REPERCUSIÓN EN LA SALUD DE LA PROSTITUCIÓN: Las huellas de la
esclavitud en las mujeres
La salud de las mujeres
prostituidas
septiembre 18, 2019
Dra. Radfem y M.H. – Mujeres por
la Abolición
El 17 de marzo de este año se
publicaba en el diario Público un magnífico artículo de Nuria Coronado Sopeña
en el que se entrevistaba al ginecólogo burgalés Abel Renuncio y a la psicóloga
jurídica y forense Laura Redondo sobre el impacto de la prostitución en la
salud de las mujeres sometidas a la misma.
En esta imprescindible reflexión,
se ahondaba sobre el sufrimiento, tanto físico, emocional como vivencial de las
mujeres que padecen esta lacra, y sobre la tortura que soportan sus cuerpos y
mentes.
En Mujeres por la Abolición,
queremos recopilar la evidencia científica que existe con respecto a la
repercusión en la salud de la prostitución, con la intención de poder aportar
datos y un argumentario sólido a las compañeras que peleamos por la abolición
de esta forma de esclavitud, e incidir en las instituciones y en el ámbito
sanitario (especialmente, en el personal que se dedica a atender a estas
mujeres), razonando por qué acabar con la prostitución es una materia urgente.
Las marcas de la tortura: Impacto en la salud física
Como bien dice Abel Renuncio, “es
imposible que fisiológicamente ningún cuerpo esté preparado para una
explotación de ese tipo”. Y es que las mujeres en prostitución tienen que
acostarse con entre 10, 20 e incluso 30 puteros al día.
Sin duda, estas relaciones
sexuales continuadas, en las que no existe el deseo y, por lo tanto, sin la
necesaria preparación, someten al cuerpo de las mujeres y, en particular, a su
aparato genital, a un daño en ocasiones equiparable al de una agresión sexual
y, por consiguiente, podemos encontrar desde irritaciones y erosiones
vulvovaginales hasta desgarros.
Se estima que el 95% de las
mujeres en situación de prostitución han sido abusadas sexualmente, y entre un
60-75% reporta haber sido violada durante la misma. Por lo tanto, y pese a que
no contamos con cifras exactas en España (a pesar de que el Pacto de Estado
contra la Violencia de Género incluyera la necesidad de realizar un análisis
estadístico al respecto), podemos apreciar que las mujeres prostituidas son
víctimas constantes y, sin embargo, invisibles, de las formas más brutales de
violencia sexual.
A esto ha de añadirse que, a su
vez, presentan una prevalencia mayor de diversas enfermedades ginecológicas y,
en particular, infecciones de transmisión sexual (y, por ende, las
consecuencias de las mismas, que abarcan desde la infertilidad hasta el cáncer,
como el de cérvix).
De hecho, existe un estudio
madrileño que calcula que hasta un 18% de las mujeres prostituidas padecen una
o más ITS.
Según el Plan Nacional sobre el
SIDA de CNE (Centro Nacional de Epidemiología), la prevalencia de VIH en
mujeres en prostitución desde el 2000 permanece estable alrededor del 1%,
aunque, por suerte, haya disminuido gracias al uso más consistente del
preservativo desde los 90 (por las campañas de prevención del SIDA).
Se estima que, en los países y
regiones de altos ingresos, como Europa, las mujeres en situación de
prostitución tienen un mayor riesgo de contraer la infección por VIH que las
mujeres de la población general, en una proporción hasta 13 veces superior.
Teniendo esto en cuenta,
podríamos decir que, en la población prostituida, existe una epidemia de VIH
(más del 1% de la población está infectada), y que el riesgo de estas mujeres
es desproporcionadamente alto, y se correlaciona con prácticas punitivas que castigan
a las mujeres prostituidas (criminalización, estigma, violencia por parte de
los cuerpos policiales, falta de acceso a comida e inseguridad económica).
Asimismo, hay que considerar que,
en muchos estudios, sólo se tiene en cuenta a aquellas mujeres que acuden a los
servicios sanitarios a realizarse pruebas de detección de estas enfermedades o
que pueden acceder a nuestro Sistema de Salud. No obstante, hay mujeres todavía
más vulnerables que no llegan a percibir estos servicios y, por este posible sesgo,
el riesgo de estas enfermedades es, probablemente, mayor en éstas. Por otro
lado, también podría pensarse que quienes acuden son quienes tienen más
problemas de salud… Es decir, que se trata de datos de difícil interpretación.
Es fundamental que seamos
conscientes de una realidad ineludible: el riesgo de la salud sexual de las
mujeres en prostitución es colosal.
Las huellas que no se ven: La herida psicológica
Ser víctima del sistema
prostitucional conlleva consecuencias nefastas para la salud mental, debido a
que la violencia que se padece es perpetua, incesante, y de una magnitud que, a
veces, cuesta imaginar.
