Prostitutas y
poderosos: un éxito del patriarcado
POR · 06/08/2018
Malena Zabalegui
Comunicadora Social y Escritora
mzabalegui@fibertel.com.ar
Introducción
Es innegable que el discurso prostituyente viene ganando
fuerza en sectores mediáticos, académicos y juveniles. Amparada en la dignidad
de la expresión “trabajo sexual”, la prostitución se reinventa en el siglo XXI
para colonizar nuevas voluntades y territorios. Una oratoria redundante en
palabras como libertad y autonomía es el canto de sirena que atrae a navegantes
bien y mal intencionados por igual. Pero ese es el relato construido pour la
galerie, con el fin político de ser instalado en agendas públicas y privadas.
Con el objetivo de encontrar un discurso más auténtico y
cercano a la realidad del consumo de prostitución, nos propusimos recolectar
muestras de los notables “papelitos” con que se promociona la actividad en las
calles de Buenos Aires. A tal fin, recorrimos los barrios porteños de Barracas,
Boedo, Monserrat, Almagro, Caballito, Villa Crespo, Colegiales y Palermo, y
reunimos 500 ejemplares distintos de tales avisos promotores de la actividad.
El método utilizado consistió en tomar como cierta la idea
de que cada uno de esos “papelitos” responde a una mujer que se prostituye de
manera voluntaria y autónoma, sin terceros involucrados que se beneficien con
tal actividad. Así, examinamos cada folleto como si efectivamente fuera una
tarjeta de presentación de una trabajadora profesional.
Resultados
Lo primero que despertó nuestra curiosidad fue la poca
información laboral que suministran los folletos analizados. El servicio
ofrecido jamás se menciona y, en general, tampoco se indica el domicilio donde
se concretaría la prestación, algo que cualquier dentista o peluquera
seguramente incluiría si quisiera atraer clientela. De manera excepcional, se
alude a la zona donde estaría la casa de citas (“Tribunales” o “Congreso”, por
ejemplo) y sólo en un caso encontramos una referencia más concreta -aunque
elusiva- de la ubicación (“Sarmiento y Callao”). La información que sí se
brinda en todos los casos es, previsiblemente, el teléfono de contacto. Sin
embargo, llamó nuestra atención que algunos avisos incluyeran varias líneas
telefónicas -tanto fijas como móviles- para un mismo sitio.
Como bien dijimos, la palabra prostituta nunca figura en los
abundantes “papelitos”. En su lugar, aparece una serie de creativos eufemismos
que encierran todo un mundo de sentido. Entre los apelativos más habituales, se
destacan “nuevitas”, “paraguayitas” y “diablitas”, todos diminutivos que -lejos
de presentar a las prostitutas como mujeres profesionales- parecen
infantilizarlas y des-empoderarlas sin ninguna necesidad. En un caso,
inclusive, se promete “la mejor boquita de Once” como si una cavidad bucal
estrecha indicara algún plus en el servicio, y no una desventaja práctica como
en verdad representaría.
Si bien las mujeres no son cosas sino personas, se las
publicita como “nuevas”, tal como se hace con cualquier producto novedoso en el
mercado. Este adjetivo “nueva” puede interpretarse al menos de tres maneras: a)
como que la mujer en cuestión es una recién llegada al negocio de la
prostitución; b) como que dicha prostituta es “nueva en la zona” (tal como a
menudo se explicita); y c) como que ciertos orificios corporales de ella son
vírgenes, están todavía sin uso. Veamos si estas son formas convenientes para
ofrecer un servicio profesional: a) si la mujer es una recién llegada al
negocio, este dato sería una manera velada de aludir a la inexperiencia de ella
pero, ¿qué trabajadora en su sano juicio haría alarde de su falta de
experiencia a la hora de buscar clientela? Declararse inexperta, ¿no alimenta
la fantasía de que el varón es el experto, el que sabe? ¿Acaso esta no es una
manera de bajar el propio valor y naturalizar una estereotipada inequidad?; b)
si la prostituta es siempre “nueva en la zona”, esto fomentaría el alejamiento
constante de la mujer de su ámbito laboral conocido y le impediría acumular una
cartera de clientes fieles, algo que cualquier trabajadora busca y, además,
necesita. ¿Cómo pensar que la alta rotación -típica de este oficio- puede
encuadrar en los parámetros de un marco laboral respetable?; y c) si se da a
entender que ciertos orificios corporales de la prostituta son “nuevos” (o sea,
están inexplorados), ¿no se estará fomentando la idea de que la mujer ofrecida
es menor de edad? En definitiva, ¿qué clase de trabajadora elegiría
voluntariamente promocionarse como “nueva”, o sea como inexperta, desarraigada
y minorizada?
