Este artículo si bien se refiere a la
tortura en general, puede ser perfectamente aplicado y casi sin salvedades a
los casos de prostitución-trata de personas.
Las personas que
son prostituidas al igual que las que son víctimas de trata viven varias veces
por día y todos los días del año la destrucción de su integridad como personas
al ser convertidas en un simple objeto de satisfacción ajena ya fuere sexual o
económica (prostituidor, proxeneta, tratante y demás componentes del sistema
prostituyente que se benefician)
La práctica en sí
misma, con independencia del modo en que se ha accedido a ella o se continúa su
ejercicio, constituye un acto degradante, siendo el acto del pago la coronación
de la humillación al poner un precio a una persona, a su cuerpo, precio que por
elevado que pudiera ser -que no lo es en absoluto- nunca podrá cubrir lo que la
dignidad y humanidad valen como tampoco el daño que provoca.
Así como el
detenido torturado es capaz de autoculparse, como un mecanismo de defensa ante
la violencia del medio, las víctimas de prostitución-trata de personas pueden
llegar a no reconocer su situación y acusarse a sí mismas de haber elegido esa
situación y exculpar a sus proxenetas y tratantes. Este mecanismo les da una
ilusión de seguridad y de dominio sobre su vida que les permite no derrumbarse.
Dentro de la impronta cultural de la
tortura y como un elemento importantísimo en el derrumbe de la autovaloración
positiva y por lo tanto, del respeto hacia sí misma, figura el estigma social
sobre la persona en prostitución. Este factor es usado por los proxenetas para
la destrucción de la personalidad hasta lograr el sometimiento mostrando que no
hay salida posible y que la prostitución es un destino fijado. Es por este
motivo que les reglamentaristas se oponen a hablar de situación de
prostitución, o de personas en prostitución o prostituidas, ya que sostienen la
idea de la prostitución como identidad.
Para el proxenetismo se “es” prostituta/o, “una vez prostituta, siempre
prostituta”.
Recordemos, sumado a todo esto, que la mayoría de las personas fueron prostituidas tempranamente, entre los 12 y 16 años, cuando su cuerpo y mente se hallaban en plena transformación.
La lectura de este artículo nos acerca a
lo no dicho, a lo que no se quiere ver del mundo de la prostitución.
Alberto B Ilieff
Las
personas que han sufrido una tortura deben ser capaces de reconstruir los
hechos para convivir con el trauma
20 febrero, 2017
MADRID, 20 Feb. (EUROPA PRESS) –
Las personas que han sufrido un episodio de
tortura deben ser capaces de reconstruir un relato de lo que les ha pasado para
evitar que reaparezcan los recuerdos de lo vivido y poder aprender a “convivir”
con ese trauma.
“Es una batalla para reconstruir a la
persona que se rompió con la tortura, a partir de los ejes que determinan su
posición en el mundo”, ha reconocido en una entrevista a Europa Press el
psiquiatra Pau Pérez Sales, del Hospital Universitario La Paz de Madrid, que
acaba de publicar el libro ‘Tortura Psicológica. Definición, evaluación y
medidas’.
Este experto, que desde hace décadas
trabaja en el apoyo a víctimas, reconoce que las técnicas contemporáneas de la
tortura son “muy psicológicas” lo que, además, también permiten proteger al
torturador.
En parte, ha reconocido Pérez Sales, porque
“la sociedad actual no tolera brazos rotos ni otras secuelas físicas”, de ahí
que ahora se trabaje más en la degradación o humillación de la persona,
exponiendo a la víctima a “entornos torturantes” en los que “se intenta
destruir en mayor medida a la persona”.
Ante esta situación, el tratamiento de las
personas que han sido torturadas pasan por una primera parte en la que hay que
intentar que sean capaces de “establecer un espacio de seguridad mínimo”.
RECUPERAR
SENSACIÓN DE SEGURIDAD
“Las personas que han sido torturados viven
con miedo, permanentemente asustados y con reacciones de alarma, por lo que
deben recuperar sensación de seguridad”, según este experto.
