La
postmodernidad proxeneta
per Sylviane Dahan
Vocal de Mujeres y Derechos Civiles de la
FAVB (Federación de Asociaciones de Vecinas y Vecinos de Barcelona)
Original en Público (27/02/2014)
Asistimos desde hace unas semanas a una
intensa campaña a favor de la normalización de la prostitución. Y de modo muy
llamativo en Catalunya. Independiente o no – a banqueros y grandes empresarios
eso de la autodeterminación no les hace ninguna gracia -, el país que proyectan
nuestra élites dirigentes incluye la prostitución como importante “nicho de
negocio”. Pero su expansión no es posible sin una previa aceptación social. Y
en eso estamos: reportajes machacones en TV3, artículos y entrevistas en los
diarios de mayor difusión… Todo ello coincidiendo con el Congreso de Telefonía
Móvil, momento álgido en el consumo del sexo de pago en la ciudad.
Los argumentos de los lobby partidarios de
las industrias del sexo nunca carecen de imaginación ni cinismo, y se adaptan a
todas las circunstancias y a todos los públicos. No por ello dejan de ser
deleznables. Así, hemos oído a la enésima “prostituta libre y feliz” contando
lo bien que se gana la vida; nos han presentado una academia para aprender “el
oficio de puta”, uno de cuyos requisitos sería “el gusto por el sexo”; nos han
anunciado el nacimiento de una cooperativa de mujeres prostituidas
auto-organizadas (cooperativa, eso sí, gestionada por un hombre); nos han
explicado que, renunciando a “moralismos”, debíamos entender que en tiempos de
crisis la prostitución devenía una opción para las mujeres. (Por lo visto,
algunos cargos públicos del PP traducen ya esa “opción” en senda invectiva). Y,
por si hiciera falta dar a todo esa operación publicitaria una pátina de rigor
científico, hemos visto salir a la palestra una antropóloga como Dolores
Juliano, tratando de convencernos de que, mientras que los hombres se muestran
proclives a la violencia, la prostitución constituye una “estrategia de
supervivencia” propia de las mujeres. ¡Cómo si esa “estrategia” resultase de la
naturaleza femenina o del libre albedrío de las mujeres… y no de la estructura
patriarcal de la sociedad y de la violenta dominación de los hombres!
Uno de los elementos clave de este tipo de
campañas consiste en erigir como portavoces y representantes de las mujeres en
situación de prostitución a ONG que trabajan con ellas – recibiendo
subvenciones y ayudándolas a sobrellevar su prostitución, pero no a salir de
ella – y a pretendidos “sindicatos” donde apenas hay mujeres, que nunca han
negociado una relación contractual, pero que son ampliamente mediatizados. Toda
esa abigarrada y ruidosa constelación, manipulando aquí y allá a un puñado de
mujeres como ariete contra el feminismo abolicionista, contribuye a silenciar a
una abrumadora mayoría de ellas, violentada y explotada. Hay que reconocer que,
en su empresa normalizadora, las industrias del sexo han desarrollado una
extraordinaria habilidad para hablar a cada cual en el lenguaje que le gusta
escuchar – y que tranquiliza su conciencia. A la izquierda le hablan de
sindicalismo y conquista de derechos. A las feministas, de autonomía personal y
derecho al propio cuerpo. A los movimientos alternativos, de cooperativas. A
los liberales, de responsabilidad individual. A los gais, de libertad sexual.
La aceptación de la prostitución se vende con envoltorios adecuados a cada
público. La intelectualidad postmoderna, que ha perdido cualquier horizonte de
progreso social para la humanidad, ha aportado a los grandes proxenetas un
precioso arsenal terminológico.
Al cabo, sin embargo, se trata de un
comercio entre hombres en el que la mujer, deshumanizada, se convierte en una
mercancía. Y eso es lo que, por encima de todo, se pretende enmascarar. Lo
característico de estas campañas y sus múltiples argumentos es la ocultación del
proxeneta y del “cliente”. Todo recae en las mujeres. Ellas son responsables de
su prostitución. Es su opción o su desgracia. Pero, en cualquier caso, es su
problema: que nadie las “victimice”. He aquí otra vuelta de tuerca en la
perversión del lenguaje. Quienes hunden a las mujeres en la prostitución, se
erigen en defensores de su autonomía e intentan levantarlas contra las
abolicionistas: “No queremos ser víctimas”. Nadie quiere serlo. Pero víctima es
una situación, no una identidad. Somos víctimas de muchas injusticias, de
explotación y opresiones múltiples. No por ello somos seres inertes, incapaces
de rebeldía. La revuelta comienza justamente con la toma de conciencia de la
opresión y la identificación del opresor. Proclamando que las mujeres prostituidas
no quieren ser víctimas, los partidarios de su prostitución ocultan en realidad
a los verdugos y las conducen a un callejón sin salida.
La prostitución no puede abordarse como una
casuística, tantas veces manejada de manera tramposa a través de la distinción
entre “prostitución libre” y “forzosa”. Se trata de un problema de sociedad, de
modelo. Una sociedad que admite la prostitución como “trabajo sexual” certifica
una relación de desigualdad estructural entre hombres y mujeres – que a todas
ellas, sin excepción, afecta. Tal aceptación hace que todas las mujeres sean
susceptibles de ser prostituidas: se trata, simplemente, de fijar su precio.
Desde ese punto de vista, nada relevante distingue a una antropóloga
postmoderna de los centenares de muchachas chinas de los burdeles domiciliarios
del Eixample o de las chicas rumanas que esperan en una esquina del Raval. La
primera “piensa la prostitución” como un trabajo – pero es siempre un trabajo
para otras, cuya “cultura” las predispone para abrazar tal estrategia. En el
fondo del relativismo cultural tan característico de la postmodernidad late el
racismo. En el fondo de su amoralismo, la pulsión irrefrenable del
neoliberalismo que lleva al sistema a rebasar todas las fronteras, a
transformarlo todo en mercancía.
La prostitución, como negocio
multimillonario levantado sobre la explotación de las mujeres y la negación de
su humanidad, representa la simbiosis perfecta entre patriarcado y capitalismo.
Que nos perdonen sus escandalosos voceros. Más que nunca, queremos para nuestro
país el modelo nórdico, solidario y respetuoso con las mujeres prostituidas y
defensor del derecho a no serlo, implacable con proxenetas, beligerante con los
“clientes”. La lucha se anuncia cerrada y extremadamente dura. Por un lado como
por el otro, hay mucho en juego. Si el feminismo y la izquierda no despiertan,
nos convertiremos en el mayor prostíbulo del sur de Europa. Y eso alejará
cualquier perspectiva real de progreso social o emancipación.
Fuente
http://acciofeminista26n.wordpress.com/2014/02/27/la-postmodernidad-proxeneta/
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