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lunes, 30 de diciembre de 2024

“El regulacionismo de la prostitución debería considerarse captación velada”

 

 

Carol L, a la derecha, y en el centro, Sarah Berlori, en las jornadas de EHFAK. A su lado, la presentadora de la mesa, Itziar Blanco. FOTO: IXA LOPEZ - LANBROA



EGUNEKO GAIACAROL L | SUPERVIVIENTE

 

“El regulacionismo de la prostitución debería considerarse captación velada”

 

MERTXE ARRATIBEL27 MARTXOA, 20230

 

Para las abolicionistas de la prostitución y las supervivientes, el regulacionismo no puede tener cabida ni dentro del feminismo ni en la sociedad. Carol L., quien fue engañada por un proxeneta cuando era menor de edad, considera que los discursos que legitiman la prostitución deberían “tipificarse como captación velada” y a las feministas que defienden esa postura les lanza el siguiente desafío: ¿Tienen los tíos el derecho de cosificar el cuerpo de una chica? ¿Tiene derecho a comprar el consentimiento de mujeres precarizadas?”

 

Esta activista participó en la jornada ‘Política sexual de la pornografía y la prostitución,’ organizada por la coordinadora abolicionista vasca EHFAK. Le acompañaron en el cartel otra activista, superviviente y miembro activa de la coordinadora, Sarah Berlori, y la teórica Mónica Alario Gavilán.

 

Tanto Berlori como Carol, nacidas en el Estado español, ofrecieron discursos políticos en los que compartieron muchos aspectos, también biográficos, de su paso por la prostitución. Ambas fueron captadas siendo jóvenes con la promesa de que ganarían mucho dinero, vivieron la violencia extrema que caracteriza a ese mundo, tuvieron problemas para abandonarlo, no consiguieron ninguno de sus objetivos y las instituciones les fallaron cuando demandaron ayuda.

 

Carol empezó a ser prostituida con 17 años. Estaba tutelada y había huido. La camelaron con “el discurso que se utiliza ahora en todos los ámbitos académicos, en la universidad, y también en Bachiller y en la ESO”, advierte. Esto es, que “ser puta es una postura política” y que una puede “rentabilizar el capital erotico, la ‘follabilidad”.

 

El coño como ‘varita mágica’

“Me dijeron que los hombres son como niños y que el coño es como la varita mágica de Harry Potter. Luego vi que no era mi coño, sino los billetes la varita mágica”, admite.

 

Pero el dinero no era para ella. “Viví la indigencia dentro de la prostitución. No tenía casa. Dentro de los clubs de puteros, no de putas, hay un montón de indigentes, mujeres sin casa”. Sin nada.

 

También comprendió que la prostitución “no tiene nada que ver ni con sexo, ni con el erotismo. El sexo es algo beneficioso, sano, placentero, y de mutuo acuerdo. Todo lo que viví allí eran parafilias y otros procesos”.

 

El hombre que la introdujo en la prostitución le prometió que no tendría que hacer nada que no quisiera. Sin embargo, comprobó en seguida que el consentimiento se compra, no así el deseo. “El tema del consentimiento es una trampa, algo que se nos ha vuelto en contra”. Opina que lo mismo ha sucedido con los conceptos de género y empoderamiento.

 

“Los puteros no sólo son puteros; la mayoría son pedófilos”

 

Cuando se relacionó con los primeros puteros les dijo que tenía 18 años ‘recién cumplidos’. “Sabían perfectamente que era menor. El hombre que me llevó lo primero que hizo fue retirarme el DNI y decir que era mayor”.

 

Los demandantes de la prostitución buscan chicas cada vez más jóvenes, según alertan distintas voces. Carol L. afirma que, de hecho, “los puteros no sólo son puteros; la mayoría son pedófilos”.

 

Educación sexual

Esta es la razón por la que esta activista y superviviente centra ahora sus esfuerzos en la educación de la infancia y la juventud. Lo hace en la Comunidad Valenciana, fundamentalmente, y se muestra crítica con la información y las propuestas que se les ofrecen como educación sexual.

 

En lugar de trabajar en el “consentimiento sexual” ve más conveniente centrarse en el “sexo deseado” entre dos personas. “¿Qué tiene que ver el consentimiento con despertar, descubrimiento, autoexploración física y placer?” Además, subraya que conviene tener muy en cuenta que “el imaginario sexual no es el mismo para los hombres que para las mujeres”.

 

El constructo social-sexual de las mujeres se basa en “consentir siempre, en dejarse hacer”

 

El constructo social-sexual de las mujeres se basa en “consentir siempre, en dejarse hacer. No conozco todavía una mujer heterosexual que no haya tenido una relación sexual sin deseo, sostiene. “A nosotras se nos ha negado el placer. No tenemos algo que se ponga duro. El agujero no se cierra y ahí cabe todo. Desde ahí y desde la idea difundida por el porno de que la mujer es promiscua lo hemos construido todo”.

 

Ese punto de partida erróneo es también, a su juicio, la base de la educación sexual . “Qué necesidad tiene una niña de 14 años de saber que es el ‘fisting’, es decir, que te metan el puño en el culo, cuando no se habla de poner límites. Se vende la idea de puta como identidad política y el puño en el culo como práctica sexual normalizada. Eso es lo que aparece en la guía de educación sexual de la Comunidad Valenciana. Que me expliquen cuál es el punto educativo y qué beneficios les va a ofrecer esto a las chicas en su sexualidad”, exige.

 

Sarah Berlori había expuesto previamente puntos de vista similares sobre los procedimientos de captación de chicas jóvenes para la prostitución y alertó también de que el proxenetismo ha penetrado en las universidades.  “Existe el peligro de que vayan a contarles a las jóvenes lo guay que es ser prostituidas, pero sólo van a por las chicas. Siempre somos nosotras las putificables y ellos futuros puteros”, denunció.

 

Ley orgánica abolicionista

Se les convence de las ventajas de ser ‘scorts’, señoritas de compañía que tiene la posibilidad de elegir, que se prostituyen porque quieren y porque quieren costearse lujos con la prostitución. Nada de esto es cierto, según Berlori, que califica esa propaganda de “superhumillante. Nos deshumanizan dentro y fuera de la prostitución, como si fuéramos basura, cuyo único fin en la vida es tener un bolso de marca. Es un discurso tolerado por la izquierda y la derecha y es asqueroso”, lamentó.

 

Berlori expuso las dificultades que existen para abandonar la prostitución y reivindicó la aprobación de la Ley Orgánica de Abolición del Sistema Prostitucional (LOASP) elaborada por la Plataforma de Organizaciones por la Abolición de la Prostitución (PAP) y que está “guardada en un cajón”. Se trata de una ley integral que cubre las necesidades de las mujeres en prostitución, la formación y la concienciación, entre otros aspectos.

 

De hecho, las supervivientes aclararon que las políticas abolicionistas requieren ir más allá de regulaciones que únicamente castiguen a los consumidores de cuerpos de mujeres. Necesitan financiación y recursos para atender las necesidades de las mujeres prostituidas. Medios que vayan más allá también del asistencialismo que practican algunas asociaciones.

 

Fuente:

http://andra.eus/el-regulacionismo-de-la-prostitucion-deberia-considerarse-captacion-velada/?fbclid=IwAR29noy68VYpdAgAC1-QK_Z0c2MnWJEITtqj77cUPHeH_fAKcCavcMjO_Ug

viernes, 7 de agosto de 2020

"Conocimos los inicios de AMMAR, hoy estamos con el abolicionismo"

"Conocimos los inicios de AMMAR, hoy estamos con el abolicionismo"

 Publicado: 27 JUNIO 2020


 

Cristina Ércoli, activista por los derechos humanos de las mujeres, sostuvo que la prostitución no puede ser regulada como un trabajo y que el Estado debe garantizar políticas públicas para que las personas puedan elegir un empleo sin violencia.

