Ejercicio de reducción al absurdo
13/12/2018
Autora Trini López Verdú
Profesora de filosofía del IES
Las Norias de Monforte del Cid, Alicante.
Reducción al absurdo: necesidad
de partir desde un supuesto hipotético contrario al que se pretende demostrar.
Supongamos que realmente estoy
equivocada. El abolicionismo es un punto de partida erróneo. Los términos en
los que se establece y fundamenta constituyen una creencia absurda adoptada
desde una perspectiva de superioridad moral. Desde mis prejuicios entiendo que
está mal aceptar que la prostitución es trabajo sexual, es decir, un trabajo
como cualquier otro, cuya regulación es necesaria para proporcionar derechos a
las mujeres que los demandan. Que incluso las mujeres que lo ejercen libre y voluntariamente,
en realidad son víctimas y necesitan ayuda para abandonar la situación de
explotación sexual a la que son sometidas. Sin embargo, estoy profundamente
equivocada, pues estoy rechazando su autonomía y su capacidad para decidir
libremente.
En definitiva, son mis prejuicios
morales, mi puritanismo, mis lecturas feministas las que me han conducido al
error de asumir una falsa superioridad moral que me hace considerar la
prostitución, únicamente, como explotación de las mujeres en un sistema patriarcal.
Asumiré, por lo tanto, una
posición regulacionista o “pro-derechos” que deberá conducirme, al mismo
tiempo, a defender posiciones contrarias que demostrarán que este supuesto
inicial es absurdo, buscando en realidad contradicciones que demuestren que el
feminismo solo puede y debe ser abolicionista.
El “feminismo regulacionista”
defiende, entre otros, algunos argumentos que si son analizados desde un punto
de vista lógico entrañan su propia negación. El primero es que el trabajo
sexual es trabajo, el segundo es que las mujeres que deciden dedicarse
profesionalmente a la prostitución son realmente libres para hacerlo y, en
tercer lugar, se proyecta como la única alternativa que puede garantizar sus
derechos a las trabajadoras y trabajadores sexuales.
Primera contradicción. Sobre el trabajo sexual:
El feminismo debe reconocer el
trabajo sexual como trabajo.
La regulación del trabajo sexual
es imprescindible para apoyar a todas las mujeres, la industria del sexo debe
ofrecer condiciones dignas a sus empleados y empleadas. Desde esta posición es
un hecho innegable que la prostitución ha existido, existe y existirá. Se trata
de una constatación empírica, la historia muestra la prostitución como el
oficio más antiguo del mundo. Sin embargo, al mismo tiempo, la idea queda
disociada del contexto histórico patriarcal en el que siempre se ha encarnado.
El feminismo no puede considerar
el trabajo sexual como trabajo.
El trabajo sexual es trabajo
porque es considerado como una posibilidad de realización para la mujer,
dejando al margen consideraciones morales sobre su normalización. Así la
prostitución forma parte del imaginario entorno al mito de lo “eterno
femenino”, como una característica propia de su naturaleza, la mujer como
objeto que permite la satisfacción de los deseos masculinos. En palabras de
Simone de Beauvoir, la mujer es considerada como “lo Otro”, como el sujeto
pasivo de la historia que puede comprarse y venderse. Esta transacción
económica de la mujer considerada como objeto de compra-venta, puede realizarse
a través del matrimonio o de la prostitución. La consecuencia regulacionista es
clara: si la mujer puede ser esposa o prostituta, reconozcamos los derechos de
todas, de una forma u otra, “todas cobran”. Esta posición implica que vender el
cuerpo, forma parte de la esencia de la mujer y esto es, precisamente lo que
entra en contradicción con el feminismo.
Segunda contradicción. Sobre la autonomía, libertad y capacidad de
decisión:
El feminismo debe respetar y
apoyar las decisiones tomadas por las mujeres.
El feminismo debe defender la
libertad de todas las mujeres y, por supuesto, a aquellas que deciden ser
putas. Algunas mujeres han encontrado en este trabajo una posibilidad de
desarrollarse profesionalmente, son mujeres autónomas que reivindican derechos,
con independencia de las circunstancias que les han conducido a esta situación.
De acuerdo con este argumento, también debería respetar la decisión de aquellas
mujeres que deciden alquilar su vientre, ya sea para mejorar sus circunstancias
económicas que pueden ser precarias, ya sea por el sentimiento altruista de
satisfacer el deseo de ser padres que puedan tener otras personas. Esta misma
razón permite justificar que las mujeres libremente decidan someterse a los
deseos de sus maridos, a considerar que las mujeres deben recluirse al ámbito
doméstico y que no deban trabajar fuera de casa. Incluso la decisión de
practicar la ablación a sí mismas o a sus hijas es una decisión libre que, por
lo tanto, debe ser justificada con independencia de las circunstancias.
