminismo y el lenguaje coloquial. Mucha gente, tanto conservadora como progresista, piensan que utilizar el término “trabajo sexual” le pone un poco de dignidad y respeto al asunto. Funciona como un manto para higienizar la industria y así no tener que pensar en las realidades materiales de que hombres adultos (que curiosamente son los grandes ausentes del fotorreportaje de Al Jazeera) le están pagando menos de un dólar a niñas pobres (¿50 centavos, 75 centavos? ¿menos aún?), muchas huérfanas, para penetrarlas.

    La universalización del discurso del “trabajo sexual” para hablar de prostitución es el triunfo del patriarcado más neoliberal

La universalización del discurso del “trabajo sexual” para hablar de prostitución es el triunfo del patriarcado más neoliberal. A los conservadores no les digo mucho porque nunca se han preocupado demasiado por los derechos de mujeres y niñas, pero sí quisiera recordarles a los y las progresistas que en la concepción (capitalista) del trabajo hay derechos laborales, pero también deberes. Si las niñas y adolescentes son trabajadoras sexuales, ¿puede uno de esos hombres reclamar que no le hicieron la felación como ellos querían o que no se sienten conforme con cualquier otro de los actos sexuales por los que pagaron? ¿Y pueden entonces demandar o que le devuelvan su dinero o que lo hagan otra vez? Preguntas que demuestran la trampa absurda en la que caen todos quienes asumen el discurso sin pensarlo bien.

¿Por qué tanta insistencia en que lo cubramos todo bajo el manto del “trabajo sexual”? ¿Por qué tanta insistencia en llamar “trabajadoras sexuales” a niñas que viven en la mayor de las precariedades? ¿Por qué negarnos a decir las palabras duras: explotación sexual, víctimas, sobrevivientes, violación?

Como nos explica Kajsa Ekis Ekman en su trabajo referencial ‘Being and Being Bought’ (Ser y Ser Comprada), el discurso del trabajo sexual se construye como una antítesis de la opresión de las mujeres bajo un sistema patriarcal. La trabajadora sexual es una mujer activa que encuentra empoderamiento personal dentro de un sistema opresor, dice el discurso. La trabajadora sexual comprende que nada puede cambiar el comportamiento de los hombres ni la sociedad que cosifica la sexualidad de la mujer, entonces, en vez de resistir o protestarlo, la trabajadora sexual es presentada como una sabia emprendedora que utiliza “su poder sobre los hombres” para aventajarlos en su propio juego. Bajo esta concepción, “la trabajadora sexual es interpretada como la mejor feminista”, explica Ekis Ekman. Es por eso que cuando alguien intenta hablar de los daños que causa la prostitución, la respuesta siempre es “las trabajadoras sexuales son fuertes y sujetos activos” a quienes el lenguaje de opresión y agravios minimiza. Entonces en el discurso del trabajo sexual no hay espacios para ningún tipo de víctima ni victimización.



Desmoronemos el argumento:

1.La literatura feminista que critica la prostitución como sistema opresor casi nunca habla de víctimas. Cuando me encuentro con la palabra “víctimas” en mis investigaciones sobre el tema, siempre es en el contexto de académicas en favor de prostitución que acusan a quienes están en contra de estigmatizar como “víctimas” a las mujeres en la prostitución. Estas acusaciones de las académicas que defienden el derecho de los hombres a acceso sexual e ilimitadamente al cuerpo de mujeres y niñas, nunca cita textualmente ningún ejemplo del crimen retórico que cometen quienes no apoyan la prostitución, pero siempre viene acompañado de acusaciones e improperios contra “las feministas moralistas que odian la libertad, son reprimidas, retrogradas y anti-sexo.” Poniendo de lado las connotaciones sexistas que tienen cada una de esas acusaciones, yo hago otra pregunta ¿y qué si el feminismo decidiera hablar de víctimas?

La palabra “víctima” no es una característica personal, en una descripción de una relación de poder. Si hay víctimas, se infiere que hay perpetradores. Si bajo está concepción de las relaciones de poder no podemos hablar de víctimas, entonces ¿dónde quedan los perpetradores? Si nos enfocamos sólo en resaltar lo fuertes y empoderadas que somos todas las mujeres todo el tiempo y no hablamos de las opresiones de las que somos víctimas bajo el patriarcado, entonces ¿en qué contexto hablaremos del daño que nos causa?

Ser víctima de una opresión habla mal del opresor. La víctima de x opresión puede ser una joven estudiosa, una tía cariñosa, una cocinera mediocre, una trabajadora medio vaga, una amiga ambivalente, entre otras cosas. ¿Por qué asumimos que ser víctimas de un sistema al que le encanta victimizarnos, cancela todas nuestras otras identidades? En vez de negar que el daño que nos causa el patriarcado es real y que el patriarcado es el genocidio más largo de la historia, tratando de esconder sus opresiones bajo lenguaje (y solo lenguaje) empoderador, deberíamos utilizar esa energía para decirle a los perpetradores “No, no. La víctima pude haber sido yo, ¡pero el abusador eres tú!”

2. Esa idea de que “el trabajo sexual” no es ninguna opresión contra las mujeres y niñas, sino El Gran Empoderador porque nos permite ejercer “nuestro poder” sobre los hombres, es en el fondo enteramente misógino. Una vez una amiga que baila en la barra para pagar su tratamiento de cáncer me racionalizó que el verdadero poder lo tenía ella porque a los hombres se les salía la baba cuando la veían bailar y por tanto ella tenía total control de ellos durante el tiempo que ella tenía su atención y excitación sexual.

Sí, ¿pero, cuando se les baja la erección? Cuando se les pasa, son los hombres quienes siguen teniendo el poder político, económico, cultural y estructural de toda nuestra sociedad. El dinero que nos pagan por bailarles viene de un sistema financiero que ellos controlan. Las políticas que controlan nuestro cuerpo (desde nuestros derechos reproductivos hasta el impuesto que pagarán los tampones que nos ponemos) son dominadas por hombres. Y tristemente, son los hombres quienes tienen el poder histórico de decidir que esta noche sea la pelirroja ucraniana no la morena salvadoreña quien le “trabaje” sexualmente.

