CONSUMO de MUJER
Las mujeres en situación de
prostitución
Magdalena Gonzalez
Por Agosto 2005 - Publicado en
Mientras
cursaba la escuela secundaria visité por primera vez, junto con una
profesora y un grupo de compañeras, el hospicio de mujeres de Lomas de Zamora.
En un momento dado, me entretuve hablando con algunas de las internas y,
cuando quise volver a reunirme con mi grupo, ellas me señalaron un atajo.
Así me encontré atravesando lo que después supe era el pabellón de
mujeres que habían estado en situación de prostitución. Me llamó la
atención la gran cantidad de mujeres que había en ese pabellón. Cuando le
pregunté al Director por qué esa cantidad me contestó “Son muchas por las cosas que les
hicieron y les hicieron hacer”.
En ese momento fui testigo del costo
de esa forma de vida. Lo innegable era la destrucción que para estas
mujeres había significado. También me pareció innegable su padecimiento. ¿Qué
acontecimientos pudieron haber producido un daño tan profundo como extenso?
Cuando ya estaba trabajando como
psicóloga, a partir del relato de pacientes que atendía en el consultorio y
en el hospital - tanto varones como mujeres- pude conocer en muchos
casos, bajo múltiples formas de manifestación, las inequidades de género en
nuestra cultura, y, entre otras fundamentales, la apropiación masculina
del cuerpo de la mujer.
SEXUALIDAD-VIOLENCIA-DOMINACIÓN
Es
sabido que en nuestra cultura hay una ideología instalada que
valora como emblemas de la masculinidad atribuciones de coraje, decisión,
iniciativa y poder sobre el otro/a. Por este motivo, los sentimientos y
representaciones de temor, incertidumbre, humillación, sensibilidad, ternura
que puedan tener los varones, son reprimidos e inhibidos o
les producen vergüenza si llegan a hacérseles concientes.
Al ser inhibidas, estas posiciones son exhibidas en una “inexistencia” o
“dificultad de expresión” como modalidades de carácter y blasones de virilidad.
De cualquier modo estas viscicitudes de los sentimientos son transformadas
frecuentemente en violencia que se actúa en diversos ámbitos, uno de los
cuales es el doméstico donde una de las formas habituales de descarga,
son las relaciones sexuales como actuaciones de mandatos inconcientes o
creencias concientes que relacionan la frecuente actividad sexual con la
valoración de una supuesta virilidad y por lo tanto una reafirmación de
potencia.
Este equívoco es facilitado y
sostenido por el prejuicio de una necesidad perentoria de la actividad sexual
masculina. Se trata en realidad de la descarga de ansiedad no reconocida como
tal y podemos afirmar que mientras se sostenga esta estructura, el varón
quedará impedido de contactar con sus propios sentimientos y sus
representaciones inconcientes, no conocidos por él y, por lo tanto, no
elaborados.
Junto a la valoración de esa supuesta
virilidad, en el trabajo con los analizandos encontré que se da por descontado
que sus mujeres están en función de “satisfacer esa necesidad” y deseosas de
hacerlo algunas veces, independientemente del deseo sexual de ellas,
como expresión conciente o inconciente del dominio que ejercen los varones.
Esta necesidad sexual masculina a la
que se le atribuye el carácter de apremiante, inaplazable, es el imaginario
social uno de los motivos que justifica el prostituír a las mujeres.
Esta falta de desarrollo en la percepción de los propios deseos y las fantasías
que los soportan, así como a sus sentimientos y este hábito de descarga de los
sentimientos displacenteros, impide que se los elabore apropiadamente para el
desarrollo de la persona. Y continúa la repetición. Y se sigue reforzando la
conducta, contribuyendo a la reproducción cultural de las asimetrías de género.
Lo mismo ocurre con los sentimientos
de violencia. La violencia padecida por el varón, cuando se la inflige
otra persona o él está ante diversas circunstancias de impotencia, deriva
también hacia el sexo violento por esa vía de descarga ya instalada.
Por parte de la mujer, en no pocos casos, existe una falta de
apropiación de su cuerpo y de su sexualidad. Estas dos condiciones, generadas
desde la cultura, formadoras de la intimidad del psiquismo de las personas,
permiten la apropiación indebida por parte del hombre. Dicha
apropiación se incrementa por la fantasía inconciente masculina que da como
supuesto un goce femenino en el sufrimiento y por la fantasía del amor como equivalente de
la sumisión
Esta falta de apropiación de la mujer
de su cuerpo y de su sexualidad, impide un buen proceso de autonomía como
persona dando lugar a un Yo frágil e indefenso, con el permanente temor a la
pérdida del afecto del otro y el temor a la pérdida de la relación.