 

La integrante de Mujeres por la Solidaridad fue consultada en Periodismo Turno Mañana acerca de su posicionamiento político respecto a considerar la prostitución como un trabajo o como una violación a los derechos humanos de las mujeres, trans y travestis empobrecidas. Sobre esto, la histórica militante feminista y una de las voces principales por el esclarecimiento del femicidio y desaparición de Andrea López, sostuvo que su mirada no fue siempre igual, pero que hoy su posicionamiento es abolicionista.

 

"Para Mujeres por la Solidaridad es una dicotomia que no hay que tomar friamente. Es un tema complejo y dificil de explicar, personalmente tengo una experiencia política desde hace más de 20 años atrás. Conocí, conocimos los inicios de AMMAR", afirmó.

 

 Y agregó: "en ese momento, más de veinte años atrás, conocimos a Elena Reinaga en CTA (Presidenta RED TRASEX), yo era miembro de esta Central también. El Gremio se había ido formando a raíz de las persecuciones policiales que sufrían, de la necesidad de terminar con enfermedades venéreas, sobre todo con el tema de HIV y por toda la falta de derechos. En ese momento, nosotras las veíamos como trabajadoras sexuales, ellas incluso habían creado un colegio para las mujeres en prostitución, habían desarrollado un trabajo para protegerse entre ellas mismas y era muy importante todo eso. Sin embargo, al tiempo, compañeras que eran trabajadoras sexuales y que habían fundado el gremio se fueron separando para trabajar en una línea que tuviese que ver con los Derechos Humanos desde el abolicionismo. Algunas de ellas son conocidas, Graciela Collantes y Sonia Sánchez, y empezaron a convertirse en lo que ellas mismas denominaron: sobreviventes de la prostitucion. Ahí nosotras empezamos a pensar de otro modo y la verdad que no, la prostitución no puede ser considerada un trabajo. Nadie puede decir ojalá que mis hijas y mis hijos tengan un trabajo de prostitución."

 

"En ese entonces, empezó a tallar mucho dinero del proxenetismos internacional y empezaron a llegar remesas de dinero con el tema del VIH. Se instaló el trabajo sexual. Inclusive, y no me arrepiento de haberlo hecho, acá empezamos a recorrer los barrios y a invitar a las mujeres en prostitución a sindicalizarse, porque claro que necesitaban protección y había que trabajar para derogar los edictos, pero en ese periodo también ocurre la desaparición de Andrea (Lopez). Pudimos mamar, sentir, internalizar de qué se trataba la prostitución a través de los relatos de las mujeres prostituidas y de Julia Ferreira".

 

"Todas, o la enorme mayoría, tienen un proxeneta detrás, nosotras lo comprobamos. Nosotras creemos que hay una disputa que entra desde el movimiento feminista, pero alentada por otras causas, por otros factores, por la cosificación de los cuerpos, por el mercado de la pornografía y de mezclar el placer y el deseo con esto."

 

"Mi posición hoy es claramente que de ninguna maneras las personas prostituídas están ejerciendo un trabajo. Creo que no hay que intelectualizar este tema, hay que hablarlo a calzón quitado. Si hubiera empleo digno, educación, políticas públicas, nadie va a elegir eso y quien lo elija, nadie le va a decir que no lo haga. Nosotras no somos prohibicionistas", cerró.

 

Foto de La.Dag


Fuente

http://www.radiokermes.com/noticias/3060-conocimos-los-inicios-de-ammar-hoy-estamos-con-el-abolicionismo?fbclid=IwAR1pAJci6xrgI_cXIYB5-yCV8-uu6QR7cYk021ywyWdmwAGW2M_BZmyLBTA#.Xve_Sd6vc0U.facebook

Nota: las negritas y la imagen son copia del original.



 

viernes, 8 de mayo de 2020

Los foros de puteros se frotan las manos con la extrema situación por el coronavirus de las mujeres prostituidas



A sabiendas de que se han cerrado prostíbulos, los prostituidores buscan en Internet información para conocer dónde seguir explotando mujeres o recomendarse a las esclavas sexuales a las que, por la situación de desesperación que viven, regatean y obligan a aceptar precios más ajustados, así como a prácticas más violentas.

MADRID
NURIA CORONADO SOPEÑA

"Aquí solo van a quedar las africanas más desesperadas y que no le temen ni al ébola. Pasarán muchos años hasta que nos volvamos a follar a una lumi"; "Yo lo que no sé es cómo permiten el cierre de puticlubs. ¿Pero, señores, acaso no es un establecimiento donde se busca y encuentra la medicina para el alma y el cuerpo? ¡Animo muchachos, dentro de muy poco volveremos a nuestra rutina de diversiones!".

Estos son solo dos de los miles de mensajes que se pueden encontrar en los foros de puteros durante la covid. Comentarios más que ofensivos y degradantes y que el Colectivo Hiparquía -la organización abolicionista radicada en Elche que ofrece apoyo emocional y comida a las mujeres prostituidas-, ha querido estudiar para mostrar los niveles de misoginia de quienes los dicen.
Según María Arenas, representante de dicho colectivo, todos tienen en común una cosa: "Los prostituidores saben que se han estado aprovechando -y siguen pensando hacerlo- de mujeres en situación de vulnerabilidad a las que, en circunstancias normales y con las necesidades básicas cubiertas, no podrían prostituir". Un modus operandi que es reflejo de que a los puteros "no les gustan las relaciones sexuales, sino la esclavitud sexual".

Y es que, a golpe de clic, quienes alimentan al sistema patriarcal se están frotando las manos con la situación de vulnerabilidad de las mujeres prostituidas. "Están convencidos que la industria prostitucional se va a ver fortalecida [por la crisis y gracias al porno]. Por un lado, van a tener más variedad de mujeres entre las que escoger (más españolas, y en general, más mujeres que caerán en el sistema prostitucional al perder sus trabajos y no encontrar opciones de subsistencia). Por otro lado, saben que, a mayor vulnerabilidad entre las mujeres actualmente en situación de prostitución (sobre todo si no tienen las necesidades básicas cubiertas), menos billetes van a necesitar para prostituirlas cuando todo haya acabado", subraya Arenas.