    Las políticas que controlan nuestro cuerpo (desde nuestros derechos reproductivos hasta el impuesto que pagarán los tampones que nos ponemos) son dominadas por hombres.

Argumentar que encontremos “poder” dentro de nuestro rol subordinado es la manera más sutil del patriarcado (como buen abusador al fin) de decirnos “Ay, ya no te quejes tanto. ¡Alégrate de que siquiera te presto atencion!”

“¿Por qué tanto miedo de llamar a alguien víctima?” pregunta Ekis Ekman. “¿Por qué es tan importante decir que gente prostituida no puede nunca, bajo ninguna circunstancia, ser víctima?”, porque, según explica, “convertir la palabra víctima en un tabú es un paso para legitimar divisiones de clase y las desigualdades de género”. Solo tras abolir el concepto de víctima, podemos crear a la persona invulnerable.

    Solo tras abolir el concepto de víctima, podemos crear a la persona invulnerable.

Para llegar ahí necesitamos 2 pasos:

1. Nos creemos el cuento de que la palabra víctima no es una relación de poder sino una característica o identidad personal. Entonces nos creemos el cuento de que “víctima” significa pasividad, debilidad y apatía. Hacemos de la palabra víctima (y de cualquier persona a quien se le asocie) una caricatura patética. Nadie entonces querrá que se le llame víctima ni tildar ninguna otra opresión como victimizante. La caricatura que hemos construido es tan patéticamente inactiva que cualquier cosa, desde mirar al otro lado mientras te viola un prostituidor hasta fumarnos un cigarrillo después de un acoso, representa un acto de resistencia. Esto sabemos que son estrategias de supervivencia y que no cancelan ni las opresiones anteriores ni el daño que conllevan. Pero como ya hemos determinado que víctima=pasividad absoluta y sujeto activo=literalmente cualquier actividad, entonces asumimos que en realidad las víctimas no existen.

2. Como lógicamente nadie (excepto quizás las personas que se encuentran en un coma) es “tan pasivo” como la caricatura que hemos inventado de la víctima, decidimos que el concepto de víctima deber ser remplazado porque es una falacia. “¿Cómo puede ninguna de esas niñas ser víctimas de nada si ellas aceptan el dinero que les pagan los hombres? ¿Aceptar dinero es un acto que te convierte en sujeto activo, verdad?” Esos análisis me recuerdan mucho a los argumentos que hace la gente que no entiende ni un ápice de cómo funciona la violencia. El argumento va en la misma línea de aquel otro que asume que a menos que te estén poniendo una pistola en la nuca y te estén amenazando con tirar del gatillo EN ESE PRECISO MOMENTO, entonces nada es obligado y todo tu lo haces por voluntad. Una línea que ignora completamente que el abuso y la opresión es muchísimo más multifacética y más insidiosa que eso. Una línea de pensamiento que nunca se ha enterado que la violencia psicológica es invisible, la manipulación emocional también y que la pobreza es tanto material como estructural y conlleva un poder de coerción latente.

Como no hay víctimas que satisfagan la nueva caricatura de pasividad en que hemos convertido la palabra, no hay perpetradores. Y como la víctima es “revelada” como un sujeto activo que toma las riendas de su vida, no hay entonces porque estar hablando de opresiones ni de abusos ni hacer análisis sistemáticos de la violencia. Son unas piruetas retoricas e ideológicas complicadas pero que sirven finalmente para revelar a la persona invulnerable.

“La persona invulnerable es la versión neoliberal del mito antiguo del esclavo fuerte, la mujer pobre extremadamente trabajadora, la “supermujer” negra, la mujer colonizada que no siente los latigazos ni los golpes. La historia está llena de ejemplos de cómo las condiciones de vida son reinterpretadas como características personales.” Durante la esclavitud colonial en los Estados Unidos era común que se exaltara las cualidades “sobrehumanas” de las esclavas y los esclavos.

    La supuesta fuerza y las cualidades supra humanas que se le asignan a la persona invulnerable son en el fondo una excusa para no tener que analizar las condiciones que la hacen necesitar dicha fuerza o aguantar tantas miserias. Es una táctica deshumanizadora.

La escritora Michele Wallace describe en su libro ‘Black Macho and the Myth of the Superwoman’ (El Macho Negro y el Mito de la Supermujer) cómo la mujer negra que tenía que sobrevivir dentro de varios sistemas opresores, fue convertida en una caricatura que la exaltaba, pero solo con el fin de negar las opresiones en sí. La mujer negra del imaginario “es una mujer de fuerza extraordinaria, con una habilidad inusual para tolerar el trabajo pesado y la miseria. Esta mujer no tiene los mismos miedos e inseguridades que tienen las otras mujeres, pero ella misma cree que es incluso más fuerte emocionalmente que la mayoría de los hombres.”

La supuesta fuerza y las cualidades supra humanas que se le asignan a la persona invulnerable son en el fondo una excusa para no tener que analizar las condiciones que la hacen necesitar dicha fuerza o aguantar tantas miserias. Es una táctica deshumanizadora.

Asignar a las adolescentes y niñas de Sudan del Sur la denominación de “trabajadoras sexuales” sonara muy bonito los círculos feministas más neoliberales, pero la realidad es que nos blinda de tener que hacer muchas preguntas. Preguntas verdaderamente incómodas: ¿Qué repercusiones físicas, emocionales y psicológicas desarrollarán las niñas y adolescentes al saber que los hombres de su comunidad ven sus cuerpos como objetos por los que pueden pagar menos de un dólar? ¿Por qué los hombres están explotando sexualmente de niñas que viven en tanta precariedad? ¿Habrá un contexto social que se lo permite? ¿Qué contexto geopolítico estará causando tantos conflictos internos en Sudán del Sur? ¿Tendrán algo que ver los intereses occidentales en este conflicto y será posible que de manera directa o indirecta estarán nuestros países exacerbando las condiciones que subyugan las niñas y adolescentes de este fotorreportaje?

    ¿Cómo hemos podido las feministas permitir que nuestro movimiento, un movimiento que centra la lucha de las niñas y mujeres, sea secuestrado por estas ideas que priorizan los intereses tanto del mercado como del mismo patriarcado?