El siguiente paso es ayudarles a elaborar
una secuencia ordenada en el tiempo de lo que pasó, ya que las víctimas suelen
confundir pasado con presente, tienen recuerdos vagos, ‘flashes’, y eso les
hace vivir aterrorizados, admite.
Por ello, según Pérez Sales, hay que
“reconstruir un relato que la persona se pueda contar a si mismo” sobre lo que
ocurrió, “sin entrar en pánico o angustiarse”.
“Es necesario poder en algún momento ser
capaz de contarlo todo, no a otra persona pero si a uno mismo, ser capaz de
contar los hechos, reconstruirlos con un hilo narrativo. Si no, no desaparecen
los miedos”, ha explicado.
Además, la última fase del tratamiento
busca que la víctima recupere la confianza que ha perdido en el ser humano y en
uno mismo. “Uno piensa cómo puede haber personas así, y también hay dudas sobre
uno mismo, porque te hace ver como una persona débil, y esto hace que muchas
personas sean incapaces de reconstruir un proyecto de vida a partir de la
tortura”, según lamenta.
Por ello, hay que conseguir que aprenda a
convivir con ese trauma sin borrarlo, asumir que “la experiencia ha cambiado tu
forma de ser, y la manera de ver el mundo y a uno mismo”.
LA
HUELLA DE LA TORTURA ES CULTURAL
En lo que respecta a los tipos de tortura
que más huella dejan, este experto reconoce hay un hay un componente cultural
que determina qué método resulta “más demoledor”.
Así, hay estudios con musulmanes que salieron
de la cárcel de Guantánamo que muestra como, de todas las situaciones horribles
que vivieron (ahogamiento, palizas o situaciones de aislamiento), el método que
dejó más secuelas fue mantenerlos desnudos para hacer los interrogatorios,
sobre todo si lo hacían delante de una mujer.
“Eso tiene que ver con la humillación que
eso supone en el mundo árabe, donde el hombre no se desnuda. Eso y el miedo a
perros, porque en los países árabes no hay perros”, ha reconocido Pérez Sales.
En cambio, un estudio en País Vasco con 200
personas que habían estado incomunicadas a las que también habían sometido a
todo tipo de métodos y malos tratos demostró que lo más duro para ellos fue la
amenaza a la familia. “A mí me pueden hacer lo que sea, pero en el momento que
hablan de tus padres o tu hermana, la gente pregunta qué había que hacer o
dónde hay que firmar.
FALSAS
CONFESIONES O ERRÓNEAS
No obstante, Pérez Sales también reconoce
que la situación límite a la que se exponen las personas torturadas también
lleva a algunos a acabar autoinculpándose o reconociendo un hecho que, en
realidad, no han cometido.
“Estudios Estados Unidos muestran que hasta
un 20 por ciento de gente que confiesa delitos graves, como matar a su hijo o
su pareja, ha mentido fruto de un entorno torturante. Llevado al extremo, la
posibilidad de que uno acabe reconociendo lo que el otro quiere que reconozca
es muy alta”, según admite.
Asimismo, rechaza también que las torturas
físicas sean eficaces ya que hay estudios que muestran que, cuando alguien es
golpeado o es sometido a muchas lesiones, se producen fallos de memoria o
recuerdos distorsionados que hacen que la información no sea fiable.
E incluso hay modelos de simulación de
interrogatorios que muestran que, cuando se presenta un dilema, “la información
que se ofrece es menor y de peor calidad que la que se obtendría de un diálogo
normal entre dos personas”.
“La tortura no es eficaz, aunque sea muy
peliculera y dramática”, según admite este experto, lamentando que el cine ha
banalizado estas prácticas hasta el punto de que pueden hacer que muchos las
justifiquen en determinados casos. Pese a que, como asegura citando la serie
’24’, “un Jack Bauer en la vida real en realidad lo estropearía todo”.
Fuente
http://www.psiquiatria.com/psicologia/las-personas-que-han-sufrido-una-tortura-deben-ser-capaces-de-reconstruir-los-hechos-para-convivir-con-el-trauma/?utm_source=boletines+psiquiatria.com&utm_campaign=a292e69e3f-EMAIL_CAMPAIGN_2017_02_20&utm_medium=email&utm_term=0_89ad673455-a292e69e3f-69416377
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