Asimismo, la enajenación de su sexualidad la ubica en una situación de
vergüenza: tradicionalmente no era bien vista como mujer si no hubiera
respondido a los requerimientos de su marido. Fácilmente se instala aquí
la idea de la prostitución en una pareja, cuando un hombre le dice a su mujer “Si
no encuentro satisfacción en mi casa la voy a buscar afuera”.
Este
tipo de subjetividad inducida en las mujeres por el patrón cultural, produce el
sometimiento: la mujer accede al requerimiento del marido sin participar del
deseo ni de la posibilidad de disfrutar de la relación sexual; finge agrado
cuando en realidad estas relaciones sexuales son vividas como actos
coercitivos. No debemos olvidar que la patología de la sexualidad en
nuestra cultura, al estar jugada sobre el eje del dominio, hace que el
victimario, violento desde la misma apropiación, vaya empobreciéndose como
persona y transformándose, en parte, en dispositivo destructivo de ambos.
Mediante una continua manipulación de los sentimientos de la mujer la lleva al
convencimiento de que ya no podrá modificar su situación.
En muchas familias la violencia
se expande aún más, apareciendo grados que implican cualitativamente efectos de
mayor denigración y peligrosidad lo que se exacerba aún más cuando se agregan
el alcoholismo y la drogadicción. Como es sabido, uno de estos grados
es el maltrato corporal donde las mujeres y los hijos sufren
restricciones, amenazas, extorsiones y golpes. Escalando en la violencia se
llega a la violación, al abuso sexual infantil intrafamiliar y al grado mayor
que es el asesinato de las mujeres o los chicos a manos de sus maridos o
padres.
En
este crescendo de situaciones que producen humillación, vergüenza y muerte, las
víctimas tienden a creerse cómplices de la violencia para tolerar
psicológicamente semejante inermidad. Por lo tanto, es claro el daño que
producen estos hechos traumáticos tanto en la sana evolución del narcisismo
como en los sentimientos de esperanza y en la confianza en las propias
realizaciones. Esto se produce debido a la disociación
y a la falta de simbolización, procesos de los que hablaremos más adelante en
este artículo.
En las investigaciones
realizadas, encontré que en la gran mayoría de los casos, las mujeres en
prostitución provenían de familias donde se vivían situaciones de violencia.
Transcribo acá textualmente uno de ellos:
Lily:
“Mis padres son testigos de Jehová, fueron siempre muy reprimidos, cuando
éramos chicas a mí y a mi hermana nos castigaban siempre corporalmente.
Hice la primaria, en 4to. año de bachiller me bautizaron en la religión de
ellos en un estadio de football lleno de gente.
Luego
comienzo a estudiar el profesorado de comunicación de los sordomudos porque mis
padres querían que hiciera eso, a los 8 meses me rebelé, no estudié más y les
planteé que quería ser una chica como las demás, con un jean, los ojos un poco
pintados, nada del otro mundo. Comenzaron las discusiones todos los días y mis
viejos siempre metiendo a Dios en el medio. Mi viejo me echó, me hice un bolso
y cuando entré a la pieza de mi vieja le dije: “no te olvides que soy tu hija”
y me contestó que me dejaba en manos de Dios.
Viví
un mes en un auto abandonado por Flores, hasta que me rajaron los vecinos,
entonces una noche en la estación de Once, una prosti de madrugada se sienta al
lado mío y me da una factura (hasta ese momento me alimentaba de la basura de
las hamburgueserías y pizzerías de Lavalle). Empecé a hablar con ella,
me llevó al hotel donde estaba, ahí me hizo bañar, me dio de comer y dormí en
una cama. A la semana yiraba en la calle con ella. Me levantó la cana,
estuve en el departamento de policía una semana y mis viejos ni aparecieron,
cuando por fin salí, me fui a laburar a un sauna”
Lily ha
vivido diferentes tipos de violencia por parte de sus padres: violencia
corporal; el acoso del control en vez de la protección; la imposición para
estudiar algo que no entraba en sus proyectos de ninguna manera, aunque como
metáfora aludiera a la falta de comunicación en la familia. Y cuando plantea a
sus padres su anhelo de ser una chica como las demás, ellos consuman uno de los
actos más temidos para cualquier joven: la expulsan del hogar donde ella había
sentido la única protección, ya que no tenía vínculos afectivos importantes
fuera de su casa por la actitud excluyente de sus progenitores.
El mundo externo había sido mostrado
por sus padres como sumamente peligroso y no había sido preparada para
subsistir fuera de su casa. La sociedad repite la misma violencia cuando
no le permite permanecer en el único lugar que había conseguido y no la provee
de algo mejor. La mujer en prostitución que la ampara le ofrece lo que
ella tiene, su casa, su comida y su práctica. Esta fue la “posibilidad de
elección” de Lily.