¿Cuánto daño causará a largo plazo que esa rama del feminismo occidental tan nociva que insiste en hacer piruetas con el lenguaje y las teorías sin alterar las realidades materiales sea exportada y extrapolada a la máxima potencia en todas las esquinas y rincones de opresión imaginables? ¿en qué momento vemos niñas hablar del dolor de cabeza que les produce el hambre cuando lo que quieren es estudiar, y en vez de sentir empatía por su lucha, justificamos el sistema opresor que las considera “trabajadoras” serviles del patriarcado?

El feminismo es un movimiento que busca acabar con la violencia contra las niñas y mujeres y desmantelar el patriarcado. ¿Cómo hemos podido las feministas permitir que nuestro movimiento, un movimiento que centra la lucha de las niñas y mujeres, sea secuestrado por estas ideas que priorizan los intereses tanto del mercado como del mismo patriarcado?

Dice una de las adolescentes “Lo que encuentro más horrible es escuchar cómo todas las niñas han sido violadas. No hay nada difícil que una niña no pueda hacer… Sé que, si yo me levanto, todas las niñas también se podrán levantar…. (pero) las niñas son las que han sufrido más.”

Me parece que esta adolescente tiene muy claro su análisis feminista al priorizar en su recuento la importancia de nombrar la violencia por su nombre. ¿Le permitiremos que nos enseñe?

Fuente
http://tribunafeminista.org/2016/10/el-discurso-del-trabajo-sexual-es-el-triunfo-del-patriarcado-mas-neoliberal/




miércoles, 30 de septiembre de 2015

Las víctimas de trata con fines de explotación sexual: Una aproximación desde la Victimologí

Agrego a este blog extractos del trabajo “Las víctimas de trata con fines de explotación sexual:
Una aproximación desde la VictimologíaDavid A. Martínez y Cecilia D’Ovidio que si bien esta centrado en la trata de personas con fines de explotación sexual, perfectamente se puede aplicar a nuestro tema pues tal como venimos sosteniendo, prostitución y trata de personas son parte del mismo eje. Este tipo penal de la  trata de personas carecería de objetivo si no existiera la prostitución pues es el medio para proveer de personas sometidas a aquella.
En el texto fácilmente se puede reemplazar la palabra “trata” por “prostitución” sin que se altere el contenido ni los alcances del estudio. Es más, muchas veces el límite es indistinguible, sobre todo si consideramos que la gran mayoría de las personas en prostitución fueron captadas e iniciadas entre los 12 y 14 años, habiendo aún casos de menos edad.
Uno de varios puntos de coincidencia entre ambas calificaciones es la vulnerabilidad, la historia psicosocial de muchas de las personas en prostitución, aún de quienes dicen serlo por propia voluntad, nos muestra la existencia de este tipo de condición.
Por último vale tener en cuenta el concepto de víctima, que sigue los pasos dictados por las Naciones Unidas, que en su amplitud favorece exigir la intervención de los gobiernos para la restitución de derechos, otras definiciones permiten diversificar la mirada e incorporar otro tipo de víctimas más allá de aquellas que lo son con fines delictivos.
Alberto B Ilieff



Las víctimas de trata con fines de explotación sexual:
Una aproximación desde la Victimología
Por Esp. David A. Martínez (1)
Cecilia D’Ovidio(2)

Resumen
La trata de personas constituye uno de los tres delitos de criminalidad compleja que mayores ganancias genera en el mundo y representa un atentado contra libertad y dignidad humana. En nuestro país (Argentina) el ejercicio individual de la prostitución no se encuentra prohibido, pero si se sanciona penalmente la explotación por parte de terceros. La victimología nos revela que la probabilidad de convertirse en víctima de un hecho delictivo no se distribuye de manera homogénea en la población. La victimología sitúa a la víctima desde una perspectiva diferente al de la criminología clásica, en tanto que no la considera no como un objeto pasivo de la acción dañosa de un tercero. Las víctimas desarrollan conductas activas que asociadas a determinadas características del entorno y de la persona operan como facilitadores o precipitadores del delito.
Numerosas investigaciones han intentado establecer relaciones entre los perfiles de las víctimas y el tipo de delito padecido.
Los trabajos pioneros de Von Hentig y Mendelsohn apuntaron a establecer una tipología victimal basada en sus atributos psico-físicos de las personas. En la actualidad se considera un hecho establecido que los factores de riesgo y de vulnerabilidad se conjugan para configurar un riesgo aumentado de ser víctima del accionar criminal. Los factores sociales facilitadores de la trata están estrechamente relacionados con la sociedad de consumo y de un sistema de creencias y valores en el que el dinero y el mercado cumple el rol de articulador fundamental de las relaciones humanas, incluyendo lo que atañe a la vida íntima de las personas, el sexo y la libertad.

Palabras claves: Victimología. - Criminología - Trata de Personas - Explotación sexual.


1Psicólogo Forense. Universidad de Buenos Aires. Profesor de Estrategias de Intervención y Psicoterapias Universidad de la Cuenca del Plata.
2Estudiante de psicología. Becaria proyecto de investigación UCP.
 
Esta noche me emborracho. Agustín Riccardi
Introducción

La definición clásica de criminología la delimita como la ciencia que tiene por objeto de estudio al delito, el delincuente y la víctima. La victimología nace en el campo de la criminología para más tarde independizarse como una disciplina autónoma. El área de estudio de la victimología comprende los factores individuales y ambientales que intervienen en el aumento o disminución de las probabilidades de que una persona sea víctima de un determinado tipo de delito. En su desarrollo intervienen conocimientos y prácticas provenientes de campos tan diversos como la sociología, la psicología, el derecho penal y la propia criminología.
La noción de víctima comenzó a plantearse en la criminología con cierta centralidad recién alrededor de 1950, a partir de los trabajos pioneros de Benjamín Mendelsohn (Rumania, 1900-1998) y Hans Von Hentig (Alemania, 1887-1974). Este último escribe El Criminal y su víctima (The criminal and his victim) en 1948 en la que establece trece tipos diferentes de víctimas considerando los factores psicológicos, sociales y biológicos (Madriz, 2001:94).

La victimología sitúa a la víctima desde una perspectiva diferente al de la criminología clásica. Ya no se trata simplemente de una persona que sufre pasivamente la acción dañosa de un tercero, sino que comienzan a identificarse las conductas activas, los factores y características de la víctima que operan como facilitadores del delito.

