26 mayo de 2014
“Las políticas económicas neoliberales aumentan el trabajo gratuito de
las mujeres”
Es docente, investigadora y,
sobre todo, militante por los derechos de las mujeres. Fue asesora ministerial
en el gobierno de Rodríguez Zapatero. Aquí, advierte sobre las consecuencias
que provocan en la lucha por la igualdad de los géneros los planes de ajuste en
su país y Europa toda. También se suma al debate en torno de la prostitución. Y
analiza qué cambió en España con la ley contra la violencia de género.
A su paso por Buenos Aires,
adonde vino invitada por una organización regional de mujeres, Cladem, Rosa
Cobo Bedia se explayó sobre las consecuencias de los planes de ajuste sobre la
lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, el debate en torno de la
prostitución –¿trabajo o explotación sexual?– y los cambios que trajo la ley
contra la violencia de género sancionada una década atrás en España, entre
otros temas.
–¿Cómo están afectando las
políticas económicas neoliberales en Europa la lucha por la igualdad entre
hombres y mujeres?
–Europa ya está metida de lleno
en las políticas económicas neoliberales. Tienen muchos efectos. Pero hay dos
básicos, que se pueden identificar analíticamente. El primero de ellos es que
aumenta el trabajo gratuito de las mujeres. En la medida en que el Estado
abdica de las funciones que hasta ese momento desempeñaba, esas tareas se
desplazan a las familias, donde son las mujeres las que las asumen. Se trata de
invisibilizar ese proceso de desplazamiento. Al mismo tiempo, han bajado
muchísimo los salarios y, entonces, las familias de clase media tienen que
prescindir de una ayuda doméstica y esas tareas pasan a hacerlas las mujeres.
También con menos dinero en los hogares se tiende a preparar otro tipo de
comidas, ya no un bife, sino platos más elaborados que son más baratos pero
demandan más trabajo. Las que cocinan suelen ser las mujeres. Del 2003 al 2014,
el trabajo gratuito de las mujeres en España ha subido un 4,3 por ciento. Es un
dato paradigmático. Imagínese un país de América latina, como sucedió unos años
atrás en Perú o en Brasil, que tenga un crecimiento anual de esa magnitud. Ese
trabajo gratuito de las mujeres aumenta sobre otro fenómeno, que también es
históricamente nuevo, y es el ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral.
Por lo tanto, tienen la doble jornada laboral.
Rosa Cobo Bedia |
–¿Cuál es el segundo efecto?
–Las mujeres hemos entrado al
mercado laboral a partir de los años ’60 y ’70, en un proceso de pérdida de
derechos para los trabajadores y de reducción muy significativa de los
salarios. En 1973, a partir del golpe militar de Pinochet, Chile se convierte
en el primer laboratorio donde se aplican las políticas económicas
neoliberales; después fue Argentina, Inglaterra... La reducción de los salarios
en los últimos veinte años ha sido de muerte. Es decir, las mujeres entran al
mercado laboral en la misma posición que tienen en la sociedad: en una posición
de clara desigualdad con respecto a los varones. Las mujeres son mayoría en los
trabajos de tiempo parcial, en la economía sumergida, en los empleos más
precarios, tienen mayor presencia en las maquilas más descalificadas. La mayor
parte de los salarios de pobreza son femeninos. El paradigma que lo explica con
muchísima claridad es el de las maquilas. Se tiende a pensar que están sólo en
Centroamérica y en el Sudeste asiático. Es muy falso: las maquilas están
invadiendo el mundo entero. En España también las tenemos. Los dos grandes
fenómenos que explican la posición de explotación de las mujeres son la maquila por un lado y la
prostitución por el otro. Son las dos metáforas explicativas de la suerte
de las mujeres en el siglo XXI. Hay otro efecto que ya no tiene que ver
exclusivamente con las mujeres pero que también puede tener una lectura
feminista, y es que han ensanchado el mercado y han reducido muchísimo la
capacidad de maniobra del poder político, para poder gestionar el mercado en
clave social demócrata, keynesiana, de redistribución económica. En términos
generales, las políticas económicas neoliberales están aumentando muchísimo la
desigualdad social en clave de un abismo entre pobres y ricos, un fenómeno que
era completamente desconocido en Europa desde hacía tantísimas décadas. Es un
proceso que está más vinculado a la revolución del siglo XIX, con aquel
capitalismo que explotaba de una forma inmisericorde, que con cualquier otro
momento que haya ocurrido en el último siglo.