EL
RECLUTAMIENTO
En
todos los casos estudiados, estas mujeres realizaron sus “elecciones” ya desde
la niñez, condicionadas por situaciones externas e internas. En este sentido,
es decisivo el enlace que realizan con el mundo de la prostitución los
reclutadores, personajes claves del ámbito del proxenetismo, ya que la enorme
mayoría de las mujeres que llegaron a la situación de prostitución son
inducidas, cuando no obligadas, por ellos.
En algunos casos el que inicia a la
joven- se trata de niñas o jóvenes menores de edad- es el propio padre o
la madre. En América Latina hay un dicho atroz por parte de algunos hombres : “Donde hay hembras no hay hambre” .
Obviamente se las hace cargo, desde tempranísima edad, de la enajenación total
de su persona para conseguir el sustento de sus padres y de sus hermanos
varones con ese uso explotador y tiránico.
Otro tipo de reclutador se hace
el novio y, entre seducción y presión, les pide que “atienda algún amigo”, o las conecta con un
prostíbulo. También puede reclutarla una mujer en prostitución al encontrarla
desprotegida: me estoy refiriendo a las especialistas en captar mujeres para el
sistema de la prostitución. En el caso de Lily no se trata de una reclutadora
por motivos de beneficio personal, aunque de todos modos se produce el ingreso
al sistema.
Se agrega otro tipo de reclutador en
el ámbito de las Discos o lugares donde se toman copas, quien le sugiere a la
joven seleccionada que hay un tipo interesado por ella deseoso de invitarla a
salir. Es común que estas jóvenes reciban regalos importantes, participen de
fiestas, etc., sintiéndose muy halagadas por sus clientes, a los que ellas no
reconocen como tales. Sin que ellas lo sepan, también se les sacan fotos
manteniendo prácticas sexuales.
Cuando ellas toman conciencia de esta situación
y quieren retirarse, estas fotos serán usadas como extorsión para ser mostradas
a sus familias. Algunas de estas jóvenes mantendrán esta doble vida bajo
terror. Otras encontrarán el suicidio como única salida.
De
la misma manera que las víctimas de otros tipos de violencia, las mujeres en
situación de prostitución, como ya dijimos, también tienden a creerse
cómplices de la violencia para tolerar psicológicamente semejante inermidad.
Confunden su situación de víctima con “no haber valido nada” ya
desde antes de que las ingresaran a esa situación o antes del abuso
sexual, y justifican esas vejaciones infiriendo que la violencia y el
abuso son consecuencia de lo poco que valen. Por un lado, esto se debe a
la desvalorización que se les ha venido transmitiendo desde la infancia y, por
el otro, les permite tener de sí una imagen menos desvalida suponiendo ellas
que han tenido alguna responsabilidad en lo sucedido.
A su vez, el proxeneta ejerce una
acción de objetivación, es decir que realiza una negación de la persona
por medio de la cual no se le reconoce la posibilidad de pensamiento, decisión
ni sentimiento atribuyéndose él, omnipotentemente, el poder de disponer de la
mujer según su conveniencia, a su arbitrio, justificando de esa manera
cualquier acción contra ella. Esta objetivación es una de las acciones
más destructivas contra estas mujeres ya que les niega su condición humana.
Tanto el cliente como el proxeneta, en muchos casos dan por supuesto
que la disponibilidad de la mujer es absoluta y su poder sobre ellas
también. Resulta claro que semejante exigencia por parte del
prostituyente lleva a la servidumbre sexual y a la esclavitud.
El aspecto económico es un
determinante clave en la apropiación que los proxenetas realizan sobre la persona
de las mujeres pues, si estas mujeres se liberasen, ellos perderían su
“mercadería” y, a veces, el intento de salida de ellas está penado con la
muerte. Frecuentemente estos casos de asesinatos no son resueltos por la
justicia. Finalmente, debemos recordar que el proxenetismo está avalado
por los organismos de poder.
El
IMAGINARIO SOCIAL
Considero
que la prostitución es abuso porque la mujer no elige libremente sino que llega
a eso, a veces, para no morir de inanición, otras, porque se la convenció
de que es para “lo único que sirve”, o bajo amenaza, o por manipulación del
proxeneta, o por secuestro, o por mandato inconciente. Por ejemplo, una de las
madres de estas mujeres le dice a su hija “acá
hace falta plata, hay que trabajar o hacer la calle. Vos para trabajar no
servís”. Otra, modista de alta costura quien, desde que su
hija era niña la vestía como a una de sus clientas ricas, le
decía: “Sos una muñequita de
lujo para usar buena ropa y tomar champagne”. En estos casos las
madres, a partir de su propia devaluación, son sostenedoras inconcientes del
paradigma patriarcal.
Por otro lado la censura social
naturaliza estos abusos contra las mujeres en prostitución, “puta una vez, puta para
siempre”, y también ellas mismas: “una puta no vale nada”.