La victimología nos ofrece un marco teóricoconceptual que nos permite abordar a las víctimas de
la trata de personas con fines de explotación sexual, desde la perspectiva de los factores individuales de vulnerabilidad (historia vital, pautas de autocuidado aprendidas, características de personalidad, etc.) y los fenómenos sociales y culturales que favorecen la captación de niñas y mujeres por parte de los tratantes y explotadores. Esta conjunción de factores y fenómenos se la conoce en la victimología con el término de victimogénesis.
El delito de trata convierte a las personas en una mercancía, cuyo destino es satisfacer una creciente demanda de mujeres y niños como objetos de satisfacción sexual. Esta configuración social y cultural se visualiza como uno de los más importantes.

Consideramos necesario aclarar, siguiendo a García- Pablos, que la victimología no implica ni un
encarnizamiento culpabilizador con la víctima como tampoco un intento de diluir la responsabilidad del infractor. En efecto, desde algunas posiciones ideológicas y académicas se ha criticado a la victimología por constituir un intento pseudocientífico de “culpar la víctima” (Ryan, 1971), de cargar sobre ella la responsabilidad del hecho dañoso. Valga un ejemplo para plantear los términos del debate: ¿si la víctima transita por lugares ‘peligrosos’ sin tomar los recaudos necesarios para protegerse de una potencial amenaza sería “culpable” de lo que podría sucederle?
A nuestro juicio, es un interrogante mal formulado pues sería como preguntarse si quien recibe la
descarga de un rayo es culpable de provocarla al caminar por un descampado en un día de tormentas. La pregunta por la culpabilidad no promete ningún hallazgo fructífero en términos de conocimiento, en cambio sí nos interrogamos por las propiedades de la electricidad y las propiedades conductoras del cuerpo humano y su relación, podremos comprender mejor el
fenómeno estudiado. Siguiendo con este ejemplo y dejando de lado la cuestión de la culpabilidad,
creemos que es válida la pregunta por el rol de la víctima en la génesis de los delitos.

Las pautas de autocuidado son aprendidas en etapas tempranas del desarrollo, y funcionan como filtros cognitivos y emocionales que facilitan u obstaculizan la identificación de un potencial peligro. Estas pautas modulan la reacción defensiva o de huida que desplegará el individuo.
La cuestión de las víctimas provocadoras o participantes, ha sido (y es) especialmente álgida
cuando lo que se analiza es el rol de la víctima en los delitos contra la integridad sexual (abuso de menores y violación). ¿Las víctimas “seducen” a sus agresores? ¿Incitan a los victimarios a cometer el delito? O bien, ¿Consienten el acto pues de ello obtienen alguna satisfacción inconsciente? Algunos autores han pretendido adjudicar la responsabilidad de la agresión sexual al propio niño o niña, argumentando que algunos menores victimizados manifiestan un “deseo anormal de obtener satisfacción sexual, y en consecuencia, de padecer traumas sexuales”. Este planteo fue sostenido por algunos psicoanalistas como Karl Abraham que afirmaba que ciertos niños son seductores, anhelan la seducción, la provocan y, el tono de la argumentación llega a sugerirlo:obtienen lo que buscan. Otros autores como L. Bender y A. Blau sostenían en 1937 criterios similares cuyos ecos teóricos siguieron resonando hasta épocas muy recientes entre algunos psicoanalistas, juristas, criminólogos y otros estudiosos del campo social como Weiss (1955), Revicth y Weiss (1962), Morh (1964), Gagnon (1965), Virkkunen (1981) y Slovenko (1971).
Respecto de este delicado asunto, coincidimos con la postura de Anna Salter, que dice que un niño que se involucra en contactos sexuales con un adulto, lo hace desde una posición de ignorancia, confusión, manipulación, temor o dependencia psicológica y creemos inapropiado en estos casos utilizar el adjetivo de “participante” o “provocadora”, si esto conlleva la suposición de que el niño buscó y continuó voluntariamente el acercamiento sexual (Véase Intebi, I. 1998 pp. 34 a 36). En la misma línea pensamos los casos de sumisión y explotación de la víctima de trata, bajo ningún concepto se podrá argumentar la culpabilidad de la víctima.

Sin perjuicio de lo señalado anteriormente, decimos que la victimología se asienta en el hecho irrebatible de que la víctima no es un objeto pasivo, sino un sujeto activo que contribuye -sin que ello implique necesariamente consentimiento-, muchas veces de una manera decisiva, en la génesis y en la materialización del hecho criminal. Idea que no es nueva pues Von Hentig ya la había planteado en 1941 con la interacción víctima-infractor como factor victimogenésico y que el derecho penal la asimila como victimodogmática [4].

En el caso de la trata de personas, el engaño urdido por el captador/reclutador en base a ‘imperdibles’ ofertas laborales y/o económicas, tiene su contraparte en una víctima para la cual dicho ofrecimiento es visualizado como una solución a su situación económica y familiar, aún al precio de desestimar los potenciales riesgos de aceptarla. Factores individuales como la inmadurez psicológica, la baja autoestima y un historial de vida signado por abusos y malos tratos, concurren para facilitar la labor del delincuente.

Mendelsohn y Von Hentig resaltan que la criminogénesis no depende de un sesgo antropológico y sociológico del criminal, sino de una compleja interrelación que se crea entre la víctima y el victimario, y en donde en ocasiones los roles suelen superponerse o confundirse (Miotto, 2009). El concepto de víctima surge así en el seno de una relación e interacción de un binomio compuesto por el delincuente y su víctima, o “pareja criminal”, pero además, debemos agregar a estos dos
elementos el rol de los espectadores o testigos de los hechos. En muchos casos la pasividad y silencio del entorno, habilita la acción criminal y aumenta la indefensión de la víctima.