–Mencionó a la prostitución...
¿Qué opina de la postura de algunas organizaciones que sostienen que hay que
regularlo como un trabajo?
–Es un debate complicado que está
presente en muchas partes del mundo y desde luego ha logrado instalarse en un
lugar marginal, pero finalmente en un lugar de la agenda política de los países
europeos. Y por el mismo motivo está en el centro del escenario político
feminista, sin ninguna duda. La mayor parte del feminismo se inclina por la
consideración de que la prostitución es una forma de explotación de las
mujeres. Adhiero a esa mirada. También es cierto, y hay que tener en
consideración que los países que tienen estados de bienestar más desarrollados
en Europa, como es el caso de Suecia, Noruega, Finlandia, Islandia, han llegado
a la conclusión de que es una forma extrema de explotación sobre las mujeres. Y
están haciendo políticas públicas orientadas a penalizar al cliente y a poner
sobre la mesa políticas y recursos que hagan posible que mujeres que están
viviendo de la prostitución puedan salir de ella. Es importantísimo poner de
manifiesto cómo el feminismo está intentando desplazar el foco de la mujer
prostituida al varón prostituidor, al putero, al que se llama cliente, a mi
criterio, de una forma bastante blanda. No creo que haya que llamarlo así,
porque es reconocer una relación comercial.
–Voces que defienden la
prostitución como trabajo fundamentan su postura en el derecho a decidir sobre
su propio cuerpo de las mujeres, el mismo argumento con el cual desde el
feminismo se defiende el derecho al aborto. ¿Qué responde a ese planteo?
–Hay elección cuando hay
posibilidades de elegir. Cuando no hay posibilidades de elegir, no. Una mujer
extremadamente pobre, con pocos recursos culturales y que ha sido abusada
sexualmente en su infancia –porque la mayoría de las mujeres que ejercen la
prostitución lo ha sido y es un aspecto que no se dice–, ¿qué posibilidades de
elección tiene? Lo que hay son circuitos semiinstitucionalizados por los que
transitan las mujeres para la prostitución, que son los mismos por los que
transitan las armas, las drogas, los órganos. Las mujeres van de los países más
pobres a los más ricos, y siguen esos circuitos. No se puede decir alegremente
que la prostitución es un trabajo como cualquier otro, porque la mayor parte de
las mujeres que la ejercen no quieren ejercerla. No pongo en discusión que haya
grupos reducidísimos de mujeres que ejercen la prostitución que lo consideren
como un trabajo. Dirigí un trabajo de investigación entre 2010 y 2013,
financiado por el Instituto de la Mujer en España. En ese marco hemos
entrevistado a mujeres que ejercen la prostitución y ninguna de ellas quiere
ejercerla. Lo hace porque sencillamente es una posibilidad segura de obtener
recursos y mucho más en momentos en que el mercado laboral se ha reducido hasta
extremos insólitos. A las mujeres les queda ese recurso para poder vivir, como a
gente de poblaciones pobres vender un riñón. Que sea así no quiere decir que
sea aceptable. No podemos renunciar a construir una imagen de cómo queremos que
sea el mundo. Desde el punto de vista ético y social, no me parece que en esa
imagen haya grupos de mujeres para uso sexual de todos aquellos varones que
quieran hacerlo. Una ley envía un mensaje a la sociedad. Cuando se legaliza la
prostitución se envía el mensaje a todas nuestras mujeres jóvenes –yo estoy
pensando en mi hija, de 12 años– de que se trata de una actividad aceptable.
Desde luego no quiero que mi hija ni que todas las jóvenes –porque son las
jóvenes básicamente las que van a nutrir ese campo– reciban como mensaje que la
prostitución es un trabajo como cualquier otro, porque sencillamente no lo es.
–¿Qué secuelas deja la
prostitución en las mujeres?
–El uso de alcohol y de drogas es
altísimo en ellas. Cuando las entrevistás, te dicen que tienen que beber y
tomar drogas porque se les hace insoportable el acostarse con un hombre y luego
con otro y luego con otro. Además, es una actividad que desgasta muchísimo
porque mientras se acuestan con los hombres tienen que tener unos niveles de
control fortísimos para que no se sobrepasen, no utilicen violencia, para que
estén el tiempo que tienen que estar, para que no las obliguen a hacer cosas
que no quieren hacer. Es un desgaste psicológico extremadamente fuerte y es un
proceso de desempoderamiento brutal. Muchas de ellas no utilizan esta palabra
pero el significado es ése.