Putero, el rol del macho por antonomasia
Una opinión que refrenda Zúa Méndez, la actriz, activista abolicionista y cofundadora de Towanda Rebels. "El que los puteros se salten el confinamiento para esto es sinónimo de no respetar los límites, y, en general, de no respetar a las personas. Son profundamente narcisistas, solo hay que leerles para darse cuenta de que más allá del yoísmo no hay nada. Dentro de este rol de macho, no respetar las normas y realizar prácticas de riesgo es lo más usual. Se jactan de ello y se animan los unos a los otros".
A este rol de macho alfa, la actriz y también cofundadora de Towanda Rebels Teresa Lozano añade cómo estos foros les sirven a los puteros para saber quiénes son los más cracks. "Para comprender la prostitución tenemos que tener claro que la masculinidad es un carnet que te lo dan tus pares, los otros hombres. Para conseguir ese carnet de macho debes demostrar una y otra vez que eres un hombre de verdad, y, para ellos, tener sexo con muchas mujeres, cuantas más mejor, da puntos. Su masculinidad la construyen colocándose por encima de las mujeres, a través de la dominación. Por eso la prostitución no va de sexo, como nos quieren hacer ver, sino de poder. De seguir perpetuando la jerarquía y el orden patriarcal. La única diferencia entre una violación y la prostitución es un sucio billete". 
La clasificación misógina
Los mensajes de los foros que el Colectivo Hiparquía ha rastreado muestran a cinco tipos de prostituyentes. Los primeros son los simpáticos. "Se ríen entre sí comentando que lo están pasando putas e imaginándose a las mujeres que conocen sin poder subsistir, y recurriendo a pedir ayudas sociales". En segundo lugar, están los colonialistas, que lamentan que mientras dure la crisis sanitaria sólo van a poder comprar a "africanas desesperadas" porque tendrán que verse obligados a esperar a que la industria les haga disponible "mejores mujeres", añade María Arenas.
Los más paranoicos argumentan que el coronavirus y el confinamiento "son una trama del feminismo y el gobierno, al que consideran feminista", para impedirles seguir prostituyendo a las mujeres. Uno de los mensajes de un putero así lo refleja: "De todas formas no quiero pensar que esto del bicho se ha montado con el objetivo de impedir que puedas irte de putas por causa de una trama de intereses ocultos. Pues claro que se ha montado por eso joder, o es que no se nota. ¡Qué casualidad, justo después del 8M!".
En este ranking también están "los que se sienten negados del derecho a prostituir que creen que tienen y merecen por culpa de la crisis sanitaria y del confinamiento, y proyectan esa misma culpa -y su frustración- sobre la mujer en situación de prostitución, afirmando que debe perseguirlas la policía por ser la fuente de contagio; es decir, el estigma del coronavirus para ellas", añade Arenas.



Algunos de los mensajes que se pueden leer en los foros de los puteros recopilados por Hiparquía.

Por último, destacan los puteros "solidarios", que son los que aconsejan a sus compañeros "aprovechar el momento de necesidad y presentarse en el domicilio de las mujeres llevando comida para prostituirlas y a la vez poder justificar a la policía que vienen de comprar. También abren camino a sus compañeros prostituidores ofreciéndose para aconsejarles cómo saltarse el confinamiento para prostituir tras intentarlo ellos mismos", recalca la portavoz del Colectivo Hiparquía.
Según Zúa Méndez, esta categorización en realidad viene a resumirse en una sola: la de quien no tiene sexo en igualdad. "Sabemos por los múltiples estudios que se han llevado a cabo a partir de cientos de foros y de entrevistas con ellos, y especialmente por el testimonio de las supervivientes del sistema prostitucional, que nos encontramos puteros de todas las clases sociales, de todas las etnias, de todas las edades; lo único que tienen en común es el hecho de que son hombres (el 99% de los que pagan por sexo). Es un reflejo de los hombres que existen en nuestra sociedad. Nos sorprenderíamos si supiéramos cuántos de los hombres que nos rodean han acudido o acuden al puticlub, al piso de prostitución o a la rotonda. Es imposible que esos hombres nos vean como iguales, cuando creen que pueden acceder al cuerpo de las mujeres cuando quieran porque su dinero se lo permite".
Ni traumatizados ni enfermos
Así las cosas, para Teresa Lozano "el hombre no nace putero, al putero lo hacemos". La explicación la da mencionando a la filósofa feminista Ana de Miguel, según la cual los puteros crecen con una doble verdad: "Por una parte, se les ha dicho que sus compañeras tenían los mismos derechos que ellos, mientras que por otra las mal llamadas industrias del sexo, sobre todo la pornografía, les han enseñado que las mujeres somos objetos y que pueden hacer lo que quieran con nosotras, o al menos con algunas. Claro que están enfermos, pero su enfermedad se llama machismo y se cura con educación porque no existe el gen putero".
Por ello, Méndez añade que estos foros, haya covid o no, son el lugar perfecto para comprobar para qué sirve la prostitución. "Creo que es imposible leer un foro de puteros y seguir manteniendo la postura de que la prostitución es un trabajo como cualquier otro y que los puteros no son violadores, sino respetables clientes. Es imposible seguir diciendo que son personas que se preocupan por las mujeres prostituidas y que actuarían en cuanto vieran algún síntoma de que esa mujer es víctima de trata. Lo que nos dicen estos foros es que saben que las mujeres no están ahí por gusto, sino por necesidad, y se aprovechan. No tienen problemas en estigmatizarlas, en sacar toda su misoginia, su clasismo y su racismo cuando hablan de ellas. Cuentan cómo a peores condiciones de vida de esas mujeres, mejor para ellos para extorsionarlas y obligarles a hacer prácticas de mayor riesgo y de violencia por menos dinero", añade.
Acabar con esta situación de violencia de género extremo solo pasa, según coinciden todas las expertas consultadas, por una cosa: abolir la prostitución. "Mientras haya una mujer prostituida todas somos susceptibles de serlo", dice Lozano. "Hasta que no consigamos la abolición de la prostitución todas las mujeres somos putificables. Me llaman la atención los comentarios en los que se jactan de que la crisis económica derivada de la covid-19 va a permitirles acceder al cuerpo de mujeres a los que, en circunstancias normales, no accederían. Con esto lo que queda claro es que los puteros saben perfectamente que las mujeres en prostitución lo están por necesidad económica y que eso les da exactamente igual o, peor aún, les gusta. Ven esta crisis (o cualquier otra) como una oportunidad para tener sexo con las inalcanzables o para conseguir un menú más variado. Saben perfectamente que las crisis nos afectan más a las mujeres - ya de por sí empobrecidas respecto a ellos - y esperan, cual buitres, una nueva hornada", agrega. 
Por eso también coinciden en destacar que el discurso del trabajo sexual es un discurso de puteros. "Ellos tienen claro que, de regularse la prostitución, lo van a tener todavía más fácil para acceder a nuestros cuerpos. Esto también pone de manifiesto que no exageramos cuando decimos que si legalizamos la prostitución nos podrían ofrecer un puesto como trabajadora sexual en el INEM e incluso nos podrían privar de la prestación por desempleo en el caso de no aceptarlo. Ellos están deseando que la sociedad les legitime y nos toca al conjunto de la sociedad decidir si las mujeres estamos en venta y si el Estado debe convertirse - legalmente- en un Estado proxeneta. Con una crisis sin precedentes sobre nuestras cabezas, es urgente tomar medidas que nos protejan frente a estos depredadores deseosos de convertirse en clientes", finaliza Zúa Méndez.
Fuente:






jueves, 16 de abril de 2020


Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (segunda parte)

12/03/2020

AUTORA
Tasia Aránguez Sánchez

Resposable de Estudios Jurídicos de la Asociación de Afectadas por la Endometriosis (Adaec) y profesora del Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada
Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (primera parte)


El lobby proxeneta ha realizado importantes esfuerzos, tanto económicos como publicitarios, para lograr la aceptación social de su negocio criminal. Lo sorprendente es que muchas personas autodenominadas “feministas” han aceptado tesis favorables a la legalización de la prostitución. Los argumentos pseudofeministas tienen tanto predicamento que se ha impuesto la absurda idea de que el feminismo se encuentra dividido acerca de si la prostitución es compatible con la libertad de las mujeres. Dicha confusión es insidiosa, pues la abolición de la prostitución ha sido un objetivo feminista desde el sufragismo. En este artículo continuamos analizando los argumentos más populares que emplea el pseudofeminismo para blanquear el negocio de la explotación sexual.

Un trabajo como otro cualquiera:
Hay quien compara la prostitución con trabajos duros y feminizados como la limpieza o la recogida de fresas. También hay quien lo compara con trabajos del sector servicios como ser camarera, o con cualquier tipo de trabajo “pues en todos se vende el cuerpo o la mente” (sostienen quienes realizan estas comparaciones). Incluso sostienen que, como cualquier otro trabajo, la prostitución se beneficiaría de una capacitación laboral (como un taller para aprender a hacer felaciones). Quienes así argumentan evitan responder a la cuestión de si el Servicio Público de Empleo Estatal debería obligar a mujeres y hombres desempleados a aceptar este tipo de vacantes so pena de perder la prestación como pasaría con otro “trabajo cualquiera”.