Definición del concepto de víctima y sus clasificaciones

Para continuar con nuestro desarrollo consideramos necesario delimitar qué es una víctima. La
Organización de Naciones Unidas (ONU, 1985) define a la víctima como un sujeto pasivo que sufre
una acción dañosa de otro u otros seres humanos: “Se ha de entender por víctimas las personas que individual o colectivamente hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los Estados miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder. En la expresión víctima se incluye además, en su caso, a los familiares o personas a su cargo que tengan relación
inmediata con la víctima directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir para asistir a la víctima en peligro o para prevenir su victimización” Organización de las Naciones Unidas (Resolución 40/34, del año 1985). [5]

Cuando analizamos el caso de la captación con fines de explotación, no siempre es claro cuando se trata de una víctima individual o colectiva, en la medida en que la victimización recae principalmente sobre mujeres y niñas con determinadas características sociodemográficas. Tampoco lo es la delimitación de las causas y agentes de la victimización y la interacción entre ambos extremos, más allá de la posterior atribución penal de la responsabilidad en la comisión del delito.

Si nos apartamos de esta discusión, es posible definir a la víctima como aquella persona que experimenta subjetivamente con malestar y dolor una lesión objetiva de bienes jurídicos, delimitación que se alinea con la planteada por Von Hentig y otros (García-Pablos de Molina, Antonio, 2003). Esta definición de víctima no incluye a las víctimas que, siéndolo, no se auto-perciben como tales pues la condición de víctima es una construcción subjetiva a partir de elementos objetivos. Muchas de las jóvenes rescatadas de las redes de trata, al momento de prestar declaración ante los funcionarios públicos de seguridad, no se consideran víctimas sino trabajadoras sexuales y el hecho de ser liberadas de sus explotadores es vivenciado como una interferencia en su actividad ‘laboral’. Es tarea de los equipos profesionales, construir el lugar de víctima.

Mendelsohn por su parte, propone no identificar a las víctimas con las víctimas de delitos, así la
victimología se independiza de la criminología en la medida que no sólo se ocupa de las consecuencias del accionar criminal sobre las personas, sino que además extiende su campo de incumbencia a aquellas que sufren las consecuencias de otro tipo de hechos dañosos (accidentes, desastres naturales o medioambientales, etc.). Esta distinción es importante porque en el caso de la trata de personas se observa que las mujeres no sólo son víctimas en el sentido ‘criminológico’ sino también en sentido amplio, como lo sugiere Dadrian (citado por García-Pablos) que concibe a la victimología como el estudio de los procesos sociales a través de los cuales individuos y grupos son maltratados con la consiguiente generación de problemas sociales (6). En esta delimitación del campo disciplinar quedan incluidas aquellas víctimas que lo son del sistema económico y jurídico, o de los llamados delitos de cuello blanco como la corrupción política, los delitos financieros e  informáticos.


Brothel escene Weimar Berlin- Erich Schutz. 1923


Aprendizaje social y percepción del riesgo

Para entender la concepción de víctima desde el enfoque victimológico se debe tener en cuenta el
contexto y las pautas sociales de aprendizaje tal como la ha planteado en otros Albert Bandura (1962). Según su teoría de la conducta social, el individuo aprende durante su desarrollo las formas de desenvolverse en su entorno social-cultural por medio de imitación y de refuerzos positivos y negativos que vienen dados principalmente, a través de la familia, las tradiciones y de las instituciones educativas.

Una persona puede desplegar comportamientos que la exponen a diversos tipos de peligros y amenazas, entre ellas las provenientes del accionar delictivo. La percepción del peligro, como cualquier otra, es diferente en cada individuo y en cada comunidad, y determina los comportamientos dirigidos a eludirlo o neutralizarlo. Así encontramos que, para algunas víctimas, el peligro o amenaza contra su integridad fueron invisibles antes del hecho e incluso con posterioridad a sufrir la victimización.

La percepción diferencial del peligro y de las amenazas es el resultado de una construcción histórica, biográfica y social del sujeto y la comunidad. Del mismo modo la manera de afrontar las situaciones aversivas están atravesadas por los mismo factores. Las comunidades configuran escenarios en el que los actores identifican, dimensionan y jerarquizan determinados peligros y reaccionan ante ellos de un modo más o menos idiosincrático. Al decir de D. Orem (citado en Vega Angarita, O. & Gonzalez Escobar, D. 2007) el autocuidado es una actividad del individuo aprendida por éste y orientada hacia un objetivo. El objetivo es regular los factores que afectan a su propio desarrollo y actividad en beneficio de la vida, salud y bienestar.
Cuando una joven acepta una oferta laboral con la promesa de percibir un salario muy por encima de lo que recibiría por un empleo similar en su propia ciudad, comprometiéndose con un extraño a
abandonar su lugar de origen para trasladarse a una localidad diferente, las pautas de identificación de peligro (engaño, manipulación, etc.) y las de autocuidado (indagar la identidad del oferente, dar aviso a la familia, constatar con fuentes independientes, etc.) quedan determinadas por lo que subjetivamente la joven admite como un rango aceptable de riesgo en función de los beneficios materiales (dinero, vivienda, confort, etc.) o imaginarios y simbólicos
(reconocimiento, prestigio, etc.) que espera obtener de su conducta.

Despersonalización y desubjetivación.

En los crímenes económicos las víctimas son anonimizadas, es decir carecen a los ojos del infractor
de una identidad, de una historia, de sentimientos y personalidad. Como dice García-Pablos (7) su ausencia física, la falta de una relación personal y directa de la misma con el infractor, son datos que operan como poderosos mecanismos de neutralización o justificación. Este mecanismo de distanciamiento entre el infractor y su víctima, la racionalización de su conducta y la autoexculpación, se observa tanto en el caso de los tratantes como en los clientes de la prostitución, en estos últimos como una forma de salvaguardar el concepto de sí mismos desentendiéndose de la humanidad de quién es utilizado como un mero producto de consumo. Es
frecuente hallar en las declaraciones judiciales, expresiones como “yo sólo quería un poco de diversión”, “las chicas trabajan porque quieren”, “nunca me imaginé que esa joven podría ser víctima de trata”, etc.