–¿Qué intereses hay detrás de los
planteos de legalización y sindicalización de la prostitución?
–Lo voy a decir de esta manera:
hay momentos en que cuando no se puede hacer desaparecer fenómenos sociales que
son extraordinariamente duros para los que los tienen que vivir, se trata de
optar por salidas que mejoren sus condiciones de vida. Pero ya tenemos datos
claros y rotundos, como los informes que se han publicado después de tantos
años de legalización en Holanda, que sostienen que con la legalización de la
prostitución no han mejorado las condiciones de vida de las mujeres que la
ejercen. Por lo tanto, no debemos olvidarnos de ese argumento. Si la tendencia
es a desnormatizar las relaciones laborales de sectores cada vez más amplios de
trabajadoras y trabajadores, a que no haya contratos –le llaman
flexibilización–, me pregunto ¿cómo es posible que les vayan a hacer contratos
a las mujeres que ejercen la prostitución, sobre todo, si como ocurre en Europa
la mayoría no tienen papeles porque son inmigrantes? Su vida no mejora. Lo que
mejora con la legalización es la vida de los traficantes, de los dueños de los
burdeles y de los varones que saben que tienen cuerpos que son mercancías a su
disposición.
–¿Qué cambió en España en la
última década en relación con la violencia de género a partir de las leyes que
se aprobaron para sancionarla e implementar otras medidas para su prevención?
–A partir de 2004 se empiezan a
hacer políticas públicas de igualdad de género y, en ese marco, se aprueba una
ley contra la violencia de género. Había más expectativas en torno de esa ley
de las que finalmente logró satisfacer. Lo más importante, creo, es el mensaje
que se envió a la sociedad de que la violencia contra las mujeres no es
aceptable desde el punto de vista moral y social. El umbral de tolerancia se
bajó. Eso ha sido muy bueno. Se convirtió, además, en un tema de debate social,
político y público, un tema que se consideraba privado. El problema se hizo
visible para mucha gente, para la cual hasta ese momento era invisible. La ley
tiene una parte impositiva, que se centra en el castigo al agresor, y otra,
propositiva, que señala que la violencia contra las mujeres no puede
desaparecer si no se hacen políticas de prevención, que tienen que ver con
educación sexual en las escuelas, con introducir en los estudios primarios,
secundarios y universitarios el problema de la desigualdad entre hombres y
mujeres. Hay violencia porque hay desigualdad. Esa parte es la que no se ha
cumplido. Ahí también tenemos que decir que la derecha ha sido extremadamente
beligerante contra las políticas de prevención. Nunca aceptó introducir la
educación sexual en la currícula escolar. En los últimos tiempos, que han sido
los peores en España desde que se reinstauró la democracia, como las políticas
de ajuste han sido brutales, han desaparecido completamente las políticas
sociales y los recursos para las mujeres –aunque no sólo para ellas–. Con lo
cual la ley contra la violencia de género se está vaciando de contenidos.
–En Argentina se observa una
exacerbación de la violencia hacia las mujeres, con casos que se repiten de
mujeres quemadas vivas por sus parejas o ex parejas. ¿Se observa el mismo
fenómeno en España? ¿A qué cree que puede responder?