Las mujeres en situación de
prostitución sufren una forma de violencia machista que se acentúa en lo que
respecta al ámbito sexual (la violación por dinero), pero que también implica
vejaciones, insultos, desprecios, cosificación (imprescindible para la
violación), sexualización constante, y una merma de su persona, que puede
acompañarse, en muchos casos, de golpizas, castigos físicos,… que incrementan
la sensación de vulnerabilidad, soledad, tristeza y sufrimiento.
En primer lugar, es importante
destacar que la herida psicológica que deja la prostitución es el resultado de
un continuum de violencia en un sistema patriarcal. Es decir, las mujeres
prostituidas llegan al sistema prostituyente debido a diferentes factores
(abusos sexuales en la infancia, maltrato, violaciones, desamparo del sistema…)
y que, cuando entran en este se sistema, se encuentran con todavía más
violencia y misoginia.
No es de extrañar, por lo tanto,
que la principal consecuencia psicológica sea el trastorno de estrés
post-traumático (hasta el 68% de las mujeres prostituidas lo padecen), que se
caracteriza por una “respuesta tardía o diferida a un acontecimiento estresante
o situación de naturaleza amenazadora o catastrófica” (CIE-10). Éste incluye,
entre otros síntomas, pesadillas con situaciones verdaderamente traumáticas que
han sufrido (como las propias violaciones), con flashacks, ataques de pánico e,
incluso, ideas autolíticas (que pueden conllevar intentos de suicidio).
A su vez, el abuso de sustancias
es notorio y característico del sistema prostituyente, porque es promocionado
por los puteros y por los proxenetas, quienes, conociendo la tortura
psicológica que están sufriendo estas mujeres, se ofrecen a mitigarla con
diversas drogas de abuso, como cocaína, alcohol…
Otra de las causas de este abuso
de sustancias podría deberse al aislamiento social que padecen estas mujeres,
que, por ejemplo, son cambiadas cada 21 días a diferentes prostíbulos; así no
pueden establecer lazos estrechos con ninguna otra mujer, ni dentro ni fuera
del club, afianzando así su dependencia para con sus explotadores.
Por ello, cuando Amelia Tiganus
(superviviente de prostitución) afirma que “los prostíbulos son los campos de
concentración de las mujeres pobres”, nos está relatando cómo dejando a las
mujeres solas, desprovistas de sus amistades, de su familia, de su entorno
seguro y, además, siendo castigadas cuando incumplen las órdenes de sus
prostituyentes, se contribuye a un efecto clave: el desamparo y la sensación de
abandono.
No podemos olvidar otros
trastornos como los trastornos del estado de ánimo. Se ha visto que hasta un
56’4% de las mujeres prostituidas presentaba sintomatología propia de un
trastorno depresivo, aunque en otros estudios realizados esta cifra alcanza al
67% de mujeres. Del mismo modo, los síntomas depresivos se asociaron tanto al
padecimiento de ETG (enfermedades de transmisión genital) como al consumo de
alcohol, ambas situaciones muy frecuentes en las mujeres que son prostituidas.
Pararse a pensar para poder actuar
Pero, ¿cómo puede la mente de
alguien soportar tanta crueldad, tanto sufrimiento, tanta vulnerabilidad? Uno
de los pilares con mayor relevancia para explicar esto se trata del abuso
sexual en la infancia. Muchos relatos dentro de la prostitución comienzan con
el abuso y las violaciones desde que estas mujeres son niñas. Así, numerosos
estudiosos demostraban que alrededor de un 60% de las mujeres que eran
prostituidas habían sido abusadas a una edad temprana. De esta manera, estas
niñas aprenden que el abuso sexual y las agresiones son una condena de la que
no hay escapatoria, y al no recibir la atención que requieren, asumen la
inevitabilidad de la violencia como un estado perpetuo.
No podemos negar que la
prostitución tiene un impacto deletéreo en la salud física, sexual y
psicológica de las mujeres. Y tampoco podemos caer en la pasividad, y continuar
contribuyendo al abandono que padecen las mujeres prostituidas.
La prostitución no sólo se ha de
reconocer como una forma de violencia, sino que hemos de estudiar y profundizar
en las consecuencias que ésta implica, y ponernos manos a la obra. Es
imprescindible ampliar el estudio de sus repercusiones sobre la salud y, desde
todos los frentes, actuar para poder ofrecer la mejor ayuda posible a las
mujeres que se ven sumidas en ella.
No solo es una obligación
profesional, sino que supone un imperativo moral oponerse a esta barbarie. Como
profesionales de la salud, tenemos un compromiso: Concienciarnos. Para ello, es
preciso que investiguemos, que estudiemos y hagamos un juicio crítico de la
información que nos llega sobre esta cuestión. Sensibilicémonos para mejorar la
atención que reciben. Trabajemos la empatía para con estas víctimas invisibles.
No podemos fallarles.
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Fuente
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