Se intenta destruirles la dignidad y la esperanza de modificar su forma de
vida, pues si esto sucediera podrían escaparse de la situación o, por lo menos,
intentarlo. Los vecinos, los clientes, el proxeneta, la sociedad
desplazan y dejan depositadas en las mujeres en situación de prostitución
algunas de sus fantasías y deseos puesto que cada uno, por distintos motivos,
no se hace cargo de la responsabilidad que les cabe.
Como muestra del imaginario social
transmitiré opiniones emitidas en grupos motivacionales (2) de hombres y
mujeres de diferentes edades y diferentes sectores sociales, comentándolos
brevemente:
Grupo
de hombres
“Les
gusta la plata fácil”. En
realidad, es una plata sumamente difícil, pero puede llegar a ser obtenida rápidamente,
que no es lo mismo.
“Son mujeres muy ardientes que necesitan muchas relaciones con los hombres” Lo cierto es que son
mujeres que ya no tienen sensibilidad alguna como consecuencia de su actividad.
“Un hombre puede pasar por
cualquier cosa que siempre es un hombre; una mujer cuando cayó, ya no se
levanta más”. Fantasía estereotipada y paradigmática del
castigo social patriarcal contra la mujer.
“Que estén en lugares determinados, ocultos, que el ciudadano pueda vivir
dignamente, como elija vivir”. Para este hombre las mujeres en prostitución no
son ciudadanas y por lo tanto, no pueden elegir dignamente ni elegir dónde
ejercer su actividad. Cabe señalar que de esa manera no quedan a salvo de
ningún tipo de peligro.
“Es irrecuperable y comparable a los casos de los chicos de la calle”. Para quien opina así, estas
personas tienen un destino marcado fuera de la sociedad.
“Ponele a una chica muy linda un tipo sumamente desagradable. No me digas que
lo hace por dinero. Es porque le gusta”. Vuelve a aparecer la fantasía de una
sexualidad desbordante hasta el punto de necesitar hacerlo con alguien
sumamente desagradable. Estas fantasías de una sexualidad desbordante,
coinciden con las fantasías que socialmente se tienen respecto de los hombres.
Grupo
de mujeres
“Son
personas que se sienten disminuidas”. “Claro, para levantar el ánimo”. “Yo creo
que tiene más que ver con la cosa salvaje de uno”. “Podés obligar a alguien a
hacer lo que vos querés”. ”Haceme sentir tal cosa y chau”. “Yo creo que ella es
más viva que cualquiera”.
En estas fantasías hay proyecciones y negaciones como para confundir el rol de
la mujer en situación de prostitución con el rol del cliente.
“La
prostitución tiene que existir porque si no todos esos hombres estarían
violando a nuestras hijas”. Es
sabido que los violadores no tienen relaciones con mujeres en situación
de prostitución. Además es una frase paradigmática que pone de manifiesto cómo
la prostitución es funcional al sistema.
En todos estos ejemplos el imaginario
social nos muestra que, tanto por parte de los hombres como de las
mujeres, la explotación de las mujeres en prostitución está justificada.
ALGUNAS
CONSECUENCIAS de la PRÄCTICA
de la PROSTITUCIÓN
En
el ámbito de la prostitución el cumplimiento de los deseos del prostituyente
produce, en algunas mujeres, el orgullo de ser “una verdadera puta”. Es
frecuente, en las mujeres más que en los hombres, la actitud de anticiparse a
la realización del deseo del otro y en algunos casos puede verse que se ha
producido una desapropiación del propio deseo y una transformación. Su deseo
consiste en la realización absoluta del deseo del otro.
Por su parte el prostituyente, el
cliente, valora narcisísticamente esta anticipación, esta particular
servidumbre sexual, y la refuerza. El prostituyente disocia a la persona
y la ve como si fuera un objeto, la deshumaniza y disocia sus propios
sentimientos de su sexualidad. Pero en la mayoría de los casos de
prostituyentes uno de los móviles es el abuso de poder, la voluntad de someter.
De la misma forma el cafishio -llamado
en el ambiente “marido”- lleva al extremo el poder sobre la mujer entre
amenazas y ofrecimiento de protección, en una relación de dominación a
veces absoluta: “No sos nada”
le dice. Ella misma está negada como persona -“una puta no es
nada”, “a quién le importo” - y sólo le resta el “ser utilizable” por el
dinero que proporciona.
Pero, a la vez, se le hace sentir que
ella no tiene valor. Incluso hay mujeres que jamás tocaron dinero, pues
no pasa por ellas.
Para la mujer prostituída, el maltrato
del proxeneta produce efecto traumático con el agravante de que se le hace
creer que siempre el maltrato es merecido por el hecho de ser una prostituta.