La prostitución no es un trabajo como otro cualquiera, pues lo que se vende no es la “fuerza de trabajo” o un “servicio” sino la persona misma y la subordinación de las mujeres. En la mayoría de trabajos las habilidades y experiencia te hacen un trabajador/a más valioso, pero en la prostitución eres más valiosa cuando eres una niña y no sabes ni lo que ocurre. Es la prostitución la habilidad vale mucho menos que la juventud porque lo que se vende es la persona y no sus conocimientos. No es casual que el exponencial aumento de la prostitución haya surgido tras la aparición del feminismo de los años setenta del siglo XX, que cuestionó la dominación masculina en el sexo y denunció la ausencia de reciprocidad. Frente a dicha ola revolucionaria, el patriarcado ha reforzado el mandato de la cosificación sexual femenina y ha multiplicado vorazmente el consumo de los cuerpos de las mujeres más vulnerables.

Las posiciones que sostienen que la prostitución es un trabajo prefieren ignorar los detalles físicos inherentes a la prostitución, que supone una auténtica invasión del interior del cuerpo de la mujer. Rosa Cobo explica que la prostitución no puede ser considerada un trabajo porque su función es posibilitar que los hombres accedan sexualmente al cuerpo de las mujeres.

 La prostitución es libertad sexual:
El pseudofeminismo señala que las feministas somos puritanas porque nos oponemos a la prostitución. Argumentan que la prostitución es un peligro para el patriarcado porque rompe el binarismo entre la “buena mujer” (la esposa) y la “mala mujer” (la prostituta). A esta última se la presenta como modelo de emancipación para todas las mujeres. Como explica Alicia Puleo, aunque estas ideas sobre la “transgresión sexual” parezcan modernas y juveniles, se remontan al siglo XVIII con Sade y los libertinos, que no eran feministas precisamente.

Lo cierto es que renunciar al deseo propio para satisfacer el masculino no es “libertad sexual”. La prostitución autoriza el acceso al cuerpo de las mujeres sin tomar en consideración sus deseos y con formas agresivas y prácticas sexuales que producen dolor e infecciones. Como señala Rosa Cobo, el feminismo reivindica una sexualidad basada en el deseo mutuo. En la prostitución, en cambio, la pobreza, la precariedad o un pasado marcado por los abusos sexuales te empujan a la industria del sexo.

La forma de vivir la sexualidad que tienen los puteros representa la falta de todo compromiso y reciprocidad. La prostitución se banaliza y se ve como un mero acto de consumo que proporciona un momento de diversión, relax tras el trabajo o romper la monotonía “de comer siempre el mismo plato”. Los prostituidores lo comparan a ir al cine o comprar ropa. Los puteros describen el placer de seleccionar, elegir y “follarse” a mujeres que sin dinero de por medio no estarían a su alcance. Para ellos el placer está en obtener sin dar, sin tener que continuar la relación, sin obligaciones; es el modelo sexual promovido por la pornografía. En ese coito, los hombres pueden despreocuparse por completo del placer de ella y centrarse en el suyo. Rosa Cobo explica que la prostitución es cómoda para los hombres porque tienen sexo de modo inmediato, ahorran tiempo, no tienen que cortejar, no tienen que hablar, ni seducir y no temen ser rechazados. Es la opción ideal para los que rechazan la reciprocidad emocional: algo rápido y al grano. La prostitución es la negación del deseo de las mujeres. Los hombres satisfacen su deseo y las mujeres complacen, no dicen “eso no me gusta” o “no me apetece”.

La defensa de la prostitución se basa en el argumento machista de la irrefrenable sexualidad masculina. Según ese argumento, la prostitución cumpliría la función de satisfacer una urgencia sexual masculina que está inscrita en la biología. Hay que sacrificar a una clase de mujeres para que los hombres puedan tener mujeres a su disposición. El hecho de que las mujeres puedan ser usadas sexualmente por los hombres envía a la sociedad el mensaje de la inferioridad de las mujeres y niñas. Los deseos de los hombres son transformados en derechos.

 La prostitución como trabajo socialmente necesario:
Hay quien sostiene que la prostitución es un trabajo necesario comparable al trabajo reproductivo o a uno que cubra necesidades emocionales. Una de las versiones de moda de este argumento es la que sostiene que las personas con discapacidad necesitan “asistencia sexual” sufragada por las administraciones públicas para poder cubrir sus necesidades sexuales y sanitarias.

Entre las principales funciones que tiene la prostitución, según este tipo de argumentos, se encuentra la de desfogar a los hombres. Se expone que, gracias a la prostitución, los hombres no violarán a las mujeres, estarán más tranquilos al llegar a casa y no maltratarán ni violarán a sus esposas. Además, según ese argumento, la prostitución permite hacer efectivo el “derecho al sexo” o a la “salud sexual” (el discurso del “trabajo sexual” confunde deseos con derechos). Quienes defienden la postura del “trabajo sexual” elevan el sexo a categoría de necesidad imperiosa: sexo es salud y, si no lo tienes, está justificado que hagas casi cualquier cosa para obtenerlo.

Los regulacionistas consideran que la prostitución es un trabajo femenino que hay que valorizar, al igual que ocurre con el trabajo doméstico sin salario que ha sido habitualmente ignorado (se compara así un trabajo que constituye una necesidad social con la prostitución, que solo es necesaria para mantener el dominio masculino).

 
Burdel El Delfín. Foto diario Página12

El argumento de que el abolicionismo es racista y colonial:
Kapur, regulacionista india, acusa a las abolicionistas de su país de hacer el juego a occidente presentando a las mujeres indias como víctimas de la dote, los asesinatos por honor, la trata y la prostitución. Considera que las activistas indias que ven a las mujeres prostituidas como “víctimas” reproducen una mirada heterosexual, blanca, de clase media y occidental. Según Kapur, las abolicionistas de su país traicionan sus intereses de mujeres racializadas. Los argumentos como el de Kapur suponen que cualquier mujer que denuncie la opresión o la violencia que sufren otras mujeres está siendo clasista y condescendiente. Kapur considera que tenemos que centrarnos en la fortaleza que tiene la “trabajadora del sexo” que es madre, trabajadora y objeto sexual. Al mantener de forma simultánea el binomio madre/prostituta desafía las normas sexuales y familiares indias. El punto de vista de Kapur, que ella misma define como “posmoderno y postcolonial”, consiste en no centrar la atención sobre los factores estructurales opresivos, sino en los “espacios de empoderamiento” que hay en el interior de las situaciones de victimización.

Sheila Jeffreys señala que no es cierto que las madres prostituidas representen un nuevo modelo familiar en India. Hay familias y maridos que llevan a las jóvenes a los prostíbulos y hay castas tradicionalmente dedicadas al “entretenimiento”. La teórica añade que si elegimos ignorar los aspectos estructuralmente opresivos de la prostitución es muy fácil considerar que estas mujeres “están empoderadas”. Las abolicionistas no queremos apartar la atención de los aspectos estructurales (de clases, de sexo, de dominio colonial) sino que queremos ponerlos en primer plano.