 Estos procesos de anonimización de las víctimas, son complementarios y concurrentes a otros que tienden a la progresiva y paulatina desubjetivación. La subjetivación es un proceso psíquico complejo, que incluye tanto la biografía como las experiencias actuales, por medio del cual los seres humanos edifican de manera continua y dinámica su identidad.
De manera que “ser sujeto” no es algo que viene dado por el sólo hecho de tener una identidad jurídica, sino que deben acontecer un conjunto de hechos fundantes dadores de identidad, entre ellos y muy fundamentalmente el amor y cuidado parental en las primeras etapas de la vida, y los intercambios simbólico-lingüísticos en la vida adulta (Duschatzky & Corea, 2002 Pp. 72). La desubjetivación no es necesariamente el camino inverso de la subjetivación, en el sentido de una regresión involutiva hacia sus elementos constitutivos, sino como plantea Corea (Ob. Cit. Pp. 73) se trata de un modo de habitar la situación marcada por la imposibilidad, estar a merced de lo que acontezca habiendo minimizado al máximo la posibilidad de decir “no”, de hacer algo que desborde las circunstancias. Es una configuración psíquica resultante del desposeimiento de la capacidad de decisión y de asunción de responsabilidad, y en este sentido es una forma de alienación.

Clasificación de los tipos de víctimas
…..

Otras perspectivas

Otros criminólogos si bien no se han preocupado por clasificar a las víctimas en función de su rol en el consumación del hecho delictivo, tal como lo proponían los autores antes mencionados, si se han enfocado de la situación de la víctima y sus consecuencias. Hilda Marchiori (2008:141), la
prestigiosa criminóloga argentina, ha abordado la problemática en diferentes artículos señalando
siempre que el accionar del captador gira en torno a crear un estado mental en su víctima que le impida juzgar críticamente su situación y las “generosas propuestas” que le realiza. Sostiene que la figura perversa del reclutador conduce a la víctima a un estado de credibilidad, a una actitud de confianza, ofreciéndole ‘generosa y desinteresamente’ una solución a la situación en la que se encuentra la víctima. (pp.475)

Una vez descubierto el engaño y ya encontrándose en situación de explotación, la extrema vulnerabilidad (económica, jurídica, y psicológica) de la víctima, facilitan el accionar criminal puesto que aun pudiendo establecer contacto con sus familiares o allegados e incluso con las fuerzas de seguridad para requerir ayuda, algunas víctimas desisten y no lo hacen.
Algunas víctimas influyen sobre las otras para persuadirlas de la inconveniencia de solicitar ayuda, o coaccionarlas para aceptar su situación y desistir de cualquier intento de evasión. Por ello, el estereotipo que suelen propalar los medios de comunicación mostrando mujeres encadenadas o encerradas en habitaciones enrejadas, no siempre se corresponde con la situación real, pues el control que efectúa el explotador sobre sus víctimas apunta al doblegamiento psicológico tornando innecesarias las medidas físicas de impedimento de la libertad. De este dato se desprende que la trata de personas es fundamentalmente un delito que requiere para su comisión de la sumisión psíquica de la víctima y del agotamiento de cualquier atisbo de resistencia y defensa. Por este motivo, lo fundamental son los procesos de sugestión y aislamiento, persuasión,
manipulación, y finalmente la sumisión y la obediencia a un amo que, en no pocos casos, es considerado un “benefactor”.

Marie France Yrigoyen (2000:79) habla de la seducción perversa para dar cuenta del proceso de
dominación psíquica que efectúa el agresor. Dice “así el dominador puede llegar a apropiarse de la mente de la víctima, igual que un verdadero lavado de cerebro (...) la víctima queda literalmente
<<anonadada>>, se convierte en cómplice de lo que la oprime. En ningún caso se trata de un consentimiento por su parte, sino que ha quedado cosificada, se ha vuelto incapaz de tener un pensamiento propio y sólo puede pensar igual que su agresor”.

Eva Giberti (2014) sostiene como principal factor propiciador del delito de la trata de personas, a un fenómeno de mercado que sostiene una demanda constante de sexo pago, potenciado por la violencia de género, el desempleo, la pobreza y la discriminación, a la vez que le adjudica un lugar protagónico al Estado como productor de vulnerabilidades sociales. Dice “un Estado que se desentiende en tal situación se convierte en productor de desvalimiento para un sector de sus ciudadanos/as.” Giberti distingue un desvalimiento social del desvalimiento psíquico. Son dos dimensiones entrelazadas en la problemática de la trata. Respecto del primer tipo de desvalimiento va a decir que las víctimas provienen generalmente de sectores populares empobrecidos en las que permanecieron durante años esclavizadas o prostituidas. En el plano de las motivaciones Giberti sitúa al afán de lucro (ilegal) como un elemento clave para comprender el accionar criminal, y a las fallas en la constitución subjetiva en los primeros estadios de la infancia como punto de vulnerabilidad y desvalimiento psíquico en las víctimas. Giberti retoma a Freud (Inhibición, Síntoma y Angustia, 1926) cuando éste plantea que en el desvalimiento coincide un peligro externo con uno interno, es decir, un peligro realista y una exigencia pulsional que
desborda la capacidad de tramitación del aparato psíquico.

La vulnerabilidad de las víctimas

El diccionario de la Real Academia Española define como vulnerable aquel que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente. Por lo tanto la vulnerabilidad debe ser entendida como una capacidad de respuesta física y/o psicológica disminuida de un individuo o grupo, ante una situación adversa natural (v.g. inundaciones), social (desempleo) o criminal (violación, robo, etc.).

La vulnerabilidad desde la perspectiva social se la asocia a la pobreza y a los procesos de fragilización económica, a los desplazamientos forzados por cuestiones políticas o religiosas, a los desastres ecológicos-ambientales y a los enfrentamientos armados, por mencionar las principales causas. La vulnerabilidad depende de factores diversos, tales como la edad y el estado de salud, de las condiciones higiénicas y ambientales de vida, así como la calidad y condición de empleo, a las que debemos adicionar la historia personal y la capacidad de adaptación ante una situación de cambio que implique un desafío en términos de exigencia psicofísica.