Habría que notar, además, que el hombre que la castiga es el
mismo que la llevó a la situación de prostitución.
Otra situación paradojal podemos
observarla cuando los propios padres de la mujer, para ser mantenidos, retienen
como rehén a un hijo de ella con la excusa de estar “cuidándole el chico”.
Estas y otras situaciones paradojales en las que viven, van
produciendo un socavamiento en la posibilidad de pensamiento de esas
mujeres, cuando este proceso es necesario para desarrollar sus propias vidas de
un modo autónomo.
Solamente el hecho de tener
obligadamente múltiples relaciones sexuales durante cada jornada constituye
inexorablemente vejación, ya que en ellas no hay libre elección sino
elección del mal menor dentro del sometimiento. Esta situación queda clara
cuando, por ejemplo, algunas prefieren realizar la práctica en la calle porque
pueden elegir a los clientes.
Por otra parte, debemos tener en
cuenta que cada cliente solicita o exige la realización en acto de sus
fantasías en el cuerpo de estas mujeres, o exigen que ellas presencien actos
que, por su diversidad y características, son sumamente perturbadores.
En un caso como en el otro habrá sufrimiento corporal y psicológico y deterioro
de la relación con el mundo externo.
Teniendo en cuenta que el Yo es ante
todo corporal, el daño al cuerpo es un daño a la totalidad de la persona
y será necesario el cese de la práctica, o la asistencia,
para que se produzca la reflexión con el sostén necesario. Sin estas condiciones
es imposible la elaboración de semejantes hechos traumáticos y también
es dificultoso que puedan elaborar las fantasías depositadas en sus cuerpos por
ellas mismas y por los otros: la familia, la sociedad, la cultura en general.
Un común denominador que pude
observar, independientemente de las diferencias individuales, es que
cualquiera sea el sector social en el que se desempeñaron y las
vicisitudes atravesadas en su infancia, estas mujeres tienen una gran tendencia
no sólo a la ya mencionada disociación entre su racionalidad y su
afectividad, sino también una enorme dificultad para dirigir sus impulsos y una
tendencia a veces extrema a refugiarse en la fantasía.
En muchas aparece una tensión
intrapsíquica que a veces impide casi totalmente su capacidad de reflexión.
Padecen enorme temor a las relaciones interpersonales, sobre todo donde
se juegue la afectividad. Paradójicamente tienen marcada dependencia afectiva y
también un gran rechazo a su propia sexualidad. Me estoy refiriendo a
que no ponen en juego su sexualidad en la práctica, o sea, no incluyen
su cuerpo erótico sino el cuerpo físico -incluso éste disociado de su mente- y
por lo tanto no hay deseo sexual en la mayoría de los casos, ni siquiera con el
hombre al cual quieren.
Sufren repetidas angustias por baja
tolerancia a la frustración y sentimientos de culpa que, en algunos casos, se
relacionan con haber sido abusadas siendo niñas y por haberse hecho cargo de
esa culpa que no les correspondía. Asimismo, se sienten culpables
por estar realizando una actividad que, aunque es tan inducida por la sociedad,
está tan censurada por ella.
Aparecen también tendencias a
negar la realidad o a hacer un recorte importante de ella, por la falta de
recursos para poder operar sobre esa realidad que las desborda. Por el mismo
motivo, aparecen tendencias agresivas que reprimen y a veces, son
actuadas contra sí mismas produciendo síntomas orgánicos.
En la mayoría de los casos se observa
que sienten temor a la desestructuración y fragmentación; sufren ansiedad
referida a la sexualidad masculina; tienen tendencia a la fabulación y vivencia
de hostilidad con inclinación al aislamiento, como mecanismo de defensa. Estas
son tendencias autodestructivas que, a veces, aparecen como único escape
de sus realidades.
Sus proyectos en general no coinciden
con sus realidades, lo que las lleva a generar una depositación de sus deseos
de realización en sus hijos, como intento de reparar a través de ellos sus
propias historias. Esto se relaciona con su propia inmadurez emocional y
se presenta de la forma ambivalente amor-odio.
Teniendo en cuenta otro aspecto en el
que se manifiesta la problemática, podemos observar que en la sintomatología
manifestada en el aspecto corporal aparecen frecuentemente jaquecas, hemorragias
menstruales y, por el contacto, dolores crónicos de todo el cuerpo -sobre todo
mamas y genitales- desgarros múltiples de vagina y recto, portación de HIV y
enfermedad de SIDA. También he recibido permanentes comentarios de suicidios de
compañeras.
La falta de procesamiento que
señaláramos más arriba impide el desarrollo de la reflexión y la mediación del
pensamiento, lo cual genera muchas veces conductas compulsivas que no les
permiten elegir adecuadamente. Por lo tanto tienen obstaculizada la elaboración
de duelos y en consecuencia, más aún, la salida de la prostitución. Y la
sintomatología sigue agravándose por la acumulación de situaciones
graves sin elaboración.