El activismo contra la trata también recibe acusaciones de racismo provenientes de voces posmodernas. Las regulacionistas usualmente se refieren a la trata con el eufemismo de “migración laboral”. Las defensoras del sexo como trabajo acusan a las activistas contra la trata de complicidad con las políticas antimigratorias y desvían la atención hacia vulneraciones de derechos humanos que también afectan a los hombres migrantes, como las relacionadas con los CIE (centros de internamiento de extranjeros). Las abolicionistas compartimos con las regulacionistas las justas reivindicaciones en relación con las políticas migratorias pero rechazamos que se usen como cortina de humo para blanquear la trata.

Es evidente que tanto la trata como el turismo sexual son fenómenos asociados a una historia de colonialismo económico. Las mujeres migrantes son percibidas como más indefensas y “exóticas”, mientras que los hombres que consumen sus cuerpos suelen ser más acomodados que ellas, blancos y occidentales. Los hombres incluso viajan a otros países con la finalidad de acceder a mujeres que se prostituyen por extrema necesidad. El turismo de prostitución confirma el poder del primer mundo y permite a los hombres acostarse con mujeres a las que perciben como más sumisas que sus compatriotas. Como vemos, no es en el abolicionismo donde se encuentra lo racista y colonial.

  Minimizar la trata:
Las asociaciones defensoras del trabajo sexual han recibido grandes subvenciones públicas desde los años ochenta y gracias a eso han logrado imponer con cierto éxito el uso del término “trabajo sexual” y han conseguido que la prostitución se vea como “un trabajo cualquiera”. El nuevo objetivo de estas asociaciones “de trabajadoras sexuales” vinculadas a la industria del sexo es legitimar la trata, logrando que se perciba socialmente como un fenómeno de migración en busca de trabajo. Así, las mujeres víctimas de la trata son denominadas con el eufemismo “trabajadoras sexuales migrantes” y los tratantes son “organizadores de inmigración”.

El trabajo forzado por deudas, reconocido por los tratados internacionales como una forma moderna de esclavitud, se convertiría en “trabajo con contrato”. Según las regulacionistas, las mujeres tienen un contrato y saben a lo que vienen, pues han dado su consentimiento. El trabajo forzado por deudas lo consideran “pagar una tarifa para ser trasladadas”. Los defensores del trabajo sexual minimizan la trata sosteniendo que son muy pocas las mujeres que realmente han sido forzadas o engañadas. Señalan que las deudas por las que las mujeres se ven forzadas a trabajar surgen por la ignorancia de las mujeres, que no estaban familiarizadas con las tasas de cambio y acaban pagando más de lo que esperaban.

Los regulacionistas señalan que hablar de las mujeres como víctimas es insultarlas, pues ellas son trabajadoras empoderadas. A quienes luchan contra la trata las acusan de colonialistas y racistas que victimizan a las mujeres inmigrantes. Los únicos daños a las mujeres prostituidas y víctimas de la trata que reconocen es el que sufren de parte de las abolicionistas, que les obstaculizan el trabajo. También admiten el daño causado por las injerencias de la policía, las autoridades migratorias, el estigma de la puta…Es decir, reconocen como daño todo aquello que perjudica al negocio.

Frente a las mentiras del lobby del sexo, la mayoría de las mujeres prostituidas extranjeros han sido extorsionadas económicamente para venir, ya que las mujeres de países pobres no tienen los recursos para migrar ni saben cómo hacerlo. Las víctimas de la trata son obligadas a trabajar en prostíbulos y apartamentos, que las regulacionistas describen como un ambiente de trabajo multicultural y ameno donde las “trabajadoras extranjeras” pasan horas charlando entre ellas y con otros trabajadores como camareros y personal de seguridad. Según estas teóricas, muchas mujeres se adaptan al “trabajo”. Sin embargo, como explica Jeffreys con sarcasmo: “algunas no se adaptan”, porque la explotación sexual es un mundo aterrador y alienante en el que las mujeres son vendidas y alquiladas entre hombres. Los proxenetas trasladan con frecuencia a las mujeres a nuevos países y ciudades para que los clientes vean constantemente “género nuevo” y para mantener a las mujeres desorientarlas y evitar que aprendan la lengua local y que puedan denunciar su situación.


El precio de un pase no es lo que piensas


Ocultar al putero:
El énfasis en la “libre elección” de la mujer prostituida oculta el papel del putero en la prostitución. Sheila Jeffreys expone un estudio de 2007, realizado en Londres, en el que los puteros confiesan que no les importa si la mujer a la que están pagando es víctima de trata o no. Según el mismo estudio, el 77% de esos hombres consideran sucias e inferiores a las mujeres que venden sexo.
Como expone Rosa Cobo, el término “cliente” despolitiza y permite ocultar la violencia que ejercen los prostituidores. Además, todos los estudios académicos que no hablan del putero contribuyen al sostenimiento de la prostitución, pues parece como si la existencia de la misma dependiera únicamente de la “elección” de las mujeres prostituidas. Los medios de comunicación también ignoran a los puteros. Sin embargo, sin ellos no existiría la industria del sexo. Sin demanda no hay oferta.

Debemos tomar conciencia de que hay muchos puteros en la sociedad (y en nuestro país hay muchísimos). Son hombres que prefieren renunciar a la reciprocidad emocional en la sexualidad y que la sustituyen por el dominio. Consumen prostitución porque existe un sistema social que lo permite y justifica. Durante los años setenta y ochenta el putero estuvo sometido a cierta condena social gracias al feminismo. Pero durante la edad de oro del neoliberalismo sexual, en las décadas de los noventa y los dos mil, esa crítica despareció. Hay que volver a hablar de ellos.

Tanto hombres marginados como hombres exitosos consumen prostitución. Hay prostitución callejera y prostitución en hoteles de lujo. En la prostitución todos los hombres se sienten poderosos e importantes, porque todos ellos pertenecen al sexo dominante: no importan su cultura, su clase ni su cualificación profesional. En la prostitución las mujeres son propiedad colectiva de los hombres. La superioridad sobre las mujeres permite establecer cierta hermandad entre los hombres. Su masculinidad se construye sobre la diferenciación con las mujeres: ellos no son mujeres, son machos dominantes. Los prostituidores pueden actuar como en los patriarcados más duros: las mujeres prostituidas pueden ser humilladas y abusadas. Las “putas” son deshumanizadas, a ellas no hay que tratarlas con reciprocidad. Con ellas los puteros “pueden hacer de todo”.

  Argumento de que las mujeres también pueden ser clientas:
Desde las posiciones del sexo como trabajo se enfatiza el hecho de que las mujeres pueden ser puteras y hay hombres que se dedican al “trabajo sexual”. La finalidad de ese argumento es que nos olvidemos de que la prostitución es una institución machista. Aunque es verdad que hay algunos hombres que son prostituidos, la clientela de los mismos es masculina. Además esos hombres prostituidos suelen ser incluidos en el lugar simbólico de lo femenino (es decir, son tratados como “putas”).

Quienes defienden el trabajo sexual consideran que las “clientas de prostitución” irán aumentando conforme las mujeres vayan perdiendo “sus tabúes e inhibiciones sexuales”. Para justificar el carácter no patriarcal de la prostitución ponen el ejemplo del turismo sexual en el Caribe, en cuyas playas algunas mujeres occidentales mantienen relaciones con muchachos a cambio de dinero.
Jeffreys refuta la pertinencia del ejemplo del Caribe. En primer lugar, la escala del turismo sexual femenino es, en términos de número, mucho, muchísimo menor que el turismo sexual masculino. En segundo lugar, la hermenéutica de la sexualidad es inherentemente patriarcal. A modo de ejemplo: un joven de Barbados describía su entusiasmo sexual por las turistas diciendo que “las mujeres acá no saben coger, ni siquiera quieren chupar. Tienes que rogarles que lo hagan, y aún así se rehúsan, y si lo hacen, actúan como si te estuvieran haciendo un favor. Ahora bien, a una blanca tienes que rogarle que se detenga”. En este caso, sostiene Jeffreys, la turista sexual está al servicio de los hombres del lugar más que a la inversa. La dinámica de poder de la dominación masculina parece seguir bien preservada. Los hombres en los lugares turísticos siguen teniendo el control de la interacción sexual en virtud de la construcción de la sexualidad masculina dominante. En tercer lugar, los peligros que experimentan las personas de uno u otro sexo no son comparables. Las mujeres prostituidas del Caribe cuentan experiencias como la de un cliente que atacó a la mujer con un machete porque no estaba satisfecho con el trabajo. Otra mujer cuenta que acordó un encuentro con un cliente que luego apareció en el cuarto del hotel con otros seis hombres. Las mujeres afirman que siempre tienen mucho miedo porque no saben qué puede pasar. Los hombres no corren ningún peligro comparable.