No por casualidad, la idea de destierro permanente que
mencionamos nos lleva a pensar en el siguiente asunto: el mote de “paraguayas”.
¿Qué ventaja competitiva representaría una empleada guaraní por sobre una
porteña, por ejemplo? ¿Acaso es necesario aclarar el lugar de origen de una
trabajadora? Si la nacionalidad paraguaya fue históricamente explotada en
nuestro país a través del empleo doméstico no registrado, ¿qué atributo
diferencial implicaría el insólito gentilicio? Rita Segato asegura que el
origen migratorio de una población supone una ruptura con el régimen de
comunidad y con las normas tradicionales reguladoras del estatus dentro del
contrato social. Entonces, si las personas migrantes son blanco fácil de
explotación por encontrarse fuera de su ambiente familiar/cultural y por haber
perdido la noción de comunidad, ¿qué se estaría ofreciendo al promocionar
mujeres sin arraigo? Exiliar a las prostitutas de su territorio-tierra, ¿no
será una forma de exiliarlas de su territorio-cuerpo?
En cuanto al apodo “diablita”, resulta llamativa la
asociación de una trabajadora con un satanás, personaje que en nuestra
formación representa todo lo malo e incita a cometer pecados. Como dice Silvia
Federici, el sello característico de lo diabólico es un deseo sexual anormal (o
sea, fuera de las normas), de modo que al presentarse las prostitutas como
demonios estarían prometiendo un apetito sexual tan desmedido como mentiroso
que sólo serviría para atraer prácticas sexuales anormales (o sea, fuera de lo
permitido). Esta parece ser una manera endiabladamente perversa de acusar a las
prostitutas de “tentadoras” y eximir así a los hombres de su responsabilidad en
caso de que hagan algo incorrecto. Pero, si se trata de trabajadoras autónomas,
¿cómo es posible que ellas mismas se promuevan como responsables del potencial
mal comportamiento ajeno? Construir identidad laboral a través del apelativo
“diablita”, ¿no es acaso la mejor manera de abrir las puertas del infierno y
quemarse vivas?
Con relación a las imágenes que se utilizan para ofrecer
prostitución, hay tres líneas ilustrativas principales: a) fotos de mujeres, b)
siluetas de personajes, y c) dibujos de símbolos. En el primer caso (fotos),
los folletos exhiben cuerpos femeninos idealizados, pero -además- la cara de la
mujer ofrecida suele no entrar en el cuadro y si lo hace es sólo una porción
mínima lo que se muestra: las prostitutas se ofertan fragmentadas, con
exagerado énfasis en pechos y glúteos, destacados como si fueran productos
Premium. Según Rita Segato, la mirada fija masculina en determinada parte del
cuerpo femenino “captura y encierra a su blanco, forzándolo a ubicarse en un
lugar que se convierte en destino” (2010, p. 41). Podríamos preguntarnos,
entonces, cuál será el destino de una prostituta que ni siquiera puede ser
leída como una corporalidad completa, como un ser humano integral. En un único
“papelito” encontramos una cara entera, aunque se la muestra pixelada (tal como
se hace en los medios de comunicación con niñas y niños para proteger su
identidad) y esto sólo contribuye a afianzar la sospecha de que no se trataría
de mujeres adultas, lo cual -sin lugar a debate- constituiría delito y no
podría considerarse un trabajo a reglamentar. En el segundo caso (siluetas), los
personajes retratados son invariablemente la hiper-sexuada Betty Boop (según
Wikipedia, “alguien con más corazón que inteligencia”) o la pasiva muñeca
Barbie (una rubia tonta, sin profesión ni personalidad), de modo que para los
consumidores de prostitución la expectativa estaría entre elegir una mujer
“buena y tonta” o una “linda y tonta”, curiosa manera de ofrecer trabajadoras
profesionales. En el tercer caso (dibujos), se destacan dos diseños: 1) las
manzanas mordidas que aluden al pecado original y ubica a las Evas nuevamente
en el rol de “tentadoras”, de únicas responsables de la contratación del
servicio, y 2) los corazones que proponen “amor sin límites”, expresión que
parece indicar que la prostituta está dispuesta a hacer cualquier cosa que el hombre
le pida (“sin límites”), algo bastante alejado de cualquier noción de “amor”.