Garcia-Pablos (Ob. cit., Pp. 137) distingue desde la perspectiva victimológica los factores de riesgo como aquellos atributos de la víctima que, desde la perspectiva del infractor, resultan atractivos y
convenientes para la comisión del delito (v.g. ostentación de bienes, conducta imprudente, etc.) de la vulnerabilidad o grados de vulnerabilidad (física, psicológica o socioeconómica) que preexisten al hecho delictuoso y modulan el alcance del daño. Esos factores moduladores pueden ser: a) biológicos (edad, sexo, estado de salud, embarazo, etc.) b) biográficos (estrés, victimización previa, antecedentes psiquiátricos, desarraigo, etc.), c) sociales (situación de empleo, recursos económicos, habilidades sociales, etc.) y, d) psíquicas (baja inteligencia, ansiedad, inestabilidad emocional, bajo locus de control).

De lo apuntado en el párrafo anterior se infiere que los factores de riesgos (predisponentes) y los factores moduladores de vulnerabilidad, pueden y regularmente son los mismos. En el caso de la trata de personas el nivel educativo alcanzado funciona, primero, como un factor de riesgo, en la medida que una mujer con bajo nivel de instrucción puede ser más fácilmente engañada con propuestas laborales poco verosímiles; segundo, como un modulador negativo de vulnerabilidad, pues una vez que el delito se encuentra en proceso, en este caso la captación y la posterior explotación sexual, una persona instruida tendrá más y mejores recursos cognitivos para afrontar la situación y eventualmente solicitar ayuda.

La vulnerabilidad de las víctimas y los factores que la determinan es uno de los temas centrales de la victimología. Asociado a este concepto se encuentra el de victimogénesis, término utilizado por
Ellemberger (1954), para definir el conjunto de factores que predisponen a ciertos individuos a
devenir en víctimas, que más arriba lo hemos señalado como factores de riesgo.

Existen factores objetivos entre los que encontramos a las situaciones criminógenas (ambientales,
urbanísticas, etc.), las características biológicas (edad, sexo y estado de salud) y carencias de las víctimas, estilo de vida, los estereotipos sociales, etc., estos factores influyen determinando que los índices de victimización no se distribuyan de manera homogénea en la población (riesgo diferencial), sino de un modo muy desigual entre los grupos y subgrupos. El medio social tiene una participación victimogénesica que tiene como base determinados prejuicios y percepciones de los grupos minoritarios, como los inmigrantes, los adictos, las prostitutas y los transexuales. En el delito de violación de una prostituta, por ejemplo, el victimario usufructúa los estereotipos e imágenes sociales ligadas al estilo de vida de las prostitutas, para autojustificar su conducta.
Podrá argumentar que se trata de una mujer que vende su cuerpo y por lo tanto no hay ningún
mancillamiento de su honor (negación de la víctima), o bien porque precipitó una conducta deseada (culpabilización de la víctima) o, también, porque su negativa era aparente (hecho consentido) o que se trató de una maniobra utilizada para inculparlo y perjudicarlo penalmente (conversión del delincuente en víctima).

El estilo de vida remite a las actividades cotidianas y de rutina, a las pautas de conducta y de autocuidado, que mantienen relación con dos elementos claves, a saber: a) la proximidad al riesgo y, b) la exposición al riesgo. Una persona que por sus hábitos y/o actividad laboral o de ocio tenga mayor contacto con extraños, por ejemplo, tendrá una probabilidad mayor de sufrir un hecho delictivo que aquella que permanece alejada o rodeada de personas conocidas. El estilo de vida no es un hecho cristalizado sino por el contrario, es dinámico y cambiante pues depende de la interacción simbólica del sujeto con su entorno y sus protagonistas, en el sentido que lo plantea el
interaccionismo simbólico (9) de Herbert Blumer, George Mead e Irving Goffman.
 
Prostíbulo de ciudad La Plata, Pcia Bs As. Foto diario El Día

Clasificación de los factores de riesgo y de vulnerabilidad

Los factores que ejercen influencia en la predisposición de ciertos sujetos a ser víctimas de delitos, pueden ser clasificados en dos grandes grupos: a) Los factores de riesgo, b) los factores de vulnerabilidad.

a. Factores de riesgo (víctima predispuesta, potencial o latente):

A. Situacionales: según el medio o hábitat de vida, (tipo de población, zona urbana o rural, nivel de seguridad ciudadana, etc.), la situación propiamente dicha de interacción entre el delincuente y su víctima potencial.

B. Biológicos: etnia, edad, y sexo.

C. Biográficos. Antecedentes psiquiátricos, abusos o maltratos, victimización criminal, abandono parental, etc.

D. Socioeconómicos: condiciones de empleabilidad y empleo, nivel de acceso a los sistemas de la seguridad social (salud, educación, etc.), nivel de ingresos y red de relaciones sociales.

E. Rasgos de personalidad: Ambicioso/generoso, sensible/agresivo, dependiente o autónomo,
confiado/suspicaz, sumiso/dominante, etc. (10)

F. Estilo de vida: hábitos de vida, rutina cotidiana, hábitos de consumo y formas de relacionamiento con el entorno social,

G. Medio familiar: maltratante.

b. Factores de vulnerabilidad (moduladores entre el hecho criminal y el daño psíquico emergente)

Estos pueden ser tanto psicológicos como situacionales, y toman un especial significado al
comportarse como moduladores positivos/negativos entre el hecho criminal y la vulnerabilidad de la víctima. Entre los factores de vulnerabilidad, encontramos:

- Los inherentes a la vulnerabilidad generalizada.
- Los biológicos como la edad y el sexo.
- Los referentes a la personalidad, tales como: hiperestesia (sensibilidad); hipertemia (expansividad); impulsividad (inestabilidad); ingenuidad (dependencia); nivel intelectual y ansiedad.
- Los sociales, como: económicos, laborales, apoyo social informal, roles, redes y habilidad.
- Los biográficos: victimización previa; victimización compleja y antecedentes psiquiátricos.

Aspectos socioculturales
Condenados a gozar: los imperativos de la sociedad posmoderna.

La sociedad de consumo opera en base a una lógica de intercambios en la que el dinero cumple el rol de articulador fundamental de las relaciones humanas. El dinero configura relaciones de poder y de dominación, y por lo tanto es un concepto social. Una cultura y una sociedad que impone como nuevo imperativo categórico el gozar constantemente tornando doloroso cualquier aplazamiento del placer. Por esta vía tanto los “clientes” como su víctima son, de manera persistente, estimulados a buscar y ofrecerse como objetos de satisfacción de otros. El sentido de la existencia se condensa en el instante de gozo que proporciona el adquirir, el poseer y el dominar; tan intenso como efímero el efecto del consumo exige renovar la experiencia para seguir existiendo.