La prostitución no puede aislarse de su contexto patriarcal. Los regulacionistas utilizan la “interseccionalidad” (apelación a la clase y a la raza) no para mostrar que las mujeres prostituidas también sufren explotación por su clase social y experimentan racismo, sino para argumentar que puede haber mujeres privilegiadas (puteras adineradas que instrumentalicen a hombres pobres). La cortina de humo es un uso habitual que los regulacionistas dan a la “interseccionalidad”.

  No es el momento:
Cuando el abolicionismo logra aceptación en el discurso público, la posición regulacionista se refugia en el “soy abolicionista pero…”. Uno de los “hits” de este pseudoabolicionismo es la postura “después de la revolución”, que sostiene que la prostitución terminará cuando se termine la pobreza, de modo que es la pobreza la que debe ser atacada y no la prostitución. Según ese punto de vista, primero hay que crear trabajos para las mujeres y procurar el desarrollo económico y solo después podrá afrontarse el problema de la prostitución. El “no es el momento” permite a la industria del sexo prosperar sin ataduras.

Como denuncia Jeffreys, esta excusa no se pone para otros temas como el matrimonio forzado o la violencia de género, aunque esas prácticas también sean exacerbadas por la pobreza. Pilar Aguilar compara este argumento con el que usó parte de la izquierda española para oponerse al sufragio femenino durante la Segunda República (la izquierda consideraba que era justo que las mujeres votasen, pero que el voto femenino daría el poder a la derecha y acabaría con la República, de modo que decían que “no era el momento”). Las abolicionistas de hoy, como las sufragistas de antaño, rechazamos el argumento de “no es el momento”.




El argumento de que la “regulación” es el mal menor:
El regulacionismo argumenta que la legalización de la prostitución es el “mal menor”. Este argumento es un clásico al que se enfrentaron ya las sufragistas en el siglo XIX. Josephine Butler se opuso a la legalización de la prostitución argumentando que el robo y el asesinato también son males que “siempre han existido”, pero a nadie se le ocurre decir: “como no podemos eliminar el robo o el asesinato, pongamos controles y que la ley determine en qué lugares, a qué horas y en qué condiciones se podrá robar y matar”. La idea del “mal menor” se basa en la creencia de que el impulso masculino de prostituir mujeres es natural e incontrolable.

Además es falso que la legalización sea “el mal menor”. Cuando la prostitución se legaliza, los que salen ganando son los proxenetas, tratantes y clientes, que se benefician de la complicidad social con la misma. Un número muy pequeño de mujeres queda incluido en el segmento legalizado de la industria y la inmensa mayoría de esta sigue siendo ilegal. Poquísimas mujeres se dan de alta como autónomas o trabajadoras (y muy pocas quieren hacerlo). Las condiciones de seguridad y las tarifas de las mujeres disminuyen, pues aumenta la competencia. Cuando la prostitución se legaliza, la intervención de la Administración pública se limita a financiar a las “asociaciones de trabajo sexual”, cuya tarea fundamental es legitimar la industria del sexo. Estas asociaciones utilizan esos fondos estatales para repartir folletos informativos a las mujeres prostituidas y preservativos.

Los folletos informativos consisten en recomendaciones de seguridad para las mujeres prostituidas. Ejemplos reales de estos folletos que cuenta Sheila Jeffreys son: usar el preservativo para evitar ETS y embarazos, examinar el pene de los clientes para ver si tienen signos de enfermedad, que las mujeres revisen los coches para ver si encuentran cuchillos, armas de juego, almohadones, cinturones o sogas (porque todos esos elementos son armas potenciales), etc.

Como vemos, las recomendaciones transfieren la responsabilidad a las mujeres prostituidas para que ellas mismas se cuiden de graves peligros. Pero, dada la situación de impotencia en la que viven las mujeres prostituidas, estos consejos son ridículos. Es obvio que si una mujer prostituida intenta mirar el pene del hombre para ver si tiene algo, el cliente puede enfadarse y ser violento o simplemente, marcharse sin pagar “el servicio”. Con respecto al uso del preservativo, ni siquiera está garantizado en los prostíbulos legales, porque las mujeres aceptan por más dinero que no se use o aceptan a un hombre que no quiere usarlo porque no han tenido un cliente en toda la noche. Aunque se utilice, este puede romperse o salirse, o  incluso el hombre puede quitárselo en mitad del coito. Mientras que en “un trabajo cualquiera” como la obra o las oficinas, la inspección de trabajo puede evaluar el cumplimiento de las medidas de seguridad, en la prostitución el Estado no hace nada y los proxenetas se desentienden. El apartado de “seguridad e higiene en el trabajo” se despacha con unos consejos absurdos que dejan toda la responsabilidad a la víctima y que incluso la culpan si es atacada (por no haber cumplido bien las reglas de seguridad). En la prostitución las mujeres experimentan violaciones y golpes por parte de los clientes, proxenetas y tratantes y sufren la violencia cotidiana de la penetración no deseada (y a menudo dolorosa) por la cual les pagan. Ningún folleto con “recomendaciones” puede hacer nada frente a estos problemas.

Sheila Jeffreys expone que la sociedad está aceptando que la dominación sexual masculina es inevitable. Cuando hablamos de violencia de género en la pareja, las feministas no trabajamos bajo la premisa de que lo mejor que se puede hacer es repartir tiritas porque los hombres no pueden evitar pegar. Ya es hora de pensar que un mundo sin prostitución es posible. Debemos exigir políticas públicas eficaces frente a esta forma de violencia machista.


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Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (primera parte)


Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (primera parte)

05/03/2020
AUTORA
Tasia Aránguez Sánchez

Resposable de Estudios Jurídicos de la Asociación de Afectadas por la Endometriosis (Adaec) y profesora del Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada

El lobby proxeneta ha realizado importantes esfuerzos, tanto económicos como publicitarios, para lograr la aceptación social de su negocio criminal. Lo sorprendente es que muchas personas autodenominadas “feministas” han aceptado tesis favorables a la legalización de la prostitución. Los argumentos pseudofeministas tienen tanto predicamento que se ha impuesto la absurda idea de que el feminismo se encuentra dividido acerca de si la prostitución es compatible con la libertad de las mujeres. Dicha confusión es insidiosa, pues la abolición de la prostitución ha sido un objetivo feminista desde el sufragismo.

