De mayor quiero ser putero
13 de agosto de 2018
Por Beatriz Ranea
Imagina una sociedad en la que los niños coleccionan
publicidad de prostitución y la intercambian como cromos en el colegio. Imagina
los chistes que hacen a las niñas: que si se parecen a las mujeres de las
fotos; que si ellas también son unas putas o podrán serlo cuando crezcan; les
preguntarán a sus propias compañeras de cole cuánto cobran… Ahora imagina que
esos mismos niños a los 14, 15 o 16 años con el dinero de la paga, reúnen 20-30
euros entre varios y se “invitan” a casas de prostitución para tener la que
será quizá su primera experiencia sexual (más allá de la masturbación).
Sigue imaginando a ese niño que transita hacia el mundo
adulto cuando cumpla la mayoría de edad y pueda entrar en clubs de alterne a
celebrar o acabar noches de fiesta. Imagina esas noches en las que sale con sus
amigos a tomar unas cervezas y uno pregunta: ‘¿nos vamos de putas?!’Como si de
una opción de ocio se tratase. Imagina que estos chicos, ya hombres, siguen
acudiendo a la prostitución en las fiestas universitarias; o en el descanso del
trabajo en el polígono; cualquier tarde llamando a un piso de los muchos que
existen; o por la noche desplazándose a cualquier burdel.
Este breve ejercicio de imaginación no requiere mucho
esfuerzo porque es una realidad con la que convivimos: niños que crecen en una
sociedad que normaliza y banaliza la prostitución. Niños que aprenden que la
experiencia sexual puede verse reducida a pagar por follarse a una mujer que no
les desea. Niños que reproducen un modelo de sexualidad donde el deseo sexual
de las mujeres no es importante y el consentimiento se convierte en un producto
que se compra por un precio determinado. Niños que se convierten en hombres
adultos con una visión de las mujeres fuertemente deshumanizada y cosificada.
Por esto, cuando pensamos en la prostitución una de las
preguntas que habríamos de plantearnos tiene que ver con el modelo de sociedad
hacia el que queremos avanzar: no es posible educar en igualdad a niños y niñas
si se normaliza la prostitución porque el modelo de masculinidad que se aprende
y se reproduce en los espacios de prostitución es claramente incompatible con
la igualdad de género. Una sociedad en la que hay tantos elementos que
facilitan que los niños puedan convertirse en puteros plantea serias
contradicciones: ¿cómo podemos señalar la violencia sexual fuera de los
espacios de prostitución, pero permitir que esos hombres que identificaríamos
como babosos, acosadores y/o agresores, sin embargo, dentro del burdel se
conviertan en “clientes” sin más? ¿Cómo podemos plantear nuevos modelos de
masculinidad más justos y más igualitarios si el prostíbulo va a estar ahí para
que la masculinidad machista y patriarcal siga teniendo un refugio?
Afortunadamente no todo está perdido: frente a los nuevos
puteros, nos encontramos a chicos jóvenes que construyen modelos de
masculinidad que tratan de desactivar estos mandatos patriarcales. Pero si
regulamos la prostitución, si la prostitución se reconoce como “trabajo sexual”
no sólo todas las mujeres nos convertimos en objetos prostituibles; sino que
los hombres se convierten en puteros potenciales y la industria de la
prostitución incrementará la publicidad para conseguir generar más demanda
buscando aumentar sus beneficios a costa de la explotación sexual de mujeres y
niñas. Estamos a tiempo de frenarlo si generamos conciencia crítica que
identifique la prostitución como una barrera infranqueable en el camino hacia
sociedades más justas y más igualitarias.
Beatriz Ranea Triviño es investigadora feminista
especializada en el estudio la prostitución y las desigualdades sociales.
https://blogs.20minutos.es/mas-de-la-mitad/2018/08/13/de-mayor-quiero-ser-putero/
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