Paradójicamente, podríamos también afirmar que somos libres para rendirnos y
convertimos en esclavas.
El feminismo no puede justificar
todas las decisiones tomadas por las mujeres.
Sin embargo, sería absurdo
interpretarlo como un acto de libertad, más bien al contrario, son las
circunstancias las que obligan a aceptar la esclavitud. En un maco
regulacionista, la necesidad y la coacción quedan enmascaradas bajo una falsa
apariencia de libertad. El feminismo no puede asumir esta postura porque, de
hecho, supone la negación de ciertas ideas y creencias que han formado parte de
un sistema de pensamiento propio del patriarcado. Ilustradas como Olimpe de
Gouges o Mary Wollstonecraft se enfrentaron a ese ideario que no solo sostenían
hombres sino también mujeres. La contradicción radica en que el feminismo no
puede respetar todas las opiniones ni todas las decisiones que hayan sido
tomadas por las mujeres por el mero hecho de que puedan ser figuradamente
consideradas como sujetos libres con autonomía. Es necesario indagar en las
causas que han conducido a la aceptación de una situación.
Tercera contradicción. Sobre posiciones pro-derechos:
Solo el regulacionismo reconoce
los derechos de todas las mujeres.
La regulación del trabajo sexual
es la única alternativa que garantiza sus derechos a las trabajadoras del sexo.
Si determinados intereses o circunstancias llevan a una mujer a desempeñar este
trabajo debemos, más allá de nuestros posibles prejuicios, considerar sus
derechos y reconocer la dignidad de su profesión. Este reconocimiento solo es
posible desde un marco regulacionista que normaliza la prostitución para
dignificar y empoderar a las trabajadoras sexuales. Sin embargo, bastaría con
el caso de una sola mujer -y es evidente que son muchas más- obligada a ejercer
la prostitución en estas condiciones para comprender que esta normalización no
es aceptable. La regulación de la prostitución comporta exigencias y
obligaciones laborales que serían muy discutibles.
El regulacionismo no reconoce
realmente los derechos de las mujeres.
Cualquier mujer podría sentirse
obligada a aceptar un trabajo de prostituta debido a una situación de
precariedad. El feminismo se presenta como una filosofía de la sospecha que
somete a crítica las estructuras patriarcales y la prostitución forma parte de
estas estructuras. Reconocer los derechos de las mujeres es, desde un punto de
vista feminista, proporcionar herramientas que permitan la emancipación, la
autonomía y la libertad, que no han sido posibles en la sociedad patriarcal que
ha dado origen a la prostitución.
Por una parte, quizá pueda
sorprender la insistencia de enmarcarse en un feminismo “pro-derechos”. Una
mirada atenta sugiere que es imprescindible abordar el problema de la
prostitución desde un punto de vista feminista, no es posible otro enfoque.
Esta exigencia de conectar el feminismo con la regulación se fundamenta en la
necesidad de garantizar derechos a todas las mujeres. Por otra parte,
discusiones igualmente complejas como el problema de la trata, del tráfico de
mujeres con fines de explotación sexual, son planteados tangencialmente,
insistiendo en la diferencia entre una prostitución que debe ser aceptada,
fruto de una decisión libre y otra que debe ser combatida, llegando a asumir
una posición abolicionista en este último caso. En el mismo sentido, el papel
de los proxenetas no queda incorporado al discurso regulacionista más que para
insistir en que las trabajadoras del sexo deben tener derechos para protegerse
del mediador. También el cliente se encuentra al margen del discurso y se
rechazan las sanciones a estos, medidas que han sido adoptadas en países que
desarrollan políticas abolicionistas, ya que pueden repercutir en más
dificultades para la trabajadora.
En conclusión, el feminismo solo
puede ser abolicionista. Si consideramos
el trabajo sexual como un trabajo más, debemos hacerlo más allá de un marco
feminista. Esta consideración poco tiene que ver con las críticas que ha
recibido el abolicionismo (sobre el puritanismo, sobre no escuchar a las
putas…) La prostitución solo puede ser considerada como trabajo sexual en el
marco de una sociedad patriarcal que delimita el papel y las profesiones que
las mujeres pueden desempeñar. El debate sobre abolición o regulación no puede
llevarse a cabo desde un marco feminista. Quizá si el regulacionismo aceptara
esta contradicción debiéramos deslizar la discusión hacia un marco de
protección de las mujeres que ejercen la prostitución y hacia una educación
basada en el respeto hacia los cuerpos de las mujeres que podría ser el fin de
la prostitución. Sería un debate diferente y seguiría siendo difícil, pero
podría ser algo más fructífero.
Fuente
https://tribunafeminista.elplural.com/2018/12/ejercicio-de-reduccion-al-absurdo/
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