El CONSUMO DE MUJERES
Una
mujer en situación de prostitución expresó en una oportunidad en un programa de
televisión? “No me da
vergüenza mi actividad, ¿por qué me va a dar vergüenza si me consumen?”.
Ella expresa, aún de manera inconsciente, el doble aspecto de reconocerse a sí
misma como objeto de consumo asumiendo la postura del proxeneta y del
prostituyente y, el de ser “consumida” como ser “devastada”. De esta
manera, no sólo no se reconoce como persona en el trato con el prostituyente
que “consume” de ella la integridad de su corporeidad y psiquismo, sino que
esta relación la ubica en un punto de vista desde el cual, claramente, no se
considera persona. Estamos aquí ante la tremenda paradoja de que hay gente que
consume personas, y que para llegar a esto es necesario creer que esa mujer es
una “cosa” pasible de ser usada, abusada y consumida, tal como ya se había
sostenido al hablar del proceso de objetivación.
El proxeneta y el consumidor se
encuentran en una posición narcisista sostenida en el poder. En el caso de la
mujer prostituída se trata en cambio de una posición devaluada . El sólo
hecho de pagar coloca al hombre en una situación de superioridad respecto a la
mujer. En algunos casos no se trata de tener una aproximación sexual
sino de poder relatarle cosas que los desbordan. Pero esta
situación, contrariamente a lo que se puede detectar en el imaginario social,
no se basa en la confianza, sino que es una circunstancia más del ejercicio de
control y dominio sobre ella, ya que la coloca en la obligación de tener que
tolerar todo tipo de relatos, a veces de índole eminentemente angustiante y
perturbador, por haber cobrado su hora.
Todas éstas son situaciones en las que
el varón daña a las mujeres descargando sobre ellas sus sentimientos
displacenteros y sus fantasías más temibles por sus aspectos más denigrados,
valiéndose del anonimato, sin atinar a buscar para él contención o asistencia
que le permita algún tipo de resolución que no quede solamente en la descarga
circunstancial.
De la misma manera es llamativa la
falta de cuidado que la mayoría de los hombres tienen en cuanto a la prevención
de las infecciones de transmisión sexual. En muchos casos es difícil,
independientemente de las edades, que ellos accedan al uso de
preservativos. Este es un riesgo más en la práctica de la prostitución y las
mujeres tratan de implementar técnicas varias para usarlos sin
que ellos lo adviertan Una situación arquetípica de la relación sexualidad –
locura – muerte, se da por ejemplo cuando una mujer le advierte al
cliente que está enferma de SIDA, mostrando inclusive manchas producto de la
enfermedad, y el cliente no cree en esa afirmación y realiza el acto sexual sin
profiláctico. La relación sexual se convierte en una ceremonia propiciatoria de
la enfermedad y la muerte.
Por otra parte, estas mujeres muestran
una falsa fortaleza yoica, con actitudes de desparpajo que ocultan su
extrema indefensión. Les resulta imprescindible realizar un simulacro ante los
prostituyentes y su disociación se incrementa aún más ya que para resultar
atractivas fingen dando una idea de fortaleza dentro de esa ficción. He
comprobado de distintas maneras que estas personas cuyos cuerpos son invadidos
permanentemente con esas prácticas a través de los años, sufren
consecuencias de tal gravedad que sólo son comparables a las de personas que
han sufrido tortura física y psicológica. Algunos ejemplos dan muestra
de ello:
María: “Yo tengo muy bien formada mi ‘doble personalidad', a
veces me río sola. Una sola vez me dijo un tipo “O lo hacés muy bien o lo
actuás muy bien”. Yo a todo el mundo le digo que sí que lo siento, que lo hago
porque me gusta, pero en realidad lo hago pensando en otra cosa. Hago todo tan
rápido, digo todo tan rápido y manejo la situación, cuando puedo, que no me
lleva tanto tiempo, cuando tengo ganas de actuar, me desarmo toda diciendo
pavadas para que puedan terminar rápido. Pero a mí nunca me llega nada. A veces
los agarraría a trompadas por rechazo, por asco”.
Soledad: “A veces, aunque con cara bonita hago todo bien, estoy con ellos y no
pienso ni siquiera en el dinero, solamente tengo náuseas. Si tengo que estar
con mi pareja también es como con un cliente porque no siento nada. Es como que
ya la mujer está anulada”.
Sonia: “Mi
hermano me violó cuando tenía 13 años. Me tapó la boca y me violó y me gritaba
‘Puta, puta, sos una puta'. Yo no sabía nada no entendía nada. Y era como si yo
no estuviera ahí. Es lo mismo que me pasa cuando estoy con los clientes. Hago
un personaje, hablo, me río, pero es como si yo no estuviera ahí”.