–Podríamos hablar de un canon de
violencia patriarcal, que es el de un varón que considera que su pareja es de
su propiedad –como en el siglo XIX, cuando no teníamos muchos derechos civiles–
y frente a la posibilidad de que ella pueda tener voz, autonomía, pueda irse,
utilizan variadas formas de violencia, que en algunos casos desembocan en el
asesinato. Ese es el canon de violencia patriarcal que estamos acostumbradas a
ver y hemos logrado identificar analíticamente las feministas, y a partir de lo
cual hemos generado mucha conciencia e introducido en la agenda política de
muchos países. Después, hemos visto que ha habido un surgimiento de nuevas
formas de violencia patriarcal. Estoy pensando en los femicidios de Ciudad
Juárez, en cómo están aumentando en algunos lugares de Centroamérica los
crímenes de mujeres los fines de semanas, adolescentes que se van por ahí a
tomar una copa y varios varones las violan colectivamente, y en algunos casos
las matan. En maras, en Centroamérica, para que algunas mujeres puedan acceder
como miembros de pleno derecho se las obliga a pasar por vejaciones, desde
tener relaciones sexuales con los jefes hasta aguantar golpes. Es decir, están
surgiendo formas de violencia perpetradas por un varón que no es la pareja de
la víctima. Se puede interpretar de esta manera: las mujeres hemos logrado a partir
de los años ‘70 más libertad, más igualdad, más autonomía, más independencia
económica y por primera vez en la historia –y esto es inédito– podemos decir no
a los varones. Y no sólo que podemos decirlo, sino que lo decimos. Las tasas de
divorcio son altísimas en muchas partes del mundo, sobre todo en sectores de
clase media y media baja. Y no sólo en Europa. Las tasas de natalidad, además,
han descendido. Son maneras de decir que no al concepto de familia patriarcal
tradicional. Parece que los varones no pueden aceptar ese proceso: que las
mujeres les digan que no. Por ejemplo: el 13 por ciento de las mujeres alemanas
no quiere tener hijos y no los tienen. Es completamente inédito. Parece que en
la medida en que las mujeres ganamos derechos y podemos decir que no a los
varones individualmente, los varones colectivamente responden con un tipo de
agresividad y de violencia que no estaba en la manera de relacionarse los
hombres y las mujeres. No tiene sentido como hecho aislado tomar a una mujer,
torturarla, violarla, meterla en cal viva, porque los actos de violencia tienen
siempre una dimensión instrumental. Es decir, yo ejerzo violencia contra
alguien porque eso me va a producir beneficios. Y, sin embargo, estos actos
aparentemente no tienen esa dimensión instrumental. Solamente la tienen si la
miramos dentro de un contexto más amplio. Las víctimas de los feminicidios de
Ciudad Juárez son mujeres que han salido del dominio masculino, van por las
calles, por las noches a los bares, tienen una vida autónoma. Ese es el telón
de fondo de esos asesinatos. Una violencia de esas características hace que tu
padre, tu hermano, tu novio, te vayan a buscar al trabajo, a la escuela, y que
muchísimas menos mujeres salgan a la calle solas sobre todo en determinadas horas.
Hace que ellas no tengan la confianza para salir solas.
–¿Por qué si las conquistas que
han logrado las mujeres en las últimas décadas tienen que ver con las luchas
feministas, el feminismo sigue teniendo tan mala prensa?
–Porque es una teoría crítica de
la sociedad que trata de poner en cuestión un sistema de dominio y es el que
establecen los hombres colectivamente sobre las mujeres. Todas las teorías
críticas de la sociedad siempre generan mucha resistencia social y rechazo por
quienes no se benefician: ocurrió con el marxismo, el anarquismo, el ecologismo
en países como Brasil y Costa Rica. El caso del feminismo es más grave porque,
como decía un filósofo francés del siglo XVII, los hombres son juez y parte al
mismo tiempo. Los varones ven amenazados sus privilegios y el feminismo los
interpela directamente en la cara y les dice que los privilegios se tienen que
acabar, y ellos responden que no son tales, que responden a un orden natural de
las cosas. Nadie quiere que le dejen de hacer la cama, de cuidar los hijos, de
desarrollar su carrera profesional, ir a jugar a las cartas, a tomar, o
compartir las listas electorales de los partidos y el poder, que está en el
centro de todo esto. El patriarcado ha subsistido con órdenes económicos muy
distintos, pero creo que es un momento histórico muy especial y que hay una
alianza a muerte entre patriarcado y neoliberalismo porque las mujeres somos
las trabajadoras idóneas para un nuevo mercado laboral sin contratos, para
personas intercambiables. Y las mujeres hemos sido definidas como
intercambiables siempre. No sé acá, pero en España se decía: “Lo que puede
hacer una mujer lo puede hacer otra”, que es una manera de decir que no se
requiere calificación profesional ni transformación cultural. En las maquilas puede
trabajar cualquiera porque se repite siempre lo que hay que hacer. El feminismo
es la teoría crítica que interpela más profundamente los cimientos de la
sociedad porque no está pensando en lo público sino también en lo privado. No
solamente queremos tener un trabajo bien pagado, entrar en la política y
participar en todos los poderes fácticos, sino que además vamos iluminando las
relaciones de poder que tienen lugar dentro de las familias.
Fuente
http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-247071-2014-05-26.html
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