Los argumentos pseudofeministas han sido acogidos con especial calidez en los departamentos de las universidades al albur de las llamadas “teorías posmodernas” que, pese a no tener nada de feministas, han parasitado los “estudios de género”. Como explica Rosa Cobo, la universidad (especialmente en las últimas dos décadas) funciona como una instancia más del poder dominante. Se impone silenciosamente la idea de que los conceptos no deben desafiar a las lógicas dominantes, sino someterse a ellas. En dos artículos vamos a analizar 16 argumentos muy populares que emplea el pseudofeminismo para blanquear el negocio de la explotación sexual:

1. El uso de neolenguaje:

Uno de los elementos distintivos del pseudofeminismo es la utilización de eufemismos. Así, en lugar de hablar de prostitución hablan de “trabajo sexual”. Este nombre sugiere que la prostitución debería ser vista como un trabajo más. A los hombres que compran mujeres no les llaman “puteros” o “prostituidores” sino “clientes”, lo que normaliza sus prácticas como si se tratase de una forma cualquiera de consumo. Incluso hay quien denomina a los proxenetas que regentan espacios y obtienen ganancias como “proveedores de servicios” o “empresarios del sexo”. Otro término de moda es “asistencia sexual”, que alude de forma eufemística a la prostitución para personas con discapacidad. Algunas manifestaciones de esta neolengua son especialmente flagrantes: hay quien se refiere a la trata como “migración laboral”. Como explica Sheila Jeffreys, “el lenguaje es importante. El uso del vocabulario comercial en relación con la prostitución eclipsa el carácter dañino de esta práctica y facilita el desarrollo mercantil de la industria global”. Frente al neolenguaje, el feminismo apuesta por utilizar términos que no enmascaren la realidad.


Frase de Emma Goldman


2. La diferencia entre “trabajo sexual libre” y “trata”:

Muchos trabajos pseudofeministas que hablan de la prostitución como “trabajo sexual” defienden que hay que diferenciar entre varias formas: adulta e infantil, trata y trabajo sexual, libre y forzada, legal e ilegal, prostitución de mujeres occidentales y no occidentales, prostitución y asistencia sexual.

Como explica Rosa Cobo, “un argumento recurrente que plantean los partidarios de la regulación es que en la industria del sexo encontramos a una minoría de mujeres esclavizadas por las redes de trata y a una mayoría que realiza libremente el trabajo sexual”. Sin embargo, sostener esto supone ocultar “las condiciones sociales y económicas que empujan a las mujeres prostituidas hacia la industria del sexo: la pobreza, la discriminación, la existencia de circuitos que facilitan el tránsito de mujeres para la prostitución, las redes de trata y un pasado o presente de violación y abusos sexuales son las causas que empujan a algunas mujeres a entrar en la prostitución”.

Las posiciones lobbistas admiten que existen problemas “excepcionales” como la trata, la coacción o la violencia; pero sostienen que tales problemas deberían tratarse como casos individuales, preservándose la industria de la prostitución en sí misma. Resulta obvio que la prostitución no encaja en el relato de la “prostitución igualitaria y libre”; la violencia no es algo excepcional sino un elemento estructural. Jeffreys lamenta que “desafortunadamente esta perspectiva (la del “trabajo sexual libre”) domina en las obras de numerosas investigadoras feministas”.

3. El discurso de los derechos laborales para las “trabajadoras sexuales:”

Tal vez el punto de vista del sexo como trabajo ha seducido entre las filas de la izquierda porque siempre han tenido más facilitad para pensar en los derechos de la clase trabajadora que para pensar en los derechos humanos de las mujeres y en la violencia contra las mismas. Pero desde una posición feminista no se puede hablar de derechos laborales si antes no hablamos de derechos humanos básicos como la integridad física, la seguridad, la igualdad de oportunidades y la vida libre de violencia sexual.

Realmente, la teoría del “trabajo sexual” no es compatible con una lectura de clases sociales. De hecho, lo que ha conducido a este posicionamiento de la izquierda “posmoderna” no ha sido el marco teórico materialista/socialista sino la distorsión del mismo provocada por la asunción de las “políticas de la identidad”. Como señala Carole Pateman, cuando las feministas postsocialistas adoptan el enfoque del “trabajo sexual” terminan haciendo caso omiso del contexto y siendo mucho más positivas de lo que lo serían con respecto a cualquier otra “forma de trabajo”, en las cuales sí advierten las relaciones de subordinación y dominio.

4. Afirmar que el problema principal es el estigma:

Quienes defienden los “derechos para las trabajadoras del sexo” dedican mucho menos tiempo a hablar de medidas de seguridad e higiene en el trabajo que a teorizar sobre el problema del estigma. Esto tiene sentido, pues como explica Pilar Aguilar, las medidas de seguridad laboral serían difícilmente aplicables: ¿las trabajadoras usarían guantes, traje especial y mascarilla, al igual que en otras profesiones que trabajan con fluidos corporales?, ¿la inspección de trabajo podría supervisar las medidas de seguridad durante el “servicio”?, ¿con qué patronal se negociarían dichas medidas? (hemos de tener en cuenta que gran parte de la industria está bajo el control de mafias y redes de tráfico de personas, drogas y armas). Pero estos problemas realmente no preocupan a los supuestos “sindicatos de trabajadoras sexuales” porque sus reivindicaciones nunca y en ningún país del mundo han sido de tipo sindical. Hablan de hacer controles de enfermedades de transmisión sexual a las mujeres prostituidas pero no a los puteros, lo que no deja de ser una forma de atraer a la clientela ofreciendo seguridad.

Es sorprendente que muchas investigadoras sobre la prostitución pongan todo el énfasis en el “estigma”. El concepto de “estigma”, como explica Jeffreys, se usa para sugerir que los daños que causa la prostitución no provienen de la práctica de la actividad en sí, sino del estigma que sufren las mujeres prostituidas. Quienes defienden el trabajo sexual alegan que si toda la sociedad acepta la prostitución y el estigma desaparece, los problemas de la prostitución desaparecerán también y la prostitución se convertirá en un trabajo como cualquier otro. Pero la realidad es que hay problemas mucho mayores que el estigma (y los riesgos de embarazo o de contraer enfermedades como el VIH no son los únicos). Las mujeres prostituidas explican que el problema principal es la violencia que proviene de los propios clientes (que a menudo son sucios, abusivos, borrachos y explotadores). Los prostíbulos son lugares horribles y las mujeres tienen que estar todo el tiempo intentando que el “cliente” no haga cosas que ellas no quieren hacer mientras a la vez tratan de satisfacerlo. Casi todas las mujeres prostituidas consideran que no hay nada bueno en la prostitución. Las mujeres prostituidas están extremadamente preocupadas por su seguridad. Si un cliente no logra tener una erección, puede pegarte. Pero las regulacionistas solo hablan del estigma. Como explica Jeffreys, hay que hacer muchas piruetas mentales para atribuir todos los daños al estigma.
Y aquí no estamos negando la importancia del estigma. Las mujeres prostituidas sufren daños derivados del modo en que la sociedad, la policía y el sistema las trata, y porque no pueden volver con sus familias ni explicarles lo que les ha ocurrido. Las mujeres sienten que tienen una marca que las señala como indignas e infrahumanas. Pero los problemas de las mujeres prostituidas no desaparecerían si el estigma se terminase.

No hay que confundir el rechazo a las mujeres prostituidas con el rechazo a la prostitución (una actividad que causa daño a las mujeres y vulnera nuestros derechos). Rechazar la prostitución no es “putofobia”. Las personas que defienden la prostitución como trabajo sustituyen un debate materialista por uno identitario (políticas de la identidad). El discurso del “trabajo sexual” minimiza la violencia y pone en primer plano un problema de estatus que se solucionaría con una actitud personal de orgullo y con un cambio de la percepción social sobre la prostitución. Por tanto, en la práctica quienes hablan de derechos de las trabajadoras sexuales realmente sostienen un discurso de “orgullo de puta” mucho más que de derechos laborales.

