Puteros: los nuevos
bárbaros del patriarcado
07/06/2017
Octavio Salazar
Profesor Titular de Derecho Constitucional, Universidad de
Córdoba
"Los puteros encuentran en el acto prostitucional la
posibilidad de desarrollar una masculinidad salvaje hasta borrar de su
subjetividad los límites entre violencia, coacción y consentimiento. Sus
prácticas agresivas y violentas son llevadas a su conciencia como actos
voluntarios de las mujeres prostituidas. En el prostíbulo refuerzan la fantasía
de su hipermasculinidad, permanentemente en sospecha". Así termina el
último e imprescindible libro de Rosa Cobo, La prostitución en el corazón del
capitalismo, desvelando en el rostro de quienes habitualmente son invisibles en
los relatos sobre la prostitución cuando son ellos los que permiten la prórroga
de una institución en la que el patriarcado se expresa con toda su crudeza.
Aunque se calcula que aproximadamente el 40% de la población masculina española
es o ha sido demandante de prostitución, los sujetos prostituidores apenas
aparecen en unas narrativas que dan por prácticamente natural, y por tanto
legitiman, que los hombres tengamos una irrefrenable sexualidad que exige que
tengamos a nuestra disposición el cuerpo de cualquier mujer. Una manera más de
evidenciar a quien corresponde el poder en nuestras sociedades, un poder que en
plena apoteosis neoliberal se traduce en la posibilidad de convertir los deseos
en derechos.
En unos momentos de revancha patriarcal, y en los que la
cultura consumista y del ocio propia del capitalismo más salvaje ha convertido
el sexo en una industria global, la prostitución representa uno de esas últimos
espacios en los que los varones, muchos varones lamentablemente, refuerzan y
normalizan la masculinidad hegemónica. Una masculinidad construida por los
siglos de los siglos sobre la idea del control y el dominio, y que requiere
constantemente de la confirmación entre los pares. Solo así sobrevive a su
innata precariedad. De ahí que ser un hombre de verdad implique, ante todo,
poder demostrarlo ante los iguales, para lo que, con frecuencia, se participa
en ceremonias tribales, como es el acceso en grupo a mujeres prostituidas o las
violaciones en la que los pares hacen viral su virilidad. En esta celebración
colectiva, que no es solo la manifestación más extrema de como hemos legitimado
mediante el ocio el puro y duro comercio sexual, los sujetos masculinos sellan
y confirman uno de esos "pactos juramentados" que, como bien ha
explicado Celia Amorós, sostienen el orden patriarcal.
El gran acierto del libro La prostitución en el corazón del
capitalismo no es solo evidenciar el significado político de los demandantes de
prostitución, y en consecuencia la necesidad de incidir de manera urgente sobre
la desactivación y deslegitimación de su demanda, sino insertar la institución
en la intersección entre capitalismo y patriarcado. Una intersección que ha
cobrado especial vigor a partir de los años 80 del pasado siglo y que se está
traduciendo de hecho en un mayor poder de muchos varones frente a la creciente
vulnerabilidad de las mujeres. En ese contexto, en el que además estamos
asistiendo a una reacción patriarcal frente a lo que en las últimas décadas del
siglo XX fueron conquistas del feminismo, es donde hemos de situar la cada día
más pujante industria del sexo, la casi naturalizada hipersexualización de las
mujeres y, por supuesto, el discurso que ha convertido la autonomía femenina en
el argumento clave para justificar prácticas que, sin embargo, solo pueden ser
analizadas éticamente desde el contexto relacional de género que las sitúa a
ellas como subordinadas.
“No creo que el "trabajo sexual" emancipe a las
mujeres, sino que más bien es la lucha contra cualquier explotación, incluida
la sexual, la que puede finalmente hacerlas libres.
En consecuencia, como bien explica Rosa Cobo, la
prostitución no puede ser estudiada desde las experiencias individuales sino
que necesariamente ha de situarse en el marco de los sistemas de dominio sobre
los que se edifican las sociedades. Eso pasa por realizar un análisis de género
en el que tengamos en cuenta no solo como se construyen jerarquías a partir del
control masculino sobre el cuerpo femenino, sino también como desde esa
construcción jerárquica estamos dando un determinado sentido de poder a una subjetividad
y otra. Además, ese análisis resultaría incompleto si no abordamos como la
prostitución se ha convertido en un poderosísimo sector económico a nivel
global, que expresa dramáticamente la brecha entre los pudientes y las
excluidas y en el que además interseccionan los factores étnicos, de raza o de
procedencia nacional que alimentan lo que Saskia Sassen denomina "nuevas
lógicas de expulsión".
Todo ello en un contexto cultural en el que la pornografía
se ha convertido en un fenómeno social global, naturalizado y legitimado,
apenas censurado, y que constituye la "metáfora perfecta del significado
simbólico y material del patriarcado". Es decir, "la pornografía
representa a las mujeres como seres radicalmente sexualizados y pasivos que
cumplen la función de disponibilidad sexual para los varones; (...) los varones
son representados como seres activos que necesitan acceder sexualmente al
cuerpo de las mujeres como condición de posibilidad de su masculinidad; y el
parámetro de la sexualidad masculina opera casi siempre con dosis mayores o
menores de violencia y agresividad". Una representación que se está
convirtiendo en los últimos años en un factor esencial en una
"socialización de género" que reafirma y subraya el derecho de los varones
a disponer del cuerpo y de la sexualidad de las mujeres, las cuales, a su vez,
han de convertir en eje de su construcción como sujetos las armas de seducción
mediante las que captar la atención en el mercado de machos feroces.
Por lo tanto, es imposible separar el análisis de la
prostitución de la trata y las nuevas formas de esclavitud que se generan en el
mercado transnacional. Como tampoco es posible argumentar sin más la autonomía
de las mujeres para que opten por la prestación de servicios sexuales como si
se tratara de un trabajo más sin tener en cuenta las relaciones de poder en el
que se enmarca esa pretendida libertad de elección. Situarse en esa posición
implica dar por bueno el paradigma del individuo propietario y la lógica
contractual en que se apoya el liberalismo para sostener su visión de los
derechos humanos. De ahí a legitimar la esclavitud, cualquier forma de
esclavitud, hay solo un paso. Por lo tanto, y estoy totalmente de acuerdo con
la autora, no creo que el "trabajo sexual" emancipe a las mujeres,
sino que más bien es la lucha contra cualquier explotación, incluida la sexual,
la que puede finalmente hacerlas libres.
Una lucha en la que los varones, como he sostenido en el
recientemente publicado Elementos para una teoría crítica del sistema prostitucional,
hemos de jugar un papel esencial porque hemos de dejar de ser cómplices
legitimadores de todas esas formas de esclavitud y convertirnos en agentes
militantes contra un orden económico, político y cultural que nos sitúa en el
lado privilegiado y a nuestras compañeras en el de la sumisión. Es decir, solo
atreviéndonos a romper los pactos juramentados que desde hace siglos nos
revisten de autoridad podremos poner las bases para un mundo más justo en el
que mujeres y hombres seamos al fin seres equivalentes. Lo cual pasa, entre
otras urgentes cuestiones, por deconstruir una virilidad dominante y
depredadora así como por socializarnos en un entendimiento de la sexualidad
como espacio de comunicación entre iguales.
Este post se publicó originalmente en el blog del autor.
Fuente
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/puteros-los-nuevo-barbaros-del-patriarcado_a_22124951/
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