La víctima del abuso sexual, de la esclavitud, del maltrato, es una persona degradada a la condición de objeto, algo material, un puro cuerpo que vale en función de su capacidad de producir una ganancia, de la cual es desapropiada. La víctima no es víctima, sino un bien fungible es decir aquello que se consume y extingue con el uso, y se reemplaza por otro bien de las mismas características. Esta reducción de la condición humana a la de mercancía, instala como regla de juego en los intercambios humanos a la legalidad del mercado. Así, entonces, hablamos de
“clientes”, “usuarios”, “servicios”, y fundamentalmente, “comprar” y “vender”.

Plantea Lipovetsky (1996 citado por Toro Castillo 2011:115) “vivimos en una sociedad postmoralista, puesto que obedece a los intereses personales, que no ordena ningún sacrificio mayor, donde prima la satisfacción hedonista”. Este discurso consumista, sostenido desde los medios de comunicación, de la publicidad y el mercado en general, ha naturalizado la adquisición de bienes como elemento central de la constitución subjetiva.

Bárbara Toro Castillo (2011) afirma que los medios masivos de comunicación condicionan y agrupan a las personas a acoplarse a estilos de vida hegemónicos, ejerciendo una acción homogeneizadora y de aplanamiento de la diversidad. La prensa, la radio, la televisión e internet han abarcado la realidad social como una verdad absoluta. Los medios masivos de comunicación se apoderan de los discursos sociales dando como resultado representaciones sociales aceptadas y legitimadas como verdad. Es en gran medida a través de los medios que los sujetos construyen las representaciones, los imaginarios colectivos, de lo que es ser hombre o ser mujer.
Venden, promocionan y propalan valores, imágenes y conceptos de éxito, de amor y de sexualidad. Produce el “sentido” de la vida cotidiana de todos los seres humanos.
Jean Kilbourne (11) puso en evidencia la relación entre la publicidad y las representaciones sociales de la mujer en distintos épocas del siglo XX. La agresión, el desnudismo y las escenas sexuales son usualmente utilizados por los medios de comunicación como un ornamento especial para agregar atractivo a los productos. A su vez el hombre también ha sido estereotipado en el transcurso de la historia, el varón ha sido enmarcado dentro de una imagen fuerte, agresivo, proveedor del dinero y del poder.
 
whiskería. Foto Diario Uno
A modo de cierre

Los aportes de la victimología nos permiten comprender de una manera diferente la interacción entre la víctima y el infractor. Diversos trabajos de investigación han demostrado de manera convincente que la persona que sufre una acción dañosa a manos de un tercero, no un objeto pasivo, puramente receptivo, sino que por el contrario es posible identificar conductas activas y características de la víctima que coadyuvan a la materialización del hecho criminal. Esta perspectiva se la ha cuestionado desde diferentes ámbitos por considerarla exculpadora del infractor transfiriendo parte de la responsabilidad o culpa a la víctima. Creemos que más allá de los posicionamientos ideológicos y doctrinarios, y de la fragilidad metodológica conceptual de las clasificaciones victimales existentes, la pregunta por el rol de la víctima en los casos de trata con fines de explotación sexual como factor facilitador es un interrogante válido y que, intentar dilucidarlo, arroja luz sobre la dinámica del fenómeno. Aproximarnos a la identificación de ciertas características y atributos comunes de las víctimas, es a nuestro juicio un aporte con vistas a la prevención y focalización de las intervenciones del Estado.

La trata, en tanto delito complejo, puede ser abordada desde diversas aristas y dimensiones. Al menos deberán considerarse, para una adecuada aproximación de este fenómeno criminal, las dimensiones individuales (aspectos psicológicos de la víctima y su relación con el victimario), la dimensión social (familia, condiciones de empleo, educación, acceso a la salud, etc.) y un plano histórico-cultural (valores, representaciones sociales, tradiciones, creencias, prejuicios, etc.).

La sociedad de consumo opera en base a una lógica de intercambios en la que el dinero cumple el rol de articulador fundamental de las relaciones humanas. La víctima es unpuro cuerpo que vale en función de su capacidad de producir una ganancia. Esta reducción de la condición humana a la de mercancía, instala como regla en los intercambios humanos, la legalidad del mercado. Así, entonces, hablamos de “clientes”, “usuarios”, “servicios”, y fundamentalmente, “comprar” y “vender”.

Una cultura y una sociedad que impone como nuevo imperativo categórico el gozar constantemente tornando doloroso cualquier aplazamiento del placer.
Este imperativo recibe poderosos refuerzos desde los medios masivos de comunicación, ejerciendo una acción homogeneizadora de la opinión pública y de aplanamiento de la diversidad subjetiva imponiendo determinadas representaciones sobre el mundo, la familia, la sexualidad, el ser hombre y el ser mujer.


4-El punto en el que se centra la victimodogmática es juzgar la contribución de la víctima en la consumación del delito y en cómo ello afecta la punibilidad de la conducta típica del autor.

5-http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/40/34&Lang=S

6Cfr. SANGRADOR, J. I,., La victimología y el sistema jurídicopenal, eit., págs. 65 y ss. citado por García-Pablos (ob. cit.)

7-Ob. Cit. Pp. 131

9-Enfoque teórico dentro de las ciencias sociales que analiza la significación de las acciones desde una perspectiva ecológica, es decir, considera las interacciones comunicacionales en un determinado entorno real y simbólico.

10-Raymond Cattel (1905-1998), el reconocido e influyente psicólogo británico, sostiene que la personalidad y sus rasgos particulares son lo que permite predecir cómo se comportará la persona ante una situación determinada. Los rasgos pueden ser temperamentales (alto grado de heredabilidad), dinámicos (aspecto motivacional de la conducta) y actitudinales o de habilidad (para afrontar y superar situaciones complejas).


11- Jean Kilbourne (1943- ) es doctora en educación (Universidad de Boston) es autora y directora de cine reconocida internacionalmente por su trabajo en la imagen de la mujer en la publicidad y sus estudios críticos de la publicidad del alcohol y el tabaco.


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