5. El argumento de que hay que escuchar a las “trabajadoras sexuales”:

Todas conocemos grupos de “trabajadoras del sexo” que aseguran que la prostitución es una experiencia positiva, una elección personal y que debería ser legalizada. Cuando se invoca la experiencia personal muchas mujeres se ponen de parte de dichas “trabajadoras sexuales” o, cuanto menos, optan por callarse para respetar a “la voz de la experiencia”. Sin embargo, también hay grupos de mujeres sobrevivientes del sistema prostitucional que rechazan la idea de que la prostitución sea una elección libre y que reclaman la abolición de la misma.

Pese a la coexistencia de ambas voces, el sector “regulacionista” ha logrado dibujar la imagen de que las abolicionistas son señoras “burguesas” que se niegan a escuchar a las “trabajadoras sexuales”, e incluso que son “putófobas” a causa de su puritanismo. Las voceras del trabajo sexual poseen mayor visibilidad gracias a las millonarias subvenciones que se han proporcionado durante décadas a los lobbys del “trabajo sexual” en todo el mundo. Tampoco hay que descartar la importancia del respaldo discreto de todos los hombres que forman la base de clientes, e incluso en algunos casos la aquiescencia de funcionarios públicos favorecidos con prebendas y redes de corrupción en las que la administración pública está directamente implicada en el negocio.

Rosa Cobo invita a cuestionarse críticamente la idea de que las opiniones de las mujeres prostituidas o las de los consumidores deben determinar la evaluación ética de la prostitución. Hay que analizar el contexto en el que surgen las voces, porque una cosa es escuchar y otra es estar de acuerdo con lo que se afirma. No podemos ignorar que la prostitución es una institución inseparable del dominio patriarcal de los hombres sobre las mujeres, la falta de recursos, la feminización de la pobreza, la inmigración y las redes mafiosas. En tal contexto resulta totalmente iluso creer en la libertad de elección.

La Prostitución. Autor: Pedro Lobos



6. El mito de la puta empoderada:

Quienes defienden el “trabajo sexual” dicen situarse en la izquierda, pero sus posiciones tienen un trasfondo y un lenguaje propio del neoliberalismo. Para el discurso del “trabajo sexual” las mujeres prostituidas son emprendedoras que tienen un negocio, pagan una tarifa al dueño del bar y asumen riesgos. Los riesgos son tremendos: no solo está el riesgo de que no se les pague, sino que hay otros como el de sufrir violencia e incluso de ser asesinadas, de tener problemas de salud como el VIH o que los consumidores se quiten el preservativo a mitad del acto. Pero esos riesgos son vistos como responsabilidad de las mujeres y parte del negocio. Para la posición del “trabajo sexual” las mujeres son como leonas en busca de su mejor presa y, aunque los puteros piensan que tienen el poder, realmente son ellas las que lo tienen (esto significa ser una “puta empoderada”).

Aunque lo usual es que los partidarios del “trabajo sexual” exceptúen la trata y la prostitución de países empobrecidos, cada vez se leen más artículos en los que se aplica el lenguaje de la “libre elección” a estas circunstancias. Un ejemplo real que expone Jeffreys es el de un estudio académico de 2006 que asegura que las prostitutas de Calcuta o México que tienen sexo sin preservativo pueden ganar un 80% más de lo que ganarían usándolo y entonces, según ese cínico estudio, las “trabajadoras” estarían decidiendo racionalmente entre dos opciones: usar preservativo y tener un sueldo que apenas les permite llegar a fin de mes, o no usarlo y enviar a sus hijos a las mejores escuelas. Por tanto estas mujeres en realidad serían “empresarias exitosas” que toman sus propias decisiones libres y racionales. Debería ser obvio lo que explica Jeffreys: nadie debería considerar que es una “elección libre” aquella que consiste en elegir entre la posibilidad de morir por VIH/Sida o de alimentar a los niños y llevarlos a la escuela. El enfoque del “trabajo sexual” puede ser individualista hasta extremos sorprendentes.

La posición del “trabajo sexual” muestra mayor interés por criticar a las abolicionistas que en denunciar las opresivas condiciones de poder inherentes a la prostitución. Acusan a las partidarias de la abolición de la prostitución de victimizar las prostitutas por considerarlas “incapaces de tomar sus propias decisiones”. Jeffreys explica que esta visión que encontramos en el discurso “regulacionista” es propia de la ideología postmoderna y neoliberal que hay tras ella. No es casual que las mismas personas que defienden el “trabajo sexual” suelan pensar que ponerse un velo islámico es elegir un estilo de vida, que las mujeres afirman su auténtica personalidad mediante el maquillaje y la moda y que la sexualidad es un terreno regido por la libre expresión del deseo. Este “postfeminismo” considera que el feminismo consiste en sentir “orgullo puteril” y en hacer “lo que me sale del coño”. Ni rastro de un análisis estructural acerca de la opresión de las mujeres como clase sexual y tampoco hay rastro alguno de los hombres como clase opresora. La idea de la libre elección dista mucho de un análisis materialista basado en una categoría como sexo, clase o raza. El postfeminismo ya no ve a las mujeres como sujetos oprimidos y su única finalidad es celebrar la individualidad y la libre elección entre estilos de vida. Es una filosofía completamente despolitizada.

Como expone Rosa Cobo, lo que hace el enfoque del “trabajo sexual” (dominante en el ámbito universitario) es mostrar como libres y empoderadas a quienes son objeto de explotación sexual. El verdadero reconocimiento de la dignidad de las mujeres prostituidas consiste en mostrar las estructuras sociales y económicas en las que viven y que facilitan el crecimiento de dicho negocio. Dar reconocimiento a las mujeres prostituidas implica hacer justicia.

7. Defensores del “trabajo sexual” que dicen ser “anticapitalistas”:

Marx negó la validez de los contratos establecidos entre un burgués y un obrero, por basarse en la necesidad de una de las partes contratantes. Sin embargo como explica Rosa Cobo, en lo concerniente a la sexualidad de las mujeres, el neoliberalismo posterior a los años ochenta del siglo XX ha logrado inocular el liberalismo más radical a sectores de la izquierda que tienen incluso la poca vergüenza de autodenominarse “anticapitalistas”. La izquierda compra el discurso más liberal. Se apela a la libertad de las mujeres para justificar ideológicamente la prostitución o los vientres de alquiler.

Como explica Rosa Cobo, para el liberalismo la prostitución es un intercambio de servicios sexuales por dinero realizado voluntariamente. La prohibición legal de este intercambio es, además de inútil, un atentado a la libertad y una vulneración del derecho de las prostitutas a utilizar su cuerpo como quieran. En las teorías críticas, como el socialismo y el feminismo, se sostiene que no puede haber libertad contractual absoluta en sistemas fundados sobre dominaciones patriarcales, raciales o de clase. Tenemos que preguntarnos si puede haber una relación consentida por parte de quien tiene una posición social subordinada y se encuentra en la intersección de dos sistemas de dominio tan opresivos para las mujeres como el capitalismo y el patriarcado. Si no existen otras alternativas de vida digna no cabe hablar de libertad de elección.

La realidad que encubre esa ideología radical del contrato es la de una sociedad consumista y patriarcal en la que los hombres consumen cuerpos de mujeres en congresos, negocios, competiciones deportivas, despedidas de soltero, celebraciones de divorcio y en su tiempo libre. La prostitución es el colofón de un evento de hombres, el premio al estrés, al éxito o el caprichito de diversión. El mercado ha promovido la idea de que todos los deseos deben satisfacerse siempre que el dinero pueda comprarlos. Las mujeres prostituidas son reducidas a un objeto para el entretenimiento masculino. Se considera que no hay nada malo en la prostitución y la compra de sexo se presenta como un acto de consumo aséptico.

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