Las tres
mujeres expresan una realidad doliente, tanto María como Soledad y Sonia,
separadas, escindidas, de su sensualidad, de su sexualidad, no exponen ya un
cuerpo erótico sino órganos sexuales. Para realizar una elaboración
mínima, sería necesario que pudieran reflexionar y hacer un relato sobre las
actividades a las que están sometidas, pero esto se ve impedido, en
general, porque no les es posible tolerar la angustia.
Un ejemplo de ello es este comentario
que hizo Adriana: “Una vez
un grupo que estábamos reunidas a la madrugada porque no había clientes,
quisimos imaginar con cuántos hombres se había acostado cada una. Fuimos
imaginando micros llenos de hombres para poder tener una idea, pero nos
sentimos muy mal y algunas se descompusieron. Fue tan espantoso que nunca más
tocamos el tema”
El
RETIRO AÑORADO
Siempre
es difícil, aunque siempre deseado el retiro de esa actividad. Para
poder retirarse, deben liberarse en primera instancia de los proxenetas,
cuestión que a muchas se les plantea como inimaginable porque viven en un
sistema de cautiverio que coadyuva a que se produzca un deterioro a veces total
de su relación con el mundo externo. Y decimos que el cautiverio es total
porque aunque la actividad se desarrolle en la calle lo hacen vigiladas por el
proxeneta desde la vereda de enfrente; si la realizan en departamentos,
de allí no pueden salir salvo que sea en compañía de los proxenetas o
están recluidas en casas destinadas a tal fin.
La base de la relación entre el
proxeneta y la mujer en situación de prostitución se apoya en la inducción por
parte de él a que ella crea que cualquier agresión de su parte, es siempre
producida porque ella “no se portó bien”. Esta “razón“ arbitraria
produce en la mujer un miedo crónico y el sentimiento permanente de peligro
cierto; paradójicamente se observa que la persona que la mantiene en este
estado es quien pretende convencerla de ser su protector, lo cual le genera
además, un estado de confusión.
En algunos casos, las mujeres
sufrieron durante años graves depresiones y fobias como consecuencia de intento
de elaboración de esas situaciones vividas. En otros casos, después de breves
períodos de interrupción, volvieron compulsivamente a la práctica ya que, sin
ningún tipo de asistencia, la intensidad de la angustia por el proceso de
elaboración se les volvía insostenible.
Quiero volver a destacar que uno de
los impedimentos psicológicos más importantes para poder retirarse de la
actividad, es la falta de elaboración y simbolización de las situaciones
traumáticas vividas.
LA INDUSTRIA
DE
LA PROSTITUCIÓN
Finalmente,
debemos mencionar un tema central al desarrollo de la prostitución, en el
sentido de que ha sido históricamente funcional al sistema y representa una
“industria” que ocupa, después del tráfico de drogas y de armas, el tercer
lugar en el mundo en rédito económico.
En la sociedad se presentan falsas
opciones: por un lado, la “industria” de la prostitución recibe el aporte de
algunos medios de comunicación que muestran esta actividad como una opción
posible y sumamente atractiva para la mujer. En un programa de televisión
emitido el año pasado se presentaba una figura argentina – vedette ya mítica,
atractiva, inteligente, graciosa, enormemente exitosa, capaz de concitar la
simpatía de casi toda la audiencia - expresando que había tenido relaciones
sexuales por dinero y lo
había pasado muy bien! Tal banalización de una actividad capaz de
producir un daño tan profundo, opera como publicidad para la industria de la
prostitución, extendiéndola aún más.
Por otra parte, la defensa de los
derechos civiles y humanos está vedada en el ámbito donde los proxenetas
pretenden adquirir el rol de ejecutivos legales. Así como me refería a
la banalización como falsa opción atractiva, en el otro extremo existe la fantasía
generalizada de que los daños son “demasiado irrevocables”, que “vienen desde
el fondo de la historia de la humanidad” y “son tan vastos que no hay
posibilidad de revertirlos socialmente por política alguna”. Sin
embargo, es necesario y posible desenmascarar esta “naturalización”, y poner
bajo una mirada ya advertida la abrumadora carga cultural de estas prácticas.
Tal desenmascaramiento es necesario
para que quede clara la posibilidad y necesidad de políticas que
modifiquen este estado de cosas. Así como también es de vital importancia no
dar por supuesto que el daño es tan irreparable, y que la cosa pertenece tanto
a “la condición humana” que no se puede hacer nada para evitarlo.
Se exalta y banaliza la prostitución
mostrándola como una ocupación atractiva, pícara, con “onda”, y muy redituable
económicamente para la mujer. Sin duda, esto facilita la tarea de los
reclutadores ya que consiguen generar sobre esta falacia una expectativa que no
se corresponde de ninguna manera con la realidad. Son múltiples los
personajes en connivencia que se benefician con esta “industria”.