Algunas prostitutas se presentan en los folletitos como
“VIP” o “nivel ejecutivo”, aunque estas etiquetas no aclaran si el supuesto
alto nivel correspondería a la prostituta o al varón contratante. En cualquier
caso, si estamos ante Very Important Executive People, ¿cómo se justificaría la
existencia de domicilios clandestinos impublicables y teléfonos efímeros no
rastreables? Si una profesión es innombrable y ejercida por trabajadoras
minorizadas, cuya inexperiencia y desarraigo se enfatiza, ¿dónde residirían el
empoderamiento y la emancipación? Si se las promociona cual pecadoras dignas de
castigo divino, ¿cómo no suponer que se está fogoneando una violencia de género
contra tales “trabajadoras”?
A medida que el discurso prostituyente fue penetrando en la
agenda mediática y académica, algunos de estos avisos empezaron a incluir
ciertas leyendas que intentan convencer al público de la auto-determinación y
libertad de que gozarían las meretrices. Frases como “somos mayores y sabemos
lo que hacemos” o “trabajadoras sexuales independientes” aparecen ahora en los
tradicionales “papelitos”, casi como un mensaje desesperado al mundo
abolicionista para que no interfiera en el redituable negocio. Pero, si
realmente se trata de mujeres adultas ejerciendo de manera autónoma sus
libertades, ¿cómo se explica que tanto los textos como las imágenes que
analizamos estén plagados de alusiones que contradicen de manera evidente tales
supuestas madureces y libertades?
Conclusión
Pese a que la prostitución por cuenta propia no es punible
en nuestro país, el discurso prostituyente analizado sugiere que la actividad
se moldea en una matriz de clandestinidad que naturaliza el poder de los
varones a la vez que destaca la vulnerabilidad de ciertas mujeres. Si los
folletos hacen alusión a los Tribunales o al Congreso de la Nación (y no al
nombre del barrio, propiamente dicho) es porque se invita a los varones a
ejercer una supremacía como en el Poder Judicial o el Poder Legislativo. Y si
se publicitan “trabajadorcitas” es para alimentar la fantasía “hombre
poderoso/mujer sometida”. Tal como refiere Sheila Jeffreys, los servicios
sexuales proporcionan a los hombres una compensación por la disminución de
poder que ellos experimentan en la medida que sus esposas, parejas y compañeras
de trabajo cuestionan la subordinación, comienzan a competir con ellos y exigen
igualdad.
Los miles de “papelitos” con que nos cruzamos a diario en la
ciudad de Buenos Aires refutan al convincente discurso pseudo-libertario de la
cultura prostituyente. En base a nuestro análisis, pagar por sexo no es
consumir un servicio como cualquier otro: es comprar el sometimiento de un ser
humano al cual de antemano se considera inferior; es alquilar orificios
corporales femeninos o feminizados en los cuales descargar la violencia de
género acumulada; y es aferrarse a un modelo vincular inequitativo que atenta
contra las libertades de todas las mujeres, lesbianas, trans y travestis, en
especial contra aquellas que se encuentran en estado de mayor vulnerabilidad
social, como las pobres, las afrodescendientes y las migrantes.
Un simple examen de los folletos prostituyentes reunidos
para este trabajo necesariamente nos exhorta a desaprobar la naturalización de
una práctica que establece jerarquías humanas y además lo hace en función del
sistema sexo/género que dice querer combatir. Por lo tanto, debemos concluir lo
siguiente:
– La prostitución no es un trabajo ejercido por mujeres
soberanas.
– La prostitución no es un trabajo que se deba regularizar.
– La prostitución no es un trabajo.
Bibliografía
Federici, Silvia (2015). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo
y acumulación originaria. Buenos Aires: Tinta Limón.
Jeffreys, Sheila (2011). La industria de la vagina. La
economía política de la comercialización global del sexo. Buenos Aires: Paidós.
Segato, Rita (2010). Las estructuras elementales de la
violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los
derechos humanos. Buenos Aires: Prometeo Libros.
Fuente
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