Por éstas y otras tantas razones como
las que he sostenido a lo largo de este trabajo es preciso que resignifiquemos
la idea acerca de la irreversibilidad de la actividad de la prostitución. La
fantasía de que cuando se entra en la prostitución ya no se puede salir da
lugar, en esas mujeres y en la sociedad, a que esta victimización se perpetúe.
El incremento de la pobreza y la
miseria en el país significó una tremenda violencia para la sociedad toda, que
paralelamente se tradujo en un fuerte ingreso de mujeres a la situación de
prostitución. Este ingreso se dio fundamentalmente en aquellas mujeres
provenientes de sectores de menores ingresos aunque también ha sucedido con mujeres
de clase media, bancarias, amas de casa, profesionales, etc. A
partir de este momento también se dio un fenómeno inédito: mujeres mayores de
cincuenta años, hasta sesenta o más, para poder subsistir entraron por primera
vez en su vida en la situación de prostitución. Las mujeres que ya
estaban en esta actividad comentaban asombradas la rapidez del efecto
devastador que la actividad producía en las recién iniciadas. A la vez,
hubo un notable aumento del abuso con mayor violencia y mayor denigración por
parte de los prostituyentes hacia las mujeres.
Simultáneamente, la industria
de la pornografía realiza estragos en el psiquismo de los hombres que se
identifican con prácticas de sadismo y denigración de la mujer. Muchos hombres
llegan con la promesa de que se las iniciará en el cine y después de la primera
película en que se les pide, “por
excepción, escenas especiales ” , ellas sienten que es tarde para
volver atrás.
Otro efecto de la pornografía es la
imitación: “se pone de moda” golpear a las mujeres. “ Ahora desde la onda de la pornografía,
hombres que eran tranquilos...cualquiera quiere pegar, y ni siquiera quieren
pagar extra como antes por este servicio especial” (María).
En la pornografía, menos el asesinato,
todo lo demás es legal porque hay “consentimiento”. El concepto de
“consentimiento”, como es obvio es en este caso un eufemismo, ya que las
mujeres llegan a estas situaciones, engañadas y , casi siempre,
drogadas. Esta escalada llega hasta la pornografía “snuff” donde, además de la
tortura se llega al asesinato, que no por ilegal es impracticable.
Es evidente que esta sociedad ha
producido el pasaje del ciudadano/a al consumidor/a y de esta manera se ha
realizado una facilitación para el pasaje del consumo de los objetos al consumo
de las personas. La situación de prostitución aparece entonces como
paradigmática de este modo de producción del capitalismo salvaje. Es el lugar
del goce ilimitado en el que, como vimos, la mujer es destruida en el ejercicio
de su”profesión”, sin legalidad psíquica para el cliente y el proxeneta.
Por lo tanto, como sociedad es preciso
que asumamos nuestra propia disociación. Integrar permitiría modificar mandatos
sociales, incluyendo la reflexión sobre los temas que producen esta situación
para modificar estos procesos. Pero es indudable que se necesita también de una
vocación política que permita desmontar la industria de la prostitución,
facilitando la generación de programas que posibiliten esta transformación.
Cuando avancé en la investigación de
este trabajo, comprobé que el daño producido en las mujeres en situación de
prostitución era mucho más grave de lo supuesto después de aquella experiencia
en el neuropsiquiátrico de Lomas de Zamora. Y en esta tarea, al igual
que las personas que me acompañaron, necesité elaborar permanentemente el
impacto producido.
Durante el transcurso de este trabajo
encontraron respuesta algunas de mis preguntas: cómo habría sido su niñez, cómo
se reconocieron más tarde en lo que habían sido sus anhelos de
adolescente, en las ilusiones de realización. La respuesta que el
psiquiatra me había sugerido en el pabellón donde se encontraban estas mujeres -“son muchas por lo que les hicieron y
les hicieron hacer” - fue lo que más tarde pude comprobar en ese largo
recorrido de contacto, entrevistas y terapias. Allí también pude conocer
la dignidad, el dolor y el sufrimiento de estas mujeres.
Notas
1.
Durante mi permanencia en la “Asamblea Raquel Liberman” tomé el concepto
de a) “mujer en situación de prostitución”, noción que implica que puede
tratarse de una actividad coyuntural de la cual se puede salir y b) llamar
“prostituyente” al cliente ya que de su solicitud depende toda la situación.
2. Se denominan así a aquellos
grupos en los que se indaga sobre fantasías conscientes o inconscientes acerca
de productos, circunstancias y problemáticas. En este caso el tema abordado fue
información y
fantasías relativas a la prostitución. Estos grupos estaban
compuestos por personas que no ejercían la prostitución.
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